En tres días entre febrero y marzo Zelensky se peleó en vivo con
Trump, no firmó el acuerdo sobre minerales, fue echado a patadas de la
Casa Blanca y su cena la comieron los periodistas, viajó a Londres donde
Starmer lo consoló y prometió “boots on the ground and planes in the
air” en apoyo a la inminente victoria ucraniana, y al día siguiente
Zelensky dijo que estaba dispuesto a arreglar las cosas, reconocer que
Trump es su firme líder, y firmar el acuerdo sobre minerales “en
cualquier formato que se considere conveniente”.
Occidente se divide mientras busca un nuevo camino. El poder viejo, que
es el globalismo con sede principal en la City de Londres, más los
restos del neocon en EEUU, intenta sus penúltimos trucos. Por su parte,
el intento de la administración Trump de tomar el poder efectivo en
Estados Unidos, luego de haber ganado las elecciones, enfrenta
dificultades esperables. Las demoras favorecen a Londres. La
administración Trump sigue con su retórica dadaísta mientras da golpes
fuera de cámaras al corazón del proyecto anterior. Pero si matan o
derriban a Trump antes de que la derrota en Ucrania se produzca con
claridad, todo el cambio puede sufrir un retraso de años
En esta nota sugiero un esquema de interpretación para ubicar las líneas
principales de lo que estamos viendo ocurrir a nivel internacional.
Para ello, me limitaré a ordenar los elementos principales, yendo de lo
general a lo particular.
1) La situación civilizatoria
A nivel de civilizaciones, el esquema sigue totalmente incambiado con
respecto a lo que, en diversas notas de esta revista, se ha ya
delineado. Mientras que China y Rusia consolidan su alianza estratégica,
a la cual zonas del Islam también van integrándose bastante rápido,
Occidente ha entrado en una fase de su crisis interna de decadencia, y
quizá relanzamiento, que se hace más y más notable por momentos.
Los proyectos civilizatorios occidentales han estado comandados por el
mundo anglo en los últimos 210 años, luego de la derrota de Napoleón. La
contradicción de base con respecto al rumbo civilizatorio occidental ha
estado entre dos proyectos: el proyecto británico, y el proyecto de un
Estados Unidos soberano. Londres representa el proyecto globalista,
apoyado por determinada proyección universalista de los intereses
financieros y corporativos occidentales al resto del mundo. Washington
siguió en los últimos 80 años, en los rasgos fundamentales de sus
políticas monetaria, financiera y exterior, ese liderazgo británico.
Tanto en la creación de la FED, como en la construcción de influencia
del Council on Foreign Relations, como en la génesis de la inteligencia
americana de posguerra, como en la proyección internacional del mundo
financiero “de Wall Street”, entre otros factores, han tenido gran
participación y control los británicos. Es inglesa la inspiración para
el PNAC neoconservador. Y los lobbies judíos en Estados Unidos, tan
influyentes en la política exterior del tiempo de hegemonía global
norteamericana, tienen una larga y nunca ocultada vinculación con la
City de Londres.
En este momento, lo fundamental que ha cambiado es que, con la segunda
administración Trump, ha tomado forma y vuelo el proyecto de un Estados
Unidos que se conciba más autónomo del poder, los intereses y la
manipulación de Londres. La civilización occidental está, pues, en un
momento de quiebre y de redefinición. Las fuerzas de lo viejo, que viene
dirigiéndolo todo, especialmente el discurso y la narrativa occidental
central desde los inicios de la Guerra Fría, están enfrentando su propia
caducidad. Todavía pueden dar un golpe desesperado, que aplace quizá
por años su pérdida total de poder, si consiguen derribar la
administración Trump o al menos detenerla en todo lo importante, como
hicieron ya en 2017.
Mientras tanto, lo que los Estados Unidos están buscando bajo esta nueva
y contradictoria administración es retomar un camino propio, que puede
ser seguido o no por el resto de Occidente.
2) La situación geopolítica
a) El proyecto globalista de Londres
El proyecto globalista ha ubicado como objetivo estratégico fundamental
la guerra en Ucrania, o como se le llama más precisamente a veces, el
“Project Ukraine”, que involucra más que el conflicto bélico.
