Raúl Romero
En 2013 el Banco Mundial (BM) integró entre sus objetivos un concepto
que desde la década de los 90 venía ganando adeptos: Prosperidad
compartida.
Junto con otras instituciones multinacionales como el Fondo Monetario
Internacional (FMI), el Banco Mundial se han encargado de orientar la
política económica del orbe, garantizando la expansión y primacía de los
intereses privados de Estados Unidos y sus aliados; encontró en la
prosperidad compartida una "idea fuerza" para acompañar otras metas que
se venían imponiendo décadas atrás, por ejemplo el crecimiento económico
sostenido.
Al igual que otros propósitos promovidos desde instituciones financieras
internacionales, la prosperidad compartida se plantea como finalidad
que los países que se han caracterizado por un crecimiento económico
impulsen el aumento de los ingresos de la población más pobre,
contribuyendo a reducir las grandes brechas de desigualdad; lo anterior,
sin atentar contra las clases dominantes y mucho menos contra el
sistema capitalista. Una ambición noble, pero irreal.
Jaime Saavedra-Chanduvi, quien en 2013 fuera director del Departamento
de Reducción de la Pobreza y Equidad del Banco Mundial, describió los
objetivos de la siguiente forma: “¿La prosperidad compartida implica la
reducción de la desigualdad mediante la redistribución de la riqueza?
No. Es necesario centrarse primero en aumentar lo más rápido posible el
bienestar de los menos favorecidos. Sin embargo, no estamos sugiriendo
que los países redistribuyan un "pastel económico" de cierto tamaño, o
le saquen a los ricos para darles a los pobres. Más bien, estamos
diciendo que si un país puede aumentar el tamaño de su pastel y, al
mismo tiempo, compartirlo de manera que aumenten los ingresos de 40 por
ciento de su población más pobre, entonces está avanzando hacia la
prosperidad compartida. De modo que el propósito combina los conceptos
de aumentar la prosperidad y la equidad”
Desde su campaña a la Presidencia de México, Claudia Sheinbaum abrazó el
concepto de prosperidad compartida, convirtiéndolo en uno de sus lemas
de gobierno. En lo que va de su gestión lo ha reforzado con otras ideas e
iniciativas que apuntan en la misma dirección. Tanto en el Plan México:
Estrategia de Desarrollo Económico Equitativo y Sustentable para la
Prosperidad Compartida, como en el Portafolio para la Prosperidad
Compartida se detallan proyectos que, bajo la promesa de aumentar
empleo, infraestructura y garantizar programas sociales, siguen
refrendando las ganancias de los mega-ricos que invierten en México.
Se impulsan grandes megaproyectos iniciados en el sexenio pasado y otros
nuevos en todo el país; se fomentan polos alternativos del bienestar,
al mismo tiempo que se busca generar la infraestructura necesaria para
atraer la relocalización empresarial ( near-shoring). Profundizar el
modelo capitalista y propiciarle la infraestructura para que se instale
en nuevas regiones donde no había llegado con toda su brutalidad, es lo
que eufemísticamente llaman ampliar el pastel.
La prosperidad compartida parece ser más bien una actualización de
aquellas teorías que prometían que en el capitalismo se generará tanta
riqueza que alcanzará para todos; promesa que la propia realidad se ha
encargado de desmentir.
El capitalismo no sólo es un sistema de explotación y dominación que
atenta contra pueblos y contra la naturaleza, es también un sistema que
genera, profundiza y hace negocio de las desigualdades, uno que genera o
refuerza dicotomías como centro –periferia o metrópoli– colonia. Para
que existan personas ricas, se necesita de una inmensa mayoría de
personas pobres distribuidas en un mismo país o en diferentes regiones
del mundo.
Ampliar el pastel para compartir la prosperidad, en los hechos,
con-lleva otros peligrosos riesgos, como mayores afectaciones
ambientales, incluso en aquellas zonas destinadas a la transición
energética, o el aumento de las desigualdades, principalmente para
trabajadores precarizados e informales.
La adopción de este modelo por parte de la presidenta Claudia Sheinbaum
ha comenzado ya a mostrar los límites y contradicciones de su gestión.
Frente a la demanda de miles de maestros en todo México de echar abajo
la reforma neoliberal al sistema de pensiones de 2007, ella optó por
ponerse de lado de los bancos y las Afore que año con año generan
cuantiosas ganancias. Frente a la exigencia de miles de trabajadores de
reducir la jornada laboral, la respuesta fue llevar la discusión a foros
con vías a garantizar esa demanda hacia el final del sexenio. Sin
embargo, como bien lo ha denunciado el Frente Nacional por las 40 Horas
–que han sido reiteradamente excluidos de dichos foros–, esta es una
medida que no puede esperar. La negativa a implementar una reforma
fiscal que cobre mayores impuestos a quienes más tienen es parte,
igualmente, de esas contradicciones.
Por ahora y bajo este sistema, la "prosperidad" seguirá siendo para unos
cuantos. Al capitalismo, aunque le pongan por apellido Bienestar, no
oculta su origen ni su futuro: un crimen que se expande.
12.7.25
¿Prosperidad compartida?
28.6.25
El mendaz y marrullero Trump se desdobla entre su pulsión exterminadora y su Yo mesiánico
Por Carlos Fazio
En sólo tres días, del 21 y 23 de junio, una alocada y frenética sucesión de hechos que incluyó el bombardeo de tres centrales nucleares pacíficas iraníes, puso al mundo al borde de una gran conflagración bélica y culminó con un inestable y transitorio cese al fuego entre Irán y el eje Estados Unidos/Israel que podría derivar en una guerra de desgaste con implicaciones geopolíticas de signo incierto. No obstante ‑y más allá del reality show protagonizado urbi et orbi por el presidente Donald Trump, que incluyó una histriónica campaña de intoxicación propagandística‑, el análisis de la coyuntura, tras derrumbarse algunos mitos y mentiras, deja varias conclusiones de tipo provisional.
En particular, que Irán y el régimen de los ayatolás son un hueso duro de roer para la potencia imperial y sus vasallos; el tan cacareado Domo de Hierro que garantizaba la seguridad de Israel resultó un fiasco, y según una evaluación temprana de la Agencia de Inteligencia de Defensa y el Comando Central de EU ‑presuntamente filtrada por Israel y difundida por CNN, NBC News y The New York Times‑, los ataques a las instalaciones de Fordo, Natanz e Isfahán no lograron destruir los componentes centrales del programa atómico de Teherán y probablemente solo lo retrasaron seis meses, lo que contradice los categóricos dichos de Trump y el Pentágono de que la operación militar tuvo un “éxito abrumador” y efectos similares a los de… ¡Hiroshima y Nagasaki!
Trump, Netanyahu y la ruptura limpia
El 21 de junio la guerra infinita del Estado imperial dio un nuevo giro. Como adelantó Seymour Hersh dos días antes de los hechos, tras sucumbir a las presiones del Estado profundo (deep state) y ordenar atacar de manera artera e ilegal tres instalaciones nucleares pacíficas de Irán, el presidente Donald Trump escaló la guerra de agresión iniciada, con su consentimiento, por el subimperialismo israelí en Medio Oriente.
Ya entonces, el canciller alemán Friedrich Merz, un halcón y exCEO de BlackRock, había dicho sin sutilezas que el régimen expansionista de Benjamín Netanyahu hacía el “trabajo sucio” (Drecksarbeit) “para todos nosotros”, en implícita alusión a las potencias del Occidente colectivo. Y ahora, asesorado por el director de la CIA, John Ratcliffe, y el comandante general del Comando Central (CENTCOM) del Pentágono, Michael Kurilla ‑vehículos del Mossad y del complejo militar-industrial de Israel, y financiados, como él, por el Comité de Asuntos Públicos Estados Unidos-Israel (AIPAC), que se describe a sí mismo como un “lobby pro-israelí” ante el Congreso y la Casa Blanca‑, usando como distractor el señuelo “nuclear” iraní, Trump repite el esquema de George W. Bush en su ataque a Irak, en 2003. En la agresión a Irak, Washington esgrimió que Sadam Hussein poseía armas de destrucción masiva, lo que en tiempo real advertimos que era falso; ahora, Trump usó como excusa que Irán está cerca de alcanzar el arma nuclear, otra mentira fabricada por las usinas de propaganda de EU, Reino Unido e Israel, reiterada durante 30 años una veintena de veces (la estrategia de Goebbels de repetir la misma patraña muchas veces) ‑según consignaron The Intercept y otros medios‑, por el cínicamente psicótico Netanyahu, quien ha recurrido de manera sistemática a esa narrativa para manipular la mentalidad paranoica del fundamentalismo judío a fin de fortalecer el ultranacionalismo del gobierno de extrema derecha que él lidera.
Cabe remarcar que tampoco es una guerra preventiva ni defensiva. Estados Unidos y su proxy en Medio Oriente son dos potencias nucleares (según el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo [SIPRI], el arsenal nuclear de Israel cuenta con unas 90 ojivas en el reactor de Dimona y un escuadrón nuclear de 125 cazas) que, al margen de la Carta de la ONU y el derecho internacional, atacaron a un país soberano (lo que da a Irán el derecho a la legítima defensa). Se consumó, así, la revelación del excomandante supremo de la OTAN, el general Wesley Clark, en 2003, poco después del 11-S: para dominar Medio Oriente, EU planeaba atacar y destruir los gobiernos de siete países, empezando por Irak, luego Siria, Líbano, Libia, Somalia, Sudán y culminando con Irán.
Con un antecedente: en 1996, Netanyahu y sus asesores estadunidenses (entre los que se encontraban Paul Wolfowitz, Douglas Feith, Victoria Nuland, Hillary Clinton, Joe Biden, Richard Perle y Elliott Abrams, entre otros), idearon una estrategia denominada “Clean Break” (ruptura limpia), que definía que Israel no se retiraría de los territorios palestinos conquistados en la guerra de 1967 a cambio de la paz en la región. En su lugar, Israel remodelaría Medio Oriente a su antojo. En septiembre de 2023, Netanyahu presentó en la Asamblea General de la ONU un mapa del “Nuevo Medio Oriente” que borraba por completo el Estado palestino. Y en septiembre de 2024 dio más detalles sobre ese plan mostrando dos mapas: una parte de Medio Oriente era una “bendición”, y la otra, que incluía a el Líbano, Siria, Irak e Irán, una maldición. El plan abogaba por un cambio de régimen en esos últimos países, por lo que la guerra de Israel y EU contra Irán es el movimiento final de una estrategia que lleva décadas.
A su vez, la operación militar-ideológica-propagandística coordinada y puesta en marcha por el binomio Trump/Netanyahu, alegando que lo que estaba en juego era la propia “existencia” del Estado israelí, es deshonesta y falsa. Las negociaciones sobre el tema nuclear propuesta por Trump a Teherán fueron una trampa y un engaño diplomático distractivo para permitir a Israel atacar. Además, al agitar el arma nuclear iraní como casus belli, Trump cometió perfidia, ya que al exigir negociar al régimen de los ayatolás apeló a la buena fe del adversario con intención de traicionarlo, práctica considerada prohibida por el derecho internacional consuetudinario y los Convenios de Ginebra de 1977, que constituye un crimen de guerra grave en los conflictos armados internacionales.
Los informes del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) no han aportado prueba alguna al respecto, con independencia de que su director, el argentino Rafael Grossi, con base en los datos del algoritmo de contrainteligencia Mosaic de Palantir (la plataforma de sofware de Peter Thiel, uno de los mecenas de Trump), había filtrado información sensible sobre las plantas nucleares iraníes al régimen de Netanyahu para facilitar los bombardeos, mancillando la neutralidad del organismo de la ONU. Así, sin mediar declaración de guerra, los ataques a las centrifugadoras nucleares iraníes por EU e Israel no fueron más que un pretexto. Más allá de los propios intereses expansionistas del régimen sionista de Tel Aviv, el objetivo de la guerra fue consolidar el dominio de Israel como enclave de los imperialismos occidentales en Medio Oriente, un plan indisociable de la estrategia estadunidense de mantener su hegemonía mundial frente a China y los países miembros del BRICS.
