17.6.20

La prensa anti-AMLO se abastece de fake news

Arsinoé Orihuela Ochoa

El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), ganó la elección presidencial de 2018 enarbolando la promesa de cambio (recuérdese el eslogan de campaña: “Más de lo mismo o cambio verdadero”). Tal cambio ha sido caracterizado como la “Cuarta Transformación”, en virtud de la tesis histórica, ampliamente aceptada, de que el país atravesó, hasta nuestros días, tres grandes transformaciones: la Independencia (1810-1821), la Reforma Liberal/Restauración de la República (1955-1967) y la Revolución Mexicana (1910-1917). El objetivo de AMLO es impulsar la Cuarta Transformación (4T) de la vida pública de México. Esta promesa de cambio –o 4T– fue apoyada en las urnas por poco más de 30 millones de votantes; aproximadamente el 53% de la totalidad de los votos; y sí, con un novel partido, Morena –o Movimiento de Regeneración Nacional– que apenas en 2014 obtuvo el registro oficial, propinando con ello una derrota histórica al nonagenario Partido Revolucionario Institucional (PRI) y al cártel de partidos que gravitan en su órbita.

En relación a las implicaciones de esta «insurrección electoral», es importante advertir que el primerísimo indicador de “cambio verdadero” descansa en la propia elección presidencial: desde Francisco I. Madero (1911-1913) y el paréntesis de Lázaro Cárdenas (1934-1940), es la primera ocasión, en poco menos de un siglo, que el resultado oficial de una elección presidencial coincide con eso que la teoría política llama la «voluntad general». Más aún, si se consideran las dos elecciones en las que participó anteriormente el dirigente político –2006 y 2012– y en las que conquistó 15 millones de votos por elección –que más los 30 millones de 2018 suman la excepcional cifra de 60 millones de votos–, trátase de un presidente –AMLO– cuya investidura reviste una legitimidad sin precedentes. Este hecho no se puede perder de vista, máxime tratándose de un país cuya democracia electoral padeció –acusadamente durante el coma neoliberal– la triple enfermedad del clientelismo, la simulación y la estafa. En una palabra: el fraude. Llama la atención, no obstante, que una parte de la prensa nacional e internacional se empeñe en soslayar este axioma inexorable.

Los mejores analistas de la realidad advierten que un fantasma recorre el mundo; y no, no es el comunismo, sino una peligrosa epidemia de desinformación y noticias falsas. La 4T, Morena y AMLO han sido objeto sistemático de tales ataques. Es la hora de derribar las mentiras.

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Contrario a lo que sostienen los detractores de AMLO, la estrategia del gobierno mexicano contra la Covid-19 ha sido aplaudida por la comunidad científica internacional. El 26 de mayo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) felicitó a México por las medidas sociales y sanitarias establecidas para hacer frente a la pandemia, refrendando con ello la distinción que extendió en marzo, cuando reconoció a México por implementar, antes que ningún otro país, un protocolo comunicacional de frecuencia diaria. Tales reconocimientos se suman a la postulación que provino de la Organización Panamericana de la Salud para que el Dr. Hugo López-Gatell Ramírez, Subsecretario de Salud y vocero de la estrategia sanitaria gubernamental, se integre al grupo de expertos del Reglamento Sanitario Internacional de la OMS. Y, a pesar del habitual desprecio que algunos profesan por la opinión pública nacional, especialmente ciertos opinólogos de postizo abolengo, cabe destacar que los niveles de aprobación del Dr. López-Gatell en México son notablemente altos.

