ALDO MAZZUCCHELLI / El rumbo civilizatorio intenta aquí ser el compás que nos ayude a salir de las comunes explicaciones “politológicas” que se están ofreciendo. Nada hay más importante que la catástrofe del discurso woke luego de la elección norteamericana. Ese discurso era la llave maestra que preparaba a la ciudadanía para la mecánica de miedo-control propia del globalismo occidental en su fase decadente.
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Roto
su mecanismo de propaganda global, el discurso de miedo-control entra
en un momento más radical. Si la supuesta omnipotencia de una
supuesta “elite globalista oculta” (?) no fue capaz de impedir la
elección de Trump, entonces se abren dos explicaciones. Para la
mirada conspirativa -tan en boga-, es un complot dentro del gran
complot, y la elección de Trump es un avatar más en el rumbo al
inexorable control de la humanidad entera por el proyecto
cyber-globalista. Para quienes miramos desde lo civilizatorio,
simplemente hay fuerzas contrarias en disputa, que corresponden a
diversas civilizaciones, que si bien están muy interconectadas,
siguen teniendo sus propios intereses e iniciativas. En este caso, la
civilización occidental toda -con Trump, los neoconservadores,
Davos, la city de Londres, y todo lo demás- es solo una de ellas. El
proyecto globalista siempre quiere que creamos que no hay nadie más
en el mapa.
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Trump
aplastó el 5 de noviembre a su rival Kamala Harris en la elección
norteamericana. Es más fácil observar las obviedades sociológicas
y políticas ligadas con ese resultado, que ponerlo en perspectiva
respecto del rumbo civilizatorio occidental. Trump venció a la forma
más extendida de narrativa globalista -según la cual, lo que
ocurrió es una anomalía casi imposible de concebir-. Pese a ello,
esa victoria difícilmente cambie los rumbos principales de Occidente
como civilización.
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Pese a que Trump haya nombrado
a guerreristas y políticos afines al complejo militar industrial
para los cargos vinculados a la política exterior, una cosa es lo
que el guerrerismo norteamericano declara, y otra lo que podría
hacer. En ese sentido, la instalación del multipolarismo y la
derrota del globalismo parecen, a esta altura, aun más inevitables
que antes. Esto depende de la correlación de fuerzas a nivel
militar, de la capacidad tecnológica y de acceso a energía y
recursos de los distintos actores, y de las alianzas estratégicas
internacionales. Estos asuntos, sobre todo el primero y el segundo,
son bastante independientes de quién haya ganado la Casa Blanca.
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El
discurso globalista que venía dominando la narrativa en todos los
medios, eliminando de ellos toda oposición, está enfrentando su
mayor crisis tras su catastrófica derrota electoral. La esencia de
ese discurso es la supuesta instalación global del transhumanismo y
la inauguración de cierta utópica poshumanidad cyborg. Su
destinatario es el sujeto de clase media o superior, en contacto con
el mundo tecnológico, con muy poco contacto directo con el mundo
productivo, y con una visión informada por la narrativa
universalista constitutiva de Occidente. A ese sujeto, tal discurso
le promete maravillas en cuanto al poder de manipulación objetual,
material -incluido su propio cuerpo. Como todo discurso de
manipulación y control, su fondo es el miedo, del cual la necesidad
de control surge.
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Ese
miedo se despliega en la aceptación de la necesidad, por parte del
ciudadano, de la intervención y la vigilancia. La intervención del
poder y el estado, y la vigilancia respecto de supuestos enemigos.
Estos son, por ejemplo, el terrorista de civilizaciones extrañas,
los agresores del medio ambiente que crean el “cambio climático”,
la “desinformación”, los conspiradores de cierta super elite
oculta, o el virus íntimo, biológico o informático. Para el
ciudadano que ha adoptado la narrativa global-transhumanista, este
espectro de agresores es válido. Lo es tanto para el mundo woke y
su sensiblería, como para el milenarismo de todo signo, con su
paranoia. Lo que los une es la creencia en explicaciones binarias que
generan parálisis, y respecto a las que no se concibe otra actitud
que el miedo.
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Respecto
a la intervención, el estado tiene un arsenal tecnológico a
disposición de sí mismo y de los intereses fiscales y militares que
lo caracterizan, que finge poner a disposición del ciudadano.
