22.12.25

El factor Johnson

Carlos Fazio

22 de diciembre de 2025

Mientras se discute una eventual fusión de los comandos Norte y Sur del Pentágono –que como proyección de poder hemisférico se convertiría en Comando América–, en el campo militar, de seguridad e inteligencia, antes de conocerse, el Corolario Trump a la Doctrina Monroe de 1823 ya había arrojado buenos dividendos en México. Tal como lo reconoció el viernes pasado en Washington el secretario de Estado, Marco Rubio, la colaboración entre Estados Unidos y México “es la más alta de su historia”. Pero no dio detalles. 

Algunos antecedentes de la alianza militar estratégica hablan por sí solos. Como reveló La Jornada el 4 de febrero de 2002 (C. Fazio, “Planea el Pentágono crear una fuerza militar junto con México y Canadá”), nuestro país quedó integrado de facto al perímetro de seguridad de Estados Unidos bajo control del Comando Norte. A su vez, en el marco de la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte (ASPAN o el TLCAN militarizado, 2005), la Iniciativa Mérida (2007) llevaría a una desnacionalización acelerada del sistema de seguridad interna. Entonces, las prioridades de la administración Bush Jr fueron: guerra a las drogas (en el territorio mexicano); guerra al terrorismo (ídem); seguridad fronteriza (en los confines norte y sur de México); control sobre la seguridad pública y las distintas policías de México; penetración de las fuerzas armadas locales (Sedena y Semar); creación de bases militares encubiertas denominadas oficinas bilaterales de inteligencia o centros de fusión; construcción de instituciones y reglas similares a las de Estados Unidos (homologación de leyes como parte de la integración silenciosa y subordinada de México). Así, sin límites de continuidad, Estados Unidos sería codiseñador de la estrategia de “seguridad nacional” mexicana, lo que, más allá de juegos semánticos y otras simulaciones, significó una cesión de soberanía. 

Desde el comienzo de su segundo mandato en enero pasado, utilizando como caballitos de batalla el tema del fentanilo y la designación de los grupos de la economía criminal mexicanos como “organizaciones terroristas extranjeras”, Trump aplicó al gobierno de la Cuarta Transformación aspectos del llamado “ciclo OODA”: observar, orientar, decidir, actuar. El aspecto clave de esa estrategia de combate es el ciclo: no se trata de un ejercicio único, sino de una serie de acciones conectadas, cada una de las cuales se alimenta de la otra. Se toma una acción y se observa la reacción del enemigo. Se orienta en la reacción y se decide qué opción es mejor antes de actuar. El enemigo reacciona y el ciclo se repite. Hasta que el enemigo muere. 

Públicamente, la presidenta Claudia Sheinbaum ha respondido a la presión de Trump con su estrategia de la “cabeza fría”, utilizando siempre como frágil herramienta de combate la Constitución mexicana. Sin embargo, por el carril militar, al más alto nivel, el recurrente lenguaje oficial entre el Pentágono, la Sedena y la Semar siguió siendo el de “la seguridad hemisférica y la prosperidad conjunta”, “la colaboración a largo plazo y el entendimiento mutuo”, “la interoperabilidad en situaciones complejas”. Esa fue la narrativa que primó en junio pasado, cuando los secretarios de la Defensa Nacional, Ricardo Trevilla, y de Marina, Raymundo P. Morales, estuvieron en la base militar de Colorado Springs, sede del Comando Norte y del Comando de Defensa Aeroespacial de América del Norte (Norad). La misma utilizada el 19 de noviembre último, durante la visita a México del jefe del Comando Norte, general Gregory M. Guillot. 

La reunión de Guillot con Trevilla y Morales se dio después del enésimo exabrupto de Trump de que en México “gobiernan los cárteles”, y en el marco del lanzamiento de la Operación Lanza del Sur del Pentágono, que incrementó la escalada aeronaval en el Caribe frente a las costas venezolanas, seguida de actos de piratería y terrorismo internacional, mientras circulaban versiones del sobrevuelo de un avión de reconocimiento P-3B Orion monitoreando comunicaciones y la detección de movimientos en la zona serrana de Sinaloa

A comienzos de noviembre, diversos medios señalaron que Estados Unidos utilizaría, en caso de aprobarse, drones para desmantelar laboratorios de droga y asesinar a jefes de las organizaciones criminales mexicanas. Y según la cadena de televisión NBC, se movilizarían unidades pertenecientes al Comando Conjunto de Operaciones Especiales del Pentágono. Ergo, bajo la autoridad de la “comunidad de inteligencia” y regulados con “el estatus de Título 50”, que se refiere a operaciones encubiertas fuera del contexto militar tradicional, México sería un escenario de acciones clandestinas contra grupos criminales considerados ahora “terroristas” por Washington. 

Por eso, un factor clave del encuentro entre Guillot, Trevilla y Morales fue la inusual presencia del embajador Ronald Johnson, un coronel retirado cuyos antecedentes como mando de las fuerzas especiales del ejército y miembro de la sección operativa de la Agencia Central de Inteligencia (acciones encubiertas), exhiben que desde el comienzo de la actual administración, México fue considerado un blanco estratégico del ahora Corolario Trump. Como siempre, la narrativa oficial aludió a la cooperación militar para enfrentar al crimen organizado, la migración irregular, el terrorismo y las operaciones de desinformación y ataques cibernéticos, presuntamente, con origen en Rusia y China. Pero omitió, obvio, las operaciones encubiertas de la CIA, a su ejecutor sobre el terreno y sus activos nativos (native assets), por lo que la contrainteligencia de las fuerzas armadas deberá estar atenta más allá del discurso nacionalista de la presidenta Sheinbaum.

17.12.25

México toma distancia de China

Mario Campa

"Si algo enseñó la pandemia es que la sana distancia puede ayudar a reducir riesgos de contagio, aunque presenta inconvenientes de largo plazo. En el mejor caso, los aranceles contentarán a Washington, aumentarán la cuota de mercado de las importaciones mexicanas en Estados Unidos, blindarán a la industria automotriz y generarán recaudación para dinamizar el Plan México. En el peor, excluirán a México del futuro epicentro de la economía global".



En la política como en las relaciones humanas, la elección entre inconvenientes es un acto inexorable. La guerra comercial abierta por Trump lo ejemplifica. El Congreso mexicano aprobó el miércoles una legislación que incrementará, o impondrá por primera vez, aranceles a las importaciones de más de mil 400 bienes procedentes de países sin acuerdo comercial con México, y China acapara reflectores. Los aranceles que entrarán en vigor en enero abarcan más de una docena de sectores, desde autopartes y vehículos ligeros hasta textiles y aluminio, y oscilan entre el cinco y el 50 por ciento. Para bien o para mal, se trata del mayor cambio en la política comercial del país en lo que va de siglo.

El vuelco drástico responde a cuatro motivaciones perceptibles. En primer lugar, a la revisión programada del TMEC para 2026 en medio del mayor proteccionismo estadounidense desde la Gran Depresión, que tiene como efecto indeseado la presión de Washington para que México eleve el contenido regional y desaliente las exportaciones chinas que buscan burlar los aranceles prohibitivos por la puerta trasera. En segundo, al déficit comercial de casi 15 a 1 de México con China. En tercero, a una recaudación adicional estimada por Hacienda de casi 52 mil millones de pesos en una coyuntura de espacio fiscal acotado y endeudamiento creciente. Y, por último, a un relanzamiento de la política industrial bajo el paraguas del Plan México que pretende sustituir importaciones asiáticas y proteger el empleo en sectores vulnerables. Todo sugiere que la decisión obedeció a un análisis multifactorial.

La medida, necesaria para mantener la estabilidad macroeconómica, conlleva riesgos. La inflación es uno, si bien moderado: por un lado, un aumento de impuestos reprime la demanda agregada, y por otro los nuevos aranceles de hasta 50 por ciento a los automóviles chinos podrían incentivar el retorno de autos chuecos o bien encarecer por menor competencia los modelos de las armadoras tradicionales. Un riesgo mayor es la dependencia comercial que México no podrá sacudirse en décadas: ahora mismo, 85 de cada 100 dólares de exportaciones van a los Estados Unidos, y la tendencia es alcista. Por último, una tercera amenaza de cuidado es la irritación previsible de China.

Conforme a lo esperado, el gobierno de China manifestó desacuerdo. Un portavoz del Ministerio de Comercio instó el jueves a México a "corregir sus prácticas erróneas de unilateralismo y proteccionismo lo antes posible". Como antecedente, el Ministerio de Comercio inició a finales de septiembre una investigación sobre barreras comerciales y de inversión contra México, misma que está en marcha. Bajo aviso no hay engaño.

China está lejos de ser una blanca paloma del comercio internacional. Es la máxima historia de éxito y desarrollo de las últimas cuatro décadas, pero también encarna muchas de las amenazas vigentes de la economía global. ¿Cómo frenar la desindustrialización que China provoca en las naciones desarrolladas? ¿Cómo competir con sus generosos subsidios industriales, la subvaluación intencional del yuan y su poder asimétrico para fijar precios? ¿Cómo lograr soberanía en el Sur Global sin reproducir dependencias de antaño? ¿Cómo romper con el extractivismo que promueve y que condena al subdesarrollo a ventajas comparativas fijas y de escaso valor agregado?

México tenía un arsenal limitado de políticas para nivelar una cancha dispareja. De los aranceles ya se habló. La segunda opción son los controles de capital. Por poner sólo un ejemplo, China obliga a las multinacionales interesadas en invertir en el país a conformar empresas conjuntas con empresarios o gobiernos locales. Una razón histórica de peso es que el partido comunista chino desconfiaba de la corrupción del poder judicial. Si México fuera más selectivo con la Inversión Extranjera Directa, empresas como BYD podrían haber entrado al mercado nacional por la puerta grande. Sin embargo, cualquier control de capital habría tenido poco impacto de corto plazo en el déficit comercial, hoy bajo la lupa de Trump.