No se ignoran, sin embargo, las cifras, datos o estadísticas de contagios y muertes por Covid-19. El negacionismo es un vicio del Ancien Régime, y no del gobierno constituido. Ciertamente, salir lo más pronto posible de la pandemia y con el menor costo humano y social es la prioridad del gobierno que encabeza AMLO. No obstante, al mismo tiempo es urgente e imprescindible identificar y explicar las singularidades del comportamiento epidémico en nuestro país. En la prensa “crítica” que no es crítica, pero ¡ah, como critica!, prevalece un déficit de atención en el conjunto de problemas que forman parte de la densa herencia neoliberal, y que hasta la pandemia no habíamos reparado en la dimensión de tales amenazas: la informalidad económica; la epidemia de obesidad, diabetes, e hipertensión; el desvalijamiento del sector salud; y la irresponsabilidad social de los medios de comunicación nacionales.

Recomendamos, por lealtad a la verdad, la honorabilidad y el periodismo, que los críticos de la 4T anclen sus análisis e investigaciones en las dramáticas cifras reales, herencia del pasado neoliberal. Va un muestrario:
  1. De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), cerca del 60% de la población económicamente activa se desempeña en el sector informal. Esto significa que muchos mexicanos no tienen acceso a los programas de seguridad social y no reciben pago en el periodo previsto de paralización económica. Aproximadamente 31 millones de personas necesitan salir diariamente al espacio público para asegurar la propia subsistencia. El “padre de la desigualdad moderna”, el expresidente Carlos Salinas de Gortari, acostumbraba decir que la aplicación sostenida de políticas neoliberales generaría “ricos más ricos y pobres menos pobres”. Falsa y vil resultó la profecía: el neoliberalismo produjo “ricos mucho más ricos y más pobres mucho más pobres”. Ello explica que la Jornada de Sana Distancia se aplique sobre bases no rígidas o flexibles. En el México concreto y mayoritario (“el que mueve a México”, dijo un prócer de las redes) el aislamiento social es un privilegio que solo unos pocos pueden costear. ¿Será que los apologistas del neoliberalismo están listos para hablar sobre las asimetrías fratricidas que produce su modelo?
  2.  México ocupa el segundo lugar de prevalencia mundial de obesidad en lo que respecta a la población adulta, y cuarto en la población infantil. Se estima que, de los 128 millones de mexicanos, entre 90 y 100 millones padecen sobrepeso u obesidad. Durante el periodo neoliberal, las empresas nacionales y extranjeras de comida chatarra y bebidas endulzadas boicotearon sistemáticamente las políticas regulatorias de esos tóxicos productos. Unánimemente, los científicos coinciden en señalar que la Covid-19 ataca con más agresividad a obesos y diabéticos. Mientras tanto, está documentado que la mitad de los fallecidos por el virus sufrían obesidad e hipertensión. ¿Será que los cándidos críticos de temporada están listos para hablar sobre la malnutrición a la que nos condenaron los neoliberales?
  3. Varias veces lo repitió el secretario de salud, Jorge Alcocer Varela: el sistema de salud “es un desastre”. Los gobiernos neoliberales dejaron centenares de hospitales inconclusos, abandonados o sencillamente en ruinas, y desfalcaron sin piedad al sector salud. Gran cantidad de los hospitales que se construyeron durante esos gobiernos “son escandalosos monumentos de la incompetencia, la corrupción y el tráfico de influencias”, aseveró Alcocer Varela. De acuerdo con estimaciones oficiales, las irregularidades en el sistema de salud rebasan los 3 mil millones de dólares. México no estaba infraestructuralmente preparado para atender una pandemia. Y los rezagos en la materia han hecho más difícil responder a la emergencia. Las autoridades y los especialistas reconocen que el sistema de salud mexicano transitaba por una crisis histórica, y que la causa principal de esa crisis fue la descomunal corrupción de los gobiernos neoliberales. ¿Será que los conservadores están listos para hablar, sin ninguna carga de complacencia, sobre la corrupción endémica que dejaron los sátrapas –con todo respeto– de régimen neoliberal?
  4. Sabíamos que México era uno de los países con mayor control mediático y alta concentración en propiedad de medios de comunicación. Lo que no sabíamos es que tales oligopolios fueran tan socialmente tóxicos e irresponsables que incluso en el contexto de una pandemia se atrevieran a ponderar rencillas personales e intereses económicos. Nunca olvidaremos que, poco antes del pico de la contingencia, el presentador de TvAzteca, Javier Alatorre, en la emisión de uno de los noticieros más vistos en México, exhortó, sin ningún rubor, a desconocer a las autoridades sanitarias. Pidió literalmente y “con todas sus palabras” que la población “no hiciera caso a Hugo López-Gatell (subsecretario de salud)”; “[…] sus conferencias se volvieron irrelevantes”, remató. Pocos días más tarde, su patrón, el multimillonario Ricardo Salinas Pliego, concitó a los mexicanos a salir “a vivir su vida con todo y sus riesgos (sic)”. Irónicamente, los mismos que callan ante las vilezas de los dueños de la prensa son los mismos que andan por allí pidiendo que se multe o castigue con mano dura a todo aquel que encuentren transitando en la vía pública, y sin distingo de clase social. ¿Será que los conservadores están listos para hablar sobre su hipocresía patológica?

