Entre los responsables del nulo crecimiento de la economía mexicana se encuentran los bancos: no financian ningún tipo de desarrollo pero sí expolian a los cuentahabientes y a todos aquellos que caen en sus redes. Alrededor del 70 por ciento de las multimillonarias utilidades que se apropian sale del país y va a engrosar los capitales de sus matrices. Gobiernos panistas y priístas les han diseñado un escenario de ensueño: libertad para esquilmar y ningún compromiso real para financiar
Como negocio, la banca comercial 
mexicana, manejada como una especie de coto privado en donde el límite a
 la libre depredación está determinada por la voracidad creativa de las 
sociedades crediticias y no por las leyes, ha sido jugosamente rentable 
para las corporaciones trasnacionales que controlan alrededor del 90 por
 ciento de sus operaciones activas y pasivas, al igual que el resto de 
los intermediarios del sistema financiero. Los beneficios de las 
filiales extranjeras en el mercado nacional –y en los subdesarrollados, 
en general– han sido tan fáciles que han contribuido generosamente a 
abultar las ganancias de sus matrices. O al menos para compensar su 
caída o las pérdidas registradas a raíz del colapso del neoliberalismo 
global iniciado en 2008; ayudar a cubrir las necesidades adicionales de 
reservas preventivas requeridas por la acelerada insolvencia de pagos de
 los deudores de las naciones desarrolladas que han incrementado el 
nivel de las carteras vencidas, los complementos en la capitalización 
exigidos por sus gobiernos o las autoridades regionales (como en la  
Eurozona y la Unión Europea, por ejemplo), el pago de las multas 
impuestas por sus operaciones fraudulentas, o a mitigar el desplome de 
la intermediación bancaria (captación y préstamos) que siguió al fin 
abrupto de la ola especulativa y la subsecuente recesión internacional.
Como nación, sin embargo, el 
funcionamiento de la banca reprivatizada y neocolonizada desde 1998 ha 
sido un desastre. El control que ejerce el capital extranjero sobre la 
captación y el crédito es tan degradante y parasitario como en su 
momento lo hizo la oligarquía financiera mexicana tradicional, que la 
copó hasta la nacionalización de 1982, y la neooligarquía casabolsera que la capturó con la reprivatización salinista, entre 1992 y 1995. 
A los ahorradores autóctonos sigue dándoles espejitos
 a cambio de su dinero que expolia con tasas de interés reales negativas
 que les paga, junto con el banco central, que obliga a que se otorguen 
esos réditos que provocan la pérdida de su poder de compra de los 
ahorradores ante un nivel de inflación mayor, y la hacienda pública que 
complementa el despojo, por medio de los impuestos que impone a los 
rendimientos bancarios. A los demandantes de dinero los desangra con los
 altos intereses que aplica a los créditos, los cuales superan varias 
veces a los cobrados en los países llamados desarrollados.
El resultado ha sido el reverso del 
pregonado por la ideología neoliberal (que justificó la reprivatización y
 la desregulación y la transnacionalización financiera): el hundimiento 
del ahorro bancario y del crédito bancario, y la ineficiencia e 
inutilidad de los intermediarios ante las necesidades nacionales.
El negocio bancario mexicano, sin duda, 
ha sido redondo para la banca extranjera, cuyas “decisiones relevantes 
en materia crediticia no se toman en México, sino en Londres, Estados 
Unidos, España y Canadá”, como dijera Antonio del Valle –fracasado casabolsero
 improvisado como banquero durante la efímera era de la reprivatización 
financiera salinista, expresidente del entonces banco Bital y de la 
Asociación de Bancos de México–, lo que explica “la falta de 
financiamiento” para el crecimiento y el desarrollo. Lo ha sido para las
 filiales –y, debe agregarse, también para los bancos de capital local– 
cuyos compromisos no son con los objetivos nacionales de los países 
anfitriones, ya que, como señaló Del Valle, cuando ocurre un problema 
grave, “simplemente se van”, tal y como ocurrió en Argentina.
