6.7.21

Opositores al gobierno, el linde entre la pluralidad y el golpe de Estado blando

Nancy Flores

Los grupos opositores al gobierno de López Obrador apelan al concepto de pluralidad democrática para encubrir un golpe de Estado blando. Sus campañas de desprestigio van desde señalar que el presidente atenta contra la libertad de expresión hasta que es un dictador o está aliado con el narcotráfico. Aunque es problemático diferenciar la vida democrática del intento golpista, la doctora Violeta Vázquez-Rojas –investigadora de El Colmex– señala que sí hay indicios claros de que en México hay una estrategia de derrocamiento contra el gobierno de la 4T

Las campañas de desprestigio en contra de Andrés Manuel López Obrador iniciaron años antes de que éste llegara a la Presidencia de la República y han arreciado a partir de diciembre de 2018. Del “peligro para México” pasaron a imputarle que atenta contra la libertad de expresión, que es un dictador y no saldrá del Poder Ejecutivo en 2024 o, más recientemente, que es aliado del narcotráfico. Más allá de la pluralidad democrática, estas acusaciones forman parte de la estrategia de golpe de Estado blando descrito por el politólogo estadunidense Gene Sharp como aquel que emplea técnicas no frontales ni violentas para desestabilizar los gobiernos progresistas y finalmente derrocarlos.

Al respecto, la doctora Violeta Vázquez-Rojas, profesora-investigadora de El Colegio de México (Colmex) observa que, por la propia naturaleza de lo que se define como golpe blando, es muy difícil diferenciarlo de la vida democrática normal, con pluralidad de opiniones, con críticas al poder político, “pero eso es parte de su chiste”.

Según Sharp, las cinco fases del golpe de Estado blando son: ablandar a la sociedad a través del malestar y la desesperanza; deslegitimar las acciones gubernamentales por medio de la difusión de mensajes adversos, ofensas y noticias falsas; promover constantes movilizaciones de protesta; emplear rumores para generar escenarios de falsa carestía y, con ello, señalar la incompetencia del gobierno e iniciar juicios injustos contra los gobernantes; finalmente viene la fractura institucional, donde los procesos judiciales avanzan, los medios de comunicación los apoyan y los gobiernos finalmente caen.

La doctora en lingüística por la Universidad de Nueva York advierte que en México hay dos posturas: una que está muy alerta de este tipo de estrategias, las nombra como golpe blando y, por lo general, es parte de las redes obradoristas; y otra postura que no necesariamente es antiobradorista, pero que cree que las campañas anti-gobierno se inscriben en la pluralidad y la democracia, por lo cual piensa que usar el término golpe blando es una manera de acallar las críticas.

“Ése es el primer problema: el mero uso del término de golpe blando ya te sitúa en un punto del espectro político y por eso mucha gente o bien no lo usa o no quiere volverlo parte de su vocabulario político/cotidiano”. Sin embargo, observa que si se analizan las cinco fases que define Gene Sharp de cómo se conforman los golpes blandos, “pues sí hay muchos elementos que podemos reconocer en la situación actual en México. Entonces, si no quieren, pues no lo llamamos así, pero sí hay que reconocer que muchos de esos mecanismos están operando en este momento en el país”, considera la investigadora.

Respecto de la fase del ablandamiento social, indica: “para hablar de ejemplos recientes, toda la campaña de falsas noticias o falsas estimaciones de la estrategia contra la pandemia tiene sin duda ese objetivo de generar en la gente esta desesperanza, de que no vamos a salir de esto, que está mal manejado, que se pudo evitar. Ése es el tipo de pequeñas tácticas para deslegitimar toda una estrategia e inocular el sentimiento de que las cosas se hacen mal, de que otros países lo hacen muy bien. Esto es, digamos, la gran mediática que hemos estado sufriendo durante todo este año: qué duro vivir una pandemia y encima de eso vivir todo este bombardeo de noticias y estimaciones, algunas hiperbólicas, algunas francamente falsas. Entonces, creo que en ese punto sí podemos ver cómo se está implementando en México el malestar y la desesperanza”.

