Más desempleo, empleo precario y caída de salarios es lo que espera a los trabajadores mexicanos. El panorama laboral no podría ser peor: la economía apenas crece 1.1 por ciento, muy lejos del 3.9 por ciento que se requiere para generar los empleos que hacen falta. En el primer año del regreso del PRI, el IMSS sólo contabiliza 378 mil nuevos afiliados de los 1.7 millones requeridos. Más de 2.3 millones de mexicanos sobreviven en la informalidad
Trabajadores: la guerra de clases ha 
comenzado. Ayer, frente a la fábrica McCormick, se fusiló a los obreros.
 ¡Su sangre pide venganza!
¿Quién podrá dudar ya que los chacales 
que nos gobiernan están ávidos de sangre trabajadora? Pero los 
trabajadores no son un rebaño de carneros. ¡Al terror blanco respondamos
 con el terror rojo! Es preferible la muerte que la miseria.
Si se fusila a los trabajadores, respondamos de tal manera que los amos lo recuerden por mucho tiempo.
Es la necesidad lo que nos hace gritar: ¡A las armas!
¡Secad vuestras lágrimas, los que sufrís!
¡Tened coraje, esclavos! ¡Levantaos!
Adolph Fischer, redactor del periódico anarquista Arbeiter Zeitung, Chicago, Illinois, 3 de mayo de 1886
Es probable que el 1 de mayo sea uno de 
los días más tristes de Enrique Peña Nieto desde que inició su gestión 
como presidente de México, al margen de las artes que empleó para 
convertirse en el jefe del Ejecutivo. Acaso en ese día Enrique Peña se 
considere aún más agraviado y dolido que como dijo se sentía el 1 de 
diciembre de 2012. Quizá hasta se encuentre al borde de las lágrimas
 debido a su incapacidad para honrar sus palabras vertidas en su 
discurso de toma de posesión, porque los resultados arrojados por su 
gestión en materia de crecimiento, empleo y bienestar social son 
exactamente los contrarios a sus compromisos asumidos retóricamente.
Lo que sí es una certeza es que los 
trabajadores mexicanos llegan una vez más derrotados a la conmemoración 
de los mártires de Chicago, sus compañeros de clase que participaron en 
la llamada revuelta de Haymarket Square (Chicago, Estados Unidos) en 
mayo de 1886, los cuales fueron sangrientamente reprimidos, varios de 
ellos asesinados y algunos dirigentes encarcelados y condenados a la 
horca por su insolente exigencia de 8 horas de trabajo, 8 horas 
para el sueño y 8 horas para la casa, entre otras reivindicaciones 
básicas. Concurren al Día Internacional del Trabajo con una batalla más 
perdida en la lucha económica de clases. Con sus intereses y derechos 
laborales conculcados, flexibilizados y sometidos como fardos al capital
 por obra y gracia de la contrarreforma laboral neoliberal 
calderonista-peñista. Vendidos por los dirigentes sindicales integrados a
 la estructura corporativa del Estado y las empresas. Víctimas de la 
estanflación registrada durante el año y medio transcurrido del peñismo.
 Agobiados por los escasos empleos formales creados en las peores 
condiciones laborales, el desempleo, el subempleo o la informalidad, que
 les ha obligado a emigrar o desertar del mercado de trabajo, a vegetar,
 a incorporarse en las robustas filas de la delincuencia ante la 
imposibilidad de encontrar un empleo digno o indigno. Desesperados por 
la pérdida sistemática en el poder de compra de los salarios reales que 
los condena a la pobreza y la miseria, situación convertida en una 
deliberada estrategia de Estado para controlar la inflación, reducir los
 costos de las empresas y elevar la competitividad del capital, por la 
política tributaria y de precios del gobierno. Abatidos y paralizados 
por el presente y el futuro sombrío al que han sido condenados.
