10.3.25

El proyecto globalista ingresa en su fase porno

SALVADOR GÓMEZ 
eXtramuros

En tres días entre febrero y marzo Zelensky se peleó en vivo con Trump, no firmó el acuerdo sobre minerales, fue echado a patadas de la Casa Blanca y su cena la comieron los periodistas, viajó a Londres donde Starmer lo consoló y prometió “boots on the ground and planes in the air” en apoyo a la inminente victoria ucraniana, y al día siguiente Zelensky dijo que estaba dispuesto a arreglar las cosas, reconocer que Trump es su firme líder, y firmar el acuerdo sobre minerales “en cualquier formato que se considere conveniente”.
Occidente se divide mientras busca un nuevo camino. El poder viejo, que es el globalismo con sede principal en la City de Londres, más los restos del neocon en EEUU, intenta sus penúltimos trucos. Por su parte, el intento de la administración Trump de tomar el poder efectivo en Estados Unidos, luego de haber ganado las elecciones, enfrenta dificultades esperables. Las demoras favorecen a Londres. La administración Trump sigue con su retórica dadaísta mientras da golpes fuera de cámaras al corazón del proyecto anterior. Pero si matan o derriban a Trump antes de que la derrota en Ucrania se produzca con claridad, todo el cambio puede sufrir un retraso de años



En esta nota sugiero un esquema de interpretación para ubicar las líneas principales de lo que estamos viendo ocurrir a nivel internacional. Para ello, me limitaré a ordenar los elementos principales, yendo de lo general a lo particular.

1) La situación civilizatoria

A nivel de civilizaciones, el esquema sigue totalmente incambiado con respecto a lo que, en diversas notas de esta revista, se ha ya delineado. Mientras que China y Rusia consolidan su alianza estratégica, a la cual zonas del Islam también van integrándose bastante rápido, Occidente ha entrado en una fase de su crisis interna de decadencia, y quizá relanzamiento, que se hace más y más notable por momentos.

Los proyectos civilizatorios occidentales han estado comandados por el mundo anglo en los últimos 210 años, luego de la derrota de Napoleón. La contradicción de base con respecto al rumbo civilizatorio occidental ha estado entre dos proyectos: el proyecto británico, y el proyecto de un Estados Unidos soberano. Londres representa el proyecto globalista, apoyado por determinada proyección universalista de los intereses financieros y corporativos occidentales al resto del mundo. Washington siguió en los últimos 80 años, en los rasgos fundamentales de sus políticas monetaria, financiera y exterior, ese liderazgo británico. Tanto en la creación de la FED, como en la construcción de influencia del Council on Foreign Relations, como en la génesis de la inteligencia americana de posguerra, como en la proyección internacional del mundo financiero “de Wall Street”, entre otros factores, han tenido gran participación y control los británicos. Es inglesa la inspiración para el PNAC neoconservador. Y los lobbies judíos en Estados Unidos, tan influyentes en la política exterior del tiempo de hegemonía global norteamericana, tienen una larga y nunca ocultada vinculación con la City de Londres.

En este momento, lo fundamental que ha cambiado es que, con la segunda administración Trump, ha tomado forma y vuelo el proyecto de un Estados Unidos que se conciba más autónomo del poder, los intereses y la manipulación de Londres. La civilización occidental está, pues, en un momento de quiebre y de redefinición. Las fuerzas de lo viejo, que viene dirigiéndolo todo, especialmente el discurso y la narrativa occidental central desde los inicios de la Guerra Fría, están enfrentando su propia caducidad. Todavía pueden dar un golpe desesperado, que aplace quizá por años su pérdida total de poder, si consiguen derribar la administración Trump o al menos detenerla en todo lo importante, como hicieron ya en 2017.
Mientras tanto, lo que los Estados Unidos están buscando bajo esta nueva y contradictoria administración es retomar un camino propio, que puede ser seguido o no por el resto de Occidente.