Para la investigadora, estas campañas enfrentaron un problema con la vacunación, porque ésta le da mucha esperanza a la gente; y entonces las energías se enfilaron a deslegitimar la estrategia de vacunación. “¿Cómo? Haz el escándalo de que los médicos no han recibido su vacuna, cuando lo que tenemos es un problema enorme en el censo de los médicos privados, porque ni siquiera están contratados, no tienen base en los hospitales y no puedes saber exactamente a quién vas a vacunar, entonces eso no lo mencionan, nada más dicen que el gobierno no quiere vacunar a los médicos de hospitales privados para crear otra vez deslegitimación de la estrategia de vacunación, cuando desde que empezó ha imbuido mucha esperanza en la gente”.

El llamado golpe de Estado blando sí busca arrebatarle a la gente la felicidad o la confianza en su gobierno, en el gobierno que eligió democráticamente, porque éste no es un gobierno que se impuso por el poder económico, es una lucha democrática de 18 años que está enfrentando el golpe contra-mayoritario, tanto de los medios como de los jueces, advierte la doctora Vázquez-Rojas.

“Otra cosa que también coincide con la definición de golpe blando es esta defensa de la libertad de expresión como si estuviera bajo amenaza, cuando no ha habido en ningún momento que yo recuerde un régimen político en el que hubiera tanta libertad de expresión como ahora, lo que sí hay es un tú por tú en la discusión política: la libertad de expresión no es la libertad de permanecer incontestado, o sea, es libertad para unos y para otros. Es libertad de decir y libertad de contestar, de replicar.”

La lingüista observa que otra señal de que en México se transita por la fase del ablandamiento social es precisamente “el uso de términos sumamente beligerantes para describir el estado actual de la libertad de expresión. ‘El presidente ataca’, ‘los ataques del presidente’, ‘el linchamiento del presidente’, cuando el linchamiento es una cosa horrible: es atentar contra la integridad física de una persona, una turba y sin un juicio de por medio, es un fenómeno muy específico, muy dramático, y decir que el hecho de que el presidente conteste una crítica es un linchamiento, o que llame conservador a un periodista es un linchamiento, me parece que son hipérboles que se utilizan para normalizar un ambiente de fricción y en el que se representa al gobierno como autoritario, como un gobierno intolerante, etcétera. Entonces eso coincide con esa definición de Gene Sharp que la estrategia de defender la libertad de expresión que se encuentra bajo una supuesta amenaza, pero es una amenaza solamente en la retórica de los adversarios del presidente”.

La investigadora de El Colmex advierte que aunque el concepto de golpe blando se puede confundir con un ambiente de pluralidad democrática, en el que hay muchas opiniones y una crítica abierta al gobierno, hay acciones reveladoras de que lo que hay no es nada más una crítica abierta al gobierno. Entre éstas, la alianza de los partidos políticos de oposición entre ellos y con una parte del sector empresarial.

“Los partidos políticos desdibujaron totalmente su ideología, entonces no hay algo así como: ‘el PRD está luchando estas batallas, el PRI está por defender sus corporaciones históricamente fundadas o el PAN está por defender sus valores conservadores’. No. Hay un total desdibujamiento de ideologías en los partidos, y si no tienen ideología, ¿entonces qué son? Pues no son nada: son máquinas de captar votos nada más. Ése sí es un indicio de que no se trata de una pluralidad democrática, se trata de una conformación de un frente antigobierno elegido popularmente. Por otro lado, la colusión de estos partidos ya sin ideologías con los grandes capitales, como los que representa Claudio X González Guajardo, pues son una vista descarada de que sí estamos ante este tipo de estrategia [de golpe blando]”.

El riesgo de la crítica legítima

La doctora Vázquez-Rojas observa que entre quienes critican al gobierno hay dos tipos de actores que hay que diferenciar: por una parte los que juegan un papel claramente en contra del gobierno y a favor de restituir el poder económico que tenía adoptado el poder político anteriormente, y, por otra parte, quienes defienden posturas con las que todos estamos de acuerdo: el medio ambiente, las mujeres, los derechos de los pueblos indígenas, etcétera.

