18.5.13

Canadá y la nueva visión de los vencidos mexicanos

José Carlos Ruiz Guadalajara
 
En su célebre biografía de Gandhi, Louis Fischer resumió el concepto de libertad que orientó la acción no violenta del Mahatma: para que la Independencia de India fuera posible, era necesaria la transformación interior de los indios y su redención social a través del trabajo constructivo, único camino hacia la verdadera libertad política. Para Gandhi, la idea de que el dominio inglés sobre el Indostán se ejercía sólo por la espada era equivocada; los indios propiciaban su propia dominación y fortalecían con sus enfrentamientos la sujeción británica; la liberación comenzaba por el trabajo interno.

Fischer también hizo referencia a Tagore cuando éste señaló que las cadenas de India estaban hechas por ella misma. Lo planteado por Gandhi y Tagore nos traslada al universal dilema sobre la forma en que los dominados han colaborado con sus dominadores desde la Antigüedad hasta nuestros días. Las explicaciones suelen ser complejas y sorprendentes, como en el caso de la nueva conquista de México por Canadá a través de sus corporaciones especializadas en el saqueo de metales preciosos mediante megaminería a cielo abierto.

En 2007, por ejemplo, cuando el Frente Amplio Opositor a Minera San Xavier llevó sus protestas a Canadá, inversionistas y ciudadanos comunes expresaron lapidariamente que las empresas canadienses no eran responsables de que México fuera un país corrupto. De nada servía la exposición de documentos judiciales que probaban la ilegalidad de la operación de Minera San Xavier y la inexorable destrucción del entorno del Valle de San Luis Potosí. Para el grueso de los canadienses, si la empresa estaba trabajando era porque los mexicanos lo permitíamos. Tan sólo algunos parlamentarios se comprometieron a explorar la posibilidad de aplicar medidas para sancionar los abusos de sus mineras alrededor del mundo. Sin embargo, los canadienses no estaban alejados de la verdad: en buena medida el problema éramos nosotros. En la plaza central de San Luis, por ejemplo, una mujer indignada manifestó su repudio a la lucha contra San Xavier, argumentando que lo mejor era dejarla trabajar para evitar que los indios de Cerro de San Pedro se acercaran a robar en la ciudad. Un campesino afirmó que si los mexicanos no éramos capaces de sacar el oro, lo mejor era que vinieran los extranjeros.

Expresiones como estas fueron los primeros testimonios de una nueva y lamentable visión de los vencidos, donde mexicanos de todos los niveles participaron conscientemente en la pérdida de un pedazo del territorio nacional: desde ex gobernadores impunes hasta pobladores de San Pedro que persiguieron opositores; desde secretarios de Estado y jueces hasta presidentes del país que juraron lealtad al nuevo conquistador. El caso de Minera San Xavier es ya emblemático. Quien lo estudie podrá apreciar las estrategias que actualmente siguen Canadá y sus mineras para convencer a mexicanos de todo tipo de que la rápida e irreversible destrucción de la tierra, de que la desaparición del suelo y sus recursos bióticos, de que la desertificación del país, de que la destrucción de la comunidad y del patrimonio cultural, entre otras, son prácticas de clase mundial, sustentables, responsables e inteligentes.

En el paroxismo del absurdo y ante la violencia que generan con su efímera actividad a cielo abierto, las mineras canadienses invierten millones de dólares para autolegitimarse mediante la Responsabilidad Social Corporativa, una exitosa simulación perfectamente calculada. Con ella las mineras pretenden enarbolar la causa social, patrocinando organizaciones antimineras, donando generosas cantidades a universidades y centros de investigación, patrocinando festivales, ejerciendo falsa filantropía y un discurso de defensa del medio ambiente, entre otras acciones propagandísticas dirigidas a construir una percepción benigna de los corporativos y la criminalización de sus opositores.

No sólo comunidades se han entregado a la dominación aceptando promesas de mineras a cambio de sus terruños, también instituciones de prestigio mundial como la UNAM y la UAM han participado por diversas vías de dádivas legitimadoras. La falacia es tal, que una empresa como Goldcorp, responsable de daños ambientales en Guatemala y Honduras y culpable de despojo de tierras ejidales en Mazapil, Zacatecas, obtuvo por sexta ocasión la distinción de Empresa Socialmente Responsable por el Centro Mexicano para la Filantropía, dependiente de la iniciativa privada.

La nueva conquista de México por la fiebre del oro disperso no es accidental. Desde 1990 el gobierno de Canadá, el Banco Mundial y miembros de la industria asesoraron a 14 gobiernos neoliberales, incluido el mexicano, para renovar sus leyes y crear las condiciones para imponer el nuevo modelo extractivo. Y si bien la conquista avanza por efecto de mexicanos que se entregan a la dominación, pobladores de diversas regiones no están dispuestos a hacer de sus historias un capítulo más de esta nueva visión de los vencidos. Ahora mismo en Oaxaca surge el Frente Único de Lucha, determinado a expulsar a las mineras para salvar el futuro de sus tierras; lo mismo sucede con el Movimiento Morelense y su decisión de impedir en Xochicalco el irracional proyecto de Esperanza Resources, empresa que presume niveles de excelencia en sustentabilidad y ética corporativa. En palabras del historiador canadiense Daviken Studnicki-Gizbert, a los pueblos, comunidades y ciudadanos de América Latina les queda el poderoso recurso de una lucha seria, donde lo que está en juego es algo de un orden mucho más alto: nada menos que la defensa de sus tierras y la construcción de nuevas soberanías alrededor de ellas. En México la moneda sigue en el aire; veremos de qué están hechas sus nuevas cadenas.