Una opción más realista era competir con sansón a las patadas. El economista Dani Rodrik calculaba hace una década que al menos dos puntos porcentuales de crecimiento del PIB chino eran atribuibles a la subvaluación del yuan, misma que Trump critica. Cuando China ingresó a la OMC, la organización limitó sus subsidios directos a la exportación e impuso un recorte general de aranceles. Para preservar su modelo orientado a la exportación, China devaluó por estrategia: una moneda débil en casa tiene el mismo efecto económico que un subsidio a las exportaciones combinado con un impuesto a las importaciones. México olvidó ese detalle. Si el Banxico no hubiera mantenido la política monetaria en territorio restrictivo durante años, otro gallo hubiera cantado. Al mantener tasas de interés elevadas en relación a la inflación y a otros países, el banco central incentivó la llegada de capitales de corta madurez en busca de retornos fáciles y poco productivos. La postura, ajena al poder ejecutivo, causó como efecto indeseable una superapreciación del peso en relación al yuan, engordando el déficit comercial de México. Los errores de política monetaria cuestan.

Con esta camisa de fuerza, el gobierno federal optó por nuevos aranceles. La historia de China en el siglo XIX, humillada por el colonialismo británico, hacen suponer que tomará nota de cualquier ofensa comercial. Un antecedente regional relevante es el de Canadá, que en octubre del 2024 aranceló con el 100 por ciento a los automóviles chinos y el 25 por ciento al acero y aluminio, para en marzo del 2025 ser contraatacada por China con represalias a bienes agrícolas y marítimos. La respuesta a México podría venir en una magnitud similar. En cualquier escenario, las relaciones se enfriarían.

Si algo enseñó la pandemia es que la sana distancia puede ayudar a reducir riesgos de contagio, aunque presenta inconvenientes de largo plazo. En el mejor caso, los aranceles contentarán a Washington, aumentarán la cuota de mercado de las importaciones mexicanas en Estados Unidos, blindarán a la industria automotriz y generarán recaudación para dinamizar el Plan México. En el peor, excluirán a México del futuro epicentro de la economía global (Asia), acentuarán la dependencia en las tecnologías y el capital del Norte Global, no protegerán a industrias nacientes sino a intereses enquistados, y abrirán a Trump el apetito de más medallas en la forma de concesiones.

Con un nuevo orden mundial en ciernes, hoy cabe un lamento: pobre México, tan lejos de China y tan cerca de Estados Unidos. Pero mañana, las desventajas de la hiperglobalización serán más evidentes para quien tenga ojos para ver. Es una lección, por las malas, de soberanía elemental.

13.12.25

Semiótica del National Security Strategy 2025 de USA

Fernando Buen Abad Domínguez


¿Qué significa todo esto?

Desde nuestra mirada semiótica crítica, este documento no puede leerse meramente como plan militar o diplomático, es una guerra cognitiva o batalla cultural burguesa sobre el orden económico y simbólico mundial, es una nueva gramática de dominación, un reordenamiento de sentidos sobre patria, soberanía, amenaza, identidad, poder. Constituye una operación de hegemonía simbólica: redefine lo que es normal, deseable, legítimo; lo que es amenaza, inseguridad, decadencia; lo que merece protección, intervención, coerción. Y en ese juego simbólico‑estratégico, hay una apuesta por la domesticación del miedo, por la militarización del imaginario social, por la naturalización de la xenofobia, por la resemantización del nacionalismo como escudo contra el caos. Se instituye una nueva semiótica del Estado‑gendarme, de la frontera fortificada, del antagonismo perpetuo, de la soberanía cerrada, de la identidad homogénea. Es un escenario irrenunciable para la disputa por el sentido.

No es un documento neutro; es una operación de poder que respira violencia simbólica, que construye realidades y legitima hegemonías. Desde su primera línea, proclama la soberanía absoluta del Estado-nación como principio irrenunciable, y en esa declaración se inscribe una gramática de exclusión: América no debe compartir su destino, debe defenderlo como un territorio sagrado, como un espacio delimitado por fronteras invisibles y amenazas siempre acechantes. La fuerza no es opción; es mandato, y la legitimidad de la violencia se convierte en norma, en principio rector de la seguridad, en ley no escrita que organiza el mundo y lo redefine. El texto no describe peligros, los produce, los magnifica, los codifica en signos que la sociedad interioriza, que el ciudadano acepta como inevitables. Cada enemigo nombrado —migrantes, potencias extranjeras, actores no estatales— no es simplemente una amenaza; es un significante cargado de miedo, un símbolo que condensa caos, decadencia y peligro, una excusa para justificar el control total y la intervención preventiva. Justificación perfecta para la industria de las armas.

Convierte la historia en mito selectivo y su memoria en instrumento de poder. Europa es decadencia, América Latina es subordinación, Asia es competencia implacable, y cada espacio geopolítico recibe un valor moral y estratégico, un signo que lo posiciona en el tablero de la supremacía. Se establece así un código semiótico de aliados y enemigos que no depende de hechos objetivos, sino de narrativas mercantiles cuidadosamente elaboradas, Europa debe salvarse de sí misma, América Latina debe obedecer, China debe ser contenida, y el orden internacional queda redefinido por la prioridad absoluta del interés estadounidense. La violencia se naturaliza como método, el miedo se normaliza como estado, y la intervención se convierte en derecho inherente del poder que se sabe superior.

En el corazón del documento late una obsesión con la identidad nacional que trasciende la política y toca la cultura misma, lo americano es virtud, lo otro es peligro; la diferencia no es diversidad, es amenaza; la mezcla no es riqueza, es descomposición. Los signos de la alteridad —idiomas, costumbres, migración, prácticas culturales— son resignificados como vectores de inseguridad, y esa re-significación opera sobre la percepción social con la fuerza de una máquina disciplinaria: condiciona el imaginario, moldea comportamientos, genera consenso y miedo a la vez. Cada palabra de la estrategia actúa sobre el lector, sobre el ciudadano, sobre la comunidad, construyendo la sensación de que sin control absoluto y vigilancia permanente la nación sucumbiría.

Se despliega además como una coreografía de poder. La fuerza militar no es instrumento, es lenguaje; la economía no es intercambio, es signo de influencia; la diplomacia no es diálogo, es dispositivo de dominación. Cada decisión, cada línea, cada categoría semántica comunica jerarquía y orden: la seguridad se entiende como supremacía, y la supremacía como necesidad moral. La retórica de urgencia y declive articula un crescendo de peligro que legitima cualquier medida, desde la militarización de fronteras hasta la presión económica y la manipulación diplomática. No hay neutralidad; no hay pausa; todo está destinado a producir consentimiento, obediencia, aceptación silenciosa del imperativo de dominio.

Desde la perspectiva de nuestra semiótica crítica, el NSS 2025 es un dispositivo de construcción de realidades, produce enemigos, inventa riesgos, crea consenso mediante la normalización del miedo, y redefine la idea misma de lo legítimo y lo ilegal, lo propio y lo extraño. No se limita a describir la seguridad; la fabrica. No se limita a planear la defensa; condiciona el deseo y la percepción. No se limita a identificar aliados; establece categorías morales que ordenan el mundo y definen la jerarquía de valores. La estrategia, en su esencia, es un acto performativo, produce la realidad que proclama, instituye el orden que anuncia, naturaliza la violencia que necesita para sostenerse.

Finalmente, el documento revela que la seguridad contemporánea no es protección ni bienestar, sino hegemonía. La NSS 2025 nos muestra que la nación se mantiene erguida sobre la exclusión, que la paz se alcanza mediante la fuerza y que la moralidad se mide por la capacidad de imponer un orden global unilateral. Cada signo del texto, cada enunciado, cada construcción discursiva es una herramienta de poder que disciplina cuerpos, moldea imaginarios, crea consentimiento y miedo simultáneamente. Leerlo con semiótica crítica es ver más allá de la estrategia, es reconocer un entramado simbólico que redefine la política, la cultura y la subjetividad, y que revela que el arma del Estadoy del sistema no es solamente el armamento, sino la capacidad de dar sentido al mundo y al peligro, y de hacer que ese sentido se perciba como inevitable.

Ese NSS 2025 es una operación semiótica que reinscribe al poder global bajo nuevos códigos, redefine enemigos y aliados, reelige valores, legitima estrategias de dominación y condiciona los imaginarios colectivos. Como tal, debe leerse como discurso político‑estratégico —una narrativa de seguridad, amenaza, identidad, soberanía y resguardo— cuyo contenido revela mucho más allá de datos militares, diplomáticos o económicos. La primera semántica sobre la que se levanta el texto es la de la “soberanía nacional” y la “primacía del Estado-nación”. Al afirmar que “los días en que Estados Unidos sostenía el orden mundial como Atlas han terminado”, el NSS marca una ruptura con la pretensión de universalismo exportador de valores —democracia, derechos humanos, liberalismo global— y reivindica, en cambio, un realismo duro, orientado a los intereses propios, al resguardo interno, al control de fronteras, al dominio estratégico.  

Esa declaración semiótica implica una reconfiguración simbólica del papel de EE. UU. ya no como gendarme global idealista, sino como potencia que prioriza su integridad cultural, económica, territorial. Se legitima una ética del “nosotros primero”: identidad nacional, control de migraciones, preservación de un imaginario homogéneo frente a lo extraño o lo otro. Ese “nosotros” implica una construcción del otro como amenaza simbólica y existencial. Las “migraciones masivas”, según el NSS, no solamente se describen como un problema administrativo o demográfico, sino como factor de ruptura social: erosionan la cohesión, distorsionan mercados laborales, incrementan crimen, debilitan recursos públicos, perturban la “identidad nacional”.  Ese discurso no sólo sataniza a los migrantes, los convierte en signos de desorden, de declive de la nación, de crisis de comunidad. Los migrantes, la movilidad transnacional, se resemantizan como amenazas simbólicas al orden, al bienestar, a la continuidad del “pueblo‑nación”. Se instituye un régimen semiótico‑político que vincula migración con inseguridad, extranjería con peligro, diversidad con disolución.

