Dalia Ventura
    
    Poco en esta crisis es sencillo, ni siquiera las preguntas. La de
      nuestro título, por ejemplo, esconde realidades que hacen
      imposible encontrar una respuesta correcta.
    
    El primer instinto de la mayoría es que la vida es lo más importante
    y, por ende, no hay siquiera razón para considerar otra cosa que no
    sea tratar de salvar la de todos a toda costa.
    
    Para hacerlo, decidimos poner en riesgo al personal sanitario, sin
    darle mucho lugar a la duda, aunque sí al agradecimiento.
    
    Y, bajo el postulado de que "la economía se recupera, los muertos,
    no", en varios lugares se suspendió la primera, con altos niveles de
    aprobación.
    
    No obstante, al hablar de economía no todos están pensando en las
    pérdidas en la bolsa, las bajas en los precios del petróleo o del
    poder adquisitivo de los consumidores.
    
    La economía también está ligada a la vida y la muerte de personas.
    
    Las medidas de aislamiento impuestas en gran parte de los países del
    mundo auguran una recesión, y las recesiones matan, no a decenas de
    una vez, de una sola enfermedad, ni como parte de un evento
    dramático que va siendo reportado a diario, sino que van acortándole
    la vida a individuos, muchos de los cuales forman parte del mismo
    grupo vulnerable al coronavirus.
    
    Y en lugares como Latinoamérica, no es un riesgo a futuro: el
    aislamiento no va a matar a gente por la escasez de recursos que
    está por venir, sino por la de ya mismo.
    
    Al final, podemos fácilmente terminar sacrificando a unos por otros,
    o a los mismos, con distintas justificaciones.
    
    Estamos en medio de una situación en la que no hay respuestas
    correctas, lo único a lo que se puede aspirar es a encontrar la
    mejor de las opciones, pues la pandemia se ajusta con precisión a la
    definición real de un dilema.
    
    Dilemas
    No estamos hablando de esos "dilemas" que enfrentan las chicas en
    las comedias románticas, en los que tienen que decidir entre un
    guapo, inteligente, rico y convencional o un guapo, inteligente, no
    tan rico y menos convencional.
    
    "Esos no son dilemas; el uso común de 'dilema' le quita seriedad e
    importancia", nos dijo la doctora en filosofía María Lucía Rivera,
    profesora del Departamento de Bioética de la Universidad El Bosque
    de Bogotá, Colombia.
    
    La consultamos porque la pandemia nos ha enfrentado a todos a
    problemas que suelen quitarle el sueño a quienes se dedican a
    escudriñar la ética normativa, como ella, pues es parte de la Red de
    Filósofas de América Latina y de la Red de Bioética de la UNESCO.
    
    ¿Será que podemos acudir a los filósofos en busca de respuestas?
    
    No precisamente. La filosofía no nos da respuestas.
    
    "La filosofía se distingue de otro tipo de ciencias en tanto que no
    busca respuestas prácticas o concretas sino que busca ampliar el
    campo de reflexión", explicó.
    
    Y es por eso que hay quienes la califican de inútil.
    
    "En algún sentido, en su inutilidad radica su valor. Justamente
    porque no está orientada a dar soluciones, puede darse el tiempo de
    pensar con mucha cautela y de manera muy crítica las soluciones que
    se proponen rápidamente".
    
    La filosofía nos ayuda a pensar, y eso es algo que necesitamos mucho
    en un momento de profundos dilemas... de los de verdad.
    
    "Un dilema es algo...
    
    inevitable -es decir, en el momento en el que se presenta, es
    imposible sacarle el cuerpo-.
    trágico -no hay dilema sobre cosas buenas-; el dilema siempre se
    presenta sobre opciones que uno no desearía o que no puede
    justificar.
    moralmente irresoluble -y eso es fundamental, pues a veces
    confundimos la posibilidad práctica de resolverlo, de tomar una
    decisión, con el hecho de que se resuelva éticamente- el punto de un
    dilema es que no se resuelve éticamente, por eso es trágico, difícil
    y complicado".
    Estar conscientes de que estamos lidiando con dilemas nos puede
    ayudar a entender por qué ninguna solución en esta situación nos
    deja tranquilos, pero también que cualquier propuesta merece
    consideración pues no tenemos a mano verdades absolutas.
    
    "Una manera que a mí me parece bella para describir un dilema es
    'estar sometido a una decisión imposible'", dice Rivera.
    
    Yuval Noah Harari: Las decisiones que estamos tomando para le darán
    forma a nuestro mundo en los años venideros
    Y al participar en esa toma de decisiones, así sea desde un sillón
    en tu casa, no sólo hay que pensar en cuál es la mejor opción sino
    también en qué nos estamos convirtiendo al escogerlas.
    
    Porque se vienen más dilemas, pues el coronavirus no es un hecho, es
    un acontecimiento.
    