Vigilando los ingresos para confiscar, dice que está protegiendo a
la sociedad del lavado. Vigilando a los ciudadanos en cada uno de sus
movimientos con cámaras e inteligencia artificial, dice que está
alerta en las calles para prevenir la delincuencia. Vigilando el
gasto de cada persona con fines de marketing y eventual coacción,
dice que el dinero digital será la cura de todas las incomodidades.
Esta tendencia a la hipermediación y tecnologización de la
existencia no es afectada por las elecciones, ni en Estados Unidos ni
en ninguna parte. Es el resultado automático del avance técnico, y
forma parte de lo dado a la existencia humana en este tiempo. Lo que
está en juego no es si habrá avance técnico en el sentido que lo
vemos hoy: lo habrá. Lo que está en juego es cómo lo usamos, si
para vigilar y controlar, o si para comunicar, elevar la conciencia y
organizar mejor lo material y social. Pero la administración y uso
inteligente de la tecnología sólo formará parte de la política
cuando los ciudadanos estemos suficientemente conscientes y educados
como para imponerlo sin más. Hasta entonces, es un factor
supra-civilizacional que el poder viejo -el poder centralizado que
considera a los hombres como medios para sus fines- intenta usar para
preservarse.
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El
rumbo de una civilización puede variar. Según los estudios de
Quigley, Occidente ha estado al borde de pasar a la fase decadente de
“imperio universal” al menos dos veces en el pasado (hacia fines
del siglo XV, y hacia fines del XIX), y lo ha evitado, saltando cada
vez a una nueva fase expansiva nunca vista. En el caso más actual,
es plausible considerar, como lo anticipó Huntington, que a partir
del colapso del socialismo real, Estados Unidos encabeza una fase de
imperio universal que está mostrando, en lo que va del siglo XXI,
claros signos de decadencia civilizatoria. Desde el abandono
generalizada de las creencias y principios característicos de la
civilización, a la crisis demográfica, la caída en la natalidad y
la inmigración masiva, el cabaret financiero, y la ineficacia en la
producción de armamentos, todos son considerados síntomas de
decadencia por distintos teóricos civilizatorios, de Spengler a
Huntington, pasando por Toynbee, Quigley o Melko. ¿Será capaz
Occidente de retomar un nuevo rumbo expansivo?
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¿Podría
lograrse tal cosa antes de que el rumbo actual colapse? ¿Cómo?
¿Cómo “convencer” a la locomotora neocon y el estado profundo
para que permitan un cambio de era entregando el poder material y
simbólico que es su única razón de vida? No parece posible un
cambio sin una crisis civilizatoria mayor.
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De
todos modos, cuando se dice “decadencia de Occidente”, lo que se
dice no es más que eso. No es necesariamente desaparición física
de Occidente. No se trata de que Estados Unidos y Europa se
convertirían en el imperio maya del siglo XVI.
Es perfectamente
posible pensar un mundo multipolar donde Occidente encuentre, a su
tiempo, una nueva fase expansiva. En las actuales condiciones
tecnológicas, donde el poder militar y de comunicaciones alcanza al
globo entero, es necesaria la coexistencia entre civilizaciones
distintas. Eso es, finalmente, el multipolarismo. Lo contrario es lo
que hemos tenido durante siglos, y paroxísticamente durante los
últimos 33 años: globalismo unipolar. Es decir: la pretensión de
elites norteamericanas y europeas de que el mundo entero deberá
adoptar por fin la civilización occidental. Eso es lo que está
fracasando. Pensar que lo que está fracasando es “la economía
mundial”, o pensar que “todos son lo mismo de Trump a Xi Jinping,
y que todos están coordinados en un plan global”, aparte de una
estupidez paranoica, es no entender que lo civilizatorio está muy
por encima de lo meramente económico. El mundo no se organiza en una
economía global controlable centralmente, sino en una miríada de
intereses contrapuestos, que funcionan en sistemas interconectados
pero distintos. Y las civilizaciones tienen todo que ver con la
preservación de este nivel de diferencia, que el globalismo
occidental, con la promoción de su término neolengua de
“diversidad“,
ha intentado ahogar.
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La distopía globalista tuvo
su realización fundamental en el modelo de unas Naciones Unidas
controladas por el poder anglo. Lo fundamental de ese modelo es la
mentira en que se ha convertido. Esa mentira es resultado de intentar
que los intereses de múltiples civilizaciones se hagan controlar por
el interés particular del poder anglo. El elemento fundamental de
las Naciones Unidas, lo que las hace globalistas, es que venden los
valores de las elites occidentales como si fuesen los intereses
obvios de la humanidad.
