19.9.25

Resistencia o vasallaje

Carlos Fazio

El ataque israelí de decapacitación de Hamas en Qatar y la guerra híbrida de EU contra Venezuela, parte de una misma estrategia

 

En medio de frágiles negociaciones solicitadas por Estados Unidos para un alto el fuego en Gaza, el ataque ilegal y extraterritorial de Israel el pasado 9 de septiembre en Doha, Qatar, tuvo como objetivo decapitar a la cúpula política del Movimiento de Resistencia Islámica de Palestina (HAMAS). Un patrón ya documentado en la guerra de los 12 días, cuando Washington y Teherán mantenían contactos preliminares sobre un posible nuevo acuerdo nuclear, y EU e Israel atacaron a Irán.

En la consecución de sus objetivos geoestratégicos, mutuos y personales -entre ellos consumar el genocidio, la limpieza étnica y aplicar la política de tierra arrasada como parte del plan “Riviera Gaza”-, Donald Trump (China, BRICS, Venezuela, Brasil) y Benjamín Netanyahu (Gran Israel) encarnan al policía bueno y al policía malo. Ambos cometen perfidia (un crimen de guerra), pero mientras Trump finge negociar y atrae a la mesa de negociación al adversario como estrategia de distracción, Netanyahu se encarga de destruirlo con premeditación, alevosía y ventaja. Ambos dinamitaron ahora las hilachas de diplomacia que quedaban.

El impacto simbólico es profundo. La mesa de negociación político-diplomática, tradicionalmente un espacio protegido de los ataques militares, ya no es garantía de nada. Peor: se ha convertido en una trampa para eliminar al enemigo. Quedó claro y lo ratificó Netanyahu al decir que los negociadores de Hamas son un objetivo militar. 

De paso, la neutralidad y la soberanía nominales del Estado mediador, Qatar, socio estratégico de Washington que alberga la base aérea de Al Udeid, sede del cuartel general del Mando Central (USCENTCOM) del Pentágono y el mayor enclave militar en la región, han sido vulneradas.

Según el analista de asuntos militares Mohammad Molaei, el régimen israelí desplegó un paquete de aproximadamente 15 cazas furtivos F-35I Adir, complementados con plataformas de ataque F-15I Ra’am, lanzando una salva de 10 bombas dirigidas Rafael Spice-2000 y posiblemente municiones AGM-158 JASSM-ER de alcance extendido. Estos activos, guiados mediante protocolos de supresión de defensas aéreas enemigas (SEAD/DEAD), penetraron el espacio aéreo catarí sin ser detectados, explotando las brechas en los sistemas regionales de defensa aérea integrada del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG, integrado por los países árabes ribereños del Golfo Pérsico).

De acuerdo con Molaei, después del ataque, la invocación de Qatar al artículo 51 de los derechos de autodefensa de la Carta de la ONU sonó vacía, ya que sus radares de banda X AN/TPY-2 de Raytheon, capaces de advertir misiles balísticos, permanecieron inactivos, priorizando la postura diplomática sobre una respuesta cinética. A su juicio, el rol cómplice de Estados Unidos  en esta violación merecen un análisis a través del prisma de la logística expedicionaria y el intercambio de inteligencia.

La postura de la administración Trump, simulando sorpresa posterior al hecho, se desmorona bajo el escrutinio de su red de sensores centrada en Al-Udeid. El radar de advertencia temprana AN/FPS-132 del Comando Central del Pentágono, emplazado en la base aérea de Al-Udeid, posee un alcance de detección superior a los 3,000 kilómetros para objetivos de baja observabilidad, fusionando los datos de banda X TPY-2 con las señales satelitales SBIRS GEO para seguimiento persistente de misiles. Esa arquitectura, integrada a través de enlaces de datos Link-16, debería haber iluminado el paquete de la IAF a 500 millas náuticas, activando baterías Patriot PAC-3 MSE o Raptors F-22 del 379th Expeditionary Wing. Sin embargo, no sonó ninguna alerta; los jets del régimen sionista de Israel atravesaron el “ojo de la aguja” sin ser molestados.