2) La situación geopolítica

a) El proyecto globalista de Londres

El proyecto globalista ha ubicado como objetivo estratégico fundamental la guerra en Ucrania, o como se le llama más precisamente a veces, el “Project Ukraine”, que involucra más que el conflicto bélico. Estrictamente, la guerra en Ucrania estuvo perdida por Occidente desde el punto de vista militar desde antes de empezar. Eso no detuvo en absoluto el proyecto de provocarla, pues el objetivo nunca fue ganarla, sino usar a Ucrania, desangrándola por el mayor tiempo posible, para proteger y promover objetivos estratégicos del proyecto globalista. Ucrania es frontera entre civilizaciones. Su destino como escenario de conflicto contra Moscú viene de lejos en la historia. La única guerra directa entre Inglaterra y Rusia ocurrió en Crimea en el siglo XIX, como parte del Great Game, la confrontación de largo plazo entre Londres y Moscú por el control de las conexiones euro-asiáticas. En su última fase, el proyecto Ucrania viene desde que Londres se dio cuenta de que había una “rebelión soberanista” de Putin en curso. “Extending Rusia” (algo así como “estresar a Rusia”), el documento de la RAND de 2019 escrito por viejos halcones guerreristas como James Dobbins o politólogos financiados por la FED como Howard Shatz, no es más que uno de los más notables ejemplos de que el rumbo de acción en política exterior del globalismo (en Washington se los ha llamado neoconservadores) ha sido provocar a Rusia a entrar en conflicto, con el fin de debilitarla, sancionarla, aislarla y, de ser posible, provocar un colapso y un cambio de régimen que abriese las puertas a ciertos recursos rusos en condiciones ventajosas para Occidente. Se intenta volver a los años 90, cuando en conjunción con los oligarcas rusos, el mundo financiero y corporativo globalista se quedaba con enormes tajadas de esos recursos, ante la desaparición de cualquier soberanía rusa. Como continuación de esa línea, en 2022 la RAND publicó otro reporte donde explica por qué hay que “debilitar a Alemania”, objetivo por cierto conseguido ya con total éxito.

Parte importante del asunto han sido pues, y también, los recursos de Ucrania misma, que contienen no solo gas natural y petróleo, sino diversos minerales de gran interés, e inmensos recursos agrícolas. Los acuerdos de Cargill (ej: proyecto Neptuno en el puerto de Pivdenyii en el Mar Negro), Monsanto (ej: inversiones gigantescas en una planta de semillas de maíz) o Dupont (ej: planta de titanio-magnesio en Zaporizhia), o los de consorcios occidentales con Naftogaz por el gas bajo Crimea (gas que los británicos perdieron debido a la vuelta de Crimea a la órbita rusa en 2014, luego de una masiva decisión en plebiscito, que los británicos aun pretenden fue “una invasión”), son ejemplos de todo lo que la intervención rusa destruyó o hizo inviable, y explican, en parte, por qué ese proyecto globalista ha estado peculiarmente obsesionado con la derrota rusa. Ellos lo expresan con frases tremendas del tipo “en Ucrania se juega el futuro de la democracia”. En realidad, lo que ocurre es que por la intervención rusa están perdiendo mucho dinero. Una de las formas de resarcirse ha sido transfiriendo descomunales recursos del contribuyente americano, y/o por vía de la manipulación monetaria, a costa de la destrucción del poder adquisitivo de ese mismo contribuyente. Ucrania no es una nación democrática, sino que está mejor descrita como una dictadura corrupta bajo la fachada de elecciones, también manipuladas por un acoso de años a la población opositora, y una “democracia” que es originalmente fruto de un golpe de estado concretado en febrero/marzo de 2014, con un gobierno títere sumiso a Londres, puesto allí a dedo por los neoconservadores norteamericanos que siempre han respondido a Londres. Gobierno que apenas instalado inició una limpieza étnica contra un tercio de su propia población, de lengua y cultura rusa. Rusia, jugada a la diplomacia y en fase de actualización de su poder militar y sus alianzas estratégicas, demoró mucho en intervenir efectivamente para detener todo esto, pero cuando finalmente lo hizo, estaba claro que iba a salvaguardar sus intereses de seguridad nacional aun frente a la oposición de todo Occidente.

