Gerardo Peláez Ramos
En memoria de José Azueta, caído bajo el fuego del enemigo estadunidense
 
A
 lo largo del siglo XX, el imperialismo norteamericano preparó, organizó
 y ejecutó intervenciones militares en Cuba, República Dominicana, 
Haití, Nicaragua, México, Panamá, Granada y otros países 
latinoamericanos y caribeños, además de derrocar gobiernos patrióticos y
 democráticos, establecer dictaduras oligárquicas, saquear los recursos 
naturales y sobreexplotar la mano de obra de los países al sur del río 
Bravo; todo esto teniendo como guía las “ideas” de la Doctrina Monroe y 
el 
Destino Manifiesto, a la vez que utilizaba los argumentos 
insostenibles de llevar la democracia, la paz, el progreso y el orden a 
los países que colonizaba con sus monopolios, diplomáticos y tropas. En 
otros casos se valía de ejércitos locales cipayos y fuerzas armadas 
irregulares integradas por individuos a su servicio y mandadas por 
generales vendepatrias. 
En México, el imperialismo norteamericano intervino por medio de los 
rangers
 en la histórica huelga minera de Cananea, Sonora, en junio de 1906, e 
impuso el arrendamiento de la Bahía Magdalena en la península de Baja 
California al gobierno semicolonial de Porfirio Díaz, para el 
abastecimiento de barcos carboníferos de la potencia del norte. Durante 
la Revolución mexicana, el gobierno de William Howard Taft militarizó la
 frontera sur de Estados Unidos, concretó el bloqueo de los puertos 
mexicanos del océano Pacífico y el golfo de México, amenazó con la 
intervención militar y tuvo como embajador a Henry Lane Wilson, defensor
 público de los inversionistas yanquis, militante de la política interna
 del país y partícipe descarado en el golpe de estado contra Francisco 
I. Madero en febrero de 1913, por lo que EU formó parte integrante del 
bloque contrarrevolucionario que derrocó al gobierno democrático de 
Madero.
La irrupción y participación destacada del ala 
campesina, plebeya y jacobina de Emiliano Zapata, Pancho Villa y la 
fracción nacional-revolucionaria del constitucionalismo, le imprimieron a
 los movimientos político-militares de Madero y Venustiano Carranza el 
sello del movimiento campesino, las fuerzas de la pequeña burguesía y 
grupos de la clase obrera, con lo que el proceso revolucionario adquirió
 un carácter social y patriótico, quedando definida la Revolución 
mexicana de 1910-1917 como una revolución democrático-burguesa. En 
consecuencia, la reforma agraria, la democracia y la redefinición de las
 relaciones con el imperialismo internacional, principalmente 
norteamericano, quedaron como objetivos y tareas definitorios de la 
Revolución.
En marzo de 1913, días después del asesinato de 
Francisco I. Madero, en Estados Unidos asumió la presidencia Thomas 
Woodrow Wilson, un intelectual defensor del Ku Klux Klan (véase a 
propósito la película muda 
El nacimiento de una nación), intervencionista en América Latina y el Caribe y fanático del sistema “democrático” de los genocidas del 
norte revuelto y brutal.
 Este profesor universitario fue autor de varios libros, algunos de 
ellos traducidos al español, quien pese a presumir de ser adicto a la 
democracia y la legalidad era un individuo promotor del capitalismo 
monopolista norteamericano; ocupó la rectoría de la Universidad de 
Princeton, la gubernatura de Nueva Jersey y la Presidencia de Estados 
Unidos.
Como presidente del Imperio, Wilson llevó adelante la 
ocupación militar de Haití, ratificó la intervención estadunidense en 
República Dominicana, firmó tratados desiguales con Nicaragua y El 
Salvador y se adjudicó el derecho de revisar las elecciones en Cuba.
Este politicastro “demócrata” era un típico expositor del 
intervencionismo noramericano, agente de los monopolios, hipócrita, 
intransigente, enemigo jurado de los pueblos latinoamericanos y conocido
 impulsor de implantar protectorados y semicolonias en América Latina y 
el Caribe. Para prestigiar al Comité Nobel del Parlamento Noruego, en 
1919 le fue otorgado a Woodrod Wilson el Premio Nobel de la Paz, quizá 
por la cantidad de mexicanos y otros latinoamericanos que asesinó en sus
 bárbaras guerras de agresión. Pero no es raro que este famoso premio 
sea entregado a verdaderos criminales de guerra y genocidas y a 
organizaciones amigas de la guerra, como Theodore Roosevelt, en 1906; 
Henry Kissinger, en 1973; Menachem Begin, en 1978; Isaac Rabin, en 1994;
 Barack Obama, en 2009, y la Unión Europea, en 2012.
Meses antes de la invasión yanqui  
Pancho Villa mató de manera irregular, el 16 de febrero de 1914, al 
súbdito inglés William S. Benton, latifundista prepotente y violento, 
que, acostumbrado a tratar con desprecio a sus peones, quiso, sin medir 
las consecuencias, gritar, amenazar y asesinar al Centauro del Norte en 
Ciudad Juárez, Chihuahua, lo cual constituyó un grave error, que tuvo 
que pagar con su vida. De inmediato, los periódicos de Estados Unidos y 
Gran Bretaña desataron una gran alharaca sobre el asesinato del 
explotador y atrabiliario nacional británico.
Venustiano 
Carranza avaló el proceder del general Villa, sosteniendo, sin pruebas 
concluyentes, que “no se hizo justicia por su propia mano, sino que, 
procediendo en justicia, lo entregó al tribunal militar competente y el 
consejo de guerra que juzgó a Benton lo sentenció a muerte, conforme a 
la ley.
“No se trata, por consiguiente, de un acto de venganza del general Villa ni de ninguno de sus subordinados…” 
El Varón de Cuatro Ciénegas, avezado político norteño y conocedor 
profundo del bandidismo político de los estadistas gringos, aprovechó la
 coyuntura para definir uno de los aspectos centrales de su política 
exterior: que las representaciones o reclamaciones relativas a los 
extranjeros radicados en México 
dentro de las zonas dominadas por las fuerzas carrancistas
 , deberían ser hechas por los representantes autorizados por sus 
naciones respectivas, dirigiéndolas al Primer Jefe del Ejército 
Constitucionalista, por conducto de la Secretaría de Relaciones, 
adscrita a esa Primera Jefatura. 
En vista de ello, estaba en la
 mejor disposición para recibir las representaciones que le hicieran con
 motivo del caso William S. Benton, siempre que fueran hechas ante él 
por un representante de Gran Bretaña. 
Y concluía en el mensaje 
enviado, el 28 de febrero de 1913, a William J. Bryan, secretario de 
Estado de EU, que en todas las gestiones relacionadas con los nacionales
 gabachos debería dirigirse a esa Primera Jefatura del Ejército 
Constitucionalista, quien trataría con las autoridades subalternas los 
asuntos que motivaren las representaciones, para resolver y ordenar lo 
que fuere procedente. 