Es la geopolítica, estúpido!
Según escribió Michael Hudson sobre los motivos de Trump para atacar a Irán, lo que está en juego es el intento de Washington de controlar Medio Oriente y su petróleo como piedra angular del poder económico estadunidense durante un siglo, e impedir que otros países avancen hacia la creación de su propia autonomía frente al orden neoliberal centrado en la Casa Blanca, el Capitolio y el Departamento del Tesoro a través del FMI, el Banco Mundial y otras instituciones internacionales. Hudson denunció, asimismo, que desde mediados de los años 70s., cuando se hablaba de la creación de un Nuevo Orden Económico Internacional, la estrategia militar del Pentágono ya contemplaba derrocar al gobierno de Irán y dividir al país en partes étnicas, como vía para establecer una dictadura cliente potencial, clave para remodelar la orientación política tanto iraní como pakistaní en caso necesario (la estrategia seguida después en la exYugoslavia, Afganistán, Libia y Siria).
Trump, como su antecesor, Joe Biden, definieron a China como el enemigo principal. Desde el punto de vista de los estrategas neoconservadores, el surgimiento del socialismo industrial impulsado por el Partido Comunista chino (el coloso asiático dejó de ser la fábrica barata del orbe y la fuerza de su economía se centra hoy en la densidad tecnológica, la escala productiva, la automatización, la eficacia logística y la capacidad de innovación aplicada), supone un peligro existencial para el control unipolar de EU, al proporcionar un modelo al que países como Rusia, India, Irán, Venezuela y otros han comenzado a seguir como alternativa estratégica, con el objetivo de recuperar la soberanía nacional, desafiando la hegemonía del dólar al utilizar sus monedas nacionales en el intercambio comercial bilateral, evadiendo el sistema de pagos interbancario SWIFT.
En ese sentido, no se trata de la guerra a Irán, sino ‑en una lógica geoestratégica estructural, por vía indirecta‑ contra China y los países del BRICS, que han venido consolidando un orden multipolar con eje en la Carta de la ONU y el derecho internacional. Por su ubicación geográfica y sus materias primas (en particular el petróleo), Irán es una de las piezas críticas del ajedrez global. De allí que no sea baladí que los primeros misiles disparados por Israel contra el territorio iraní el 13 de junio, se hicieron poco después de la llegada del primer tren desde Xi’an, en China, a Aprin, un centro logístico en Irán, el 25 de mayo pasado, lo que constituye un logro geoeconómico de Pekín en la carrera de los corredores de conectividad multimodal estratégicos del siglo XXI con EU y Europa.
China e Irán son dos países miembros del BRICS, vinculados además por un Tratado de Asociación Estratégica Amplia con Rusia, e Irán es miembro de la Organización de Cooperación de Shanghai. Así, la esencia de la nueva ruta ferroviaria entre ambos, construida desde 2021 en el marco de la iniciativa “Una Franja y una Ruta”, es simple: los productos industriales chinos llegan ahora a Irán directamente por tierra, eludiendo todas las zonas de influencia, bases militares y el control de las sanciones de Estados Unidosy la Comunidad Europea.
Pero Irán no solo recibe suministros, sino que se convierte en un nodo logístico clave que conecta, al sur, el corredor Norte-Sur, desde San Petersburgo en el Báltico, a través a través de Rusia, el Mar Caspio y la India; al oeste, el acceso terrestre a Irak, Siria, Turquía y el Mediterráneo; al este, el acceso directo a las cadenas de suministro chinas. Además, la ruta terrestre erosiona el monopolio del tráfico marítimo, especialmente, en condiciones donde dos áreas clave, los estrechos de Ormuz y Suez, están controlados y monitoreados por Estados Unidos y sus aliados. Irán ha superado gradualmente su aislamiento logístico, convirtiéndose en un enlace entre China, Rusia, India y Oriente Medio, y esa integración de la nación persa en la logística transasiática disparó el intento de la administración Trump de destruirla sistémicamente. Si Estados Unidos logra bloquear a Irán y convertirlo en un Estado cliente, se interrumpe el largo corredor de transporte que China espera construir y, también, para bloquear el desarrollo ruso a través del Caspio.
Visto así, la motivación de los ataques de EU e Israel no tiene nada que ver con el intento de Irán de proteger su soberanía nacional desarrollando una bomba atómica. El problema de fondo es que EU tomó la iniciativa intentando adelantarse a Irán y a otros países para que no rompan con la hegemonía del dólar, pero además, en el caso iraní, Trump y Netanyahu mencionaron, explícitamente, la intención de un cambio de régimen, no necesariamente democrático secular, sino quizás una extensión de los terroristas wahabitas sirios de ISIS-Al Qaida.
¿Las “bombas rompe búnkeres”, realidad o fantasía?
Por otra parte, la táctica de decapitación selectiva instrumentada por Israel en el marco de la blitzkrieg del 13 de junio, con base en la doctrina militar de Shock and awe (Conmoción y pavor) ‑que combinó el ataque de saturación de 200 cazas con el accionar de agentes clandestinos de sus servicios de espionaje (el Mossad y la Dirección de Inteligencia Militar, incluidos elementos de la Unidad 8200) y células dormidas de colaboracionistas iraníes diseminados en el territorio iraní (que siguiendo la agenda terrorista del gabinete de guerra de Netanyahu, con carros bomba, sabotajes y asesinatos callejeros, sembraron caos y destrucción en Teherán y otras ciudades)‑, estaba dirigida a desarticular la cadena de mando y provocar confusión en sus fuerzas armadas. Pero no dio resultado; Irán había previsto sucesivos mandos de remplazo, y en múltiples rondas de la Operación Promesa Verdadera III, sometió a Israel a una destrucción con misíles balísticos y drones nunca antes vista, que, sorteando el “impenetrable” Domo de Hierro, impactó bases y centros de mandos militares y de inteligencia y de varias corporaciones del complejo militar industrial en Tel Aviv, el puerto de Haifa ocupada y otras ciudades; lo que puso al régimen de Netanyahu en un callejón sin salida y demostró que las capacidades ofensivas iraníes no se vieron afectadas por los ataques israelíes.
Tal vez eso fue lo que obligó a Trump ordenar el ataque contra Irán el 21 de junio. Como señaló el jefe de Estado Mayor del Pentágono, general John Daniel Caine, alrededor de las 5 p.m. ET del sábado, justo antes de que aeronaves de EU entraran en el espacio aéreo iraní, un submarino estadunidense lanzó más de dos docenas de misiles de crucero Tomahawk contra objetivos dentro de Irán. A medida que las aeronaves se acercaban a sus objetivos, EU desplegó diversas tácticas de engaño, incluyendo señuelos… Los bombarderos lanzaron dos bombas “rompe búnkeres”, conocidas como Penetradores de Artillería Masiva GBU-57 (MOP), sobre el sitio de Fordo alrededor de las 6:40 p.m. ET. Durante los siguientes 25 minutos, según Caine, se lanzaron un total de 14 MOP sobre dos zonas objetivo.
Esa bomba de 13,6 toneladas de peso se utilizó por primera vez en un ataque. Se dice que tiene la capacidad de penetrar 60 metros en el interior de la tierra antes de explotar, logrando así lo que los israelíes no han logrado con sus armas en los últimos días: destruir las instalaciones nucleares de Irán, ubicadas en las profundidades de las montañas. Según los iraníes, eso no ha sucedido, al parecer, porque sus instalaciones nucleares están, al menos, a 80 metros bajo la superficie terrestre. Por el contrario, según Trump, el ataque fue un “éxito militar espectacular” y las tres instalaciones nucleares atacadas fueron “completa y totalmente destruidas”.
Horas después de la represalia iraní a la base aérea estadunidense Al Udeid en Catar y los mensajes que transmitió basados en el principio de “reciprocidad”, Trump anunció un alto al fuego entre Irán e Israel al amanecer del martes 24 de junio, que entró en vigor a las 7:00 am. de ese mismo día. Así, la guerra iniciada por Israel, con ataques aéreos concentrados contra instalaciones militares y estratégicas iraníes, dirigidos contra líderes militares y científicos nucleares, fue decidida por Irán, que, según reconoció el general de reserva israelí Yom Tov Samia, fue quien controló y determinó el momento del alto al fuego.
Algunas conclusiones preliminares permiten aventurar que los objetivos bélicos de EU e Israel fracasaron. De acuerdo con un reporte de la página web árabe Al Mayadeen, datos políticos y de campo revelaron el fracaso de la agresión en lograr sus objetivos más importantes, en particular, el derrocamiento del régimen del ayatolá Sayyed Ali Khamenei; la destrucción del programa nuclear iraní, y la eliminación de su capacidad misilística. Citado por el medio, el miembro del Likud en la Kneset, Amit Halevy, reconoció al respecto que “el régimen iraní llegó para quedarse, y aún posee misiles y la capacidad de disparar contra Israel”.
A su vez, y más allá de la bruma de la guerra, según publicó en su blog el analista de inteligencia canadiense Patrick Armstrong, citado por la página venezolana Misión Verdad, Irán es mucho más poderoso de lo que mucha gente pensaba; los sistemas de defensa aérea occidentales no son muy eficaces; los misiles hipersónicos iraníes son invulnerables y muy aterradores y Teherán sabe ahora qué misiles de su arsenal son más efectivos y cuáles absorben con mayor efectividad la defensa aérea del enemigo y construirá en consecuencia; Israel ha agotado las células durmientes y la penetración de inteligencia que había desarrollado en Irán.
No está de más apuntar que quien disparó el tiro final fue Irán, que emergió de la guerra imponiendo nuevas reglas de combate y demostrando que la disuasión no es una teoría, sino una realidad sobre el terreno. En ese sentido, el Consejo Supremo de Seguridad Nacional iraní comentó que Irán había logrado una victoria y “obligado a los enemigos a solicitar un alto al fuego”. A su vez, el periódico israelí Maariv también reconoció que “Irán emergió de la guerra fortalecido”, y el exministro de Defensa israelí, Avigdor Lieberman, consideró que “el resultado de la guerra contra Irán fue discordante y amargo para Israel”.
En otro giro no previsto, el domingo 22, el líder supremo de Irán, Alí Jamenei, habría delegado todo su poder en la Cámara Suprema de la Guardia Revolucionaria, la que, de confirmarse, podrá ahora tomar una decisión nuclear sin consultarlo ni obtener una fatwa religiosa, lo que supondría un cambio estratégico importante en la estructura del gobierno iraní. Además, esa decisión sentaría las bases para la era post-Jamenei: ante su eventual asesinato, la Guardia controlaría temporalmente el país hasta que se nombre al nuevo líder, sin crear un vacío de poder ni el colapso de la cadena de mando. En lo que podría ser el comienzo de una nueva fase en el gran juego geopolítico en Medio Oriente, Irán tendría temporalmente un gobierno militar, lo que aumentará la probabilidad de una toma de decisiones menos conciliadoras y posturas más duras hacia Israel, el Golfo, EU e, incluso, el programa nuclear iraní.
En ese contexto, y superando el cinismo de Joe Biden, en su confabulación con Netanyahu, Trump acaba de ejecutar una rutina barata del policía bueno y el policía malo, de consecuencias imprevisibles: según expresidente ruso, Dmitri Medvédev, una serie de países están dispuestos a suministrar directamente armas nucleares a Irán y, de persistir en sus propósitos bélicos, EU podría ser arrastrado a una nueva guerra con perspectiva de operación terrestre.