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No. AMLO no está militarizando a México. A México lo militarizó el señor del 0.56% (estrechísimo y dudoso margen por el que venció en la carrera presidencial) Felipe Calderón Hinojosa, el 11 de diciembre de 2006, tras anunciar, por decreto unipersonal, una estúpida guerra contra el narcotráfico. Al día siguiente, y sin ningún marco regulatorio ni sustento constitucional, Calderón Hinojosa dispuso el despliegue de 45 mil soldados mexicanos para combatir, según dijo, a los cárteles del narcotráfico. El 10 de diciembre de 2019, exactamente a 13 años de iniciada la guerra, y más de 250 mil muertos, 40 mil desaparecidos –cifra que supera a los desaparecidos de las dictaduras militares de Argentina, Chile, Brasil y Uruguay conjuntamente– y un suelo patrio bañado en sangre, es detenido en Estados Unidos el otrora secretario de seguridad pública de Calderón, Genaro García Luna, acusado de asociación delictiva con el narcotráfico y de proporcionar protección al Cártel de Sinaloa. Cabe subrayar que García Luna, inseparable amigo de Calderón, fue el principal operador de este teatro de guerra.

Un efecto de la guerra contra el narcotráfico –a menudo subestimado o inadvertido– es que ésta obligó a los cárteles a militarizar sus rutinas y estructuras. Desencadenó un ciclo de beligerancia que no cierra. En este sentido, y para los efectos estrictamente militares del Plan Nacional de Paz y Seguridad, presentado por el Presidente AMLO, se dispuso que las “Fuerzas Armadas participen en la construcción de la paz por medio de un papel protagónico en la formación, estructuración y capacitación de la Guardia Nacional, la cual debería asumir las funciones de preservación de las instalaciones estratégicas y la protección civil a nivel federal en todas sus facetas, más allá del carácter coyuntural del Plan DN-III”.

Ahora bien, en lo que atañe al Acuerdo, publicado el 11 de mayo de 2020, y que provocó una corriente de opinión adversa alertando acerca de un presunto “plan para militarizar” al país, cabe hacer notar que se trató del decreto por el cual se especificaron los detalles de la actuación de las Fuerzas Armadas permanentes, y que refrendaron lo establecido en el Plan: a saber, uso AUXILIAR de las FF.AA. y restringido a 5 AÑOS.

Lo que las críticas también omiten es que el Plan establece claramente que la paz debe ser fruto de la justicia. Es decir, que la paz y la seguridad serán el resultado del combate a la corrupción, la restauración de las instituciones de justicia, la reducción de la desigualdad y la reactivación de la matriz productiva nacional.

La ponderación de estos elementos, por oposición a los enfoques puramente militaristas y desregulados, constituye el núcleo del nuevo paradigma de seguridad.