Prometer no cuesta nada
En su primer discurso como 
Ejecutivo, Peña Nieto dijo: “hay un México de progreso y desarrollo, y 
otro que vive en el atraso y la pobreza. Hay un gran número de mexicanos
 que viven al día, preocupados por la falta de empleo y oportunidades, 
porque el país no ha crecido lo suficiente”. Y, rasgándose teatralmente las vestiduras,
 añadió: “Es inaceptable que millones de mexicanos padezcan aún de 
hambre. En el México de hoy no puede ni debe permanecer la situación de 
pobreza y hambre en que se encuentra un amplio sector de nuestra 
población y que, lamentablemente, divide a los mexicanos”. Cariacontecido,
 agregó: “Estas condiciones nos agravian, nos duelen [y] dañan la imagen
 de México en el exterior”. Por esas y otras razones, adicionó en un ataque de lirismo:
 “Éste es el México que hay que transformar. Mi compromiso es […] 
acelerar el crecimiento, promover la economía formal. Mi prioridad, el 
principio elemental de mi política social, [es] elevar la calidad de 
vida de las familias mexicanas, lograr que tengan un piso básico de 
bienestar, cerrar la brecha de la desigualdad”; alcanzar “un México 
incluyente, una sociedad de clase media, con equidad y cohesión, con 
igualdad de oportunidades. Debemos entender que no habrá seguridad 
mientras no haya justicia”. Ya encarrilado, como un iluminado 
circunstancial, remató: “En el México que vislumbro hay justicia e 
inclusión, que serán las bases del pacto social. Es tiempo de romper, 
juntos, los mitos y paradigmas, y todo aquello que ha limitado nuestro 
desarrollo”.
Año y medio después, el único avance 
perceptible es el relativo a la demolición de mitos y paradigmas. Pero 
no a los “que han limitado nuestro desarrollo”, lo que hubiera implicado
 dar un viraje estratégico, abandonar el modelo neoliberal, responsable 
del estancamiento económico padecido entre 1983 y 2014, de la creciente 
exclusión social, la pobreza y la miseria generalizada. Los mitos y 
paradigmas en contra de los cuales ha arremetido Enrique Peña Nieto son 
los del antiguo régimen estatista-nacionalista que obstaculizan la 
radicalización y el redespliegue neoliberal. Entre ellos destacan los 
que frenaban la reprivatización y trasnacionalización energética, que 
llevará al desmantelamiento de las organizaciones corporativas de los 
empleados petroleros y electricistas, o que protegían 
constitucionalmente los derechos laborales –prestaciones, servicios de 
salud, seguridad e higiene en las empresas, permanencia, horarios–, al 
menos en la ficción jurídica, y restringían la sobreexplotación del 
trabajo asalariado, tarea facilitada por el control corporativo de los capos sindicales que prefirieron inmolar a los trabajadores para salvaguardar sus privilegios.
En cambio, la situación del mercado 
laboral y las condiciones de vida de los trabajadores, por las cuales 
Enrique Peña dijo sentirse profundamente agraviado y dolido, son peores a
 las registradas al inicio del gobierno priísta. La información oficial 
no deja lugar a equívocos.
Nadie puede dudar que a la población le 
angustie la falta de empleos formales, los diversos grados de hambre que
 padecen y la pauperización que sufren las mayorías.
A todos les preocupa. Menos a la minoría 
oligárquica. Porque su fortuna se ha logrado a costa de la pobreza y la 
miseria de las mayorías.
Tampoco a los neoliberales como Peña o 
Luis Videgaray, porque ellos han sido los gerentes responsables de 
instrumentar las políticas causantes de la polarización social, del 
genocidio económico.
Sólo les inquieta la inseguridad que ellos mismos han generado y han buscado resolverla con el exterminio de la escoria delincuencial.
De acuerdo con el Instituto Nacional de 
Estadística y Geografía (Inegi) y la Secretaría del Trabajo y Previsión 
Social, en lo que va de la presente década, la población económicamente 
activa (PEA) –es decir, quienes están en edad de trabajar– aumenta 
anualmente en 1 millón 325 mil personas en promedio. Ese mismo número de
 plazas se requerirán cada año para ocupar a quienes buscan por primera 
vez una plaza en el mercado laboral formal. Durante el sexenio de Peña 
Nieto se necesitarán 7 millones 950 nuevos empleos acumulados. Si se 
desea reducir el desempleo, el subempleo, la informalidad, la emigración
 y la inseguridad, la cantidad debe ser sustancialmente mayor.
Entre 2011 y 2012, los nuevos empleos 
demandados sumaron 2.7 millones, y los trabajadores afiliados al 
Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), que reflejan la oferta 
formal, ascendieron a 1.3 millones. La mitad fue ocupada. La otra mitad 
tuvo que buscar otras formas de supervivencia. En ese bienio la economía
 creció 3.9 por ciento en promedio anual.
