Por Carlos Fazio
Mientras
Zelensky y sus aliados europeos de la “coalición de los
dispuestos” observarán a distancia, EU y Rusia discutirán en
Anchorage la eventual reconfiguración territorial de Ucrania y
negocios bilaterales en materia de petróleo, tierras raras y
un
corredor geoeconómico en el estrecho de Bering.
Desde hace una semana, cuando
el presidente Donald Trump anunció la histórica cumbre con su
homólogo ruso Vladimir Putin, a realizarse mañana 15 de agosto,
presumiblemente, en la base militar Elmendorf-Richardson ubicada
en
la ciudad de Anchorage, en el estado estadunidense de Alaska, las
especulaciones sobre los objetivos del encuentro no han cesado.
Si bien las versiones
predominantes aluden a la posibilidad de un acuerdo para poner fin
al
conflicto en Ucrania, que contemplaría la pérdida de territorios
del país euroasiático a manos de la Federación Rusa, otras indican
que lo sustancial de la reunión giraría sobre cinco tópicos:
petróleo, tierras raras, la limitación nuclear de ambas
superpotencias, el corredor geoeconómico de Rusia y Estados Unidos
en el estrecho de Bering –quizás sumando a China para asentar el
nuevo orden mundial tripolar (G-3)– y el reparto del Ártico.
El martes 12, mientras se
difundían despachos de prensa sobre la posibilidad de que, con
apoyo
británico, antes de la cumbre el Ejército ucraniano organizara una
operación de bandera falsa con drones y misiles contra un barrio
densamente poblado o un hospital en la ciudad de Chugúyev, en la
región de Járkov –que le permita ganar fuerza de negociación
frente a Trump, quien ve en Zelenski el principal obstáculo para
alcanzar una negociación medianamente exitosa con Rusia–, la
portavoz de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, pareció moderar las
expectativas de un rápido acuerdo de alto al fuego, al señalar que
para el jefe de la Casa Blanca será un “ejercicio de escucha”,
para que “obtenga una comprensión más firme y mejor de cómo
podemos, con suerte, llevar este conflicto a su fin”.
Un representante de la
administración Trump declaró a Politico
que el objetivo del magnate neoyorkino se centra en evaluar a
Putin,
averiguar si el mandatario ruso tiene serias intenciones y
trabajar
para lograr, después, una reunión trilateral con el líder del
régimen de Kiev, Vladímir Zelenski. Otro funcionario señaló al
medio que se trata de “confiar en los instintos de Trump”. El
informante expresó que el presidente ruso “ofreció un plan”, y
agregó: “Puede que no sea un plan viable, pero había algo sobre
el papel, lo que demuestra un avance (…) así que irá a
escucharlo”. Después de hablar, “Trump podrá evaluar cuán
serio es Putin respecto a la paz”, informó otro funcionario
estadunidense y añadió que la reunión es “el comienzo de una
nueva fase”.
No obstante, este miércoles,
tras una reunión por videollamada con líderes de la Unión
Europea y Zelenski, fiel a su contradictorio estilo personal de
negociar, Trump prometió que Rusia enfrentará “consecuencias muy
graves” si Putin no acepta detener el conflicto después de la
reunión en Alaska.
Por
su parte, tras del encuentro de Putin con Steve Witkoff la
semana
anterior, el Kremlin habrá evaluado la verdadera posición de
Estados Unidos, en particular sus limitaciones y
restricciones, en
contraste con las declaraciones grandilocuentes procedentes de
Washington ante la expiración del “plazo para la resolución”
del conflicto ucraniano y la introducción de nuevas sanciones
contra
Rusia.
Moscú apoya una cuarta ronda
de conversaciones en Estambul, y Putin y sus asesores habrán
entendido que el frenesí mediático y el revuelo
causado por los submarinos armados con misiles que Trump
ordenó
acercarse a Rusia, son elementos típicos de sus tácticas de
presión
antes de las negociaciones. Como observó el ex embajador británico
y experto geopolítico, Alastair Crooke, la realidad que se esconde
tras este frenesí es que Trump tiene pocas cartas con las que
intensificar la presión sobre Rusia (las reservas de armas se han
agotado) y el
recurso a misiles de mayor alcance provocaría entre los MAGA
el
clamor de que el líder republicano está llevando a Estados
Unidos a
la tercera guerra mundial.