De éstos últimos observa que, de pronto, empiezan a jugar con el otro lado, que es la parte que me parece más delicada de todo este equilibrio, de cómo se le debe hacer desde el obradorismo para no alienar esas causas que son legítimas. “Un movimiento que reclama derechos es un movimiento legítimo, al contario de quienes reclaman intereses económicos, entonces la cuestión es cómo diferenciarlos, porque a veces se camuflajean unos por otros. Ahí es donde creo que hay muchos medios de comunicación, organizaciones no gubernamentales, movimientos políticos que tratan de reclamar derechos, de demandar derechos, pero que lamentablemente terminan en uno u otro lado de esta afrenta que sí está polarizada: no hay tintes medios, estás con el uno o estás con el otro y eso me parece que es un momento delicado que hay que tratar con muchos más matices”.

En ese contexto, considera que no es muy productivo cuando el presidente López Obrador acusa a las organizaciones no gubernamentales porque hay ciertos enemigos que no vale la pena hacerse porque podrían ser buenos aliados. Nada más que es muy difícil hacer estas distinciones en público sin caer en un lado o en el otro del debate. Y eso es lo lamentable al menos de la situación discursiva actual.

Por ello considera que es muy importante discutir abiertamente: “hay que tener siempre muy claro qué es lo que está definido por cada término. Por ejemplo, ese término de golpe blando ya sabemos que usarlo te pone inmediatamente del lado del obradorismo, pero ver lo que define te empieza a detallar una realidad política que sí puedes reconocer como la realidad actual mexicana. Lo mismo pasa con el término de polarización y, entonces, creo que hay que ser muy agudos en cómo definimos las palabras con las que estamos definiendo el ambiente político y reconocer nuestra realidad política de acuerdo con esas definiciones, más allá de las simpatías que nos adscriben por usar un término u otro”.

Y agrega que “no importa cómo lo llames, lo que define el golpe blando es algo que sí está pasando y en lo que sí hay actores con intereses económicos muy fuertes que están jugando, y tenemos que hablar de eso para que precisamente los grupos opositores de izquierda y periodistas de buena fe empiecen también a jugar el juego de la crítica y la deslegitimación. Ahí es donde está el peligro”.

Añade que el presidente se ha adelantado a estas estrategias de deslegitimación y, por ello, “hay ciertas movidas que no entendemos. No entendemos por qué el presidente le da tanto poder a los militares, pero que está varios pasos adelante previendo que si no usa él a los militares quién los va a usar”.

—Y puede ser la militarización un tema que vuelve a polarizar, porque finalmente todos aspiramos hacia un estadio de paz, y nos parece que la vía militar no nos va llevar a eso. Finalmente, siendo críticos de lo que acontece en este país, de lo que hemos vivido en épocas tan oscuras como la Guerra Sucia o como todo el periodo de Felipe Calderón que ha sido un desastre de materia humanitaria, pues evidentemente no estamos convencidos o de acuerdo con esta parte, pero si lo vemos dentro del todo pareciera que es necesario, o sea, no puede irse contra el Ejército porque entonces ya no le queda nada.

—Exacto. Y además porque creo que también lo que nos polariza es el uso de los términos: en el debate público se habla de la militarización que está promoviendo Andrés Manuel como si fuera la misma de Felipe Calderón y, perdón, si militarización quiere decir tener a los militares haciendo un papel muy activo en la sociedad, cederles espacio de acción y de poder, vamos a suponer que eso es la militarización, perdón pero son muy diferentes las actividades que realizan en este momento de las que realizaban con Felipe Calderón. Entonces, ¿por qué ese matiz no queremos hacerlo? O sea, si las dos cosas son militarización, pues entonces son militarización “uno” y militarización “dos”. Son dos fenómenos muy distintos. No es lo mismo tener a los militares en las calles patrullando puntos de revisión: no sé si te acuerdes cómo era en tiempos de Felipe Calderón que no podías andar por una carretera sin que te parara un retén de militares y te revisaran hasta por debajo de los tapetes del coche, tú viajando con tus hijos, y en ese momento no sabías si ibas a salir vivo o no porque el índice de letalidad de los militares en los tiempos de Calderón era una cosa bestial. Y en este momento hay miliares en las calles, por supuesto; seguimos viendo montones de camiones militares pero por lo menos ese terror que te inspiraban en el tiempo de Calderón no es lo que está digamos en el ambiente. Ya sabes que están ahí porque llevan vacunas a no sé dónde o porque van a llevar los libros de texto, o porque están haciendo infraestructura. O sea, sí importa en qué empleas a los militares: no es cosa nada más de si les das poder o no, sino qué tipo de poder y para qué tipo de acciones. Y yo sé que lo que no nos gusta es la idea de que cuando se vaya López Obrador va a llegar un loco que no sepa dominar el poder de los militares y que finalmente lo militares terminen haciendo lo que ellos quieren, por supuesto que ése es el riesgo que todos vemos y que no queremos que ocurra, pero por lo pronto sí debemos diferenciar dos tipos muy distintos de militarización entre este sexenio y el de Felipe Calderón.