La explicación de por qué nunca creímos en una victoria de Occidente sobre Rusia, tal como lo venimos detallando desde el inicio de esta guerra, es extremadamente simple: ante una Rusia decidida, la única opción es una guerra nuclear.

Si bien es posible que Londres aceptase ir a una guerra nuclear por desesperación, no era fácil obligar a Estados Unidos a inmolarse por el globalismo en una guerra que no tiene el menor interés estratégico para el público norteamericano. Las direcciones anteriores en Washington, en el mismo bote que sus orientadores londinenses, hicieron por cierto sus negocios con la guerra en Ucrania. Entre ambos lograron destruir la industria alemana, al forzar a los alemanes -controlando a su elite política- a suicidarse, abandonando el gas ruso, y mirando para otro lado, cuando la marina británica –según alegación rusa aquí tergiversada por Reuters– hizo volar los gasoductos nordstream. No solo los vendedores de energía en Estados Unidos se vieron beneficiados, sino también los brokers de energía en Londres y Holanda. La transferencia masiva de fondos públicos a las facciones privadas comprometidas con la guerra tomó proporciones épicas en estos tres años, y el negocio financiero de la guerra se vio altamente estimulado. Ni qué hablar del negocio de la reconstrucción. Involucrar a los no muy brillantes políticos que gobiernan Europa en esto garantizó un renovado flujo de fondos europeos hacia el negocio financiero del complejo militar industrial, al aumentar por fuerza el gasto militar de los europeos, y dos nuevos miembros de OTAN, lateralmente, significan más aportes del fisco de esos países a ese casino financiero del complejo militar industrial.
¿Cuál es el rol de la Unión Europea en esto? Prácticamente ninguno, puesto que se trata de una unidad burocrática sin apoyo popular significativo. El día que cese la propaganda que brota de Londres -que ni siquiera forma parte de la Unión-, será difícil para la eurocracia mantenerse en el poder, puesto que la oposición que han suscitado es ya notable en todos lados. Por ejemplo en Grecia o en Rumania estos días.

Para hacer posible esta estrategia, toneladas de propaganda londinense han sido volcadas para sugerir una posible victoria militar ante Rusia, cuya probabilidad es igual a cero. Londres puede aspirar a hacer desaparecer físicamente a Putin, empleando para ello alguna técnica terrorista, o la influencia del lobby occidental en Rusia, pero aun si Putin fuese asesinado o muriese, cosa no imposible, a esta altura hay un rumbo estratégico de Rusia que no cambiaría, y quienes vengan detrás de Putin podrían no tener la firmeza estratégica ni la paciencia del actual líder. Todo esto solo haría la situación más explosiva para Londres.

b) La alternativa americana.