A manera de colofón, cabe consignar que entre los analistas militares persisten las dudas sobre el éxito de los bombardeos de EU. A manera de ejemplo, el exoficial de inteligencia del Cuerpo de Marines, Scott Ritter, calificó los ataques del Pentágono contra instalaciones nucleares iraníes como “maniobras para salvar las apariencias” que no lograron ningún objetivo estratégico. A su vez, como mencionamos al principio, el martes 24, CNN, NBC News y The New York Times, difundieron una evaluación temprana de la Agencia de Inteligencia de Defensa y el Comando Central de EU ‑presuntamente filtrada por Israel‑, que señala que los ataques a las instalaciones de Fordo, Natanz e Isfahán no lograron destruir los componentes centrales del programa atómico de Teherán y probablemente solo lo retrasaron seis meses, lo que contradice los categóricos dichos de Trump y el Pentágono de que la operación militar tuvo un “éxito abrumador” y efectos similares a los de las bombas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki durante la Segunda Guerra Mundial.
Ayer, miércoles 25, durante la cumbre de la OTAN en La Haya, Trump dijo a los periodistas: “Ese golpe (a Irán) puso fin a la guerra. No quiero usar el ejemplo de Hiroshima. No quiero usar el ejemplo de Nagasaki. Pero fue esencialmente lo mismo. Aquel impacto acabó con aquella guerra y este con esta”. También arremetió contra los medios y periodistas que citaron la versión preliminar del Pentágono, en particular, citó a Allison Cooper, de CNN; Brian L. Roberts, director de ‘Con-cast’ en NBC; y Johnny Karl, de la cadena ABC. En el mismo escrito, tachó de “tonto” a Roberts y de “perdedores” al equipo de ‘Con-cast’. Y concluyó: “Nunca termina con los corruptos de los medios y por eso sus índices de audiencia están en mínimos históricos: ¡cero credibilidad!” Al respecto, el secretario de Defensa de EU, Pete Hegseth, anunció este miércoles la apertura de una investigación por el FBI sobre la filtración de ese informe confidencial.
1.5.25
El fetiche de los indicadores del mercado: una crítica a la ideología neoliberal
Introducción: el neoliberalismo y su narrativa dominante. El modelo neoliberal no se limita a políticas económicas que transfieren la riqueza pública y social al sector privado; también impulsa un proyecto cultural basado en la racionalidad del mercado. Se trata de la construcción del especímen humano ideal gobernado por la racionalidad de la ganancia empresarial. Esta visión, hecha gobierno, que define lo “bueno” para la economía nacional, no sólo privatizó activos públicos, sino que también colonizó la esfera política mediante la propagación de ideas que legitiman y normalizan el enriquecimiento de las grandes fortunas.
Un elemento clave de esta narrativa es la obsesión con los indicadores del mercado. En los noticieros y revistas “especializadas”, las secciones financieras reducen la economía a colores: verde para el crecimiento (que pasa desapercibido y oculta la acumulación de riqueza privada permanente), rojo para las caídas (que desatan pánico y titulares catastrofistas) o negro para delinear la distopía última: la posible destrucción del planeta antes que la posibilidad de dar a luz un sistema económico diferente.
El problema es que esta triada cromática –verde, rojo y, en su extremo, negro– desvía la atención de la economía real hacia tableros financieros e indicadores que suben y bajan permanentemente, promoviendo lo que aquí llamamos el fetiche de los indicadores del mercado.
El fetiche del mercado: una inversión ideológica
Un fetiche, en términos ideológicos, invierte el orden de las relaciones determinantes: el mercado no es el resultado de la actividad económica, sino que la actividad económica se presenta como resultado del mercado. En este esquema, los medios de comunicación explican de forma invertida los fenómenos económicos bajo el eufemismo de la “eficiencia de los mercados”, dotando, además, de características humanas a este mecanismo bajo términos como “el nerviosismo de los mercados”, o los “espíritus animales” de Keynes, que no son más que formas de normalización del reinado de la codicia por la ganancia privada elevada a una ética universal.
Esta visión ha permeado incluso la academia. Las universidades públicas, cooptadas por el neoliberalismo, han priorizado un matematismo abstracto y series de datos interminables en sus planes de estudio, desplazando disciplinas esenciales como la teoría del Estado, la política industrial, la ética, la epistemología o la historia, por señalar las más importantes. La ciencia económica, así, se ha reducido a una pseudociencia que parcializa la realidad concreta en favor del fetiche del mercado.
Indicadores y guerra cognitiva: la distorsión de la realidad
La obsesión con los indicadores del mercado refleja una estructura de poder entre clases sociales: los paradigmas científicos dominantes sirven a los intereses del sector privado. Por ello, es un error creer que analizar indicadores a base de datos es hacer ciencia; en realidad, se trata de propagar los criterios del capital, presentándolos como beneficiosos para el sector público y social. El papel de los organismos internacionales es, desde esta óptica, dictar supuestas valoraciones que generan la ilusión de cientificidad, ocultando sus intereses políticos.
Un ejemplo reciente lo señaló la presidenta Claudia Sheinbaum en una conferencia matutina (24 de abril de 2025, minuto 51:45): las previsiones de organismos internacionales, como el FMI y el Banco Mundial, advierten que México podría entrar en recesión. Sin embargo, estas proyecciones se basan en modelos técnicos diseñados para preservar la estabilidad financiera que favorece las ganancias privadas, no para evaluar transformaciones cualitativas bajo criterios de justicia social. Ignoran, por ejemplo, que la política económica de la cuarta transformación ha sacado a 9 millones de mexicanos de la pobreza, un logro reconocido incluso por el propio Banco Mundial.
Estas previsiones, respaldadas además por calificadoras trasnacionales, declaran una valoración estructural que distorsiona la realidad del país y puede generar profecías autocumplidas: una nota negativa desincentiva a los inversores, convirtiéndose en una sanción económica de facto. Como decía Max Weber, el mecanismo de la bolsa de valores se inscribe dentro de instituciones para la guerra económica. Por ello el cambio de visión económica no es solo derivado de una actualización en general sino una defensa necesaria frente al influjo del capital trasnacional.
La estabilidad macroeconómica de México: Un caso paradigmático
Aún así, la propia realidad se ha impuesto, no sólo por los cambios dentro del país sino también por las transformaciones aceleradas del mundo entero. En este contexto, la narrativa de la recesión choca con la realidad macroeconómica de México. Tras décadas de políticas neoliberales que llevaron a crisis severas como el “error de diciembre de 1994”, el país ha logrado condiciones de estabilidad: un superpeso revalorizado, reservas internacionales superiores a los 230 mil millones de dólares, inflación controlada, aumento del salario mínimo y bajas tasas de desempleo. Además, y quizá sea el símbolo anti-neoliberal más claro: la puesta en marcha de un plan de mediano y largo plazo para dirigir el proceso de sustitución de importaciones y fortalecimiento de los eslabonamientos industriales al interior de nuestra economía. Bajo estas condiciones de cambio estructural, hablar de recesión carece de sentido.
Además, el bajo crecimiento no es exclusivo de México, sino un fenómeno global. Desde 2008, el hemisferio occidental enfrenta un estancamiento generalizado, mientras que los países asiáticos crecen aceleradamente gracias a la reconstrucción de sus bases industriales y el fortalecimiento de sus mercados internos –un modelo que resuena con el espíritu del Plan México impulsado por la actual administración de la doctora Claudia Sheinbaum.
El rol del sistema financiero y la necesidad de un nuevo paradigma
Para crecer, México necesita acceso al crédito y una planificación a mediano y largo plazo. Frente a esta necesidad, el fetiche de los indicadores del mercado, por ejemplo, oculta un problema estructural: el papel de los bancos privados y la autonomía del banco central, temas que los economistas neoliberales evaden. Este quizá sea el límite mayor de lo que queda de fuerza del capitalismo acuñado desde la Segunda Guerra Mundial. La predisposición por la especulación financiera sustituyó las actividades tendientes a aumentar la riqueza real de la sociedad. La ganancia financiera se respeta, la ganancia social se cuestiona.
Por ello, es urgente recuperar una visión científica de la economía que no se limite a interpretar datos especulativos ni a predecir escenarios inmediatos, como si fuera un juego de apuestas. La economía debe integrar lo político y lo social, superando el fetiche del mercado para reconstruir un sujeto económico colectivo construyendo una nueva generación de política económica, donde el Estado se convierte en la figura predominante y al servicio de la economía como un conjunto.
Esto implica una economía mixta reorganizando las interrelaciones económicas para priorizar el desarrollo soberano del mercado interno. Desde diciembre de 2018, la 4T ha sentado las bases para dejar atrás las políticas neoliberales que desindustrializaron al país, y la estabilidad macroeconómica actual abre la puerta a un desarrollo soberano que los organismos internacionales, obsesionados con los indicadores, no logran, o no quieren ver.
Conclusión: hacia la soberanía ideológica
Superar el fetiche de los indicadores del mercado no es sólo un ejercicio teórico, sino un paso hacia la soberanía ideológica. Necesitamos un análisis que profundice en los cambios cualitativos del modelo económico, no que se limite al análisis detallado de los vaivenes cuantitativos de los tableros financieros. Sólo así podremos comprender y acompañar las transformaciones en curso. Tenemos, además, la fortuna de llevar un sexenio de ventaja en este tipo de respuestas antes de la actual crisis arancelaria que ha llevado a los países a buscar alternativas sistemáticas.
El llamado “día de la liberación” de Donald Trump hoy se ha demostrado como un fiasco: la respuesta de China fue contundente y mostró que la hegemonía de Estados Unidos ya no goza de la fuerza que presumió frente al bloque soviético. Hoy el verdugo, vestido de rey, va desnudo. Esta novedad estructural es imposible de observar si la atención se dirige al interminable juego de las subidas y bajadas del capital financiero.
Mientras el mundo enfrenta un reordenamiento geopolítico, México tiene la oportunidad de consolidar su soberanía económica e ideológica, dejando atrás el fetiche de los indicadores del mercado y construyendo un modelo partiendo de las necesidades actuales del pueblo transformando su forma económica.
Oscar Rojas Silva*
*Economista (UdeG); maestro y doctor (por la UNAM) en crítica de la economía política. Académico de la FES Acatlán. Director del Centro de Estudios del Capitalismo Contemporáneo y comunicador especializado en pensamiento crítico en Radio del Azufre y Academia del Azufre.
9.4.25
Trump y la sombra del marxismo chino, ¿inicia nueva Era para el capitalismo?
Las políticas de Trump buscan sustituir el paradigma del liberalismo económico, pero no anular el capitalismo: con los aranceles recíprocos, EU estima generar ingresos durante la próxima década por 6 billones de dólares. Con esta nueva estructura comercial, pretende redistribuir el flujo de ingresos desde su comercio externo, capturar una mayor proporción a su favor vía cobro de aranceles, redirigir flujos de inversión externa y nacional hacia sus propias industrias en decadencia, y ganar tiempo para su reestructuración en condiciones menos desventajosas con relación a las actuales. No obstante, el gran disruptivo del concierto globalista del capitalismo ha sido la República Popular de China, con una concepción distinta para su acción al interior de la globalización
Donald Trump procesa desde su gobierno nacional y con su equipo de asesores la sustitución del paradigma del liberalismo económico articulado a la reconfiguración del capitalismo mediante la globalización de los flujos e intercambios económicos, por medio del neoproteccionismo para la rehechura de la competitividad estratégica, la redistribución de los ingresos mundiales del comercio regional y global, articulado a una nueva concepción absoluta de la seguridad nacional de Estados Unidos, basada no sólo o principalmente en el poder militar y sus alianzas y bases militares, sino en torno al reposicionamiento mundial de la base nacional de su economía.