En realidad, los activos de Al-Udeid sirven como un nodo militar avanzado israelí. Según Mohammad Molaei, este conducto unidireccional, carente de salvaguardias recíprocas por parte de Qatar, convirtió a la base en cómplice de la vulnerabilidad de Doha, como lo demuestra la ausencia de intervención de EU en el ataque. El silencio de Centcom no solo anuló los pactos de defensa mutua bajo el SOFA (Acuerdo sobre el Estatus de las Fuerzas) firmado en 2002 entre EU y Qatar, sino que amplificó la percepción de la falta de fiabilidad de la administración Trump, erosionando la cohesión del CCG en medio del aumento de las posturas disuasivas iraníes A2/AD (Negación de acceso/Negación de área).

El primer ministro catarí calificó la agresión como “terrorismo de Estado” y prometió represalias. Pero ello oculta una dura realidad: ni Doha ni sus hermanos árabes poseen la autonomía doctrinal o la profundidad material para una respuesta calibrada. La impotencia del CCG está codificada en los anexos de seguridad de los Acuerdos de Abraham, donde Riad y Abu Dabi, a pesar de la adquisición de F-35, ceden al veto de Washington sobre las acciones cinéticas anti-Israel, temiendo represalias a través de los puntos de estrangulamiento de la petrolera saudí Aramco o las vulnerabilidades de desalinizadoras de Taweelah de los Emiratos Árabes Unidos (EAU).

De manera predecible, la retórica inflamada de Qatar y las demás monarquías absolutas del Golfo se disipará en maniobras diplomáticas, tal vez a través de resoluciones de la Organización de la Cooperación Islámica (OCI), mientras el régimen israelí recalibra para nuevos ataques.

El mensaje, pues, es inequívoco: el paraguas de la defensa colectiva voló por los aires; los procesos de normalización basados en principios de equilibrio, mutua legalidad y cooperación militar entre EU y las monarquías del Golfo (Qatar, Arabia Saudita, Emiratos y Bahréin), están regidos por una subordinación propia de protectorados y giran en función de las prioridades bélicas de Israel como portaviones terrestre de Washington en Medio Oriente. Según señaló un editorial del diario británico  The Guardian, “para Trump parece que no hay verdaderas líneas rojas  cuando se trata del gobierno extremista de Israel”. 

Como antes en el caso de Irán, priman el chantaje, la fuerza bruta y la capacidad de imponer hechos consumados. La negociación no se concibe ya como un límite a la violencia, sino como un escenario subordinado a ella. El intento de asesinato de los negociadores de Hamas marca un punto de inflexión. En términos sistémicos, ese cambio remata los fundamentos del viejo orden internacional. Sumados el genocidio y la limpieza étnica en Gaza, el derecho internacional ha terminado de fenecer. 

Moraleja: la seguridad no depende de terceros. Los estados se enfrentan a una disyuntiva binaria: aceptar el vasallaje, o como hizo Irán, construir su propia capacidad de disuasión y formas de resistencia que le permitan preservar un mínimo de autonomía y soberanía. 

Trump exhibe músculo militar en el Caribe

Eso nos lleva al despliegue militar de EU en el Caribe, cuyo objetivo central es un cambio de régimen en Venezuela, instalar un gobierno cipayo y apoderarse de sus hidrocarburos, el oro y otros minerales geoestratégicos.

En sus intentos por imponer un gobierno títere en Venezuela, durante un cuarto de siglo seis sucesivas administraciones de Estados Unidos (Clinton/Bush/Obama/Trump/Biden/Trump) han recurrido a sus manuales de guerra de baja intensidad, híbrida, de colores o de zona gris, incluida la actualización de su tecnología y sus métodos bélicos, pero no han obtenido resultados.

Por eso, ahora, Trump, quien durante años ha fantaseado con el uso promiscuo de la fuerza militar contra el tráfico de drogas, ha vuelo a desempolvar esa estrategia como tapadera para proyectar su dominio militar.

El narcotráfico es un delito, no un acto de guerra. Por eso, para intentar eludir ese obstáculo, su equipo fabricó la forzada asimilación de los cárteles de la droga con el terrorismo, reeditando la vieja matriz utilizada en 1985, con fines propagandísticos injerencistas, por el ex embajador de EU en Colombia Lewis Tambs: la narcoguerrilla, que pocos años después devino, oportunamente, en narcoterrorismo. 