Su premisa “paz a través de la fuerza” se convierte en fundamento conceptual, la supremacía militar, la hegemonía económica, el control de fronteras, las alianzas selectivas, la presión comercial —todo ello como instrumentos simbólicos de poder. Su fuerza no aparece como última ratio, sino como medio preferente de legitimación. Esto reconfigura el significado de “seguridad”, ya no como garantía de vida, bienestar o promiscuidad democrática, sino como mantenimiento del dominio, preservación del statu quo, imposición del orden. La violencia —o su mera posibilidad— se normaliza como parte constitutiva del régimen de seguridad.

Advierte sobre una posible “desaparición civilizacional” de Europa, ligada a migraciones, crisis demográficas, declive económico, pérdida de identidad y dependencia de instituciones supranacionales.  Esa retórica no solo es estratégica: es simbólica: reconstruye Europa como espacio decadente, impotente, en descomposición, en contraste con la vigorosa identidad nacional‑estadounidense. Esa memoria histórica selectiva y esa narrativa de declive funcionan como dispositivo de miedo, de rechazo, de prohibición a la “mezcolanza”.

Simultáneamente, el documento promueve una re-latinización del dominio estadounidense: bajo el paraguas de un “Corolario Trump” a la Doctrina Monroe, el hemisferio occidental es reinstalado como esfera prioritaria de influencia, como patio trasero geoestratégico, económico y militar.  Esta revalorización del “patio trasero” conlleva una carga simbólica fuerte: América Latina es rehecha como zona de mampara, de recurso, de control, de subordinación estratégica. Se legitima una hegemonía directa basada en la proximidad geográfica, en la dependencia económica, en la militarización. Esa narrativa reproduce viejos imaginarios neocoloniales, condensados ahora en forma de política de seguridad nacional. Apela al mito de la grandeza nacional, a la memoria de una “América poderosa”, autónoma, soberana, autosuficiente; un pasado imaginado de supremacía, vitalidad cultural, dominio económico y militar. Esa nostalgia simbólica funciona como ethos nacionalista: legitima la restauración del predominio, la recuperación del control, la reafirmación de valores identitarios frente a la globalización, la mezcla, la disolución. El miedo al otro —al inmigrante, al extranjero, al distinto— se convierte en fundamento moral de la seguridad interna y externa.

Los migrantes, por ejemplo, son resignificados como vectores de inseguridad y desestabilización cultural. La amenaza ya no es solo tangible o física, sino simbólica: se construye la idea de que la alteridad, la diferencia y la movilidad social constituyen riesgos para la continuidad del Estado-nación, generando un marco discursivo que naturaliza políticas de exclusión y control. El documento también opera mediante la retórica de la fuerza como medio legitimador. La supremacía militar, la presión económica y la intervención selectiva se presentan no como alternativas, sino como imperativos estratégicos para preservar la integridad nacional. La normalización del uso de la fuerza, incluso preventiva, constituye un signo semiótico que imponeestabilidad, autoridad y dominio. En este sentido, la violencia se convierte en un elemento constitutivo del orden, mientras la diplomacia y la cooperación son relegadas a un plano secundario, subordinadas al imperativo de seguridad entendido como monopolio del Estado sobre la protección de su espacio y su identidad.

Contra la idea de comunidad internacional basada en cooperación y consenso, el documento adopta una semántica de soberanías fragmentadas, de bilateralismo selectivo y de proteccionismo económico. Se construye una lógica en la que la interdependencia se percibe como vulnerabilidad, y la autonomía estratégica se convierte en principio rector. Esta operación simbólica es, en esencia, un reordenamiento del sentido de la seguridad global, que legitima la reducción del multilateralismo y el fortalecimiento del poder unilateral como norma de conducta. No sólo describe un mundo amenazante, sino que lo configura, determina cómo se perciben los enemigos, cómo se legitiman las políticas y cómo se construye la idea misma de lo nacional frente a lo externo. La narrativa simbólica del documento instituye jerarquías, impone categorías de valor y amenaza, y produce una gramática de orden que condiciona la acción y la percepción de la comunidad.

Cada enemigo nombrado en el texto —migrantes, potencias rivales, actores no estatales— no es un problema abstracto; es signo, es símbolo de caos, de decadencia, de peligro inminente. Los migrantes son más que cuerpos en movimiento: son alteridad codificada como amenaza, vector de desorden cultural, riesgo de erosión de la identidad nacional. China y Rusia no son solo competidores estratégicos; son representaciones de desafío, signos de contrariedad que la narrativa resemantiza para justificar la supremacía estadounidense. El documento transforma la percepción social: la amenaza no se encuentra en la realidad objetiva, sino en la forma en que se construye discursivamente, en la cadencia de sus frases, en la insistencia de sus imágenes de crisis y peligro perpetuo.

Su superioridad militar no es instrumento; es lenguaje. La economía no es intercambio; es poder que se impone y se reconoce. La diplomacia no es negociación; es maniobra para consolidar la hegemonía. Cada oración es performativa: produce consenso, disciplina imaginarios, legitima decisiones que en otros contextos serían cuestionadas. La estrategia convierte la violencia en norma y el miedo en herramienta, y en ese acto de semiótica política, lo simbólico y lo material se confunden: lo que se dice construye lo que se hace y condiciona lo que se percibe como inevitable. El texto también manipula la historia y la memoria: construye nostalgia, inventa grandeza, selecciona relatos de gloria y derrota para consolidar un ethos nacionalista. La grandeza estadounidense es ideal, mito y norma; lo otro es siempre riesgo, declive y amenaza.

No es un documento, es un relámpago. Cada palabra fulmina certezas, cada línea reconstruye la realidad bajo la tiranía de la soberanía. América no se defiende: se erige. No protege: impone. Desde su inicio, proclama que el mundo se organiza alrededor de su poder, que la identidad nacional es escudo y espada, que lo otro, lo diferente, lo migrante, es peligro, es amenaza, es fractura de un orden que se sabe absoluto. La seguridad no es una política; es un acto de creación, una semiótica del miedo, una coreografía de hegemonía que obliga a mirar, temer y aceptar.

Lo americano es virtud, lo otro es peligro; la diferencia no es riqueza, es fractura; la alteridad no es pluralidad, es amenaza. Migración, lengua, costumbre, cultura: signos codificados en pánico, vectores de control. Cada palabra del documento es una operación semiótica: disciplina cuerpos, condiciona deseos, convierte la percepción en obediencia y el miedo en legitimidad. La seguridad deja de ser protección y se convierte en espectáculo de dominio, en ritual de imposición, en lógica de inevitabilidad. La estrategia no habla de paz,habla de supremacía. No habla de cooperación, habla de dominio. No habla de comunidad internacional: habla de jerarquía. Cada signo del texto es una señal: obedecer o temer. Cada frase, un acto de poder: producir consenso, fabricar enemigos, normalizar la fuerza, hacer que lo inevitable parezca natural. La fuerza, el miedo, la identidad se entrelazan en un solo código que atraviesa la política, la cultura y la conciencia misma de quienes observan, temen y aceptan.

No organiza sólo ejércitos ni despliega estrategia, organiza imaginarios, construye realidades, instala leyes invisibles de poder. Cada palabra es un martillo, cada oración una tromba. La estrategia no solo predice el mundo; lo fabrica. No sólo describe amenaza; la inventa. No sólo llama a la acción; la impone, desde la percepción hasta la obediencia, desde la identidad hasta la moralidad. La seguridad se vuelve hegemonía, y la hegemonía se vuelve espectáculo, y el espectáculo se convierte en verdad que todos reconocen y aceptan, mientras el mundo gira bajo un código de miedo y poder que nadie osa cuestionar.

El documento arde en su propia cadencia, golpea con ritmo de relámpago, deslumbra con la claridad del poder que se sabe absoluto. Leerlo con semiótica crítica es ver la arquitectura de la dominación: cómo se construyen enemigos, cómo se codifica la amenaza, cómo se fabrica la obediencia, cómo el miedo se vuelve estética y la hegemonía se vuelve belleza terrible y luminosa. Este documento no solo organiza seguridad: organiza percepción, conciencia, imaginación, voluntad. Cada palabra es un acto de fuerza, cada línea un rayo que corta, y cada párrafo es un fuego que ilumina, ciega y obliga a mirar el poder en toda su desnudez.

Su narrativa no sólo construye amenaza; construye identidad. Lo americano es virtud; lo otro es riesgo. La diferencia no es riqueza cultural; es fractura. Cada palabra, cada enunciado, disciplina cuerpos, moldea deseos y dirige la conciencia. La seguridad deja de ser protección para convertirse en espectáculo de poder: un orden visible e invisible, un código que atraviesa lo político, lo social y lo subjetivo, un instrumento que convierte la inevitabilidad del dominio en certeza moral.

Esa es la semiótica de la hegemonía contemporánea: no es suficiente controlar fronteras, desplegar ejércitos o ejercer diplomacia. El poder se ejerce sobre la percepción: cada palabra es arma, cada frase es ritual, cada párrafo es acto performativo que disciplina, moldea y organiza la realidad. La estrategia no predice el mundo; lo fabrica. No describe riesgo; lo produce. No propone seguridad; impone orden y consentimiento. La hegemonía se vuelve narrativa, y la narrativa se vuelve experiencia colectiva: leer la NSS 2025 es observar cómo el poder convierte miedo, identidad y fuerza en un solo código semiótico que atraviesa todo, desde la percepción hasta la moralidad, desde la política hasta la conciencia. En ese entramado se evidencia que la verdadera fuerza de la estrategia no reside en sus recursos materiales, sino en su capacidad de dar sentido al mundo y de hacer que ese sentido se perciba como inevitable, justo y necesario. La geopolítica es traducida a lenguaje moral: no organiza sólo ejércitos ni despliega sólo tropas; organiza percepciones, códigos de miedo y obediencia que atraviesan cultura, política y subjetividad. La historia es seleccionada, el mito es instrumento, la memoria es construcción estratégica: lo americano es virtud, lo otro es peligro. La diferencia no es riqueza; es fractura; la alteridad no es pluralidad; es amenaza.

