2.12.24

Muñecas rusas. La victoria Trump y sus aparentes paradojas

ALDO MAZZUCCHELLI / El rumbo civilizatorio intenta aquí ser el compás que nos ayude a salir de las comunes explicaciones “politológicas” que se están ofreciendo. Nada hay más importante que la catástrofe del discurso woke luego de la elección norteamericana. Ese discurso era la llave maestra que preparaba a la ciudadanía para la mecánica de miedo-control propia del globalismo occidental en su fase decadente.

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Roto su mecanismo de propaganda global, el discurso de miedo-control entra en un momento más radical. Si la supuesta omnipotencia de una supuesta “elite globalista oculta” (?) no fue capaz de impedir la elección de Trump, entonces se abren dos explicaciones. Para la mirada conspirativa -tan en boga-, es un complot dentro del gran complot, y la elección de Trump es un avatar más en el rumbo al inexorable control de la humanidad entera por el proyecto cyber-globalista. Para quienes miramos desde lo civilizatorio, simplemente hay fuerzas contrarias en disputa, que corresponden a diversas civilizaciones, que si bien están muy interconectadas, siguen teniendo sus propios intereses e iniciativas. En este caso, la civilización occidental toda -con Trump, los neoconservadores, Davos, la city de Londres, y todo lo demás- es solo una de ellas. El proyecto globalista siempre quiere que creamos que no hay nadie más en el mapa.

2
Trump aplastó el 5 de noviembre a su rival Kamala Harris en la elección norteamericana. Es más fácil observar las obviedades sociológicas y políticas ligadas con ese resultado, que ponerlo en perspectiva respecto del rumbo civilizatorio occidental. Trump venció a la forma más extendida de narrativa globalista -según la cual, lo que ocurrió es una anomalía casi imposible de concebir-. Pese a ello, esa victoria difícilmente cambie los rumbos principales de Occidente como civilización.

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Pese a que Trump haya nombrado a guerreristas y políticos afines al complejo militar industrial para los cargos vinculados a la política exterior, una cosa es lo que el guerrerismo norteamericano declara, y otra lo que podría hacer. En ese sentido, la instalación del multipolarismo y la derrota del globalismo parecen, a esta altura, aun más inevitables que antes. Esto depende de la correlación de fuerzas a nivel militar, de la capacidad tecnológica y de acceso a energía y recursos de los distintos actores, y de las alianzas estratégicas internacionales. Estos asuntos, sobre todo el primero y el segundo, son bastante independientes de quién haya ganado la Casa Blanca. 

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El discurso globalista que venía dominando la narrativa en todos los medios, eliminando de ellos toda oposición, está enfrentando su mayor crisis tras su catastrófica derrota electoral. La esencia de ese discurso es la supuesta instalación global del transhumanismo y la inauguración de cierta utópica poshumanidad cyborg. Su destinatario es el sujeto de clase media o superior, en contacto con el mundo tecnológico, con muy poco contacto directo con el mundo productivo, y con una visión informada por la narrativa universalista constitutiva de Occidente. A ese sujeto, tal discurso le promete maravillas en cuanto al poder de manipulación objetual, material -incluido su propio cuerpo. Como todo discurso de manipulación y control, su fondo es el miedo, del cual la necesidad de control surge.

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Ese miedo se despliega en la aceptación de la necesidad, por parte del ciudadano, de la intervención y la vigilancia. La intervención del poder y el estado, y la vigilancia respecto de supuestos enemigos. Estos son, por ejemplo, el terrorista de civilizaciones extrañas, los agresores del medio ambiente que crean el “cambio climático”, la “desinformación”, los conspiradores de cierta super elite oculta, o el virus íntimo, biológico o informático. Para el ciudadano que ha adoptado la narrativa global-transhumanista, este espectro de agresores es válido. Lo es tanto para el mundo 
woke y su sensiblería, como para el milenarismo de todo signo, con su paranoia. Lo que los une es la creencia en explicaciones binarias que generan parálisis, y respecto a las que no se concibe otra actitud que el miedo. 

