13.11.01

Guerra en la aldea global

El Universal
22 de septiembre de 2001
Guerra en la aldea global
Heinz Dieterich Steffan

APROVECHAR política y propagandísticamente una coyuntura en beneficio de sus intereses estratégicos es un oficio que practican todos los gobiernos del mundo. Pero ninguno ha mostrado la capacidad que tiene el de Estados Unidos, tal como se observa en relación con los atentados del 11 de septiembre. Esos intereses estratégicos de Washington son básicamente cuatro: a) revertir la tendencia a la democratización de la sociedad global que ha cobrado creciente fuerza en los últimos años, desde los acontecimientos de Seattle hasta los de Génova; b) restablecer el miedo en los pueblos y gobiernos del mundo que se han quebrado ante la demostración de vulnerabilidad del gran amo que domina indirecta o directamente sus vidas; c) garantizar su control del petróleo en Medio Oriente y Asia Central y d) militarizar a la sociedad global con nuevas bases e instalaciones, dentro de su proyecto de lograr la supremacía nuclear y en el espacio.


A fin de avanzar este proyecto de intereses estratégicos, Washington ha trazado un plan de operaciones que procura alcanzar tres objetivos, después de los atentados en Nueva York y Washington. En primer lugar pretende construir un apoyo político-diplomático global. Con las respectivas declaraciones de la Unión Europea, del Consejo Islámico y de la Organización de Estados Americanos (OAS), este objetivo se ha cumplido ya. El segundo consiste en la obtención de bases militares regionales circundantes a Afganistán que son imprescindibles para la logística de la guerra. El ofrecimiento de las instalaciones militares por parte de los gobiernos de India y Paquistán y de las pequeñas repúblicas neocoloniales de Asia Central, junto con las bases ya existentes en Arabia Saudita, Yemen y, por supuesto, Israel, han avanzado sustancialmente esa necesidad logística regional.

Sólo falta poner en cintura a Irán, que se ha negado a prestar su espacio aéreo y territorial para la guerra de Bush II, hecho por el cual el secretario de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña se encuentra en este país la primera vez, desde 1979 tratando de doblarle la mano a los ayatollas. El tercer propósito inmediato de Washington consiste en construir su autonomía de acción bélica frente a los demás miembros de la OTAN, para no verse obligado a negociar y contemporizar sus operaciones abiertas y clandestinas con las potencias europeas. Como el régimen del Talibán no tiene fuerzas militares que puedan presentar un problema militar, la Casa Blanca y el Pentágono quieren operar con absoluta libertad en su guerra santa por la civilización occidental. Este objetivo también se está logrando, perfilándose una estrecha alianza guerrerista entre Bush II y el cachorro del imperio británico, Tony Blair.


Este plan de operaciones, destinado a lograr el máximo provecho estratégico de la coyuntura político-propagandística proporcionado por el terrorismo, sólo puede tener éxito si se realiza fuera de la ley. Y la decisión de la élite política estadounidense es precisamente esta: actuar fuera de los procedimientos y de las estructuras del derecho internacional. La resolución de pasar por alto a los mecanismos e instituciones de Naciones Unidas que fueron creadas precisamente para resolver conflictos internacionales como éste; la negación a entablar negociaciones con el gobierno afgano o presentar evidencias jurídicas válidas sobre la culpa de Osama Bin Laden; la presunción de poder actuar como fiscal, juez y ejecutor mundial contra otros entes; el ultimátum totalitarista de Bush II al resto del mundo, declarando ante el Congreso estadounidense que "quien no está con su gobierno está con los terroristas", todos estos elementos demuestran fehacientemente que Washington pretende actuar fuera del derecho internacional, tal como hicieron los terroristas.


La reacción de los gobiernos nacionales frente a este posicionamiento del imperio ha sido extremadamente preocupante. Sólo el gobierno de Cuba se ha atrevido a diferenciar entre la necesaria condena de los atentados y el necesario rechazo a las pretensiones extralegales de Washington. La Unión Europea que es el único poder de la comunidad mundial que puede enfrentarse sin riesgo al imperio ha caído una vez más en un abyecto oportunismo, empujado por fuerzas neocoloniales como las que representan el francés Jacques Chirac, el inglés Tony Blair y el español Javier Solana. Pero también potencias mundiales como China y Rusia se están plegando acríticamente a los planes de Washington. La preservación y la ampliación de la democracia mundial exigen que esas potencias obliguen a Estados Unidos a utilizar los procedimientos previstos en el estado global para la solución de este conflicto por las vías institucionales construidas durante los últimos 50 años. Esta es su responsabilidad política y ética no sólo ante los ciudadanos que les dieron el mandato, sino ante la humanidad entera. El 28 de junio de 1914 fue asesinado en el balcano el delfín del imperio austro-húngaro, el duque Franz Ferdinand, por el estudiante bosnio Princip, miembro de la organización clandestina "Mano Negra". El 23 de julio, la monarquía dio un ultimátum al gobierno serbio: represión de los movimientos nacionalistas y antiaustriacos y castigo de los responsables del atentado, con participación de las autoridades del imperio. Serbia, insistiendo en sus derechos soberanos, no aceptó las condiciones de la Monarquía y cinco días después, el imperio declaró la guerra que pronto llevó a la primera conflagración mundial.


Hoy día, el peligro de una guerra mundial en el sentido convencional no existe. Pero, lo que sí existe es el peligro de una guerra contra los pobres, los movimientos nacionales y los movimientos democratizadores a nivel mundial. Este es el proyecto que Bush II , aprovechando los atentados, quiere construir para la aldea global.

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