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Tales
valores pseudo “humanistas” son ahora la traducción ideológica
del interés de las corporaciones. Por eso la “izquierda”, que
siempre ha sido humanista, ha comprado ahora ese verso, como forma de
prolongación de su imprescindible necesidad de sentirse
universalmente superiores. Víctimas superiores, mejor dicho. Las
corporaciones precisan eliminar el derecho local y destruir el estado
nación con el fin de debilitar la resistencia cultural que
representa. Las corporaciones, por tanto, hablarán siempre de
“derechos humanos” y de las supuestas víctimas de la supuesta
ausencia de tales derechos (normalmente, en otras civilizaciones),
como modo de eliminar la interpretación particular de los derechos
de su gente que haga el mundo islámico o chino o ruso o indio o
africano, a diferencia de la interpretación que hace el mundo
europeo-anglosférico. Las corporaciones siempre representan un mundo
sin fronteras donde todo debe fluir, y la gente debe luchar por
objetivos inventados, y combatir enemigos imaginarios. Así “luchar
contra el cambio climático”, “unirse contra las amenazas
sanitarias comunes”, “favorecer las migraciones masivas hacia los
países centrales”, “combatir las autocracias”, son otros
tantos deseos de las corporaciones occidentales traducidos a
ideología “humanista”, es decir, globalista.
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A
diferencia de esa mirada ideológica, es posible pensar en cambio que
está bien que haya distintas civilizaciones, y que haya distintos
valores en cada una, formas de organización, modos de entender las
relaciones entre las personas, diferentes religiones y creencias
trascendentes, diferentes modos de relacionarse con los recursos
naturales, diferentes formas de organización del poder, etc. Está
bien que haya diferencias reales, y variedad notable entre distintas
experiencias de la vida. Querer unificarlas viene de un deseo de
volverlas operativas a un plan general. Occidente ha presentado
siempre el interés de sus negocios y su expansión como si fuera el
interés de los demás, bajo la forma “es el interés humano”. No
hay tal. Ante la impotencia occidental por imponer su sistema al
resto, esto se vuelve transparentemente claro. La desesperación de
las elites europeas y anglosféricas ante este fenómeno está más
intensamente a la vista en estos meses, que nunca antes.
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Los
“valores occidentales” que se pretendieron con alcance
transcivilizatorio -la “libertad de mercado”, la “democracia”,
su “igualdad” materialista, siempre entendida cuantitativa y
linealmente, o el “liberalismo” como manejo de la libertad
comercial desde el punto de vista del mango del sartén- están
recibiendo su necesario ajuste.
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O
la alianza de controladores y paranoicos logra su objetivo
milenarista y tenemos Tercera Guerra Mundial nuclear en Europa, lo
cual traería quizá aparejada la destrucción de cualquier forma de
civilización occidental operativa, o no se llega a esa situación,
en cuyo caso el estallido de Occidente tomará tal vez la forma lenta
de un largo crepúsculo, o la rápida de crisis económicas, de
motines y levantamientos colectivos, o de factores externos, como
catástrofes naturales.
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En ambos casos, el rumbo
de Occidente parece insistir en ir hacia el ahondamiento de su propia
decadencia. Esa decadencia es notable en el mundo simbólico, en todo
lo que toca a los valores occidentales fundamentales. Por ejemplo, en
materia de libertad de expresión, que quienes vienen controlando el
rumbo civilizatorio han denominado “una idea de extrema derecha”,
con lo cual todo el espectro político, incluyendo a todo
el mainstream político
“liberal”, ha pasado a considerar algo normal que se combata la
libre expresión de las ideas que a esos grupos no les gustan. Es
más: los que acusaban de paranoia a los demás mientras ejercían la
censura, ahora, con el resultado electoral norteamericano de
noviembre, viendo peligrar su mundo, se han colocado rápidamente en
un completamente imaginario rol de víctimas. En efecto, la
“izquierda mainstream”
de los últimos 40 años solo se entiende a sí misma como víctima,
o intérprete de supuestas víctimas.