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Respecto a la intervención, el estado tiene un arsenal tecnológico a disposición de sí mismo y de los intereses fiscales y militares que lo caracterizan, que finge poner a disposición del ciudadano. Vigilando los ingresos para confiscar, dice que está protegiendo a la sociedad del lavado. Vigilando a los ciudadanos en cada uno de sus movimientos con cámaras e inteligencia artificial, dice que está alerta en las calles para prevenir la delincuencia. Vigilando el gasto de cada persona con fines de marketing y eventual coacción, dice que el dinero digital será la cura de todas las incomodidades. Esta tendencia a la hipermediación y tecnologización de la existencia no es afectada por las elecciones, ni en Estados Unidos ni en ninguna parte. Es el resultado automático del avance técnico, y forma parte de lo dado a la existencia humana en este tiempo. Lo que está en juego no es si habrá avance técnico en el sentido que lo vemos hoy: lo habrá. Lo que está en juego es cómo lo usamos, si para vigilar y controlar, o si para comunicar, elevar la conciencia y organizar mejor lo material y social. Pero la administración y uso inteligente de la tecnología sólo formará parte de la política cuando los ciudadanos estemos suficientemente conscientes y educados como para imponerlo sin más. Hasta entonces, es un factor supra-civilizacional que el poder viejo -el poder centralizado que considera a los hombres como medios para sus fines- intenta usar para preservarse. 

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El rumbo de una civilización puede variar. Según los estudios de Quigley, Occidente ha estado al borde de pasar a la fase decadente de “imperio universal” al menos dos veces en el pasado (hacia fines del siglo XV, y hacia fines del XIX), y lo ha evitado, saltando cada vez a una nueva fase expansiva nunca vista. En el caso más actual, es plausible considerar, como lo anticipó Huntington, que a partir del colapso del socialismo real, Estados Unidos encabeza una fase de imperio universal que está mostrando, en lo que va del siglo XXI, claros signos de decadencia civilizatoria. Desde el abandono generalizada de las creencias y principios característicos de la civilización, a la crisis demográfica, la caída en la natalidad y la inmigración masiva, el cabaret financiero, y la ineficacia en la producción de armamentos, todos son considerados síntomas de decadencia por distintos teóricos civilizatorios, de Spengler a Huntington, pasando por Toynbee, Quigley o Melko. ¿Será capaz Occidente de retomar un nuevo rumbo expansivo?

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¿Podría lograrse tal cosa antes de que el rumbo actual colapse? ¿Cómo? ¿Cómo “convencer” a la locomotora neocon y el estado profundo para que permitan un cambio de era entregando el poder material y simbólico que es su única razón de vida? No parece posible un cambio sin una crisis civilizatoria mayor.


De todos modos, cuando se dice “decadencia de Occidente”, lo que se dice no es más que eso. No es necesariamente desaparición física de Occidente. No se trata de que Estados Unidos y Europa se convertirían en el imperio maya del siglo XVI.
Es perfectamente posible pensar un mundo multipolar donde Occidente encuentre, a su tiempo, una nueva fase expansiva. En las actuales condiciones tecnológicas, donde el poder militar y de comunicaciones alcanza al globo entero, es necesaria la coexistencia entre civilizaciones distintas. Eso es, finalmente, el multipolarismo. Lo contrario es lo que hemos tenido durante siglos, y paroxísticamente durante los últimos 33 años: globalismo unipolar. Es decir: la pretensión de elites norteamericanas y europeas de que el mundo entero deberá adoptar por fin la civilización occidental. Eso es lo que está fracasando. Pensar que lo que está fracasando es “la economía mundial”, o pensar que “todos son lo mismo de Trump a Xi Jinping, y que todos están coordinados en un plan global”, aparte de una estupidez paranoica, es no entender que lo civilizatorio está muy por encima de lo meramente económico. El mundo no se organiza en una economía global controlable centralmente, sino en una miríada de intereses contrapuestos, que funcionan en sistemas interconectados pero distintos. Y las civilizaciones tienen todo que ver con la preservación de este nivel de diferencia, que el globalismo occidental, con la promoción de su término neolengua de “
diversidad“, ha intentado ahogar.

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La distopía globalista tuvo su realización fundamental en el modelo de unas Naciones Unidas controladas por el poder anglo. Lo fundamental de ese modelo es la mentira en que se ha convertido. Esa mentira es resultado de intentar que los intereses de múltiples civilizaciones se hagan controlar por el interés particular del poder anglo. El elemento fundamental de las Naciones Unidas, lo que las hace globalistas, es que venden los valores de las elites occidentales como si fuesen los intereses obvios de la humanidad.