El compromiso de las sucursales bancarias
 mexicanas es con la satisfacción de la insaciable codicia por las 
utilidades de sus matrices, transferidas desde las tierras 
neocoloniales. Hecho que, por cierto, amarga a Guillermo Ortiz, 
extitular de la Secretaría de Hacienda y del banco central asimilado por
 el Grupo Financiero Banorte. En marzo de 2012 dijo: “Entre 2003 y 2011 
los dividendos que pagaron los bancos de propiedad extranjera [a sus 
matrices] fue de 20 mil millones dólares [aproximadamente lo que se pagó
 por los bancos a finales de la década de 1990 y la primera de este 
siglo], un pago de dividendos de tres cuartas partes de las utilidades 
anuales. Si en vez de ello hubieran realizado el desembolso de un quinto
 del pago de dividendos, en promedio, como los bancos locales, se 
hubiera distribuido más capital a México. El crédito al coeficiente del 
producto interno bruto sería 5-15 puntos porcentuales por arriba del 
coeficiente actual de 23 por ciento. Hoy en día, los ahorros internos se
 utilizan para recapitalizar a los bancos extranjeros, privando a 
México, y a los mercados emergentes en general, de recursos”. Por tanto,
 concluyó: “Los mercados emergentes deberían considerar que se obligara a
 las subsidiarias de bancos mundiales a limitar el pago de dividendos 
y/o cotizar en las bolsas locales”, lo que “alinearía los intereses de 
los bancos con los de los países huéspedes, y probablemente moderaría la
 transferencia de recursos hacia las empresas matriz” (www.jornada.unam.mx/ 2012/03/06/opinion/025a1eco).
Bajo la lógica de Ortiz, la transferencia de capitales hasta 2013 debe ser del orden de 30 mil millones de dólares.
Alejandro Valenzuela, asimilado por 
Banorte-Ixe, añadió en 2012 que los bancos extranjeros están “ordeñando”
 al país al pagar a sus matrices dividendos que equivalen hasta 70 por 
ciento de las ganancias que obtienen aquí. Por ello, dice Valenzuela 
patriotamente, “México no puede tener una participación 
preponderantemente mayoritaria de la banca extranjera” (www.jornada.unam.mx/2012/05/20/economia/0281eco).
En 2002, en pleno corralito –el 
congelamiento estatal de los depósitos bancarios– y en medio de la 
crisis financiera y política del neoliberalismo argentino, el 
Scotiabank, que había comprado el Banco Quilmes, decidió alegremente abandonar al país suramericano, sin avisar a las autoridades y sus clientes –se fue como las sirvientas,
 según el dicho políticamente incorrecto–, se llevó subrepticia e 
ilegítimamente sus activos. A partir de 2009 alrededor de 15 
instituciones extranjeras –entre ellas Wells Fargo, HSBC, ING, Merrill 
Lynch, JP Morgan y Pershing, subsidiaria del Bank of New York Mellon–, 
de cerca de 40, anunciaron su retiro del mismo país, merced a los 
cambios en las reglas del juego financiero, cambiarias, fiscales y
 penales que “atentan directamente contra la rentabilidad de las 
operaciones” crediticias, como dijeron funcionarios del Morgan y 
Pershing, ya que buscan identificar y controlar a los inversionistas 
argentinos que fugan capitales; regular a los intermediarios que les 
ofrecen el servicio de wealth management, el asesoramiento para transferir su dinero hacia el exterior; controlar el mercado negro
 o especulativo de divisas; evitar el vaciamiento de las reservas 
internacionales; mantener la estabilidad cambiaria; mejorar la 
recaudación tributaria; y administrar a la banca, con el objeto de 
reducir los cargos y comisiones cobradas, y reorientar el crédito, tarea
 que por ley será responsabilidad del banco central (eliminar cobros 
indebidos por servicios o productos que no hayan sido solicitados, 
pactados o autorizados por los usuarios, reintegro de los importes 
cobrados indebidamente en un lapso de 5 días hábiles, más gastos e 
intereses compensatorios, garantizar crédito a tasa fija para el sector 
productivo, entre otras medidas 
(www.ellitoral.com/index.php/diarios/2013/07/19/economia1/ECON-01.html).
