20.8.20

El T-MEC y la urgencia mexicana de pensar con cabeza propia

Isaac Enríquez Pérez

En el horizonte lejano se perpetúa la incapacidad –no sólo intelectual, sino también política– de una sociedad como la mexicana para pensar e imaginar su desarrollo sobre bases dadas por un pensamiento crítico propio que apueste a mínimos márgenes de autonomía de cara a los condicionamientos exógenos. Pensar con cabeza propia no solo es un imperativo instrumental relacionado con las decisiones públicas, sino que es una urgencia histórica de cara a la crisis civilizatoria que se cierne sobre las sociedades contemporáneas. 

Este colonialismo mental autoimpuesto por las mismas élites políticas y empresariales no sólo se limita al ámbito de las políticas públicas, sino que también se extiende a imaginarios, comportamientos, prácticas y hábitos en los que se asume que lo ajeno es «lo mejor» y que es “lo adecuado” a seguir por una sociedad dotada de rasgos sui géneris en sus necesidades, problemáticas, formas y estilos de vida. 

Las relaciones económicas y políticas internacionales sostenidas por México, evidencian –cuando menos desde hace tres décadas y media– esta tendencia. El cambio de modelo económico hacia mediados de la década de los ochenta, no solo significó la apertura respecto a los mercados internacionales, sino que representó el desmantelamiento de la política industrial, el desmonte del Estado desarrollista, la desarticulación del mercado interno y las desnacionalización de las decisiones y sectores económicos estratégicos. Este modelo económico aperturista, que se introdujo con el ingreso de México al Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT, por sus siglas en inglés) y que se afianzó con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en enero de 1994, se acompañó de la austeridad fiscal, la estabilización de las variables macroeconómicas, la privatización del sector público, y del cambio profundo en las regulaciones económicas que apuntalaron a los capitales privados volcados hacia el exterior. Los rasgos de esta modalidad de política económica se perpetúan hasta la actualidad (https://bit.ly/3j0hj1P) y lo mismo sus efectos negativos trazados en el estancamiento económico (https://bit.ly/3j1N1eR), pese a la llegada de una élite política progresista que, en el discurso, alega distanciarse de las miradas y concepciones de la racionalidad tecnocrática. 

La integración silenciosa –sea comercial, educativa, política o cultural– entre los Estados Unidos y México, es un proceso de larga data. Solo se comprende en la perspectiva histórica dada por el surgimiento de los Estados Unidos como nación hacia finales del siglo XVIII. México fue parte de la expansión territorial y de la política anexionista del vecino del norte practicada a lo largo del siglo XIX. A la par, es necesario tomar en cuenta la simbiosis entre dos macrorregiones fronterizas como la del sur de los Estados Unidos y la del norte de México. Los lazos entre ambas formaciones regionales se extendieron a lo largo del siglo XX, de tal modo que, hacia la década de los sesenta, se establecieron las primera plantas maquiladores en las tierras norteñas de la nación Azteca.  

Hacia 1993, las exportaciones de México a Estados Unidos alcanzaron –según datos de la Secretaría de Economía– un monto de 42 935 millones de dólares (mdd) –algo así como el 82,75 % del total de intercambios–; en tanto que las importaciones de México provenientes de Estados Unidos alcanzaron un monto de 48 321 mdd –74,03% del total importado. Hacia el año 2003, estas exportaciones llegaron a los 144 293.4 mdd; en tanto que las importaciones ascendieron a 105 723 mdd. De tal manera que para el año 2019 los intercambios comerciales entre ambos países –sumando exportaciones e importaciones– alcanzaron los 614 500 mdd (358 126 mdd de exportaciones desde México y 256 374 mmd en importaciones provenientes de los Estados Unidos). Un incremento del 650% entre ambos países desde 1994 hasta la actualidad. En tanto que el comercio entre México y Canadá creció en más del 800%; sin embargo, las transacciones entre estos socios es 22 veces menor que el protagonizado por los cruces de mercancías en torno al río Bravo. 