Consciente de que el tiempo de actuar es muy breve, en menos de dos meses la segunda administración Trump ha mostrado con total claridad que tiene una estrategia contraria a la de Londres. Por debajo de una retórica delirante (Groenlandia, Gaza, Canadá, Panamá…) que parece destinada a irritar a la propaganda neocon-londinense y dejarla enredada con su propia ira e indignación, la Casa Blanca procede a toda velocidad a dar golpes al corazón del poder globalista, tanto en suelo americano como a nivel mundial. No solo bloqueó una de las organizaciones principales del soft-power neocon/globalista en el mundo como USAID, sino que le ha puesto la proa al discurso propagandístico exitista sin fundamentos de Londres. Al iniciar conversaciones con Putin, ha hecho varias cosas a la vez. Ha mostrado que el rumbo estratégico que tienen los Estados Unidos de MAGA pasa por la creación de un nuevo orden mundial multipolar que termine de liquidar no solo los mínimos vestigios del orden de la Guerra Fría, sino también el vigente orden neocon de los ’90. Para ello, precisa liquidar la estrategia globalista de una vez para siempre. Y el golpe de gracia a la estrategia globalista pasa por una derrota total de Londres y sus aliados de la UE y de Washington, en Ucrania. Una clara victoria rusa, que no deje el menor lugar a dudas, es la única forma de terminar con cualquier legitimidad para el proyecto futuro del globalismo, de la City de Londres, y de sus seguidores. Desde luego, el globalismo vende una posible derrota en Ucrania como el fin de la democracia, el “mundo libre”, y Occidente entero. Bullshit. Se trata del fin del globalismo y del liderazgo de Londres y los neocon, no del fin de Occidente.

Esa resolución en Ucrania es lo que está en juego aun, y de la resolución de eso, o de su nueva postergación -que es lo que Londres busca- depende el cambio de orden mundial y la apertura a nuevas posibilidades completamente distintas de lo que hemos tenido hasta ahora.
La alternativa americana pasa por un nuevo rumbo en las relaciones internacionales y prioridades del país, un renacimiento industrial y comercial en condiciones más ventajosas para Estados Unidos, una profundización del liderazgo tecnológico americano, la liquidación de los conflictos artificiales promovidos por Londres y el globalismo, una nueva estrategia económica y financiera, y luego probablemente el fin de la OTAN y una reformulación completa del mundo burocrático internacional, eliminando también de él los factores del poder de Londres y neocons, que lo han dominado desde hace décadas.

3) La realidad de la guerra en Ucrania

Para eso, el reconocimiento de la realidad es lo central. Y la realidad es: la City de Londres y sus aliados norteamericanos y europeos han sido derrotados en Ucrania. El armamento que enviaron ha sido metódicamente destruído por Rusia. Los ucranianos, sobrepasados en tropas y armamento y obligados a lanzarse a la ofensiva para recuperar el territorio perdido inmediatamente al comienzo de la guerra, han tenido que enfrentar esas desventajas, perdiendo entre 5 y 7 hombres por cada ruso muerto, y los rusos muertos en la guerra, según el sitio independiente de ideología pro-ucraniana que es el único confiable en materia metodológica, Meduza-Mediazone, son unos 140.000. Esto significa que Ucrania ha perdido al menos 700.000 hombres hasta ahora, además de haber perdido un 20% de territorio, que probablementre al terminar la guerra será más. Volodimir Zelensky ha sido presentado como un héroe por la propaganda inglesa. Sin embargo, se trata de un asset de Londres en su propio país, que ha jugado el rol de facilitar la estrategia londinense de guerra con Rusia, y con ello, ha enviado -usando el discurso ultranacionalista de siempre y, cuando no funcionó más, el reclutamiento forzoso- a centenares de miles de sus compatriotas a la muerte. Hoy se niega tenazmente a que haya elecciones en su país alegando la guerra.