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Así, el
conjunto de periodistas que se organiza bajo el nombre de European
Federation of Journalists, luego de haber censurado en los medios que
controlan toda la información contraria al poder oficial en todos
los temas importantes de los últimos años, luego de haber promovido
la terapia experimental y eliminado todas las advertencias
científicas críticas al respecto, y luego de haber publicado la
propaganda de odio de la guerra globalista que montaron en Ucrania,
ahora han resuelto dejar
de postear en X a partir del 20 de enero de 2025. ¿Razones?
“«La
evolución editorial de X, desde su adquisición por Elon Musk, está
sencillamente en contradicción con nuestros valores humanistas,
nuestro compromiso con la libertad de prensa y el pluralismo de los
medios, y nuestra lucha contra todas las formas de odio y
discriminación.”
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Efectivamente,
los valores de la oficialidad mental del Occidente woke-globalista
son censurar todo lo que contradice los objetivos del poder,
eliminando la libertad de expresión de ideas diferentes.
Por lo tanto, es natural que cuando una red -la única de las
grandes- efectivamente elimina la censura, y naturalmente se inunda
de críticas a las mentiras del sistema, aparezca este tipo de
rabieta. Simplemente, a todo lo que contradice tal mirada infantil
del mundo, lo llaman “desinformación”. Es un mecanismo mágico.
Dado que ese periodismo sistémico se la jugó entera por el discurso
globalista-woke,
y les salió mal, y la gente les va dando la espalda masivamente como
acaba de ocurrir en EEUU, ahora quieren construir canales de
información donde no tengan que ver que hay gente rara que
‘desinforma’. Para ello, dado que no quieren salir de su burbuja
ni quieren ver los hechos, han creado una nueva red, BlueSky, que va
a estar controlada por el woke -como
lo estuvo Twitter hasta 2023-, en donde van a censurar todo lo que no
les guste oír. Lástima que, como van a estar en una nueva burbuja
de autoconfirmación que ignorará la realidad y la verdad, les irá
igual de mal que hasta ahora. Esa red no será más que otro refugio,
solo que más frágil y cada vez más minúsculo, contra la verdad y
la realidad.
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En
ningún lado la verdad y la realidad de toda esta coyuntura
civilizatoria está más a la vista que en Ucrania. Por eso la guerra
de Ucrania ha sido la cruz de los caminos para Occidente. Por eso la
narrativa que se instaló en los medios es la que es. Y debido a que
Occidente está en decadencia y es incapaz de ver sus propios
mecanismos, la situación en Ucrania es la que es hoy, y la narrativa
falsa explota. El aprendizaje fundamental de la guerra de Ucrania,
para el Occidente anglosférico, será recordar la obviedad de que la
guerra no se gana en los periódicos, ni en la prensa, ni en el mundo
virtual. Será, en breve, un brusco aterrizaje en la verdad material
-no materialista–
de los hechos fundamentales de la vida.
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Así
que la situación en Ucrania finalmente ha sido admitida. La
narrativa atendida por sus propios dueños ha tenido, finalmente, que
admitir la falsedad de su fundamento, y la mentira de la mayoría de
detalles que han venido dando. El día 17 de noviembre de 2024,
el New
York Times ha
publicado un editorial,
firmado por Megan Stack, specialista en politica exterior del Times,
antes corresponsal en China, Rusia y otros lugares. La señora Stack
escribe, finalmente, luego de dos años y medio, esto:
“Los
funcionarios estadounidenses suelen describir esta guerra en términos
nobles, ensalzando su inquebrantable apoyo -por
valor de 175.000 millones de dólares- a
la heroica Ucrania en la lucha contra el monstruo del Sr. Putin. A
veces, sin embargo, son más directos, como cuando el Secretario de
Defensa, Lloyd Austin, dijo a los periodistas en Polonia, un par de
meses después de la invasión, que Estados Unidos quiere ver a
Rusia «debilitada». El
comentario sugería que Estados Unidos convertiría en arma el
patriotismo ucraniano, y quemaría vidas ucranianas, porque una
guerra prolongada -incluso una guerra que probablemente no iba a
poder ganarse- convenía a los intereses de Estados Unidos para
mermar el poder de resistencia del Sr. Putin.
Creo que es
correcto calificar a Ucrania de guerra por delegación, porque creo
que es razonable concluir que la administración Biden ha apoyado la
guerra no sólo por deferencia a la justa determinación ucraniana de
luchar contra Rusia, sino también porque la guerra era una
oportunidad de debilitar
a nuestro enemigo sin
enfrentarse directamente a él.“
La
señora Stack admite, el NYT admite,
y el estado profundo del país líder de Occidente admite ahora, en
su narrativa explícita, que esta guerra fue promovida para debilitar
a Rusia.
