9.1.22

En curso, un nuevo totalitarismo global capitalista seudomédico: C. J. Hopkins

Carlos Fazio
 

Según C. J. Hopkins estamos asistiendo al nacimiento de una nueva forma de totalitarismo.

“No el ‘comunismo’. No el ‘fascismo’. El totalitarismo global-capitalista. Totalitarismo seudomédico. Totalitarismo patologizado. Una forma de totalitarismo sin dictador, sin ideología definible. Un totalitarismo basado en la ‘ciencia’, en los ‘hechos’, en la ‘realidad’ que él mismo crea”.

Un totalitarismo patologizado de vigilancia y control total de libro de texto, impulsado por las clases dominantes del capitalismo global mediante eslóganes repetidos de manera sistemática, que está transformando a la sociedad en una distopía totalitaria, donde las intervenciones médicas invasivas obligatorias (inyecciones en fase de pruebas clínicas de efectos desconocidos) y los documentos de acatamiento digital (como el pasaporte Covid) son comunes, pero que no puede mostrarse como lo que es, ni siquiera como autoritarismo. Es decir, no puede reconocer su naturaleza política: Para existir, no debe existir. Y sobre todo, debe borrar su violencia y presentarse ante las masas aterrorizadas y sumidas en una histeria sin sentido como una respuesta esencialmente benéfica a una crisis de salud pública global.

Autor de Zone 23, una novela satírico-distópica editada en 2017 que anticipó mucho de lo que hemos vivido en los últimos dos años, C. J. Hopkins, escritor, dramaturgo y ensayista estadunidense residente en Berlín desde hace más de tres lustros, ha publicado una serie de artículos sobre la nueva normalidad en su portal Consent Factory (Fábrica del consentimiento), en alusión al modelo de propaganda descrito por Noam Chomsky y Edward Herman y su uso para manufacturar el consentimiento masivo mediante la falsificación sistemática de hechos y realidades. Como crítica satírica, su símbolo es un triángulo rojo invertido (similar al de los uniformes de los presos políticos y miembros de la resistencia en los campos de concentración nazis) con una letra U negra en el centro, que significa Unvaccinated (No vacunado).

Ésa es su forma de expresar su oposición al sistema de segregación totalitario y seudomédico. Al respecto, señala que los medios de comunicación corporativos y estatales, líderes gubernamentales, funcionarios de la salud y los fanáticos que chillan en las redes sociales han lanzando una implacable propaganda oficial que demoniza a los no vacunados, los nuevos Untermenschen oficiales (subhumanos en la teoría biológico-médico-científica de la higiene racial nazi); una subclase de otros infrahumanos que las masas de la Nueva Normalidad están condicionados a odiar. (La gran purga de la Nueva Normalidad, Contrarrelatos, 24/X/2021).

Tomando como referencia países como Austria, Alemania, Francia, Italia, Inglaterra, Australia y Estados Unidos, describe a los New Normals (Novo Normales, a quienes primero llamó corona-totalitarios) como miembros de un movimiento totalitario y sicópata que adhiere a la ideología oficial y demoniza y persigue a cualquier persona que se desvíe de la narrativa impuesta por las autoridades sanitarias mundiales. Quien no se ajuste a la nueva realidad está siendo purgado, despersonificado, lanzado a un agujero negro, eliminado.

En Introducción al totalitarismo patologizado, Hopkins señala que en noviembre pasado, el “gobierno de la New Normal/Austria decretó que, a partir de febrero próximo, las inyecciones de ARNm (aún en fase de pruebas clínicas) serán obligatorias, para combatir un virus que causa síntomas similares a los de una gripe, de leves a moderados (o ningún síntoma) en más de 95 por ciento de los infectados y con una tasa general de letalidad por infección de 0.1 a 0.5 por ciento. (Ver: Pathologized Totalitarianism 101 [101 designa curso introductorio en EU], 22/XI/2021, y Ioannidis: WHO-BLT.20.265892).