Uno de sus asesores, Peter Navarro, sostuvo el 30 de marzo de este año que, con una parte de dicha política, estiman generar 6 billones de dólares en ingresos durante la próxima década, lo que –aún ajustado a una inflación promedio– triplicaría el aumento histórico de impuestos del año 1942 para financiar su intervención en la Segunda Guerra Mundial (citado en un documento del Tesoro de 2006, que refiere que en dicho momento, se recaudaron 10 mil millones de dólares, cifra que ajustada a la inflación, representa hoy 200 mil millones de dólares). Esto, dicho por quien es considerado el principal asesor del presidente Trump en la materia. Peter Navarro agregó: “el mensaje es que los aranceles son recortes de impuestos, son empleos, son seguridad nacional. […] Harán que Estados Unidos vuelva a ser grande”. Con ello, reiteró que no son como dicen los opositores impuestos que pagarán empresas y consumidores, sino los agentes económicos extranjeros. Ello, previo a la vigencia del arancel del 25 por ciento para China, Canadá y México en el comercio de autos importados, que representa uno de los mayores golpes al sector externo mexicano, a sus empresas integradas a la cadena de valor en este sector industrial (Chris Isidore, CNN, Economía y Dinero, 31 de marzo de 2025).
El anuncio del presidente Trump del “Día de la Liberación” –cuando fijó aranceles recíprocos para todo el mundo– no escapa a lógica del funcionamiento del sistema socio económico capitalista, a su lógica de maximización de beneficios. Se estima que sólo estos aranceles recaudarán 600 mil millones de dólares al año, que son los 6 billones mencionados para la próxima década. Reconfigura así los ingresos nacionales, los beneficios para las empresas participantes en la cadena mundial de valor, así como la demanda de consumidores de vehículos importados, toda vez que aumentarán su precio en el mercado estadounidense. El objetivo último es la reconstrucción de la tasa de ganancias y la recaudación fiscal para el Estado nacional.
El presidente Donald Trump intenta, mediante un comportamiento teórico y político disruptivo, insertarse en los grandes escenarios pisados por los estadistas reformadores en la historia de EU. Hace 30 o 35 años (desde la década de 1990) la reconfiguración histórica del capitalismo como sistema mundial, apuntaba en un sentido contrario. Para entender mejor el cambio en proceso actualmente, es necesario recuperar la perspectiva histórica del trayecto de un sistema económico que ha representado un inmenso avance histórico, pero también grandes carencias para las mayorías sociales y dificultades sin fin para sus hacedores, no puede librarse de la competencia con sus rivales en el mercado, tampoco del costo de la mano de obra y su productividad, igualmente, de la fiscalidad del Estado que mejor lo representa y promueve, de la imperiosa necesidad de los “grandes saltos tecnológicos”, y por consecuencia, de la recomposición de la tasa de ganancias. Y no es “doctrinarismo”, sino una realidad implacable que se impone una y otra vez.
¿Cómo llegamos a este punto desde el paradigma anterior?, ¿este proceso de un paradigma sustitutivo constituirá una nueva Era del capitalismo mundial? El gran disruptivo del concierto globalista del capitalismo ha sido la República Popular de China, con una concepción distinta para su acción al interior de la globalización: el gigante dormido despertó y avanzó. Además de “las cuatro modernizaciones”, esta concepción integró la dimensión política: un diálogo constructivo con EU y occidente todo, cuando era presidente Ronald Reagan.
El capitalismo globalista emergió en un contexto de crisis estructurales que requerían una superación hacia adelante, una vez derrotado el enemigo histórico: “el socialismo realmente existente” representado por “el campo socialista” formado sobre la base del poder del Estado y de la economía soviética, ante su incapacidad para superar su propia crisis que Mijaíl Gorbachov conceptualizó como “una palanca de freno” articulada a un excesivo burocratismo y corrupción, más privilegios extendidos de la llamada “nomenklatura”, del partido, el Estado y el ejército.
Sin homogeneidad, pronto la unificación doctrinaria del capitalismo en lo fundamental, se diversificó en tres versiones o estructuras nacionales distintas de ese capitalismo globalista: el estadunidense y el británico (anglosajón), el europeo encabezado por Alemania unificada, y el japonés, que irradió en Asia Oriental y Asia del Sur, resistiéndose al debilitamiento sustantivo del Estado interventor en la economía y la sociedad, aunque aceptaron la liberalización de los mercados, la apertura externa, la integración financiera regionalizada y el aceleramiento de la tasa de innovación tecnológica para sostener el capitalismo globalizado en términos de una estructura de ventajas competitivas como vía para triunfar en las regiones y luego o simultáneamente en la estructura global del mercado.
Se sostuvo por los teóricos más importantes, que este proceso se desarrollaba en un escenario marcado por la “neutralidad”, no había ventajas de partida, todo se construía a partir de aceptar las “nuevas reglas del juego”, de incorporarse a las estructuras en desarrollo, un discurso globalista plagado de ideología. Se planteó después que al tener un nuevo protagonismo las regiones (desde la integración de mercados liberalizados), los procesos de integración regional contratados entre Estados resultaban una vía ideal para lograr la acumulación de ventajas competitivas regionalizadas, en donde cada país aportaba sus atributos económicos para el éxito colectivo o bilateral.
En el capitalismo intensivo, es fundamental la innovación tecnológica a partir de la destrucción creativa (Schumpeter) expresada en tasas de productividad crecientes que abaraten el costo del capital y las nuevas inversiones, pero en una competencia abierta por el control de mercados en proceso de expansión, en donde el bajo costo de la incorporación tecnológica es también fundamental, la reducción del costo de la mano de obra cada vez más cualificada, comparativamente, es imprescindible.
Asociar países con industrias altamente intensivas en capital, abundancia de capital de inversión y con costos crecientes de mano de obra, con países de un costo comparativo menor en los costos de producción (incluyendo mano de obra, transporte, aduanas, fiscalidad) expresaba una fórmula de competitividad y penetración eficiente de mercados a costa de los rivales económicos. Pero es también esencial mantener los mercados nacionales, no sólo conquistar los mercados externos, y para ello era necesario, aprovechando los avances tecnológicos que permitieron descomponer los procesos industriales en distintas etapas, requería también pasar de los procesos trasnacionales a la fábrica globalizada, trasladando la parte más intensiva en mano de obra, a los países que tenían una oferta abundante de ella, y que con un adiestramiento esencial, podía generar como resultado un costo total de producción competitivo.
El mismo proceso siguieron las tres versiones del capitalismo globalista dando como resultado el avance industrial manufacturero de los países que captan inversiones con gran requerimiento de costos competitivos. Pero este proceso históricamente ha sido progresivo y demandó trasladar cada vez en mayor extensión, procesos más intensivos en capital y tecnología, generando niveles más avanzados de asimilación tecnológica y mano de obra calificada. La diferencia del costo de producción era y es, entre 5 y 10 veces, lo que se volvió un factor determinante de la productividad, la inversión y la competitividad en las regiones y la economía globalizada misma.
Reseñamos este proceso porque la decadencia de Estados Unidos dentro de la globalización económica que tanto le benefició en sus primeras décadas, es precisamente esta: perdió competitividad (con todo lo que implica) dentro de sus industrias y dentro de los mercados de sus socios comerciales, ante otros competidores de talla mundial que asumieron las “nuevas reglas del juego” (el nuevo paradigma) y han superado a EU en ambos espacios: en los mercados nacionales y en los mercados regionales y globales. En México, esto es evidente y estadísticamente comprobable de manera contundente. En esta variable, podemos resumir la problemática estructural, no momentánea o pasajera, de EU, lo cual requiere varios años de reestructuración de sus procesos industriales, tecnológicos, de productividad y competitividad.
En este contexto, la nueva estructura comercial lanzada para su inserción económica regional y global, cuyo eje es una nueva subestructura arancelaria, pretende tres logros, principalmente: redistribuir el flujo de ingresos desde su comercio externo capturando una mayor proporción a su favor vía cobro de tarifas arancelarias, redirigir flujos de inversión externa y nacional hacia sus propias industrias en decadencia, y ganar tiempo para su reestructuración en condiciones menos desventajosas con relación a las actuales.
Con ello se pretende poner en funcionamiento una política nacional de contención del proceso actual de decadencia. Algunos ya le llaman “política de reindustrialización”, como se denominó al programa económico de Ronald Reagan en su momento, que en realidad tuvo mayores variables y alcances: la reaganomics. Otros estudiosos, por el contenido socio político e ideológico la denominaron “revolución conservadora”, incluso, por las bases teóricas de su doctrina económica.
Los dirigentes del partido y del gobierno chino –no solamente ellos, pero si principalmente– entendieron perfectamente bien el proceso de debilitamiento y crisis final del socialismo soviético convertido en modelo a seguir, además de toda la problemática socio política, ideológica e institucional, que avanzó desde la década de 1970 (el punto de inflexión del modelo de socialismo en China, cambió a partir del “programa de las 4 industrializaciones” lanzado por Deng Xiaoping en 1979, que sepultó una parte del maoísmo) en cuanto a que si el socialismo fracasa o se empantana en la generación progresiva de riqueza, su liquidación histórica está cerca. Se orientaron, no por una economía estatizada casi en su totalidad, sino de inversión y producción mixta con apertura externa, cunado las condiciones lo permitieron para volcarse hacia el exterior a competir en las regiones y en el globalismo, marcado por su ingreso a la OMC en 2004.
Dentro de esta superación de parte del “socialismo chino” sobre las tres versiones del capitalismo globalista, hay poca consideración ente los analistas, hacia las diferencias de las culturas asiáticas –especialmente la de China– con las culturas de la civilización occidental, atlántica (el caso con Japón es especial), que inciden en los procesos estatales, del trabajo, del ahorro y la inversión, del gasto y consumo, es decir, en el ciclo político y económico dentro de un sistema de economía abierta y competitiva.
Lo que los especialistas llaman la cultura oriental, tiene como expresión histórica a China, Japón, India y Asia islámica; nos centraremos en China, pero ¿por qué es muy importante la cultura al interior del sistema socio económico? En primer lugar, la historia cultural genera diferencias producto de las condiciones materiales en las que la misma se inserta y actúa, es su escala de valores colectivos los que le dan congruencia al proceso de adaptación a las cambiantes situaciones histórico-sociales. La filosofía legendaria en varios de tales países y en China, es el confucianismo y neo confucianismo, y son determinantes de conductas y relaciones sociales, articulada en forma desigual, en Corea, China, Japón o Vietnam, y otros, muy influyente en las propias respuestas ante el avance occidental y su filosofía y doctrinas en la región, generando productos históricos distintos, aunque con bases en común.
No hay espacio, pero diremos brevemente que la diferencia entre el confucianismo, y el neo confucianismo, es que este último centra su fuerza cultural en las enseñanzas y doctrina específica del propio Confucio, el gran sabio de la cultura china y oriental, y el primero centra sus fortalezas en la dinastía Zu que se desarrolló en la parte occidental de China. Por ello, el referente principal de las enseñanzas del neo confucianismo cambió desde “Los Cinco Clásicos” a “Los Cuatro Libros”. Ahora bien, el neo confucianismo está integrado por dos cuerpos doctrinarios, el budismo y el taoísmo, fusión producida mediante las actividades de los pensadores de la dinastía Song (o Sung) que se desarrolló en el periodo de 960-1279. Esencialmente enseñan: la buena conducta en la vida, el buen gobierno con honestidad y sabiduría, la justicia y el respeto a la jerarquía, el cuidado de la tradición, el estudio y la meditación. (Enciclopedia, Significados, Sección Religión y Espiritualidad)
En ese tenor, el neo confucianismo, como el protestantismo occidental (calvinista o luterano), es una filosofía con valores abiertos al progreso material de la sociedad, a la acumulación de riqueza. La inmensa pobreza existente en China, se explica, por las condicionantes materiales de su historia, pero no por las bases filosóficas y doctrinarias vigentes por siglos, no tiene y no tuvo en esos espacios, bloqueos de educación y cultura para asumir los términos indispensables de la adaptación a las “nuevas reglas” del capitalismo globalizado, articuladas con sus tradiciones filosóficas milenarias que le fueron dando contenido, funcionalidad y razón de ser a las instituciones en su prolongado trayecto social.