En suma, la estrategia de Londres y los neocon de “estresar a Rusia” claramente ha fracasado. Pese a las sanciones y debido a las imposibilidades que estas representaron para los vínculos de Rusia con la UE -muy especialmente con Alemania-, los rusos se vieron obligados a pivotar hacia Asia. El acuerdo ruso-chino anunciado ya el 4 de febrero de 2022 fue uno de los mojones de la nueva estrategia, que Rusia obviamente ya tenía concebida antes de intervenir y ser mega-sancionada. En febrero de 2022, al comenzar la guerra, el BRICS tenía cinco miembros. Hoy, luego de un supuesto “aislamiento completo” de la Rusia de Putin, tiene 10, y una importante lista de espera. La población de los 10 países del BRICS es el 46% del total de la tierra, y su PPA es 36%. Esto es porque los nuevos miembros incluyen países estratégicamente decisivos, de inmensa población, o muy ricos, como Irán, Indonesia, Egipto o los Emiratos. Antes de 2022 Rusia era claramente un actor secundario en el escenario mundial, mientras que hoy es, aparte de China e India, un articulador central de la diplomacia y economía de ese “otro lado” respecto de Occidente. La economía rusa no colapsó, el rublo se mantuvo a flote, la inflación existe pero ha sido controlada, y con el lanzamiento del primer oreshnik los rusos mostraron a quienes tuvieron la capacidad de admitirlo como acaso el principal experto en armas nucleares norteamericano, Prof. Theodore Postol, que su tecnología militar está, al menos en algunos aspectos, más avanzada que la de Estados Unidos. En cuanto al poder de guerra, en materia no solo de tecnología sino de industria militar y experiencia bélica, las pretensiones de Keir Starmer de liderar un especie de fuerza europea para enfrentar a Rusia son, con todo respeto, una broma. Inglaterra puede, desde luego, provocar un autoatentado o una agresión nuclear contra Rusia. Si lo hace, sería suicida para cualquier proyecto futuro que su elite quiera seguir imponiendo.

¿Qué significan, pues, todos los últimos acontecimientos de febrero-marzo, las reuniones de diplomáticos americanos y rusos, los viajes desesperados de Macron y Starmer a Washington, el “acuerdo por los minerales ucranianos” fallido, la escena que se montaron Zelensky, Vance y Trump el viernes 28, y la subsiguiente “cumbre europea” en Londres?
Desde el punto de vista simbólico, es la exhibición, en versión porno, de la derrota del liderazgo viejo de Occidente en esa guerra.

Es, también, un sombrío recordatorio de que una guerra mundial que envuelva a Europa, Rusia y Estados Unidos (además probablemente de Israel e Irán) no está totalmente fuera de los planes de Londres. Aunque cabe esperar que no la logren, y no es probable que tengan fuerza como para imponerla, es evidente que las fuerzas de lo viejo siguen intentando hacerle creer a la gente que aun tienen un plan.  

Pero lo único que esperan y desean, es algo más de tiempo. Precisan tiempo para ver cómo salen de esta situación. La nota principal de Foreign Affairs -el órgano norteamericano más importante de bajada de línea profesional que tiene la facción globalista dirigida desde Londres, junto al Financial Times– se pregunta desde el título “Cómo hacemos para no terminar la guerra en Ucrania”. Hábleme de pacifistas. Y dice, en esencia, eso: ‘precisamos tiempo’. ‘No hay que correr a una paz que no sea luego sostenible’, argumentan, criticando los acuerdos de Minsk, que ellos mismos violaron. Lo que saben a ciencia cierta es que, sin Estados Unidos -como incluso Starmer admitió en su delirante discurso luego de la Cumbre “todos detrás de Zelensky” del 3 de marzo- no hay otra alternativa que la derrota. Y con Estados Unidos también, que es lo que ya ocurrió, y de lo que la nueva administración intenta desmarcarse.

4) ¿Habrá una reacción antiTrumpista?

¿Tiempo para qué, entonces, si Estados Unidos bajo Trump no muestra ningún interés en sumarse a ninguna estrategia londinense? Bueno, si el objetivo es abortar el cambio de época y volver al rumbo anterior -control del discurso con el fin de imponer una distopía globalista de reinado de las corporaciones con cero democracia efectiva y una población convertida en rebaño digitalizado- lo que precisa Londres es buenos argumentos para acusar a Trump de “traidor a Occidente” o cosas similares. No me refiero en la prensa, donde se hace todos los días, sino a nivel político efectivo. Desde luego, cualquier fin de la situación en Ucrania que muestre la realidad de la guerra en el terreno, será usado por Londres y quienes aun estén dispuestos a ir con él para fundar esa traición, y tratar de construir el espacio político mínimo como para movilizar a la parte del estado profundo yanqui que aun esté con Londres, que no creo que sea pequeña.