Su texto arde, golpea, deslumbra, indigna y ciega. La NSS 2025 no sólo comunica; devasta y reconstituye, y quien lo lee no sólo comprende, se enfrenta a un paisaje horrible del poder burgués en su forma más cruda, al acto de creación simbólica que desfigura la identidad, amenaza, obediencia y futuro. Cada signo es martillo, cada frase es chispa, cada párrafo es relámpago que ilumina y quema la percepción, recordando que la hegemonía no se sostiene solamente con recursos materiales, sino con la fuerza de la narrativa, la fuerza del sentido y la fuerza de la semiótica que atraviesa la conciencia colectiva y convierte miedo, identidad y poder en una sola corriente indomable. Horrible.

5.12.25

Para un análisis semiótico de TV azteca

Fernando Buen Abad Domínguez


TV Azteca no nació como un fenómeno cultural autónomo ni como un emprendimiento empresarial aislado; nació como un manotazo ideológico-mercantil oligarca en sus alianzas neoliberales como vector de una semiótica del poder que encontró en la televisión una prótesis para la reproducción de su estulticia. Los favores del poder fueron televisados.

Toda su historia —desde su privatización exprés hasta la consolidación de su retórica sensacionalista, doctrinaria y mercantil— es una crónica de cómo el capital mediático se fusiona con el poder político que manipula para fabricar consensos, disciplinar percepciones y naturalizar los privilegios. La frase “los favores del poder fueron televisados” no es un juicio moral sino una descripción materialista: hubo beneficios, hubo pactos, hubo mecanismos de blindaje político, hubo propaganda disfrazada de entretenimiento, y todo ello se volvió espectáculo para que la relación entre la élite gobernante y la élite mediática pareciera algo normal, inevitable, incluso patriótico.

Un análisis semiótico-histórico exige revisar el origen del signo televisivo que reproduce TV Azteca. No se trata solo de imágenes: es un régimen de signos. La pantalla funciona como dispositivo de simplificación, dramatización y alineamiento. El signo televisivo empresarial se articula alrededor de tres operaciones semióticas: primero, la espectacularización, que convierte todo conflicto social en entretenimiento para neutralizarlo; segundo, la personalización, que reduce la lucha de clases a un drama individual y sentimental; tercero, la mercantilización, que convierte incluso la desgracia en una mercancía. TV Azteca se especializó en estas operaciones desde su origen, porque así se correspondía con la exigencia política de su nacimiento, ofrecer estabilidad simbólica al mismo poder que le regaló concesiones, ventajas regulatorias y un mercado publicitario prácticamente cautivo. Mucho embute y mucho gasto propagandístico gubernamental

Cuando en los años noventa el Estado mexicano transfirió parte de su poder televisivo a la nueva empresa, no estaba democratizando el espectro: estaba sustituyendo un monopolio estatal- privado por un duopolio funcional al modelo neoliberal emergente. Se reconfiguró la semiótica de la obediencia. TV Azteca aparece como “competencia”, pero en realidad es un doble reforzado, dos bocas para una sola ideología dominante. El signo de la pluralidad operaba como una máscara. Al mismo tiempo, se vendía como un imaginario colectivo en el que la televisión ya no era sólo entretenimiento, sino árbitro moral, juez emocional y orientador político. Aunque la empresa se presentaba como la modernización mediática de México, en realidad actuó como amplificador de la política de despojo económico que avanzaba, y como legitimadora de gobiernos que se beneficiaban de la violencia simbólica que ella misma producía. La semiótica del “país que avanza” fue construida a contracorriente de la realidad social que se deterioraba.

Con mucho fútbol.En la pantalla de TV Azteca, los favores políticos no solamente se mencionaban, se narraban como épica. Se disfrazaban de éxito empresarial, de patriotismo económico o de renovación generacional. El poder político necesitaba un medio que dramatizara la narrativa del nuevo México: competitivo, privatizado, “global”, obediente al capital financiero. Y TV Azteca cumplió. Sus noticieros fabricaron una estética de la urgencia donde el conflicto social minimizado o presentado como anomalía, nunca como consecuencia estructural. Sus programas de opinión funcionaron como dispositivos de persecución simbólica contra cualquiera que amenazara la estabilidad del régimen. La semiótica no es solo contenido: es tono, es ritmo, es encuadre, es silencio. TV Azteca dominó el arte de los silencios estratégicos, que son tan ideológicos como sus editoriales.

Su televisión privada no se limita a informar: codifica comportamientos. La historia semiótica de TV Azteca es la historia de cómo una nación fue enseñada a mirar. Mirar con desconfianza al pobre, con fascinación al millonario, con sumisión al poderoso, con morbo al crimen, con indiferencia al origen social de la violencia. La pantalla construyó un país donde la desigualdad aparece como un paisaje natural, donde el sufrimiento se vuelve espectáculo y donde la corrupción es un escándalo momentáneo que no altera el orden jerárquico. En esa narrativa, el poder político siempre aparece como árbitro, nunca como responsable estructural. Así se televisan los favores: convirtiendo la complicidad en paisaje, la violencia en rating y la injusticia en costumbre.

Esa semiótica histórica de TV Azteca incluye, necesariamente, la arquitectura legal que la sostiene. Leyes hechas a la medida, concesiones eternizadas, regulaciones laxas o inexistentes, y una clase política que utiliza la pantalla como mercado negro de legitimidad. La reciprocidad es total, el poder garantiza el negocio; el negocio garantiza la narrativa. Así, la empresa se convierte en un ministerio no oficial de la ideología, uno que opera sin necesidad de uniformes ni discursos solemnes, porque su poder reside en la naturalidad, en que el espectador crea que lo que ve es “la realidad”. Esa es la victoria suprema de la semiótica burguesa, cuando ya no se siente como ideología, sino como sentido común. Y todo sin pagar impuestos.

Su historia semiótica como empresa está todavía presente. Cada noticiero, cada novela, cada reality reproduce un orden semiótico que invisibiliza las causas y exhibe las consecuencias, que culpabiliza al de abajo y disculpa al de arriba, que convierte la política en escándalo y el escándalo en mercancía. En ese circuito, el poder se televisa no para ser comprendido, sino para ser aceptado.

Es la empresa que el poder necesitó, y que contribuyó a consolidar un modelo de control social donde la obediencia es espectáculo. Los favores del poder fueron televisados, sí, pero no como excepciones, como normalidad. La pantalla no mostró la complicidad, la celebró. No la ocultó, la estetizó. No la denunció, la convirtió en parte de la identidad nacional.

Ese es el núcleo del problema, mientras la televisión siga siendo un aparato para anestesiar la conciencia crítica, cualquier proyecto emancipador deberá confrontar su semiótica, desmontar sus signos, revelar sus operaciones y disputar su hegemonía. Porque la historia de TV Azteca es una lección sobre cómo el poder se transmite no solamente por decretos, sino por imágenes; no sólo por leyes, sino por narrativas; no sólo por coerción, sino por “seducción”. Y mientras esa maquinaria siga intacta, la democracia será una escenografía y la verdad una mercancía.

28.11.25

Krauze, Castañeda, PRIAN: háganse responsables del Frankenstein fascista

Héctor Alejandro Quintanar

"El antiobradorismo y la oposición partidista hoy no se ha dado cuenta que estas hordas impresentables de fascistas no son excepciones o anécdotas en esa corriente opositora. Son muchos, son representativos y son autoritarios. Los que se autonombran intelectuales liberales llevan años transitando juntos con estos inmundos compañeros de ruta".



Corría el año de 2006, hace ya dos décadas, cuando México vivió un momento inédito en la historia de su democracia, porque el partido en el poder entonces, el PAN, decidió poner al proceso democrático en jaque y optó por emitir una avalancha sin precedentes -debido a su costo monetario y a su nivel de vileza- de campañas ilegales y sucias en la competencia presidencial de ese año.

Emitir propaganda sucia no era algo nuevo en México. Por ejemplo, en 1968, desde los turbios sótanos de la Secretaría de Gobernación se publicaron miles ejemplares de un panfleto apócrifo llamado "El Móndrigo", que era un supuesto diario encontrado en un joven perteneciente al movimiento estudiantil de ese año. El libro era una farsa sucia que pretendía demeritar a los estudiantes movilizados, pintarlos como exaltados pro-soviéticos o algo así, y, obviamente, con eso justificar su represión.

Si bien la autoría de ese libelo indigno se le atribuyó al escritor priista Emilio Uranga, el autor real, como dio a conocer Gerardo Antonio Martínez, fue Jorge Joseph, un priista guerrerense que era un vulgar porro, pero tenía a su favor ser un tipejo letrado, y que en 1968 fungía de asesor de Díaz Ordaz. Más allá de la redacción del libelo "El Móndrigo", es más memorable que en un diálogo epistolar, Octavio Paz y Carlos Fuentes se refirieran a ese texto de propaganda sucia como un “asco” y señalaran que su autor -fuera Uranga o Joseph- era una vil “cucaracha”.

Asimismo, en la historia del Siglo XX en México, los periódicos y noticiarios -radiales o televisivos- fueron espacios de abierta calumnia a muchos actores políticos. Desde el recurrente uso del “transgresores de la ley” con que Zabludovsky solía demeritar a activistas sociales hasta Lolita de la Vega inventando desde Televisa, en 1994, que un grupo de periodistas italianos eran los reales responsables de la creación del EZLN. No hace falta ahondar más para documentar que mucha de la cháchara que históricamente ha provenido de los medios alineados del viejo régimen y del panismo ha sido propaganda sucia.