Hipótesis sobre el
nuevo mapa después de la cumbre
En la coyuntura, Putin parece
llegar más fortalecido que Trump a la cita. En un momento en que
parecía que la retórica del jefe de la Oficina Oval contra Rusia
se
volvía más agresiva, con ultimátums de “10 o 12 días” y
amenazas de más sanciones, incluido su embargo petrolero contra
los
clientes de Moscú, a lo que a sugerencia del general Keith Kellogg
se sumó el envío de dos submarinos nucleares de la clase Ohio
“frente a las costas” de Rusia, la reciente visita del enviado de
la Casa Blanca al Kremlin, Steve Witkoff, marcó un cambio
radical en la actitud de Washington, posibilitando la esperada
reunión entre ambos mandatarios.
Como han señalado diversos
analistas de información, en los meses anteriores la presión de
Trump para un acuerdo de paz parecía un capricho personal, y el
llamado ‘Partido de la Guerra’ y los globalistas a ambos lados
del Atlántico aún tenían cartas que jugar: el paquete de sanciones
del senador republicano de ultraderecha, Lindsey Graham, connotado
rusófobo; nuevos envíos de armas estadunidenses a Ucrania, y las
iniciativas de la “coalición de los dispuestos”, impulsada por
el presidente francés Emmanuel Macron, el primer ministro
británico Keir Starmer y el canciller alemán, Friedrich Merz, para
desplegar tropas europeas en Ucrania.
Además de que la situación
desfavorable en el frente de batalla para el régimen de Zelenski
significa que Trump –atrapado por el caso Epstein y las presiones
de un sector de la sociedad estadunidense por su complicidad por
el
genocidio del régimen de Benjamín Netanyau en Gaza, lo que ha
repercutido en su base MAGA, que exhibe signos de desintegración–
necesita ahora conversaciones con Putin, no porque personalmente
desee la paz, sino porque las realidades en la línea del frente de
guerra lo empujan a ello. Como ha repetido el primer ministro de
Hungría, Viktor Orbán, Rusia ya “ha ganado” el conflicto y
ahora “es el turno de Occidente para reconocerlo”. Desde el punto
de vista de Trump, cuanto antes pueda cerrar algún tipo de acuerdo
con Moscú, mejor. Y esa urgencia es otra ventaja para Putin,
quien,
en caso de no alcanzar un acuerdo, no pierde nada. El Ejército
ruso
puede profundizar su guerra de desgaste y seguir avanzando hasta
que
se rompa el frente ucraniano, o hasta la próxima iniciativa de paz
con Washington.
Desde que resultó electo como
presidente de EU en noviembre de 2024, Trump y su enviado especial
para el caso ucraniano, el general Keith Kellogg, sugirieron que
un
futuro acuerdo de paz entre Ucrania y Rusia implicará un
intercambio
de territorio entre ambas naciones. Eso lo han repetido ambos en
múltiples oportunidades en los últimos ocho meses, incluidos
sendos
pronunciamientos del secretario de Estado, Marco Rubio y del otro
negociador especial de Trump, Steve
Witkoff. Incluso, el
citado
senador Lindsey Graham, representante de Carolina del Sur, declaró
en una entrevista con el programa ‘Meet the Press’ emitido el
pasado domingo en NBC News,
que Ucrania no podrá “expulsar a todos los rusos”, por lo que
cree que un hipotético acuerdo de paz contemplará modificaciones
territoriales que el régimen de Kiev tendrá que aceptar durante la
cumbre entre Trump y Putin. Dijo: “Para ser sincero, Ucrania
no expulsará a todos los rusos, y Rusia no tomará Kiev. Así que
habrá algunos intercambios de territorios al final”.