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Tales valores pseudo “humanistas” son ahora la traducción ideológica del interés de las corporaciones. Por eso la “izquierda”, que siempre ha sido humanista, ha comprado ahora ese verso, como forma de prolongación de su imprescindible necesidad de sentirse universalmente superiores. Víctimas superiores, mejor dicho. Las corporaciones precisan eliminar el derecho local y destruir el estado nación con el fin de debilitar la resistencia cultural que representa. Las corporaciones, por tanto, hablarán siempre de “derechos humanos” y de las supuestas víctimas de la supuesta ausencia de tales derechos (normalmente, en otras civilizaciones), como modo de eliminar la interpretación particular de los derechos de su gente que haga el mundo islámico o chino o ruso o indio o africano, a diferencia de la interpretación que hace el mundo europeo-anglosférico. Las corporaciones siempre representan un mundo sin fronteras donde todo debe fluir, y la gente debe luchar por objetivos inventados, y combatir enemigos imaginarios. Así “luchar contra el cambio climático”, “unirse contra las amenazas sanitarias comunes”, “favorecer las migraciones masivas hacia los países centrales”, “combatir las autocracias”, son otros tantos deseos de las corporaciones occidentales traducidos a ideología “humanista”, es decir, globalista.

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A diferencia de esa mirada ideológica, es posible pensar en cambio que está bien que haya distintas civilizaciones, y que haya distintos valores en cada una, formas de organización, modos de entender las relaciones entre las personas, diferentes religiones y creencias trascendentes, diferentes modos de relacionarse con los recursos naturales, diferentes formas de organización del poder, etc. Está bien que haya diferencias reales, y variedad notable entre distintas experiencias de la vida. Querer unificarlas viene de un deseo de volverlas operativas a un plan general. Occidente ha presentado siempre el interés de sus negocios y su expansión como si fuera el interés de los demás, bajo la forma “es el interés humano”. No hay tal. Ante la impotencia occidental por imponer su sistema al resto, esto se vuelve transparentemente claro. La desesperación de las elites europeas y anglosféricas ante este fenómeno está más intensamente a la vista en estos meses, que nunca antes.

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Los “valores occidentales” que se pretendieron con alcance transcivilizatorio -la “libertad de mercado”, la “democracia”, su “igualdad” materialista, siempre entendida cuantitativa y linealmente, o el “liberalismo” como manejo de la libertad comercial desde el punto de vista del mango del sartén- están recibiendo su necesario ajuste. 

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O la alianza de controladores y paranoicos logra su objetivo milenarista y tenemos Tercera Guerra Mundial nuclear en Europa, lo cual traería quizá aparejada la destrucción de cualquier forma de civilización occidental operativa, o no se llega a esa situación, en cuyo caso el estallido de Occidente tomará tal vez la forma lenta de un largo crepúsculo, o la rápida de crisis económicas, de motines y levantamientos colectivos, o de factores externos, como catástrofes naturales.

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En ambos casos, el rumbo de Occidente parece insistir en ir hacia el ahondamiento de su propia decadencia. Esa decadencia es notable en el mundo simbólico, en todo lo que toca a los valores occidentales fundamentales. Por ejemplo, en materia de libertad de expresión, que quienes vienen controlando el rumbo civilizatorio han denominado “una idea de extrema derecha”, con lo cual todo el espectro político, incluyendo a todo el 
mainstream político “liberal”, ha pasado a considerar algo normal que se combata la libre expresión de las ideas que a esos grupos no les gustan. Es más: los que acusaban de paranoia a los demás mientras ejercían la censura, ahora, con el resultado electoral norteamericano de noviembre, viendo peligrar su mundo, se han colocado rápidamente en un completamente imaginario rol de víctimas. En efecto, la “izquierda mainstream” de los últimos 40 años solo se entiende a sí misma como víctima, o intérprete de supuestas víctimas.