Estrictamente, la guerra en Ucrania estuvo perdida por Occidente desde
el punto de vista militar desde antes de empezar. Eso no detuvo en
absoluto el proyecto de provocarla, pues el objetivo nunca fue ganarla,
sino usar a Ucrania, desangrándola por el mayor tiempo posible, para
proteger y promover objetivos estratégicos del proyecto globalista.
Ucrania es frontera entre civilizaciones. Su destino como escenario de
conflicto contra Moscú viene de lejos en la historia. La única guerra
directa entre Inglaterra y Rusia ocurrió en Crimea en el siglo XIX, como
parte del Great Game, la confrontación de largo plazo entre Londres y
Moscú por el control de las conexiones euro-asiáticas. En su última
fase, el proyecto Ucrania viene desde que Londres se dio cuenta de que
había una “rebelión soberanista” de Putin en curso. “Extending Rusia”
(algo así como “estresar a Rusia”), el documento de la RAND de 2019
escrito por viejos halcones guerreristas como James Dobbins o
politólogos financiados por la FED como Howard Shatz, no es más que uno
de los más notables ejemplos de que el rumbo de acción en política
exterior del globalismo (en Washington se los ha llamado
neoconservadores) ha sido provocar a Rusia a entrar en conflicto, con el
fin de debilitarla, sancionarla, aislarla y, de ser posible, provocar
un colapso y un cambio de régimen que abriese las puertas a ciertos
recursos rusos en condiciones ventajosas para Occidente. Se intenta
volver a los años 90, cuando en conjunción con los oligarcas rusos, el
mundo financiero y corporativo globalista se quedaba con enormes tajadas
de esos recursos, ante la desaparición de cualquier soberanía rusa.
Como continuación de esa línea, en 2022 la RAND publicó otro reporte
donde explica por qué hay que “debilitar a Alemania”, objetivo por
cierto conseguido ya con total éxito.
Parte importante del asunto han sido pues, y también, los recursos de
Ucrania misma, que contienen no solo gas natural y petróleo, sino
diversos minerales de gran interés, e inmensos recursos agrícolas. Los
acuerdos de Cargill (ej: proyecto Neptuno en el puerto de Pivdenyii en
el Mar Negro), Monsanto (ej: inversiones gigantescas en una planta de
semillas de maíz) o Dupont (ej: planta de titanio-magnesio en
Zaporizhia), o los de consorcios occidentales con Naftogaz por el gas
bajo Crimea (gas que los británicos perdieron debido a la vuelta de
Crimea a la órbita rusa en 2014, luego de una masiva decisión en
plebiscito, que los británicos aun pretenden fue “una invasión”), son
ejemplos de todo lo que la intervención rusa destruyó o hizo inviable, y
explican, en parte, por qué ese proyecto globalista ha estado
peculiarmente obsesionado con la derrota rusa. Ellos lo expresan con
frases tremendas del tipo “en Ucrania se juega el futuro de la
democracia”. En realidad, lo que ocurre es que por la intervención rusa
están perdiendo mucho dinero. Una de las formas de resarcirse ha sido
transfiriendo descomunales recursos del contribuyente americano, y/o por
vía de la manipulación monetaria, a costa de la destrucción del poder
adquisitivo de ese mismo contribuyente. Ucrania no es una nación
democrática, sino que está mejor descrita como una dictadura corrupta
bajo la fachada de elecciones, también manipuladas por un acoso de años a
la población opositora, y una “democracia” que es originalmente fruto
de un golpe de estado concretado en febrero/marzo de 2014, con un
gobierno títere sumiso a Londres, puesto allí a dedo por los
neoconservadores norteamericanos que siempre han respondido a Londres.
Gobierno que apenas instalado inició una limpieza étnica contra un
tercio de su propia población, de lengua y cultura rusa. Rusia, jugada a
la diplomacia y en fase de actualización de su poder militar y sus
alianzas estratégicas, demoró mucho en intervenir efectivamente para
detener todo esto, pero cuando finalmente lo hizo, estaba claro que iba a
salvaguardar sus intereses de seguridad nacional aun frente a la
oposición de todo Occidente.
La explicación de por qué nunca creímos en una victoria de Occidente
sobre Rusia, tal como lo venimos detallando desde el inicio de esta
guerra, es extremadamente simple: ante una Rusia decidida, la única
opción es una guerra nuclear.