Pero con el PRI y hasta antes de 2006 esa suciedad solía aparecer mayormente en la línea editorial de medios oficialistas -como noticiarios parciales- y en plataformas clandestinas -como el libelo apócrifo de "El Móndrigo"-; mientras que el discurso oficial del priismo, sea de sus presidentes o de sus candidatos y sus campañas, siempre era, demagógicamente, proclive a las exaltaciones populares, y, por razones de hipocresía y no de convicción, difícilmente se le iba a ver a este discurso lanzando invectivas directas contra amplios sectores sociales.

El año 2006 fue un cambio radical en ese sentido, porque por primera vez en la historia, la campaña oficial del partido en el poder se basaba no en exaltar las virtudes de su candidato, sino en deturpar, agredir y mentir contra el principal candidato opositor, su entorno y a la corriente social que representaba. Si el PRI hacía eso mediante terceros o con vías soterradas en el Siglo XX, el PAN agravó con cinismo esta práctica al usar sus tiempos oficiales de su campaña a la presidencia con espots (esos mensajes históricos y mentirosos o de pánico moral que apelaban al “peligro para México”) y suciedades por internet, pagadas con dinero público, que, deliberadamente, violaban varios artículos del Cofipe, código que también violó el presidente Fox, al convertirse en el primer mandatario en la historia en intervenir con campañas abiertas pagadas del erario en horario triple A. En 1994 Salinas hizo algo parecido con Zedillo poniendo ilegalmente recursos del Estado a su favor, pero hasta ese fraudulento priista supo actuar con una estratégica discreción.

De vuelta a 2006, hagamos un recuento de algunas de las bajezas que esa campaña sucia panista emitió en medios electrónicos y, principalmente por internet, que, como zona no regulada, fue convertida por el foxismo y el calderonismo en un inmundo muladar fascista. Por adelantado ofrezco una disculpa por el tono indigno y soez de las frases siguientes, pero tal cual se emitieron, y en honor a la verdad, aquí se comparten. En un pasquín apócrifo llamado "La Neta", publicado en el bajío con dinero proveniente de erarios locales y federal panistas, se dijo, por ejemplo que:

1. El verdadero nombre de López Obrador era Manuel Andrés, y sus siglas eran MALO.

2. Se dijo que AMLO asesinó a su hermano cuando niños.

3. Se dijo que AMLO se alzaría violentamente para obtener lo que los votos no le dieron.

4. Lo acusaron de ser dictador en la Ciudad de México.

En internet, desde la Secretaría de Gobernación foxista, convertida en una letrina goebbelsiana de terrorismo ideológico, con cargo al erario y con uso de logística pública, se enviaban correos electrónicos por millones, donde se decía que “AMLO era el whiskas porque ocho de cada diez gatos lo prefieren”; se decía que AMLO quería hacer un eje México-La Habana-Caracas; se decía que AMLO tenía una casa en Chapultepec; que no se había titulado; que estaba recibiendo armas del ejército venezolano; que tenía operadores bolivarianos en la Ciudad de México; que había cometido bestialismo con una mula o que había asesinado a su hermano. Todo, desde luego, no sólo rotundamente falso, sino indigno de una política civilizada.

Estas turbiedades apócrifas por internet tuvieron, sin embargo su correlato en la campaña oficial o en el discurso abierto. Es decir, no se trató sólo de bestias desquiciadas diciendo estupideces en internet, como si se tratara de las vandalizadas paredes de un baño público, que pueden mover al asco, pero pareciera que no salen de ahí. No fue así. Porque esas bajezas sucias y de la web que emitía el Gobierno foxista, y luego el calderonista, tenían equivalentes abiertos, con nombre y apellido, en el discurso público donde personajes visibles las repitieron como loros mentirosos.

Por ejemplo, un porro de Tv Azteca, Jaime Sánchez Susarrey, repitió la tontería de que AMLO era Manuel Andrés; Germán Martínez retomó en una entrevista con López Dóriga en 2006 la mentira de que López Obrador no se había titulado; el periódico salinista La Crónica de Hoy publicó el 6 de marzo de 2006 la falsedad de los recursos venezolanos en la campaña de AMLO; y hasta el turbio Jefe Diego, en el famoso debate con López Obrador de marzo de 2000, tuvo el acierto de condenar la mentira de que AMLO mató a su hermano, engaño muy vil que sin embargo los foxistas y calderonistas sí reprodujeron en vías anónimas.

La conclusión de la campaña de 2006 no acabó con esta inmundicia, que fue retomada por la Secretaría de Gobernación del calderonismo, como expuso el periodista Jaime Avilés en noviembre de 2007, porque desde esa instancia se enviaban diariamente millones de correos electrónicos -el equivalente a las granjas de bots de hoy, pero pagadas y emitidas desde el entramado público- donde se decían cosas como éstas:

1. AMLO de niño mató a un amigo suyo con una bola de béisbol.

2. El pejelagarto hijo de su pejeperra madre y su esposo ocultaron que su hijo asesinó a su hermano.

3. López tiene problemas psicológicos, como epilepsia mental y profunda incultura.

4. Encinas y López Obrador son la jitomata y la perejila.

5. Dolores “Pamierda” quiere hacerse del control del PRD.

Asimismo, esos correos se referían a periodistas de La Jornada como “ardidos maricones”; y a los partícipes de las marchas contra la privatización petrolera en 2008 como “gatos acarreados”; y a los periodistas críticos de Calderón se referían como “cotorras legítimas y rancias”. Ningún paladín del liberalismo dijo entonces que estas bajezas era un intento de intimidación del calderonismo contra la prensa crítica. Ya en exposiciones más viles y preocupantes, en esos correos también se instaba a llevar comida envenenada al plantón de Reforma en 2006; o se instaba al magnicidio de López Obrador. Este acoso virtual grotesco duró todo el sexenio calderonista, porque los últimos correos así se terminaron de enviar el 30 de noviembre de 2012. Si Calderón convirtió al país en fosa común con su entrega del país al narco, también le debemos haber convertido al debate público en una fosa séptica con sus bajezas virtuales.

Y no era cháchara irrelevante esa avalancha de inmundicia. Eran correos electrónicos que, de nuevo, con cargo al erario y desde la operación de la Secretaría de Gobernación, cometían la indecencia de emitir propaganda goebbelsiana; pero también toda esa basura tenía su equivalente más mustio en periódicos y noticiarios de las derechas mexicanas, donde, por ejemplo; un farsante mendaz llamado Leopoldo Mendívil, publicó en el pasquín salinista La Crónica de Hoy en 2011 la mentira de que AMLO estaba quizá enfermo de diabetes y eso tendría que inhabilitarlo como candidato presidencial en 2012; mientras en Letras Libres, el pseudoperiodista Ricardo Alemán inventó en octubre de 2006 el mito de que López Obrador “mandó al diablo las instituciones”. Por cierto, 12 años más tarde, en plena campaña de 2018, en mayo Alemán publicó una incitación al asesinato de López Obrador. Y cuando obviamente Canal Once y Televisa, medios donde participaba ese porro irresponsable, lo mandaron al diablo a él, y con razón, por incitar a un crimen, el tipo graznó censura y acusó a AMLO, que aún no ganaba la elección de ese año, de ser el responsable. Como siempre: los fascistas son victimarios con discurso de víctimas.

Así, esa campaña sucia que comenzó en 2006 y se ha extendido por décadas no tenía precedentes ni tiene hoy equivalentes. En su momento fue la inversión en propaganda sucia en contra de un candidato más cara en la historia de la democracia mexicana. Y no se agotaría ahí. Los grupos empresariales que violaron abiertamente al Cofipe en 2006, volvieron ellos sí a mandar al diablo a las instituciones en 2008, al emitir de nuevo spots televisivos contra López Obrador, a quien compararon con Hitler, Pinochet y Victoriano Huerta, por el atrevimiento del tabasqueño y su movimiento de demandar que hubiera diálogo democrático en el Congreso respecto a la Reforma Energética del calderonismo en ese año.

Desde entonces, en el discurso de ese espectro que podemos definir como antiobradorismo, la mentira, la especulación absurda y la calumnia vil han sido una parte sustancial de su construcción. Como dijo Carlos Monsiváis, desde Francisco I. Madero, ningún actor político ni ningún movimiento ha sido tan calumniado, que no criticado, como el obradorismo, que ha padecido el acoso desde los años ochenta en Tabasco, cuando los porros priistas lo acusaban de querer convertir las iglesias en células soviéticas, hasta hoy, donde cada día surgen nuevos bulos y agresiones.

En este lapso, ha habido momentos definitorios, donde los ideólogos de la derecha presuntamente liberal, tuvieron oportunidad de darse cuenta de esta vena profundamente autoritaria y canallesca que es esencia del antiobradorismo. Se enlistan aquí algunos ejemplos de cercanías de este espectro político con posturas absolutamente impresentables:

1. Cuando Felipe Calderón escupió su frase de que él ganaría “haiga sido como haiga sido”, donde evidenció con cinismo que ni a él ni a su partido, en ese momento en el poder, le importaba violar las reglas de la democracia para imponerse en el poder.

2. El desafuero de López Obrador en 2004-2005, episodio que mostró que Fox y el PAN estaban dispuestos a la regresión autoritaria de hacer un golpe de estado técnico y encarcelar a un inocente con tal de frenarlo políticamente y, de nuevo, no perder el poder.

3. La cínica frase de un ex canciller foxista, como Jorge Castañeda, quien en 2004 excretó con todo cinismo -y en pleno contexto del golpista desafuero- que a López Obrador había que ganarle a la buena, a la mala o de todas las formas posibles. Exactamente veinte años más tarde, en marzo de 2024, fiel a su convicción autoritaria, ese pedante fracasado exigió en televisión nacional, que Xóchitl Gálvez y el PAN violaran la ley electoral de nuevo y se dedicaran a hacer guerra sucia, “pero sucia en serio”, para reducir la ventaja en encuestas de Claudia Sheinbaum. Por cierto, lo hicieron, y no sirvió de nada.