Para enmendar los agravios, atemperar el dolor ajeno, reducir la preocupación social por la falta de empleos, y hasta para enjugar las lágrimas de
 las mayorías, la economía debió crecer “suficientemente”, según el 
razonamiento de Peña, aun cuando nunca especificó cuánto es 
“suficiente”…
¿Cuánto es “suficiente”?
Por lógica, el ritmo de expansión en el 
primer año peñista debió superar la tasa de 3.9 por ciento, si se 
aspiraba a generar los empleos requeridos por primera vez y avanzar en 
la reabsorción de los excluidos del pasado reciente. Pero apenas fue de 
1.1 por ciento, la peor desde 2009, cuando la economía se derrumbaba en 
4.7 por ciento. Los peñistas no sólo no hicieron nada para contrarrestar
 la atonía económica: con su indiferencia y retraso en el gasto público,
 la convirtieron en una breve recesión y en el estancamiento que ya se 
extiende hacia la primera mitad de 2014.
Por la misma lógica, era natural que la creación de empleos se desplomara.
El IMSS sólo contabiliza 378 mil nuevos 
afiliados de los 1.7 millones requeridos, entre la toma de posesión 
peñista y el cierre de febrero de 2014. Es decir, 2.3 millones, el 77 
por ciento, no encontraron nada en la formalidad.
El problema adicional es que, sin 
reformas estructurales, Enrique Peña Nieto y Luis Videgaray proponen 
para el sexenio una tasa de crecimiento media anual de 3.1 por ciento. Con ellas, de 3.9 por ciento. Ninguna de las dos opciones será 
“suficiente” para generar los empleos formales necesitados.
¿Cómo se empezarán a mitigar las cuitas de los trabajadores mexicanos?
No con Peña Nieto, desde luego.
Las estadísticas, sin embargo, evidencian
 que los empleos creados son mayores a los reconocidos por el IMSS. Pero
 la diferencia se ubica allende del mercado formal, mostrando las llagas perniciosas del drama laboral. Veamos los detalles.
La atrofia del mercado laboral
Según el Inegi, entre 2012 y 2013, el 
total de ocupados pasó de 49.1 millones de personas a 50.2 millones. 
Aumentó en 1.2 millones, equivalente al 88 por ciento de los 1.3 
millones requeridos. De la primera cantidad, 463 mil se ubican en los 
registros del IMSS y representan el 40 por ciento de los nuevos empleos.
Por otro lado, los trabajadores 
subordinados con percepciones salariales y no salariales disminuyeron de
 34 millones a 33.7 millones. Se reducen en 328 mil personas, en 1 por 
ciento. Su participación en la ocupación total bajó de 69.7 por ciento a
 67.2 por ciento.
¿Si el mercado laboral formal se contrae, dónde se ubica el resto de los ocupados?
En los intersticios fantasmales y precarios de la economía llamada “informal”.
Entre las personas que laboran por su 
cuenta –porque de alguna manera tienen subsistir– aumentaron de 10 
millones a 11.1 millones, 1.1 millones más, 11 por ciento más. Su peso 
relativo en el empleo total se elevó de 20.3 por ciento a 22.1 por 
ciento. Los asalariados perdieron 2.3 puntos porcentuales. Los que 
trabajan por cuenta propia ganaron 1.8 puntos.
De las 1.2 millones de nuevas plazas, 722
 mil, el 62 por ciento del total, se generan en el sector terciario; 381
 mil, el 33 por ciento, son aportadas por el comercio; 587 mil de las 
nuevas ocupadas, la mitad del total, carecen de un establecimiento para 
realizar sus actividades. Son los “emprendedores” de la informalidad. En
 2013 el sector agropecuario no proporcionó nuevos empleos.
Enrique Peña Nieto dijo que era “inaceptable que millones de mexicanos padezcan hambre” y sobrevivan en la pobreza.
Pero en su primer año de gobierno la 
mayoría de los nuevos empleos se ubicaron en el rango de los salarios de
 hambre que perpetuán la pobreza y la miseria.
