8.6.19

Imperialismo, neoproteccionismo y aranceles en la relación México-Estados Unidos

Adrián Sotelo Valencia*

Con un marcado complejo de inferioridad al sentirse el mandamás del mundo, una suerte de emperador omnipotente global, en el marco de su precampaña presidencial para su reelección del año entrante 2020, el 30 de mayo el magnate de la Casa Blanca amenazó a México con la imposición de aranceles (es decir impuestos) a sus exportaciones que irían desde un 5% hasta el 25% en el lapso de este año cada mes hasta octubre, si el país no adopta las medidas y las políticas “recomendadas” por Estados Unidos en materia migratoria y de seguridad fronteriza. Entre otras, figura la presión para que Mexico firme un acuerdo donde acepte su status de Tercer País Seguro (solicitado por el gobierno de Trump con el envío de una cantidad de miembros de la recién creada Guardia Nacional) lo que lo obligaría a asilar primero a los migrantes que transitan por territorio mexicano antes de que lo soliciten a Estados Unidos. Ello implicaría por lo menos en una primera oleada que el gobierno mexicano acepte, ipso facto, albergar en nuestro territorio a alrededor de 400.000 retornados-expulsados-indocumentados de aquel país. También se rumora, según la agencia británica de noticias Reuters, que se estaría presionando para que el gobierno mexicano envíe unos 6.000 elementos de la Guardia Nacional a la frontera sur de México con el objeto de detener a los migrantes de cualquier nacionalidad que intenten cruzar la frontera desde Guatemala.

Hasta ahora el tema ha sido tratado en general como una simple disputa comercial, pasajera, y como un asunto “aislado” propio de la tradicional relación México-Estados Unidos. A lo sumo, se menciona la “estrecha relación” existente entre ambas naciones; la “buena vecindad” y las relaciones de “cooperación”. Destaca el reduccionismo de la prensa internacional y de las propias autoridades mexicanas al vislumbrar sólo el aspecto económico y la pérdida de empleos que la imposición imperialista generaría en caso de prosperar las medidas impositivas. En segundo o tercer plano quedan los trabajadores y los pueblos de ambas naciones así como los efectos desastrosos que implicarían para los miles de inmigrantes que no tendrían otra alternativa más que la de retornar a sus países de origen —que son los verdaderos expulsores de esa fuerza de trabajo hacia Estados Unidos vía México— o bien, permanecer en este último que acusa altísimos niveles de pobreza, pobreza extrema, desempleo e informalidad (cerca del 60% de la PEA).

Al empresariado (o más bien a la lumpenburguesía mexicana) sólo le interesa mantener y garantizar sus exportaciones, sus ganancias y los mercados del país del norte, y de esto habla su celo con que defiende el renovado Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) que todavía tiene que ser ratificado por los tres gobiernos, a pesar de que, desde su entrada en vigor en 1994 —que entre otras cosas estímulo la insurrección zapatista— ha quedado demostrado que ha sido completamente negativo para el país y para la mayoría de los mexicanos.

El trasfondo del problema en curso relativo a los aranceles, o imposición unilateral de impuestos, es la profunda dependencia histórico-estructural de México —como país subdesarrollado— de Estados Unidos, país capitalista imperialista central, y de la que nada, o casi nada, se habla en la prensa especializada, entre la intelectualidad de izquierda y derecha y, aún, en los altos círculos gubernamentales.

¿Qué significa lo anterior? Que el ciclo histórico de producción y reproducción del capital (en México) depende del ciclo económico y, hasta cierto punto político, del capitalismo norteamericano en crisis y decadencia secular. Es así como casi el 80% de las exportaciones mexicanas se dirigen hacia ese país, mientras un porcentaje similar corresponde a sus importaciones. De esta forma en 2018, el valor total de las exportaciones de México sumó 450.320 millones de dólares, mientras que en 2017 esa cifra fue de 409.849 millones de dólares (cifras desestacionalizadas del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, INEGI).