4. Cuando en 2009 se supo que Salvador Borrego, nazi mexicano, panfletista exaltador y hagiógrafo de Hitler; primer revisionista negador del holocausto en lengua castellana y conocido judeófobos, había votado por Fox, igual que muchos palurdos autoritarios de la ultraderecha mexicana, que incluso tuvieron puestos clave en su gobierno y hacían comentarios fascistas, como Ramón Muñoz o Carlos Abascal.

5. Cuando repetidamente se supo de los intentos de fortalecer la raíz nazi del PAN, como cuando Óscar Sánchez invitó toda la vida al nazi Salvador Borrego a dar cursos de formación política a jóvenes militantes panistas, como se hizo público en el año 2013.

6. Cuando en 2014 se supo que un grupo de jovenzuelos neonazis eran también militantes del PAN y organizaban faramallas militaristas, pero también tenían vínculos con preeminentes militantes del blanquiazul jalisciense y con Emilio González, ex gobernador panista de esa entidad, que sin embargo comenzó su juventud política en el Partido Demócrata Mexicano, heredero del sinarquismo.

Esos momentos no fueron anecdóticos. Fueron reveladoras puntas de iceberg para tener idea de qué tipo de gente conformó al antiobradorismo autoritario en el poder -como en los gobiernos de Fox y Calderón-; y a qué tipo de escoria, incluso de corte fascista, podían interpelar socialmente.

Un resumen breve de estos años de propaganda sucia contra el obradorismo diría lo siguiente: la campaña de mentiras repetidas mil veces lleva cuatro décadas de existir, se agravó en el bienio 2004-2006, no tenía precedente ni tiene hoy equivalente alguno. Y, como señalaron los caricaturistas Toño Helguera y José Hernández en Proceso en 2008, esa campaña contaminó irremediablemente a la democracia mexicana.

Con estos carísimos y sistemáticos antecedentes, a absolutamente nadie debería sorprenderle lo siguiente. En las marchas de la oposición partidista a partir de 2018, sea con los “chalecos amarillos”, FRENAA o la Marea Rosa, hemos visto exabruptos de esta magnitud:

En las marchas irrisorias de la oposición y de FRENAA en 2019 y 2020, algunos partícipes decían barbaridades como que Martí Batres era espía de la extinta KGV; Gilberto Lozano decía sin tapujos, y reproduciendo la judeofobia del siglo XX, que Claudia Sheinbaum era una “señora soviética”; algunos asistentes juraban que AMLO no era mexicano sino “un indio de argentina”; y no faltó quien llamó a que asesinaran a López Obrador. Cosa que, por cierto, ya habían hecho algunos faranduleros ridículos como Celia Lora o Eliuh Gil, en 2019. Y, en un caso no insólito pero indignante, en la marcha de la presuntamente democrática Marea Rosa de noviembre de 2022, quien robó protagonismo fue una asistente genuina, quien en un ánimo racista gritó que López Obrador era un indio patarrajada.

Así, el discurso panista -y también del PRI- ceñido al antiobradorismo, ha sido, con sus mentiras, bajezas, calumnias, promovidas con dinero público, desde el aparato del estado y por décadas, el caldo de cultivo perfecto para radicalizar a entes mal informados, esos sí resentidos y acomplejados, quienes encuentran su solaz en el autoengaño o sienten que odiar al obradorismo les da estatus o algo así. Pero lo más temible no es eso, sino que en el camino han violado sistemáticamente la ley, las reglas de competencia electoral y han fraguado golpes autoritarios indignos de un país democrático, como el desafuero o fraude de 2006.

En esa medida, ¿a quién sorprende que en las últimas dos marchas de las derechas hayan salido grupúsculos nazis de sus cloacas para llamar “puta judía” a la Presidenta Sheinbaum o vistieran suásticas? A nadie. Cambie usted el tono, y no hay diferencia alguna entre el “puta judía” que escupió un nazi desquiciado, y el “Sheinbaum es una judía búlgara” que espetó Vicente Fox en 2024; como tampoco hay diferencia en la tipa racista que en la Marea Rosa llamó “indio patarrajada” a AMLO y el “AMLO es el mesías tropical” de Enrique Krauze en 2006.

El antiobradorismo y la oposición partidista hoy no se ha dado cuenta que estas hordas impresentables de fascistas no son excepciones o anécdotas en esa corriente opositora. Son muchos, son representativos y son autoritarios. Los que se autonombran intelectuales liberales llevan años transitando juntos con estos inmundos compañeros de ruta. Y, hay que insistirlo, no se limitan a ser desquiciados de internet o bots o ciberpiojos. Ahí están como ejemplo no sólo la campaña “haiga sido” oficial del PAN en 2006 sino también la Operación Berlín de Fernando García Ramírez y Enrique Krauze en 2018. Hoy, los autores de esas bajezas son muy similares al Jorge Joseph que Octavio Paz y Carlos Fuentes llamaron “asco” y “cucaracha”.

Hoy esa derecha partidista y de la comentocracia, en vez de sorprenderse o indignarse por la aparición de nazis en marchas contra Claudia Sheinbaum, debería hacerse responsable del monstruo que han ayudado a forjar. Y no sólo con los nazis sino con la derecha estándar, esa que desde cargos públicos foxistas o calderonistas y peñistas; o en el periodismo vil, creen que “haiga sido como haiga sido”; “hagamos guerra sucia en serio”; “mientras más mentiras digas contra Morena mejor te va” o “la verdad ya es irrelevante” son consignas válidas, cuando en realidad son exabruptos reveladores de una naturaleza autoritaria y miserable que no se aleja demasiado de las suásticas indignas.

O si no logran hacerse responsables, por lo menos deberían cuestionarse por qué ese tipo de gente secunda sus discursos. Porque esa sempiterna campaña sucia o de pánico moral que comenzó en 2006 no ha servido para construir mayorías, sino solamente para fanatizar a lo peor de la sociedad mexicana, que hoy puede ver en Salinas Pliego a un referente también. En vez de acusar que hoy se vive “autoritarismo” háganse cargo del Frankenstein cuya existencia daña a todos, incluidos a sus creadores.

27.11.25

Golpe en Marcha: Doctrina Monroe 2.0

Óscar David Rojas Silva


Ha iniciado una operación en México para incluir de facto a nuestro país en la lista negra de los países que desafían la hegemonía estadounidense. El primer paso de esta campaña es situar a México en la lista de los países que tienen problemas estructurales y en los que se debiera justificar la injerencia y tutela exterior para “resolver” los propios efectos nocivos de la expansión imperialista. En entregas anteriores (9 de octubre 2025) hemos revisado cómo la ideología neocolonial instrumentaliza la democracia y los derechos humanos como banderas para poder golpear a los países en resistencia. Hoy se adiciona un nuevo elemento: el narcotráfico.

La mal llamada marcha de la generación Z es la prueba del comienzo de este periodo de golpeteo trasnacional. Una primera paradoja que surge de esta marcha es que no fue protagonizada por la propia generación Z, al contrario, esta fue sustituida por la vieja reacción de la “marea rosa” más un bloque violento de acción directa, mezclada con el amargo y dantesco pánico de Salinas Pliego al ver desaparecer aquel poder judicial que garantizaba sus mecanismos de elusión fiscal. No es un detalle menor la reciente exploración de este personaje para convertirse en el Milei mexicano, lo que significa combinarse abiertamente con las fuerzas trasnacionales de ultraderecha.

Esta marcha contó con un periodo de calentamiento ideológico marcado por la campaña de “narco-gobierno”, mismo que ha entroncado con la política estadunidense de presionar a nuestro país con declaraciones acosadoras que buscan desacreditar la estrategia mexicana e imponer como única solución la intervención directa (bombardeos) de nuestro vecino del norte. No olvidemos cómo durante los momentos más intensos de la guerra arancelaria, las negociaciones comerciales fueron anclados a temas de seguridad y narcotráfico. El punto cumbre fue, sin duda, el artero asesinato de Carlos Manzo, presidente municipal de Uruapan, cuya lucha fue apresuradamente cooptada por la narrativa de derecha a tal grado que la propia familia se deslindó de la marcha en cuestión.

Todos estos elementos han sido reencuadrados ahora bajo la operación de una “revolución de color”, estrategia regular utilizada por los EUA para los cambios de régimen en países con intereses estratégicos. No perdamos de vista cómo estos procesos son una puesta en escena para el golpeteo mediático masivo, por ello este pasado 15 de noviembre observamos una distinción: ya no se trató de un templete con mensajes políticos sino la búsqueda directa de violencia y provocación para lograr las escenas necesarias que puedan convencer de que las protestas sociales son orgánicas y que realmente hay una crisis tal que podría llevar al derrocamiento.

Ya lo estamos experimentando en tiempo real, mientras que al interior de nuestro país podemos identificar perfectamente que estas escenas no representan en lo absoluto la realidad social del país, en el exterior los poderes mediáticos corporativos globales dan por válido, en forma automática, el mensaje distorsionado tan anhelado por la guerra híbrida. La realidad es que el problema del narcotráfico es transexenal y transnacional por lo que su combate no se limita a asuntos de seguridad sino de la recuperación integral de la economía sobre el sistema criminal de cobros de piso, sustitución de productores, comerciantes y aprovechamiento del proceso de exportación para el lavado masivo de dinero. No tiene sentido omitir que nada de este poder es posible sin la participación del sistema bancario internacional.

Como se ha visto, EUA ha decidido elevar la tensión en nuestro subcontinente, ha comenzado por presionar a Venezuela y a Colombia a través de ejecuciones directas y extrajudiciales contra supuestos narcotraficantes en lanchas. Previamente presenciamos las presiones directas por parte de este país a Panamá en el marco de la campaña anti-China. Trump ha utilizado sus micrófonos para influir en las decisiones soberanas de países como Brasil en su lucha contra la ultraderecha y ha convertido al presidente de Argentina en su bufón personal del endeudamiento mientras que se atreve a dictar preferencias electorales. Lo que quiero destacar es que estamos frente a una campaña continental para intentar operar una Doctrina Monroe 2.0.