Pero el delirio tiene siempre un límite. Mientras voy escribiendo este informe, lo acontecimientos se precipitan. Bastó que los Estados Unidos anunciasen efectivamente la suspensión de toda ayuda militar a ucrania. Casi de inmediato, de las bravatas absurdas de Keir Starmer y la posición europea de “Trump dio un espectáculo deplorable, estamos todos con Zelensky” de domingo 2 y lunes 3, hacia el mediodía del martes nos enteramos que ahora Zelensky está arrepentido, quiere firmar a como dé lugar, admira y ama a los Estados Unidos y a Trump. Sí usted no lo sabe aun, lea el siguiente viraje sorprendente, que se resume en estas declaraciones del jefe ucraniano del día 4 de marzo: “Mi equipo y yo estamos preparados para trabajar bajo el firme liderazgo del presidente Trump para conseguir una paz duradera. Nuestra reunión en Washington, en la Casa Blanca el viernes, no salió como se esperaba. Es lamentable que haya sucedido así. Es hora de arreglar las cosas. Nos gustaría que la cooperación y la comunicación futuras fueran constructivas. En cuanto al acuerdo sobre minerales y seguridad, Ucrania está dispuesta a firmarlo en cualquier momento y en cualquier formato conveniente.”
Se habla insistentemente de reuniones, acuerdos, encuentros en Ryad, etcétera. Mientras tanto, el 8 de marzo Ucrania anuncia que ha sido derrotada ahora también en su minúscula “invasión de territorio ruso” en Kursk.

En fin, se verá cuál es la reacción de Trump y su equipo. Con estas idas y vueltas de Zelensky, Londres mantiene las cosas en movimiento para comprar ese tiempo que hace falta, y quizá encontrar algún error de Trump para comprometerlo más. Para ello, Londres precisa pues ir y venir, y hacer malabares. Tiene que aparentar estar liderando un proceso que no controla, y al mismo tiempo no alejar del todo a los Estados Unidos -al menos retóricamente-, para luego poder acusarlo de traición cuando las cosas sigan su rumbo real en la guerra. Así, por ejemplo, Starmer declaró que UK iba a poner “boots on the ground and planes in the air” en Ucrania para “garantizar” un supuesto “acuerdo de paz”. O sea quiere paz, pero pretende conseguirla derrotando a Rusia en la guerra con sus propias tropas -al tiempo que aclara que esto no puede hacerse sin respaldo norteamericano. Hoy, las fuerzas completas de la Unión Europea en orden de batalla, con todos los recursos militares -los dos portaaviones, los seis destructores y las once fragatas británicas, por ejemplo- durarían muy poco en el teatro ucraniano de guerra real. Rusia ya anunció que trataría a cualquier fuerza extranjera que entre en Ucrania como un beligerante.

Mientras tanto, la propaganda de Londres en los medios masivos igual que en Foreign Affairs -empleando la pluma de un ucraniano que es analista senior del Atlantic Council y del Centre for Defence Strategies creado en Kiev por los ingleses en 2020- busca convencer al mundo de que, si bien los rusos han mantenido una constante superioridad y las armas enviadas no han surtido ningún efecto, de todos modos bastaría con seguir haciendo lo mismo un poco más, para conseguir que Rusia se derrumbe. Sobre esto, ver la nota sobre rusofrenia en esta misma edición. Starmer, además, dice que Europa está “preparando un acuerdo de cese al fuego”. ¿Cómo puede Europa, o Londres, hablar de que van a crear un cese al fuego, si los rusos tienen planeado seguir disparando? Pero bueno, el mundo delirante del poder viejo es así. Siguen controlando los medios grandes, y siguen haciendo que mucha gente crea en el heroísmo de un comediante comprado para jugar el rol de un combatiente por la democracia.