Si bien es posible que Londres aceptase ir a una guerra nuclear por
desesperación, no era fácil obligar a Estados Unidos a inmolarse por el
globalismo en una guerra que no tiene el menor interés estratégico para
el público norteamericano. Las direcciones anteriores en Washington, en
el mismo bote que sus orientadores londinenses, hicieron por cierto sus
negocios con la guerra en Ucrania. Entre ambos lograron destruir la
industria alemana, al forzar a los alemanes -controlando a su elite
política- a suicidarse, abandonando el gas ruso, y mirando para otro
lado, cuando la marina británica –según alegación rusa aquí tergiversada
por Reuters– hizo volar los gasoductos nordstream. No solo los
vendedores de energía en Estados Unidos se vieron beneficiados, sino
también los brokers de energía en Londres y Holanda. La transferencia
masiva de fondos públicos a las facciones privadas comprometidas con la
guerra tomó proporciones épicas en estos tres años, y el negocio
financiero de la guerra se vio altamente estimulado. Ni qué hablar del
negocio de la reconstrucción. Involucrar a los no muy brillantes
políticos que gobiernan Europa en esto garantizó un renovado flujo de
fondos europeos hacia el negocio financiero del complejo militar
industrial, al aumentar por fuerza el gasto militar de los europeos, y
dos nuevos miembros de OTAN, lateralmente, significan más aportes del
fisco de esos países a ese casino financiero del complejo militar
industrial.
¿Cuál es el rol de la Unión Europea en esto? Prácticamente ninguno,
puesto que se trata de una unidad burocrática sin apoyo popular
significativo. El día que cese la propaganda que brota de Londres -que
ni siquiera forma parte de la Unión-, será difícil para la eurocracia
mantenerse en el poder, puesto que la oposición que han suscitado es ya
notable en todos lados. Por ejemplo en Grecia o en Rumania estos días.
Para hacer posible esta estrategia, toneladas de propaganda londinense
han sido volcadas para sugerir una posible victoria militar ante Rusia,
cuya probabilidad es igual a cero. Londres puede aspirar a hacer
desaparecer físicamente a Putin, empleando para ello alguna técnica
terrorista, o la influencia del lobby occidental en Rusia, pero aun si
Putin fuese asesinado o muriese, cosa no imposible, a esta altura hay un
rumbo estratégico de Rusia que no cambiaría, y quienes vengan detrás de
Putin podrían no tener la firmeza estratégica ni la paciencia del
actual líder. Todo esto solo haría la situación más explosiva para
Londres.
b) La alternativa americana.
Consciente de que el tiempo de actuar es muy breve, en menos de dos
meses la segunda administración Trump ha mostrado con total claridad que
tiene una estrategia contraria a la de Londres. Por debajo de una
retórica delirante (Groenlandia, Gaza, Canadá, Panamá…) que parece
destinada a irritar a la propaganda neocon-londinense y dejarla enredada
con su propia ira e indignación, la Casa Blanca procede a toda
velocidad a dar golpes al corazón del poder globalista, tanto en suelo
americano como a nivel mundial. No solo bloqueó una de las
organizaciones principales del soft-power neocon/globalista en el mundo
como USAID, sino que le ha puesto la proa al discurso propagandístico
exitista sin fundamentos de Londres. Al iniciar conversaciones con
Putin, ha hecho varias cosas a la vez. Ha mostrado que el rumbo
estratégico que tienen los Estados Unidos de MAGA pasa por la creación
de un nuevo orden mundial multipolar que termine de liquidar no solo los
mínimos vestigios del orden de la Guerra Fría, sino también el vigente
orden neocon de los ’90. Para ello, precisa liquidar la estrategia
globalista de una vez para siempre. Y el golpe de gracia a la estrategia
globalista pasa por una derrota total de Londres y sus aliados de la UE
y de Washington, en Ucrania. Una clara victoria rusa, que no deje el
menor lugar a dudas, es la única forma de terminar con cualquier
legitimidad para el proyecto futuro del globalismo, de la City de
Londres, y de sus seguidores. Desde luego, el globalismo vende una
posible derrota en Ucrania como el fin de la democracia, el “mundo
libre”, y Occidente entero. Bullshit. Se trata del fin del globalismo y
del liderazgo de Londres y los neocon, no del fin de Occidente.