¿Por qué ahora? Como se sabe, y no es para nada un detalle menor, la hegemonía estadounidense se encuentra en su ciclo final, la propia estridencia y virulencia del Make America Great Again acepta que su poder ha declinado y que busca recuperarlo de alguna forma (o mejor dicho de cualquier forma). La mala noticia para nuestros vecinos es que estos procesos son irreversibles, como la propia historia de otras potencias nos lo demuestra. No se trata de un asunto voluntario sino de las fuerzas históricas concretas. Por lo que esta nueva andanada significa que aquel poder ya no puede ser ejercido a escala global por lo que retorna, transitoriamente, a la búsqueda de fortalecer la hegemonía regional.

Desde la interpretación de los propios estadounidenses ya queda claro que no han tenido, sino que aceptar una tripolaridad de facto, no han podido ya imponer sus condiciones a Rusia –con las implicaciones que tiene para mantener el dominio sobre Europa– ni a China –con lo que pierde el dominio del pacífico– por lo que buscan fortalecer su posición ajustando su dominio sobre América Latina y el Caribe.

Pero, y este es el punto central, la visión proveniente desde el sur global está optando por la construcción de un mercado mundial multipolar, es decir, uno que permita las interconexiones directas y de libre asociación basada en los intereses de cada una de las naciones. Se trata de la necesaria afirmación de la soberanía de los países en sus decisiones de política económica y planificación general de la estructura económica. No es un detalle menor enfatizar que este proyecto impulsado por China tiene su fuerza en un ejercicio contundente para lograr emanciparse del influjo hegemónico, no de hoy, sino de una larga lucha anticolonial y antiimperialista, todo esto basado en gran medida por la potenciación del análisis del mercado mundial basado en la teoría marxista.

Por todo lo anterior es necesario apuntar elementos singulares para afinar la estrategia de tránsito hacia la visión multipolar antes que a la tripolar. La afirmación de soberanía, por tanto, es esencial para el éxito del proceso de transformación. México tiene, una vez más, una serie de características inéditas que vale la pena poner al frente para ajustar las velas en el mar contemporáneo. Al mismo tiempo que EUA quisiera simplemente imponerse como lo hizo durante los gobiernos neoliberales (o incluso con los gobiernos autoritarios del siglo XX) su posición post-hegemónica implica una desindustrialización crónica por lo que necesita de nuestro país para sus propias cadenas productivas, el TLCAN logró constituir una fusión productiva que ha constituido el mercado norteamericano – junto con Canadá– como un polo global unificado.

El Plan México, por ello, representa la estrategia para poder recibir inversión extranjera directa con miras a facilitar la transferencia de tecnología y dirigir este metabolismo bajo una planificación estratégica propia. No debe pasarse por alto que esto que pareciera un deseo abstracto ha comenzado a tener concreción, especialmente desde la recuperación estratégica del dominio energético, pero también el de la recuperación democrática del poder judicial, mismo que durante el neoliberalismo se dedicó a garantizar privilegios para el capital nacional y trasnacional, pero que hoy se ha estrenado en una nueva era al cobrarle impuestos al quinto hombre más rico del país y establecer multas sustantivas al sector minero. Sin dejar de mencionar que su democratización disminuye dramáticamente los riesgos del tan temido lawfare.

México está adquiriendo condiciones para avanzar en las posibilidades de otro tipo de políticas económicas y sus formas de distribución. Las condiciones globales están a favor además para la búsqueda de la diversificación. Por ello, desde mi punto de vista, esta nueva campaña es virulenta puesto que es la única manera en la que EUA podría debilitar o desestabilizar el proceso mexicano. Si bien, como hemos dicho, es de su propio interés la industrialización relativa de México para su propio objetivo de consolidar la tripolaridad, asume que tiene el derecho de conducir su proceso sin la molesta restricción de la coordinación con un gobierno de izquierda.

Todas estas condiciones exigen, especialmente de parte de las izquierdas (especialmente desde el academicismo), una toma de conciencia de que el “antigobiernismo” que se instauró en estos movimientos durante el neoliberalismo no pueden continuar sin sufrir una autorreflexión profunda, puesto que la mayoría de los análisis se ha quedado a nivel de lo político electoral y sus falencias (algo natural puesto que el sistema político es heredado) pero no se repara en los cambios estructurales a nivel de Estado que están ocurriendo desde 2018. Se le quiere medir con la misma vara a este gobierno por el solo hecho de ser gobierno, lo cual no solo refleja una falla epistemológica sino también de claridad ideológica.

Es decir, el proyecto nacional que está en evolución es mucho más amplio que lo que sucede en el partido del poder, pero también más amplio que el propio programa de gobierno. El problema de esta relativización es que le abre espacio a la injerencia puesto que los grandes problemas que todavía tenemos, como es el caso del narcotráfico o la desigualdad estructural, inhiben una defensa clara y contundente del derecho democrático que nuestro país está ejerciendo frente a la tormenta global del cambio hegemónico.

La marcha de la mal llamada Generación Z ha sido un intento burdo por recrear las condiciones pre-2018 donde muchos de nosotros estuvimos en las calles, debemos tener cuidado de caer en la trampa del “todos son iguales” que tanto conviene a las fuerzas de derecha, pero sobre todo a la ultraderecha internacional. El movimiento mayoritariamente electo ha aceptado el proceso de resolución integral, de fondo, de estos grandes conflictos, la guerra y las respuestas estridentes nunca han servido más que para patear el balón hacia adelante, por ello la respuesta frente a esta problemática ha sido por la vía del fortalecimiento de la seguridad, nuevo marco contra las extorsiones y el comienzo de la limpia del poder judicial que liberaba delincuentes los fines de semana, pero sobre todo es una respuesta de fondo para levantar la economía regional y con ello reordenar la correlación de fuerzas entre economía criminal y el proyecto nacional.

Óscar David Rojas Silva*
*Economista (UdeG) con estudios de maestría y doctorado (UNAM) sobre la crítica de la economía política. Académico de la FES Acatlán y la UAM Xochimilco. Director del Centro de Estudios del Capitalismo Contemporáneo y comunicador especializado en pensamiento crítico en Radio del Azufre y Academia del Azufre.

13.11.25

Carlos Manzo con el PRIAN

Fabrizio Mejía Madrid

"Para entender la violencia siempre será necesario volver al año que todo comenzó, el 2006 y la idea de Calderón de que la seguridad era la voluntad de un sólo personaje y que la testosterona era una política pública. Porque, en el fondo, lo que la derecha Mcprianista reivindica es al vengador ranchero. Y en eso han tratado de convertir al difunto Carlos Manzo".


El video empieza cuando Carlos Manzo pone una caja de donas Krispy Kreme en una mesa al lado de un maletín negro. Atrás está el publicista político Carlos Alazraki deglutiendo una dona mientras observa hacia otro cuarto de donde salen aplausos. Alazraki es, desde el año 2000, el propagandista personal de Roberto Madrazo, exgobernador de Tabasco y dueño familiar de Latinus. Antes, este anunciante fue el creador del eslogan de la campaña de Arturo Montiel para la gubernatura del estado de México en 1999 que decía: “Los derechos humanos son para los humanos, no para las ratas”. Lo que significaba, desde entonces, que había un discurso fascistoide de negarle el derecho a un juicio a los delincuentes y ejecutarlos sin mediar investigación. En el video aparece, de pronto, Jesús Ortega exdirigente del desaparecido PRD, y Rubén Moreira, el guardaespaldas del porro Alito en el PRI, quien le estrecha con énfasis la mano a Manzo que tiene puesto el sombrero que se tambalea. Rubén Moreira es Diputado del PRI y exgobernador de Coahuila entre 2011 y 2017 y, junto con su hermano, endeudó a su estado hasta el 2044. También ha sido relacionado con una mega red de huachicol fiscal de combustible de contrabando manejada por el Mono Muñoz Luévano, el lavador de dinero de Los Zetas, capturado en 2016 en España, extraditado a Estados Unidos donde se declaró culpable, y ahora preso en México. En el video, Alazraki le pregunta a un hombre calvo que entra al cuadro de la cámara si conoce al Presidente Municipal de Uruapan. El calvo es Rubén Aguilar, exvocero de Vicente Fox, quien responde, efusivo: “Lo he visto en las fotos y rompiendo madres, diciendo lo que se requiere porque es lo que se requiere”. Después de haber sido vocero de Fox, lo fue también de Ricardo Anaya, y escribió un libro ---sí, escuchó bien--- un libro con Rubén Moreira llamado “Jaque mate al crimen organizado”, y cuyo prólogo proviene del puño decisivo de Jorge Castañeda, el excanciller de Vicente Fox. Con la entrada de Aguilar nos damos cuenta de que lo que estamos viendo es el final de una reunión. Chucho Ortega felicita al Alcalde de Uruapan y se va. Moreira empieza a advertirle algo. Alazraki le pide el teléfono de su yerno al exvocero de Fox porque Rubén Aguilar es suegro de Jorge Álvarez Máynez, el excandidato presidencial del Movimiento Ciudadano. Mario di Constanzo, economista del ITAM y actual vocero del PRI, se acerca para pedir una foto con Carlos Manzo. Quien está grabando el video le pregunta a Constanzo si quiere que le tome la foto con el Alcalde de Uruapan y ahí se corta el video.

Empiezo esta columna con la descripción del video porque me resulta notable esta reunión de la minúscula familia del McPRIAN al menos por tres razones. Una: que todos estos personajes se acerquen para saludar a un simple Presidente Municipal como era el de Uruapan. Segunda: me pareció también notable el nivel de familiaridad con el que lo tratan. “¡Maestro!”, lo saluda Moreira. Y, por último, me parece significativo que exista este video, es decir, que quien lo tomó lo centrara en la visita de este Presidente Municipal al final de una reunión de lo más apolillado del McPRIAN. No quiero especular. Lo único que sabemos de cierto es que esta reunión existió cuando ya era el Presidente Municipal, es decir, en algún momento entre su elección el 2 de junio de 2024 y su asesinato el primero de noviembre de este año.