Si bien crecieron las exportaciones, los flujos de inversión extranjera directa establecidos en México, así como la transferencia tecnológica y la competitividad de los sectores y ramas económicos orientados hacia las exportaciones, ello no redundó –desde 1994– en la creación de empleos de calidad y bien remunerados. Más bien, buena parte del comercio entre ambos socios es intra-industrial o intra-firma, y no contribuye a los eslabonamientos de las cadenas productivas ni al fortalecimiento del mercado interno. Más aún, los ancestrales rezagos del campo mexicano derivaron en su colapso y en la agudización de la dependencia alimentaria en aras de privilegiar las importaciones de granos provenientes de los Estados Unidos. Salvo el aguacate y ciertas hortalizas, el resto de la producción agrícola está condicionada por el comercio internacional y por los subsidios recibidos entre los agricultores estadounidenses.  

En medio del maremágnum comercial, los grandes náufragos fueron los pequeños y medianos productores agrícolas que no pudieron competir contra los granos importados y altamente subsidiados; a su vez, se enfrentaron a la remoción de los precios de garantía y a la homogeneización de los precios de los productos agrícolas respecto a los precios internacionales. Sometidos a un destierro laboral, se vieron obligados a migrar a los campos estadounidenses o hacia la agroindustria del noroeste mexicano. Este destierro es el correlato de la dependencia alimentaria (hacia el 2018 fueron importadas 23 millones de toneladas de granos básicos) y de las epidemias de obesidad, diabetes, desnutrición e hipertensión derivadas de la drástica modificación de los hábitos de consumo y alimentación entre la población mexicana. Tan solo un indicador al respecto: para el 2015, sus habitantes consumieron diariamente, en promedio, 1 928 calorías de comida empaquetada y bebidas azucaradas (380 calorías más que en Estados Unidos) (https://nyti.ms/3f069a1).        

El otro eslabón perdido en este acuerdo comercial lo representa la libre movilidad de la fuerza de trabajo. 58 millones de mexicanos –entre documentados e indocumentados– (oficialmente se consideran entre 36 y 38 millones) radican en los Estados Unidos y contribuyen decisivamente al crecimiento económico de esa nación. Sin embargo, al ser ninguneados en los tratados comerciales y perseguidos en su vida cotidiana, se les priva de derechos en materia de educación, salud, seguridad social, así como de un tránsito seguro, certero y libre entre ambas fronteras.   

A grandes rasgos, lo que se pretendió con este tratado comercial desde sus orígenes fue reposicionar a las empresas de capitales estadounidenses –principalmente a la industrias automotriz, informática y electrónica– en el concierto de las redes empresariales globales La llegada del señor Donald J. Trump a la máxima magistratura de su país, significó –entre otras cosas– la renegociación del acuerdo comercial en aras de poner límites a los márgenes de maniobra adquiridos por las inversiones chinas que asumen a México como plataforma exportadora hacia los Estados Unidos. Ni las posibilidades de gestación de capacidades industriales y de capacidades tecnológicas estuvieron presentes a lo largo de los últimos 26 años; y ello –sin duda– impone grilletes a la posibilidad de vertebrar un proyecto de nación con mínimos márgenes de soberanía y maniobra.    

La firma y entrada en vigor del llamado T-MEC (Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá) viene a actualizar estas relaciones y simbiosis históricas entre ambos países en el concierto de las disputas geoeconómicas globales. Cabe mencionar que las tres naciones concentran el 18,3% del mercado mundial y el 16% de las exportaciones plantearías; al tiempo que acumulan un PIB de 26 billones de dólares y concentran una riqueza mundial del 20%. Y que el telón de fondo de todo ello es la decadencia de los Estados Unidos como potencia hegemónica del sistema mundial; así como la lucha, a su interior, entre dos modelos de capitalismo: el financista/globalista/aperturista regido por la especulación y el rentismo, y el industrialista/nacionalista que ganó terreno en los últimos cinco años con la exacerbación nativista, nacionalista, supremacista y proteccionista. 

La puesta en marcha del llamado T-MEC el pasado primero de julio representa, también, la actualización y profundización de las relaciones de subordinación y dependencia de México hacia el vecino del norte. No solo es la claudicación de la posibilidad de resucitar una renovada política industrial que vertebre el mercado interno, sino que significa llevar hasta sus últimas consecuencias el estatus de plataforma maquiladora y exportadora regida por la perpetuación de las políticas económicas inspiradas en el fundamentalismo de mercado. Significa el reposicionamiento territorial actualizado de las redes empresariales globales de origen estadounidense y una remozada incursión de éstas corporaciones en torno a los recursos naturales y energéticos radicados al sur del río Bravo; así como en torno al trasiego de drogas y armas entre ambos países. 