En el marco de la renovada política de máxima presión impulsada por el secretario de Estado y asesor de Seguridad Nacional, Marco Rubio, EU busca provocar un incidente o falso positivo, como pretexto para justificar una escalada de agresiones militares contra Venezuela. Se trata de un libreto conocido, entre cuyos precedentes están el incidente del Golfo de Tonkín en 1964, cuando el gobierno de Lyndon Johnson arguyó ataques del Vietcong contra el destructor USS Maddox como excusa para intervenir en la guerra de Vietnam, y la falsa narrativa de la administración Bush Jr. sobre las “armas de destrucción masiva” de Sadam Hussein para intervenir en Irak en 2003. 

En la actual coyuntura, The Washington Post ha señalado que el despliegue naval en el Caribe implica una suerte de “militarismo performativo”. No es un plan estratégico coherente sino un gesto escénico para demostrar fuerza, producir imágenes altisonantes y alimentar titulares para consumo interno; una lógica que ya se había visto en ciudades como Los Ángeles o Washington, donde se enviaron tropas contra la voluntad de las autoridades locales. Según el diario estadunidense y la agencia británica Reuters, las operaciones letales y el despliegue naval se ejecutan con fundamentos legales difusos, pruebas débiles y consecuencias diplomáticas imprevisibles. No obstante, las repercusiones en el Caribe son inmediatas.

Como señaló Rosa Miriam Elizalde en Cubadebate, la función de Donald Trump en este engranaje es darle formato de espectáculo. Ha hecho de la política exterior un guion para titulares inmediatos: renombrar simbólicamente el Departamento de Defensa como “Departamento de Guerra”; desplegar cazas supersónicos sobre Puerto Rico; amenazar con derribar aviones venezolanos y ofrecer recompensas millonarias por la captura de Nicolás Maduro. Todo ello compone una puesta en escena destinada a proyectar dureza y control, aunque en realidad genera incertidumbre y desestabilización.

A ello responde la puesta en escena de la narcolancha en el Caribe el 2 de septiembre (ver “El difuso incidente de la narcolancha y otras argucias del intervencionismo de EU en Venezuela”, Mate Amargo 3/IX/2025), con saldo de 11 presuntos muertos, seguida de un segundo ataque cinético el día 15, con otros tres supuestos asesinados (acciones letales que un grupo de expertos de la ONU consideró como ejecuciones extrajudiciales) y del ilegal y hostil abordaje de una embarcación atunera con nueve pescadores por marines del destructor USS Jason Dunham (DDG-109), valorado en miles de millones de dólares y equipado con misiles crucero, mientras operaba en aguas de la Zona Económica Exclusiva (ZEE) venezolana el viernes 12.

No obstante, esas acciones podrían marcar el inicio de una nueva fase de una guerra no convencional, multidimensional y cinética, bajo el viejo ropaje de la “seguridad hemisférica”.  Esa estrategia combina provocaciones y operaciones sicológicas con campañas de intoxicación mediática y narrativas criminales que utilizan al mítico cártel de Los Soles y al extinto Tren de Aragua, con la finalidad de manufacturar a Venezuela como un narco-Estado que “amenaza” la seguridad continental, y justificar así una escalada militarista e incluso la intervención directa del Pentágono. 

Una variable es fabricar un escenario tipo Libia, mediante un levantamiento opositor interno que cuente con apoyo aéreo y misilístico de las fuerzas de EU desplegadas en el Caribe. Una fórmula sembrada en el Diario de las Américas por el exmarine Jesús Romero, miembro de un oscuro think tanks al servicio de Marco Rubio (el Instituto de Inteligencia Estratégica de Miami), que busca convencer a Trump de que el sistema de defensa aéreo de Venezuela ha “colapsado” y una operación así sería “pan comido”. (sic) La tesis del levantamiento interno ha estado presente desde las primeras guarimbas de 2007 y se aceleró en 2024 cuando María Corina Machado planteó la opción táctica del enjambramiento (swarming).

