11.12.23

GUERRA ASIMETRICA Y URBICIDIO EN GAZA

Carlos Fazio

Habrá un antes y un después tras la operación Diluvio de Al-Aqsa, de 

Hamas, y la ofensiva de retaliación y exterminio lanzada en la franja 

de Gaza por las Fuerzas de Defensa de Israel, el 7 de octubre, con el 

apoyo político y militar de la administración Biden.

Con el paso de los días el régimen colonial y expansionista de 

Benjamin Netanyahu elevó el urbicidio a su máxima expresión. 

Interrumpida por una tregua humanitaria de cuatro días, la actual fase 

de guerra no convencional urbana, asimétrica, tiene como principal 

objetivo declarado exterminar a la resistencia palestina 

-singularizada en Hamas con fines de propaganda bélica por el ejército 

de ocupación israelí-, enemigo difuso y disperso que se configura a 

través de una red de células o unidades pequeñas, semindependientes, 

pero coordinadas, que cuentan con una extrema flexibilidad de movimientos.

Hasta el presente, parte de la guerra asimétrica entre Israel (un 

ejército de 170 mil efectivos y 360 mil reservistas movilizados, 

modernos equipos militares y de inteligencia, y apoyadas por la Fuerza 

Delta del Pentágono), y la resistencia palestina (que vive hacinada en 

un campo de concentración a cielo abierto y no cuenta con ejército 

profesional, marina ni aviación), se manifestaba por el control 

absoluto del espacio aéreo por las fuerzas israelíes y el dominio 

palestino de la guerra subterránea a través de una red de túneles.

Antes del 7 de octubre, y desde 1948 (cuando se produjo la Nakba 

[catástrofe], que dio inicio a la destrucción de la sociedad y patria 

palestinas), la ocupación de los territorios árabes por sucesivos 

regímenes sionistas de Israel, ha involucrado una serie de procesos de 

dominación colonial y ocupación militar que incluye, hasta la 

configuración del actual apartheid automatizado, asentamientos de 

colonos supremacistas con armamento militar en puntos estratégicos 

alrededor de las principales zonas urbanas (como dispositivos 

panópticos urbanos [disciplinarios] para dividir el espacio y 

controlar las aldeas palestinas, lo que tipifica como crimen de guerra 

en virtud del Estatuto de Roma); la construcción de redes de 

vigilancia de alta tecnología (como el Cuerpo de Defensa de Fronteras, 

que recopila información mediante cámaras, dispositivos de detección y 

orientación mediante sensores acústicos, algoritmos informáticos y 

mapas, y son responsables de vigilar entre 15 y 30 kilómetros de 

terreno las 24 horas del día, proporcionando información de 

inteligencia en tiempo real a sus colegas militares en zonas 

ocupadas), a lo que se suman francotiradores robóticos capaces de 

disparar contra intrusos (como las ametralladoras de inteligencia 

artificial desarrollada por las empresas Rafael y Smartshooter, que 

pueden disparar granadas aturdidoras, balas de goma y gases lacrimógenos).

Lo anterior se complementa con sistemas interconectados: los muros de 

apartheid; la subdivisión y zonificación territorial, con carreteras y 

autopistas de circunvalación para uso único israelí; bases militares y 

puestos de control ( check points) e inspección con tecnología láser, 

torniquetes, detectores de metales y sistemas de escaneo; grabación 

electrónica de información mediante la intervención telefónica (vía el 

sistema de espionaje Pegasus) y la intercepción de mensajes 

electrónicos, televisión con circuito cerrado y vigilancia por video, 

sistemas de geoposicionamiento; tarjetas y software de identificación 

biométrica retiniana y facial Red Wolf (Lobo Rojo), de la empresa 

BriefCam, que permite detectar, rastrear, extraer, clasificar y 

catalogar (fichar) a los palestinos que aparecen en las grabaciones de 

videovigilancia en tiempo real; redes de espionaje dentro de poblados 

y comunidades (con colaboradores, informantes e infiltrados 

palestinos); uso de drones y aviones tripulados (para recabar 

inteligencia y llevar a cabo asesinatos selectivos, incluidas familias 

de combatientes y periodistas) y un conjunto de leyes y medidas 

burocrático-militares que traumatizan a la población gazatí.