Esto es, se trata de un acuerdo comercial proteccionista y extractivista para re-lanzar a las subsidiadas corporaciones estadounidenses –altamente contaminantes, por cierto– hacia el festín que representan las semillas nativas, el agua potable, las riquezas mineras, el litio –en tanto la energía del nuevo patrón tecnológico que se avecina– y los hidrocarburos como el gas y el petróleo. Con el agregado de que los grandes proyectos de infraestructura del actual gobierno mexicano –el Tren Maya y el Corredor Transístmico o Interoceánico– romperán con el carácter de espacio de reserva de la macrorregión Sur-Sureste de México al insertarla de manera definitiva en el patrón de acumulación extractivista y depredador del territorio, la naturaleza y de los bienes comunes. 

El otro gran tema relacionado con el T-MEC es el laboral. Es de llamar la atención que el grito desesperado en torno al llamado dumping laboral (competencia desleal) proviniese del gobierno estadounidense ante los persistentes salarios bajos percibidos por los trabajadores mexicanos, y que signan la desigualdad salarial en América del Norte –especialmente en el sector de la industria manufacturera. Los bajos salarios, desde 1994, fueron –junto con la cercanía geográfica y la dotación de infraestructura básica– el principal incentivo para el establecimiento de la inversión extranjera directa en México. Al tiempo que conformaron el principal mecanismo para la transferencia de excedentes desde México hacia los Estados Unidos. Y en esto –junto con la laxitud o ausencia de regulaciones ambientales– fueron obsequiosas las élites político/tecnocráticas de los sexenios previos. 

En 1993, Al Gore –entonces Vicepresidente de los Estados Unidos– comparó al NAFTA (TLCAN) con la compra, en 1803, de la Louisiana y con la adquisición de Alaska en 1867 (https://lat.ms/39qyk0E). De esa magnitud es el posicionamiento corporativo estadounidense en el territorio, infraestructuras, ferrocarriles, recursos naturales, y mano de obra mexicanos. El actual T-MEC extenderá estas pretensiones y representará un grillete más a la histórica dependencia comercial, financiera y tecnológica de México respecto al vecino del Norte.  

Pensar con cabeza propia el desarrollo nacional no es un asunto baladí, ni un mero ornato intelectual o academicista. Y menos lo es tratándose del diseño y ejercicio de políticas públicas que afectan a millones de mexicanos en el contexto de la reconfiguración de las relaciones económicas y políticas internacionales contemporáneas. Para una nación subdesarrollada como la mexicana –con sus ancestrales desiguales sociales y regionales–, ello supone un nuevo pacto social que reivindique –más allá del tradicional entreguismo– la necesidad de (re)pensar y reconfigurar el tipo de relación que se sostiene con los Estados Unidos.  

El actual gobierno federal argumentó que ante la amenaza de aranceles augurada por el señor Trump como respuesta a la laxitud de la política migratoria mexicana en la frontera sur, no restaba más que ceder a sus pretensiones, pues de lo contrario la economía nacional colapsaría. La realidad es que siempre existen alternativas –y no precisamente la sumisión y el envío de un muro cuasi militar a esta frontera. Las alternativas supondrían explorar y potenciar los 13 tratados comerciales que México tiene suscritos con 50 países; los 32 Acuerdos para la Promoción y Protección Recíproca de las Inversiones (los llamados APPRIs) ostentados con 33 países; y los 9 acuerdos de alcance limitado (Acuerdos de Complementación Económica y Acuerdos de Alcance Parcial) que son parte de la Asociación Latinoamericana de Integración. La diversificación comercial –y no la dependencia comercial en un 80 o 90% respecto al vecino del norte– marcaría la pauta para un reposicionamiento y una inserción más ventajosa de México en los mercados internacionales; al tiempo que abriría el camino para que una Cuarta Transformación real se exprese en la remoción –o, en su defecto, la reconfiguración– de la institucionalidad y entramados jurídicos desprendidos del TLCAN y del T-MEC, los cuales pesan como una enorme lápida sobre cualquier posibilidad de vertebrar un proyecto de nación a partir de la soberanización de las decisiones económicas. Lo contrarío –como hasta ahora– será la perpetuación de la larga noche neo-liberal que el discurso oficial dio por terminada; así como la renuncia a toda posibilidad de articular una política industrial fundamentada en decisiones autónomas. 