2.7.21

5 tesis políticas sobre el obradorismo / Más tesis políticas sobre el obradorismo en el epílogo de la gran elección

21.04.21
Arsinoé Orihuela Ochoa

Envueltos en la bandera del obradorismo, desfilan en la tribuna pública toda suerte de disímiles e inverosímiles ejemplares políticos: desde el indócil militante hasta el jurásico saltimbanqui, y todas las estaciones intermedias: experimentados apparatchik, neófitos del espectáculo, intelectuales orgánicos e inorgánicos, luchadores sociales, pueblo raso etc.

Unos blasfeman en su nombre; otros ascienden al paroxismo patriótico; no pocos trepan acomodaticiamente sus enaguas; ninguno es indiferente a sus venturas y desventuras. Parece tan elástico e inescrutable como los accidentados caminos del señor. Y tal cualidad es parcialmente tributaria de la figura a la que debe su inspiración. Dicen los que saben –y los que no también– que Andrés Manuel López Obrador recuerda al peronismo por su extraordinaria capacidad de agrupar a una serie de corrientes tan diversas, a veces antagónicas, sin sacrificar –a pesar de tal talante camaleónico– la coherencia programática y la competitividad electoral. Sin duda el liderazgo carismático es un aspecto común a los dos movimientos e ideologías políticas. Pero eso es apenas la punta del iceberg (aunque con frecuencia la única variable que consiguen “desentrañar” ciertas producciones analíticas mediocres). Por supuesto, difieren uno del otro por el peso histórico del sindicalismo, columna del peronismo y apenas un actor periférico del obradorismo –si bien es posible conjeturar que ello se debe a la debilidad del movimiento obrero mexicano y no tanto al capricho unipersonal del dirigente–. Pero más allá del improbable pelaje de la heterogénea militancia obradorista, y de las no menos intricadas indefiniciones del partido-movimiento, el obradorismo es el fenómeno político nacional más importante de nuestra época, y ello nos impone la obligatoriedad de una disección rigurosa. Lejos de los manuscritos de cabecera o los modelos de análisis convencionales, propongo 5 tesis políticas para pensar el obradorismo. Tales proposiciones se suman a las 10 tesis que sobre la elección de 2018 expuse en otro espacio (https://bit.ly/3tyVUlc). Y vendrán más en próximas entregas.

Tesis 1: Los Estados latinoamericanos son esencialmente conservadores: desde sus orígenes, la formación de tales unidades estatales respondió al imperativo de proteger los intereses de las metrópolis de turno, primero, y los privilegios de las clases tradicionales heredadas del coloniaje, después. Desde los insurgentes de la Guerra de Independencia Mexicana hasta Benito Juárez y Francisco I. Madero, el liberalismo asaltó la escena política nacional con altos contenidos de transgresión. En un sistema de castas como el mexicano, la consigna programática de “primero los pobres”, y la defensa de la igualdad ante la ley del individuo “sin distinción de raza o condición social” configuran, por sí solas, una subversión del status quo. En este sentido, la presidencia de Andrés Manuel López Obrador se inscribe en aquellos paréntesis democratizadores de la historia de México en los que “la acción igualitaria […] desordena el reparto jerárquico de lugares, roles sociales y funciones, abriendo el campo de lo posible y ampliando las definiciones de la vida común” (Rancière).