A Agustín Carstens y Luis Videgaray –que les gusta postrarse a los pies de Milton Friedman y sus colegas de Chicago– les dan náuseas la
 heterodoxia reguladora, al estilo de la exbanquera central argentina, 
la keynesiana Mercedes Marcó del Pont. En el discurso, Carstens acepta 
que “entre los retos que tenemos, uno muy importante sería ejercer con 
mayor acuciosidad y oportunidad las tareas de regulación y supervisión 
de las instituciones financieras, incluidas aquellas que no son 
estrictamente bancarias” (Carstens dixit, http://eleconomista.com.mx/finanzas/2009/0 6/18/mexico-debe-mejorar-regulacion-sistema-financiero-carstens).
En mayo de 2013, Videgaray acotó: 
“Tenemos en México uno de los sistemas financieros más sólidos y 
robusto; sin embargo, uno de los que menos presta a nivel mundial”. Pero
 agrega que la reforma financiera peñista no busca reducir las tasas de 
interés por decreto, sino que propone dar mayor flexibilidad a la banca 
privada y pública para que otorguen créditos más baratos. En la misma 
tesitura, Enrique Peña Nieto remata: no pretende reducirse las tasas de 
interés por decreto, sino que se “flexibilizarán para que se liberen los
 créditos que requiere México para crecer” (www. sinembargo.mx/08-05-2013/613840)
Es la convergencia con los intereses de la oligarquía bancaria y la capitulación del poder político ante los grupos de poder.
En 2007, Felipe Calderón pidió a los banqueros “créditos más baratos”.
La respuesta de los dueños del sistema 
financiero, en voz de Enrique Castillo, entonces presidente de la 
Asociación de Bancos de México, fue contundente: “La reducción de 
precios no se da por decreto, las tasas de interés es reflejo de lo que 
existe en el mercado” (www.cronica.com. mx/notas/2007/292265.html).
 En 2013, ya con Enrique Peña Nieto en la Presidencia y con Javier 
Arrigunaga como líder de los financieros, la reunión anual bancaria 
concluyó con la misma respuesta: los réditos no pueden bajarse por 
decreto.
Así permanece intacto el salvajismo financiero del “dejad haced, dejad pasar” que puso al borde del precipicio al sistema capitalista en su fase neoliberal, de la financiarización de la acumulación de capital a escala mundial.
La ordeña del becerro de oro
El 2013, el primer año peñista fue 
pésimo. La economía se hundía en una breve recesión inflacionaria y en 
el estancamiento. Sólo creció 1.1 por ciento. Es el peor desempeño desde
 el desplome calderonista de 2009 (-4.4 por ciento). Como es lógico, esa
 situación afecta el negocio bancario, la captación y el crédito. Por 
simple lógica económica, sus utilidades también debieron verse 
perjudicadas.
Pero ilógicamente, de acuerdo con datos 
del banco central y la Comisión Nacional Bancaria y de Valores (CNBV), 
las ganancias netas de la banca privada, después del pago de impuestos, 
aumentan y registran su máximo nominal y real (antes y después de 
descontar la inflación) desde 1981, y quizá de la historia bancaria.
En 2013, en términos reales, la captación
 decrece 6.5 por ciento. La cartera de crédito vigente total real bajó 
de un crecimiento de 7.5 por ciento en 2012 a 4.8 por ciento en 2013, y 
los préstamos al sector privado (empresas y personas físicas), de 7.1 
por ciento a 4.8 por ciento. Las utilidades netas acumuladas corrientes 
se ubicaron en 107 mil millones de pesos –20 mil millones más que en 
2012–, equivalente a 8 mil 397 millones de dólares. En términos reales, 
son 96.2 mil millones de pesos; aumentaron 19 por ciento (ver gráficas 1
 y 2).