Otro opción sería la de la decapitación del gobierno de Maduro, ya utilizada por Trump en el asesinato del general iraní Qassem Soleimani con un dron, en 2020; una táctica replicada por su socio genocida Netanyahu en Yemen; en el devastador ataque de decapitación contra Hezbolá en el Líbano; el igualmente descarado contra los principales líderes iraníes durante su “guerra de doce días” con Teherán, y ahora en Doha, Qatar.

La filtración del Instituto de Inteligencia Estratégica de Miami en el Diario de las Américas coincide con la denuncia del ministro de Defensa de Venezuela, Vladimir Padrino López, en el sentido de que los trabajos de inteligencia estadunidenses se han incrementado de manera exponencial en los últimos meses.

El ministro dijo que la noche del sábado 13 se detectó el sobrevuelo de aviones RC-135 (capaces de recopilar inteligencia en tiempo real hasta 200 millas dentro del territorio venezolano), KC-135 (naves cisterna que suministran combustible en pleno vuelo y permiten misiones prolongadas) y E-3 Sentry AWACS (puestos de comando aéreo con radar de largo alcance), lo que implica que no son simples patrullajes rutinarios: son piezas de un despliegue táctico que encaja perfectamente en la definición amplia de “uso de la fuerza”, esto es, presencia disuasiva, recolección de inteligencia estratégica, preparación logística y búsqueda de incidentes que justifiquen una escalada.

Padrino no sólo denunció la frecuencia creciente de estos vuelos, triplicados en agosto y diarios en septiembre, ahora realizados de noche o madrugada, sino también su carácter ilegal y peligroso ya que violan normas operacionales al no notificar planes de vuelo, arriesgando accidentes aéreos en aguas venezolanas. Pero más allá de lo técnico, advirtió sobre su intención política: provocar un casus belli.

En esa variable, ¿es probable un ataque militar seguido de una invasión a Venezuela?  Los 4.500 soldados estadunidenses desplegados en el Caribe jamás podrían tomar Venezuela, un país con montañas, selva y múltiples centros urbanos; ni siquiera si se multiplicaran. Sin embargo, el escenario sí insinúa una peligrosa coreografía de amenazas calculadas de la administración Trump, sin cruzar el umbral de la confrontación abierta. Por ahora.

 Los ejercicios UNITAS y una Guerra en Zona Gris

Previamente, Reuters había reportado que cinco cazas estadounidenses F-35 aterrizaron el sábado pasado en Puerto Rico después que Trump ordenara que 10 aviones furtivos se unieran como refuerzo militar en el Caribe para supuestamente contrarrestar los cárteles de la droga. Y no está de más consignar, que el 15 de septiembre iniciaron los megaejercicios navales UNITAS 2025 con la participación de buques de 25 países y más de 8 mil efectivos frente a las costas de Miami, en la retaguardia del despliegue de la Armada estadunidense en el Caribe.

Según el sitio oficial America’s Navy, los ejercicios, organizados por el Comando Sur (SOUTHCOM) de EU, incluyen múltiples navíos de superficie, submarinos, aeronaves y sistemas de flota no tripulados, junto a ejercicios en tierra, cercana a estaciones navales en los estados de la Florida, Carolina del Norte y Virginia. Las maniobras, que concluirán el 6 de octubre, incluyen defensa aérea, guerra antisubmarina, interdicción marítima, desembarcos anfibios, ejercicios con fuego real -incluido un SINKEX (hundimientos de barcos)- y la integración de sistemas no tripulados e híbridos.

Además de buques de Argentina, Belice, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, Jamaica, México, Paraguay, Perú, República Dominicana y del país anfitrión, Estados Unidos, en los ejercicios participan navíos de Alemania, Países Bajos, Canadá, España,  Francia, Grecia, Italia, Marruecos, Japón, Portugal y Singapur. Para el investigador venezolano José Negrón Valera, UNITAS “no es más que la fachada para imponer de la manera menos traumática posible un bloqueo marítimo a Venezuela”.