20
Debilitar a Rusia fue el objetivo
perseguido, efectivamente, desde los años 90 cuando Estados Unidos
maniobró para quedarse con los recursos rusos por la vía de
corporaciones en manos de “oligarcas rusos” controlados por la
city de Londres y por Washington. Debilitar a Rusia fue uno de los
varios objetivos de las maniobras de integración de los países de
Europa oriental por parte de la OTAN y la Unión Europea, en las
sucesivas oleadas de expansión al Este en los años 2000.
Debilitar a Rusia fue el objetivo de la “revolución Naranja”
ucraniana de 2005. Debilitar a Rusia fue el objetivo de la
“revolución democrática” del Maidan, un vulgar golpe de estado
de los centenares que ha dado la CIA, con la misma metodología, y
con llamada de Nuland al embajador Pyatt digitando presidente a
disposición de quien quiera escucharla.
Todo lo que hizo el
señor Putin desde que tomó el poder -incluyendo nacionalizar
empresas controladas por la city londinense, que habían hecho sus
negocios via oligarcas en los años 90- fue fortalecer a Rusia.
Llegado el momento, Putin iba a dejar de negociar, como negoció
durante 22 años, con Estados Unidos, e iba a imponerse por las
armas. Ese momento llegó en 2022. Estados Unidos, Occidente, en su
soberbia de “Rusia es una estación de servicio con un ejército”,
creyó que bastaría “sancionar” y “aislar” la economía
rusa, para que la administración Putin cayese, y la guerra terminase
en un colapso de la última resistencia real al poder globalista.
21
Si
ahora EEUU admite que ha provocado una guerra por delegación con el
objetivo de debilitar a Rusia, es claro entonces que la guerra no fue
-como decía el NYT antes-
una invasión “brutal e inmotivada del Sr. Putin”. Es claro
también que a los EEUU no les interesó nunca el asunto de la
“defensa de la democracia”, como no les ha interesado jamás.
También es claro que no les interesó la suerte real de Ucrania -si
les hubiera interesado, no habrían hecho fracasar el acuerdo de paz
alcanzado en abril de 2022, por el cual Ucrania mantenía todos sus
territorios en el este, que ahora ha perdido. Si les hubiera
interesado, no habrían lanzado oleada tras oleada de valientes
patriotas ucranianos a la muerte, a manos de la cuarta parte del
ejército más poderoso de la tierra. Si les hubiera interesado, no
habrían mentido que la victoria era posible. El objetivo era
“debilitar a Rusia”, nos admite ahora la señora Stack. Por
tanto, ahora que Europa intenta sus últimas formas de provocación
armada, con el fin de que una catástrofe global los salve a ellos,
el objetivo sigue
siendo debilitar
a Rusia.
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No porque Rusia sea una amenaza para los
territorios europeos, ni un estado imperialista con deseos de
expansión hacia el oeste, o deseoso de exportar su propia cultura
política. Todo eso es puro y claro bullshit propagandístico
para consumo de wokes inexperientes
y emocionados. Lo que pasa es que Rusia es el espejo y el testimonio
principal e invencible de la decadencia de Occidente. Y al serlo, el
señor Putin y Rusia, simplemente han dicho que no, poniendo su
ejército por delante, al plan globalista occidental, y a su
ideología. Pudo entonces el señor Putin ser pues presentado como un
demonio y un nuevo Hitler petiso, como el malvado autócrata que se
negó a imponer la ideología woke en
sus colegios primarios y secundarios, y se negó a dejar que las ONG
de Soros campeasen a sus anchas en Rusia. Pero todo eso es
secundario. Lo principal es el odio a Putin y a Rusia porque su
existencia -y sobre todo, su poder militar- niegan las ilusiones
globalistas de Occidente. Eso es lo que esta civilización
universalista en decadencia no puede tolerar: que la realidad le diga
“no” a sus proyecciones ideológicas sobre el dominio universal,
y el control del futuro. Que una estación de servicio con ejército
sea tan poderosa como para obliterar el poder militar occidental.
Porque Occidente, y Estados Unidos, han perdido militarmente esta
guerra. Los medios occidentales están ahora en la fase de duelo, y
en la fase de acomode de cintura.