Así, en segundo término, al no ser un sistema cultural de valores cerrado, fueron una sociedad y Estado preparados para la adaptación dinámica y creativa, y no como fue el ejemplo del islam asiático tradicional, incapaz de adaptarse al nuevo paradigma del capitalismo globalista, abierto, con nuevos valores sociales. Por ello, en tercer término, un pensamiento originario que es conquistado por culturas con sistemas de valores e instituciones distintos, genera una subcultura que coexiste con la cultura predominante, externa, lo que resulta en híbridos complejos para asumir las nuevas tareas, habiendo en ocasiones una lucha cultural prolongada que impide el desarrollo material; tal vez, India e Irán hoy sean ejemplos válidos de esto, en alguna medida. (Obregón, Carlos, Nueva Imagen, 1997)
Ello dilata los procesos de inserción en la generación de riqueza. Es la ética política y la visión filosófica de la sociedad, expresada en los programas de los gobernantes, más la lucha político-social, la que define la distribución de esa riqueza, la flexibilidad de sus instituciones para el efecto y para operar las transformaciones necesarias. Pero nada más lejano que pensar que China partía casi de cero, al contrario, tenía avances muy importantes en la industria, la tecnología y el comercio (norte de China) y a partir de siglos más atrás, con la adopción del papel moneda y de la navegación. (Kennedy, Paul, 27-65, 2007)
Henry Kissinger sostuvo en su amplio estudio sobre este país que ha robado el sueño a los últimos gobernantes en EU: “China es singular. No existe otro país que pueda reivindicar una civilización tan continuada en el tiempo, ni un vínculo tan estrecho con su antiguo pasado y con los principios clásicos de la estrategia y la habilidad política” (2012). Agrego: cuando China enfrenta las artificiosas “guerras del opio” impuestas por Occidente, China tenía un PIB 60 por ciento superior al de Occidente, región a la que consideraban los gobernantes de la dinastía Ching “región de bárbaros”.
La emergencia multifacética del poderío chino en nuestros días ofrece dos grandes lecciones: la derrota del comunismo durante la guerra fría y el Orden Bipolar, o del marxismo si se quiere: i) fue una victoria parcial y transitoria del sistema capitalista a escala mundial. El líder del capitalismo globalista Donald Trump hoy se declara anti globalista porque reconoce la superioridad de la economía china en distintos sectores de la industria y los servicios modernos y genera un repliegue estratégico con una ofensiva que apela a los valores del capitalismo del siglo XX, antes de que se consume una derrota total frente al poderío chino, como el que ellos proclamaron a principios de los años 90 pasados, ante la debacle del socialismo soviético.
Hoy el eje de las transformaciones para el progreso económico y social, no están en occidente, ni en toda Asia, sino en la economía china asumiendo el paradigma capitalista de fines del siglo XX y principios del siglo XXI, no sólo con industrias de gran expansión nacional y mundial, cuya organización y tecnología deslumbraban al mundo, y mucha fama y orgullo dieron a los pesadores y gobernantes occidentales, sino además, con conquistas sociales que constituyen avances de la humanidad hacia la primera mitad del siglo XXI. Inimaginable éxito que no ha concluido. Es una gran derrota, aunque aún incompleta, del atlantismo capitalista. Hay que subrayarlo porque quedará inscrito en los grandes anales de la historia.
El capitalismo globalista desarrolló un ataque mortal al Estado, a la política social, a los instrumentos de regulación del mercado, concibiendo al mercado como una institución antípoda del Estado, y señalando a este último, como el culpable de la crisis de la década de 1970, de finales de la década de 1990 y principios del siglo XXI. Sus bases teóricas y doctrinales son conocidas como el pensamiento institucionalista y la elección pública, la teoría económica neoclásica y el liberalismo clásico decimonónico en cuanto al comercio libre. China reconstruyó el Estado, la economía pública y logró una articulación con el mercado, desatando un proceso de apertura externa controlada, gradual, reivindicando la política social como esencia del desarrollo económico.
Xi Jinping, declaró en el contexto de la crisis desatada por el trumpismo, y en el último congreso del Partido Comunista de China, que el marxismo ha sido la base de la transformación de la economía, y que dicha ideología y teoría permitió a su país convertirse en un ejemplo único de desarrollo moderno, y ha sido a partir de la revolución, la reforma y la construcción, sustentadas en esta visión del mundo”.
Ninguna teoría, ninguna reflexión histórica, ninguna metodología con las herramientas del análisis científico en las ciencias sociales, logró posicionar el conocimiento humano en la esencia, naturaleza, lógica de funcionamiento y proyección histórica del capitalismo, y ninguna ha sido tan profundo y acertado como el logrado por el marxismo. El fracaso soviético fue soviético, no universal como lo han querido presentar por 35 años los ideólogos del capitalismo liberal e integracionista. Terminó diciendo el presidente de China: “hay países que diseñan el futuro desde el pasado”. Se oyó hasta la Casa Blanca, en Washington DC.
ii) Los avances en la sociedad humana, en los seres humanos, son impresionantes, además, reconocidos por medios de comunicación occidentales: en los programas contra la pobreza extrema en china, trabajaron intensamente tres millones de servidores y funcionarios públicos, de 2012 a 2021, para que casi 100 millones de personas dejaran la situación de pobreza extrema, un logro social y humano descomunal, a la par que avanzaba la tecnología, la economía, el poder militar, la alimentación popular. Y lo más importante, es que fue una de las más relevantes iniciativas de Xi Jinping, un auténtico hito humano, un gran regalo en el 100 aniversario de la fundación del Partido Comunista chino, por Mao Tse Tung. El programa costó 1.6 billones de yuanes, es decir, cerca 248 mil millones de dólares americanos. Recordemos que los aranceles del 25 por ciento a los automóviles de importación de México, Canadá y China, recaudarán 600 mil millones de dólares. Con poco más de la tercera parte lograron la proeza en China en el mismo periodo aproximadamente.
Es importante consignar que el criterio de medición y clasificación en China de la pobreza extrema se define en un nivel de poder adquisitivo real de 2.2 dólares por día, algunos opinan que, por debajo de lo que recomienda el Banco Mundial, pero, en fin, es otra clasificación. En otros casos el BM clasifica a este tipo de personas con un ingreso de 1.9 dólares por día. Y además se rehabilitaron viviendas en las que habitan más de 9.6 millones de personas, reubicadas desde las áreas de mayor pobreza, dada la escasez de agua y el inhóspito acceso para los alimentos. Para el occidente capitalista, estos datos ocultan masivas violaciones a los derechos humanos. ¿EU respeta los de millones de inmigrantes? En ese mismo periodo China pasó de aportar al PIB mundial del 1.5 por ciento, al casi 16 por ciento.
Adicionalmente, en un informe conjunto de China y el Banco Mundial se reconoce que, desde finales de la década de 1970, China ha sacado de la pobreza 800 millones de personas, es decir, en 40 años, lo que representó cambiar la realidad de cientos de millones de seres humanos. Aquí tenemos también un nuevo paradigma de combate a la pobreza con alcance para cientos de millones de personas. (Comunicado de Prensa conjunto, 1 de abril, de 2022). En China según el propio Banco Mundial registraba en el año de 1981, 878 millones de pobres por debajo de la línea de 1.9 dólares al día por persona. Eso es progreso humano en los términos básicos, de allí para arriba (Progresive International, enero de 2024).
Un tema fundamental para estos logros es la obtención de un ciclo mediano de crecimiento de la economía a tasas superiores al 10 por ciento del PIB anual, tasas de ahorro interno del 47 por ciento del PIB, y tasas de inversión del 40 por ciento del propio PIB, sostenidamente. Tampoco hay grandes secretos económicos en ello, las leyes de la macroeconomía son claras a este respecto, pero lo trascendente es lograrlo distribuyendo los beneficios del crecimiento hacia abajo, no hacia arriba.
Donald Trump y sus Órdenes Ejecutivas se orientan a la creación de las bases de un nuevo sistema internacional empezando por retraer el orden comercial libre del capitalismo globalizado, para financiar sin déficit sus importaciones y financiar también el déficit de las finanzas públicas, variables macroeconómicas que en tiempos de Reagan otros les denominaron “los déficits gemelos”, con los cuales la economía estadounidense coexiste desde hace décadas, se alejan y reaparecen. Otro tema estructural.
Trump hoy con sus políticas comerciales marca la agenda global, pero evidencia que, contra la tesis generalizada de la mayoría absoluta de pensadores del globalismo capitalista, la globalización sí es plenamente reversible.
En los años de la concepción del sistema internacional como una estructura de centro-periferia, de países pobres y países ricos, que tanto explotaron los teóricos del dependentismo latinoamericano, pensar que el curso de la historia estaba marcado por determinantes inherentes al desarrollo de los países del capitalismo occidental, hacía inconcebible lo hecho hoy por la economía china, pero en el campo del marxismo, en donde hay muchos análisis de sus mejores teóricos sobre las determinantes y formas del cambio mundial, uno de esos casos es que se discutía la validez y pertinencia de la Ley del Desarrollo Desigual y Combinado, en donde se asientan las bases para entender cómo países que están en una posición subordinada en la estructura internacional, pueden pasar a ocupar espacios de liderazgo y supremacía sobre quienes antes eran los poderes dominantes en dicha estructura. Se trata de una alternativa intelectual, una categoría de análisis para investigar y/o comprender los trayectos históricos de los países, naciones, sociedades, Estados e instituciones, empresas, y organizaciones diversas, al no existir el desarrollo homogéneo de tales entidades históricamente, en sus tendencias generales, en la Era precapitalista y capitalista y en sus distintas fases.
El mejor ejemplo es Estados Unidos, que pasa de un estatus colonial a mediados y finales del siglo XVIII , al de una potencia mediana a mediados del siglo XIX ,y luego a una posición de república imperial (como la llamó Reymond Aaron) a finales del XIX y principios del siglo XX, finalmente, en la segunda posguerra es la potencia hegemónica dentro de la estructura del capitalismo, dejando atrás a su anterior Estado colonizador, la Gran Bretaña y muy atrás a los viejos imperios coloniales, España, Francia, Bélgica, Holanda y Portugal, y destruida a la hasta entonces potencia asiática, Japón, y a una China en efervescencia revolucionaria.
En consecuencia, muy resumidamente, esta ley del desarrollo histórico ha actuado en la etapa actual del capitalismo evidenciando la superioridad del desarrollo chino frente al capitalismo globalizador, manifestando el encumbramiento de China por encima del capitalismo europeo y asiático, y parcialmente del capitalismo anglosajón de los EU. Porque esta ley establece que el factor más importante del progreso humano es el dominio y desarrollo sobre los factores productivos, que conlleva la apropiación creativa de la naturaleza, de sus variados recursos.
Ello se produce de manera desigual, a ritmos diferentes en los diversos segmentos de la sociedad, la economía, la tecnología, las instituciones públicas, etc., de tal manera que en dicho proceso se alternan las formas avanzas con formas en rezago, cuya complementariedad es transitoria porque terminan predominando unas sobre las otras, siempre, las formas más avanzadas del desarrollo sobre las más retrasadas, de lo cual surgen formas de desarrollo peculiares, específicas, produciéndose oscilaciones imprevistas, saltos cualitativos en el desarrollo social o nacional, generando la aptitud de unas sociedades antes retrasadas para superar a otras que tenían un status de mayor avance relativo o comparativo, y se presentan en los más diversos procesos histórico-sociales (Novak, George, Bogotá, 1974).
Hoy China es el mejor ejemplo, y es la primera economía del mundo en orden al método de cálculo económico que desarrolla el FMI llamado “paridad del poder adquisitivo”. Es la mejor evidencia como antes lo fue Estados Unidos.
Dice Juan Esteban Orduz en El País que el gobierno de Trump es el gobierno de la emocionalidad, el desconocimiento, el desorden y la arrogancia”, la incertidumbre y las contradicciones que terminarán aislando a EU, por sus decisiones impulsivas. Considero que es verdad, pero no siento que hay improvisación, sino que las líneas maestras de este gobierno están en un documento de la Fundación Heritage, llamado “Proyecto 2025”, que ya se expresa en la praxis política del gobierno.