Toda una suerte de urbanismo militar concentracionario de exportación 

(probado en el laboratorio palestino por el complejo militar 

industrial israelí, quinto exportador mundial de armas y líder en 

tecnología de vigilancia de fronteras), que se combina con una guerra 

híbrida, asimétrica y urbana en espacios densamente poblados, donde la 

infraestructura y la población civil se convirtieron en una fuente de 

objetivos y amenazas (de potenciales enemigos terroristas), y para lo 

cual las Fuerzas de Defensa de Israel y su servicio de inteligencia 

aérea, naval y de campo, el AMAN, junto con el Mosad (Instituto de 

Inteligencia y Operaciones Especiales) y el Shin Bet (el 

contraespionaje israelí), utilizan técnicas bélicas de rastreo y 

ataque, que deben dominar y controlar todos los espacios de la vida 

cotidiana en Gaza y Cisjordania, lo que ha dado lugar a una noción de 

la guerra como ejercicio permanente e ilimitado.

Esa doctrina militar israelí en los territorios ocupados ha sido 

descrita por Stephen Graham como urbicidio, esto es, la destrucción 

planificada, deliberada y sistemática de zonas urbanas, 

infraestructura civil y objetivos simbólicos de la vida y cultura 

palestina (transformadores de electricidad, depósitos de agua, 

carreteras, edificios de apartamentos, hospitales, escuelas, 

universidades, mezquitas, centros de refugiados de la ONU) como método 

permanente de invasión y estrangulamiento y de coacción física y 

sicológica sobre la insurgencia y la población civil.

Un patrón de tierra arrasada y asesinatos en masa que se ha venido 

agudizando como un continuum en el siglo XXI (por ejemplo, la 

Operación Plomo Fundido en 2008 y 2009), y que llegó a su máxima 

expresión con la incursión terrestre israelí a partir del 28 de 

octubre pasado, que desató una orgía de terror (de terrorismo de 

Estado israelí) ante los ojos del mundo en vivo y en directo, con una 

matanza deliberada e indiscriminada de civiles sin paralelo (Antonio 

Guterres dixit), incluidos bebés prematuros en incubadoras y pacientes 

con diálisis o graves que necesitaban cirugías de emergencia, como 

ocurrió en el bombardeo, asalto y destrucción del Hospital Al-Shifa (y 

en el nosocomio árabe cristiano Al Ahli y el Hospital Indonesio), 

sendos actos de castigo colectivo fríamente calculados y metódicos. A 

lo que se suma el asesinato selectivo de periodistas en Gaza y Líbano 

para ocultar las huellas del genocidio.

Tras la llamada pausa humanitaria de siete días que permitió el 

intercambio de mujeres y niños capturados por ambas partes -y con el 

veto de Estados Unidos al proyecto de resolución del Consejo de 

Seguridad de la ONU que buscaba un alto al fuego inmediato en la 

franja de Gaza-, el pasado 1º de diciembre el régimen de ocupación de 

Benjamin Netanyahu y su gabinete de guerra reiniciaron las operaciones 

de asesinato a gran escala mediante bombardeos de saturación contra la 

población palestina, que ya pueden equiparse con la devastación de 

Dresde, Hamburgo y Colonia durante la Segunda Guerra Mundial.

El objetivo de EU es preservar a Israel como cabeza de puente imperial 

en Medio Oriente, para controlar una zona estratégica que concentra 

las mayores reservas mundiales de recursos energéticos no renovables 

(petróleo, gas, uranio) y dominar las rutas del comercio marítimo -en 

particular el estrecho de Ormuz, que conecta el golfo Pérsico con el 

océano Índico-, lo que le daría además ventajas militares claves. De 

allí que mientras finge impotencia y frustración al no poder controlar 

el horror generado por el ejército israelí -exhibido día tras día urbi 

et orbi en imágenes con cuerpos inertes de niños palestinos que son 

sacados de los escombros-, Biden y Netanyahu impulsan de manera 

conjunta un plan cuyo objetivo es la despoblación total de Gaza, 

empujando a los sobrevivientes del genocidio hacia la desértica 

península del Sinaí en Egipto (como sugirió un documento interno de la 

ministra de Inteligencia, Gila Gamliel) o a un reasentamiento en otros 

países de acogida, como Turquía, Irak y Yemen, que recibirían 

generosas ayudas de EU.

Se pretende desaparecer la franja de Gaza o convertirla en una tierra 

vaciada de sus habitantes y abierta a la colonización –un verdadero 

gran remplazo-, para apoderarse definitivamente manu militari de los 

yacimientos submarinos de gas natural situados en aguas territoriales 

palestinas, como parte del proyecto de Washington y Tel Aviv de 

aterrizar el proceso de acercamiento entre Arabia Saudita e Israel, 

que incluía la construcción (ya iniciada) del canal Ben Gurión 

(alternativo al canal de Suez, por donde pasa 12 por ciento del 

comercio mundial), que debería desembocar en Gaza, lo que permitiría 

poner un cordón sanitario a la Ruta de la Seda china... Y después seguir 

con la limpieza étnica de Cisjordania.