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Francamente llama la atención cómo prolifero, desde 2019, la circulación en la prensa de imágenes e historias sobre la violencia y el narcotráfico mexicanos. Medios internacionales que no les importó nunca la tragedia humanitaria que ocasionaron los neoliberales, ahora sí, extrañamente, resulta que la crisis nacional les quita el sueño.

En fin, a esos noveles observadores que decidieron sintonizar tardíamente la frecuencia mexicana (“haiga sido como haiga sido”; dixit Calderón), se les informa, muy atentamente, que los neoliberales dejaron la totalidad del territorio mexicano sembrado de cárteles del narcotráfico.

La tesis que comúnmente esgrimen los analistas para justificar tal ocupación es la presunta “debilidad histórica” del Estado mexicano, que propició la formación de “vacíos de poder” capitalizados exitosamente por actores criminales, y que tales actores corrompieron a ciertas franjas del funcionariado nacional, ya de por sí proclives a la corrupción. En suma, que el narcotráfico proliferó por la ausencia o falla de recursos estatales –vacío o captura–. En virtud de este diagnóstico más o menos estándar, la acción disuasoria –según los “temerarios” señores de la guerra–, debía apoyarse decididamente en el elemento militar, a fin de “llenar” el vacío, y rescatar de la “captura” al “victimizado” Estado mexicano. Pero esta patraña ideológica no resiste un análisis sensato.

Esa narrativa –por cierto, muy lucrativa para los “especialistas” en seguridad– encierra por lo menos dos anomalías flagrantes: uno, omite la presencia decisiva –no tangencial– de representantes del Estado en la expansión del narcotráfico (como demuestra el caso de García Luna); y dos, soslaya el comportamiento ostensiblemente político del narcotráfico. ¿Por qué si el narcotráfico financia campañas políticas, controla territorios, ensaya comunicación con el público, invierte en infraestructura, salud, y educación, recauda impuestos, e incluso reparte despensas tal como hacen los partidos políticos, las explicaciones que a menudo invocan los especialistas no anclan en interpretaciones políticas? Si huele a pollo, sabe a pollo, ¿es de pollo?

Si. El narcotráfico es un actor político. La guerra de Felipe Calderón potenció el comportamiento político de los cárteles del narcotráfico, ya que la lógica de supervivencia propició que éstos multiplicaran las alianzas con organizaciones mayores (bancos, empresas, partidos políticos, agencias de seguridad, agrupaciones religiosas, asociaciones civiles etc.), y que transitaran un fuerte proceso de especialización militar –por cierto, con apoyo de Washington y Genaro García Luna (véase Operativo Rápido y Furioso)–.

Si. Los conservadores neoliberales, desde Carlos Salinas de Gortari y el incómodo hermano, Raúl, hasta Enrique Peña Nieto que inmoló las instituciones para encubrir a los poderosos narcos que desparecieron a nuestros 43 de Ayotzinapa, prohijaron la politización-militarización del narcotráfico mexicano.

El compromiso es desactivar a ese actor. Pero comprenderán que en 17 meses no se enmiendan 40 años de corrupción y delincuencia organizada de Estado.

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Observamos, no sin preocupación, que se irrigan por allí, en los inescrutables intersticios de los mass media, ciertas corrientes de opinión visiblemente contaminadas de información falsa. Alertamos sobre la necesidad de verificar las fuentes. Advertimos, a los medios internacionales, que la prensa mexicana anti-AMLO produce y se abastece de fake news a granel.

Estamos listos para el debate.

Endeudamiento y coronavirus: el dilema de México ante el panorama económico

Javier Buenrostro

La crisis sanitaria provocada por el coronavirus ha ido de la mano de la recesión económica más grande desde la Segunda Guerra Mundial y, en el caso de Estados Unidos, desde la Gran Depresión de 1929. Esta crisis ha sido denominada por los economistas como el "Gran Cierre" (The Great Lockdown) debido a que las fronteras de muchos países tuvieron que suspender la recepción de mercancías y personas. Algo similar ocurrió con los mercados internos, donde muchísimos negocios locales han tenido que permanecer cerrados.