Más aún, mirar al T-MEC como ese tanque de oxígeno que reflotará a la economía mexicana ante el azote de la pandemia, no solo es continuar en el mismo sendero de la dependencia comercial, sino tirarse un balazo en el pie y luego intentar correr con el daño autoinfligido. Es de una cortedad de miras por la obsesión de las élites políticas a aferrarse a los Estados Unidos como única opción en el concierto de la economía mundial, y por la incapacidad para explorar otros mercados. No solo estrecha los lazos asimétricos entre Estados Unidos y México; sino que inhibe toda posibilidad de estructurar un tejido empresarial propio y de detonar procesos de desarrollo que equilibren los endógeno con lo exógeno. 

Isaac Enríquez Pérez es académico en la Universidad Nacional Autónoma de México

7.8.20

Preguntas antipedagógicas a la televisión

Daniel Sixtos


Los hombres no se hacen en el silencio, sino en la palabra, en el trabajo, en la acción, en la reflexión
Paulo Freire

Al menos diez años para que una vacuna efectiva permita vencer (¿podría?) al SARS-COV2 sería posible. Tal vez dentro de 10 años este artículo pierda total vigencia al dirigirse a una industria reprogramada, de inteligencias artificiales en nacimiento y algoritmos instrumentales que poco o nada comprenderán de la memoria histórica. A diez años de una transfiguración social, modificación de esquemas cognitivos y con ello, patrones de conducta sumamente asequibles a las ideas del emprendedurismo, la idea de la producción de riqueza y la desaparición del área de humanidades como distractor del proyecto de progreso y avance tecnológico hacia más allá de la modernidad (posmodernidad, hiperrealidad, escoja la que mejor le ajuste). Voltear a ver el panorama de las decisiones de Shinzo Abe, ministro de Japón y la apuesta a olvidar los horribles sucesos de Hiroshima y Nagasaki, olvidar la paciencia del cucú para golpearlo hasta que cambie de opinión.

Reconfiguración del panorama geopolítico internacional: presidentes impunes en la imagenología y con órdenes de aprehensión o procesos en turno para aprehenderlos; la comunidad afroamericana (en todo el conjunto de Nuestra América) reescribiendo y tomando su historia en las manos y escribiéndola de frente al sol; mujeres de muchos colores y memorias insípidas, áridas, violentadas y repudiadas alzándose como una gran marea, una muy verde, que recuerda su capacidad de romper entre olas, las piedras más imperiosas que tratan de colocarse en su camino y dictarle lo que se debe de hacer y no con sus cuerpos y, aún peor, con sus vidas; las grandes segregaciones en Nuestra América donde el color de la piel rige los mandatos de una nación, donde ocupa cargos de privilegios, donde se escribe la historia estética y ética de acuerdo a las costumbres de lo “civilizado” y aquello que represente suciedad, pobreza, debe ser relegado a la flojera, lo inaceptable, lo ridículamente vivo; países y empresas que se permiten así mismas administrar el país para el beneficio de muy pocos particulares y mantener viva su estirpe hasta el final de los tiempos sin importar que en medio de esos procesos violentos, en su mayoría, sean lxs de siempre, los que pongan el cuerpo y las lágrimas; desaparecidxs que nadie en las estructuras sociales les importan, cuyas indagatorias corren a favor de sus familias con la suerte de encontrar la muerte a su paso por la incompetencia o simplemente, por la indiferencia del Estado ante la división de clases; la historia de cientos, miles de hombres que creen en la idea irracional de transgredir la integridad de la mujer por un instinto involucionado de superioridad y cuyas muertes, sin importar donde sea: centros comerciales, baldíos, residencias y/o departamentos lujosos, casas, donde sea porque “no supieron lo que hacían en ese momento”, como si la inconsciencia cognitiva fuera la justificación para callar una vida; una historia de más de 500 años de explotación, hegemonía sobre aquéllos cuya forma despectiva de “indios” recuerda el pasado del cual uno desea olvidar y vivir bajo la idea modernizante del constructo eurocentrista, aplastando el pasado de cosmovisiones que un día vieron el amanecer de los de siempre y caminaron en la tierra, contando y construyendo su propia historia. Países donde no importan las palabras y la silueta que los transmuta de oídos en odios para endulzar la vida y generar alegría, sino la producción desmedida, la acumulación de riquezas, el consumo personalizado y específico, transitorio de un sistema de objetos modernizantes y de un standing respetable; mitomanía egocentrista para vender la idea de que la vida de unos vale más que la de otros y por eso merece el exterminio, que recorre prácticamente todos los continentes, derramando mares de sangre, sufrimiento, indiferencia; veladas de información y análisis del por qué uno debe de emprender para avanzar, lxs que puedan, lxs que quieran, lxs que tengan lo que se necesita, porque, debemos empezar por aceptar lo que se guarda en el silencio del olvido: el éxito no es para todxs.