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Así, el conjunto de periodistas que se organiza bajo el nombre de European Federation of Journalists, luego de haber censurado en los medios que controlan toda la información contraria al poder oficial en todos los temas importantes de los últimos años, luego de haber promovido la terapia experimental y eliminado todas las advertencias científicas críticas al respecto, y luego de haber publicado la propaganda de odio de la guerra globalista que montaron en Ucrania, ahora han resuelto 
dejar de postear en X a partir del 20 de enero de 2025. ¿Razones? “«La evolución editorial de X, desde su adquisición por Elon Musk, está sencillamente en contradicción con nuestros valores humanistas, nuestro compromiso con la libertad de prensa y el pluralismo de los medios, y nuestra lucha contra todas las formas de odio y discriminación.”

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Efectivamente, los valores de la oficialidad mental del Occidente 
woke-globalista son censurar todo lo que contradice los objetivos del poder, eliminando la libertad de expresión de ideas diferentes. Por lo tanto, es natural que cuando una red -la única de las grandes- efectivamente elimina la censura, y naturalmente se inunda de críticas a las mentiras del sistema, aparezca este tipo de rabieta. Simplemente, a todo lo que contradice tal mirada infantil del mundo, lo llaman “desinformación”. Es un mecanismo mágico. Dado que ese periodismo sistémico se la jugó entera por el discurso globalista-woke, y les salió mal, y la gente les va dando la espalda masivamente como acaba de ocurrir en EEUU, ahora quieren construir canales de información donde no tengan que ver que hay gente rara que ‘desinforma’. Para ello, dado que no quieren salir de su burbuja ni quieren ver los hechos, han creado una nueva red, BlueSky, que va a estar controlada por el woke -como lo estuvo Twitter hasta 2023-, en donde van a censurar todo lo que no les guste oír. Lástima que, como van a estar en una nueva burbuja de autoconfirmación que ignorará la realidad y la verdad, les irá igual de mal que hasta ahora. Esa red no será más que otro refugio, solo que más frágil y cada vez más minúsculo, contra la verdad y la realidad.

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En ningún lado la verdad y la realidad de toda esta coyuntura civilizatoria está más a la vista que en Ucrania. Por eso la guerra de Ucrania ha sido la cruz de los caminos para Occidente. Por eso la narrativa que se instaló en los medios es la que es. Y debido a que Occidente está en decadencia y es incapaz de ver sus propios mecanismos, la situación en Ucrania es la que es hoy, y la narrativa falsa explota. El aprendizaje fundamental de la guerra de Ucrania, para el Occidente anglosférico, será recordar la obviedad de que la guerra no se gana en los periódicos, ni en la prensa, ni en el mundo virtual. Será, en breve, un brusco aterrizaje en la verdad material -no material
ista– de los hechos fundamentales de la vida. 

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Así que la situación en Ucrania finalmente ha sido admitida. La narrativa atendida por sus propios dueños ha tenido, finalmente, que admitir la falsedad de su fundamento, y la mentira de la mayoría de detalles que han venido dando. El día 17 de noviembre de 2024, el 
New York Times ha publicado un editorial, firmado por Megan Stack, specialista en politica exterior del Times, antes corresponsal en China, Rusia y otros lugares. La señora Stack escribe, finalmente, luego de dos años y medio, esto: 

Los funcionarios estadounidenses suelen describir esta guerra en términos nobles, ensalzando su inquebrantable apoyo -por valor de 175.000 millones de dólares- a la heroica Ucrania en la lucha contra el monstruo del Sr. Putin. A veces, sin embargo, son más directos, como cuando el Secretario de Defensa, Lloyd Austin, dijo a los periodistas en Polonia, un par de meses después de la invasión, que Estados Unidos quiere ver a Rusia «debilitada». El comentario sugería que Estados Unidos convertiría en arma el patriotismo ucraniano, y quemaría vidas ucranianas, porque una guerra prolongada -incluso una guerra que probablemente no iba a poder ganarse- convenía a los intereses de Estados Unidos para mermar el poder de resistencia del Sr. Putin.
Creo que es correcto calificar a Ucrania de guerra por delegación, porque creo que es razonable concluir que la administración Biden ha apoyado la guerra no sólo por deferencia a la justa determinación ucraniana de luchar contra Rusia, sino también porque la guerra era una oportunidad de 
debilitar a nuestro enemigo sin enfrentarse directamente a él.