El gobierno de EU deseaba intervenir en 
México para imponer un protectorado, aprovechando la inestabilidad 
producida por la guerra civil. El 9 de abril de 1914 se produjo un 
acontecimiento secundario que los imperialistas norteamericanos 
magnificaron para tener un pretexto para invadir nuestro país: ocho 
elementos, entre ellos el alférez Charles Copp, de un esquife del barco 
USS Dolphin,
 surto en Tampico, desembarcaron en una zona en conflicto de armas y 
bajo control militar, para abastecerse de gasolina, sin permiso, sin 
previo aviso y uniformados, en el puente Iturbide, siendo detenidos por 
soldados a las órdenes del coronel Ramón H. Hinojosa, y luego liberados 
por decisión del general Ignacio Morelos Zaragoza, quien, tras ordenar 
la liberación de los detenidos y detener al coronel Hinojosa, ofreció 
disculpas a Henry Thomas Mayo, contralmirante al mando de la flota naval
 norteamericana en el puerto del estado de Tamaulipas. Lo único anormal 
en los hechos descritos fue la detención del coronel Hinojosa, que no 
cometió irregularidad alguna y actuó de acuerdo con el reglamento 
militar y las leyes de la guerra.
Bajo el pretexto de "proteger"
 a sus ciudadanos y sus propiedades, Estados Unidos en 1914 bloqueaba, 
en abierta violación del derecho internacional, Tampico y Veracruz, en 
el golfo de México, y Mazatlán, Acapulco y otros puertos del Pacífico 
mexicano. Queda en claro que la lucha contra la independencia de México y
 por los 
veneros del diablo demandaban acciones de piratería imperialista.
El contralmirante Mayo, valiéndose de la ocasión, consideró el 
incidente de Tampico como un acto hostil y envió al general Morelos 
Zaragoza un ultimátum exigiendo una rectificación y que un miembro de su
 Estado Mayor presentara una desaprobación formal y una excusa, que el 
culpable del acto fuera castigado, que se izara la bandera de las barras
 y las estrellas en un lugar prominente y que fuera saludada por 21 
disparos de salva de cañón. 
La provocación estaba en marcha.
El presidente Thomas Woodrow Wilson, conocido criminal de guerra, 
expresó su apoyo al contralmirante belicista y su determinación de 
convertir a México en una semicolonia o un protectorado yanqui.
El pretexto estaba dado para organizar y realizar una intervención militar en México, pues como subrayaba 
The New York Times, "era un incidente, a menos que los Estados Unidos anden buscando un pretexto para crear dificultades".
Luis G. Zorrilla desenmascara en unas cuantas líneas el incidente de 
Tampico, al escribir: “…aunque habían estado cargando gasolina para un 
bote en un muelle cuyo uso estaba prohibido dado el estado de emergencia
 del puerto… lo que calificó Wilson como una de las humoradas de la 
situación y así era en efecto 
porque no se quería resolver un conflicto sino crearlo…” 
Woodrow Wilson buscaba un pretexto para obligar al presidente mexicano 
espurio a renunciar, imponer en la Presidencia de la República a un 
títere e impedir la radicalización de la Revolución mexicana, que para 
1914 había adquirido un claro contenido social y antimperialista, al 
plantear como objetivos la reforma agraria, la democracia y la 
reformulación de las relaciones con los países imperialistas, 
especialmente con Estados Unidos. Por eso, el ultimátum de Mayo le cayó 
de perlas. Completó el cuadro el transporte de armas del buque alemán 
Ypiranga, de la 
Hamburg America Line, para el gobierno de Victoriano Huerta. Con objeto de impedir su desembarco, provocó el incidente de Tampico.
Era tan burda la provocación que Lindley Miller Garrison, secretario 
de Guerra de EU, opinaba que el haber detenido brevemente a ocho 
miembros uniformados de la Marina y no aceptar efectuar un saludo a la 
bandera gringa, era “un motivo muy débil para intervenir en México”. Por
 su parte, el Departamento de Marina notificó al secretario de Estado 
que el incidente del Dolphin desde el punto de vista del derecho 
internacional no se justificaba y constituía una humillación 
innecesaria. Sin embargo, la banda de gángsters al frente del gobierno 
de Washington optó por la acción armada. 
Nelson O’Shaughnessy, 
encargado de negocios de EU en México, el 10 de abril expuso al gobierno
 de Victoriano Huerta que una disculpa era insuficiente y que la 
administración wilsoniana reiteraba que la bandera yanqui fuera saludada
como lo exigía el contralmirante Mayo. La Secretaría de Relaciones 
Exteriores del gobierno huertista solicitó a la representación 
norteamericana que retirara tales exigencias.
Los gobernantes 
yanquis continuaban buscando motivos de conflicto. Frank Friday Fletcher
 informó a Josephus Daniels que, el 11 de abril, un marino gringo 
responsable del correo del buque Minnesota y un soldado mexicano del 18º
 batallón discutieron en la oficina de correos del puerto veracruzano, y
 como continuaba el desacuerdo, un gendarme les aconsejó que fueran a la
 Jefatura de Policía, lugar en el que, al tanto de los sucesos, el juez 
acordó que el gabacho no era culpable y ordenó la detención de nuestro 
connacional.
También en esa fecha se presentó el problema del 
control huertista sobre los telegramas cursados entre el gobierno de EU y
 sus representantes en México, lo que dio origen a protestas y 
reclamaciones.
La cancillería huertista planteó, el día 12, que 
el gobierno de México, con arreglo al derecho internacional, no se 
consideraba obligado a acceder a las peticiones de que se trataba, y que
 llevar hasta ese punto la cortesía equivaldría a aceptar la soberanía 
de un Estado extranjero, con menoscabo de la dignidad y del decoro 
nacionales, que Victoriano Huerta estaba dispuesto a hacer respetar. 
El gobierno norteamericano solicitó establecer la neutralidad de 
Tampico, pero el 13 de abril la administración del presidente espurio 
manifestó a O’Shaughnessy, no aceptar esta solicitud de Washington.
La preparación de la agresión
En la reunión del gabinete estadunidense, Woodrow Wilson manifestó el 
14 de abril que demostraría mayor firmeza en el caso del vecino del sur,
 e informó haber ordenado ya a la flota yanqui se dirigiera a Tampico. 
Narraba Fabela: “El 15 de abril W. Wilson declaró ante un comité del 
Congreso que tal vez sería necesario usar de la fuerza, y que se 
proponía ocupar los puertos de Tampico y Veracruz y algunos en la costa 
occidental para establecer un bloqueo pacífico en México. Al mismo 
tiempo que la armada zarpaba hacia el Sur, el 
War College Division
 del Departamento de Guerra incluía la ocupación de Tampico y Veracruz, y
 el avance sobre la Ciudad de México. Este plan, presentado al jefe del 
Estado Mayor, llevaba el nombre de 
Plan especial para la intervención armada en México”.