23
Ahora
el Occidente globalista, en el delirio de la derrota, amenaza con
provocar una guerra nuclear de aniquilación mutua. Todo el mundo
habla en la OTAN, en Londres, en París, en Washington, de la guerra
nuclear como si fuera un videogame que otros van a experimentar. No
creo que aun la crisis mental más profunda pueda llegar tan lejos
como a un tipo de agresión sobre Rusia -precedida de una falsa
bandera en Kiev, en Polonia o en Londres- que desencadene el
Armagedón. No lo creo, porque creo que Rusia sabe bien lo que le
conviene. Si bien no es una posibilidad probable, es no obstante una
posibilidad. Esperemos que el suicidio colectivo del hemisferio norte
no sea una opción realista, y pasemos a mencionar rápidamente el
duelo.
24
Porque
las autoridades de la OTAN y el neocon-nulandismo del Project
Ukraine,
y los sueños universalistas de control tecnocrático de
Davos-Bruselas, están de duelo. Claramente. Y la primera etapa del
duelo es la negación. “Putin está haciendo bluff, Putin
vende humo. Basta que logremos que Ucrania no capitule hasta el 2025,
para que tengamos las armas que precisamos”; o “si mantenemos la
(minúscula) ocupación de Kursk, y tiramos algunos misiles
anglofranceses o norteamericanos en territorio ruso, ellos se
sentarán a negociar en mejores términos para nosotros”. Negación.
No están viendo, como no lo vieron durante todo este tiempo, que la
única lógica de esta guerra es: o la gana Rusia, o hay guerra
nuclear y destrucción mutua asegurada. ¿Qué parte de esa ecuación
simplísima no es clara?
Esto último no quita que Estados
Unidos haya ganado también algunas cosas con la guerra de Ucrania.
Convergieron los intereses de Rusia y Estados Unidos en que hubiera
una guerra, aunque los intereses de Rusia y Estados Unidos sean
distintos y opuestos en muchas otras cosas.
25
Estados
Unidos -el siempre erróneo Washington
Post de
Jeff Bezos- ha lanzado el bulo de que ahora, con la llegada de Trump,
Estados Unidos iba a “sentar a los ucranianos y los rusos a
negociar” según “un plan de la Casa Blanca para terminar la
guerra”. Pero, Estados Unidos no puede instrumentar semejante
cosa, porque Estados Unidos no puede pretender controlar una guerra
que no controla. Es Rusia quien la controla. Estados Unidos, además,
no puede ser un “mediador” en una guerra que él mismo pelea -por
delegación, como admitió la señora Stack. En fin, Estados Unidos
no puede ser “mediador” ni tener ningún “plan” ni imponer
condición alguna, porque Estados Unidos, la OTAN, y Europa, son los
derrotados en esta guerra. Más que Ucrania, porque al menos Ucrania
luchó, y su población dio la vida en esta guerra. Eso hace que
Ucrania sea la única que pueda, con el tiempo, sacar algo de
provecho para sí de estos tres años. El resto, Occidente, emerge de
tres años de mentira con la única verdad de su derrota militar
elocuente frente a la “estación de servicio”.
Pasada la
negación, vendrá la furia, y pasada la furia, la depresión, y
luego el reconocimiento desnudo de los hechos. Si es que para
entonces la furia no ha conseguido nada peor.
26
Ucrania
es un territorio fronterizo entre dos civilizaciones, la occidental
europea, y la ortodoxa rusa. Una parte de Ucrania -la que EEUU puso
en el poder con un golpe de estado- quiere ser europea. La otra
quiere ser rusa. No es casualidad que el escenario fundamental de la
toma de conciencia por parte de Occidente de su crisis civilizatoria,
esté ocurriendo justo ahí. Otra frontera civilizatoria está,
obviamente, en Medio Oriente, donde el Islam y Occidente -e Israel,
si el mundo judío es en sí otra civilización, de impronta
confesional y religiosa, pero bajo dominio ashkenazi- conviven y
disputan territorios. Quien no quiera convencerse de que el
economicismo materialista, ignorante del poder superior del paradigma
civilizatorio, no es quien determina el rumbo de las cosas, debería
preguntarse por qué todos los conflictos importantes ocurren en las
fronteras civilizatorias.