Los empleos que pagan más de 5 veces el 
salario mínimo (VSM) retrocedieron en 296 mil. Su total se redujo de 3.9
 millones en 2012 a 3.6 millones en 2013, y su participación en el total
 de los ocupados cayó de 8 por ciento a 7.3 por ciento. El 78 por ciento
 de los nuevos puestos pagan salarios de uno a dos VSM. Los que se 
ubican en la mínima percepción aumentaron en 443 mil, por lo que su 
total se elevó de 6.4 millones a 6.9 millones, y su participación en el 
total pasó de 6.4 a 6.9 por ciento. Los que pagan 1.1-2 VSM se elevaron 
en 467 mil, de 11.3 millones a 11.7 millones y, su proporción en el 
total subió de 23 por ciento a 23.4 por ciento.
De los 1.2 millones de empleos creados, 
805 mil, el 69 por ciento del total, carecen de la cobertura de salud. 
Así, el número de ocupados sin ese servicio aumentó de 31.1 millones a 
31.9 millones en la corta vida del peñismo. Los trabajadores asalariados
 subordinados sin prestaciones sociales se incrementaron en 323 mil; de 
12.6 millones a 12.9 millones, equivalentes al 38.1 y 38.2 por ciento de
 esta clase de ocupados.
Lo que no ha sido inaceptable para Peña Nieto es el mantener la ley de hierro
 sobre los salarios, la imposición de sus aumentos en línea con la 
inflación esperada y no con la alcanzada. No se le ha ocurrido fijar sus
 alzas por encima de la inflación para impulsar la recuperación de su 
poder de compra, lo que sería un acto de justicia para los trabajadores,
 luego de 38 años de deterioro sistemático de los salarios reales. 
Tampoco le parece inaceptable que, mientras los salarios son 
controlados, los precios se mueven libre y alegremente como las golondrinas en el verano. Mucho menos le ruboriza
 que, durante su mandato, Videgaray se haya encaprichado en que los 
precios administrados por Hacienda dupliquen al aumento salarial.
En 2013, el alza de los salarios mínimos y
 contractuales fue el mismo: 4.3 por ciento. La inflación media de 4 por
 ciento. La canasta básica subió en 5.2 por ciento; los energéticos 
(electricidad, gas, gasolinas), en 8.3; y las tarifas autorizadas por el
 gobierno, en 9.3 por ciento.
En lo que va de 2014, dichos salarios 
aumentaron 3.9 y 4.2 por ciento, respectivamente. La tasa anualizada de 
la inflación para marzo fue de 3.8 por ciento.
En estos primeros meses, el costo de la 
canasta básica fue de 5.5 por ciento, el precio de los energéticos se 
incrementó en 9.8 por ciento y las tarifas autorizadas, en 9.6 por 
ciento.
Si la inflación le restó poder de compra a
 los salarios, el aumento en los impuestos directos e indirectos 
decretados para 2013 y la invención de otros por el creativo 
Videgaray redujeron aún más los ingresos disponibles por la población 
para su vida diaria. Al menoscabo anterior debe agregarse otro: la 
graciosa habilidad empresarial por trasladarle a los consumidores su 
inflación fiscal y de costos de producción por la vía de mayores precios
 finales.
Con toda justicia, lo anterior puede 
calificarse como una injusticia. Una deliberada razón de Estado: una 
política antisocial en toda regla.
Como los neoliberales que lo 
antecedieron, Enrique Peña Nieto y Luis Videgaray administran la 
permanencia de la miseria salarial. La pérdida del 77 por ciento en el 
poder de compra de los mínimos y del 52 por ciento de los contractuales.
Se ve que el agravio y el dolor que dice 
sentir Peña por el hambre, la pobreza y la miseria son sólo de dientes 
para afuera. Un gesto histriónico.
El desvarío justiciero e inclusivo de Peña Nieto
Los datos arrojados por el peñismo en 
materia de desempleo, subempleo e informalidad contradicen el México que
 vislumbró el presidente de la República, descrito como el de un país 
con justicia e inclusión social.
Esa visión se convirtió en una especie de
 delirio sin sustento material, por lo que difícilmente puede ser parte 
de un pacto social. Es más bien su disolución.
Oficialmente, entre 2012 y principios de 
2014, la tasa media de desempleo abierto ha caído de 5 a 4.9 por ciento.
 Nada significativo. Entre 2012 y 2013, los trabajadores desempleados 
disminuyeron en 75 mil, al pasar de 2 millones 508 mil a 2 millones 432 
mil.