En 2018, México exportó a Estados Unidos un valor total de 346.500 millones de dólares, mientras que las exportaciones norteamericanas a México alcanzaron 265.000 millones de dólares. De lo anterior resulta la alta dependencia de México, ya que del total exportado, el 77% correspondió a Estados Unidos. Los principales productos-mercancías vendidos a este país fueron: vehículos con motor de émbolo, de cilindrada mayor a 1.500 centímetros cúbicos pero menor a 3.000 centímetros cúbicos; unidades de proceso (unidad de memoria, unidad de entrada y unidad de salida); vehículos con peso mayor a 2.721 kilogramos, pero menor de 4.536 kilogramos; televisores, incluyendo receptor de radiodifusión, de grabación, de reproducción de sonido o de imagen; videomonitores y videoproyectores de pantalla plana; aparatos de recepción, conversión y transmisión o regeneración de voz, imagen u otros datos, incluyendo los de conmutación y enrutamiento. Información más reciente revela que entre enero-abril de 2019 las ventas a Estados Unidos sumaron 117.011 millones de dólares, un incremento, respecto al mismo período del año anterior, de 6.4% (Reforma, 06 de junio de 2019).

Según información oficial, las ramas de la economía mexicana que registran los mayores volúmenes de exportación a Estados Unidos, a partir de la puesta en marcha del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en 1994, son: los vehículos motorizados (19%), partes de vehículos motorizados (14%), los equipos de computación (8%), el petróleo y gas (4%) y los equipos eléctricos (3%).

Es importante subrayar que estás ramas están fuertemente penetradas y monopolizadas por las grandes empresas trasnacionales, principalmente norteamericanas, que operan en la llamada industria maquiladora de exportación (IME) que acusa bajísimos niveles de vinculación con el conjunto de las ramas y cadenas productivas del país no superando el 5%, cuestión que demuestra que el proceso se realiza en función y beneficio de la acumulación y reproducción del capital de Estados Unidos. Sin que este “modelo” sea cuestionado, ni por el gobierno mexicano ni por el de Estados Unidos, estos han iniciado conversaciones encaminadas a alcanzar algún acuerdo que pueda “resolver” el complejo y candente asunto migratorio exacerbado en los últimos meses.

Muy poco excedente queda, pues, para dirigirlo a otros mercados cuya diversificación es prácticamente inexistente en México, a diferencia de lo que sucede en otros países y mercados que son más diversificados, como el de Brasil o Chile que, ante contingencias desfavorables, poseen mayor capacidad para contrarrestarlas en mucho mayor magnitud que México, que como dijimos su “destino” está hasta ahora completamente subordinado al del imperialismo norteamericano en su modalidad Estados Unidos puesto que se trata de un sistema mundial, al decir de los clásicos del marxismo como Lenin o Bujarin, donde comparecen otros imperialismos de estatura menor como el alemán, el británico, el francés o el japonés.

Por tanto, priva en la economía capitalista mexicana dependiente, un patrón de producción y reproducción especializado en las exportaciones de manufacturas mediante la actividad maquiladora, fuertemente controlado por el gran capital internacional y sus empresas transnacionales, particularmente norteamericanas.

Lo anterior hace extremadamente vulnerable al gobierno mexicano cuyo presidente ha optado en primera instancia por el “diálogo” y la “negociación” en un entorno donde tanto las fuerzas de la derecha mexicana, como las calificadoras internacionales lo presionan para que desista del impulso de algunas medidas de corte desarrollistas y reasuma el sendero neoliberal a ultranza adoptado por las anteriores administraciones. Al respecto basta con señalar que las calificadoras Moody’s y Fitch —verdaderos instrumentos de presión del capital financiero— han degradado la posición crediticia de Mexico a causa del aumento de la deuda de PEMEX y de la presunta “inestabilidad” que generan las decisiones económicas del presidente López Obrador que “desalientan la inversión” y ponen en “riesgo” el potencial crediticio de México. No bastando lo anterior se incrementan las caravanas provenientes de Centroamérica, principalmente de Honduras, para internarse en México rumbo al país del norte que las rechaza. Estos problemas evidentemente los aprovechan tanto el gobierno norteamericano como los organismos financieros y monetarios internacionales (FMI, BM) para “recomendar” la adopción e imposición de las mal llamadas “reformas estructurales” —léase privatización, apertura indiscriminada de la economía, finanzas públicas sanas, recortes presupuestarios, control de la inflación, bajos salarios y privatización de las pensiones, etcétera— para volver a la senda del “crecimiento” y del “progreso” a partir de la confianza que garantice el flujo de las inversiones privadas (nacionales e internacionales) “generadoras” de empleo, ingresos y bienestar social.