 De cara a estos acontecimientos, el día 16, José López Portillo y 
Rojas, secretario de Relaciones Exteriores del gobierno huertista, 
aconsejó al secretario de Guerra y Marina, general Aureliano Blanquet, 
que el Ejército Federal estuviera preparado en vista del movimiento de 
fuerzas de EU.
Para superar las dificultades, Victoriano Huerta 
reiteró su oferta de un saludo mutuo a las banderas de ambos países e 
indicó que si la Unión Americana no quería aceptarlo, él estaba 
dispuesto a llevar el asunto a la corte de La Haya, lo cual rechazó el 
gobierno yanqui. Los preparativos bélicos eran claros. Ya a principios 
de abril, el Departamento de Estado usamericano instruyó a sus 
representantes diplomáticos en México para advertir a sus ciudadanos que
 estuvieran preparados para una próxima movilización que los pusiera a 
salvo de los avatares de la guerra.
Los intervencionistas 
estadunidenses discutieron sobre el barco alemán Ypiranga, localizado en
 el puerto de La Habana, con un cargamento de armas para el Ejército 
Federal que desembarcaría en Veracruz. Los imperialistas yanquis se 
propusieron impedirlo. Pero, además, William W. Canada, cónsul de EU en 
el principal puerto mexicano, sostuvo conversaciones no oficiales con su
 amigo el general Gustavo A. Mass, jefe de armas de la plaza, quien le 
puso al tanto de que él carecía de las fuerzas necesarias para la 
defensa de la localidad, y que de producirse la intervención sus tropas 
opondrían una breve resistencia y se retirarían de la ciudad para no dar
 pie a una matanza. Esto fue informado a los gobernantes 
norteamericanos. 
La situación estaba madura para la intervención.
La invasión imperialista
Josephus Daniels ordenó, el 21 de abril, a Frank F. Fletcher en 
Veracruz apoderarse de la aduana y no permitir que los implementos de 
guerra fueran entregados al gobierno de Huerta o a cualquier otra 
persona. 
De esta suerte, dio inicio la intervención norteamericana en Veracruz.
 Estados Unidos bombardeó y ocupó el puerto de Veracruz sin declaración de guerra, por lo cual sus 
marines y marineros tenían el carácter de corsarios, de piratas al servicio, sin duda, de un gobierno de bandidos internacionales. 
Es posible que entre las versiones referentes a la defensa del puerto 
de Veracruz, la que mayormente se apega a los hechos sea la de don 
Isidro Fabela, apoyada parcialmente en el libro de Justino N. Palomares,
 que a la letra dice: “A las once y veinte minutos de la mañana del 
memorable día 21 de abril, los habitantes que pululaban por los diversos
 muelles pudieron advertir que del cañonero Prairie descendían con gran 
rapidez soldados de infantería yanqui, ocupando once espaciosos botes de
 gasolina, los cuales fueron remolcados inmediatamente rumbo al muelle 
Porfirio Díaz, donde desembarcaron.
“Habían transcurrido unos 
cuantos minutos, cuando una porción de botes tripulados por la marinería
 del Florida y del Utah arribaron al propio muelle, efectuando el 
desembarque respectivo. 
“Tras un breve preparativo, el 
contingente de la fuerza yanqui inició su marcha hacia la población y en
 derechura a la calle de Montesinos. Un pelotón de sesenta hombres del 
Florida se desprendió del grupo, dirigiéndose al edificio de correos y 
telégrafos, del que tomaron posesión sin encontrar resistencia e 
instalando un servicio de vigilancia en el exterior e interior del 
edificio.
“El resto de la fuerza invasora, fragmentada en grupos
 de cincuenta hombres, se colocó formando ángulo en las bocacalles 
siguientes: Morelos y Benito Juárez, Morelos y Emparan, Morelos y 
Pastora, Montesinos e Independencia, Montesinos y Cortés, Montesinos y 
Bravo, y Montesinos e Hidalgo.
“Al presentarse la fuerza 
invasora en la esquina de Morelos y Emparan fue recibida por la descarga
 de un pequeño grupo de voluntarios comandados por el teniente coronel 
Manuel Contreras, los que pecho a tierra esperaban a la fuerza enemiga 
en la esquina de Independencia y Emparan. Desde ese momento los 
invasores rompieron el fuego cubriendo con sus disparos de fusilería y 
ametralladoras toda la trayectoria de las calles que dominaban, y aunque
 de manera muy débil e intermitente, por falta de jefes y oficiales 
federales, el fuego continuó incesante.
“Como a las tres de la 
tarde fue desembarcada una pieza de artillería de montaña de medio 
calibre, la que fue colocada en batería, haciendo sus primeros disparos 
sobre la torre del antiguo faro Benito Juárez al que causaron terribles 
desperfectos, habiéndolo tomado como blanco por haber notado el 
incesante fuego que desde aquel lugar hacían algunos voluntarios.
“Cerca de las cinco de la tarde una fuerza del Utah avanzó sobre la 
aduana acribillando a balazos el caserío comprendido entre el Hotel 
México y el Hotel Oriente, desde donde algunos individuos vestidos de 
paisanos... denodadamente trataban de detener su avance, disparándoles 
con rifles y pistolas... Tras de una media hora de fuego mortífero, la 
fuerza yanqui no se posesionó del edificio de la aduana... sino de la 
esquina de Lerdo y Morelos, que desgraciadamente para los heroicos 
veracruzanos, les sirvió para tirotear con éxito a los voluntarios y 
contados federales que hacían resistencia desde las alturas y columnas 
de los portales Diligencias, Universal y Águila de Oro.
“Esta 
fuerza fue sin duda la que causó mayor número de muertos entre los 
combatientes pacíficos que se hallaban con los federales, cosa 
fácilmente explicable, dado que dirigían sus fuegos sobre el lugar de la
 población donde la rapidez del conflicto había aglomerado mayor número 
de personas.
“Tenida por los principales jefes de la fuerza 
invasora, la idea de hacer en las bocacalles trincheras, procedió el 
pelotón destacado en la esquina de Emparan y Morelos a destruir la 
puerta de la bodega del comerciante Barquín, de nacionalidad española, 
de donde tomaron en abundancia sacos de maíz, café y frijol, con los 
cuales formaron las trincheras que se habían propuesto construir 
provisionalmente. En esta misma bodega los invasores paladearon varias 
clases de comestibles y escanciaron de los diversos licores hasta 
embriagarse.
“De las seis de la tarde en adelante, el fuego se 
hizo menos intenso, disparándose, sin embargo, tiros de fusil y de 
ametralladoras sobre los sospechosos que atravesaban las calles 
vigiladas por los invasores.
“Los yanquis establecieron un 
servicio sanitario en la estación terminal y vivaquearon en sus 
posiciones, no dejando con vida a los transeúntes que por su presencia 
pasaban.