La señora Stack admite, el NYT admite, y el estado profundo del país líder de Occidente admite ahora, en su narrativa explícita, que esta guerra fue promovida para debilitar a Rusia.

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Debilitar a Rusia fue el objetivo perseguido, efectivamente, desde los años 90 cuando Estados Unidos maniobró para quedarse con los recursos rusos por la vía de corporaciones en manos de “oligarcas rusos” controlados por la city de Londres y por Washington. Debilitar a Rusia fue uno de los varios objetivos de las maniobras de integración de los países de Europa oriental por parte de la OTAN y la Unión Europea, en las sucesivas oleadas de expansión al Este en los años 2000.  Debilitar a Rusia fue el objetivo de la “revolución Naranja” ucraniana de 2005. Debilitar a Rusia fue el objetivo de la “revolución democrática” del Maidan, un vulgar golpe de estado de los centenares que ha dado la CIA, con la misma metodología, y con llamada de Nuland al embajador Pyatt digitando presidente a disposición de quien quiera escucharla.
Todo lo que hizo el señor Putin desde que tomó el poder -incluyendo nacionalizar empresas controladas por la city londinense, que habían hecho sus negocios via oligarcas en los años 90- fue fortalecer a Rusia. Llegado el momento, Putin iba a dejar de negociar, como negoció durante 22 años, con Estados Unidos, e iba a imponerse por las armas. Ese momento llegó en 2022. Estados Unidos, Occidente, en su soberbia de “Rusia es una estación de servicio con un ejército”, creyó que bastaría “sancionar” y “aislar” la economía rusa, para que la administración Putin cayese, y la guerra terminase en un colapso de la última resistencia real al poder globalista.

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Si ahora EEUU admite que ha provocado una guerra por delegación con el objetivo de debilitar a Rusia, es claro entonces que la guerra no fue -como decía el 
NYT antes- una invasión “brutal e inmotivada del Sr. Putin”. Es claro también que a los EEUU no les interesó nunca el asunto de la “defensa de la democracia”, como no les ha interesado jamás. También es claro que no les interesó la suerte real de Ucrania -si les hubiera interesado, no habrían hecho fracasar el acuerdo de paz alcanzado en abril de 2022, por el cual Ucrania mantenía todos sus territorios en el este, que ahora ha perdido. Si les hubiera interesado, no habrían lanzado oleada tras oleada de valientes patriotas ucranianos a la muerte, a manos de la cuarta parte del ejército más poderoso de la tierra. Si les hubiera interesado, no habrían mentido que la victoria era posible. El objetivo era “debilitar a Rusia”, nos admite ahora la señora Stack. Por tanto, ahora que Europa intenta sus últimas formas de provocación armada, con el fin de que una catástrofe global los salve a ellos, el objetivo sigue siendo debilitar a Rusia.

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No porque Rusia sea una amenaza para los territorios europeos, ni un estado imperialista con deseos de expansión hacia el oeste, o deseoso de exportar su propia cultura política. Todo eso es puro y claro 
bullshit propagandístico para consumo de wokes inexperientes y emocionados. Lo que pasa es que Rusia es el espejo y el testimonio principal e invencible de la decadencia de Occidente. Y al serlo, el señor Putin y Rusia, simplemente han dicho que no, poniendo su ejército por delante, al plan globalista occidental, y a su ideología. Pudo entonces el señor Putin ser pues presentado como un demonio y un nuevo Hitler petiso, como el malvado autócrata que se negó a imponer la ideología woke en sus colegios primarios y secundarios, y se negó a dejar que las ONG de Soros campeasen a sus anchas en Rusia. Pero todo eso es secundario. Lo principal es el odio a Putin y a Rusia porque su existencia -y sobre todo, su poder militar- niegan las ilusiones globalistas de Occidente. Eso es lo que esta civilización universalista en decadencia no puede tolerar: que la realidad le diga “no” a sus proyecciones ideológicas sobre el dominio universal, y el control del futuro. Que una estación de servicio con ejército sea tan poderosa como para obliterar el poder militar occidental. Porque Occidente, y Estados Unidos, han perdido militarmente esta guerra. Los medios occidentales están ahora en la fase de duelo, y en la fase de acomode de cintura. 