La secta covidiana de GloboCap

Rechaza ser un teórico de la conspiración, negacionista del covid, antivacunas y se define como un hombre con principios que valora la libertad y siente que no está preparado para adentrarse suavemente en la noche globalizada, patologizada-totalitaria. Afirma que la pandemia apocalíptica del coronavirus fue un caballo de Troya para introducir la Nueva Normalidad y que hay que hacer visible su violencia, es decir, enmarcar esa lucha en términos político-ideológicos y no en los términos seudomédicos propagados por la narrativa oficial de covid.

Sostiene Hopkins: “Ésta es una lucha para determinar el futuro de nuestras sociedades. Ese hecho es el que las clases dominantes del capitalismo global (satíricamente GloboCap) están decididas a ocultar. El despliegue de la Nueva Normalidad fracasará si se percibe como político (es decir, una forma de totalitarismo)”. Agrega que la narrativa oficial seudomédica es el escondite hermenéutico que lo hace inmune a la oposición política, por lo que hay que negarle ese reducto perceptivo y exhibirlo como lo que es: una forma patologizada de totalitarismo.

Señala que “la esencia del totalitarismo −independientemente de los disfraces y la ideología que lleve− es el deseo de controlar completamente la sociedad, cada aspecto de la sociedad, cada conducta y pensamiento individual”. Y añade que “todo sistema totalitario, ya sea una nación entera, una minúscula secta o cualquier otra forma de cuerpo social, evoluciona hacia este objetivo inalcanzable… la transformación ideológica total y el control de cada elemento de la sociedad. Esa búsqueda fanática del control total, la uniformidad ideológica absoluta y la eliminación de toda disidencia es lo que hace que el totalitarismo sea totalitario”.

A partir de octubre de 2020, Hopkins publicó una serie de ensayos que denominó La secta covidiana (The Covidian Cult), donde examina al totalitarismo New-Normal (es decir, patologizado), como un culto a gran escala, a escala social, analogía válida para todas las formas de totalitarismo, pero en especial para el totalitarismo de la Nueva Normalidad, la primera forma global de totalitarismo en la historia.

Dice que una de las características del totalitarismo es la conformidad masiva con una narrativa oficial sicótica. No una narrativa oficial normal, como la de la Guerra Fría o la Guerra contra el Terror, sino una narrativa delirante que tiene poca o ninguna conexión con la realidad y se contradice con la preponderancia de los hechos. Apunta que el nazismo y el estalinismo son los ejemplos clásicos, pero el fenómeno se observa mejor en las sectas y otros grupos sociales subculturales como la familia Manson, el Templo del Pueblo de Jim Jones, la Iglesia de la Cienciología o Heaven’s Gate, cada uno con su propia narrativa oficial sicótica: Helter Skelter, el Comunismo Cristiano, Xenu y la Confederación Galáctica, etcétera.

Plantea que mirando desde la cultura dominante (o hacia atrás en el tiempo en el caso de los nazis), la naturaleza delirante de esas narrativas es claramente obvia para la mayoría de personas racionales. Lo que mucha gente no entiende es que para aquellos que caen presa de ellas, ya sean miembros individuales de una secta o sociedades totalitarias enteras, “esas narrativas no se registran como sicóticas. Al contrario, se sienten completamente normales. Todo en su ‘realidad’ social refuerza y reafirma la narrativa, y cualquier cosa que la desafíe o contradiga se percibe como una amenaza existencial”.

Sustenta que esas narrativas son invariablemente paranoicas y presentan a la secta como amenazada o perseguida por un enemigo maligno o una fuerza antagonista, de la que sólo la conformidad incuestionable con la ideología de la secta puede salvar a sus miembros. Poco importa que ese antagonista sea la cultura dominante, los terapeutas corporales, los judíos o un virus. La cuestión no es la identidad del enemigo. La cuestión es la atmósfera de paranoia e histeria que genera la narrativa oficial, que mantiene a los miembros de la secta (o a la sociedad) sumisos.

Y dice que por eso tanta gente −personas capaces de reconocer fácilmente el totalitarismo en sectas y países extranjeros− no puede percibir el totalitarismo que está tomando forma ahora, justo delante de sus narices (o, más bien, en sus mentes). Tampoco pueden percibir la naturaleza delirante de la narrativa oficial del covid-19, al igual que aquellos en la Alemania nazi fueron incapaces de percibir lo delirante que era la narrativa oficial sobre la raza superior. Esas personas no son ignorantes ni estúpidas. Han sido iniciadas con éxito en una secta, que es esencialmente lo que es el totalitarismo, aunque a escala social.