En principio, la posición rusa
sigue siendo la establecida por el presidente Putin el 14 de junio
de
2024. La propuesta de Moscú contempla que Kiev retire
completamente
sus tropas de las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk y de
las
provincias de Zaporozhie y Jersón (incorporadas a Rusia después de
consultas populares en 2022) y reconozca esos territorios, así
como
Crimea y Sebastopol, como sujetos de la Federación Rusa. Además,
debe garantizarse la neutralidad, la no alineación, así como la
desnuclearización, desmilitarización y desnazificación de Ucrania,
objetivos iniciales de la operación militar especial.
Sin embargo, para el Kremlin no
se trata solamente de encontrar una solución pacífica, sino
también
de concertar un compromiso firme y vinculante, y firmar documentos
reconocidos internacionalmente. Aquí surge el problema de la
ilegitimidad de los dirigentes del régimen de Kiev. El mandato de
Zelenski expiró en mayo del año pasado, por lo que los
representantes del Poder Ejecutivo, que son nombrados por él,
también son ilegítimos. Además, Putin ha insistido en la necesidad
de abordar las “causas profundas” del conflicto y que a la hora
de buscar soluciones es necesario basarse en las “realidades sobre
el terreno”. Es un dato real que la cumbre se da en un contexto de
ampliación de la zona de control militar ruso en la línea de
contacto. Por su parte, Zelensky, apoyado por la desdibujada
“coalición de los dispuestos”, asegura que nunca reconocerá la
soberanía de Rusia en las regiones ‘conquistadas’ por Moscú y
especula con la integración de su país en la Alianza Atlántica.
En ese contexto, en el campo
mediático se manejan diversas hipótesis. Según la web
estadunidense Axios,
tras la reunión de Witkoff con Putin, el 6 de julio, el enviado
estadunidense habría indicado a Trump, Zelenski y varios
líderes europeos que el Kremlin estaría dispuesto a renunciar
a los territorios que controla en las regiones de Zaporiyia
y Jersón, en el sur, si Kiev cediera Lugansk y Donetsk, en el
este, así como Crimea, anexionada por Moscú en 2014.
Sin embargo, al día siguiente
la versión de Witkoff al contactar con altos funcionarios europeos
y
ucranianos en una videollamada fue muy diferente. Según Witkoff, a
lo que habría accedido Putin era a “congelar” el avance
ruso en esas regiones y no proceder a su total conquista. Una
versión que parece más lógica, dado que Rusia difícilmente
devolverá a Ucrania la media luna de territorio conquistado con
acceso al mar que une Crimea con la zona del Donbás, a la que
pertenecen las regiones de Lugansk y Donetsk, y que cuenta en su
área
con la central nuclear de Zaporiyia, la mayor de Europa.
A su vez, sin citar fuentes, el
medio de comunicación polaco Onet divulgó
la supuesta propuesta estadunidense, que incluiría el
reconocimiento
de facto
de los territorios ocupados por Rusia aplazando la cuestión del
estatus durante 49 o 99 años. La iniciativa también incluiría el
fin de las sanciones y, a largo plazo, el restablecimiento del
comercio en materia de energía. A cambio, el documento
presuntamente
presentado por Witkoff no aborda la cuestión del veto al ingreso
de
Ucrania en la OTAN.
Otro informe, publicado el 8 de
agosto por la agencia estadunidense Bloomberg, especifica que
Rusia
podría obtener el control total del Donbás, incluso de las partes
que el ejército ucraniano ha conseguido retener. En el caso de
Jersón y Zaporiyia, el acuerdo dejaría el control territorial
según
las líneas de batalla actuales. No está claro en qué situación
quedaría Crimea, controlada por Rusia, pero fundamental para
Ucrania.
Por su parte, el experto
geopolítico ruso Leonid Savin ha comentado que si se produce una
división de las esferas de influencia en el territorio de Ucrania,
como ocurrió en la Conferencia de Potsdam, entonces entrarán en
contacto y, posiblemente, tendrán una zona de amortiguación dos
órdenes mundiales: el estadunidense y el ruso. Como ocurrió en la
era de la bipolaridad, pero entonces la frontera se extendía mucho
más al oeste. Aquí, según Lavin, la cuestión crítica y operativa
será dónde se trazará exactamente la línea divisoria. ¿Según
las fronteras administrativas y territoriales? ¿Según el Dniéper
(teniendo en cuenta la retirada de las Fuerzas Armadas de Ucrania
de
la parte ocupada de la región de Jersón)? ¿O se extenderá mucho
más al oeste, donde se encuentran las tierras históricas del mundo
ruso?