Mientras tanto, y paradójicamente, Trump es la única carta de relativa supervivencia aun para Londres y el mundo globalista. Porque Trump es el único que puede hablar con los rusos y hacer pasar la derrota militar y estratégica del globalismo como un “acuerdo de paz”.- Cuando ese acuerdo se produzca, observe bien si, como resultado del acuerdo que se alcance, pasa alguna de estas cosas: (a) ¿Ingresa Ucrania a la OTAN? (b) ¿Recupera Crimea o cualquiera de los oblast que plebiscitaron su integración a Rusia? (c) ¿Sigue en pie el régimen ultranacionalista y su ejército? (d) ¿Quedan tropas de combate europeas o americanas como garantes exclusivas del acuerdo?

Si la respuesta a estas cuestiones es “si”, entonces Rusia perdió la guerra. Sino, la ganó, pues estos eran todos lo objetivos de Rusia al intervenir. Y Trump sería alguien capaz de mitigar esa derrota ante la opinión pública europea y norteamericana.

Parte de la distorsión perceptiva llamada “visión occidental del mundo”, que es la que hegemoniza la comunicación mainstream en nuestra civilización, consiste en que toda la discusión sobre Ucrania se lleva adelante sin el menor interés por el punto de vista ruso, tanto antes como durante como ahora. Esta anomalía solo puede ser una debilidad: esconder o invisibilizar aquello que daría realidad a las elucubraciones autosatisfactorias. No es ni siquiera Trump el que puede dar realidad final a todo esto, y con ello hacer un bien a la discusión pública occidental, sino Rusia.

Pero ya lo sabemos: para la dirigencia globalista, toda referencia a la realidad es calificada como un discurso de odio.

4) Incertidumbres

Si Trump concretase definitivamente las siguientes cosas que ya ha esbozado, el mundo se abriría a una perspectiva completamente distinta a la anterior. Enumero esas cosas:
– fin de las guerras artificialmente provocadas (Serbia, Afganistán, Irak, Libia, Siria, Ucrania)  por el globalismo neocon norteamericano y londinense
– normalización diplomática con Rusia y fin de las sanciones
– apertura de EEUU a nuevas relaciones comerciales con China, Rusia y el resto, en base a la estricta competencia por la defensa de los intereses comerciales de cada uno de los participantes
– crecimiento del BRICS y, con ello, oportunidades de crédito y comercio más amplias y menos condicionadas para los países en desarrollo
– destrucción del poder globalista en Naciones Unidas, desfinanciamiento de ONGs globalistas y agendistas, y reformulación de ese poder para que refleje el orden actual (en ese caso, por ejemplo, los británicos y franceses no tienen nada más que hacer en el Consejo de Seguridad, al que deberían agregarse, con derecho a veto, naciones que representen los intereses de África, Asia y América del Sur)
– defensa por principios de la libertad de expresión y otros derechos constitucionales.
– Desarticular los organismos y mecanismos de censura de redes sociales armados en los últimos 8 años
– limpieza del pantano gubernamental via DOGE
– abandono de las estrategias de soft-power imperial norteamericano, como por ejemplo el desmantelamiento de USAID
– liquidación de los programas Bid y Banco Mundial que tengan orientaciones tendientes a mantener el subdesarrollo y destruir la educación de los países dependientes
– tratar a Europa como un mercado posible, no como un vasallo, y tampoco como un aliado estratégico a usar contra terceros
– limpiar los organismos reguladores de salud y alimentación de su dependencia del complejo científico-médico-corporativo
– abandonar los planes del estado profundo de dominio mundial en base a armas químicas y bacteriológicas, etc.
– promover, a largo plazo, un desarme nuclear real
– ¿cuáles serán las relaciones reales entre Trump e Israel? La retórica actual de convertir Gaza en un resort-casino lleno de oro suenan totalmente irreales.
etc.