A principios de mayo comenzó la reactivación de actividades en España, Italia y Francia. En el caso de México, se ha previsto una reapertura gradual, determinada por un semáforo que indicará qué actividades se permiten, de acuerdo al color vigente y acordado regionalmente. Estas cuestiones ayudan a controlar la pandemia pero están afectando severamente las finanzas nacionales, y lo más grave es que se vive una crisis de empleo que impacta directa y profundamente a las economías familiares, especialmente a las de menores ingresos.

Todo esto hace que la discusión haya girado en torno a cuál camino recorrer para que la recuperación económica sea más expedita. Existen distintos escenarios para esa recuperación y se especulan si esta se dará en forma de L, U, V o W. Otra cuestión que lleva a debate es la forma en que se debe promover esa recuperación: si con deuda pública o privada, si con subsidios y transferencias directas a los más necesitados o con créditos fiscales a las grandes empresas, con un fortalecimiento de la industria nacional, dado que el turismo no volverá a ser el de antes en el corto plazo, etc.

En el caso mexicano, hay un fuerte debate en torno a la conveniencia del Estado por tomar deuda, principalmente de los organismos internacionales, cuyas líneas de crédito son una vía para que el dólar no se hunda estrepitosamente en esta crisis. Mientras que los empresarios claman porque el Estado contraiga más deuda y los rescate, como ha ocurrido en el pasado, el presidente López Obrador se ha negado enfáticamente, debido a que una de sus principales banderas siempre ha sido impedir que la deuda pública siga creciendo como en el pasado.

¿Por qué esa reticencia (necedad, dicen los opositores) a tomar deuda? Bueno, primero por la propia historia económica mexicana, que enseña que esta ha sido un detonante para acciones fraudulentas que hacen millonarios a privados con recursos públicos. El rescate bancario de 1995, conocido como Fobaproa, permitió que las deudas privadas de unos cuantos se convirtieron en una deuda pública casi diez veces mayor al monto original, que no podrá ser cubierta antes de 2070.

Este es el problema de la adquisición de deuda en realidad: el pago de intereses. Una persona común y corriente, cuando usa su tarjeta crédito con singular alegría, suele ser consciente del monto de capital que debe pero pasa por alto los intereses que genera, y que es lo que suele complicar tanto los pagos y compromete su disponibilidad financiera en el futuro. Eso mismo ha pasado con México y muchos países, a pesar de contar con economistas aparentemente capaces.

Por ejemplo, el pago de intereses por el Fobaproa es de más del 70 % de la deuda pública, por lo que en 2019 se destinaron alrededor de 25.000 millones de dólares, solo para cumplir con esta obligación. Son 25.000 millones de dólares por intereses anuales que gana la banca privada, por un préstamo que se hizo para rescatarlos precisamente a ellos y a grandes empresarios amigos suyos. Suena paradójico, por decir lo menos, pero siendo claros: esel cinismo de la corrupción gubernamental y empresarial que pavimentó el más grande fraude en la historia de México. Todo legal, por cierto.

Después del fraude electoral de 2006, llevado a cabo por la derecha con la ayuda de las autoridades e instituciones "autónomas" del foxismo, Felipe Calderón emprendió una "Guerra contra las drogas", como manera de legitimarse ante el pueblo de México. Esta tarea se la dejó a su mano derecha en los temas de seguridad, Genaro García Luna, que el día de hoy está preso en Estados Unidos por sus vínculos con el Cartel de Sinaloa, convirtiéndose en el primer exsecretario mexicano a nivel federal procesado por narcotráfico. Para financiar a García Luna y la "Guerra contra los drogas", Calderón recurrió a un mayor deuda pública que, de 2007 a 2016, creció del 28,8 a 48,7 % del PIB, lo que significa un aumento de casi 70 % en una década.