27
En lugar de discutir los
detalles del trumpismo, las ridiculeces del Hombre Naranja, y las
traiciones que le está haciendo a su base, y las paradojas de su
perspectiva de gobierno, hasta aquí he puesto la discusión de lo
que está ocurriendo en el orden categorial de prioridades que
considero más explicativo: resultan las categorías civilizatorias
las que siguen explicando mejor. Lo consiguen de un modo más simple,
y dando lugar a toda la matización y complejidad que se quiera en
los aspectos económicos, políticos, militares, propagandísticos,
culturales y técnicos. Todos estos aspectos son otras tantas formas
que toma el conflicto fundamental, que es averiguar si el proyecto
occidental de control globalista de la humanidad entera es viable. Si
se impusiera, implicaría la destrucción completa y desaparición
final de todas las civilizaciones.
28
Nada tiene que
ver la adopción de tecnologías en esto, es decir, las “apariencias
de occidentalidad”. Los chinos han adoptado ahora buena parte de la
tecnología originalmente creada en Occidente, y la modifican y
aplican a sus propios fines civilizatorios, lo mismo que Occidente
adoptó en su tiempo las tecnologías chinas del papel y la pólvora
-entre otras- y las desplegó según sus propios fines
civilizatorias. La tecnología incide en el poder circunstancial,
pero la tecnología viaja libremente y es del orden de la materia, y
como tal no puede definir la esencia de una civilización, que está
compuesta de una impronta cultural, de pertenencia a creencias
fundamentales, rituales, mitos, territorios, y lenguas. La gente da
la vida y guerrea por sus creencias y por su identidad y territorio,
nunca por una “pertenencia tecnológica”, expresión
completamente sin sentido.
29
Tomada
la perspectiva de explicación civilizatoria, los demás órdenes de
análisis se esconden bajo ella como muñecas rusas. El triunfo de
Trump, las elecciones que ha hecho para su gabinete, el nivel en el
cual ellas harán o no una diferencia, son relevantes -por ahora-
solo al nivel coyuntural de la política, puesto que ninguna
civilización puede hacer más que lo que su rumbo fundamental en un
momento dado le permite. El equipo Trump ha hecho grandes promesas.
Copio muchas de ellas aquí:
–
Cerrar
la frontera
– Reforzar el dólar
– Salir de la OMS y de la OTAN
– Que el voto sea en un solo día, con papeletas e identificación obligatoria
– Devolver a los ilegales a sus países de origen
– Reducir la delincuencia
– Detener a los narcotraficantes
– No permitir hombres en deportes femeninos
– Detener las operaciones de género de mutilación infantil
– Hacer que la hidroxicloroquina y la ivermectina sean gratuitas o de muy bajo coste
– Quitar tierras al gobierno y construir 10 nuevas ciudades
– Acabar con el tráfico de seres humanos
– Desfinanciar los proyectos de ley falsos sobre el clima, y sus organizaciones vinculadas
– Desfinanciar la organización Planed Parenthood
– Permitir que los padres elijan la escuela de sus hijos
– Bajar los impuestos
– Aumentar el empleo
– Proteger a los nonatos
Que
la mayoría de los items de esta lista sean políticas que podríamos
llamar del nivel “simbólico” -por más efectos significativos de
mediano y largo plazo que pudieran tener- es sorprendente. Los
impuestos, el empleo, aparecen solitarios en la lista. No se si esto
debe evaluarse como un acto de clarividencia o un acto de “engaño
a las masas”, pero sea lo que sea, es admirable que se propongan
tantas medidas que irían al corazón simbólico del proyecto
globalista tal como lo conocemos. La cuestión es cuánto de esto
realmente se hará.
30
El proyecto de Trump parece
ser buscar la oportunidad de que EEUU capitalice lo que consiguió en
la guerra de Ucrania, y encontrar un rumbo donde EEUU, pese a la
crisis civilizatoria que lo envuelve, siga siendo potencia económica
y de innovación. Lo que EEUU consiguió en la guerra de Ucrania,
pese a haberla perdido, es destruirle el espinazo económico y de
soberanía a Europa, destruir la alianza energética mutuamente
beneficiosa Alemania-Rusia, obligar a los países de OTAN a invertir
2% de su PIB en armamento norteamericano, venderle el gas natural
anglo a Europa, aumentar el número de vasallos con Suecia y
Finlandia, etc. Sobre esa base, e imponiendo aranceles y cobrándole
todo a todo el mundo, Trump piensa que va a hacer a América “grande
de nuevo” -lo cual es una admisión de que es más chica que antes.