“El cañonero Prairie, que fue el primero en 
proporcionar fuerzas, durante la tarde efectuó disparos sobre la gente 
pacífica, que huyendo de la irrupción invasora se dirigía rumbo a los 
Médanos.
“
Todos los norteamericanos de la ciudad, a quienes 
les sorprendió (?) la invasión en el puerto, se refugiaron en el 
Consulado, desde donde, bien armados y municionados, hacían fuego a los 
mexicanos que transitaban por la acera.
“La ciudad heroica 
sostenía el empuje del bárbaro enemigo con un valor espartano, mientras 
que el general Gustavo Adolfo Mass, comandante militar del puerto, con 
inmenso júbilo acataba las órdenes de retirarse a lugar seguro…
“Como los yanquis fueron informados de que la Escuela Naval era de donde
 se les iba a hacer resistencia, hacia ella marcharon mil quinientos 
infantes y, después de pasar por el edificio de la aduana y atravesar el
 muelle de sanidad, la columna... 
llegó frente a la escuela 
recibiendo de los cadetes una terrible descarga cerrada, seguida de un 
nutrido fuego que la obligó a retroceder en completo desorden, tirando 
los invasores las armas en su vergonzosa fuga y pisoteándose unos a 
otros al echarlos por tierra su inconmensurable pavor.
“Diez
 largas y angustiosas horas combatieron los heroicos cadetes de la 
Escuela Naval Militar de Veracruz, en contra de los poderosos invasores 
norteamericanos, el 21 de abril de 1914, cambiando fuego de fusilería 
contra fuego de artillería de gran alcance, y sin embargo mantuvieron a 
raya a los infantes de marina y se vieron obligados a abandonar sus 
posiciones, no por el ametrallamiento constante que sufrieron de los 
barcos extranjeros, sino por la falta de parque.
“Doce soldados 
federales, distribuidos en las azoteas de las esquinas de Benito Juárez y
 Cortés, Benito Juárez y Cinco de Mayo, hicieron incesante fuego sobre 
los invasores manteniéndose en sus posiciones por más de veinte horas, 
sin tregua mayor que la que podían tener para cargar sus armas y medio 
comer algunos pedazos de pan que les proporcionaban los vecinos. De esos
 soldados perecieron la mitad, siendo despedazados horriblemente por las
 ametralladoras del invasor.
“Al morir [José] Azueta más de diez mil personas lo acompañaron al cementerio donde reposa.
“Muchos héroes más se distinguieron en la defensa de Veracruz, tales 
como Virgilio Uribe, Jorge Alacio Pérez, Aurelio Monffort, Benjamín 
Gutiérrez Rodríguez, Andrés Montes Cruz, Cristóbal Martínez Perea, 
Gilberto Gómez y Antonio Fuentes, a quienes los veracruzanos erigieron 
una estela recordatoria de su heroísmo, y a cientos más, cuyos nombres, 
como ya se dijo antes, enumera Justino Palomares en su obra referida.
“
Nunca se pudo precisar el número de las bajas de los norteamericanos, pero se calcularon, conservadoramente, en 250”.
Cabe precisar que acerca de los muertos mexicanos y gringos las cifras 
son muy dispares, pues determinar el número de caídos en la batalla 
desigual entre combatientes mexicanos e invasores norteamericanos no es 
sencillo; empero, la mayoría de los autores repiten la información del 
secretario de Marina de Estados Unidos, Josephus Daniels, quien señaló 
que “murieron 126 mexicanos, cayendo heridos 196. Los norteamericanos 
sufrieron 19 muertos y 71 heridos”. Leonardo Pasquel decía que en Nueva 
York fueron conducidos al cementerio 34 sarcófagos y que se creía que 
algunos cadáveres fueron incinerados en la Isla de Sacrificios.
De conformidad con Justino N. Palomares: “Se calcula que entre muertos y
 heridos de los mexicanos, no hubo menos de trescientas víctimas, 
mientras que los invasores, a medida que iban recogiendo sus muertos, 
los amontonaban en el muelle de Sanidad para conducirlos a la isla de 
Sacrificios, donde los incineraron, según unos; otros afirman que fueron
 arrojados al mar, embalsamando únicamente once cuerpos de jefes, lo que
 fueron enviados a los Estados Unidos, para entregarlos a sus familiares
 en los distintos puntos donde residían”.
Si se toman en cuenta 
los caídos entre el término de la batalla desarrollada los días 21 y 22 
de abril y el 23 de noviembre, fecha de la salida de los corsarios del 
norte, puede sostenerse que los mexicanos muertos fueron alrededor de 
180 y los gringos más de 60, considerando los datos aportados por 
Ricardo Flores Magón, Andrea Martínez, Justino N. Palomares, María Luisa
 Melo de Remes y otros autores. Naturalmente, los heridos fueron muchos 
más, si se incluyen los graves y los leves. 
Con un desparpajo 
propio de los bandoleros del septentrión americano, H. P. Huse, jefe de 
Estado Mayor de Fletcher, se dirigió a Gustavo A. Mass, el 21 de abril, 
en los términos siguientes: “La fuerza naval de los Estados Unidos ha 
tomado la aduana esta mañana, con el propósito de impedir que ciertas 
municiones de guerra fueran desembarcadas en Veracruz. El vapor 
‘Ypiranga’ está ahora anclado en el puerto, sobre el que tiene mando el 
almirante, y las municiones están en sus manos. Hasta aquí hemos usado 
solamente armas pequeñas y cañones de calibre de 3 pulgadas. Esto hemos 
hecho guiados por los sentimientos de humanidad, no queriendo usar de 
nuestros grandes cañones de 12 pulgadas lo que, como usted sabe, 
pondrían fin de una vez a toda resistencia, pero a costa de muchas 
vidas. Por lo tanto, el almirante requiere que cese usted el fuego sobre
 las fuerzas de los Estados Unidos en tierra y que se retire con su 
fuerza. El almirante no quiere causar daños a la ciudad o lastimar a sus
 habitantes; pero debe sostenerse en su acción, y para este objeto usará
 todos los medios necesarios a su disposición. En otras palabras, él 
contestará el fuego de usted con sus cañones de gran calibre. El 
almirante Badger está muy cerca de la ciudad y llegará esta noche con 
una fuerza de diez mil hombres…” 
De acuerdo con Andrea 
Martínez: “El puerto de Veracruz únicamente contaba con dos regimientos 
de infantería, bajo el mando del comandante militar de la plaza, general
 Gustavo A. Mass, sobrino de Huerta. La mañana del 21 de abril, la 
marina norteamericana desembarcó una fuerza expedicionaria compuesta por
 dos batallones de marineros, los guardias navales de los barcos de 
guerra (un tipo de 
marines) y un batallón propiamente de 
marines,
 embarcado en el transporte Prairie: 600 u 800 hombres, según fuentes 
confiables. Este primer desembarco fue reforzado el mismo día por otro 
batallón de 
marines del regimiento del coronel Lejeune, 
proveniente de Tampico, junto con los guardias de los buques de la Flota
 Atlántica y otros batallones de marineros. En cuatro días se 
encontraban en Veracruz 2,469 
marines y 3,960 marineros.