Lo que siguió es lo que me interesa. La creación de un personaje después de muerto. Estos mismos opositores lo tomaron como una bandera ---quizás lo única que tienen--- para llamar a un sector de la población a la exasperación, al enardecimiento, y finalmente a la violencia. No otra cosa fue juntar la convocatoria a la supuesta marcha de la generación Z con el homicidio del Alcalde y con el bloque negro que ha irrumpido en todas las protestas menos las de la Marea Rosa o Xóchitl Gálvez. La intención es generar imágenes de violencia, aunque sea con porros disfrazados con uniformes de la Guardia Nacional. La vida pública de Carlos Manzo empieza después de su asesinato como lo que tanto le ha gustado a la derecha: los vengadores. Esos personajes que surgieron en el sexenio de Vicente Fox como Isabel Miranda de Wallace o Alejandro Martí encarnaron, al menos en la creación de su propio mito, que el problema de la seguridad se arregla por pura voluntad de un hombre o una mujer y que el Estado no sirve ni para perseguir o investigar y menos para impartir justicia. Así, el vengador detenta a la justicia como algo personal. Es interesante que el mismo Felipe Calderón o Genaro García Luna trataran también de encarnar al vengador cuando usurparon no sólo al poder presidencial por medio del fraude electoral de Fox contra López Obrador en 2006, sino el legislativo y el judicial porque aplicaron leyes que no existían para impartir la supuesta justicia de las armas, la tortura, el desplazamiento, y la desaparición. Calderón es un usurpador de los tres poderes de la República porque jugó a disfrazarse con un uniforme que siempre le quedó grande: Quiso personificar a una autoridad individual, solitaria, que ejercía una fuerza ilegal contra supuestos transgresores de alguna ley. Eso lo decidía él y García Luna, nadie más. Asesinaron y detuvieron personas que eran declarados “daños colaterales” o acusados ante los medios de comunicación como narcotraficantes y que salían liberados por los jueces en números exorbitantes. Casi el 90 por ciento de los supuestos narcotraficantes exhibidos ante las cámaras de televisión como delincuentes salieron libres después. Así que esos vengadores como Calderón y García Luna supuestamente buscaban cumplir con alguna concepción de justicia pero, al hacerlo, usurpan la autoridad del Estado mexicano. Pero también había un contenido de clase en todo esto. Los vigilantes buenos eran empresarios que habían sufrido un agravio como un secuestro, pero había unos malos, los pobres que linchaban a un supuesto ratero. Mientras los medios ensalzaban a unos, condenaban a los otros y exigían que la autoridad los encarcelara por tomar la justicia por propia mano. Cuando llegó Calderón, el asunto estaba legitimado a tal grado que una parte de la población creyó que unos mexicanos tenían que morir para que los demás vivieran seguros. Esa mentalidad de guerra es la guerra de una sola persona que sabe qué es la justicia, que la aplica por sí misma, y que no le importa ni la proporcionalidad del uso de la fuerza, ni las consecuencias de sus acciones.

Ese es el mito que han tratado de inflar de Carlos Manzo: un justiciero solitario que no necesitaba del Estado para hacer el bien y que murió porque lo dejaron solo o, ya instalados en el delirio flotante, como Salinas Pliego, que lo asesinó Morena, es decir, un partido político. Eso, por supuesto, no tiene nada que ver con la relación real de Manzo con poderes fácticos en su ciudad o con las reuniones con el PRIAN, pero esa es la creación mediática después del asesinato. Más allá de esto, la idea del hombre que logra hacer justicia por su sola mano no sólo es anti-estado de derecho, sino que va en contra de lo que consideramos justicia: que haya procedimientos imparciales y conocidos por todos. Lo que hizo Calderón fue una matanza de inocentes ---porque todos, antes de una sentencia, somos inocentes--- sin aportar nada a la reconstrucción del sistema judicial ni al respeto por las leyes. Fue todo lo contrario por carecer de un diagnóstico y un plan. Fue contraproducente porque usurpó poderes legislativas al estar el Ejército fuera de la ley, y del judicial al ejecutar y detener personas sin investigar. El resultado fue el aumento del 148 por ciento de la violencia en su sexenio. Algo que tardó más de una década en revertirse como tendencia y que ahora resulta ridículo reivindicar ante el despliegue de todo el Estado mexicano, no sólo de las fuerzas de seguridad, sino de educación, empleo, salud, deporte, cultura, caminos para dar una opción pacífica a quien esté siendo obligado a insertarse en el crimen. Ya lo hemos dicho: los abrazos son todas esas opciones que se tienen al momento de decidir si se delinque o no. Si no hay esas opciones y sólo la amenaza de morir, la decisión no cambiará. Eso, por supuesto, no elimina a quien decida incorporarse al crimen. No es magia, es una opción. Por eso resultó tan ridículo que TvAzteca tratara de desprestigiar el modelo de seguridad actual diciendo que el asesino de Manzo estaba en edad de recibir su beca del Bienestar.

Pero volvamos a la creación del Alcalde de Uruapan después de muerto. Lo del sombrero, por ejemplo, es una condición de un estereotipo del campo privatizado. La clave es la palabra “Independiente”. Se dice que era un Alcalde independiente, aunque en realidad sólo era sin partido. La reunión con sus excamaradas del PRI del que fue militante de las Juventudes Revolucionarias en Michoacán, desmiente ese mito, pero no importa para el caso de su construcción post-mortem. El ranchero independiente, con sus botas de charol y su sombrero blanco, es Vicente Fox en su campaña del año 2000. El ranchero se siente superior a los ejidatarios que cultivan y cosechan en colectivo. Él es tan autosuficiente que resulta petulante. Él vive de la ilusión de que uno consigue por sí mismo el destino y que, además, está justificado si lo defiende con las armas. Él es recio porque no tiene pasado ni futuro, sólo un espacio ilimitado de presente. A lo mejor por eso nos dicen que dejemos hablar del pasado cuando tratamos de explicar la raigambre que fundamenta un desarreglo tan profundo como la seguridad y la justicia en México. Que ya no hablemos de Calderón o, como dice el Reforma, que dejemos de echarle la culpa al pasado. Me pregunto si es un problema de culpa o de responsabilidad. No se trata de pecados, como podrían pensar los acólitos de Junco, sino de compromiso, que es muy distinto. Para responsabilizarse de algo hay que entenderlo y trazar una ruta para modificarlo. Y, para entender la violencia, siempre será necesario volver al año que todo comenzó, el 2006 y la idea de Calderón de que la seguridad era la voluntad de un sólo personaje y que la testosterona era una política pública. Porque, en el fondo, lo que la derecha Mcprianista reivindica es al vengador ranchero. Y en eso han tratado de convertir al difunto Carlos Manzo.

Ahora bien: Vicente Fox, al responder a una pregunta de esa humanista llamada Beatriz Pagés Rebollar en el Atypical que tan cálidamente recibió al Alcalde de Uruapan, sobre cómo hacían para que la gente saliera a votar por la revocación del mandato de la Presidenta de México, Fox cruelmente sólo dijo: “La mitad del trabajo ya la hizo Carlos Manzo. Ahora nos toca a nosotros la otra mitad”. El muerto usado como publicidad electoral. En el mismo tenor, otro supuesto ranchero, Diego Fernández de Cevallos, cuyo mayor rancho fue hasta hace poco el Poder Judicial, escribió sobre el asesinato en Milenio: “Muerte maravillosa”, en un texto en el que llama “arpía” a la Presidenta de México, y clama a los cielos tormentosos de su imaginación degradada, cito textualmente: “Ojalá que las multitudes en Uruapan y en muchos municipios de Michoacán sean preludio de lo que pronto veamos en las calles y plazas del país; y que se escuche en todas partes el grito ensordecedor de: ¡Fuera zánganos malparidos!”

La viuda de Manzo no contribuyó a la paz, sino a seguir sacando del pozo de los votos nulos. En su discurso como interina dijo en su mitin en Uruapan: “Quienes mandaron matar a Carlos Manzo no supieron que este sombrero tiene una fuerza imparable, incansable y que en 2027 les vamos a dar ese voto de castigo porque vamos a hacer valer la memoria de Carlos Manzo”. La viuda apenas estaba tomando posesión del cargo de su marido que duró apenas un año y ya estaba en campaña electoral para el 2027. Y su propuesta era votar por el PRIAN como venganza. En sintonía con Diego Fernández, Vicente Fox, y el PRI recién inyectado con el botox de la Generación Z, la viuda no dejó pasar su oportunidad de refrendar el acuerdo de su esposo de seguir independiente aunque dentro de las coordenadas del PRIAN.  

Es como si el cargo fuera una propiedad y pudiera justificarse la legítima defensa. La idea es que una persona que no está haciendo nada malo, que actúa plenamente dentro de sus derechos, no debería estar obligada a ceder terreno a alguien que sí lo está haciendo. Este terreno a defender es una propiedad con su cerca de púas y sus caballos; es una cosa de los rancheros de la frontera del Oeste estadounidense. No se refiere a la Presidencia de la República donde el rancho sería todo el país o a un estado o a una ciudad como Uruapan. No existe legítima defensa en el caso de los representantes populares. Es un delirio que sólo alguien como Fox o Fernández de Cevallos intentarían sostener: que una autoridad debe comportarse como un vengador justiciero o como Batman. Pero ese es el delirio que le quieren vender a la sociedad. Otra vez sin diagnóstico, sin un plan, ni un objetivo al que llegar. Otra vez pensando que es una cosa de la voluntad de una persona. O bueno, ahora de un muerto o quizás, tan sólo, de su sombrero.