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Ahora el Occidente globalista, en el delirio de la derrota, amenaza con provocar una guerra nuclear de aniquilación mutua. Todo el mundo habla en la OTAN, en Londres, en París, en Washington, de la guerra nuclear como si fuera un videogame que otros van a experimentar. No creo que aun la crisis mental más profunda pueda llegar tan lejos como a un tipo de agresión sobre Rusia -precedida de una falsa bandera en Kiev, en Polonia o en Londres- que desencadene el Armagedón. No lo creo, porque creo que Rusia sabe bien lo que le conviene. Si bien no es una posibilidad probable, es no obstante una posibilidad. Esperemos que el suicidio colectivo del hemisferio norte no sea una opción realista, y pasemos a mencionar rápidamente el duelo.

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Porque las autoridades de la OTAN y el neocon-nulandismo del 
Project Ukraine, y los sueños universalistas de control tecnocrático de Davos-Bruselas, están de duelo. Claramente. Y la primera etapa del duelo es la negación. “Putin está haciendo bluff, Putin vende humo. Basta que logremos que Ucrania no capitule hasta el 2025, para que tengamos las armas que precisamos”; o “si mantenemos la (minúscula) ocupación de Kursk, y tiramos algunos misiles anglofranceses o norteamericanos en territorio ruso, ellos se sentarán a negociar en mejores términos para nosotros”. Negación. No están viendo, como no lo vieron durante todo este tiempo, que la única lógica de esta guerra es: o la gana Rusia, o hay guerra nuclear y destrucción mutua asegurada. ¿Qué parte de esa ecuación simplísima no es clara?
Esto último no quita que Estados Unidos haya ganado también algunas cosas con la guerra de Ucrania. Convergieron los intereses de Rusia y Estados Unidos en que hubiera una guerra, aunque los intereses de Rusia y Estados Unidos sean distintos y opuestos en muchas otras cosas.

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Estados Unidos -el siempre erróneo 
Washington Post de Jeff Bezos- ha lanzado el bulo de que ahora, con la llegada de Trump, Estados Unidos iba a “sentar a los ucranianos y los rusos a negociar” según “un plan de la Casa Blanca para terminar la guerra”. Pero, Estados Unidos no puede instrumentar semejante cosa, porque Estados Unidos no puede pretender controlar una guerra que no controla. Es Rusia quien la controla. Estados Unidos, además, no puede ser un “mediador” en una guerra que él mismo pelea -por delegación, como admitió la señora Stack. En fin, Estados Unidos no puede ser “mediador” ni tener ningún “plan” ni imponer condición alguna, porque Estados Unidos, la OTAN, y Europa, son los derrotados en esta guerra. Más que Ucrania, porque al menos Ucrania luchó, y su población dio la vida en esta guerra. Eso hace que Ucrania sea la única que pueda, con el tiempo, sacar algo de provecho para sí de estos tres años. El resto, Occidente, emerge de tres años de mentira con la única verdad de su derrota militar elocuente frente a la “estación de servicio”.
Pasada la negación, vendrá la furia, y pasada la furia, la depresión, y luego el reconocimiento desnudo de los hechos. Si es que para entonces la furia no ha conseguido nada peor.

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Ucrania es un territorio fronterizo entre dos civilizaciones, la occidental europea, y la ortodoxa rusa. Una parte de Ucrania -la que EEUU puso en el poder con un golpe de estado- quiere ser europea. La otra quiere ser rusa. No es casualidad que el escenario fundamental de la toma de conciencia por parte de Occidente de su crisis civilizatoria, esté ocurriendo justo ahí. Otra frontera civilizatoria está, obviamente, en Medio Oriente, donde el Islam y Occidente -e Israel, si el mundo judío es en sí otra civilización, de impronta confesional y religiosa, pero bajo dominio ashkenazi- conviven y disputan territorios. Quien no quiera convencerse de que el economicismo materialista, ignorante del poder superior del paradigma civilizatorio, no es quien determina el rumbo de las cosas, debería preguntarse por qué todos los conflictos importantes ocurren en las fronteras civilizatorias.