Tesis 2: En cuanto “campo de lo posible”, el obradorismo naturalmente tiene alcances y limitaciones inmanentes. Por un lado, la relevancia política de ese movimiento radica en que ensancha el campo de la vida común: reconoce e integra a una franja de excluidos –ancianos, jóvenes, indígenas, mujeres–. Por otro, considera abstractamente al “pueblo de los pobres”. Excluye. Básicamente porque en la visión de subalternidad del Presidente (sí, a veces desactualizada), los reclamos sociales de última generación (feminismo, ambientalismo, autonomismo, etc.) no tienen un sitio asignado en la “verdadera lucha política”: la del pueblo. Vale decir: el obradorismo amplía restrictivamente las definiciones de la vida común. Allí ancla la ambivalencia que, desde ciertas trincheras, y legítimamente, le atribuyen al partido-movimiento.

Tesis 3: Ideológicamente, no es tan fácil de caracterizar al obradorismo. Desde la Revolución Francesa, la política ha gravitado alrededor de tres columnas ideológicas: conservadurismo (derecha), liberalismo (centro) y socialismo (izquierda). En el ocaso del siglo XX, Occidente registró la irrupción de un cuarto programa-ideología: a saber, los movimientos anti-sistémicos (izquierda autogestionaria) representado en México por los neozapatistas. El ascenso al poder del obradorismo significó el tránsito del conservadurismo al liberalismo, es decir, un deslizamiento de la derecha hacia el centro. Trátase, por consiguiente, de un corrimiento en dirección a la izquierda. Del Estado neoliberal al Welfare State. Sí, es cierto: apenas un modesto desplazamiento dentro del «andamiaje capitalista». Pero no por ello menos trascendente. La condición de posibilidad de un programa más radical pasa por la defensa del «cambio posible» que entraña el obradorismo. Liberalismo nacional-popular es la coordenada ideológica que mejor representa al movimiento. Y la historia enseña fehacientemente que tal programa es adverso a la naturaleza de nuestras élites políticas poscoloniales.

Tesis 4: El «cambio posible» que encierra el obradorismo –y que ciertos sectores de la izquierda menosprecian a veces muy livianamente– comporta tres momentos cruciales: (i) la repolitización de la política; (ii) la moralización de la política; y (iii) la territorialización de la política. El obradorismo(i) restaura la centralidad de la política frente a un trasfondo epocal que profetizaba el agotamiento o el destierro de la política (antipolítica); (ii) restaura la dimensión ética de la política en una época marcada a fuego por el realismo de los poderes fácticos, el cinismo, y una amplia gama de nihilismos pasivos; y (iii) restaura la dimensión territorial de la política bajando a ras de suelo al representante ante el auge de la digitalidad remota y la inmemorial brecha entre dirigentes y dirigidos. El «cambio posible» obradorista es la coronación de 50 años de resistencia política y social (del 68 al 2018), y condensa en esos tres momentos los más sonoros reclamos de la sociedad mexicana. Sí: apenas los más sonoros.

Tesis 5: La gran aportación política del obradorismo a la vida pública del país –y sobre la que casi nadie ha reparado– es la transmutación radical del sistema político: acaso muy tardíamente –en relación con nuestros pares latinoamericanos– el obradorismo selló en México el concepto de «oposición». Hasta 1982, la transmisión de poder se rigió por el dedazo y la elección de Estado. Ya en 1988 –más tarde admitiría el propio Carlos Salinas de Gortari–, el partido único-hegemónico enfrentó los primeros comicios verdaderamente competitivos. Y, aunque perdió en las urnas, ganó espuriamente en el cómputo oficial. De allí en adelante las elecciones se dirimieron por fraude, concesiones oscuramente negociadas, y alianzas al más alto nivel, incluido el maridaje con el partido de la derecha confesional y los cárteles del narcotráfico. Todo con el propósito de contener la consolidación de una auténtica «oposición». La insurrección electoral del obradorismo en 2018 inaugura una era en la historia política del país: la de la «competencia electoral». Binaria e insuficiente, sin duda. Pero competencia al fin. En el medio de un océano conservador y minúsculos e invisibilizados archipiélagos de resistencia, el obradorismo trastocó el ecosistema político del país. Pulverizó el consenso neoliberal. Afianzó a la «oposición» ideológico-partidista. Y tales conquistas son irreversibles.