De las utilidades de 2013, alrededor de 
73 mil millones de pesos correspondieron a la banca extranjera, el 68 
por ciento. Dicha cantidad equivalía a unos 5.7 mil millones de dólares,
 de los cuales, bajo el cálculo de Ortiz, 4 mil millones se fueron a las
 matrices.
La distribución de las ganancias 
manifiesta el grado de concentración bancaria. De los 48 intermediarios 
que integran el sector, cinco de ellos se repartieron el 84 por ciento 
de las utilidades, es decir, 89.9 mil millones de pesos: al 
BBVA-Bancomer le correspondió el 28.8 por ciento (30.8 mil millones); a 
Santander el 17.7 por ciento (18.9 mil millones); a Banamex el 15.3 por 
ciento (16.4 mil millones); a Banorte el 11.3 por ciento (12.1 mil 
millones); y a Inbursa el 11 por ciento (11.8 mil millones). En cada 
caso sus ganancias se incrementaron, en relación con 2012, en 19 por 
ciento, 5 por ciento, 28 por ciento, 23 por ciento y 178 por ciento.
Bancomer aportó una tercera parte de 
todas las utilidades del BBVA. Santander, alrededor de 11 por ciento a 
las ganancias de su casa matriz. Ambas son la tercera filial más 
rentable de sus grupos. En 2012, Banamex fue considerada como la 
sucursal que aporta más beneficios al Citigroup en América Latina, con 
un 11 por ciento, y la tercera más importante a escala mundial, junto 
con Corea del Sur y Australia, que, en conjunto, representan la mitad de
 sus préstamos a los consumidores. Pero en 2013, debido a una travesura fraudulenta, el Citigroup se vio obligado a reducir su ganancia anual en 360 millones de dólares.
Por cierto, ninguno de esos bancos será 
considerado como “predominante” bajo las blandengues leyes de 
competencia, pese a que los dos primeros oligopolios determinan el rumbo
 del sector.
Las utilidades netas bancarias bajo el 
neocoloniaje no son despreciables. Entre 2000 y 2013 su monto acumulado 
fue de 64.3 mil millones de dólares corrientes, 4.6 mil millones en 
promedio anual. Medido en moneda nacional, suma 830 mil millones de 
pesos reales, 59.3 mil millones en promedio anual. Su tasa media real 
anual de crecimiento fue 13.5 por ciento (ver gráfica 3).

Andrés Audiffred, funcionario de un banquito de la chiquillada
 (el grupo Ve por Más, “ciento por ciento mexicano”, entre cuyos dueños 
se cuentan los primos Jaime Ruiz Sacristán y Del Valle), afirma que “el 
sector financiero en México, a comparación del resto del mundo    , es 
uno de los más rentables”. En México, el retorno sobre capital (return on equity,
 ROE) es de alrededor de 14.1 por ciento y en otros lugares del mundo, 
como en Estados Unidos, es de 8 por ciento en promedio. El ROE es 
rentabilidad financiera de una empresa, la ganancia obtenida en relación
 con la inversión realizada por el accionista. En sentido estricto, la 
CNBV informa que el ROE en 2013 fue de 15.8 por ciento. En Bancomer fue 
de 25 por ciento; en Banamex, de 12 por ciento; en Santander, de 19 por 
ciento; en Banorte, de 17 por ciento, y en Inbursa, de 21 por ciento.
Por esa sencilla y jugosa razón rentable,
 los banqueros no están dispuestos a que se acabe la fiesta del “dejar 
haced, dejar pasar”.