    Acontecimiento
    Así como el dilema, el acontecimiento es algo específico para los
    filósofos y entenderlo nos prepara para lo que viene y nos recuerda
    que la responsabilidad social y la solidaridad no van dejar de ser
    necesarias cuando finalmente podamos estar a menos de dos metros de
    distancia de otro ser humano.
    
    Un acontecimiento se distingue de un hecho porque no admite una sola
    visión.
    
    "Un acontecimiento es algo que tiene una potencia siempre abierta,
    que no se reduce, que no se deja atrapar bajo una descripción, bajo
    una sola mirada.
    
    "Fíjate que lo que pasa con el virus -no el virus como identidad,
    esa capsulita rellena de ARN, sino el fenómeno-: ningún estudio
    epidemiológico o estadístico te da la dimensión de lo que está
    pasando.
    
    "Cada día que va pasando, mientras más cuerpos infecta y más
    fronteras transgrede, lo entendemos de manera distinta y la forma en
    la que todos nos aproximamos al fenómeno se expande; nos asustamos
    por otras razones, tenemos expectativas nuevas...".
    
    "Entonces, es un acontecimiento en el sentido de que es algo que
    excede nuestras capacidades interpretativas y él mismo va cambiando
    lo que es y el mundo en el que habita".
    
    Por eso, su potencia transformadora política, social y culturalmente
    es algo que nos dará para pensar durante muchos años, pues para
    algunas de las consecuencias de la pandemia tampoco hay vacunas.
    
    Las preguntas seguirán flotando en el aire y permanecerán en las
    superficies, a pesar del jabón y los desinfectantes...
    
    ¿Cómo distinguir entre lo bueno y lo malo en una terrible realidad
    que no es culpa de nadie? ¿Qué podemos esperar de la sociedad y qué
    puede la sociedad esperar de nosotros? ¿Cuáles sacrificios deben
    hacer los otros por nosotros y viceversa?
    
    ¿Habrá algo que ofrezca respuestas preparadas de antemano para casos
    de emergencia como este?
    
    Deontología y utilitarismo
    Conscientes o no de ello, las decisiones de algunos líderes, y las
    nuestras, se alinean con alguno de los sistemas de ideas principales
    que sustentan conceptos competitivos de lo correcto y lo incorrecto.
    
    Entre las muchas dicotomías filosóficas, hay dos que a primera vista
    nos podrían guiar: la deontología o el utilitarismo o
    consecuencialismo.
    
    A grandes rasgos, La primera, del idealista alemán Immanuel Kant,
    nos dice que existen reglas objetivas e incondicionales -como no
    matar- que debemos seguir sin importar los resultados en situaciones
    particulares, mientras que los utilitarios postulan que se debe
    asegurar el máximo bienestar para el máximo número de personas, lo
    que significa, en un ejemplo extremo, que los pocos deben ser
    sacrificados por el bien de muchos.
    
    Pero, por supuesto, como ya habíamos dicho, nada es tan sencillo.
    
    "Como muchas de las teorías de ética normativa comparten un interés
    de formular principios universales sólidos, algo de lo cual uno se
    pueda colgar ante la incertidumbre, no importa cuán adverso sea el
    mundo".
    
    Sin embargo, pronto tropiezas con obstáculos.
    
    ¿No matar es lo mismo que dejar morir, algo que podría decirse de la
    decisión de no darle cuidados intensivos a quienes lo necesiten?
    
    Y si abandonas las altas aspiraciones de los deontólogos y te
    aferras a los utilitarios, ¿cómo calculas quiénes son los
    sacrificados por el bien de la mayoría?
    
    "Creo que parte de lo que está pasando con la pandemia es que
    estamos haciendo cualquier cosa -leer compulsivamente, hacer yoga,
    masticar hojas de guanábana- que nos dé una idea de que esto tiene
    orden y sentido".
    
    Pero las fuentes de sentido son múltiples y, como nos dice Rivera,
    lo que le da sentido al mundo son cosas que siempre deben mantenerse
    sujetas a revisión.
    
    "Tanto la deontología como el utilitarismo ofrecen cosas
    maravillosas pero tienen limitaciones".
    
    ¡Qué vida!
    Pensar que la vida o el bienestar de la mayoría está por encima de
    todo es muy loable, pero a qué nos referimos al hablar de vida y
    bienestar: a la mera sobrevivencia o a nuestra forma de vida.
    
    Aunque la suspensión de esta última parezca temporal, muchos temen
    por su supervivencia después de la cuarentena. No se refieren a la
    posibilidad de ir de compras etc., sino a esas libertades que
    valoramos al punto que, para defenderlas, enviamos a jóvenes a
    arriesgar sus vidas, en guerras o en lugares amenazados por
    extremistas.
    