Se busca pues un cambio que vuelva la iniciativa a los EEUU,
destruyendo de paso al núcleo viejo de la civilización occidental.
Las medidas de Trump, desde luego, no dicen una jota de disminuir el
guerrerismo.
31
¿Puede
usted ver cómo todo lo anterior es perfectamente compatible, pues,
con una renovación del guerrerismo e intervencionismo, con sionistas
y halcones neocon en
los puestos principales de la administración? Una cosa es ser
globalista woke LGBTQ+
estilo Davos, estilo Harari; otra es ser un norteamericano que quiere
seguir mandando en el mundo. Trump es lo segundo. Marco Rubio será
Secretario de Estado. Michael Waltz, compenetrado con la ideología
intervencionista del complejo militar industrial, ex hombre de Cheney
y Rumsfeld, será el Consejero de Seguridad Nacional. Peter Hegseth,
hombre del grupo Koch, será Secretario de Defensa. Elise Stefanik,
fanática sionista, será la Embajadora ante Naciones Unidas. John
Ratcliffe dirigirá la CIA. Encima de todo eso, Scott Bessent -hombre
de Soros- será el Secretario del Tesoro.
Estas nominaciones
-aparte de los miembros de lobbys particulares que van a cada
ministerio involucrado, y salvo la inefable y enigmática designación
de la campeona de lucha y magnate mediática Linda McMahon para
educación…- hablan de un endurecimiento de la línea
intervencionista, apartándose de la rusofobia y concentrándose en
el apoyo al genocidio israelí en Gaza, y en un endurecimiento con
China e Irán. No olvidemos que, tras el negocio multibillonario para
el complejo militar industrial de la destrucción de Ucrania, ahora
viene el negocio multibillonario de la reconstrucción de
Ucrania.
Solo escapan a esta línea de acomodación con
el establishment tal
como es hoy, los puestos que pueden tener que ver con un
enfrentamiento a Big Farma -con RFK Jr. y Jay Bhattacharya en los
puestos principales- y un enfrentamiento a la burocracia pública
-con Elon Musk y Vivek Ramaswamy a la cabeza.
Big Tech, por su
parte, parece haber arreglado con Trump hace rato, y estar en el
bote. La carta
de Mark Zuckerberg haciendo
el mea culpa por su apoyo a los Demócratas y a su censura
sistemática, además de varios
tuits de los cabezas de tecnológicas importantes en apoyo a Trump,
así parecen sugerirlo.
En suma, Trump muestra -a estar por sus
nominaciones de gabinete y gobierno- una aquiescencia con varias
zonas del estado profundo -big oil, complejo militar industrial,
lobby israelí, altas finanzas- y en cambio haberse reservado su
disposición a derrumbar otros intereses como los de big farma y la
corrupción de la burocracia en la FDA y CDC, asi como enfrentar al
grupo de delincuentes neocon-nulandistas del Project
Ukraine,
y las organizaciones transnacionales más comprometidas con el
globalismo -Naciones Unidas y su parafernalia de calentólogos
y fact-checkers,
por ejemplo. Veremos si Trump de veras intenta estas cosas, y si
algún acto violento no le impide asumir o avanzar.
32
La
aparente paradoja de las intenciones contradictorias que anuncia la
nueva administración Trump no deberían sorprender. Como político,
Trump no es más que un instrumento de las contradicciones internas
de Occidente, que se manifiestan en todos los elementos mencionados y
muchos otros. Las contradicciones y paradojas de Trump solo
sorprenderán a quienes primero hayan creído que Occidente, en lugar
de ser una olla de grillos, es una orquesta.
El “MAGA” de
Trump, además, es el slogan de una utopía regresiva. En las
actuales condiciones tecnológicas y de producción mundiales, no
pareciera haber vuelta atrás, a una supuesta democracia funcional
con una economía industrializada norteamericana protegida,
“industria nacional”, como centro. La lista de políticas
“simbólicas” de Trump que copiamos antes dice mucho, en ese
contexto. El intento que parece hacerse allí, es atender a algunas
de las críticas internas más presentes en un electorado que es
mucho más consciente y valioso que su circunstancial líder. Trump
es parte del mundo viejo que debe desaparecer. Pero el proceso de esa
desaparición de lo viejo, es decir, de Occidente tal como lo
conocimos para dar paso a un Occidente nuevo, no ha avanzado mucho
aun. Si acaso, es seguro que aun no ha llegado a su momento de crisis
decisiva.
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