Y si Estaban Moctezuma, Jenaro Villamil, o el propio presidente del México, Andrés Manuel López Obrador, han encontrado una respuesta ante la inoperancia que representa colocar la educación en manos de los particulares mercantes de los medios de comunicación, otrora los “traidores de la patria, la mafia en el poder”, las siguientes preguntas a esos personajes serán justas y necesarias para conciliar un diálogo con maestrxs, madres y padres de familia que no han sido llamado al concilio (tal vez porque sencillamente, no les interesa su presencia) de la nueva propuesta de un híbrido sin pies ni cabeza, pero que refleja a los tigres de papel, probablemente puedan responder cómo le mostrarían la historia, la historia de los pueblos a las generaciones en su intento de privatización completa de la educación (tal vez a través de una nueva muy reformada educación muy a lo 4.0) como lo vienen intentado desde hace años para reproducir al servicio de las empresas una educación sin un criterio científico, análisis críticos, sentipensantes de la realidad, aventureros de la vida y experimentadores de la realidad, de las emociones del apoyo social, de la compartición del principio de la reproducción de aprendizaje social, de la solidaridad. Una educación exclusiva de su contenido y visualizando que la forma es fondo, una educación de modelo mecanizado empresarial.

¿Cómo la TV podría mostrarles a lxs estudiantes que han sido los medios de comunicación el gran artista hegemónico dictador de las realidades donde se vale reír y ver lo positivo de la vida, sin un análisis crítico de los sistemas de telecomunicaciones?

¿Cómo explicarles que su educación sexual y muchas más corren el riesgo de verse atadas por la razón instrumental y la despersonalización de cada individuo hacia repetidores banales del discurso y sin capacidad de análisis, justificados por un pin parental de cogniciones reaccionarias y temores injustificados?

¿En qué curricular o programa de televisión o radio les mostrarán las violaciones hacia los derechos humanos cometidas por el Estado, avalada y protegida por la televisión y despojados de todo derechos y garantía individual en los tiempos presentes?

¿Cómo les decimos que prefirieron sacrificar a quien pudiera salvarse, en su nueva versión de darwinismo social con el objetivo de construir una nueva normalidad donde las clases atrasadas queden en el pasado y las castas privilegiadas sigan dominando la agenda nacional?

¿Cómo les decimos a esxs estudiantes que ellos son lxs olvidados en esta readaptación de Buñuel?

¿Cómo explicarles que los feminicidios se han desarrollado por las condiciones de corrupción, impunidad y las desigualdades sociales si la televisión se ha encargado de naturalizarlas y perseguirlas como un objeto de explotación comercial a través de la hipersexualización?

¿Cómo explicar que su futuro se encuentra delimitado sobre las competencias, un riguroso proceso de selección donde los menos competentes tendrán que ser sacrificados para poder avanzar en una sociedad progresista, tecnológica, innovadora malinterpretada por el beneficio de unos pocos y su necesidad inconscientemente automática de acumulación de poder, en relaciones de poder?

¿Cómo decir que la memoria es importante si apuestan por la repetición de contenidos a sangre y fuego, al pie de la letra de una suerte antipedagógica constante?

¿Cómo hablar de una educación donde el privilegio de su apertura solo será a una población de condiciones privilegiadas de internet y luz, en tanto que un grueso de la población tendrá que abandonar la educación por una economía precaria, por la falta de internet, electricidad, es decir, por el olvido sistemático del Estado?