    "La libertad ha sido a menudo una de las víctimas de las pandemias"
    "El gran drama es que esto nos está poniendo a pensar no sólo en qué
    vale la pena conservar de lo que había -la vida, la economía, los
    sistemas políticos, la organización social-, sino que nos plantea
    una pregunta que es mucho más difícil: qué vale la pena construir".
    
    "Esa requiere imaginación: las decisiones que estamos tomando van a
    tener impacto profundo".
    
    Esa es una de las razones por las que, aunque sintamos que nuestra
    opinión no cuenta, reflexionar sobre lo que está pasando es tan
    importante.
    
    ¿Cuál es tu valor social?
    Los dilemas como los que se enfrentan tras las puertas de los
    hospitales, por ejemplo, también se pasean por nuestras calles, y
    resolverlos, ahora y cuando termine la cuarentena, será obra de
    todos, así sea por omisión.
    
    Piensa en los protocolos éticos, una herramienta para alivianarle la
    carga a los profesionales de salud.
    
    "Hemos notado -comenta Rivera- que es muy común que se acuda a una
    noción muy problemática que es la de 'valor social', que asume que
    hay personas con más valor social que otras y que tienen prioridades
    en términos de tratamiento".
    
    ¿Y no es así? Ante, por ejemplo, la escasez de ventiladores, ¿no es
    imperativo tener un criterio claro basado en algo como eso?
    
    "La cosa es que hay una serie de presupuestos complicados que hay
    que revisar. Toma el escenario aquel de que tienes un anciano de 85
    años y a un joven de 20, y escoges al de 20 porque el anciano ya
    vivió".
    
    Una decisión seguida por un silencio que evidencia el vacío que dejó
    en el alma.
    
    Ahora piénsala a futuro, bajo la óptica del mundo que queremos
    construir, y probablemente harás al menos una pausa antes de asumir
    como regla que es mejor sacrificar a quienes tienen el tesoro de la
    experiencia.
    
    Uno más complejo
    ¿Qué pasa si se trata de un profesor de medicina brillante de 65
    años de edad que puede educar a mucha gente y una persona joven?
    
    Cualquier respuesta es mala, por más necesaria que sea.
    
    Y, para ponernos entre la espada y la pared, como se pone gente como
    ella al participar en esas discusiones bioéticas que ahora se han
    vuelto tan relevantes y urgentes, Rivera nos invita a cualificar
    también a esa persona joven.
    
    "Piensa, por ejemplo, en una persona de la comunidad indígena que no
    contribuye al capital financiero, a la productividad de un país.
    Entonces tienes frente a ti a una mujer indígena y a un profesor
    universitario. Hay que tener mucho cuidado al hacer ese cálculo de
    valor social, porque con mucha frecuencia lo que se mide es quien
    aporta más a la sociedad bajo un criterio muy reduccionista de la
    humanidad a su capacidad productiva".
    
    "Cuando uno se pone a analizar lo que significa el criterio de valor
    social como toma de decisiones, se da cuenta de que se nos tienen
    que disparar las alarmas"
    
    ¿Vamos a dejar morir a las personas con discapacidad, a las
    comunidades originarias o a aquellos con un estilo de vida
    alternativo? De ser así, ¿qué sociedad estaríamos construyendo y qué
    seríamos nosotros en esa sociedad? ¿Cuánto valor social tendríamos?
    
    Los interrogantes llueven pero, bajándonos al piso, preguntamos si,
    realmente, hay alguna manera de evitar que las decisiones se tomen
    así.
    
    "Para eso es que sirve la teoría. Porque lo que pasa cuando lo
    cuestionas es que, por ejemplo, Rita Laura Segato, que es una
    antropóloga maravillosa (profesora de antropología y bioética de la
    Cátedra UNESCO de la Universidad de Brasilia), escribió muy
    fuertemente en medio de esas discusiones diciendo: '¡Ojo con esto!
    No se nos puede pasar por alto que son personas que por el sesgo
    implícito se piensa que valen menos'".
    
    "Si la apuesta política y la apuesta moral a futuro es construir una
    sociedad de cuidado, de justicia, humanizada, el criterio no puede
    ser simplemente la productividad y el capital".
    
    "EE.UU. tiene una tradición individualista... Es posible que allí se
    tomen las primeras decisiones de profundo calado ético y que
    dividirán a la humanidad"
    Recuerda que partimos del supuesto de que estas decisiones son
    imposibles de tomar.
    
    "Lo único que uno hace -y esto es muy importante- es recomendar:
    todos los protocolos son recomendaciones y los comités de bioética
    no dan órdenes.
    
    "Pero parte de lo que uno está recomendando tiene que ir un poco
    allá. Y vale la pena dar la pelea para que la gente que está
    desprotegida cuente. Lo mínimo a lo que debemos aspirar es que esas
    decisiones no sean fáciles, que no sea tan evidente que se salva
    siempre al profesor de universidad y no a la indígena".
*Fuente: BBC Mundo 
No hay comentarios.:
Publicar un comentario