Hopkins afirma que la iniciación en la secta covidiana comenzó en enero de 2020, cuando autoridades médicas y los medios corporativos activaron el Miedo, con proyecciones de cientos de millones de muertes y fotos falsas de gente falleciendo en las calles. El condicionamiento sicológico continuó durante meses: “Las masas mundiales han sido sometidas a un flujo constante de propaganda, histeria fabricada, especulación salvaje, directivas contradictorias, exageraciones, mentiras y efectos teatrales descarados. Bloqueos, hospitales de campaña y morgues de emergencia, personal sanitario bailando y cantando, camiones de la muerte, unidades de terapia intensiva desbordadas, bebés muertos de covid, estadísticas manipuladas, cuadrillas de acosadores uniformados armados, mascarillas, pruebas constantes…”.

Cita que en agosto de 2020, el jefe del Programa de Emergencias Sanitarias de la Organización Mundial de la Salud confirmó básicamente una tasa de mortalidad infantil de 0.14 por ciento, aproximadamente la misma que la de la gripe estacional. Y tasas de supervivencia superiores a 99.5 por ciento en personas de 50 a 69 años y de 94.6 por ciento en personas de más de 70. En abril de 2021, Hopkins escribió que a pesar de la ausencia de cualquier evidencia científica real de una plaga apocalíptica (y la abundancia de pruebas en contrario), millones de personas siguen comportándose “como si se tratara de una plaga (y) como miembros de una enorme secta de la muerte, paseando en público con mascarillas de aspecto médico, repitiendo robóticamente perogrulladas vacías, torturando a niños, ancianos y discapacitados, exigiendo que todo el mundo se someta a inyecciones de peligrosas ‘vacunas’ experimentales y, en general, actuando de forma delirante y sicótica”.

Para oponerse a la nueva forma de totalitarismo en ciernes se necesita comprender en qué se parece y se diferencia de los sistemas totalitarios anteriores. Dice C. J. Hopkins: Las similitudes son obvias: la suspensión de los derechos constitucionales, gobiernos que mandan por decreto, la propaganda oficial, los rituales de lealtad pública, la ilegalización de la oposición política, censura, segregación social, cuadrillas de acosadores uniformados armados que aterrorizan al público, etcétera.

Pero las diferencias no son tan obvias. Sostiene que el totalitarismo New Normal se diferencia fundamentalmente de los totalitarismos del siglo XX en términos de su ideología, o aparente falta de ella. “Mientras que el totalitarismo del siglo XX era más o menos nacional y abiertamente político, el totalitarismo New Normal es supranacional y su ideología es mucho más sutil. La Nueva Normalidad no es el nazismo ni el estalinismo. Es un totalitarismo capitalista global, y el capitalismo global no tiene una ideología, técnicamente, o mejor dicho, su ideología es la ‘realidad’ ”.

Pero la diferencia más significativa es cómo el totalitarismo de la Nueva Normalidad patologiza su naturaleza política, haciéndose efectivamente invisible y, por lo tanto, inmune a la oposición política. Mientras que el totalitarismo del siglo XX usó su política en la manga, el totalitarismo New Normal se presenta como una reacción no ideológica (es decir, tecnocrática, suprapolítica) a una emergencia de salud pública global”. Y, por lo tanto, sus características totalitarias clásicas (por ejemplo, la revocación de los derechos y libertades básicos, la centralización del poder, gobernar por decreto, la vigilancia policial opresiva de la población, la demonización y persecución de una clase bajo la figura del chivo expiatorio, la censura, la propaganda, etc.) no se ocultan, porque son imposibles de ocultar, sino que se recontextualizan en una narrativa oficial patologizada.