Con sus decisiones, en menos de dos meses de gobierno la administración americana actual ha mostrado una cara muy distinta a la de la primera administración Trump. Ahora parece tener de su lado no solo un apoyo popular que se manifestó en las urnas, sino ambas cámaras, y está por primera vez interviniendo directamente en los resortes directos del poder del estado profundo: inteligencia, soft-power, burocracia.
Con este enfrentamiento por vez primera al poder real establecido durante décadas, es evidente que Trump arriesga ser asesinado, o un golpe de estado puede ser montado abierta o encubiertamente en los Estados Unidos.

Algo de eso ya ocurrió en 2020 cuando el partido Demócrata robó las elecciones aprovechando la extrema debilidad de aquella primera administración Trump y usando, entre otras cosas, el caos que Covid y las movilizaciones raciales fogoneadas desde el estado profundo causaron. ¿Quién tomaría la posta de Trump, y cómo reaccionaría el pueblo norteamericano a esa eventualidad? Esa pregunta solo puede ser formulada, pero cualquier respuesta hoy sería mera conjetura. El mundo actual y la política actual no son las de 2020 o 2022, cuando las redes sociales estaban totalmente controladas por el discurso globalista y la propaganda neocon- londinense. Hoy los grandes medios siguen -en menor medida- controlados por esa propaganda, simplemente porque el poder político actual en Estados Unidos aun no tuvo tiempo de generar una comprensión política más amplia, que solo se logra en base a resultados palpables por parte de la gente. Pero sí que tuvo tiempo de respaldar la libertad de expresión en el mundo digital, lo cual es de cierta importancia.

Tanto lo es, que con años de atraso, Pedro Sánchez ha reunido a los presidentes de Colombia, Chile, Brasil y Uruguay para animarlos a que comiencen a censurar las redes sociales en sus propios países.
Tal parece que los políticos contemporáneos son incapaces de aprender nada.

Ya fue De Moraes el hazmerreír del Brasil y del mundo entero cuando quiso terminar con Telegram primero, con X/Twitter después. Su orden duró menos de 24 horas, y todo Brasil tuiteaba por VPN desde Manaos a Porto Alegre. Sigilosamente, el gobierno brasileño “llegó a un acuerdo” con Musk, y X (y Starlink) siguen operando en Brasil igual que antes. Pero en verdad “Xandâo” no llegó a ningún acuerdo: fue aplastado por la realidad, pese al respaldo de lo más refinado de la izquierda VIP globalista, como Zuboff o Varoufakis.

Estos gobiernos “de izquierda” -en realidad, gobiernos adeptos al proyecto occidental viejo, dirigido desde la City de Londres y en derrota civilizatoria hoy día- ahora dicen que van a “moderar los contenidos” en redes sociales, dado que esa “moderación” no se produce ya en el Estados Unidos de Trump. No pudieron hacerlo cuando Biden gobernaba, pero lo volverán a intentar ahora. Lo que ellos quieren es imponer la censura de toda la información que avive a la gente respecto de lo estentóreo de su actual debacle, no solo en Ucrania sino como proyecto en sí. No entienden que los viejos conceptos del orden ideológico de la Guerra Fría no tienen más vida ni referencia. Siguen sin entender que no basta con acusar a todo el que vea el mundo distinto a ellos de “ultraderechista”, que es en realidad lo que ellos son: partidarios de un régimen global de eliminación de la libertad individual y los derechos de las personas, en nombre de ideas supuestamente unánimes que deben ser impuestas eliminando las opiniones en contrario, e intentando usar la nueva tecnología para controlar toda esa imposición. Los liberales, el centro socialdemócrata, y buena parte de la derecha, en América del Sur, mientras tanto, siguen en Babia. No han alzado su voz denunciando la conferencia de Pedrito Sánchez y sus acólitos. Son parte del orden viejo y no tienen permitido, por sus propios tabúes internos, comprender el cambio de época, que quien sabe si progresará o se verá aplazado por un tiempo más.

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