¿Cómo hablar de una enseñanza, si en sus presupuestos está la apuesta de herramientas pedagógicas de la opresión y de la rigidez instrumental?

¿Cómo explicarles que, en los intentos de la desvalorización de la necesidad de lxs maestrxs, pese a lo que diga Moctezuma, intentan modificarlos por ideas de facilitadores muy a lo new age entrepreneur y decirle adiós a esa docencia presencial?

¿Quién y en qué momento se anunciará a todxs ellos que el futuro se vendió a particulares para salir de una situación complicada para colocarse en la situación indicada para la oligarquía del país?

¿Instruirán en sus clases que el mal llamado Tren Maya acabará con ecosistemas de forma gradual, impulsará el desplazamiento de decenas de comunidades para respetar acuerdos con particulares privados que no les importa la vida sino la ganancia de dólares y de pesos?

¿Cómo le enseñamos a los educandos la importancia de escuchar si se unifican criterios en base a empresarios, mas no a especialistas en educación, maestros, padres de familia?

¿Se enseñará que fueron las televisoras las que ocultaron las masacres de Tlatelolco, violación tumultuaria de mujeres en Atenco o la caída sorprendente de las elecciones de 1988?

¿Se les dirá que hay un trueque sobre pensamiento crítico por medidas de obediencia social?

¿Acaso se comentará en los programas de tv y de radio la gran muerte de la tv pública por la tv privada y los acuerdos de tiempo escritos en la memoria y arreglados en la eterna realidad del juego político?

¿En qué momento se perderá la motivación, la interacción social, las alegrías, las bromas, las risas, las tristezas en medio de los inicios de la digitalización de la educación en todo su contexto?

¿Sabrán las mamás y papás que sus hijos son ahora clientes digitales y con ello un intento de deshumanización en marcha?

¿Sabrán la problematización de la conversión de la educación presencial en una digital donde se desvanece el proyecto de educación por el proyecto de competencia, de servicio hacia los de arriba?

¿Sabrán que ahora sus mentes les pertenecen, su vida será observada y su futuro inexistente?

¿Sabrán que se cambia el Conde de Montecristo por la Rosa de Guadalupe 2.0?

¿Algún día conocerán que la historia de sus pueblos fue olvidada por la sociedad del entretenimiento? ¿Vendrá en alguna cápsula de Televisa, Tv Azteca, Milenio o Imagen? ¿Sabrán quiénes y qué representan estas empresas de monopolio de más de un giro comercial? ¿Les inculcarán el conocimiento de la genealogía política y porque ganan siempre los de apellido raro, cara blanca, y elitistas socialmente responsables?

¿Se enseñará las luchas constantes y fundamentales de las universidades que pelearon para conseguir una educación gratuita, pública y en beneficio de la sociedad, no de las empresas?

¿Se rendirá pleitesía a Gates, Jobs, Musk como los paladines de la nueva libertad, democracia y héroes de la tecnología y su entramado espionaje de información?

¿Intentarán una vez más ahogar el recuerdo de Cabañas, Vázquez, Freire, Gramsci, Galeano?

¿Les dirán que los sueños se luchan frente a una hiedra capitalista que no le interesan los sueños, sino muerte y destrucción?

¿Enseñarán en la tv que la solidaridad, la organización comunitaria, la autogestión seguirán siendo nuestras herramientas para contrarrestar la manipulación digital?

¿Algún día podrán hacer que olvidemos nuestro rostro?

¿Sabrán que lo importante, fundamentalmente importante es un sentido nóstrico para saber cómo avanzamos en lo colectivo? ¿O simplemente seguirán siendo pragmáticamente disfuncionales?

¿Sabrán que para Esteban Moctezuma la idea de una pedagogía de liberación, de pueblos indígenas es inaceptables como lo demostró en su acción en el 1995?

¿Se mostrará en las currículas empresariales lo sucedió en Acteal, ¿Aguas Blancas, Tlatelolco, Ayotzinapa, Atenco como medidas de control social de la superestructura del Estado?

¿Se enseñará que la dignidad no tiene precio y que por ella vale la pena luchar para quitar las cadenas invisibles de opresión?

Tantas preguntas antipedagógicas a la televisión que solo cambia de canal para mostrar las respuestas que, creen, nos gustaría escuchar…