La lucha política dentro de EU definirá la continuidad o ruptura de este proyecto que tiene muchas condenas políticas y morales, pero menos explicaciones desde una perspectiva histórica, como lo hemos intentado aquí.
El periódico The Angeles Times constató que hay organizaciones en 50 estados de la Unión Americana que procesan una organización de oposición a Trump y tratan de unificar los tiempos y acciones en una misma agenda. (Barrow, Kramon y Lathan, 4 de marzo de 2025). Mientras el Partido Demócrata sin un sólido liderazgo (Kamala Harris desapareció del escenario post electoral) y un programa alternativo, se encuentra rebasado por la contundencia de las reformas impulsadas por el MAGA (Make American Great Again), con apoyo en quienes ejecuta en tiempo récord el presidente Trump los cambios más importantes de los últimos 30 años, por lo menos. Los demócratas se han concentrado en el Congreso, en sus liderazgos, pero con opiniones muy divididas.
James Carville, líder político demócrata con presencia mediática, ex asesor de Bill Clinton ha planteado la postura más polémica:
“No hacer absolutamente nada. Su tesis es que, en este segundo mandato, en lugar de priorizar los temas por los que hizo campaña (seguridad pública, inmigración, la frontera y, sobre todo, la economía e inflación), Trump ha optado por desmantelar el Gobierno federal aliándose con Elon Musk. Pero que “no hay nada que los demócratas puedan hacer legítimamente para detenerlo, incluso si quisiéramos. Sin un líder claro que exprese nuestra oposición y sin control en ninguna rama del gobierno, es hora de que los demócratas se embarquen en la maniobra política más audaz en la historia de nuestro partido: dar marcha atrás y hacerse los muertos. Permitir que los republicanos se derrumben bajo su propio peso y hacer que el pueblo estadounidense nos extrañe. Silencio hasta que la administración Trump haya caído en picado hasta un porcentaje de aprobación pública de entre el 40 y el 30 por ciento en las encuestas. Hasta entonces, estoy pidiendo una retirada política estratégica” (El Mundo, Suanzes, R. Pablo, 11 de marzo de 2025).
En contrario, David Axelrod (del equipo de Obama) sostienen que las bases demócratas están ansiosas de ver a sus dirigentes luchar, pero sin un liderazgo fuerte, confrontar hoy al gobierno no parece prudente. Katherine Clark congresista de la minoría demócrata, sostiene que: “nuestro mensaje a los americanos es que no les vamos a abandonar, no vamos a dejar que les roben la salud, los programas de ayuda, las subvenciones a los granjeros para que haya otra rebaja de impuestos a los millonarios. Vamos a luchar por vosotros”. Hay también cierta visión de escoger tácticamente cada batalla, no ir al choque frontal (Ídem).
Es una pésima postura de los demócratas desviar la atención de los temas sustantivos que está realizando Donald Trump, situándose en una postura de “belicismo anti ruso y pro Zelenski”. Pero ello a pesar de lo absurdo, expresa también otra faceta de dualidad de la oposición que se desarrolla en EU:
“La dinámica política detrás de este cambio es clara: existen dos formas fundamentalmente diferentes de oposición al Gobierno de Trump. Existe una creciente oposición de la clase trabajadora a sus ataques a los programas sociales fundamentales, su destrucción de los derechos democráticos, su persecución de los inmigrantes y su apoyo al genocidio de Gaza. Y existe la oposición de sectores significativos de la clase dominante, que se oponen a los cambios en la política exterior de Trump, particularmente en Ucrania” (World Socialista Web, Martin y Kishore, 5 de abril de 2025).
Todo indica que Donald Trump cursará por un periodo, quizá no muy largo, de ejercicio omnímodo del poder, hasta que las huelgas obreras y las movilizaciones populares, así como la necesidad de luchar de los demócratas y que sea entendida por la cúpula del partido, se haga presente, para tener la posibilidad real de lograr recuperar la mayoría en la Cámara de Representantes y detener un intento de Trump de cambiar la constitución y reelegirse.
Mientras tanto, no podrá evitar que la sombra del exitoso marxismo chino le agobie, se le oponga en la arena internacional y en los flujos de comercio e inversión mundializados en donde China ha logrado ya un avance fundamental.
Fuente: https://contralinea.com.mx/interno/semana/trump-y-la-sombra-del-marxismo-chino-inicia-nueva-era-para-el-capitalismo/
10.3.25
El proyecto globalista ingresa en su fase porno
En tres días entre febrero y marzo Zelensky se peleó en vivo con
Trump, no firmó el acuerdo sobre minerales, fue echado a patadas de la
Casa Blanca y su cena la comieron los periodistas, viajó a Londres donde
Starmer lo consoló y prometió “boots on the ground and planes in the
air” en apoyo a la inminente victoria ucraniana, y al día siguiente
Zelensky dijo que estaba dispuesto a arreglar las cosas, reconocer que
Trump es su firme líder, y firmar el acuerdo sobre minerales “en
cualquier formato que se considere conveniente”.
Occidente se divide mientras busca un nuevo camino. El poder viejo, que
es el globalismo con sede principal en la City de Londres, más los
restos del neocon en EEUU, intenta sus penúltimos trucos. Por su parte,
el intento de la administración Trump de tomar el poder efectivo en
Estados Unidos, luego de haber ganado las elecciones, enfrenta
dificultades esperables. Las demoras favorecen a Londres. La
administración Trump sigue con su retórica dadaísta mientras da golpes
fuera de cámaras al corazón del proyecto anterior. Pero si matan o
derriban a Trump antes de que la derrota en Ucrania se produzca con
claridad, todo el cambio puede sufrir un retraso de años
En esta nota sugiero un esquema de interpretación para ubicar las líneas
principales de lo que estamos viendo ocurrir a nivel internacional.
Para ello, me limitaré a ordenar los elementos principales, yendo de lo
general a lo particular.
1) La situación civilizatoria
A nivel de civilizaciones, el esquema sigue totalmente incambiado con
respecto a lo que, en diversas notas de esta revista, se ha ya
delineado. Mientras que China y Rusia consolidan su alianza estratégica,
a la cual zonas del Islam también van integrándose bastante rápido,
Occidente ha entrado en una fase de su crisis interna de decadencia, y
quizá relanzamiento, que se hace más y más notable por momentos.
Los proyectos civilizatorios occidentales han estado comandados por el
mundo anglo en los últimos 210 años, luego de la derrota de Napoleón. La
contradicción de base con respecto al rumbo civilizatorio occidental ha
estado entre dos proyectos: el proyecto británico, y el proyecto de un
Estados Unidos soberano. Londres representa el proyecto globalista,
apoyado por determinada proyección universalista de los intereses
financieros y corporativos occidentales al resto del mundo. Washington
siguió en los últimos 80 años, en los rasgos fundamentales de sus
políticas monetaria, financiera y exterior, ese liderazgo británico.
Tanto en la creación de la FED, como en la construcción de influencia
del Council on Foreign Relations, como en la génesis de la inteligencia
americana de posguerra, como en la proyección internacional del mundo
financiero “de Wall Street”, entre otros factores, han tenido gran
participación y control los británicos. Es inglesa la inspiración para
el PNAC neoconservador. Y los lobbies judíos en Estados Unidos, tan
influyentes en la política exterior del tiempo de hegemonía global
norteamericana, tienen una larga y nunca ocultada vinculación con la
City de Londres.
En este momento, lo fundamental que ha cambiado es que, con la segunda
administración Trump, ha tomado forma y vuelo el proyecto de un Estados
Unidos que se conciba más autónomo del poder, los intereses y la
manipulación de Londres. La civilización occidental está, pues, en un
momento de quiebre y de redefinición. Las fuerzas de lo viejo, que viene
dirigiéndolo todo, especialmente el discurso y la narrativa occidental
central desde los inicios de la Guerra Fría, están enfrentando su propia
caducidad. Todavía pueden dar un golpe desesperado, que aplace quizá
por años su pérdida total de poder, si consiguen derribar la
administración Trump o al menos detenerla en todo lo importante, como
hicieron ya en 2017.
Mientras tanto, lo que los Estados Unidos están buscando bajo esta nueva
y contradictoria administración es retomar un camino propio, que puede
ser seguido o no por el resto de Occidente.
2) La situación geopolítica
a) El proyecto globalista de Londres
El proyecto globalista ha ubicado como objetivo estratégico fundamental
la guerra en Ucrania, o como se le llama más precisamente a veces, el
“Project Ukraine”, que involucra más que el conflicto bélico.
Estrictamente, la guerra en Ucrania estuvo perdida por Occidente desde
el punto de vista militar desde antes de empezar. Eso no detuvo en
absoluto el proyecto de provocarla, pues el objetivo nunca fue ganarla,
sino usar a Ucrania, desangrándola por el mayor tiempo posible, para
proteger y promover objetivos estratégicos del proyecto globalista.
Ucrania es frontera entre civilizaciones. Su destino como escenario de
conflicto contra Moscú viene de lejos en la historia. La única guerra
directa entre Inglaterra y Rusia ocurrió en Crimea en el siglo XIX, como
parte del Great Game, la confrontación de largo plazo entre Londres y
Moscú por el control de las conexiones euro-asiáticas. En su última
fase, el proyecto Ucrania viene desde que Londres se dio cuenta de que
había una “rebelión soberanista” de Putin en curso. “Extending Rusia”
(algo así como “estresar a Rusia”), el documento de la RAND de 2019
escrito por viejos halcones guerreristas como James Dobbins o
politólogos financiados por la FED como Howard Shatz, no es más que uno
de los más notables ejemplos de que el rumbo de acción en política
exterior del globalismo (en Washington se los ha llamado
neoconservadores) ha sido provocar a Rusia a entrar en conflicto, con el
fin de debilitarla, sancionarla, aislarla y, de ser posible, provocar
un colapso y un cambio de régimen que abriese las puertas a ciertos
recursos rusos en condiciones ventajosas para Occidente. Se intenta
volver a los años 90, cuando en conjunción con los oligarcas rusos, el
mundo financiero y corporativo globalista se quedaba con enormes tajadas
de esos recursos, ante la desaparición de cualquier soberanía rusa.
Como continuación de esa línea, en 2022 la RAND publicó otro reporte
donde explica por qué hay que “debilitar a Alemania”, objetivo por
cierto conseguido ya con total éxito.
Parte importante del asunto han sido pues, y también, los recursos de
Ucrania misma, que contienen no solo gas natural y petróleo, sino
diversos minerales de gran interés, e inmensos recursos agrícolas. Los
acuerdos de Cargill (ej: proyecto Neptuno en el puerto de Pivdenyii en
el Mar Negro), Monsanto (ej: inversiones gigantescas en una planta de
semillas de maíz) o Dupont (ej: planta de titanio-magnesio en
Zaporizhia), o los de consorcios occidentales con Naftogaz por el gas
bajo Crimea (gas que los británicos perdieron debido a la vuelta de
Crimea a la órbita rusa en 2014, luego de una masiva decisión en
plebiscito, que los británicos aun pretenden fue “una invasión”), son
ejemplos de todo lo que la intervención rusa destruyó o hizo inviable, y
explican, en parte, por qué ese proyecto globalista ha estado
peculiarmente obsesionado con la derrota rusa. Ellos lo expresan con
frases tremendas del tipo “en Ucrania se juega el futuro de la
democracia”. En realidad, lo que ocurre es que por la intervención rusa
están perdiendo mucho dinero. Una de las formas de resarcirse ha sido
transfiriendo descomunales recursos del contribuyente americano, y/o por
vía de la manipulación monetaria, a costa de la destrucción del poder
adquisitivo de ese mismo contribuyente. Ucrania no es una nación
democrática, sino que está mejor descrita como una dictadura corrupta
bajo la fachada de elecciones, también manipuladas por un acoso de años a
la población opositora, y una “democracia” que es originalmente fruto
de un golpe de estado concretado en febrero/marzo de 2014, con un
gobierno títere sumiso a Londres, puesto allí a dedo por los
neoconservadores norteamericanos que siempre han respondido a Londres.