Evidentemente que el problema no se va a solucionar ni en el corto ni en el mediano plazos, como pretende y reclama el presidente Trump en el marco de sus intereses geoestratégicos imperialistas guiados por el impulso de la genocida construcción del muro de la ignominia entre las fronteras de ambos países. Yendo incluso más allá de la miopía del magnate, alumbrada sólo por su obsesión de imponer a sangre y fuego el poder imperialista en todo el planeta, el presidente mexicano, López Obrador, ha reiterado que en el problema migratorio se requiere ir, según él, a la raíz del problema que radica, justamente, en los temas de la pobreza, de la falta de empleo y en la ausencia de factores de retención socio-económica y política de las poblaciones de los países expulsores constituidos por el llamado triángulo norte de Centroamérica (Honduras, El Salvador y Guatemala) donde la mayoría de los migrantes son oriundos del primer país gobernado por una dictadura represiva consentida y tutelada por Washington al igual que lo hace con los gobiernos conservadores de derecha afines como el de Colombia, Brasil o Argentina que sirven a sus intereses estratégicos.

Sin embargo, ambos presidentes pasan por alto que el problema-raíz, el eje nuclear y la idea fuerza de la reproducción del incremento de las migraciones e inmigraciones radica en esos países atrasados, subdesarrollados y dependientes cuyas oligarquías —sobre todo en Honduras y Guatemala— se mantienen en el poder mediante la represión y el apoyo incondicional de Estados Unidos que más bien, para este, significan, no naciones-Estado, sino espacios-territorio para apropiarse de sus recursos naturales y asentar sus bases militares con proyección regional y continental.

Tendrían que pasar décadas para que esos países pudieran solventar y resolver internamente sus problemas estructurales y, así, dar los pasos necesarios para abordar el complejo y masivo problema de la migración, lo que implica superar completamente el capitalismo y, más aún el dependiente, y al mismo tiempo construir nuevos modos de producción, de vida y de trabajo en el entorno de nuevas formaciones económico-sociales y culturales no capitalistas.

Obviamente que el gobierno norteamericano de ninguna manera pretende solucionar el tema migratorio, ni en América latina y en otras partes del mundo; sino utilizarlo para presionar al gobierno mexicano para que éste asuma, tarde o temprano, las políticas y estrategias del imperialismo en temas sensibles como migración, la “crisis” de Venezuela y la “remoción” de Maduro, la moderación o eliminación de las “políticas populistas” y su reorientación y sustitución neoliberal, la Iniciativa Mérida y la prevalencia de la hegemonía de las inversiones norteamericanas en los sectores estratégicos del país. Todo ello en el marco de su lucha por mantener su mermada hegemonía en el marco de los estados y de las relaciones internacionales

Evidentemente que el capitalismo, por su propia naturaleza, tanto en Estados Unidos como en México, nunca va a resolver —“de raíz”— ninguno de los problemas de las mayorías y, en particular, de las migraciones que en el enfoque empresarial-capitalista sólo constituyen flujos de fuerza de trabajo barata y supernumeraria para nutrir y satisfacer la demanda de los mercados de trabajo de Norteamérica, incluyendo a Canadá. No en balde se calcula que en la actualidad existen en el mundo alrededor de 174 millones de trabajadores migrantes en todos los continentes que representan el 7,4% de un total de 2.351 millones de trabajadores en todo el planeta.

El tema migratorio, por consiguiente, si se quiere entender en su integridad tiene que asumirse en una visión total que implica contemplar, dentro del entorno de la crisis y de la decadencia secular del capitalismo histórico, las relaciones y contradicciones que lo configuran como una necesidad del capital para intentar resolver no solamente su crisis de acumulación, sino fundamentalmente la profunda caída de las tasas de ganancia y de rentabilidad determinadas esencialmente por su cada vez mayor imposibilidad de generar los quantums de valor y de plusvalía que sólo produce la fuerza de trabajo y que constituyen la base de aquéllas.

*Adrián Sotelo Valencia. Investigador del Centro de Estudios Latinoamericanos de la FCPyS de la UNAM, México.

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