En ese contexto, el despliegue de buques estadunidenses listos para entrar en acción frente a las costas venezolanas, además de enmarcarse en una típica estrategia de operaciones psicológicas  (PsyOp) para generar temor al interior del país sudamericano y tratar de “quebrar” los sectores de apoyo del gobierno de Maduro, plantea el escenario de una “guerra en zona gris”, entendida como un conflicto por aproximación en un espacio ambiguo o difuso, donde se amplían los márgenes de acción para el atacante sin entrar en enfrentamiento militar directo. Se trata de una variante de la guerra híbrida difícil de visualizar, porque la frontera entre la guerra y la paz se difumina en un espacio intermedio donde no hay una confrontación abierta.

Como señaló un reporte de Telesur, básicamente, esta modalidad bélica no respeta las reglas de juego establecidas y abre varios frentes de batalla al mismo tiempo, pero donde no exhibe una fuerza militar tangible que responda a las leyes previstas de la guerra convencional. Sus amenazas están pensadas para imposibilitar o confundir los cálculos de riesgo tradicionales, provocando la paralización del oponente incapaz de decidirse entre la inacción o la acción, ya que la primera puede implicar una derrota y la segunda un uso desproporcionado de la fuerza. Se apela a la utilización únicamente de medios que permitan tanto la “negación plausible”, como la “no atribución”, de ahí el recurso a los ataques cibernéticos, que dificultan sobremanera la inculpación de sus responsables -si es que llega a conocerse el origen de los mismos- o de unidades paramilitares.

En la coyuntura, Venezuela enfrenta una nueva agresión multidimensional que forma parte de la agenda de cambio de régimen de la administración Trump 2.0, encubierta bajo la pantomima de la lucha contra el narcotráfico. En este contexto, Vladimir Padrino ha alertado que Estados Unidos busca fabricar un casus belli mediante acciones de bandera falsa o falsos positivos. Su denuncia no debe leerse como una reacción aislada, sino como una alerta temprana dentro de un patrón histórico documentado: el de un poder hegemónico en decadencia, pero que lejos de retirarse sigue expandiendo su presencia militar en el Gran Caribe (considerado históricamente como el Mediterráneo estadunidense), incluso en tiempos de paz declarada. 

Otro patrón histórico documentado son los montajes. Al respecto, ayer, el ministro de Relaciones Interiores de Venezuela, Diosdado Cabello, informó sobre el desmantelamiento de una operación de falsa bandera, que estaría a cargo de la Administración de Control de Drogas​ (DEA, por sus siglas en inglés), para vincular al país suramericano con el tráfico de drogas. 

En una rueda de prensa, Cabello informó que el lunes 16 de septiembre, con información previa de inteligencia, la Fuerza Armada Nacional Bolivariana monitoreó durante 20 horas el traslado de una pequeña embarcación que salió de Puerto López, en La Guajira colombiana, pasó por la península de Paraguaná, en el estado venezolano de Falcón, y fue interceptada cerca del Puerto de Cumarebo, en la costa de esa entidad con salida al Caribe.

Cabello detalló que le hicieron todos los llamados de alto a los cuatro tripulantes, cumpliendo con los protocolos de interdicción de drogas, y que finalmente “al verse rodeados, se rindieron”. Entre el material incautado se encuentran una embarcación tipo ‘Go fast’ con cuatro motores fuera de borda, un teléfono satelital, 100 sacos de clorhidrato de cocaína, dos teléfonos inteligentes, dos radiotransmisores, un GPS y 2.400 litros de combustible en 28 bidones.

 Cabello dijo que el operador de la droga es Levi Enrique López Bati, quien posee estrechos vínculos con Gersio Parra Machado, quien opera en el Catatumbo y en La Guajira colombiana. Y aseveró que, con conocimiento de causa, López “es agente de la DEA, un narcotraficante” y que el movimiento de esa droga iba a ser parte de una operación de falsa bandera de EU contra Venezuela. Llamó la atención que los cuatro detenidos portaban cédula de identidad venezolana.

Maduro y la Guerra de Todo el Pueblo

El 15 de septiembre, el presidente Nicolás Maduro reiteró que en caso de una agresión militar al país, Venezuela pasará a una fase de lucha armada de carácter popular, con eje en la concepción de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana de “Guerra de todo el pueblo”; una estrategia en base a la unidad popular, civil y militar, y la movilización política-territorial del Partido Socialista Unificado de Venezuela. Ergo, una combinación de movilización militar y disuasión popular, que remite en el imaginario histórico a un “Vietnam recargado” (reloaded) para Washington.