“Esta descomunal fuerza de desembarco era sostenida por la presencia de 
alrededor de cuarenta buques de guerra de la Escuadra Norteamericana del
 Atlántico, entre los cuales se encontraban los acorazados más poderosos
 del mundo en ese momento, como el Florida; los que entraron en la bahía
 bombardearon los focos de resistencia de la ciudad. Además, la marina 
norteamericana estrenó en Veracruz sus primeros hidroaviones, que 
volaron sobre la ciudad en misión de reconocimiento aproximadamente 
cinco días después de la ocupación, en los que fueron los primeros 
vuelos efectuados por aviadores navales norteamericanos sobre territorio
 hostil”. 
“Los buques de guerra pertenecientes a la escuadra de
 los Estados Unidos que hicieron alarde de fuerza en los puertos de 
Tampico y Veracruz son los que siguen, según lista oficial dada por el 
Departamento de Marina estadunidense:
“Buques en Tampico: 
Connecticut, Minnesota, Chester, Desmoines, Dolphin, Transporte Hancock,
 Utah; en Veracruz: Florida, Praerie, San Francisco. En camino a 
Tampico: Arkansas, South Carolina, Michigan, Geltic, Tacoma, Culgoa, 
Solaca, Brutus. Listos para salir para el Atlántico: Rhode Island, 
Nebraska, Virginia, Georgia, Delaware, Kansas, Ohio, New York y Texas, 
más dos divisiones de torpederos, y diecisiete buques. Buques en el 
Pacífico: California, Glacier, Annapolis, Justin, New Orleans. Rumbo al 
Pacífico: Cleveland, Chatanooga, Júpiter. Listos para salir para el 
Pacífico: Maryland, Pittsburgh, Virginia, Charlston, Colorado y South 
Dakota. 
Haciendo un total de sesenta y cinco buques, seiscientos 
noventa y cinco cañones y veintinueve mil cuatrocientos setenta y tres 
hombres”. 
Los cadetes de la Escuela Naval Militar 
combatieron con gran valor, causando bajas al enemigo. Juan Zilli 
plantea: “En la defensa de la Escuela Naval se distinguieron por su 
bravura, los alumnos Eduardo Colina, que estaba de centinela cuando una 
granada derribó un muro y lo sepultó, salió de los escombros y volvió a 
su puesto; Virgilio Uribe, herido mortalmente al defender su puesto; 
Ricardo Ochoa, quien en posición de ‘pecho en tierra’, en mitad de la 
calle frente al edificio de su Escuela Naval, hacía fuego sobre el 
enemigo; José Azueta, que herido seguía disparando su ametralladora 
hasta quedar imposibilitado de continuar haciéndolo y murió pocas horas 
después; Jorge Alacio Pérez, muerto también en heroica acción. Todos, 
jefes, oficiales, alumnos y hasta los modestos empleados de la 
servidumbre, cumplieron con su deber de mexicanos…” 
Las mujeres
 de Veracruz desempeñaron un honroso papel en la lucha contra los 
intervencionistas yanquis. Según Araceli Reynoso Medina: “En forma 
espontánea y sin armas, pescadores, estibadores, barrenderos, albañiles,
 carpinteros y comerciantes enfrentaron al invasor. Las mujeres se 
sumaron inmediatamente a la defensa del puerto colaborando en el 
levantamiento de trincheras callejeras, amontonando piedras en las 
azoteas para lanzarlas al invasor y junto con niños y ancianos, 
protegieron sus casas con colchones, camas y muebles”. 
Reunidos
 los criminales de guerra y genocidas de EU, tomaron el día 22 el 
acuerdo que decía: “El Senado y la Cámara de Representantes de los 
Estados Unidos de América reunidas en Congreso resuelven, que está 
justificado el uso, por el Presidente, de las fuerzas armadas de los 
Estados Unidos para hacer efectiva su demanda de inequívoca reparación 
por ciertas afrentas e indignidades cometidas contra los Estados Unidos.
“Resuelven también que los Estados Unidos protestan no abrigar 
hostilidad alguna contra el pueblo mexicano, ni el propósito de hacer la
 guerra a México”. 
El mismo día, Fletcher proclamó al pueblo 
de Veracruz: “La fuerza naval de los Estados Unidos que está bajo mi 
mando ha ocupado temporalmente la ciudad de Veracruz para inspeccionar 
la administración pública a causa de los disturbios que actualmente 
reinan en México.
“Todos los empleados que sirven a la 
municipalidad de este puerto quedan invitados para continuar en el 
desempeño de sus funciones como lo han hecho hasta ahora.
“Las 
autoridades militares no intervendrán en los asuntos de las civiles y 
administrativas, mientras el buen orden y la paz no se alteren en la 
población.
“Todos los ciudadanos pacíficos pueden confiadamente
 permanecer dedicados a sus usuales ocupaciones, seguros de que serán 
protegidos en sus personas y propiedades así como en sus correctas 
relaciones sociales.
“El comandante suscrito da seguridades de 
que no tendrá intervención con las autoridades civiles, sino en caso de 
absoluta necesidad y llevando siempre por mira la observancia de la ley y
 el orden.
“El recaudo de contribuciones e inversión de ellas, 
se continuará haciendo en la misma forma que hasta el presente y 
conforme a la ley”. 
Carranza respondió a George C. Carothers, 
agente especial desde el 6 de abril del Departamento de Estado en 
México: “…Mas la invasión de nuestro territorio, la permanencia de 
vuestras fuerzas en el puerto de Veracruz, o la violación de los 
derechos que informan nuestra existencia como Estado soberano, libre e 
independiente, sí nos arrastrarían a una guerra desigual, pero digna, 
que hasta hoy queremos evitar”.
“…os invito solemnemente a 
suspender los actos de hostilidad ya iniciados, ordenando a vuestras 
fuerzas la desocupación de los lugares que se encuentran en su poder en 
el puerto de Veracruz…”
Posición incorrecta de Villa
Carothers informó a su gobierno el 23 de abril: “Acabo de comer con 
Villa. Hemos discutido la situación a fondo. Dice que no habrá guerra 
entre los Estados Unidos y los constitucionalistas; que él es bastante 
buen amigo nuestro y que nos considera también buenos amigos de ellos, 
para no empeñarnos en una guerra que ninguno de los dos desea; que las 
otras naciones se reirían y dirían: ‘El borrachín ha logrado hacerlos 
pelear’. Que por lo que a él toca, podemos nosotros conservar Veracruz y
 retenerlo tan estrechamente que ni agua pueda extraerle a Huerta y que 
él no se resentiría por ello. Dijo también que ningún borracho 
(refiriéndose a Huerta), lo metería en guerra contra sus amigos; que ha 
venido a Juárez para restablecer la confianza entre nosotros. Tengo la 
impresión de que es sincero y que forzará a Carranza a aceptar una 
actitud amistosa”.
El repudio nacional a la piratesca acción de 
Estados Unidos en Veracruz se refleja en muchos estudios de 
investigadores de diversas orientaciones teóricas e ideológicas. Arturo 
Langle Ramírez afirma: “Al conocerse la noticia sobre el ataque al 
puerto jarocho realizado el día 21 de abril, se desbordó la excitación 
patriótica. De todos los ámbitos del país se recibieron adhesiones; los 
grupos de voluntarios se multiplicaron, las convocatorias para esos 
fines se publicaron diariamente en los periódicos. El jefe de redacción 
del rotativo 
El País se encargó de organizar la Brigada de la 
Prensa; pues tenía conocimientos militares ya que había sido oficial de 
artillería del ejército.
“Conforme pasaban los días se dieron a
 conocer con todo detalle los pormenores del asalto realizado por la 
armada a las órdenes del contralmirante Fletcher, así como la defensa 
heroica llevada a cabo por los porteños y un reducido número de marinos;
 entre éstos José Azueta y Virgilio Uribe, también se informaba la 
crítica situación que vivía Veracruz. 
Esas noticias provocaron un deseo incontenible de expulsar al invasor…”
Ricardo Flores Magón escribía: “Cuando se supo en la Ciudad de México 
la actitud tomada por los americanos, se produjo una gran excitación 
popular. La estatua de Washington fue derribada de su pedestal; las 
banderas americanas que decoraban tiendas y edificios de propiedad 
americana, fueron arrojadas por el suelo y pisoteadas con la mayor 
indignación; el Club Americano fue entregado a las llamas; los hoteles 
de americanos fueron visitados por muchedumbres que destrozaban cuanto 
encontraban a la mano: cristales, muebles, tapices. Las multitudes 
recorrían las calles de la ciudad en actitud de protesta contra la 
invasión norteamericana; los mítines se multiplicaban en la ciudad, 
pronunciándose en ellos discursos fogosísimos”.
La resistencia 
popular a la intervención yanqui, condujo a que los invasores 
imperialistas, por si la agresión armada no fuera suficiente, 
establecieran el 27 de abril la ley marcial, mediante la proclama que se
 cita a continuación: “…Por la presente y en virtud de las facultades 
que poseo como comandante de las fuerzas militares de los Estados Unidos
 de América en la ciudad de Veracruz, decreto que está vigente y rige la
 ley marcial en la ciudad de Veracruz y el territorio contiguo que se 
halla ocupado por las fuerzas de mi mando, y que dicha ley marcial se 
hará extensiva al territorio que sea ocupado posteriormente, por mis 
fuerzas.
“Además decreto, de acuerdo con las disposiciones del 
derecho internacional, de los usos y costumbres y de los convenios de mi
 gobierno y de otros gobiernos que me hallo investido, dentro del 
territorio aludido, con las facultades y obligaciones de gobierno en 
todas sus atribuciones y divisiones. Las medidas para hacer efectivo 
dicho gobierno se harán constar en reglamentos que se publicarán cuando 
lo exijan las circunstancias, por el comandante de las fuerzas de los 
Estados Unidos de América”. 
Como en todas las agresiones 
norteamericanas contra México, en 1914 se desataron en los sectores más 
agresivos, más intervencionistas, más guerreristas y más chovinistas, 
las tendencias expansionistas para robar más territorios a México. Un 
típico representante de la barbarie imperialista, el senador William 
Borah llegó a expresar: “Esto me parece una intervención armada. En tal 
caso la bandera americana debe ir sobre México y no regresar ya. Este 
tiene que ser el primer paso para la marcha de los Estados Unidos hasta 
el canal de Panamá”. 
Las conferencias de Niagara Falls
Para salir del embrollo, Wilson “solicitó” los buenos oficios de los 
gobiernos de Argentina, Brasil y Chile para resolver el conflicto. Se 
desarrollaron, pues, las conferencias de Niagara Falls, en Canadá. Como 
los integrantes del ABC se querían inmiscuir en la política interna de 
México, Venustiano Carranza, en forma correcta, no dejó margen para duda
 alguna en cuanto al objetivo de las conferencias, y esclareció a los 
representantes sudamericanos: “Pretenden ustedes, señores, discutir 
nuestros asuntos internos tales como la cesación de hostilidades y 
movimientos militares, entre el usurpador Huerta y el ejército 
constitucionalista, la cuestión agraria, la designación del presidente 
provisional de esta República, y otros más. Ante esta pretensión ajena 
al objetivo primordial de las conferencias, cumple a un deber de primer 
jefe del ejército constitucionalista, declarar que se incurre en grave 
error al intentar solucionar problemas de gran trascendencia del pueblo 
mexicano, que sólo a los mexicanos corresponde resolver por el 
indiscutible derecho de soberanía. Además, señores, me permito con la 
debida atención expresarles que estos actos resultan no de buenos 
oficios, sino de mediación, de arbitraje y hasta de intervención que 
nosotros no habíamos aceptado, por ello doy por terminado este incidente
 diplomático”. 
Las conferencias se desenvolvieron entre el 20 
de mayo y el 1 de julio de 1914, con la participación de representantes 
de la Unión Americana, el gobierno de Huerta y el ABC, sin la presencia 
de delegados constitucionalistas. Puede concluirse que fueron un 
completo fracaso, ya que estaban al servicio de los planes del 
imperialismo yanqui.
Los supuestos objetivos del gorila que 
presidía la administración norteamericana fueron encubiertos en 
declaraciones que publicó un periódico estadunidense, afirmando que su 
propósito era formar un gobierno en nuestro país que corrigiera los 
atropellos contra la mayoría del pueblo mexicano. Su proyecto de Niagara
 Falls radicaba en que un constitucionalista fuera designado presidente 
provisional, que la comisión dictaminadora de las elecciones tuviera una
 mayoría constitucionalista y que las fuerzas invasoras en Veracruz se 
mantuvieran de manera ilimitada en tanto se realizaran los comicios como
 había acontecido en Nicaragua y República Dominicana. Mas el Varón de 
Cuatro Ciénegas rechazó este proyecto negándoles todo derecho a las 
conferencias para decidir el futuro de México, que dominaba 
mayoritariamente el constitucionalismo.
Si existió un tipo 
hipócrita, dizque pacifista y amigo de la democracia, ese fue Woodrow 
Wilson, que planteó con un descaro inaudito: “Los Estados Unidos 
deseaban únicamente ayudar al pueblo de México a encontrar la paz y 
establecer un gobierno constitucional honesto”. 
Conforme al 
inquilino de la Casa Blanca en 1914, Estados Unidos, país agresor de los
 pueblos de América Latina, Asia y otras partes del mundo, se proponía 
como “deber especial… propagar a los pueblos sometidos nuestros propios 
principios de ayuda a uno mismo, el enseñarles el orden y el autocontrol
 …el darles la simpatía y el ejemplo”.
La renuncia de Huerta y la desfachatez imperialista
Ante el avance de la Revolución constitucionalista en la mayor parte 
del territorio patrio, Victoriano Huerta presentó, el 15 de julio de 
1914, su renuncia a la presidencia provisional de la República. Empero, 
no obstante que la supuesta causa de la intervención había desaparecido 
con la debelación del general apodado 
El Chacal, los 
imperialistas usamericanos siguieron ocupando Veracruz y se negaron a 
entregar la plaza. El 15 de septiembre, el gángster internacional 
Woodrow Wilson ofreció entregar el puerto, pero luego los yanquis 
volvieron a poner pretextos y permanecieron en Veracruz hasta el 23 de 
noviembre, fecha en que, por fin, se largaron con sus bastimentos y 
soldadesca a las tierras al norte del río Bravo.
Con una lógica 
contundente, por conducto de Isidro Fabela el gobierno 
constitucionalista planteó, en forma correcta y atenta, al gobierno 
imperialista de EU, dirigiéndose a J. C. Carothers: “Si esto es verdad, y
 Huerta y sus partidarios han abandonado la República y el ejército que 
estuvo bajo sus órdenes está ya desarmado, han desaparecido las causas 
que según expresó el gobierno americano lo obligaron a castigar con la 
ocupación de aquel puerto a Victoriano Huerta.
“El pueblo 
mexicano y el gobierno constitucionalista, desde un principio 
protestaron ante la nación y ante el mundo contra el desembarque de 
tropas extranjeras en el primer puerto nacional; y actualmente 
manifiestan su extrañeza de un modo más acentuado cada día acerca de 
dicha ocupación…”
Sin embargo, el gobierno de EU, sin contar con argumento válido alguno, mantuvo en suelo veracruzano a sus tropas invasoras.
Los imperialistas que ocupaban Veracruz, habiendo violado todos sus 
ofrecimientos y promesas, después de que el matón que dirigía la Casa 
Blanca había dado su palabra de que se retirarían las tropas invasoras 
del puerto de Veracruz, pusieron condiciones para la salida de los 
corsarios: “1. No cobrar doble impuesto a los que lo hubieren pagado a 
Estados Unidos. 2. Que no se castigará a los mexicanos que habían 
servido a las autoridades norteamericanas durante la ocupación”.
Erróneamente, la Soberana Convención Revolucionaria de Aguascalientes,
 que agrupaba a los representantes del Ejército Libertador del Sur, a la
 División del Norte y a otros núcleos armados del ala plebeya, campesina
 y jacobina de la Revolución mexicana, resolvió allanarse a las 
injerencistas condiciones de los imperialistas norteamericanos, que, 
como decía el Varón de Cuatro Ciénegas, podían sentar un grave 
precedente para el futuro de la soberanía nacional de nuestra patria. 
Sin embargo, no contaban los intervencionistas con la inteligencia de 
Carranza y el sentimiento antigringo en todo México. El 8 de noviembre, 
el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, al considerar que la 
Cámara de Comercio y la mayor parte de propietarios y administradores de
 fincas urbanas en el puerto de Veracruz, se habían dirigido al 
Ejecutivo federal renunciando a la protección que para ellos había 
pedido el gobierno de Estados Unidos, antes de evacuar aquella plaza, 
manifestando terminantemente que acatarían las decisiones que en 
justicia dictara el gobierno mexicano en lo que se refería al cobro de 
los derechos fiscales recaudados anteriormente por las autoridades 
extranjeras, y por creerlo así conveniente para los intereses de la 
nación decretaba la exención de impuestos.
El 9 de noviembre, 
Carranza, al considerar que los empleados mexicanos o extranjeros que 
habían prestado sus servicios a las autoridades establecidas en el 
puerto de Veracruz durante la ocupación de él por las fuerzas de Estados
 Unidos, se habían dirigido a la Primera Jefatura del Ejército 
Constitucionalista, por conducto del ciudadano gobernador y comandante 
militar de ese estado, manifestando espontáneamente que reconocían que 
sólo al gobierno nacional tocaba resolver las cuestiones de orden 
interior, como eran las que se referían al castigo o indulto de las 
personas que como ellos habían servido a las autoridades mencionadas 
decretaba el indulto general.
Aislamiento del imperialismo norteamericano  
El gobierno de Estados Unidos era consciente de que un país de las 
dimensiones del nuestro, con una población en gran parte armada y con 
experiencia en la guerra civil, la ocupación de la Ciudad de México y el
 resto de la República se llevaría varios años, con una oposición 
nacional que costaría grandes recursos económicos y muchas vidas 
humanas. Para Arthur S. Link: “El segundo desarrollo que fortaleció la 
decisión de Wilson en contra de incurrir en el riesgo de una guerra 
general en México fue la forma como la opinión norteamericana y la 
opinión mundial rechazaron la agresión a Veracruz y exigieron un arreglo
 pacífico…”
Pero la oposición a la intervención militar en 
Veracruz no se dio sólo en México, sino en EU, AL y Europa. Sostenía 
Arthur S. Link: “…Más aún, durante la semana que siguió a la acción de 
Veracruz llovieron sobre la Casa Blanca peticiones rogando al Presidente
 que no permitiera que el incidente se convirtiese en hostilidades en 
gran escala. Los firmaban consejos eclesiásticos, sociedades pacifistas y
 antimperialistas, grupos laboristas y socialistas y líderes de todas 
las actividades sociales…” 
Fuera de EU, la oposición a la 
intervención era mucho mayor a la que se daba en el interior. “Ni pudo 
Wilson desatender el estallido de la opinión en el extranjero, la cual 
ante todo era más condenatoria que la opinión en el país. Hubo 
manifestaciones y motines antinorteamericanos en San José, Costa Rica; 
Rodeo, Guatemala; Santiago de Chile; Guayaquil y Quito en el Ecuador; y 
en Montevideo, Uruguay, y Buenos Aires los motines fueron evitados sólo 
gracias a la enérgica acción de la policía. Había además cargos 
indignados en toda la América Latina en el sentido de que la acción en 
Veracruz señalaba el comienzo de un rapaz imperialismo yanqui en 
México... Por toda Europa, además, los periodistas liberales condenaron a
 Wilson por hacer la guerra por ‘cuestiones de puntillo’, en tanto que 
toda la prensa reaccionaria [
sic] antinorteamericana gozó de un día de fiesta castigando la pretendida [
sic] hipocresía de Wilson y el imperialismo norteamericano…” 
Conforme a una estudiosa mexicana especialista en las relaciones 
México-EU, Woodrow Wilson obtuvo los “logros” que se citan a 
continuación: “A pesar, pues, de su doctrina ‘moralista’ y de sus 
repetidas declaraciones de amistad al pueblo mexicano, Wilson llevó a 
cabo la ocupación de Veracruz sin lograr nada de lo que se propuso. La 
reacción inmediata de los mexicanos fue unirse contra Estados Unidos, 
Huerta rompió relaciones con aquel país, no renunció a la presidencia ni
 saludó la bandera norteamericana, recibió las armas que traía el 
‘Ypiranga’ el 27 de mayo por Puerto México y otras más que transportaron
 barcos alemanes y que aparentemente se remitían de Nueva York a 
Hamburgo. Wilson hizo el ridículo a los ojos del mundo al provocar una 
guerra por una cuestión absurda de honor, sin contar con que en su 
propio país no había gran entusiasmo por ella, puesto que no era fácil 
hacer una distinción entre Huerta y los mexicanos. Para el mismo Wilson 
la ocupación de Veracruz fue un callejón sin salida, e intentó salir 
solicitando la mediación de Argentina, Brasil y Chile que se haría en 
unas conferencias en territorio neutral, Niagara Falls, Canadá”. 