Afortunadamente, los financieros que prosperan en México no tienen que enfrentar a un insoportable populista como Rafael Correa, quien, en 2012, tuvo una desastrada ocurrencia de pésimo gusto:
 financiar parte del llamado Bono de Desarrollo Humano arrebatándoles 
una parte de las utilidades a los 26 bancos ecuatorianos, unos 200 
millones de dólares más. Con ellas esperaba financiar el 54 por ciento 
del Bono de 2013. El resto, con el presupuesto. Así, el Bono que se 
pensaba otorgar a 1.9 millones de personas subiría de 35 dólares a 50. 
Como es natural, los banqueros berrearon y dijeron que ya 
aportaban al Estado unos 309 millones de dólares por concepto de 
impuestos, tasas y contribuciones, lo que representa casi el 80 por 
ciento de sus utilidades netas anuales de 2011 (394 millones de 
dólares). Pero en 2011, según la Superintendencia de Bancos, la banca 
tuvo ingresos por 3 mil 53 millones de dólares y apenas aportó al estado
 309 millones, el 10 por ciento. El Banco de Guayaquil y el de la 
Producción pagaron 2.5 por ciento de impuesto sobre ingresos de 
operatividad y el Banco Pichincha menos del 1 por ciento.
La divisa de Correa es, asimismo, 
sencilla: “antes se socializaban las pérdidas del sistema financiero, 
ahora se socializarán las ganancias”. Su propuesta es “traspasar los 
excedentes de la banca a los más pobres”. Por ello, declaró: “Banquero 
que no quiera, no se preocupe, le compramos el banco y nacionalizamos la
 banca”.
Dichosamente, la insignia de los 
neoliberales como Enrique Peña es exactamente al revés. Se manifiesta en
 la asincrónica relación utilidades-impuestos. Las ganancias bancarias 
reales acumuladas antes del pago de impuestos en 2000-2013 suman 1.1 
billón de pesos. Después de su pago ascienden a 829.8 mil millones. El 
monto de impuestos pagados (a la utilidad causada y a la diferida) es de
 222.4 mil millones y equivale a una tasa tributaria media implícita de 
21 por ciento, contra la de 28-30 por ciento pagada por el resto de los 
causantes que no la evaden por los resquicios legales e ilegales del queso gruyere
 fiscal. En el tiempo, empero, la tasa fiscal bancaria bajó de 33.4 por 
ciento en 2002 a 19.5 por ciento en 2013, justo en el año de las 
ganancias históricas.
El asincronismo también se observa entre las ganancias, la captación, el crédito y el crecimiento económico.
En el lapso 2000-2013, el cual 
corresponde al ciclo extranjerizado, la captación bancaria real 
(depósitos de exigibilidad inmediata y a plazo) creció a una tasa anual 
de 3.2 por ciento. El crédito vigente total real en 6.1 por ciento y el 
destinado al sector privado y las personas físicas no financieras en 7.5
 por ciento. Los préstamos, no obstante, han declinado sensiblemente. En
 2004-2007, el total se expandió a una tasa media de 14.2 por ciento y 
el del sector privado, en 22.5 por ciento. Pero a partir de 2000 ambos 
cayeron sensiblemente a una tasa de 4 por ciento.
El problema es que el ritmo de crédito 
tiene escasa relación con la inversión productiva y el crecimiento. En 
2000-2013, la inversión total real creció a una tasa media anual de 2.3 
por ciento; la privada, en 2.6 por ciento, y la pública se paralizó (0.2
 por ciento). El crecimiento es de apenas 2.1 por ciento. Es decir, la 
evolución de cada uno equivale a un tercio de la captación y el crédito.
Entre 2000 y 2013, la captación con 
relación al PIB pasó de 11 por ciento a 21 por ciento. El crédito 
vigente total (conocido como penetración bancaria) de 11 por ciento a 20
 por ciento, y el sector privado no financiero de 7 a 16 por ciento. 
Pero el coeficiente de la inversión total sólo aumentó de 20 a 22 por 
ciento; y la privada, de 15 por ciento a 17 por ciento (ver gráfica 4).

Con esas relaciones sólo puede aspirarse a un crecimiento a ras del piso y a un México subdesarrollado.