Venezuela ha desplegado una respuesta multifacética. Militarmente, la FANB ha reforzado sus defensas aéreas y costeras con 25 mil soldados desde la semana pasada, anticipando posibles ataques aéreos. Pero más allá de lo táctico, ha lanzado el Plan Independencia 200, que combina el despliegue de la FANB en 284 puntos estratégicos con la movilización de la Milicia Nacional Bolivariana.

En teoría, la resistencia cívico-militar se desarrollaría en el escenario físico y virtual, en las calles, en las redes y en la mar, articulada por las fuerzas armadas y ocho millones de milicianos. Este último elemento es clave: en lenguaje militar, se trata de “disuasión por costo”. El despliegue miliciano en una estructura de resistencia eleva el precio de cualquier intervención, recordando a Estados Unidos el trauma de Vietnam: una guerra de desgaste y prolongada; impopular y políticamente insostenible para Washington.

Ayer, miércoles 17, al anunciar la activación de la maniobra de campaña ‘Caribe Soberano 200’ en el marco de ejercicios militares en el mar venezolano, el ministro de Defensa Padrino dijo que la FANB activó milicias especiales de pescadores, tropas élites, así como diversas embarcaciones de la Armada, entre ellas, buques con artillería antiaérea. Los ejercicios también son acompañados con sobrevuelos en altamar de aviones de combate Sukhoi, tanques anfibios en las costas, entre otros elementos para la defensa del territorio, dispuestos a expulsar cualquier amenaza como tropas extranjeras, mercenarios y/o delincuentes vinculados al narcotráfico internacional o planes sediciosos.

En un contexto global donde Estados Unidos se encuentra involucrado de lleno en varios frentes de guerra (Ucrania, Medio Oriente, estrecho de Taiwán), Trump podría tener que pensarlo dos veces y evitar aventuras sin retorno. El apresto operacional venezolano indica que puede hacer peligrosamente costosa una intervención militar estadunidense.

 En la rueda de prensa del pasado lunes, Maduro catalogó a Marco Rubio como “el señor de la muerte y de la guerra, del odio”. No obstante, dejó una puerta abierta. Aunque reconoció que los canales diplomáticos con EU se encuentran en un estado de degradación profunda: “No están en cero, pero están deshechos”, dijo que Caracas mantiene “comunicación mínima con el señor (John) Mc Namara por la liberación de nuestros migrantes”.

La concentración de fuerzas del Pentágono en la región caribeña confirma que los canales diplomáticos bilaterales se encuentran “deshechos”, como dijo Maduro, en gran medida por la ambición de Marco Rubio y el afán de destruir cualquier alternativa política viable.

El martes, durante su participación en la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC), celebrada en Asunción, Paraguay, el enviado especial del presidente Trump para el caso Venezuela, embajador Richard Grenell (el otro interlocutor de Maduro), dio una entrevista donde defendió la diplomacia y la búsqueda de un acuerdo con el gobierno de Maduro. Y en un mensaje indirecto a su enemigo interno (Marco Rubio) en el seno de la administración trumpista, dijo: “Siempre me oirán como alguien que aboga por el diálogo. He ido a ver a Nicolás Maduro. Me he sentado frente a él. He expresado la postura de América Primero. Entiendo lo que quiere (…) Creo que aún podemos llegar a un acuerdo. Creo en la diplomacia. Creo en evitar la guerra”.

Según Grenell, “Trump odia la guerra”.

En un momento de máxima hostilidad entre Washington y Caracas, Grenell abrió una rendija para el diálogo y la paz. Hasta ahora, Trump ha manejado la incertidumbre como variable estratégica. En el caso venezolano, aunque acicateado por Marco Rubio, toda la escalada militar depende de él en última instancia. Su pragmatismo oscila entre el instinto de línea dura y el temor al costo político. La moneda está en el aire.

 (*) Carlos Fazio, escritor, periodista y académico uruguayo residente en México. Doctor Honoris Causa de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Autor de diversos libros y publicaciones.

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