Cabe precisar que el objetivo central del imperialismo norteamericano, 
con la ocupación de Veracruz, era el establecimiento de un protectorado 
en México, objetivo que repudiaron tanto 
El Chacal como 
Venustiano Carranza. A resultas de ello, es factible sostener con 
absoluta certeza que la invasión de Veracruz fue un total fracaso. Un 
autor soviético señalaba: “Pero esta intervención armada de los 
imperialistas norteamericanos no hizo más que recrudecer la guerra civil
 y fomentó la ampliación de los ánimos antiimperialistas”. E Isaac 
Asimov indicó: “Esta acción despertó una cólera tremenda en toda América
 Latina, pues parecía un caso de arrogancia imperialista norteamericana…
 y lo era…” 
La Doctrina Carranza, hoy
Es de 
sobra sabido que Venustiano Carranza enfrentó y derrotó, por conducto de
 Álvaro Obregón y otros generales, a Pancho Villa y la División del 
Norte; que persiguió, reprimió y asesinó a connotados líderes del 
Ejército Libertador del Sur, incluido Emiliano Zapata, por conducto de 
Jesús Guajardo, Pablo González y otros jefes militares, y que persiguió a
 la Casa del Obrero Mundial y reprimió con violencia la huelga general 
de la Ciudad de México en 1916. No era el Varón de Cuatro Ciénegas un 
hombre del ala izquierda del constitucionalismo, sino la cabeza del ala 
burguesa de la revolución pasada.
No obstante ese perfil del 
caudillo coahuilense, éste representó en el seno de la Revolución 
mexicana al político más lúcido y capaz para enfrentar y derrotar a los 
vecinos del Norte, que intervinieron militarmente en Veracruz, desde el 
mes de abril hasta el mes de noviembre de 1914, y en Chihuahua, durante 
la llamada Expedición punitiva, desde marzo de 1916 hasta febrero de 
1917. Carranza definió los aspectos centrales de la política exterior de
 la Revolución mexicana, que los neoliberales Miguel de la Madrid 
Hurtado, Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo Ponce de León, 
Vicente Fox Quesada, Felipe Calderón Hinojosa y Enrique Peña Nieto han 
tirado por la borda.
Carranza, político norteño conocedor de la 
política bandidesca de los gobiernos y monopolios de Estados Unidos, 
siempre colocó en el centro del interés estatal la defensa de los 
recursos naturales de la nación, consideró a las inversiones extranjeras
 legalmente como nacionales, se pronunció contra la representación de 
súbditos y ciudadanos no gringos por parte de diplomáticos yanquis, por 
la igualdad de todos los Estados, contra el vasallaje del imperialismo 
norteamericano y por la definición de la política nacional por los 
propios mexicanos y no por cipayos o títeres de los capitalistas de 
Norteamérica. Esto, en cualquier país latinoamericano es importante, 
pero más en México que tiene un vecino que le arrebató más de 2 millones
 de kilómetros cuadrados, que ha sufrido intervenciones militares de ese
 país en varias ocasiones y que comparte con el mismo más de 3 mil 
kilómetros de frontera. 
En países como México, es decir, países
 capitalistas de desarrollo medio, industrial-agrarios y dependientes 
del imperialismo, las fuerzas antimperialistas incluyen a expresiones 
interesadas sólo en un desarrollo nacional independiente y contrarias a 
la dominación de los monopolios y gobiernos extranjeros, principalmente 
norteamericanos. Estas fuerzas no son socialistas y tampoco se proponen 
echar abajo el capitalismo, aunque algunos de sus expositores llamaron 
socialistas a sus partidos y hablaron de superar la formación social 
capitalista. Constituyen una realidad desde la Revolución mexicana y 
están reflejadas en los liderazgos regionales o nacionales de políticos 
como José G. Zuno, Adalberto Tejeda, Francisco J. Múgica, Heriberto 
Jara, Felipe Carrillo Puerto, Lázaro Cárdenas, Braulio Maldonado, 
Cuauhtémoc Cárdenas, Andrés Manuel López Obrador y tantos otros 
representantes del nacionalismo mexicano, tanto revolucionario como 
reformista.
Con estas fuerzas, la izquierda revolucionaria puede
 y debe establecer alianzas tácticas, marchar unidas por la defensa de 
las industrias nacionalizadas, contra la entrega de éstas al 
imperialismo y al gran capital nacional y por un papel fundamental del 
Estado en el desarrollo económico de la sociedad mexicana. Estos 
objetivos y tareas no constituyen un programa socialista, sino un 
programa patriótico que puede facilitar el avance hacia tareas de mayor 
envergadura en el futuro, dependiendo de la participación de las masas y
 del fortalecimiento de las organizaciones socialistas. 
En las 
condiciones actuales, de culminación del programa neoliberal, las 
fuerzas nacionalistas deberán jugar un rol destacado en la defensa de 
Petróleos Mexicanos, Comisión Federal de Electricidad y los recursos 
mineros, hídricos y naturales en general. Por ello, es importante la 
confluencia del Partido de la Revolución Democrática, el Partido del 
Trabajo, el Movimiento Ciudadano, el Movimiento Regeneración Nacional, 
el Ejército Zapatista de Liberación Nacional y los partidos y círculos 
de la izquierda anticapitalista, la Unión Nacional de Trabajadores, la 
Nueva Central de Trabajadores y el Sindicato Nacional de Trabajadores 
Mineros, Metalúrgicos, Siderúrgicos y Similares de la República 
Mexicana, el Congreso Nacional Indígena y todas las fuerzas sociales y 
políticas interesadas en un futuro independiente, democrático y más 
equitativo de nuestro país. Tales objetivos y tareas coinciden en gran 
parte con el legado nacionalista de Venustiano Carranza, al cual no hay 
por qué renunciar.
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