En un país carente de seguro contra el 
desempleo (pues el aprobado para 2014 es un cruel sarcasmo para los 
trabajadores que sean arrojados a la calle y puedan disponer del mismo),
 es irrelevante la baja en los el número de despedidos. Hasta de las 
estadísticas desaparecen.
La tasa de subocupación, en cambio, subió
 de 8 a 8.2 por ciento de los ocupados. Los subocupados se incrementaron
 en 183 mil. Pasaron de 3.9 millones a 4.1 millones.

Lo notable es qué hacen los excluidos del mercado laboral formal.
Algunos simplemente abandonan la búsqueda
 de empleo. Cuando eso ocurre, la persona es reclasificada de 
económicamente activa a inactiva disponible para trabajar. De activa se 
convierte en pasiva vegetativa familiar para cuadrar las 
estadísticas laborales. Quienes se encuentran en este caso pasaron de 6 
millones 356 mil a 6 millones 339 mil, sin que la diferencia implique el
 traslado de pasivo a activo. En sentido estricto, ellos deberían 
sumarse a los desempleados abiertos y (des)esperanzados de encontrar 
alguna ocupación formal, con el objeto de tener un panorama más amplio y
 descarnado de la desmovilización laboral.
Sin embargo, el indicador que proporciona una mejor perspectiva del drama laboral en México es la llamada informalidad.
El Inegi ofrece dos opciones estadísticas para que el cliente elija, por si quiere ver el paisaje laboral de manera optimista o pesimista, o según su sesgo ideológico, ya sea neoliberal o antineoliberal.
La opción optimista y neoliberal es la 
ocupación en el sector informal, la cual considera a “las personas que 
trabajan para unidades económicas no agropecuarias operadas sin 
registros contables y que funcionan con recursos del hogar o de la 
persona que encabeza la actividad, sin que se constituya como empresa, 
de modo que la actividad en cuestión no tiene una situación 
identificable e independiente de ese hogar o de la persona que la dirige
 y que por lo mismo, tiende a concretarse en una muy pequeña escala de 
operación” (Inegi).
Esos informales aumentaron en 350 mil 
personas en el primer año peñista y equivalen al 30 por ciento del total
 de nuevas ocupaciones (1.2 millones), al 93 por ciento de los nuevos 
afiliados al IMSS y casi cinco veces a la reducción de los desempleados 
abiertos (75 mil).
Parte de estos últimos se agregaron a esos informales.
El total de dichos informales pasó de 
13.1 millones a 14 millones y equivalieron, en ambos casos, al 28 por 
ciento de los ocupados totales.
La opción para los pesimistas y los 
críticos es la informalidad laboral, que “suma, sin duplicar, de los que
 son laboralmente vulnerables por la naturaleza de la unidad económica 
para la que trabajan, con aquellos cuyo vínculo o dependencia laboral no
 es reconocido por su fuente de trabajo. En esta tasa se incluye –además
 del componente que labora en micronegocios no registrados o sector 
informal– a otras modalidades análogas como los ocupados por cuenta 
propia en la agricultura de subsistencia, así como a trabajadores que 
laboran sin la protección de la seguridad social y cuyos servicios son 
utilizados por unidades económicas registradas” (Inegi).
La tasa de esta informalidad cayó de 60 
por ciento de los ocupados a 59 por ciento. Si en 2012 el total de 
ocupados sumó 49 millones, la primera tasa equivale a 29.4 millones de 
personas. En 2013, los ocupados fueron 50.2 millones y los informales 
ascendieron a 29.6 millones. Es decir, agregaron 198 mil personas.
Los datos anteriores indican que la 
normalidad laboral mexicana es la informalidad, y que la anormalidad es 
la formalidad precaria e inestable que se extingue lastimeramente.
La contrarreforma laboral peñista busca homogeneizar al mercado fragmentado en la precariedad, la pobreza y la miseria.
En este contexto, la destrucción de 
sindicatos como el Mexicano de Electricistas o el de Mexicana de 
Aviación, al que seguirán la disolución de las organizaciones de los 
maestros, los petroleros, los electricistas corporativizados y los 
telefonistas, entre otras organizaciones de clase, acelerarán la derrota
 obrera.
Más que como Ejecutivo, Peña Nieto ha resultado (ser) un experto en demoliciones.


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