Gobierno que apenas instalado inició una limpieza étnica contra un
tercio de su propia población, de lengua y cultura rusa. Rusia, jugada a
la diplomacia y en fase de actualización de su poder militar y sus
alianzas estratégicas, demoró mucho en intervenir efectivamente para
detener todo esto, pero cuando finalmente lo hizo, estaba claro que iba a
salvaguardar sus intereses de seguridad nacional aun frente a la
oposición de todo Occidente.
La explicación de por qué nunca creímos en una victoria de Occidente
sobre Rusia, tal como lo venimos detallando desde el inicio de esta
guerra, es extremadamente simple: ante una Rusia decidida, la única
opción es una guerra nuclear.
Si bien es posible que Londres aceptase ir a una guerra nuclear por
desesperación, no era fácil obligar a Estados Unidos a inmolarse por el
globalismo en una guerra que no tiene el menor interés estratégico para
el público norteamericano. Las direcciones anteriores en Washington, en
el mismo bote que sus orientadores londinenses, hicieron por cierto sus
negocios con la guerra en Ucrania. Entre ambos lograron destruir la
industria alemana, al forzar a los alemanes -controlando a su elite
política- a suicidarse, abandonando el gas ruso, y mirando para otro
lado, cuando la marina británica –según alegación rusa aquí tergiversada
por Reuters– hizo volar los gasoductos nordstream. No solo los
vendedores de energía en Estados Unidos se vieron beneficiados, sino
también los brokers de energía en Londres y Holanda. La transferencia
masiva de fondos públicos a las facciones privadas comprometidas con la
guerra tomó proporciones épicas en estos tres años, y el negocio
financiero de la guerra se vio altamente estimulado. Ni qué hablar del
negocio de la reconstrucción. Involucrar a los no muy brillantes
políticos que gobiernan Europa en esto garantizó un renovado flujo de
fondos europeos hacia el negocio financiero del complejo militar
industrial, al aumentar por fuerza el gasto militar de los europeos, y
dos nuevos miembros de OTAN, lateralmente, significan más aportes del
fisco de esos países a ese casino financiero del complejo militar
industrial.
¿Cuál es el rol de la Unión Europea en esto? Prácticamente ninguno,
puesto que se trata de una unidad burocrática sin apoyo popular
significativo. El día que cese la propaganda que brota de Londres -que
ni siquiera forma parte de la Unión-, será difícil para la eurocracia
mantenerse en el poder, puesto que la oposición que han suscitado es ya
notable en todos lados. Por ejemplo en Grecia o en Rumania estos días.
Para hacer posible esta estrategia, toneladas de propaganda londinense
han sido volcadas para sugerir una posible victoria militar ante Rusia,
cuya probabilidad es igual a cero. Londres puede aspirar a hacer
desaparecer físicamente a Putin, empleando para ello alguna técnica
terrorista, o la influencia del lobby occidental en Rusia, pero aun si
Putin fuese asesinado o muriese, cosa no imposible, a esta altura hay un
rumbo estratégico de Rusia que no cambiaría, y quienes vengan detrás de
Putin podrían no tener la firmeza estratégica ni la paciencia del
actual líder. Todo esto solo haría la situación más explosiva para
Londres.
b) La alternativa americana.
Consciente de que el tiempo de actuar es muy breve, en menos de dos
meses la segunda administración Trump ha mostrado con total claridad que
tiene una estrategia contraria a la de Londres. Por debajo de una
retórica delirante (Groenlandia, Gaza, Canadá, Panamá…) que parece
destinada a irritar a la propaganda neocon-londinense y dejarla enredada
con su propia ira e indignación, la Casa Blanca procede a toda
velocidad a dar golpes al corazón del poder globalista, tanto en suelo
americano como a nivel mundial. No solo bloqueó una de las
organizaciones principales del soft-power neocon/globalista en el mundo
como USAID, sino que le ha puesto la proa al discurso propagandístico
exitista sin fundamentos de Londres. Al iniciar conversaciones con
Putin, ha hecho varias cosas a la vez. Ha mostrado que el rumbo
estratégico que tienen los Estados Unidos de MAGA pasa por la creación
de un nuevo orden mundial multipolar que termine de liquidar no solo los
mínimos vestigios del orden de la Guerra Fría, sino también el vigente
orden neocon de los ’90. Para ello, precisa liquidar la estrategia
globalista de una vez para siempre. Y el golpe de gracia a la estrategia
globalista pasa por una derrota total de Londres y sus aliados de la UE
y de Washington, en Ucrania. Una clara victoria rusa, que no deje el
menor lugar a dudas, es la única forma de terminar con cualquier
legitimidad para el proyecto futuro del globalismo, de la City de
Londres, y de sus seguidores. Desde luego, el globalismo vende una
posible derrota en Ucrania como el fin de la democracia, el “mundo
libre”, y Occidente entero. Bullshit. Se trata del fin del globalismo y
del liderazgo de Londres y los neocon, no del fin de Occidente.
Esa resolución en Ucrania es lo que está en juego aun, y de la
resolución de eso, o de su nueva postergación -que es lo que Londres
busca- depende el cambio de orden mundial y la apertura a nuevas
posibilidades completamente distintas de lo que hemos tenido hasta
ahora.
La alternativa americana pasa por un nuevo rumbo en las relaciones
internacionales y prioridades del país, un renacimiento industrial y
comercial en condiciones más ventajosas para Estados Unidos, una
profundización del liderazgo tecnológico americano, la liquidación de
los conflictos artificiales promovidos por Londres y el globalismo, una
nueva estrategia económica y financiera, y luego probablemente el fin de
la OTAN y una reformulación completa del mundo burocrático
internacional, eliminando también de él los factores del poder de
Londres y neocons, que lo han dominado desde hace décadas.
3) La realidad de la guerra en Ucrania
Para eso, el reconocimiento de la realidad es lo central. Y la realidad
es: la City de Londres y sus aliados norteamericanos y europeos han sido
derrotados en Ucrania. El armamento que enviaron ha sido metódicamente
destruído por Rusia. Los ucranianos, sobrepasados en tropas y armamento y
obligados a lanzarse a la ofensiva para recuperar el territorio perdido
inmediatamente al comienzo de la guerra, han tenido que enfrentar esas
desventajas, perdiendo entre 5 y 7 hombres por cada ruso muerto, y los
rusos muertos en la guerra, según el sitio independiente de ideología
pro-ucraniana que es el único confiable en materia metodológica,
Meduza-Mediazone, son unos 140.000. Esto significa que Ucrania ha
perdido al menos 700.000 hombres hasta ahora, además de haber perdido un
20% de territorio, que probablementre al terminar la guerra será más.
Volodimir Zelensky ha sido presentado como un héroe por la propaganda
inglesa. Sin embargo, se trata de un asset de Londres en su propio país,
que ha jugado el rol de facilitar la estrategia londinense de guerra
con Rusia, y con ello, ha enviado -usando el discurso ultranacionalista
de siempre y, cuando no funcionó más, el reclutamiento forzoso- a
centenares de miles de sus compatriotas a la muerte. Hoy se niega
tenazmente a que haya elecciones en su país alegando la guerra.
En suma, la estrategia de Londres y los neocon de “estresar a Rusia”
claramente ha fracasado. Pese a las sanciones y debido a las
imposibilidades que estas representaron para los vínculos de Rusia con
la UE -muy especialmente con Alemania-, los rusos se vieron obligados a
pivotar hacia Asia. El acuerdo ruso-chino anunciado ya el 4 de febrero
de 2022 fue uno de los mojones de la nueva estrategia, que Rusia
obviamente ya tenía concebida antes de intervenir y ser mega-sancionada.
En febrero de 2022, al comenzar la guerra, el BRICS tenía cinco
miembros. Hoy, luego de un supuesto “aislamiento completo” de la Rusia
de Putin, tiene 10, y una importante lista de espera. La población de
los 10 países del BRICS es el 46% del total de la tierra, y su PPA es
36%. Esto es porque los nuevos miembros incluyen países estratégicamente
decisivos, de inmensa población, o muy ricos, como Irán, Indonesia,
Egipto o los Emiratos. Antes de 2022 Rusia era claramente un actor
secundario en el escenario mundial, mientras que hoy es, aparte de China
e India, un articulador central de la diplomacia y economía de ese
“otro lado” respecto de Occidente. La economía rusa no colapsó, el rublo
se mantuvo a flote, la inflación existe pero ha sido controlada, y con
el lanzamiento del primer oreshnik los rusos mostraron a quienes
tuvieron la capacidad de admitirlo como acaso el principal experto en
armas nucleares norteamericano, Prof. Theodore Postol, que su tecnología
militar está, al menos en algunos aspectos, más avanzada que la de
Estados Unidos. En cuanto al poder de guerra, en materia no solo de
tecnología sino de industria militar y experiencia bélica, las
pretensiones de Keir Starmer de liderar un especie de fuerza europea
para enfrentar a Rusia son, con todo respeto, una broma. Inglaterra
puede, desde luego, provocar un autoatentado o una agresión nuclear
contra Rusia. Si lo hace, sería suicida para cualquier proyecto futuro
que su elite quiera seguir imponiendo.
¿Qué significan, pues, todos los últimos acontecimientos de
febrero-marzo, las reuniones de diplomáticos americanos y rusos, los
viajes desesperados de Macron y Starmer a Washington, el “acuerdo por
los minerales ucranianos” fallido, la escena que se montaron Zelensky,
Vance y Trump el viernes 28, y la subsiguiente “cumbre europea” en
Londres?
Desde el punto de vista simbólico, es la exhibición, en versión porno,
de la derrota del liderazgo viejo de Occidente en esa guerra.
Es, también, un sombrío recordatorio de que una guerra mundial que
envuelva a Europa, Rusia y Estados Unidos (además probablemente de
Israel e Irán) no está totalmente fuera de los planes de Londres. Aunque
cabe esperar que no la logren, y no es probable que tengan fuerza como
para imponerla, es evidente que las fuerzas de lo viejo siguen
intentando hacerle creer a la gente que aun tienen un plan.
Pero lo único que esperan y desean, es algo más de tiempo. Precisan
tiempo para ver cómo salen de esta situación. La nota principal de
Foreign Affairs -el órgano norteamericano más importante de bajada de
línea profesional que tiene la facción globalista dirigida desde
Londres, junto al Financial Times– se pregunta desde el título “Cómo
hacemos para no terminar la guerra en Ucrania”. Hábleme de pacifistas. Y
dice, en esencia, eso: ‘precisamos tiempo’. ‘No hay que correr a una
paz que no sea luego sostenible’, argumentan, criticando los acuerdos de
Minsk, que ellos mismos violaron. Lo que saben a ciencia cierta es que,
sin Estados Unidos -como incluso Starmer admitió en su delirante
discurso luego de la Cumbre “todos detrás de Zelensky” del 3 de marzo-
no hay otra alternativa que la derrota. Y con Estados Unidos también,
que es lo que ya ocurrió, y de lo que la nueva administración intenta
desmarcarse.
4) ¿Habrá una reacción antiTrumpista?
¿Tiempo para qué, entonces, si Estados Unidos bajo Trump no muestra
ningún interés en sumarse a ninguna estrategia londinense? Bueno, si el
objetivo es abortar el cambio de época y volver al rumbo anterior
-control del discurso con el fin de imponer una distopía globalista de
reinado de las corporaciones con cero democracia efectiva y una
población convertida en rebaño digitalizado- lo que precisa Londres es
buenos argumentos para acusar a Trump de “traidor a Occidente” o cosas
similares. No me refiero en la prensa, donde se hace todos los días,
sino a nivel político efectivo. Desde luego, cualquier fin de la
situación en Ucrania que muestre la realidad de la guerra en el terreno,
será usado por Londres y quienes aun estén dispuestos a ir con él para
fundar esa traición, y tratar de construir el espacio político mínimo
como para movilizar a la parte del estado profundo yanqui que aun esté
con Londres, que no creo que sea pequeña.