La inutilidad del sistema financiero –no 
sólo el bancario– para las necesidades del desarrollo es testificado por
 el Banco Mundial. Entre 2000 y 2012 el crédito interno al sector 
privado (préstamos, compra de valores que no constituyen una 
participación de capital y créditos comerciales, otras cuentas por 
cobrar), en México, pasó del 18 al 28 por ciento del PIB. La media en 
América Latina, de 27 por ciento a 48 por ciento. En la Organización 
para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), de 144 por ciento
 a 157. En la Unión Europea, de 98 por ciento a 129 por ciento. En 
Estados Unidos, de 168 a 192 por ciento. En Canadá, de 96 por ciento a 
128 por ciento. En los países del mundo de bajo ingreso, de 27 por 
ciento a 28 por ciento. México se encuentra en el sótano de la última 
clasificación.
El crédito fácil y la usura insaciable
Si la inversión y el crecimiento no 
guardan una relación con el crédito bancario, cabe preguntarse: ¿hacia 
dónde se destinan los préstamos? Hacia el financiamiento fácil, como se 
observa en el cuadro 1: el consumo (tarjetas de crédito, bienes de 
consumo duradero y otros) que al inicio de 2014 recibiría el 22 por 
ciento del total; la compra de viviendas, con 16 por ciento; el sector 
público, con 14 por ciento, y el comercio, con 11 por ciento. En total, 
perciben el 69 por ciento. En 2000 equivalía a 47 por ciento. Entre 
ellos destaca el consumo que participaba con el 4 por ciento. Las sobras
 crediticias, cada vez menores, se reparten entre las actividades 
productivas (sectores primario y secundario: minería y manufacturas, 
básicamente). Entre las perdedoras, destacan las actividades 
agropecuarias, pues sólo reciben el 1.7 por ciento.
Las utilidades fáciles son producto de la usura, la voracidad y los abusos de los bancos.
La usura. Primero por el gran diferencial
 existente entre las tasas de interés pasivas y activas, entre las 
pagadas a los ahorradores y cobradas a los usuarios del crédito (margen 
de intermediación financiera). Entre 2000 y 2013, las primeras fueron 
negativas, si se descuentan la inflación, los impuestos cobrados a los 
rendimientos, el descuento aplicado por los bancos, así como por la 
decisión del banco central de mantener en 0 por ciento su tasa objetivo 
real. El ahorro de la población se deterioró en ese lapso. En cambio, la
 tasa real media cobrada por la cartera total fue de casi 8 por ciento 
(800 veces mayor, comparada con las pasivas); a las empresas de 4 por 
ciento; al consumo de 26 por ciento; a las tarjeta de crédito 26 por 
ciento; a los préstamos no revolventes de 32 por ciento; a la vivienda, 
de 6 por ciento (ver gráfica 5).

La rapacería. En ese lapso, las 
principales fuentes de ingresos bancarios correspondieron a los 
intereses cobrados al consumo (46 por ciento del total) y la vivienda 
(15 por ciento). Globalmente aportaron el 61 por ciento del total. En 
los 13 años referidos, los intereses cobrados al consumo, en términos de
 valor, aumentaron casi 900 por ciento, en términos reales; a los 
intermediarios financieros, en 383 por ciento, y a la vivienda, en 117 
por ciento.
En el caso de los ingresos reales 
obtenidos por las comisiones aplicadas a la apertura de crédito, éstos 
aumentaron en 121 por ciento entre 2007 y 2013. En los del consumo 
crecieron 118 por ciento y en la vivienda, en 160 por ciento.
Desde luego la voracidad es más creativa y
 ella dependerá de cada banco para inventar formas de saquear los 
bolsillos de los ahorradores y deudores: cobro por consultas y 
comisiones, retiros por cajeros automáticos, inversiones mínimas 
incumplidas, el anatocismo, retraso en pagos, imposición de seguros…
Todo, bajo la tolerancia gubernamental ante una banca inútil, inexistente para las necesidades del desarrollo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario