19.9.25

Resistencia o vasallaje

Carlos Fazio

El ataque israelí de decapacitación de Hamas en Qatar y la guerra híbrida de EU contra Venezuela, parte de una misma estrategia

 

En medio de frágiles negociaciones solicitadas por Estados Unidos para un alto el fuego en Gaza, el ataque ilegal y extraterritorial de Israel el pasado 9 de septiembre en Doha, Qatar, tuvo como objetivo decapitar a la cúpula política del Movimiento de Resistencia Islámica de Palestina (HAMAS). Un patrón ya documentado en la guerra de los 12 días, cuando Washington y Teherán mantenían contactos preliminares sobre un posible nuevo acuerdo nuclear, y EU e Israel atacaron a Irán.

En la consecución de sus objetivos geoestratégicos, mutuos y personales -entre ellos consumar el genocidio, la limpieza étnica y aplicar la política de tierra arrasada como parte del plan “Riviera Gaza”-, Donald Trump (China, BRICS, Venezuela, Brasil) y Benjamín Netanyahu (Gran Israel) encarnan al policía bueno y al policía malo. Ambos cometen perfidia (un crimen de guerra), pero mientras Trump finge negociar y atrae a la mesa de negociación al adversario como estrategia de distracción, Netanyahu se encarga de destruirlo con premeditación, alevosía y ventaja. Ambos dinamitaron ahora las hilachas de diplomacia que quedaban.

El impacto simbólico es profundo. La mesa de negociación político-diplomática, tradicionalmente un espacio protegido de los ataques militares, ya no es garantía de nada. Peor: se ha convertido en una trampa para eliminar al enemigo. Quedó claro y lo ratificó Netanyahu al decir que los negociadores de Hamas son un objetivo militar. 

De paso, la neutralidad y la soberanía nominales del Estado mediador, Qatar, socio estratégico de Washington que alberga la base aérea de Al Udeid, sede del cuartel general del Mando Central (USCENTCOM) del Pentágono y el mayor enclave militar en la región, han sido vulneradas.

Según el analista de asuntos militares Mohammad Molaei, el régimen israelí desplegó un paquete de aproximadamente 15 cazas furtivos F-35I Adir, complementados con plataformas de ataque F-15I Ra’am, lanzando una salva de 10 bombas dirigidas Rafael Spice-2000 y posiblemente municiones AGM-158 JASSM-ER de alcance extendido. Estos activos, guiados mediante protocolos de supresión de defensas aéreas enemigas (SEAD/DEAD), penetraron el espacio aéreo catarí sin ser detectados, explotando las brechas en los sistemas regionales de defensa aérea integrada del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG, integrado por los países árabes ribereños del Golfo Pérsico).

De acuerdo con Molaei, después del ataque, la invocación de Qatar al artículo 51 de los derechos de autodefensa de la Carta de la ONU sonó vacía, ya que sus radares de banda X AN/TPY-2 de Raytheon, capaces de advertir misiles balísticos, permanecieron inactivos, priorizando la postura diplomática sobre una respuesta cinética. A su juicio, el rol cómplice de Estados Unidos  en esta violación merecen un análisis a través del prisma de la logística expedicionaria y el intercambio de inteligencia.

La postura de la administración Trump, simulando sorpresa posterior al hecho, se desmorona bajo el escrutinio de su red de sensores centrada en Al-Udeid. El radar de advertencia temprana AN/FPS-132 del Comando Central del Pentágono, emplazado en la base aérea de Al-Udeid, posee un alcance de detección superior a los 3,000 kilómetros para objetivos de baja observabilidad, fusionando los datos de banda X TPY-2 con las señales satelitales SBIRS GEO para seguimiento persistente de misiles. Esa arquitectura, integrada a través de enlaces de datos Link-16, debería haber iluminado el paquete de la IAF a 500 millas náuticas, activando baterías Patriot PAC-3 MSE o Raptors F-22 del 379th Expeditionary Wing. Sin embargo, no sonó ninguna alerta; los jets del régimen sionista de Israel atravesaron el “ojo de la aguja” sin ser molestados.

En realidad, los activos de Al-Udeid sirven como un nodo militar avanzado israelí. Según Mohammad Molaei, este conducto unidireccional, carente de salvaguardias recíprocas por parte de Qatar, convirtió a la base en cómplice de la vulnerabilidad de Doha, como lo demuestra la ausencia de intervención de EU en el ataque. El silencio de Centcom no solo anuló los pactos de defensa mutua bajo el SOFA (Acuerdo sobre el Estatus de las Fuerzas) firmado en 2002 entre EU y Qatar, sino que amplificó la percepción de la falta de fiabilidad de la administración Trump, erosionando la cohesión del CCG en medio del aumento de las posturas disuasivas iraníes A2/AD (Negación de acceso/Negación de área).

El primer ministro catarí calificó la agresión como “terrorismo de Estado” y prometió represalias. Pero ello oculta una dura realidad: ni Doha ni sus hermanos árabes poseen la autonomía doctrinal o la profundidad material para una respuesta calibrada. La impotencia del CCG está codificada en los anexos de seguridad de los Acuerdos de Abraham, donde Riad y Abu Dabi, a pesar de la adquisición de F-35, ceden al veto de Washington sobre las acciones cinéticas anti-Israel, temiendo represalias a través de los puntos de estrangulamiento de la petrolera saudí Aramco o las vulnerabilidades de desalinizadoras de Taweelah de los Emiratos Árabes Unidos (EAU).

De manera predecible, la retórica inflamada de Qatar y las demás monarquías absolutas del Golfo se disipará en maniobras diplomáticas, tal vez a través de resoluciones de la Organización de la Cooperación Islámica (OCI), mientras el régimen israelí recalibra para nuevos ataques.

El mensaje, pues, es inequívoco: el paraguas de la defensa colectiva voló por los aires; los procesos de normalización basados en principios de equilibrio, mutua legalidad y cooperación militar entre EU y las monarquías del Golfo (Qatar, Arabia Saudita, Emiratos y Bahréin), están regidos por una subordinación propia de protectorados y giran en función de las prioridades bélicas de Israel como portaviones terrestre de Washington en Medio Oriente. Según señaló un editorial del diario británico  The Guardian, “para Trump parece que no hay verdaderas líneas rojas  cuando se trata del gobierno extremista de Israel”. 

Como antes en el caso de Irán, priman el chantaje, la fuerza bruta y la capacidad de imponer hechos consumados. La negociación no se concibe ya como un límite a la violencia, sino como un escenario subordinado a ella. El intento de asesinato de los negociadores de Hamas marca un punto de inflexión. En términos sistémicos, ese cambio remata los fundamentos del viejo orden internacional. Sumados el genocidio y la limpieza étnica en Gaza, el derecho internacional ha terminado de fenecer. 

Moraleja: la seguridad no depende de terceros. Los estados se enfrentan a una disyuntiva binaria: aceptar el vasallaje, o como hizo Irán, construir su propia capacidad de disuasión y formas de resistencia que le permitan preservar un mínimo de autonomía y soberanía. 

Trump exhibe músculo militar en el Caribe

Eso nos lleva al despliegue militar de EU en el Caribe, cuyo objetivo central es un cambio de régimen en Venezuela, instalar un gobierno cipayo y apoderarse de sus hidrocarburos, el oro y otros minerales geoestratégicos.

En sus intentos por imponer un gobierno títere en Venezuela, durante un cuarto de siglo seis sucesivas administraciones de Estados Unidos (Clinton/Bush/Obama/Trump/Biden/Trump) han recurrido a sus manuales de guerra de baja intensidad, híbrida, de colores o de zona gris, incluida la actualización de su tecnología y sus métodos bélicos, pero no han obtenido resultados.

Por eso, ahora, Trump, quien durante años ha fantaseado con el uso promiscuo de la fuerza militar contra el tráfico de drogas, ha vuelo a desempolvar esa estrategia como tapadera para proyectar su dominio militar.

El narcotráfico es un delito, no un acto de guerra. Por eso, para intentar eludir ese obstáculo, su equipo fabricó la forzada asimilación de los cárteles de la droga con el terrorismo, reeditando la vieja matriz utilizada en 1985, con fines propagandísticos injerencistas, por el ex embajador de EU en Colombia Lewis Tambs: la narcoguerrilla, que pocos años después devino, oportunamente, en narcoterrorismo. 

En el marco de la renovada política de máxima presión impulsada por el secretario de Estado y asesor de Seguridad Nacional, Marco Rubio, EU busca provocar un incidente o falso positivo, como pretexto para justificar una escalada de agresiones militares contra Venezuela. Se trata de un libreto conocido, entre cuyos precedentes están el incidente del Golfo de Tonkín en 1964, cuando el gobierno de Lyndon Johnson arguyó ataques del Vietcong contra el destructor USS Maddox como excusa para intervenir en la guerra de Vietnam, y la falsa narrativa de la administración Bush Jr. sobre las “armas de destrucción masiva” de Sadam Hussein para intervenir en Irak en 2003. 

En la actual coyuntura, The Washington Post ha señalado que el despliegue naval en el Caribe implica una suerte de “militarismo performativo”. No es un plan estratégico coherente sino un gesto escénico para demostrar fuerza, producir imágenes altisonantes y alimentar titulares para consumo interno; una lógica que ya se había visto en ciudades como Los Ángeles o Washington, donde se enviaron tropas contra la voluntad de las autoridades locales. Según el diario estadunidense y la agencia británica Reuters, las operaciones letales y el despliegue naval se ejecutan con fundamentos legales difusos, pruebas débiles y consecuencias diplomáticas imprevisibles. No obstante, las repercusiones en el Caribe son inmediatas.

Como señaló Rosa Miriam Elizalde en Cubadebate, la función de Donald Trump en este engranaje es darle formato de espectáculo. Ha hecho de la política exterior un guion para titulares inmediatos: renombrar simbólicamente el Departamento de Defensa como “Departamento de Guerra”; desplegar cazas supersónicos sobre Puerto Rico; amenazar con derribar aviones venezolanos y ofrecer recompensas millonarias por la captura de Nicolás Maduro. Todo ello compone una puesta en escena destinada a proyectar dureza y control, aunque en realidad genera incertidumbre y desestabilización.

A ello responde la puesta en escena de la narcolancha en el Caribe el 2 de septiembre (ver “El difuso incidente de la narcolancha y otras argucias del intervencionismo de EU en Venezuela”, Mate Amargo 3/IX/2025), con saldo de 11 presuntos muertos, seguida de un segundo ataque cinético el día 15, con otros tres supuestos asesinados (acciones letales que un grupo de expertos de la ONU consideró como ejecuciones extrajudiciales) y del ilegal y hostil abordaje de una embarcación atunera con nueve pescadores por marines del destructor USS Jason Dunham (DDG-109), valorado en miles de millones de dólares y equipado con misiles crucero, mientras operaba en aguas de la Zona Económica Exclusiva (ZEE) venezolana el viernes 12.

No obstante, esas acciones podrían marcar el inicio de una nueva fase de una guerra no convencional, multidimensional y cinética, bajo el viejo ropaje de la “seguridad hemisférica”.  Esa estrategia combina provocaciones y operaciones sicológicas con campañas de intoxicación mediática y narrativas criminales que utilizan al mítico cártel de Los Soles y al extinto Tren de Aragua, con la finalidad de manufacturar a Venezuela como un narco-Estado que “amenaza” la seguridad continental, y justificar así una escalada militarista e incluso la intervención directa del Pentágono. 

Una variable es fabricar un escenario tipo Libia, mediante un levantamiento opositor interno que cuente con apoyo aéreo y misilístico de las fuerzas de EU desplegadas en el Caribe. Una fórmula sembrada en el Diario de las Américas por el exmarine Jesús Romero, miembro de un oscuro think tanks al servicio de Marco Rubio (el Instituto de Inteligencia Estratégica de Miami), que busca convencer a Trump de que el sistema de defensa aéreo de Venezuela ha “colapsado” y una operación así sería “pan comido”. (sic) La tesis del levantamiento interno ha estado presente desde las primeras guarimbas de 2007 y se aceleró en 2024 cuando María Corina Machado planteó la opción táctica del enjambramiento (swarming).

Otro opción sería la de la decapitación del gobierno de Maduro, ya utilizada por Trump en el asesinato del general iraní Qassem Soleimani con un dron, en 2020; una táctica replicada por su socio genocida Netanyahu en Yemen; en el devastador ataque de decapitación contra Hezbolá en el Líbano; el igualmente descarado contra los principales líderes iraníes durante su “guerra de doce días” con Teherán, y ahora en Doha, Qatar.

La filtración del Instituto de Inteligencia Estratégica de Miami en el Diario de las Américas coincide con la denuncia del ministro de Defensa de Venezuela, Vladimir Padrino López, en el sentido de que los trabajos de inteligencia estadunidenses se han incrementado de manera exponencial en los últimos meses.

El ministro dijo que la noche del sábado 13 se detectó el sobrevuelo de aviones RC-135 (capaces de recopilar inteligencia en tiempo real hasta 200 millas dentro del territorio venezolano), KC-135 (naves cisterna que suministran combustible en pleno vuelo y permiten misiones prolongadas) y E-3 Sentry AWACS (puestos de comando aéreo con radar de largo alcance), lo que implica que no son simples patrullajes rutinarios: son piezas de un despliegue táctico que encaja perfectamente en la definición amplia de “uso de la fuerza”, esto es, presencia disuasiva, recolección de inteligencia estratégica, preparación logística y búsqueda de incidentes que justifiquen una escalada.

Padrino no sólo denunció la frecuencia creciente de estos vuelos, triplicados en agosto y diarios en septiembre, ahora realizados de noche o madrugada, sino también su carácter ilegal y peligroso ya que violan normas operacionales al no notificar planes de vuelo, arriesgando accidentes aéreos en aguas venezolanas. Pero más allá de lo técnico, advirtió sobre su intención política: provocar un casus belli.

En esa variable, ¿es probable un ataque militar seguido de una invasión a Venezuela?  Los 4.500 soldados estadunidenses desplegados en el Caribe jamás podrían tomar Venezuela, un país con montañas, selva y múltiples centros urbanos; ni siquiera si se multiplicaran. Sin embargo, el escenario sí insinúa una peligrosa coreografía de amenazas calculadas de la administración Trump, sin cruzar el umbral de la confrontación abierta. Por ahora.

 Los ejercicios UNITAS y una Guerra en Zona Gris

Previamente, Reuters había reportado que cinco cazas estadounidenses F-35 aterrizaron el sábado pasado en Puerto Rico después que Trump ordenara que 10 aviones furtivos se unieran como refuerzo militar en el Caribe para supuestamente contrarrestar los cárteles de la droga. Y no está de más consignar, que el 15 de septiembre iniciaron los megaejercicios navales UNITAS 2025 con la participación de buques de 25 países y más de 8 mil efectivos frente a las costas de Miami, en la retaguardia del despliegue de la Armada estadunidense en el Caribe.

Según el sitio oficial America’s Navy, los ejercicios, organizados por el Comando Sur (SOUTHCOM) de EU, incluyen múltiples navíos de superficie, submarinos, aeronaves y sistemas de flota no tripulados, junto a ejercicios en tierra, cercana a estaciones navales en los estados de la Florida, Carolina del Norte y Virginia. Las maniobras, que concluirán el 6 de octubre, incluyen defensa aérea, guerra antisubmarina, interdicción marítima, desembarcos anfibios, ejercicios con fuego real -incluido un SINKEX (hundimientos de barcos)- y la integración de sistemas no tripulados e híbridos.

Además de buques de Argentina, Belice, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, Jamaica, México, Paraguay, Perú, República Dominicana y del país anfitrión, Estados Unidos, en los ejercicios participan navíos de Alemania, Países Bajos, Canadá, España,  Francia, Grecia, Italia, Marruecos, Japón, Portugal y Singapur. Para el investigador venezolano José Negrón Valera, UNITAS “no es más que la fachada para imponer de la manera menos traumática posible un bloqueo marítimo a Venezuela”.

En ese contexto, el despliegue de buques estadunidenses listos para entrar en acción frente a las costas venezolanas, además de enmarcarse en una típica estrategia de operaciones psicológicas  (PsyOp) para generar temor al interior del país sudamericano y tratar de “quebrar” los sectores de apoyo del gobierno de Maduro, plantea el escenario de una “guerra en zona gris”, entendida como un conflicto por aproximación en un espacio ambiguo o difuso, donde se amplían los márgenes de acción para el atacante sin entrar en enfrentamiento militar directo. Se trata de una variante de la guerra híbrida difícil de visualizar, porque la frontera entre la guerra y la paz se difumina en un espacio intermedio donde no hay una confrontación abierta.

Como señaló un reporte de Telesur, básicamente, esta modalidad bélica no respeta las reglas de juego establecidas y abre varios frentes de batalla al mismo tiempo, pero donde no exhibe una fuerza militar tangible que responda a las leyes previstas de la guerra convencional. Sus amenazas están pensadas para imposibilitar o confundir los cálculos de riesgo tradicionales, provocando la paralización del oponente incapaz de decidirse entre la inacción o la acción, ya que la primera puede implicar una derrota y la segunda un uso desproporcionado de la fuerza. Se apela a la utilización únicamente de medios que permitan tanto la “negación plausible”, como la “no atribución”, de ahí el recurso a los ataques cibernéticos, que dificultan sobremanera la inculpación de sus responsables -si es que llega a conocerse el origen de los mismos- o de unidades paramilitares.

En la coyuntura, Venezuela enfrenta una nueva agresión multidimensional que forma parte de la agenda de cambio de régimen de la administración Trump 2.0, encubierta bajo la pantomima de la lucha contra el narcotráfico. En este contexto, Vladimir Padrino ha alertado que Estados Unidos busca fabricar un casus belli mediante acciones de bandera falsa o falsos positivos. Su denuncia no debe leerse como una reacción aislada, sino como una alerta temprana dentro de un patrón histórico documentado: el de un poder hegemónico en decadencia, pero que lejos de retirarse sigue expandiendo su presencia militar en el Gran Caribe (considerado históricamente como el Mediterráneo estadunidense), incluso en tiempos de paz declarada. 

Otro patrón histórico documentado son los montajes. Al respecto, ayer, el ministro de Relaciones Interiores de Venezuela, Diosdado Cabello, informó sobre el desmantelamiento de una operación de falsa bandera, que estaría a cargo de la Administración de Control de Drogas​ (DEA, por sus siglas en inglés), para vincular al país suramericano con el tráfico de drogas. 

En una rueda de prensa, Cabello informó que el lunes 16 de septiembre, con información previa de inteligencia, la Fuerza Armada Nacional Bolivariana monitoreó durante 20 horas el traslado de una pequeña embarcación que salió de Puerto López, en La Guajira colombiana, pasó por la península de Paraguaná, en el estado venezolano de Falcón, y fue interceptada cerca del Puerto de Cumarebo, en la costa de esa entidad con salida al Caribe.

Cabello detalló que le hicieron todos los llamados de alto a los cuatro tripulantes, cumpliendo con los protocolos de interdicción de drogas, y que finalmente “al verse rodeados, se rindieron”. Entre el material incautado se encuentran una embarcación tipo ‘Go fast’ con cuatro motores fuera de borda, un teléfono satelital, 100 sacos de clorhidrato de cocaína, dos teléfonos inteligentes, dos radiotransmisores, un GPS y 2.400 litros de combustible en 28 bidones.

 Cabello dijo que el operador de la droga es Levi Enrique López Bati, quien posee estrechos vínculos con Gersio Parra Machado, quien opera en el Catatumbo y en La Guajira colombiana. Y aseveró que, con conocimiento de causa, López “es agente de la DEA, un narcotraficante” y que el movimiento de esa droga iba a ser parte de una operación de falsa bandera de EU contra Venezuela. Llamó la atención que los cuatro detenidos portaban cédula de identidad venezolana.

Maduro y la Guerra de Todo el Pueblo

El 15 de septiembre, el presidente Nicolás Maduro reiteró que en caso de una agresión militar al país, Venezuela pasará a una fase de lucha armada de carácter popular, con eje en la concepción de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana de “Guerra de todo el pueblo”; una estrategia en base a la unidad popular, civil y militar, y la movilización política-territorial del Partido Socialista Unificado de Venezuela. Ergo, una combinación de movilización militar y disuasión popular, que remite en el imaginario histórico a un “Vietnam recargado” (reloaded) para Washington.

Venezuela ha desplegado una respuesta multifacética. Militarmente, la FANB ha reforzado sus defensas aéreas y costeras con 25 mil soldados desde la semana pasada, anticipando posibles ataques aéreos. Pero más allá de lo táctico, ha lanzado el Plan Independencia 200, que combina el despliegue de la FANB en 284 puntos estratégicos con la movilización de la Milicia Nacional Bolivariana.

En teoría, la resistencia cívico-militar se desarrollaría en el escenario físico y virtual, en las calles, en las redes y en la mar, articulada por las fuerzas armadas y ocho millones de milicianos. Este último elemento es clave: en lenguaje militar, se trata de “disuasión por costo”. El despliegue miliciano en una estructura de resistencia eleva el precio de cualquier intervención, recordando a Estados Unidos el trauma de Vietnam: una guerra de desgaste y prolongada; impopular y políticamente insostenible para Washington.

Ayer, miércoles 17, al anunciar la activación de la maniobra de campaña ‘Caribe Soberano 200’ en el marco de ejercicios militares en el mar venezolano, el ministro de Defensa Padrino dijo que la FANB activó milicias especiales de pescadores, tropas élites, así como diversas embarcaciones de la Armada, entre ellas, buques con artillería antiaérea. Los ejercicios también son acompañados con sobrevuelos en altamar de aviones de combate Sukhoi, tanques anfibios en las costas, entre otros elementos para la defensa del territorio, dispuestos a expulsar cualquier amenaza como tropas extranjeras, mercenarios y/o delincuentes vinculados al narcotráfico internacional o planes sediciosos.

En un contexto global donde Estados Unidos se encuentra involucrado de lleno en varios frentes de guerra (Ucrania, Medio Oriente, estrecho de Taiwán), Trump podría tener que pensarlo dos veces y evitar aventuras sin retorno. El apresto operacional venezolano indica que puede hacer peligrosamente costosa una intervención militar estadunidense.

 En la rueda de prensa del pasado lunes, Maduro catalogó a Marco Rubio como “el señor de la muerte y de la guerra, del odio”. No obstante, dejó una puerta abierta. Aunque reconoció que los canales diplomáticos con EU se encuentran en un estado de degradación profunda: “No están en cero, pero están deshechos”, dijo que Caracas mantiene “comunicación mínima con el señor (John) Mc Namara por la liberación de nuestros migrantes”.

La concentración de fuerzas del Pentágono en la región caribeña confirma que los canales diplomáticos bilaterales se encuentran “deshechos”, como dijo Maduro, en gran medida por la ambición de Marco Rubio y el afán de destruir cualquier alternativa política viable.

El martes, durante su participación en la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC), celebrada en Asunción, Paraguay, el enviado especial del presidente Trump para el caso Venezuela, embajador Richard Grenell (el otro interlocutor de Maduro), dio una entrevista donde defendió la diplomacia y la búsqueda de un acuerdo con el gobierno de Maduro. Y en un mensaje indirecto a su enemigo interno (Marco Rubio) en el seno de la administración trumpista, dijo: “Siempre me oirán como alguien que aboga por el diálogo. He ido a ver a Nicolás Maduro. Me he sentado frente a él. He expresado la postura de América Primero. Entiendo lo que quiere (…) Creo que aún podemos llegar a un acuerdo. Creo en la diplomacia. Creo en evitar la guerra”.

Según Grenell, “Trump odia la guerra”.

En un momento de máxima hostilidad entre Washington y Caracas, Grenell abrió una rendija para el diálogo y la paz. Hasta ahora, Trump ha manejado la incertidumbre como variable estratégica. En el caso venezolano, aunque acicateado por Marco Rubio, toda la escalada militar depende de él en última instancia. Su pragmatismo oscila entre el instinto de línea dura y el temor al costo político. La moneda está en el aire.

 (*) Carlos Fazio, escritor, periodista y académico uruguayo residente en México. Doctor Honoris Causa de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Autor de diversos libros y publicaciones.

5.9.25

Guerras, mentiras y videos

Carlos Fazio

El affaire de esta semana de la narcolancha hundida en altamar y el despliegue de tropas y barcos estadounidenses en el Caribe apuntarían sobre todo a aislar a Venezuela del eje Rusia-China y a reforzar el control de Washington sobre una zona estratégica.


El 2 de setiembre, el presidente estadounidense, Donald Trump, publicó en su red Truth Social un video de 30 segundos, aparentemente grabado desde un dispositivo militar de la Marina de Guerra, en el que se observa una pequeña embarcación con cuatro motores con unos bultos y unas difusas siluetas a bordo. El metraje avanza y se observa una explosión, y a continuación la lancha rápida encendida en llamas. En la publicación que acompañaba el video, Trump escribió: «Esta mañana temprano, siguiendo mis órdenes, las Fuerzas Armadas de Estados Unidos llevaron a cabo un ataque cinético contra narcoterroristas del Tren de Aragua [TDA] identificados positivamente en el área de responsabilidad del Southcom. El TDA es una organización designada como terrorista extranjera, que opera bajo el control de Nicolás Maduro y es responsable de asesinatos en masa, tráfico de drogas, tráfico sexual y actos de violencia y terrorismo en todo Estados Unidos y el hemisferio occidental. El ataque se produjo mientras los terroristas se encontraban en aguas internacionales transportando narcóticos ilegales con destino a Estados Unidos. El ataque se saldó con la muerte de 11 terroristas en acción». Por su parte, el secretario de Estado, Marco Rubio, señaló que el incidente se produjo en el sur del Caribe y que había sido un «ataque letal».

El video exhibido por la Casa Blanca carece de información verificable y no aporta pruebas de que el bote transportara drogas, ni que proviniera de Venezuela, ni datos sobre su destino, y se desconocen las coordenadas del lugar donde habría ocurrido el hecho. Incluso no hay forma de comprobar quiénes eran los tripulantes de la embarcación, porque fueron «eliminados». Tampoco hay contexto. Y además, con la moderna tecnología de la Armada estadounidense, ¿por qué degradar de manera deliberada la nitidez y la claridad del video al extremo de hacerlo inservible para el análisis?

Lo anterior permite conjeturar que bien podría tratarse de un video fake, de una operación de guerra híbrida y psicológica cuyo objetivo es manipular a la opinión pública y escalar la violencia imperial, de un incidente fabricado, tal como ocurrió en el golfo de Tonkín en 1964, cuando Washington inventó un ataque norvietnamita para justificar la escalada de la guerra en Vietnam y décadas después se comprobó que había sido falso.

En la noche del martes 2, el ministro de Comunicación de Venezuela, Freddy Ñáñez, afirmó que el video podría haber sido creado por inteligencia artificial (IA). «Parece que Marco Rubio sigue mintiéndole a su presidente: luego de meterlo en un callejón sin salida, ahora le da como “prueba” un video con IA», escribió en su canal de Telegram. Ñáñez mostró además una consulta a Gemini, la inteligencia artificial de Google, a la que le pidió analizar el video. La respuesta fue que «es muy probable que se haya creado mediante IA».

Un día antes, Maduro había alertado que el despliegue militar estadounidense en el Caribe buscaba generar un falso positivo, es decir, una operación de bandera falsa para justificar una escalada de agresión a Venezuela. Señaló como ejemplos históricos el incidente del acorazado Maine en la bahía de La Habana, que dio pie al inicio de la guerra hispano-estadounidense en 1898 y es el origen del periodismo amarillo de William Randolph Hearst, y el citado incidente del golfo de Tonkín.

No obstante, parece improbable que en el corto y mediano plazo el Comando Sur contemple ejecutar una operación militar formal contra Venezuela, que es lo que quieren hacer ver como inminente. Lo que puede haber es una intensificación de la guerra no convencional. El escenario previsible es un recrudecimiento de la «máxima presión», que incluye el aumento en las operaciones psicológicas para tensionar (recordar la strategia della tensione usada por la OTAN en Italia en los años sesenta y setenta como instrumento de desestabilización).

TRUMP, EL ZAR DE LA POSVERDAD

La puesta a punto de la renovada «estrategia de máxima presión» de la administración Trump 2.0 sobre Venezuela se montó sobre varios ejes. Uno de ellos fue la reactivación de bulos ideológico-propagandísticos de InSight Crime y la Fundación Heritage, que aluden a la fábula que ubica a Maduro como jefe de los cárteles de los Soles y TDA, y a Venezuela como un «narco-Estado».

La génesis de ambas maquinaciones de desinformación (propaganda gris), sin base empírica y carentes de una investigación seria, de evidencia judicial y de pruebas forenses, remite a un informe fraudulento redactado por Joseph Humire, director del Center for a Secure Free Society, un think tank conservador ligado a la extrema derecha estadounidense, que a su vez retomó una ficción ideológica de InSight Crimeque, según el diario The Guardian de Londres, «se basaba en fuentes no verificadas». Titulado «Descarrilando el Tren de Aragua» y publicado por la Fundación Heritage el 5 de diciembre de 2024, el informe de Humire se presentó como un documento estratégico para la «seguridad hemisférica». Pero lo que revela, según un análisis del 21 de agosto de la página web venezolana Misión Verdad, «no es una amenaza criminal real, sino una mentira calculada, construida a partir de supuestos, generalizaciones y una manipulación descarada del lenguaje».

El texto reproduce, casi textualmente, las líneas centrales del libro-reportaje El Tren de Aragua: la banda que revolucionó el crimen organizado en América Latina, escrito por la periodista venezolana Ronna Rísquez, que según el analista Diego Sequera «cumple con todas las pulsiones confirmatorias que asocian el Tren de Aragua con el gobierno [venezolano], con más de una pirueta que le dé la cuadratura al círculo». El apoyo en fuentes secundarias y una narrativa deliberadamente ficcional para la consideración de políticas gubernamentales en Washington conjuga una deslegitimación de esa misma matriz, tanto por origen como por sus consecuencias.

El informe de Humire se convirtió en documento rector para la segunda administración Trump, que lo adoptó como base para una estrategia de «seguridad integral» contra Venezuela. No se trata de luchar contra el crimen organizado, sino de legitimar una política de injerencia destructiva para un cambio de régimen. Entre sus recomendaciones, figura la creación de un grupo de trabajo hemisférico, inspirado en la Operación Resolución Inherente –la campaña militar contra el Estado Islámico en Siria e Irak–, para «derrotar al TDA» mediante una «aproximación de todo el gobierno» (whole-of-government approach). Eso incluye, eventualmente, el despliegue de fuerzas especiales, asesoría militar desde el Comando Sur y la intervención directa en territorios de países vecinos.

Pero lo más grave es la instrumentalización del TDA para criminalizar a toda una nación. Humire afirma que «el TDA es el proxy perfecto y una herramienta de guerra asimétrica para desestabilizar países democráticos mientras conserva un alto grado de negación plausible». Y en un torpe giro ideológico añade que, dado que está «vinculado» con el gobierno venezolano, el TDA tiene «cimientos socialistas», una asociación absurda que enlaza el anticomunismo del siglo pasado, actualizado con el lenguaje de la «guerra al terrorismo», que cumple una doble función en la actual administración Trump: por un lado, intenta asociar el chavismo con la criminalidad; por otro, se convierte en un dispositivo para generar pánico y justificar el endurecimiento de las políticas migratorias. Así, de pronto, las olas migratorias venezolanas son descritas como «invasiones híbridas», una amenaza existencial que requiere respuestas militares.

EL FACTOR RUBIO

En relación con la actual política de máxima presión contra Venezuela, el verdadero punto de inflexión llegó en mayo, tras un reacomodo en la cúpula de seguridad de Washington que llevó a que Marco Rubio fuera designado como asesor de seguridad nacional interino, a la par de ejercer el cargo de secretario de Estado. Tal dualidad de funciones, que recuerda el poder concentrado por Henry Kissinger en la década del 70, le otorgó a Rubio un rango de acción sin precedentes en materia de seguridad y política exterior, lo que consolidó un viraje más agresivo y centralizado en la agenda de Estados Unidos hacia América Latina, en particular hacia Cuba y Venezuela.

Rubio coordina actualmente todas las agencias de seguridad y defensa estadounidenses, además de articular las recomendaciones estratégicas en materia militar y de inteligencia que recibe el presidente. En este esquema, el asesor se convierte en el verdadero filtro estratégico, capaz de orientar a Trump hacia decisiones más agresivas, sobre todo cuando confluyen factores como la presión de sectores militares y la narrativa de la guerra contra el terrorismo y el narcotráfico. A la vez, esa condición lo ubica en una posición privilegiada dentro del Ejecutivo para utilizar el aparato de seguridad nacional como una herramienta de su propia agenda política y sus ambiciones presidenciales.

El actual movimiento militar de Estados Unidos en el Caribe –incluido el presunto incidente de la narcolancha–, cuya tutela la lleva el exsenador republicano, puede tener un trasfondo estratégico que sugiere que esas operaciones cumplen varias funciones principales:

1) Se activó un nuevo escenario de operaciones psicológicas que podría abarcar ciberataques, sabotajes contra infraestructura crítica y focos de violencia armada urbana como parte de una estrategia de desgaste. El despliegue militar naval en aguas cercanas a Venezuela buscaría minar la moral y condicionar la toma de decisiones de Caracas, así como enviar una señal de amenaza latente sin disparar un solo misil. De todas maneras, la recompensa de 50 millones de dólares por Maduro ofrecida por Trump podría alentar a militares disidentes a dar un golpe de Estado con apoyo naval in situ, sin descartar una operación de extracción del mandatario por un comando de élite del Pentágono.

2) Al ubicar activos militares cerca de Venezuela (las versiones indican alrededor de 4 mil marines, un número muy poco significativo para una invasión), podría tratarse de una provocación calculada mediante la cual Washington eleva la tensión y fuerza a los gobiernos de la región a pronunciarse, lo que crea un clima de hostigamiento e, incluso, empuja un casus belli.

3) Washington exhibe una capacidad de acción militar real; aunque funcionarios estadounidenses insisten en que se trata de una «demostración de fuerza», la orden ejecutiva de Trump habilita operaciones militares directas.

4) Sumado a la puesta en escena de la lancha rápida, no se puede descartar otra eventual operación de bandera falsa articulada entre ExxonMobil y el gobierno de Guyana, cuyo objetivo sería escenificar un ataque en zonas marítimas en disputa en el Esequibo. Tal eventualidad responde al manual clásico de las operaciones de falsa bandera que se inician con las acciones encubiertas que atribuyen la culpa al adversario, utilizadas históricamente como justificación para intervenciones, sanciones ilegales y guerras. En este caso, Guyana aparece como punta de lanza de un dispositivo geopolítico mayor en el que Washington y transnacionales como ExxonMobil encuentran terreno fértil para avanzar su ofensiva.1

5) Otra variable más grave sería el uso por el Pentágono y la CIA de las metodologías bélicas utilizadas por la OTAN en Siria, Ucrania y Palestina ocupada, en particular, el empleo de drones, modalidad que ha revolucionado las guerras actuales.
En suma, el actual despliegue naval y aéreo de Estados Unidos –que incluye el crucero USS Lake Erie, con capacidad de disparar misiles Tomahawk, aviones de reconocimiento P8 Poseidón y un submarino de ataque nuclear, un verdadero exceso para la lucha contra el narcotráfico– es multifacético y deliberadamente ambiguo: combina disuasión, presión psicológica y preparación bélica, con un claro trasfondo político de ataque contra el gobierno venezolano.

Pero la ficción acusatoria contra Maduro no es un error: es un plan, dice Misión Verdad. Y mientras haya quien repita el guion sin cuestionarlo, la mentira seguirá siendo política. De allí que, más allá de la retórica antidrogas que se presenta como justificativo, lo que está en marcha es un rediseño del tablero regional bajo la impronta de Rubio y de los sectores de poder que lo respaldan («la mafia de Miami», la llamó Maduro), para lo cual es condición sine qua non ejecutar un cambio de régimen en Venezuela.

Desde hace décadas, Estados Unidos ha apelado al discurso antidrogas y a la etiqueta del terrorismo como coartadas para justificar intervenciones en América Latina y el Caribe. De allí que lo que hoy se presenta como lucha contra el crimen transnacional o el terrorismo no es más que una pantomima para revestir con apariencia de «legitimidad» lo que en esencia sigue siendo un plan de cambio de régimen, con la mira puesta en el petróleo, el gas y las tierras raras del país sudamericano, así como el control del Mediterráneo de Estados Unidos (el golfo de México y el Caribe), de cara a una eventual guerra con China. En ese sentido, y dado que la operación no responde a una lógica antinarcóticos –las evidencias públicas son inexistentes–, ¿se montó la operación naval a la manera de un cordón sanitario en el Caribe ante la urgencia de contener la multipolaridad energética que se fraguó esta semana en Tianjin, China, en el marco de la 25.a cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS)?

Como señaló el analista Tito Ura, «el capitalismo estadounidense, atravesado por sobreacumulación, deuda y pérdida de reservas de petróleo pesado, recurre a la forma más extrema de su reproducción: la guerra como valor de uso para restablecer la renta geopolítica» (Rebelión, 28-VIII-25). ¿Funcionará el cerco naval como una valla aduanera flotante sin necesidad de ocupar territorio venezolano? ¿Percibe Washington la posible incorporación de Venezuela como observador pleno en la OCS como una réplica de la doctrina Monroe invertida, con la multipolaridad desembarcando en su tradicional patio trasero? ¿Quiere mostrar músculo ante su pérdida de hegemonía? ¿Se trata de un aviso preventivo no a los grupos criminales, sino al eje Rusia-China-India-Irán, y a Brasil, mostrando que Washington todavía tiene capacidad de presión militar? ¿Es un arma de disuasión para frenar la expansión de China y Rusia en América Latina, condicionar a Maduro y erosionar el relato multipolar de la OCS en un momento clave?
  
 1. Guyana apoyó el despliegue militar estadounidense en el Caribe. ↩︎

14.8.25

Hacia la histórica cumbre entre Trump y Putin en Alaska

Por Carlos Fazio

Mientras Zelensky y sus aliados europeos de la “coalición de los dispuestos” observarán a distancia, EU y Rusia discutirán en Anchorage la eventual reconfiguración territorial de Ucrania y negocios bilaterales en materia de petróleo, tierras raras y un corredor geoeconómico en el estrecho de Bering.



Desde hace una semana, cuando el presidente Donald Trump anunció la histórica cumbre con su homólogo ruso Vladimir Putin, a realizarse mañana 15 de agosto, presumiblemente, en la base militar Elmendorf-Richardson ubicada en la ciudad de Anchorage, en el estado estadunidense de Alaska, las especulaciones sobre los objetivos del encuentro no han cesado.

Si bien las versiones predominantes aluden a la posibilidad de un acuerdo para poner fin al conflicto en Ucrania, que contemplaría la pérdida de territorios del país euroasiático a manos de la Federación Rusa, otras indican que lo sustancial de la reunión giraría sobre cinco tópicos: petróleo, tierras raras, la limitación nuclear de ambas superpotencias, el corredor geoeconómico de Rusia y Estados Unidos en el estrecho de Bering –quizás sumando a China para asentar el nuevo orden mundial tripolar (G-3)– y el reparto del Ártico.

El martes 12, mientras se difundían despachos de prensa sobre la posibilidad de que, con apoyo británico, antes de la cumbre el Ejército ucraniano organizara una operación de bandera falsa con drones y misiles contra un barrio densamente poblado o un hospital en la ciudad de Chugúyev, en la región de Járkov –que le permita ganar fuerza de negociación frente a Trump, quien ve en Zelenski el principal obstáculo para alcanzar una negociación medianamente exitosa con Rusia–, la portavoz de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, pareció moderar las expectativas de un rápido acuerdo de alto al fuego, al señalar que para el jefe de la Casa Blanca será un “ejercicio de escucha”, para que “obtenga una comprensión más firme y mejor de cómo podemos, con suerte, llevar este conflicto a su fin”.

Un representante de la administración Trump declaró a Politico que el objetivo del magnate neoyorkino se centra en evaluar a Putin, averiguar si el mandatario ruso tiene serias intenciones y trabajar para lograr, después, una reunión trilateral con el líder del régimen de Kiev, Vladímir Zelenski. Otro funcionario señaló al medio que se trata de “confiar en los instintos de Trump”. El informante expresó que el presidente ruso “ofreció un plan”, y agregó: “Puede que no sea un plan viable, pero había algo sobre el papel, lo que demuestra un avance (…) así que irá a escucharlo”. Después de hablar, “Trump podrá evaluar cuán serio es Putin respecto a la paz”, informó otro funcionario estadunidense y añadió que la reunión es “el comienzo de una nueva fase”.

No obstante, este miércoles, tras una reunión por videollamada con líderes de la Unión Europea y Zelenski, fiel a su contradictorio estilo personal de negociar, Trump prometió que Rusia enfrentará “consecuencias muy graves” si Putin no acepta detener el conflicto después de la reunión en Alaska.

Por su parte, tras del encuentro de Putin con Steve Witkoff la semana anterior, el Kremlin habrá evaluado la verdadera posición de Estados Unidos, en particular sus limitaciones y restricciones, en contraste con las declaraciones grandilocuentes procedentes de Washington ante la expiración del “plazo para la resolución” del conflicto ucraniano y la introducción de nuevas sanciones contra Rusia.

Moscú apoya una cuarta ronda de conversaciones en Estambul, y Putin y sus asesores habrán entendido que el frenesí mediático y el revuelo causado por los submarinos armados con misiles que Trump ordenó acercarse a Rusia, son elementos típicos de sus tácticas de presión antes de las negociaciones. Como observó el ex embajador británico y experto geopolítico, Alastair Crooke, la realidad que se esconde tras este frenesí es que Trump tiene pocas cartas con las que intensificar la presión sobre Rusia (las reservas de armas se han agotado) y el recurso a misiles de mayor alcance provocaría entre los MAGA el clamor de que el líder republicano está llevando a Estados Unidos a la tercera guerra mundial.

Hipótesis sobre el nuevo mapa después de la cumbre

En la coyuntura, Putin parece llegar más fortalecido que Trump a la cita. En un momento en que parecía que la retórica del jefe de la Oficina Oval contra Rusia se volvía más agresiva, con ultimátums de “10 o 12 días” y amenazas de más sanciones, incluido su embargo petrolero contra los clientes de Moscú, a lo que a sugerencia del general Keith Kellogg se sumó el envío de dos submarinos nucleares de la clase Ohio “frente a las costas” de Rusia, la reciente visita del enviado de la Casa Blanca al Kremlin, Steve Witkoff, marcó un cambio radical en la actitud de Washington, posibilitando la esperada reunión entre ambos mandatarios.

Como han señalado diversos analistas de información, en los meses anteriores la presión de Trump para un acuerdo de paz parecía un capricho personal, y el llamado ‘Partido de la Guerra’ y los globalistas a ambos lados del Atlántico aún tenían cartas que jugar: el paquete de sanciones del senador republicano de ultraderecha, Lindsey Graham, connotado rusófobo; nuevos envíos de armas estadunidenses a Ucrania, y las iniciativas de la “coalición de los dispuestos”, impulsada por el  presidente francés Emmanuel Macron, el primer ministro británico Keir Starmer y el canciller alemán, Friedrich Merz, para desplegar tropas europeas en Ucrania.

Además de que la situación desfavorable en el frente de batalla para el régimen de Zelenski significa que Trump –atrapado por el caso Epstein y las presiones de un sector de la sociedad estadunidense por su complicidad por el genocidio del régimen de Benjamín Netanyau en Gaza, lo que ha repercutido en su base MAGA, que exhibe signos de desintegración– necesita ahora conversaciones con Putin, no porque personalmente desee la paz, sino porque las realidades en la línea del frente de guerra lo empujan a ello. Como ha repetido el primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, Rusia ya “ha ganado” el conflicto y ahora “es el turno de Occidente para reconocerlo”. Desde el punto de vista de Trump, cuanto antes pueda cerrar algún tipo de acuerdo con Moscú, mejor. Y esa urgencia es otra ventaja para Putin, quien, en caso de no alcanzar un acuerdo, no pierde nada. El Ejército ruso puede profundizar su guerra de desgaste y seguir avanzando hasta que se rompa el frente ucraniano, o hasta la próxima iniciativa de paz con Washington.

Desde que resultó electo como presidente de EU en noviembre de 2024, Trump y su enviado especial para el caso ucraniano, el general Keith Kellogg, sugirieron que un futuro acuerdo de paz entre Ucrania y Rusia implicará un intercambio de territorio entre ambas naciones. Eso lo han repetido ambos en múltiples oportunidades en los últimos ocho meses, incluidos sendos pronunciamientos del secretario de Estado, Marco Rubio y del otro negociador especial de Trump, Steve Witkoff. Incluso, el citado senador Lindsey Graham, representante de Carolina del Sur, declaró en una entrevista con el programa ‘Meet the Press’ emitido el pasado domingo en NBC News, que Ucrania no podrá “expulsar a todos los rusos”, por lo que cree que un hipotético acuerdo de paz contemplará modificaciones territoriales que el régimen de Kiev tendrá que aceptar durante la cumbre entre Trump y Putin. Dijo: “Para ser sincero, Ucrania no expulsará a todos los rusos, y Rusia no tomará Kiev. Así que habrá algunos intercambios de territorios al final”.

En principio, la posición rusa sigue siendo la establecida por el presidente Putin el 14 de junio de 2024. La propuesta de Moscú contempla que Kiev retire completamente sus tropas de las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk y de las provincias de Zaporozhie y Jersón (incorporadas a Rusia después de consultas populares en 2022) y reconozca esos territorios, así como Crimea y Sebastopol, como sujetos de la Federación Rusa. Además, debe garantizarse la neutralidad, la no alineación, así como la desnuclearización, desmilitarización y desnazificación de Ucrania, objetivos iniciales de la operación militar especial.

Sin embargo, para el Kremlin no se trata solamente de encontrar una solución pacífica, sino también de concertar un compromiso firme y vinculante, y firmar documentos reconocidos internacionalmente. Aquí surge el problema de la ilegitimidad de los dirigentes del régimen de Kiev. El mandato de Zelenski expiró en mayo del año pasado, por lo que los representantes del Poder Ejecutivo, que son nombrados por él, también son ilegítimos. Además, Putin ha insistido en la necesidad de abordar las “causas profundas” del conflicto y que a la hora de buscar soluciones es necesario basarse en las “realidades sobre el terreno”. Es un dato real que la cumbre se da en un contexto de ampliación de la zona de control militar ruso en la línea de contacto. Por su parte, Zelensky, apoyado por la desdibujada “coalición de los dispuestos”, asegura que nunca reconocerá la soberanía de Rusia en las regiones ‘conquistadas’ por Moscú y especula con la integración de su país en la Alianza Atlántica.

En ese contexto, en el campo mediático se manejan diversas hipótesis. Según la web estadunidense Axios, tras la reunión de Witkoff con Putin, el 6 de julio, el enviado estadunidense habría indicado a Trump, Zelenski y varios líderes europeos que el Kremlin estaría dispuesto a renunciar a los territorios que controla en las regiones de Zaporiyia y Jersón, en el sur, si Kiev cediera Lugansk y Donetsk, en el este, así como Crimea, anexionada por Moscú en 2014.

Sin embargo, al día siguiente la versión de Witkoff al contactar con altos funcionarios europeos y ucranianos en una videollamada fue muy diferente. Según Witkoff, a lo que habría accedido Putin era a “congelar” el avance ruso en esas regiones y no proceder a su total conquista. Una versión que parece más lógica, dado que Rusia difícilmente devolverá a Ucrania la media luna de territorio conquistado con acceso al mar que une Crimea con la zona del Donbás, a la que pertenecen las regiones de Lugansk y Donetsk, y que cuenta en su área con la central nuclear de Zaporiyia, la mayor de Europa.

A su vez, sin citar fuentes, el medio de comunicación polaco Onet divulgó la supuesta propuesta estadunidense, que incluiría el reconocimiento de facto de los territorios ocupados por Rusia aplazando la cuestión del estatus durante 49 o 99 años. La iniciativa también incluiría el fin de las sanciones y, a largo plazo, el restablecimiento del comercio en materia de energía. A cambio, el documento presuntamente presentado por Witkoff no aborda la cuestión del veto al ingreso de Ucrania en la OTAN.

Otro informe, publicado el 8 de agosto por la agencia estadunidense Bloomberg, especifica que Rusia podría obtener el control total del Donbás, incluso de las partes que el ejército ucraniano ha conseguido retener. En el caso de Jersón y Zaporiyia, el acuerdo dejaría el control territorial según las líneas de batalla actuales. No está claro en qué situación quedaría Crimea, controlada por Rusia, pero fundamental para Ucrania.

Por su parte, el experto geopolítico ruso Leonid Savin ha comentado que si se produce una división de las esferas de influencia en el territorio de Ucrania, como ocurrió en la Conferencia de Potsdam, entonces entrarán en contacto y, posiblemente, tendrán una zona de amortiguación dos órdenes mundiales: el estadunidense y el ruso. Como ocurrió en la era de la bipolaridad, pero entonces la frontera se extendía mucho más al oeste. Aquí, según Lavin, la cuestión crítica y operativa será dónde se trazará exactamente la línea divisoria. ¿Según las fronteras administrativas y territoriales? ¿Según el Dniéper (teniendo en cuenta la retirada de las Fuerzas Armadas de Ucrania de la parte ocupada de la región de Jersón)? ¿O se extenderá mucho más al oeste, donde se encuentran las tierras históricas del mundo ruso?

Más allá de lo que finalmente se logre en la cumbre, otro punto de presión que tendrá Trump será la “responsabilidad” de asegurarse de que el régimen de Kiev y sus aliados europeos “se alineen” y no torpedeen las líneas generales de un acuerdo como lo hicieron previamente. Acerca de los posibles resultados del encuentro, es probable que sobre el tema ucraniano se logre un conjunto de promesas grandiosas, dramáticas y en última instancia vacías, pero suficientes para que Trump registre la casilla de ‘pacificador’ en su marcador personal, en su ansiada y obcecada carrera hacia la obtención del Premio Nobel.

Petróleo, tierras raras y un corredor geoeconómico en el estrecho de Bering

Paradójicamente, la provocación trumpista de los submarinos clase Ohio en “las cosas rusas”, por absurda que sea, ha dado a Moscú el pretexto para proponer algo que llevaba tiempo en la “mesa de diseño” del presidente Putin: Rusia ha anunciado el levantamiento de las restricciones autoimpuestas en el marco de la moratoria sobre el despliegue de misiles de medio y corto alcance (Tratado INF), justificándolo con las acciones de Estados Unidos, que desde hace tiempo había desplegado sistemas similares en Europa y en la región Asia-Pacífico, violando así el statu quo. Por primera vez, Moscú subraya de manera oficial que la amenaza de los misiles INF estadunidenses no proviene solo de Europa, sino también de la región Asia-Pacífico.

Ése podría ser un tema clave en la cumbre de Alaska. Como ha mencionado Alastair Crooke, a nivel de lógica formal, la revocación de la moratoria sobre el despliegue del INF por parte del Kremlin no es más que una respuesta simétrica a la anterior escalada de Washington. Pero a un nivel más profundo, Rusia no está simplemente “reaccionando”: está creando una “nueva arquitectura estratégica” en ausencia de restricciones internacionales. Y, entre otras cosas, tiene en sus manos la producción en serie del misil balístico hipersónico Oreshnik, así como un aliado directo, Corea del Norte, en la región Asia-Pacífico. Este cambio de paradigma se concibe como estratégico. Mientras que antes Moscú confiaba en los tratados y en el ‘comportamiento normal’ de sus contrapartes, ahora apuesta por “la imprevisibilidad, los frentes interconectados y el equilibrio de amenazas”. En una coyuntura, además, que el enemigo principal declarado de las administraciones de Joe Biden y Donald Trrump, es China, que, a la sazón, se define también como un país “casi del Ártico”.

Según consignó Alfredo Jalife -Rahme en el periódico mexicano La Jornada, Rusia ostenta la mayor flota de rompehielos del mundo que hoy se encuentra en las aguas del Ártico en las cercanías de Alaska, a la que se acaba de unir una armada de cinco rompehielos chinos. ¿Tendrán la capacidad de transportar misiles nucleares los rompehielos rusos y chinos? Adicionalmente, el presidente chino Xi Jinping celebró con los contactos entre Rusia y EU, quizá en preparación de lo que se ha venido vaticinando como una probable cumbre geoestratégica de un G-3 en Beijing, entre Putin, Trump y el mandatario chino, el 3 de septiembre próximo. Lo que podría sentar las bases para un reparto del Ártico entre los tres protagonistas.

En otro orden de ideas, tanto Trump como su enviado especial, Witkoff, han mencionado en varias ocasiones, la oportunidad de hacer negocios con Rusia en materia de petróleo y tierras raras, lo que podría profundizarse por ambos presidentes durante su cita en Anchorage, a la par de avanzar en los detalles para un eventual corredor geoeconómico Rusia/China en el estrecho de Bering, al que podría sumarse China.

 

*Publicado en Mate Amargo el 14 de Agosto de 2025

27.7.25

Ni iguales ni soberanos: la política del miedo

Jose Romero


Uno de los rasgos más persistentes de la política mexicana es el temor estructural de sus funcionarios a contradecir, incomodar o incluso malinterpretar la voluntad de Estados Unidos. No es un miedo irracional ni una cobardía individual, sino una conducta aprendida y normalizada. Nace de la historia, se refuerza con la dependencia económica y se reproduce en una élite formada bajo la lógica del poder dominante. Lo que se dice, se calla o se decide frecuentemente se filtra según lo que Washington puede tolerar.

La raíz es profunda. Tras la guerra de 1846-1848, México perdió más de la mitad de su territorio y quedó marcado por una relación desigual con su vecino del norte. En el siglo XX, esa subordinación se expresó desde la ocupación de Veracruz en 1914 hasta las presiones tras la expropiación petrolera de 1938. En los 80, la crisis de la deuda colocó al país bajo la tutela del Tesoro estadunidense, el FMI y el Banco Mundial. Fue el inicio de un condicionamiento sofisticado pero limitante.

El TLCAN, firmado en 1994, profundizó esa lógica. Presentado como un acuerdo entre iguales, en la práctica insertó a México en las cadenas de valor de Norteamérica como proveedor de bajo costo. Hoy, más de 84 por ciento de nuestras exportaciones va a Estados Unidos, las remesas alcanzaron 63 mil 300 millones de dólares en 2023 –4.1 por ciento del PIB–, y 95 por ciento provino de connacionales en Estados Unidos. Más de 50 por ciento de la inversión extranjera es estadunidense y más de 70 por ciento del sistema bancario opera con capital extranjero. Esta red de vínculos configura dependencia: cualquier gesto de autonomía se percibe como amenaza.

En ese contexto, las represalias comerciales o diplomáticas no necesitan concretarse para surtir efecto. México se anticipa y se regula a sí mismo. Basta con la expectativa. El país actúa como si ya hubiese sido reprendido, incluso antes de decidir por sí mismo.

Pero el miedo no es sólo económico. También es expresado en lo simbólico y cultural. Una gran parte de la élite política y técnica se formó en universidades y organismos multilaterales moldeados por Estados Unidos. Esto engendró un "colonialismo académico" que no impone dominio por la fuerza, sino por legitimidad intelectual. Incluso quienes estudiaron en instituciones nacionales lo hicieron bajo la tutela intelectual de profesores formados en el extranjero, herederos de visiones ajenas. Si algún funcionario o analista propone una postura que no encaja con lo que Washington o los mercados esperan, se le considera ingenuo o poco profesional. El alineamiento ya no se impone desde el exterior: se introyecta, se normaliza y se convierte en sentido común. Así surge una élite que no sólo teme contradecir a Washington, sino que ni siquiera puede imaginar una alternativa.

En este marco, la política exterior mexicana ha sido reactiva. Se practica una política de "no molestar": ni a Washington ni a los mercados, tampoco a organismos internacionales. Las decisiones no se toman por el bien de México, sino para no incomodar actores externos. Y así, la soberanía se disuelve en los márgenes invisibles de la prudencia.

Un caso revelador fue la amenaza de Trump en 2019 de imponer aranceles de 5 por ciento si no se contenía la migración. En menos de 48 horas, México desplegó a la Guardia Nacional y aceptó, de hecho, ser "tercer país seguro". No hubo defensa jurídica ni consulta al Congreso: sólo acatamiento automático.

Esta lógica persiste. Hoy el gobierno enfrenta nuevas formas de coacción: amenazas arancelarias, exigencias en seguridad, presiones por el fentanilo, restricciones agrícolas y reglas sobre aviación internacional. Bajo el T-MEC, las decisiones internas se evalúan desde el exterior por supuesto cumplimiento. Se exige cooperación, pero casi nunca negociación. México sigue operando en el margen del miedo, no del interés propio.

Sin embargo, sí existen márgenes para mayor autonomía. México no pertenece a alianzas militares ni enfrenta sanciones y conserva posición diplomática gracias a su neutralidad. Tiene ubicación geoestratégica, acceso a dos océanos, frontera con la principal economía del mundo y relaciones crecientes con América Latina, Asia y Europa. Existe capacidad para diversificar alianzas y mercados. Lo que falta no es permiso, sino voluntad política e instituciones capaces de sostener una estrategia propia.

Hace falta una política industrial como auténtica estrategia de transformación productiva nacional. Esto exige articular políticas financieras, cambiarias, fiscales, comerciales, tecnológicas y de formación de capacidades. En el centro deben estar las empresas mexicanas, con la inversión extranjera en una posición periférica y regulada. El objetivo es construir un aparato productivo nacional, con valor agregado, empleo calificado y soberanía económica. Para ello, se requiere un proceso de innovación acumulativa mediante el aprendizaje del propio sector manufacturero. Las empresas mexicanas deben aprender a producir por sí mismas, dominar tecnología y dejar la dependencia externa. Eso es lo que ha faltado en los últimos 43 años: una estrategia de largo plazo para fortalecer nuestras capacidades internas de producción, innovación y autonomía tecnológica.

Persiste un temor paralizante: el de violar compromisos del T-MEC o provocar represalias transitorias. ¿Para qué seguir cuidando normas de un tratado que, en los hechos, ya está muerto? Fue presentado como entre iguales, pero firmado entre países profundamente desiguales. Ha funcionado como una arquitectura jurídica de subordinación más que como marco de cooperación. Hoy opera como instrumento de presión unilateral. Ese miedo inhibe cualquier intento serio de regulación o impulso al capital nacional.

Ese miedo no se vence con discursos abstractos. Se supera con banca, industria y ciencia nacionales; con universidades comprometidas con el desarrollo y desvinculadas del tutelaje extranjero. Hace falta una élite que piense desde México, con mirada crítica y compromiso con el bien común. Hoy existen condiciones políticas, respaldo popular y legitimidad institucional para dar ese paso. El cambio no será inmediato. Requerirá años, quizá décadas, pero debe comenzar hoy. Hoy, ante un nuevo ciclo político, esa decisión no puede seguir postergándose. La soberanía no se decreta: se construye paso a paso, con visión y voluntad. Recuperarla exige que rompamos los automatismos del miedo y nos atrevamos a pensar con voz propia.

24.7.25

Reescribir el futuro: el nuevo orden económico global y la lucha ideológica

Óscar David Rojas Silva

I

El dominio del imperialismo capitalista tiene en la ideología una de sus armas más poderosas. Recientemente hemos atestiguado la instalación de la guerra cognitiva como una de las principales herramientas para moldear y tergiversar la realidad, de modo que dificulta comprender los fenómenos, llevando a desestimar la posibilidad de intervenir en ellos, o, simplemente, a la indiferencia ante su significado. Cualquiera de estas opciones produce una despolitización que beneficia al status quo. La infodemia ha logrado en el mundo occidental un anesteciamiento frente a horrores como las guerras, hambrunas y genocidios. Es una gran droga mediático-militar que garantiza impunidad frente a la barbarie.

II

La captura ideológica se consigue, principalmente, a través de la desarticulación de la memoria histórica. De pronto, fenómenos cruciales de la historia desaparecen del imaginario colectivo, se impone una narrativa cuyo objetivo es siempre mostrar que una realidad alternativa a la dominante es simplemente imposible, que no tiene sentido. Esta racionalización tiene que ver con la imposición del núcleo de la guerra híbrida: la falsa universalización del proyecto de modernidad occidental. Los fenómenos sin historia son difíciles de comprender puesto que se ignoran sus raíces y su dinámica. Cancelar la historia es una forma de cancelar la capacidad de plantear los mundos alternativos. Por ello, la historia debe ser revisada a contrapelo, como bien recomendaba Walter Benjamin –el filósofo místico de la Escuela de Frankfurt– porque la historia contada por los vencedores siempre anulará a los vencidos. Por tanto, la primera labor de liberación es recuperar y amplificar la visión histórica más allá de la narrativa oficial de los vencedores.

III

Actualmente vemos una lucha cruenta entre el bloque liderado por Estados Unidos (G7) y el bloque asiático liderado por China (BRICS). Este es el conflicto principal que detona todos los demás puntos de crisis en el actual sistema internacional. Pero el contenido de la misma no se ha enunciado, desde mi punto de vista, lo suficientemente claro: se trata de una nueva edición de la lucha anticolonial, comenzada justo después de la segunda guerra mundial. Es decir, si bien los BRICS comenzaron a sonar ya en el siglo XXI, estos tienen antecedentes históricos, como es el grupo de los 77 (G-77), que representa la organización de países del sur global bajo el espíritu de liberación del mundo colonial (todavía vigente a mediados del siglo XX, cosa que no debe perderse de vista) proveniente de la Conferencia de Bandung, celebrada en Indonesia en 1955 para promover la cooperación como base para los países desde el sur global.

Quizá el punto de mayor alcance político se logró con la resolución 3281,  adoptada por la Asamblea General de la ONU en 1974, que dio paso a la Declaración de Derechos y Deberes Económicos de los Estados, cuyo objetivo fue la fundación de un Nuevo Orden Económico Internacional (NOEI). El centro de esta carta está en asegurar a los países el derecho al desarrollo, la autonomía de sus políticas económicas y la soberanía frente al poder de las empresas trasnacionales.

Obviamente este acontecimiento quedó borrado de la memoria pues inmediatamente después de esta declaración comenzó el despliege del neoliberalismo, ocultando todos esos esfuerzos bajo la narrativa unilateral de la globalización occidental y la glorificación de los “derechos” de la inversión extranjera directa (IED) por encima de los Estados nacionales (EN). Los resultados de estos principios hoy se pueden observar con claridad: un planeta con crisis climática, con crisis humanitaria, estancamiento económico, con desigualdad estructural y violencia esparcida por todos sus poros. Ni siquiera los supuestos ganadores hoy se benefician de este proyecto: viven también bajo crisis dentro de sus propias fronteras.

IV

La crisis hegemónica de EU es la crisis hegemónica de todo el modelo de gobernanza global basado en la Organización de Naciones Unidas (ONU), cuyo diseño es esencialmente anti-democrático, pues a través de la votación ponderada y el derecho al veto permite la existencia de un grupo que toma el control de las decisiones. Por ello, cuando ese grupo liderado por Estados Unidos decide violar las normas internacionales de manera abierta y sin pudor (recuérdese el reciente bombardeo a Irán) no hay ninguna instancia que le pueda sancionar. Y si le sumamos que frente a esta crisis, EUA ha decidido utilizar la guerra comercial arancelaria a discreción, lo único que se ratifica es la existencia de una especie de monarquía financiera global que revela las contradicciones de su supuesto carácter democrático y se presenta como un sistema que, al perder fuerza, revela su carácter neocolonial anacrónico.

Es un detalle paradójico para la historia del pensamiento económico que la otrora potencia industrial busque ahora reindustrializarse a partir de medidas comerciales al estilo del viejo mundo mercantilista. Cuando los poderes de la modernidad pierden fuerza, muestran con claridad la anacronía de su verdadero pelaje: la de la explotación sistemática de una metrópoli con respecto a sus colonias. Este es el modelo que ya no puede continuar más. El mundo construído a la sombra del hongo atómico en 1945 hoy ya ha llegado a su límite histórico. Por ello es necesario organizar un nuevo frente para retomar el multilateralismo bajo los principios de la NOEI.

V

No es un detalle menor que los países del modelo occidentel estén creciendo en un promedo de 1.5 por ciento, mientras que el promedio de los BRICS se encuentra alrededor del 3.4 por ciento. Y si observamos al G-77 del sur global, el promedio sube a 4.1 por ciento. Esto significa que lejos de la narrativa de los países industriales que “jalan” a los demás países, hoy el modelo económico occidental es una traba para la potencialidad de los países del sur global. La vía para ordenar esta nueva fase comienza por la recuperación de los principios de soberanía sobre los recursos, el derecho al desarrollo y el control de los capitales extranjeros, principios que fueron defendidos por la NOEI y que vale la pena recuperar para orientar nuestras acciones.

VI

El retorcimiento ideológico del trumpismo ha sido colocarse como un país víctima de todos los demás. El NOEI de 1974 fue borrado por el imperio del dólar generando todo un proceso de succión de la riqueza mundial. La violencia proveniente del modelo neoliberal todavía causa estragos en todo el sur global. Por ello es que en el momento en el que EU se coloca como víctima es, simplemente, una inversión radical de la historia. En contraste, el multilateralismo aboga por una reestructuración bajo principios del respeto a la soberanía de los países bajo relaciones de coordinación y no de subordinación.

Los distintos países agraviados hoy por la presión arancelaria están distinguiendo nítidamente las diferencias entre modelos. Mientras que EU exige cambios políticos bajo el símbolo del injerencismo, China proyecta colaboración en infraestructura sin meter en la ecuación la esfera política de cada país. La forma de superación monárquica es la reafirmación del carácter republicano bajo independencia económica sustantiva, es decir, superando la modernidad colonial. Estos son los términos de la batalla de cara a la entrada del segundo cuarto del siglo XXI.

*Economista (UdeG) con estudios de maestría y doctorado (UNAM) sobre la crítica de la economía política. Académico de la FES Acatlán. Director del Centro de Estudios del Capitalismo Contemporáneo y comunicador especializado en pensamiento crítico en Radio del Azufre y Academia del Azufre.

12.7.25

¿Prosperidad compartida?

Raúl Romero


En 2013 el Banco Mundial (BM) integró entre sus objetivos un concepto que desde la década de los 90 venía ganando adeptos: Prosperidad compartida.

Junto con otras instituciones multinacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial se han encargado de orientar la política económica del orbe, garantizando la expansión y primacía de los intereses privados de Estados Unidos y sus aliados; encontró en la prosperidad compartida una "idea fuerza" para acompañar otras metas que se venían imponiendo décadas atrás, por ejemplo el crecimiento económico sostenido.

Al igual que otros propósitos promovidos desde instituciones financieras internacionales, la prosperidad compartida se plantea como finalidad que los países que se han caracterizado por un crecimiento económico impulsen el aumento de los ingresos de la población más pobre, contribuyendo a reducir las grandes brechas de desigualdad; lo anterior, sin atentar contra las clases dominantes y mucho menos contra el sistema capitalista. Una ambición noble, pero irreal.

Jaime Saavedra-Chanduvi, quien en 2013 fuera director del Departamento de Reducción de la Pobreza y Equidad del Banco Mundial, describió los objetivos de la siguiente forma: “¿La prosperidad compartida implica la reducción de la desigualdad mediante la redistribución de la riqueza? No. Es necesario centrarse primero en aumentar lo más rápido posible el bienestar de los menos favorecidos. Sin embargo, no estamos sugiriendo que los países redistribuyan un "pastel económico" de cierto tamaño, o le saquen a los ricos para darles a los pobres. Más bien, estamos diciendo que si un país puede aumentar el tamaño de su pastel y, al mismo tiempo, compartirlo de manera que aumenten los ingresos de 40 por ciento de su población más pobre, entonces está avanzando hacia la prosperidad compartida. De modo que el propósito combina los conceptos de aumentar la prosperidad y la equidad”

Desde su campaña a la Presidencia de México, Claudia Sheinbaum abrazó el concepto de prosperidad compartida, convirtiéndolo en uno de sus lemas de gobierno. En lo que va de su gestión lo ha reforzado con otras ideas e iniciativas que apuntan en la misma dirección. Tanto en el Plan México: Estrategia de Desarrollo Económico Equitativo y Sustentable para la Prosperidad Compartida, como en el Portafolio para la Prosperidad Compartida se detallan proyectos que, bajo la promesa de aumentar empleo, infraestructura y garantizar programas sociales, siguen refrendando las ganancias de los mega-ricos que invierten en México.

Se impulsan grandes megaproyectos iniciados en el sexenio pasado y otros nuevos en todo el país; se fomentan polos alternativos del bienestar, al mismo tiempo que se busca generar la infraestructura necesaria para atraer la relocalización empresarial ( near-shoring). Profundizar el modelo capitalista y propiciarle la infraestructura para que se instale en nuevas regiones donde no había llegado con toda su brutalidad, es lo que eufemísticamente llaman ampliar el pastel.

La prosperidad compartida parece ser más bien una actualización de aquellas teorías que prometían que en el capitalismo se generará tanta riqueza que alcanzará para todos; promesa que la propia realidad se ha encargado de desmentir.

El capitalismo no sólo es un sistema de explotación y dominación que atenta contra pueblos y contra la naturaleza, es también un sistema que genera, profundiza y hace negocio de las desigualdades, uno que genera o refuerza dicotomías como centro –periferia o metrópoli– colonia. Para que existan personas ricas, se necesita de una inmensa mayoría de personas pobres distribuidas en un mismo país o en diferentes regiones del mundo.

Ampliar el pastel para compartir la prosperidad, en los hechos, con-lleva otros peligrosos riesgos, como mayores afectaciones ambientales, incluso en aquellas zonas destinadas a la transición energética, o el aumento de las desigualdades, principalmente para trabajadores precarizados e informales.

La adopción de este modelo por parte de la presidenta Claudia Sheinbaum ha comenzado ya a mostrar los límites y contradicciones de su gestión.

Frente a la demanda de miles de maestros en todo México de echar abajo la reforma neoliberal al sistema de pensiones de 2007, ella optó por ponerse de lado de los bancos y las Afore que año con año generan cuantiosas ganancias. Frente a la exigencia de miles de trabajadores de reducir la jornada laboral, la respuesta fue llevar la discusión a foros con vías a garantizar esa demanda hacia el final del sexenio. Sin embargo, como bien lo ha denunciado el Frente Nacional por las 40 Horas –que han sido reiteradamente excluidos de dichos foros–, esta es una medida que no puede esperar. La negativa a implementar una reforma fiscal que cobre mayores impuestos a quienes más tienen es parte, igualmente, de esas contradicciones.

Por ahora y bajo este sistema, la "prosperidad" seguirá siendo para unos cuantos. Al capitalismo, aunque le pongan por apellido Bienestar, no oculta su origen ni su futuro: un crimen que se expande.

28.6.25

El mendaz y marrullero Trump se desdobla entre su pulsión exterminadora y su Yo mesiánico

Por Carlos Fazio

En sólo tres días, del 21 y 23 de junio, una alocada y frenética sucesión de hechos que incluyó el bombardeo de tres centrales nucleares pacíficas iraníes, puso al mundo al borde de una gran conflagración bélica y culminó con un inestable y transitorio cese al fuego entre Irán y el eje Estados Unidos/Israel que podría derivar en una guerra de desgaste con implicaciones geopolíticas de signo incierto. No obstante ‑y más allá del reality show protagonizado urbi et orbi por el presidente Donald Trump, que incluyó una histriónica campaña de intoxicación propagandística‑, el análisis de la coyuntura, tras derrumbarse algunos mitos y mentiras, deja varias conclusiones de tipo provisional.

En particular, que Irán y el régimen de los ayatolás son un hueso duro de roer para la potencia imperial y sus vasallos; el tan cacareado Domo de Hierro que garantizaba la seguridad de Israel resultó un fiasco, y según una evaluación temprana de la Agencia de Inteligencia de Defensa y el Comando Central de EU ‑presuntamente filtrada por Israel y difundida por CNN, NBC News y The New York Times‑, los ataques a las instalaciones de Fordo, Natanz e Isfahán no lograron destruir los componentes centrales del programa atómico de Teherán y probablemente solo lo retrasaron seis meses, lo que contradice los categóricos dichos de Trump y el Pentágono de que la operación militar tuvo un “éxito abrumador” y efectos similares a los de… ¡Hiroshima y Nagasaki!

Trump, Netanyahu y la ruptura limpia

El 21 de junio la guerra infinita del Estado imperial dio un nuevo giro. Como adelantó Seymour Hersh dos días antes de los hechos, tras sucumbir a las presiones del Estado profundo (deep state) y ordenar atacar de manera artera e ilegal tres instalaciones nucleares pacíficas de Irán, el presidente Donald Trump escaló la guerra de agresión iniciada, con su consentimiento, por el subimperialismo israelí en Medio Oriente.

Ya entonces, el canciller alemán Friedrich Merz, un halcón y exCEO de BlackRock, había dicho sin sutilezas que el régimen expansionista de Benjamín Netanyahu hacía el “trabajo sucio” (Drecksarbeit) “para todos nosotros”, en implícita alusión a las potencias del Occidente colectivo. Y ahora, asesorado por el director de la CIA, John Ratcliffe, y el comandante general del Comando Central (CENTCOM) del Pentágono, Michael Kurilla ‑vehículos  del Mossad y del complejo militar-industrial de Israel, y financiados, como él, por el Comité de Asuntos Públicos Estados Unidos-Israel (AIPAC), que se describe a sí mismo como un “lobby pro-israelí” ante el Congreso y la Casa Blanca‑, usando como distractor el señuelo “nuclear” iraní, Trump repite el esquema de George W. Bush en su ataque a Irak, en 2003. En la agresión a Irak, Washington esgrimió que Sadam Hussein poseía armas de destrucción masiva, lo que en tiempo real advertimos que era falso; ahora, Trump usó como excusa que Irán está cerca de alcanzar el arma nuclear, otra mentira fabricada por las usinas de propaganda de EU, Reino Unido e Israel, reiterada durante 30 años una veintena de veces (la estrategia de Goebbels de repetir la misma patraña muchas veces) ‑según consignaron The Intercept y otros medios‑, por el cínicamente psicótico Netanyahu, quien ha recurrido de manera sistemática a esa narrativa para manipular la mentalidad paranoica del fundamentalismo judío a fin de fortalecer el ultranacionalismo del gobierno de extrema derecha que él lidera.

Cabe remarcar que tampoco es una guerra preventiva ni defensiva. Estados Unidos y su proxy en Medio Oriente son dos potencias nucleares (según el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo [SIPRI], el arsenal nuclear de Israel cuenta con unas 90 ojivas en el reactor de Dimona y un escuadrón nuclear de 125 cazas) que, al margen de la Carta de la ONU y el derecho internacional, atacaron a un país soberano (lo que da a Irán el derecho a la legítima defensa). Se consumó, así, la revelación del excomandante supremo de la OTAN, el general Wesley Clark, en 2003, poco después del 11-S: para dominar Medio Oriente, EU planeaba atacar y destruir los gobiernos de siete países, empezando por Irak, luego Siria, Líbano, Libia, Somalia, Sudán y culminando con Irán.

Con un antecedente: en 1996, Netanyahu y sus asesores estadunidenses (entre los que se encontraban Paul Wolfowitz, Douglas Feith, Victoria Nuland, Hillary Clinton, Joe Biden, Richard Perle y Elliott Abrams, entre otros), idearon una estrategia denominada “Clean Break (ruptura limpia), que definía que Israel no se retiraría de los territorios palestinos conquistados en la guerra de 1967 a cambio de la paz en la región. En su lugar, Israel remodelaría Medio Oriente a su antojo. En septiembre de 2023, Netanyahu presentó en la Asamblea General de la ONU un mapa del Nuevo Medio Orienteque borraba por completo el Estado palestino. Y en septiembre de 2024 dio más detalles sobre ese plan mostrando dos mapas: una parte de Medio Oriente era una “bendición”, y la otra, que incluía a el Líbano, Siria, Irak e Irán, una maldición. El plan abogaba por un cambio de régimen en esos últimos países, por lo que la guerra de Israel y EU contra Irán es el movimiento final de una estrategia que lleva décadas.

A su vez, la operación militar-ideológica-propagandística coordinada y puesta en marcha por el binomio Trump/Netanyahu, alegando que lo que estaba en juego era la propia “existencia” del Estado israelí, es deshonesta y falsa. Las negociaciones sobre el tema nuclear propuesta por Trump a Teherán fueron una trampa y un engaño diplomático distractivo para permitir a Israel atacar. Además, al agitar el arma nuclear iraní como casus belli, Trump cometió perfidia, ya que al exigir negociar al régimen de los ayatolás apeló a la buena fe del adversario con intención de traicionarlo, práctica considerada prohibida por el derecho internacional consuetudinario y los Convenios de Ginebra de 1977, que constituye un crimen de guerra grave en los conflictos armados internacionales.

Los informes del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) no han aportado prueba alguna al respecto, con independencia de que su director, el argentino Rafael Grossi, con base en los datos del algoritmo de contrainteligencia Mosaic de Palantir (la plataforma de sofware de Peter Thiel, uno de los mecenas de Trump), había filtrado información sensible sobre las plantas nucleares iraníes al régimen de Netanyahu para facilitar los bombardeos, mancillando la neutralidad del organismo de la ONU. Así, sin mediar declaración de guerra, los ataques a las centrifugadoras nucleares iraníes por EU e Israel no fueron más que un pretexto. Más allá de los propios intereses expansionistas del régimen sionista de Tel Aviv, el objetivo de la guerra fue consolidar el dominio de Israel como enclave de los imperialismos occidentales en Medio Oriente, un plan indisociable de la estrategia estadunidense de mantener su hegemonía mundial frente a China y los países miembros del BRICS.

Es la geopolítica, estúpido!

Según escribió Michael Hudson sobre los motivos de Trump para atacar a Irán, lo que está en juego es el intento de Washington de controlar Medio Oriente y su petróleo como piedra angular del poder económico estadunidense durante un siglo, e impedir que otros países avancen hacia la creación de su propia autonomía frente al orden neoliberal centrado en la Casa Blanca, el Capitolio y el Departamento del Tesoro a través del FMI, el Banco Mundial y otras instituciones internacionales. Hudson denunció, asimismo, que desde mediados de los años 70s., cuando se hablaba de la creación de un Nuevo Orden Económico Internacional, la estrategia militar del Pentágono ya contemplaba derrocar al gobierno de Irán y dividir al país en partes étnicas, como vía para establecer una dictadura cliente potencial, clave para remodelar la orientación política tanto iraní como pakistaní en caso necesario (la estrategia seguida después en la exYugoslavia, Afganistán, Libia y Siria).

Trump, como su antecesor, Joe Biden, definieron a China como el enemigo principal. Desde el punto de vista de los estrategas neoconservadores, el surgimiento del socialismo industrial impulsado por el Partido Comunista chino (el coloso asiático dejó de ser la fábrica barata del orbe y la fuerza de su economía se centra hoy en la densidad tecnológica, la escala productiva, la automatización, la eficacia logística y la capacidad de innovación aplicada), supone un peligro existencial para el control unipolar de EU, al proporcionar un modelo al que países como Rusia, India, Irán, Venezuela y otros han comenzado a seguir como alternativa estratégica, con el objetivo de recuperar la soberanía nacional, desafiando la hegemonía del dólar al utilizar sus monedas nacionales en el intercambio comercial bilateral, evadiendo el sistema de pagos interbancario SWIFT.