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En lugar de discutir los detalles del trumpismo, las ridiculeces del Hombre Naranja, y las traiciones que le está haciendo a su base, y las paradojas de su perspectiva de gobierno, hasta aquí he puesto la discusión de lo que está ocurriendo en el orden categorial de prioridades que considero más explicativo: resultan las categorías civilizatorias las que siguen explicando mejor. Lo consiguen de un modo más simple, y dando lugar a toda la matización y complejidad que se quiera en los aspectos económicos, políticos, militares, propagandísticos, culturales y técnicos. Todos estos aspectos son otras tantas formas que toma el conflicto fundamental, que es averiguar si el proyecto occidental de control globalista de la humanidad entera es viable. Si se impusiera, implicaría la destrucción completa y desaparición final de todas las civilizaciones.

28
Nada tiene que ver la adopción de tecnologías en esto, es decir, las “apariencias de occidentalidad”. Los chinos han adoptado ahora buena parte de la tecnología originalmente creada en Occidente, y la modifican y aplican a sus propios fines civilizatorios, lo mismo que Occidente adoptó en su tiempo las tecnologías chinas del papel y la pólvora -entre otras- y las desplegó según sus propios fines civilizatorias. La tecnología incide en el poder circunstancial, pero la tecnología viaja libremente y es del orden de la materia, y como tal no puede definir la esencia de una civilización, que está compuesta de una impronta cultural, de pertenencia a creencias fundamentales, rituales, mitos, territorios, y lenguas. La gente da la vida y guerrea por sus creencias y por su identidad y territorio, nunca por una “pertenencia tecnológica”, expresión completamente sin sentido.

29
Tomada la perspectiva de explicación civilizatoria, los demás órdenes de análisis se esconden bajo ella como muñecas rusas. El triunfo de Trump, las elecciones que ha hecho para su gabinete, el nivel en el cual ellas harán o no una diferencia, son relevantes -por ahora- solo al nivel coyuntural de la política, puesto que ninguna civilización puede hacer más que lo que su rumbo fundamental en un momento dado le permite. El equipo Trump ha hecho grandes promesas. Copio muchas de ellas aquí:

Cerrar la frontera

Reforzar el dólar

Salir de la OMS y de la OTAN 

Que el voto sea en un solo día, con papeletas e identificación obligatoria

Devolver a los ilegales a sus países de origen

Reducir la delincuencia

Detener a los narcotraficantes 

No permitir hombres en deportes femeninos

Detener las operaciones de género de mutilación infantil

Hacer que la hidroxicloroquina y la ivermectina sean gratuitas o de muy bajo coste

Quitar tierras al gobierno y construir 10 nuevas ciudades

Acabar con el tráfico de seres humanos 

Desfinanciar los proyectos de ley falsos sobre el clima, y sus organizaciones vinculadas

Desfinanciar la organización Planed Parenthood 

Permitir que los padres elijan la escuela de sus hijos

Bajar los impuestos 

Aumentar el empleo

Proteger a los nonatos 

Que la mayoría de los items de esta lista sean políticas que podríamos llamar del nivel “simbólico” -por más efectos significativos de mediano y largo plazo que pudieran tener- es sorprendente. Los impuestos, el empleo, aparecen solitarios en la lista. No se si esto debe evaluarse como un acto de clarividencia o un acto de “engaño a las masas”, pero sea lo que sea, es admirable que se propongan tantas medidas que irían al corazón simbólico del proyecto globalista tal como lo conocemos. La cuestión es cuánto de esto realmente se hará.

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El proyecto de Trump parece ser buscar la oportunidad de que EEUU capitalice lo que consiguió en la guerra de Ucrania, y encontrar un rumbo donde EEUU, pese a la crisis civilizatoria que lo envuelve, siga siendo potencia económica y de innovación. Lo que EEUU consiguió en la guerra de Ucrania, pese a haberla perdido, es destruirle el espinazo económico y de soberanía a Europa, destruir la alianza energética mutuamente beneficiosa Alemania-Rusia, obligar a los países de OTAN a invertir 2% de su PIB en armamento norteamericano, venderle el gas natural anglo a Europa, aumentar el número de vasallos con Suecia y Finlandia, etc. Sobre esa base, e imponiendo aranceles y cobrándole todo a todo el mundo, Trump piensa que va a hacer a América “grande de nuevo” -lo cual es una admisión de que es más chica que antes. Se busca pues un cambio que vuelva la iniciativa a los EEUU, destruyendo de paso al núcleo viejo de la civilización occidental. Las medidas de Trump, desde luego, no dicen una jota de disminuir el guerrerismo.

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¿Puede usted ver cómo todo lo anterior es perfectamente compatible, pues, con una renovación del guerrerismo e intervencionismo, con sionistas y halcones 
neocon en los puestos principales de la administración? Una cosa es ser globalista woke LGBTQ+ estilo Davos, estilo Harari; otra es ser un norteamericano que quiere seguir mandando en el mundo. Trump es lo segundo. Marco Rubio será Secretario de Estado. Michael Waltz, compenetrado con la ideología intervencionista del complejo militar industrial, ex hombre de Cheney y Rumsfeld, será el Consejero de Seguridad Nacional. Peter Hegseth, hombre del grupo Koch, será Secretario de Defensa. Elise Stefanik, fanática sionista, será la Embajadora ante Naciones Unidas. John Ratcliffe dirigirá la CIA. Encima de todo eso, Scott Bessent -hombre de Soros- será el Secretario del Tesoro.
Estas nominaciones -aparte de los miembros de lobbys particulares que van a cada ministerio involucrado, y salvo la inefable y enigmática designación de la campeona de lucha y magnate mediática Linda McMahon para educación…- hablan de un endurecimiento de la línea intervencionista, apartándose de la rusofobia y concentrándose en el apoyo al genocidio israelí en Gaza, y en un endurecimiento con China e Irán. No olvidemos que, tras el negocio multibillonario para el complejo militar industrial de la destrucción de Ucrania, ahora viene el negocio multibillonario de la reconstrucción de Ucrania.
Solo escapan a esta línea de acomodación con el 
establishment tal como es hoy, los puestos que pueden tener que ver con un enfrentamiento a Big Farma -con RFK Jr. y Jay Bhattacharya en los puestos principales- y un enfrentamiento a la burocracia pública -con Elon Musk y Vivek Ramaswamy a la cabeza.
Big Tech, por su parte, parece haber arreglado con Trump hace rato, y estar en el bote. La 
carta de Mark Zuckerberg haciendo el mea culpa por su apoyo a los Demócratas y a su censura sistemática, además de varios tuits de los cabezas de tecnológicas importantes en apoyo a Trump, así parecen sugerirlo.
En suma, Trump muestra -a estar por sus nominaciones de gabinete y gobierno- una aquiescencia con varias zonas del estado profundo -big oil, complejo militar industrial, lobby israelí, altas finanzas- y en cambio haberse reservado su disposición a derrumbar otros intereses como los de big farma y la corrupción de la burocracia en la FDA y CDC, asi como enfrentar al grupo de delincuentes neocon-nulandistas del 
Project Ukraine, y las organizaciones transnacionales más comprometidas con el globalismo -Naciones Unidas y su parafernalia de calentólogos y fact-checkers, por ejemplo. Veremos si Trump de veras intenta estas cosas, y si algún acto violento no le impide asumir o avanzar.

32
La aparente paradoja de las intenciones contradictorias que anuncia la nueva administración Trump no deberían sorprender. Como político, Trump no es más que un instrumento de las contradicciones internas de Occidente, que se manifiestan en todos los elementos mencionados y muchos otros. Las contradicciones y paradojas de Trump solo sorprenderán a quienes primero hayan creído que Occidente, en lugar de ser una olla de grillos, es una orquesta.
El “MAGA” de Trump, además, es el slogan de una utopía regresiva. En las actuales condiciones tecnológicas y de producción mundiales, no pareciera haber vuelta atrás, a una supuesta democracia funcional con una economía industrializada norteamericana protegida, “industria nacional”, como centro. La lista de políticas “simbólicas” de Trump que copiamos antes dice mucho, en ese contexto. El intento que parece hacerse allí, es atender a algunas de las críticas internas más presentes en un electorado que es mucho más consciente y valioso que su circunstancial líder. Trump es parte del mundo viejo que debe desaparecer. Pero el proceso de esa desaparición de lo viejo, es decir, de Occidente tal como lo conocimos para dar paso a un Occidente nuevo, no ha avanzado mucho aun. Si acaso, es seguro que aun no ha llegado a su momento de crisis decisiva. 

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