Así, los Untermenschen (subhumanos) de la Alemania nazi se convierten en los no vacunados. Los alfileres de solapa con esvástica se convierten en máscaras de aspecto médico. Los documentos de identidad arios se convierten en pases de vacunación. Las restricciones sociales irrefutablemente insensatas y los rituales obligatorios de obediencia pública se convierten en confinamientos, distanciamiento social, etc. El mundo está unido en una guerra total goebbelsiana, no contra un enemigo externo (es decir, un enemigo racial o político), sino contra un enemigo patológico interno.

Añade que esa narrativa oficial patologizada es “más poderosa (e insidiosa) que cualquier ideología, ya que funciona no como un sistema de creencias o ethos, sino como una ‘realidad’ objetiva”. No se puede discutir ni oponerse a la realidad. “La ‘realidad’ no tiene oponentes políticos. Aquellos que desafían la ‘realidad’ son ‘locos’”, es decir, teóricos conspiparanoicos, antivacunas, negadores del covid, extremistas. Y, por lo tanto, la narrativa de la Nueva Normalidad también patologiza a sus oponentes políticos y los despoja de legitimidad política mientras proyecta su propia violencia sobre ellos.

Según Hopkins, como en toda sociedad totalitaria, en la sociedad de la Nueva Normalidad el miedo y la conformidad serán omnipresentes. A diferencia de la ideología racializada de los nazis, la ideología y la simbología de la Nueva Normalidad serán patológicas: “El miedo a la enfermedad, la infección y la muerte y la atención obsesiva a los asuntos de salud dominarán todos los aspectos de la vida. La propaganda paranoica y el condicionamiento ideológico serán omnipresentes y constantes. Todos se verán obligados a usar mascarillas para mantener un nivel constante de miedo y una atmósfera omnipresente de enfermedad y muerte, como si el mundo fuera una gran sala de enfermedades infecciosas (…) Así como los nazis creían que estaban librando una guerra contra las ‘razas subhumanas’, los Nuevo Normales librarán una guerra contra las ‘enfermedades’ y contra cualquiera que ponga en peligro la salud pública al desafiar su narrativa ideológica”. (Ver Hopkins, “La invasión de… los ‘Nuevos Normales’”, 10 de agosto de 2020).

La guerra de la propaganda

C. J. Hopkins sostiene que todos los sistemas totalitarios de la historia han utilizado el poder de la propaganda visual para generar una nueva realidad, una que reifica su ideología oficial, rehaciendo el mundo a su propia imagen paranoica. Dice que el totalitarismo New Normal no es una excepción.

En su texto La guerra de la propaganda (y cómo combatirla) toma como ejemplo al periódico londinense The Guardian –socio de fundaciones de plutócratas como Rockefeller, Gates y Soros− del 17 de julio de 2021, y tras reproducir una serie de notas e imágenes sobre la pandemia del covid-19 señala que no se trata simplemente de periodismo tendencioso o sensacionalista: es propaganda oficial sistemática, no diferente de la difundida por cualquier otro sistema totalitario a lo largo de la historia. Pide olvidarse del contenido de los artículos y observar el efecto visual acumulado, y dice que se trata menos de hacernos creer cosas, de crear una realidad oficial e imponerla a la sociedad por la fuerza. “Cuando se trata de conjurar una nueva ‘realidad’, las imágenes son herramientas extremadamente poderosas, tanto o más que las palabras”. (Contrarrelatos, 20 de julio de 2021).

Señala que el objetivo de ese tipo de propaganda no es simplemente engañar o aterrorizar al público: “Eso es parte de ello, por supuesto, pero la parte más importante es obligar a la gente a mirar estas imágenes, una y otra vez, hora tras hora, día tras día, en casa, en el trabajo, en las calles, en la televisión, en Internet, en todas partes. Es así como creamos la ‘realidad’”.

Esa es, también, la razón por la que las máscaras obligatorias han sido esenciales para el despliegue de la ideología de la Nueva Normalidad. Afirma Hopkins: “Obligar a las masas a llevar máscaras de aspecto médico en público fue una jugada maestra de propaganda. Sencillamente, si puedes obligar a la gente a vestirse como si estuviera yendo a trabajar en la sala de enfermedades infecciosas de un hospital todos los días durante meses… ¡listo! Tienes una nueva ‘realidad’… una nueva ‘realidad’ patologizada-totalitaria; una ‘realidad’ paranoica-sicótica, parecida a una secta, en la que las personas antes semirracionales han sido reducidas a lacayos parlanchines que tienen miedo de salir a la calle sin permiso de ‘las autoridades’ y que están inyectando a sus hijos con ‘vacunas’ experimentales”.

Añade que el mero poder de la imagen visual de esas máscaras, y el verse obligados a repetir el comportamiento ritual de ponérselas, ha sido casi irresistible. Afirma: “El hecho es que la gran mayoría del público ha estado realizando robóticamente ese ritual teatral, y acosando a los que se niegan a hacerlo, y así simulando colectivamente una ‘plaga apocalíptica’. Los Novo Normales no se están comportando así porque sean estúpidos. (Lo hacen) porque están viviendo en una nueva ‘realidad’ que ha sido creada para ellos en el transcurso de los últimos meses por una masiva campaña de propaganda oficial, la más extensa y efectiva en la historia de la propaganda”.

Según Hopkins, la gran mayoría de los obedientes Nuevos Normales no son fanáticos totalitarios: “Están asustados, y son débiles, así que siguen órdenes, ajustando sus mentes a la nueva ‘realidad’ oficial. La mayoría de ellos no se perciben a sí mismos como adherentes de un sistema totalitario o como segregacionistas, aunque eso es lo que son. Se perciben como personas ‘responsables’ que siguen ‘directivas sanitarias’ sensatas para ‘protegerse’ a sí mismos y a los demás del virus y de sus ‘variantes’ mutantes en constante multiplicación”.

¿Cómo se llegó a ese estado de cosas? A través de un programa de cambio de comportamiento, dice Hopkins, en el que millones de personas en el mundo no son conscientes de la agenda final ni del contenido completo del paquete. “Se les bombardeó con una propaganda aterradora, se les encerró, se les despojó de sus derechos civiles, se les obligó a llevar mascarillas en público, a realizar absurdos rituales de ‘distanciamiento social’, a someterse a constantes ‘pruebas’ (...) Cualquiera que no cumpla con ese programa de cambio de conducta o que desafíe la veracidad y racionalidad de la nueva ideología es demonizado como un ‘teórico de la conspiración’, ‘negacionista del covid’, ‘antivacunas’”.

Pero para rehacer el mundo en su imagen paranoica, para remplazar la realidad con su propia ‘realidad’, las clases dominantes de GloboCap −plantea Hopkins− echaron mano de la fuerza de la policía y el ejército, de los medios de comunicación masiva hegemónicos, de los expertos y científicos, de la academia y la industria cultural. De toda la maquinaria de fabricación de ideología.

Para él no hay nada sutil en ese proceso. Normalmente, lo que se requiere para que las sociedades se acostumbren a nuevas realidades es una crisis, una guerra, un estado de excepción o… una pandemia mundial mortal. Durante el cambio de la vieja realidad a la nueva realidad, la sociedad se desgarra. La vieja realidad se está desmontando y la nueva aún no ha ocupado su lugar. Se siente como una locura y, en cierto modo, lo es. Dice que ese periodo es crucial para el movimiento totalitario. Necesita negar la vieja realidad para implementar la nueva, y no puede hacerlo con la razón y los hechos, así que tiene que hacerlo con miedo y fuerza bruta. Necesita aterrorizar a la mayoría de la sociedad y sumirla en un estado de histeria masiva sin sentido, que pueda volverse contra aquellos que se resisten a la nueva realidad.

Las clases dominantes y los medios corporativos a su servicio conocen los hechos y saben que éstos contradicen sus narrativas. Pero a ellos no les importa, porque no se trata de hechos sino de poder, dice Hopkins. Así es como se fabrica la realidad no sólo en los sistemas totalitarios, sino en todo sistema social organizado: Los que están en el poder instrumentalizan a las masas para imponer la conformidad con su ideología oficial. El totalitarismo es sólo su forma más extrema y peligrosamente paranoica y fanática. No es un debate civilizado sobre hechos, es una pelea. Y hay que actuar.