En ese sentido, no se trata de la guerra a Irán, sino ‑en una lógica geoestratégica estructural, por vía indirecta‑ contra China y los países del BRICS, que han venido consolidando un orden multipolar con eje en la Carta de la ONU y el derecho internacional. Por su ubicación geográfica y sus materias primas (en particular el petróleo), Irán es una de las piezas críticas del ajedrez global. De allí que no sea baladí que los primeros misiles disparados por Israel contra el territorio iraní el 13 de junio, se hicieron poco después de la llegada del primer tren desde Xi’an, en China, a Aprin, un centro logístico en Irán, el 25 de mayo pasado, lo que constituye un logro geoeconómico de Pekín en la carrera de los corredores de conectividad multimodal estratégicos del siglo XXI con EU y Europa.

China e Irán son dos países miembros del BRICS, vinculados además por un Tratado de Asociación Estratégica Amplia con Rusia, e Irán es miembro de la Organización de Cooperación de Shanghai. Así, la esencia de la nueva ruta ferroviaria entre ambos, construida desde 2021 en el marco de la iniciativa “Una Franja y una Ruta”, es simple: los productos industriales chinos llegan ahora a Irán directamente por tierra, eludiendo todas las zonas de influencia, bases militares y el control de las sanciones de Estados Unidosy la Comunidad Europea.

Pero Irán no solo recibe suministros, sino que se convierte en un nodo logístico clave que conecta, al sur, el corredor Norte-Sur, desde San Petersburgo en el Báltico, a través a través de Rusia, el Mar Caspio y la India; al oeste, el acceso terrestre a Irak, Siria, Turquía y el Mediterráneo; al este, el acceso directo a las cadenas de suministro chinas. Además, la ruta terrestre erosiona el monopolio del tráfico marítimo, especialmente, en condiciones donde dos áreas clave, los estrechos de Ormuz y Suez, están controlados y monitoreados por Estados Unidos y sus aliados. Irán ha superado gradualmente su aislamiento logístico, convirtiéndose en un enlace entre China, Rusia, India y Oriente Medio, y esa integración de la nación persa en la logística transasiática disparó el intento de la administración Trump de destruirla sistémicamente. Si Estados Unidos logra bloquear a Irán y convertirlo en un Estado cliente, se interrumpe el largo corredor de transporte que China espera construir y, también, para bloquear el desarrollo ruso a través del Caspio.

Visto así, la motivación de los ataques de EU e Israel no tiene nada que ver con el intento de Irán de proteger su soberanía nacional desarrollando una bomba atómica. El problema de fondo es que EU tomó la iniciativa intentando adelantarse a Irán y a otros países para que no rompan con la hegemonía del dólar, pero además, en el caso iraní, Trump y Netanyahu mencionaron, explícitamente, la intención de un cambio de régimen, no necesariamente democrático secular, sino quizás una extensión de los terroristas wahabitas sirios de ISIS-Al Qaida.

¿Las “bombas rompe búnkeres”, realidad o fantasía?

Por otra parte, la táctica de decapitación selectiva instrumentada por Israel en el marco de la blitzkrieg del 13 de junio, con base en la doctrina militar de Shock and awe (Conmoción y pavor) ‑que combinó el ataque de saturación de 200 cazas con el accionar de agentes clandestinos de sus servicios de espionaje (el Mossad y la Dirección de Inteligencia Militar, incluidos elementos de la Unidad 8200) y células dormidas de colaboracionistas iraníes diseminados en el territorio iraní (que siguiendo la agenda terrorista del gabinete de guerra de Netanyahu, con carros bomba, sabotajes y asesinatos callejeros, sembraron caos y destrucción en Teherán y otras ciudades)‑, estaba dirigida a desarticular la cadena de mando y provocar confusión en sus fuerzas armadas. Pero no dio resultado; Irán había previsto sucesivos mandos de remplazo, y en múltiples rondas de la Operación Promesa Verdadera III,  sometió a Israel a una destrucción con misíles balísticos y drones nunca antes vista, que, sorteando el “impenetrable” Domo de Hierro, impactó bases y centros de mandos militares y de inteligencia y de varias corporaciones del complejo militar industrial en Tel Aviv, el puerto de Haifa ocupada y otras ciudades; lo que puso al régimen de Netanyahu en un callejón sin salida y demostró que las capacidades ofensivas iraníes no se vieron afectadas por los ataques israelíes.

Tal vez eso fue lo que obligó a Trump ordenar el ataque contra Irán el 21 de junio. Como señaló el jefe de Estado Mayor del Pentágono, general John Daniel Caine, alrededor de las 5 p.m. ET del sábado, justo antes de que aeronaves de EU entraran en el espacio aéreo iraní, un submarino estadunidense lanzó más de dos docenas de misiles de crucero Tomahawk contra objetivos dentro de Irán. A medida que las aeronaves se acercaban a sus objetivos, EU desplegó diversas tácticas de engaño, incluyendo señuelos… Los bombarderos lanzaron dos bombas “rompe búnkeres”, conocidas como Penetradores de Artillería Masiva GBU-57 (MOP), sobre el sitio de Fordo alrededor de las 6:40 p.m. ET. Durante los siguientes 25 minutos, según Caine, se lanzaron un total de 14 MOP sobre dos zonas objetivo.

Esa bomba de 13,6 toneladas de peso se utilizó por primera vez en un ataque. Se dice que tiene la capacidad de penetrar 60 metros en el interior de la tierra antes de explotar, logrando así lo que los israelíes no han logrado con sus armas en los últimos días: destruir las instalaciones nucleares de Irán, ubicadas en las profundidades de las montañas. Según los iraníes, eso no ha sucedido, al parecer, porque sus instalaciones nucleares están, al menos, a 80 metros bajo la superficie terrestre. Por el contrario, según Trump, el ataque fue un “éxito militar espectacular” y las tres instalaciones nucleares atacadas fueron “completa y totalmente destruidas”.

Horas después de la represalia iraní a la base aérea estadunidense Al Udeid en Catar y los mensajes que transmitió basados en el principio de “reciprocidad”, Trump anunció un alto al fuego entre Irán e Israel al amanecer del martes 24 de junio, que entró en vigor a las 7:00 am. de ese mismo día. Así, la guerra iniciada por Israel, con ataques aéreos concentrados contra instalaciones militares y estratégicas iraníes, dirigidos contra líderes militares y científicos nucleares, fue decidida por Irán, que, según reconoció el general de reserva israelí Yom Tov Samia, fue quien controló y determinó el momento del alto al fuego.

Algunas conclusiones preliminares permiten aventurar que los objetivos bélicos de EU e Israel fracasaron. De acuerdo con un reporte de la página web árabe Al Mayadeen, datos políticos y de campo revelaron el fracaso de la agresión en lograr sus objetivos más importantes, en particular, el derrocamiento del régimen del ayatolá Sayyed Ali Khamenei; la destrucción del programa nuclear iraní, y la eliminación de su capacidad misilística. Citado por el medio, el miembro del Likud en la Kneset, Amit Halevy, reconoció al respecto que “el régimen iraní llegó para quedarse, y aún posee misiles y la capacidad de disparar contra Israel”.

A su vez, y más allá de la bruma de la guerra, según publicó en su blog el analista de inteligencia canadiense Patrick Armstrong, citado por la página venezolana Misión Verdad, Irán es mucho más poderoso de lo que mucha gente pensaba; los sistemas de defensa aérea occidentales no son muy eficaces; los misiles hipersónicos iraníes son invulnerables y muy aterradores y Teherán sabe ahora qué misiles de su arsenal son más efectivos y cuáles absorben con mayor efectividad la defensa aérea del enemigo y construirá en consecuencia; Israel ha agotado las células durmientes y la penetración de inteligencia que había desarrollado en Irán.

No está de más apuntar que quien disparó el tiro final fue Irán, que emergió de la guerra imponiendo nuevas reglas de combate y demostrando que la disuasión no es una teoría, sino una realidad sobre el terreno. En ese sentido, el Consejo Supremo de Seguridad Nacional iraní comentó que Irán había logrado una victoria y “obligado a los enemigos a solicitar un alto al fuego”. A su vez, el periódico israelí Maariv también reconoció que Irán emergió de la guerra fortalecido”, y el exministro de Defensa israelí, Avigdor Lieberman, consideró que “el resultado de la guerra contra Irán fue discordante y amargo para Israel”.

En otro giro no previsto, el domingo 22, el líder supremo de Irán, Alí ​​Jamenei, habría delegado todo su poder en la Cámara Suprema de la Guardia Revolucionaria, la que, de confirmarse, podrá ahora tomar una decisión nuclear sin consultarlo ni obtener una fatwa religiosa, lo que supondría un cambio estratégico importante en la estructura del gobierno iraní. Además, esa decisión sentaría las bases para la era post-Jamenei: ante su eventual asesinato, la Guardia controlaría temporalmente el país hasta que se nombre al nuevo líder, sin crear un vacío de poder ni el colapso de la cadena de mando. En lo que podría ser el comienzo de una nueva fase en el gran juego geopolítico en Medio Oriente, Irán tendría temporalmente un gobierno militar, lo que aumentará la probabilidad de una toma de decisiones menos conciliadoras y posturas más duras hacia Israel, el Golfo, EU e, incluso, el programa nuclear iraní.

 En ese contexto, y superando el cinismo de Joe Biden, en su confabulación con Netanyahu, Trump acaba de ejecutar una rutina barata del policía bueno y el policía malo, de consecuencias imprevisibles: según expresidente ruso, Dmitri Medvédev, una serie de países están dispuestos a suministrar directamente armas nucleares a Irán y, de persistir en sus propósitos bélicos, EU podría ser arrastrado a una nueva guerra con perspectiva de operación terrestre.

A manera de colofón, cabe consignar que entre los analistas militares persisten las dudas sobre  el éxito de los bombardeos de EU. A manera de ejemplo, el exoficial de inteligencia del Cuerpo de Marines, Scott Ritter, calificó los ataques del Pentágono contra instalaciones nucleares iraníes como “maniobras para salvar las apariencias” que no lograron ningún objetivo estratégico. A su vez, como mencionamos al principio, el martes 24, CNN, NBC News y The New York Times, difundieron una evaluación temprana de la Agencia de Inteligencia de Defensa y el Comando Central de EU ‑presuntamente filtrada por Israel, que señala que los ataques a las instalaciones de Fordo, Natanz e Isfahán no lograron destruir los componentes centrales del programa atómico de Teherán y probablemente solo lo retrasaron seis meses, lo que contradice los categóricos dichos de Trump y el Pentágono de que la operación militar tuvo un “éxito abrumador” y efectos similares a los de las bombas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki durante la Segunda Guerra Mundial.

Ayer, miércoles 25, durante la cumbre de la OTAN en La Haya, Trump dijo a los periodistas: “Ese golpe (a Irán) puso fin a la guerra. No quiero usar el ejemplo de Hiroshima. No quiero usar el ejemplo de Nagasaki. Pero fue esencialmente lo mismo. Aquel impacto acabó con aquella guerra y este con esta”. También arremetió contra los medios y periodistas que citaron la versión preliminar del Pentágono, en particular, citó a Allison Cooper, de CNN; Brian L. Roberts, director de ‘Con-cast’ en NBC; y Johnny Karl, de la cadena ABC. En el mismo escrito, tachó de “tonto” a Roberts y de “perdedores” al equipo de ‘Con-cast’. Y concluyó: “Nunca termina con los corruptos de los medios y por eso sus índices de audiencia están en mínimos históricos: ¡cero credibilidad!” Al respecto, el secretario de Defensa de EU, Pete Hegseth, anunció este miércoles la apertura de una investigación por el FBI sobre la filtración de ese informe confidencial.