Hoy en día, debido a la crisis económica y aun sin pedir más dinero, ya ha habido un aumento de la deuda en proporción al PIB por la fuerte contracción que tendrá este en 2020 y la depreciación del peso, que ya se ubica alrededor del 52 % del PIB. Algunos afirman que es un nivel de deuda manejable y que puede ampliarse, poniendo como ejemplo a algunos países europeos o a Japón que tiene una deuda del 200% del PIB. Olvidan de manera conveniente que, a diferencia de estas economías que utilizan endeudamiento como financiamiento para la reactivación económica, las tasas de interés aplicables a México se encuentran entre las más altas a nivel internacional, ocasionando un mayor costo financiero. Por ejemplo, Japón tiene mayor deuda pero también tiene tasas de interés negativas.

El costo financiero de la deuda en México es más de lo que se le destina a Pemex o a la Comisión Federal de Electricidad. Es dos veces el presupuesto de la Secretaría de Educación Pública y cuatro veces lo destinado a los programas sociales. Y casi todo se va al pago de intereses, por lo que la deuda permanece casi intacta.

Es la deuda de los gobiernos anteriores lo que mantiene a este gobierno atado de pies y manos para ejercer un mayor gasto social. Para evitar que el endeudamiento del gobierno mexicano y la problemática que viene de la mano de este siga creciendo como una bola de nieve, hay dos elementos claves a corto y mediano plazo. Uno es aumentar la recaudación tributaria y el otro es la reducción de las tasas de interés.

La recaudación de México es históricamente de las más bajas del continente, con solo 16% del PIB, mientras que en la actualidad el promedio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), a la que pertenece México, es del 34 %. Ya en 1960, el "Informe Kaldor" criticaba la mala recaudación que había en México, algo que no cambió en estos sesenta años. Pero el gobierno de López Obrador ha modificado esta inercia e incluso invertido la tendencia mundial en esta crisis.

En los primeros cinco meses del año, la recaudación aumentó, con todo y crisis, en un 5%, en contraste con Argentina, que cayó alrededor de un 30%, o España, que tuvo una contracción del 70%. Esta mayor recaudación tiene especial mérito porque se ha hecho sin aumentar un solo impuesto, algo que también fue una promesa de campaña de López Obrador, al menos para los primeros tres años de su gobierno. Una proyección de lo hecho hasta ahora indica que sin una crisis económica presente, la recaudación en México pudiera aumentarse entre un 20 y 25 % anual continuando por la misma ruta, sin necesidad de implementar nuevos impuestos. Con una reforma fiscal en la segunda mitad de su sexenio se podría llegar quizás hasta el doble.

Por otra parte, la reducción de las tasas de interés es responsabilidad del Banco de México, un organismo autónomo del poder ejecutivo que a lo largo del año ha recortado cuatro veces la Tasa de Interés Interbancaria de Equilibrio (TIIE) para ubicarse en la actualidad en un 5,5 %. Estas medidas son positivas pero insuficientes. El Banco de México ha estado actuando muy timoratamente o quizás protegiendo los intereses de la banca privada, porque la tasa de interés se podría colocar perfectamente en 4 o 3,5 %, de acuerdo al resto de los indicadores de la economía. Esta postura tardada y temerosa del Banco de México (probablemente solo llegue a 4,5 en un futuro cercano) está ralentizando y encareciendo la reactivación económica, por lo que una postura más decidida ayudaría mucho al grueso de los mexicanos y no solo a la banca privada.

El gobierno de López Obrador hace bien en evitar adquirir deuda que solo ataría más el futuro de México. Hay que recordar el teorema de equivalencia ricardiana, que afirma que la deuda de hoy son los impuestos de mañana. Esto además conlleva una mayor presión de gasto, por lo que hay que evitar un mayor endeudamiento hasta donde sea posible, aunque tal vez pudiera ser inevitable.