Pero el delirio tiene siempre un límite. Mientras voy escribiendo este
informe, lo acontecimientos se precipitan. Bastó que los Estados Unidos
anunciasen efectivamente la suspensión de toda ayuda militar a ucrania.
Casi de inmediato, de las bravatas absurdas de Keir Starmer y la
posición europea de “Trump dio un espectáculo deplorable, estamos todos
con Zelensky” de domingo 2 y lunes 3, hacia el mediodía del martes nos
enteramos que ahora Zelensky está arrepentido, quiere firmar a como dé
lugar, admira y ama a los Estados Unidos y a Trump. Sí usted no lo sabe
aun, lea el siguiente viraje sorprendente, que se resume en estas
declaraciones del jefe ucraniano del día 4 de marzo: “Mi equipo y yo
estamos preparados para trabajar bajo el firme liderazgo del presidente
Trump para conseguir una paz duradera. Nuestra reunión en Washington, en
la Casa Blanca el viernes, no salió como se esperaba. Es lamentable que
haya sucedido así. Es hora de arreglar las cosas. Nos gustaría que la
cooperación y la comunicación futuras fueran constructivas. En cuanto al
acuerdo sobre minerales y seguridad, Ucrania está dispuesta a firmarlo
en cualquier momento y en cualquier formato conveniente.”
Se habla insistentemente de reuniones, acuerdos, encuentros en Ryad,
etcétera. Mientras tanto, el 8 de marzo Ucrania anuncia que ha sido
derrotada ahora también en su minúscula “invasión de territorio ruso” en
Kursk.
En fin, se verá cuál es la reacción de Trump y su equipo. Con estas idas
y vueltas de Zelensky, Londres mantiene las cosas en movimiento para
comprar ese tiempo que hace falta, y quizá encontrar algún error de
Trump para comprometerlo más. Para ello, Londres precisa pues ir y
venir, y hacer malabares. Tiene que aparentar estar liderando un proceso
que no controla, y al mismo tiempo no alejar del todo a los Estados
Unidos -al menos retóricamente-, para luego poder acusarlo de traición
cuando las cosas sigan su rumbo real en la guerra. Así, por ejemplo,
Starmer declaró que UK iba a poner “boots on the ground and planes in
the air” en Ucrania para “garantizar” un supuesto “acuerdo de paz”. O
sea quiere paz, pero pretende conseguirla derrotando a Rusia en la
guerra con sus propias tropas -al tiempo que aclara que esto no puede
hacerse sin respaldo norteamericano. Hoy, las fuerzas completas de la
Unión Europea en orden de batalla, con todos los recursos militares -los
dos portaaviones, los seis destructores y las once fragatas británicas,
por ejemplo- durarían muy poco en el teatro ucraniano de guerra real.
Rusia ya anunció que trataría a cualquier fuerza extranjera que entre en
Ucrania como un beligerante.
Mientras tanto, la propaganda de Londres en los medios masivos igual que
en Foreign Affairs -empleando la pluma de un ucraniano que es analista
senior del Atlantic Council y del Centre for Defence Strategies creado
en Kiev por los ingleses en 2020- busca convencer al mundo de que, si
bien los rusos han mantenido una constante superioridad y las armas
enviadas no han surtido ningún efecto, de todos modos bastaría con
seguir haciendo lo mismo un poco más, para conseguir que Rusia se
derrumbe. Sobre esto, ver la nota sobre rusofrenia en esta misma
edición. Starmer, además, dice que Europa está “preparando un acuerdo de
cese al fuego”. ¿Cómo puede Europa, o Londres, hablar de que van a
crear un cese al fuego, si los rusos tienen planeado seguir disparando?
Pero bueno, el mundo delirante del poder viejo es así. Siguen
controlando los medios grandes, y siguen haciendo que mucha gente crea
en el heroísmo de un comediante comprado para jugar el rol de un
combatiente por la democracia.
Mientras tanto, y paradójicamente, Trump es la única carta de relativa
supervivencia aun para Londres y el mundo globalista. Porque Trump es el
único que puede hablar con los rusos y hacer pasar la derrota militar y
estratégica del globalismo como un “acuerdo de paz”.- Cuando ese
acuerdo se produzca, observe bien si, como resultado del acuerdo que se
alcance, pasa alguna de estas cosas: (a) ¿Ingresa Ucrania a la OTAN? (b)
¿Recupera Crimea o cualquiera de los oblast que plebiscitaron su
integración a Rusia? (c) ¿Sigue en pie el régimen ultranacionalista y su
ejército? (d) ¿Quedan tropas de combate europeas o americanas como
garantes exclusivas del acuerdo?
Si la respuesta a estas cuestiones es “si”, entonces Rusia perdió la
guerra. Sino, la ganó, pues estos eran todos lo objetivos de Rusia al
intervenir. Y Trump sería alguien capaz de mitigar esa derrota ante la
opinión pública europea y norteamericana.
Parte de la distorsión perceptiva llamada “visión occidental del mundo”,
que es la que hegemoniza la comunicación mainstream en nuestra
civilización, consiste en que toda la discusión sobre Ucrania se lleva
adelante sin el menor interés por el punto de vista ruso, tanto antes
como durante como ahora. Esta anomalía solo puede ser una debilidad:
esconder o invisibilizar aquello que daría realidad a las elucubraciones
autosatisfactorias. No es ni siquiera Trump el que puede dar realidad
final a todo esto, y con ello hacer un bien a la discusión pública
occidental, sino Rusia.
Pero ya lo sabemos: para la dirigencia globalista, toda referencia a la realidad es calificada como un discurso de odio.
4) Incertidumbres
Si Trump concretase definitivamente las siguientes cosas que ya ha
esbozado, el mundo se abriría a una perspectiva completamente distinta a
la anterior. Enumero esas cosas:
– fin de las guerras artificialmente provocadas (Serbia, Afganistán,
Irak, Libia, Siria, Ucrania) por el globalismo neocon norteamericano y
londinense
– normalización diplomática con Rusia y fin de las sanciones
– apertura de EEUU a nuevas relaciones comerciales con China, Rusia y el
resto, en base a la estricta competencia por la defensa de los
intereses comerciales de cada uno de los participantes
– crecimiento del BRICS y, con ello, oportunidades de crédito y comercio
más amplias y menos condicionadas para los países en desarrollo
– destrucción del poder globalista en Naciones Unidas, desfinanciamiento
de ONGs globalistas y agendistas, y reformulación de ese poder para que
refleje el orden actual (en ese caso, por ejemplo, los británicos y
franceses no tienen nada más que hacer en el Consejo de Seguridad, al
que deberían agregarse, con derecho a veto, naciones que representen los
intereses de África, Asia y América del Sur)
– defensa por principios de la libertad de expresión y otros derechos constitucionales.
– Desarticular los organismos y mecanismos de censura de redes sociales armados en los últimos 8 años
– limpieza del pantano gubernamental via DOGE
– abandono de las estrategias de soft-power imperial norteamericano, como por ejemplo el desmantelamiento de USAID
– liquidación de los programas Bid y Banco Mundial que tengan
orientaciones tendientes a mantener el subdesarrollo y destruir la
educación de los países dependientes
– tratar a Europa como un mercado posible, no como un vasallo, y tampoco como un aliado estratégico a usar contra terceros
– limpiar los organismos reguladores de salud y alimentación de su dependencia del complejo científico-médico-corporativo
– abandonar los planes del estado profundo de dominio mundial en base a armas químicas y bacteriológicas, etc.
– promover, a largo plazo, un desarme nuclear real
– ¿cuáles serán las relaciones reales entre Trump e Israel? La retórica
actual de convertir Gaza en un resort-casino lleno de oro suenan
totalmente irreales.
etc.
Con sus decisiones, en menos de dos meses de gobierno la administración
americana actual ha mostrado una cara muy distinta a la de la primera
administración Trump. Ahora parece tener de su lado no solo un apoyo
popular que se manifestó en las urnas, sino ambas cámaras, y está por
primera vez interviniendo directamente en los resortes directos del
poder del estado profundo: inteligencia, soft-power, burocracia.
Con este enfrentamiento por vez primera al poder real establecido
durante décadas, es evidente que Trump arriesga ser asesinado, o un
golpe de estado puede ser montado abierta o encubiertamente en los
Estados Unidos.
Algo de eso ya ocurrió en 2020 cuando el partido Demócrata robó las
elecciones aprovechando la extrema debilidad de aquella primera
administración Trump y usando, entre otras cosas, el caos que Covid y
las movilizaciones raciales fogoneadas desde el estado profundo
causaron. ¿Quién tomaría la posta de Trump, y cómo reaccionaría el
pueblo norteamericano a esa eventualidad? Esa pregunta solo puede ser
formulada, pero cualquier respuesta hoy sería mera conjetura. El mundo
actual y la política actual no son las de 2020 o 2022, cuando las redes
sociales estaban totalmente controladas por el discurso globalista y la
propaganda neocon- londinense. Hoy los grandes medios siguen -en menor
medida- controlados por esa propaganda, simplemente porque el poder
político actual en Estados Unidos aun no tuvo tiempo de generar una
comprensión política más amplia, que solo se logra en base a resultados
palpables por parte de la gente. Pero sí que tuvo tiempo de respaldar la
libertad de expresión en el mundo digital, lo cual es de cierta
importancia.
Tanto lo es, que con años de atraso, Pedro Sánchez ha reunido a los
presidentes de Colombia, Chile, Brasil y Uruguay para animarlos a que
comiencen a censurar las redes sociales en sus propios países.
Tal parece que los políticos contemporáneos son incapaces de aprender nada.
Ya fue De Moraes el hazmerreír del Brasil y del mundo entero cuando
quiso terminar con Telegram primero, con X/Twitter después. Su orden
duró menos de 24 horas, y todo Brasil tuiteaba por VPN desde Manaos a
Porto Alegre. Sigilosamente, el gobierno brasileño “llegó a un acuerdo”
con Musk, y X (y Starlink) siguen operando en Brasil igual que antes.
Pero en verdad “Xandâo” no llegó a ningún acuerdo: fue aplastado por la
realidad, pese al respaldo de lo más refinado de la izquierda VIP
globalista, como Zuboff o Varoufakis.
Estos gobiernos “de izquierda” -en realidad, gobiernos adeptos al
proyecto occidental viejo, dirigido desde la City de Londres y en
derrota civilizatoria hoy día- ahora dicen que van a “moderar los
contenidos” en redes sociales, dado que esa “moderación” no se produce
ya en el Estados Unidos de Trump. No pudieron hacerlo cuando Biden
gobernaba, pero lo volverán a intentar ahora. Lo que ellos quieren es
imponer la censura de toda la información que avive a la gente respecto
de lo estentóreo de su actual debacle, no solo en Ucrania sino como
proyecto en sí. No entienden que los viejos conceptos del orden
ideológico de la Guerra Fría no tienen más vida ni referencia. Siguen
sin entender que no basta con acusar a todo el que vea el mundo distinto
a ellos de “ultraderechista”, que es en realidad lo que ellos son:
partidarios de un régimen global de eliminación de la libertad
individual y los derechos de las personas, en nombre de ideas
supuestamente unánimes que deben ser impuestas eliminando las opiniones
en contrario, e intentando usar la nueva tecnología para controlar toda
esa imposición. Los liberales, el centro socialdemócrata, y buena parte
de la derecha, en América del Sur, mientras tanto, siguen en Babia. No
han alzado su voz denunciando la conferencia de Pedrito Sánchez y sus
acólitos. Son parte del orden viejo y no tienen permitido, por sus
propios tabúes internos, comprender el cambio de época, que quien sabe
si progresará o se verá aplazado por un tiempo más.