02.07.21
Más tesis políticas sobre el obradorismo en el epílogo de la gran elección
Arsinoé Orihuela Ochoa

Tesis VI: Si la gran aportación política del obradorismo a la vida pública es el afianzamiento de una «oposición» y –su correlato– la «competencia electoral», tal conquista solo fue posible gracias a la construcción exitosa de una fórmula movilizadora e intrépida. Movilizadora e intrépida en el sentido de que condensa una vasta gama de reivindicaciones, y que tal condensación tiene eco entre las multitudes. Y exitosa porque gana elecciones con insospechada solvencia. ¡Y en el país del fraude electoral! Vale decir: redefine el horizonte del «cambio posible», y actualiza las posibilidades institucionales del cambio. La hazaña es acaso doblemente meritoria: la fórmula prosperó en el contexto de un reflujo del impulso progresista en la región y el mundo.

Tesis VII: Al actualizar las posibilidades institucionales del cambio, el obradorismo resignifica la noción de «crítica»: básicamente la integra al «orden político». La «crítica» deja de situarse «afuera» de la política o “tan evidentemente” en las antípodas del Estado. Expira la idea de que la crítica política es sólo acabada e incontaminada si comparece fuera de la política. La «crítica» desciende del más allá y ancla en el más acá. Agoniza el espejismo del «afuera». Y se produce un cisma en el campo intelectual en el momento en que la acostumbrada «unanimidad opositora» actualiza/resignifica posiciones. Dicho de otro modo, el obradorismo pluraliza la «crítica». E integra identidades políticas otrora inconexas.

Tesis VIII: Si el neoliberalismo consistió en ponerle límites al poder político, el obradorismo es la apuesta por ponerle límites al poder económico. No pretende abolirlo; ni siquiera obstruirlo. Si acaso aspira a establecer los contornos de cada «campo». Y, en este sentido, la radicalidad de los programas sociales descansa precisamente allí: no tanto en el efecto ecualizador o el carácter redistributivo –aunque tampoco cabe desconsiderar tales propiedades–, sino esencialmente porque engendran nuevas relaciones entre gobernantes-gobernados, sujetando el presupuesto público a la fiscalización y «participación» ciudadana –participación de los beneficios y no tan sólo de los costos–, y, por consiguiente, escalando el control que sobre la cosa pública ejerce el soberano. Al potenciar la presencia de intereses populares en las acciones de gobierno, el programa social obradorista decomisa a los dueños del dinero una columna neurálgica del Estado –el presupuesto público– otrora capturada ilícitamente por ellos. Excluye e integra. Establece fronteras.

Tesis IX: Los programas de bienestar del obradorismo también envuelven una función pedagógico-política. Si –como ya se ha dicho– un momento crucial del continuum obradorista es la repolitización de la política, este fenómeno no es producto de una circunstancia puramente inmaterial: reposa en resortes concretos. El programa social es uno de tales resortes. Así, la política concreta resuelve problemas concretos del ciudadano concreto. Y ello contribuye decisivamente a restaurar la confianza de las mayorías en la política. Si el neoliberalismo alentó la radical despolitización de los pueblos e individuos, profetizando el agotamiento de la política e inoculando artificialmente una repulsa por ella (antipolítica), los programas sociales desafían osadamente el espectro epocal. En este sentido, el obradorismo significó –significa– una inmunización colectiva contra el virus de la antipolítica, efectiva tanto para la cepa del apoliticismo burgués como para la variante más maligna del “odio por lo público-estatal”.

Tesis X: Incluso tales niveles de autonomía de la dimensión político-estatal no garantizan una «ruptura» con el «sistema de explotación». Y también es claro que el obradorismo no aspira al rompimiento radical de ese orden ni a suplantar la ruta revolucionaria del cambio. De hecho, la desavenencia que a menudo asoma entre las izquierdas, y en particular respecto al capítulo obradorista, radica esencialmente allí: unos creen que se trata de un reformismo fútil e intrascendente; otros consideran que es la condición de posibilidad del desencadenamiento de cambios más profundos o prometedores. La furia de las derechas mexicanas comporta un indicador de que el segundo razonamiento es plausible: el «cambio posible» obradorista no es una fuerza disuasoria sino un potencial catalizador de voluntades transformadoras. El obradorismo sembró expectativas de cambio. Ya nadie tiene control de la cosecha.