Más allá de lo que finalmente
se logre en la cumbre, otro punto de presión que tendrá Trump será
la “responsabilidad” de asegurarse de que el régimen de Kiev y
sus aliados europeos “se alineen” y no torpedeen las líneas
generales de un acuerdo como lo hicieron previamente. Acerca de
los
posibles resultados del encuentro, es probable que sobre el tema
ucraniano se logre un conjunto de promesas grandiosas, dramáticas
y
en última instancia vacías, pero suficientes para que Trump
registre la casilla de ‘pacificador’ en su marcador personal, en
su ansiada y obcecada carrera hacia la obtención del Premio Nobel.
Petróleo, tierras
raras y un corredor geoeconómico en el estrecho de Bering
Paradójicamente, la
provocación trumpista de los submarinos clase Ohio en “las cosas
rusas”, por absurda que sea, ha dado a Moscú el pretexto para
proponer algo que llevaba tiempo en la “mesa
de diseño” del presidente
Putin:
Rusia ha anunciado el levantamiento
de las restricciones autoimpuestas en el marco de la moratoria
sobre
el despliegue de misiles de medio y corto alcance (Tratado INF),
justificándolo con las acciones de Estados Unidos, que desde hace
tiempo había desplegado sistemas similares en Europa y en la
región
Asia-Pacífico, violando así el statu
quo. Por primera vez, Moscú
subraya de manera oficial que la amenaza de los misiles INF
estadunidenses no proviene solo de Europa, sino
también de la región Asia-Pacífico.
Ése podría ser un tema clave
en la cumbre de Alaska. Como ha mencionado Alastair Crooke, a
nivel
de lógica formal, la revocación de la moratoria sobre el
despliegue
del INF por parte del Kremlin no es más que una respuesta
simétrica
a la anterior escalada de Washington. Pero a un nivel más
profundo,
Rusia no está simplemente “reaccionando”: está creando una
“nueva arquitectura estratégica”
en ausencia de restricciones
internacionales. Y, entre otras cosas, tiene en sus manos la
producción en serie del misil balístico hipersónico Oreshnik,
así como un aliado directo,
Corea
del Norte, en la región Asia-Pacífico. Este cambio de paradigma se
concibe como estratégico. Mientras que antes Moscú confiaba en los
tratados y en el ‘comportamiento
normal’ de sus contrapartes,
ahora apuesta por “la
imprevisibilidad, los frentes interconectados y el equilibrio de
amenazas”. En una coyuntura,
además, que el enemigo principal declarado de las administraciones
de Joe Biden y Donald Trrump, es China, que, a la sazón, se define
también como un país “casi del Ártico”.
Según consignó Alfredo Jalife
-Rahme en el periódico mexicano La
Jornada, Rusia ostenta la
mayor
flota de rompehielos del mundo que hoy se encuentra en las aguas
del
Ártico en las cercanías de Alaska, a la que se acaba de unir una
armada de cinco rompehielos chinos. ¿Tendrán la capacidad de
transportar misiles nucleares los rompehielos rusos y chinos?
Adicionalmente, el presidente chino Xi Jinping celebró con los
contactos entre Rusia y EU, quizá en preparación de lo que se ha
venido vaticinando como una probable cumbre geoestratégica de un
G-3
en Beijing, entre Putin, Trump y el mandatario chino, el 3 de
septiembre próximo. Lo que podría sentar las bases para un reparto
del Ártico entre los tres protagonistas.
En otro orden de ideas, tanto
Trump como su enviado especial, Witkoff, han mencionado en varias
ocasiones, la oportunidad de hacer negocios con Rusia en materia
de
petróleo y tierras raras, lo que podría profundizarse por ambos
presidentes durante su cita en Anchorage, a la par de avanzar en
los
detalles para un eventual corredor geoeconómico Rusia/China en el
estrecho de Bering, al que podría sumarse China.
*Publicado en Mate Amargo el 14 de Agosto de 2025
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