Sin embargo, hasta el presente, con su incursión en la franja de Gaza 

Israel y EU no obtuvieron ningún logro militar ni político de 

consideración. Y el fracaso en su intención de destruir a Hamas los 

obligó a negociar indirectamente con los grupos político-militares de 

la resistencia anticolonialista, antimperialista y de liberación 

nacional palestinos, que pese a sus diferencias tácticas e 

ideológicas, actúan de manera coordinada bajo el lema unidad de 

caminos (una suerte de bloque histórico –según el concepto gramsciano– 

de actores no estatales) y lograron cambiar el equilibrio estratégico 

en varias dimensiones a favor de Palestina.

Aunque existen evidentes indicios de que los servicios de inteligencia 

israelíes tenían información sobre los preparativos de un ataque 

palestino y se sospecha incluso de algún tipo de complicidad, todo 

indica que no se previó la magnitud de la operación militar el Diluvio 

de Al-Aqsa, que requirió una gran planificación y ejecución operativa, 

táctica y estratégica, que adquiere hoy proporciones casi míticas 

entre los pueblos árabes de Medio Oriente. La leyenda 

sionista-occidental sobre la invencibilidad de las Fuerzas de Defensa 

de Israel y la infalibilidad de la inteligencia del Mosad (que en la 

hipótesis de que pudieron inducir la acción, se les salió de control 

por la envergadura de los hechos), se hizo añicos tras la incursión de 

Hamas en el principal cuartel del ejército de ocupación israelí en el 

sur, que se presentaba como una joya tecnológica; la captura de dos 

generales; la liberación de 20 asentamientos y la retirada de los 

insurgentes a sus búnkeres subterráneos debajo de Gaza con más de 200 

rehenes israelíes.

Desde esa perspectiva, la tregua humanitaria y el intercambio de 

rehenes entre ambas partes representaron una victoria para el bloque 

de la resistencia palestina y una derrota humillante para Israel. La 

política de tierra arrasada y castigo colectivo sobre la población e 

infraestructura de Gaza, echó mano del sistema basado en inteligencia 

artificial Habsora (El Evangelio), descrito como una fábrica de 

asesinatos en masa, con énfasis en la cantidad de daños colaterales 

(civiles) y no en la calidad (combatientes abatidos) para ahorrar 

tiempo de inteligencia humana. Habsora es una herramienta de la 

Doctrina Dahiya (una adaptación israelí de la doctrina estadunidense 

de Conmoción y pavor [ Shock and awe]), basada en el uso de una fuerza 

masiva y desproporcionada, y demostraciones espectaculares de fuerza 

para paralizar la percepción del adversario en el campo de batalla, 

destruir su voluntad de luchar y empujar a los civiles a presionar a Hamas.


Pero Hamas y la Yihad Islámica no han sido aniquiladas sobre el 

terreno. Y el mito de la disuasión de Israel y EU ha sido superado por 

las tácticas de la nueva guerra asimétrica, tecnológicamente más 

compleja y multidimensional. A pesar de las grandes pérdidas, 17 mil 

997 muertos y unos 49 mil heridos en Gaza (una matanza sin precedentes 

con un patrón de actuación deliberado, cuyo saldo es superior a la 

media de víctimas civiles en todos los conflictos del mundo durante el 

siglo XX, donde los civiles representaron, aproximadamente, la mitad 

de los muertos), Palestina se ha convertido en una guerra existencial 

-no sólo de liberación nacional–, y se aplaste o no a Hamas, es hoy el 

símbolo de un despertar en el mundo árabe: el fin de siglos de 

humillación regional. Y tal vez, la chispa que encienda una 

transformación de raíz en la conciencia de todo Medio Oriente.


Aunque dialécticamente también podría ser el detonante de un conflicto 

geopolítico alentado por el Estado profundo que controla los pasos de 

Joe Biden, que ante la pérdida de hegemonía imperial, no duda en 

desencadenar una confrontación de dimensiones inimaginables que 

podrían derivar, incluso, en una Tercera Guerra Mundial. Si no, ¿cómo 

explicar el incremento de tropas y material bélico en las bases del 

Pentágono en Israel y toda la región y el enorme despliegue militar 

naval de EU y la OTAN en la zona del Mediterráneo frente a Irán y Líbano?