Esa resolución en Ucrania es lo que está en juego aun, y de la
resolución de eso, o de su nueva postergación -que es lo que Londres
busca- depende el cambio de orden mundial y la apertura a nuevas
posibilidades completamente distintas de lo que hemos tenido hasta
ahora.
La alternativa americana pasa por un nuevo rumbo en las relaciones
internacionales y prioridades del país, un renacimiento industrial y
comercial en condiciones más ventajosas para Estados Unidos, una
profundización del liderazgo tecnológico americano, la liquidación de
los conflictos artificiales promovidos por Londres y el globalismo, una
nueva estrategia económica y financiera, y luego probablemente el fin de
la OTAN y una reformulación completa del mundo burocrático
internacional, eliminando también de él los factores del poder de
Londres y neocons, que lo han dominado desde hace décadas.
3) La realidad de la guerra en Ucrania
Para eso, el reconocimiento de la realidad es lo central. Y la realidad
es: la City de Londres y sus aliados norteamericanos y europeos han sido
derrotados en Ucrania. El armamento que enviaron ha sido metódicamente
destruído por Rusia. Los ucranianos, sobrepasados en tropas y armamento y
obligados a lanzarse a la ofensiva para recuperar el territorio perdido
inmediatamente al comienzo de la guerra, han tenido que enfrentar esas
desventajas, perdiendo entre 5 y 7 hombres por cada ruso muerto, y los
rusos muertos en la guerra, según el sitio independiente de ideología
pro-ucraniana que es el único confiable en materia metodológica,
Meduza-Mediazone, son unos 140.000. Esto significa que Ucrania ha
perdido al menos 700.000 hombres hasta ahora, además de haber perdido un
20% de territorio, que probablementre al terminar la guerra será más.
Volodimir Zelensky ha sido presentado como un héroe por la propaganda
inglesa. Sin embargo, se trata de un asset de Londres en su propio país,
que ha jugado el rol de facilitar la estrategia londinense de guerra
con Rusia, y con ello, ha enviado -usando el discurso ultranacionalista
de siempre y, cuando no funcionó más, el reclutamiento forzoso- a
centenares de miles de sus compatriotas a la muerte. Hoy se niega
tenazmente a que haya elecciones en su país alegando la guerra.
En suma, la estrategia de Londres y los neocon de “estresar a Rusia”
claramente ha fracasado. Pese a las sanciones y debido a las
imposibilidades que estas representaron para los vínculos de Rusia con
la UE -muy especialmente con Alemania-, los rusos se vieron obligados a
pivotar hacia Asia. El acuerdo ruso-chino anunciado ya el 4 de febrero
de 2022 fue uno de los mojones de la nueva estrategia, que Rusia
obviamente ya tenía concebida antes de intervenir y ser mega-sancionada.
En febrero de 2022, al comenzar la guerra, el BRICS tenía cinco
miembros. Hoy, luego de un supuesto “aislamiento completo” de la Rusia
de Putin, tiene 10, y una importante lista de espera. La población de
los 10 países del BRICS es el 46% del total de la tierra, y su PPA es
36%. Esto es porque los nuevos miembros incluyen países estratégicamente
decisivos, de inmensa población, o muy ricos, como Irán, Indonesia,
Egipto o los Emiratos. Antes de 2022 Rusia era claramente un actor
secundario en el escenario mundial, mientras que hoy es, aparte de China
e India, un articulador central de la diplomacia y economía de ese
“otro lado” respecto de Occidente. La economía rusa no colapsó, el rublo
se mantuvo a flote, la inflación existe pero ha sido controlada, y con
el lanzamiento del primer oreshnik los rusos mostraron a quienes
tuvieron la capacidad de admitirlo como acaso el principal experto en
armas nucleares norteamericano, Prof. Theodore Postol, que su tecnología
militar está, al menos en algunos aspectos, más avanzada que la de
Estados Unidos. En cuanto al poder de guerra, en materia no solo de
tecnología sino de industria militar y experiencia bélica, las
pretensiones de Keir Starmer de liderar un especie de fuerza europea
para enfrentar a Rusia son, con todo respeto, una broma. Inglaterra
puede, desde luego, provocar un autoatentado o una agresión nuclear
contra Rusia. Si lo hace, sería suicida para cualquier proyecto futuro
que su elite quiera seguir imponiendo.
¿Qué significan, pues, todos los últimos acontecimientos de
febrero-marzo, las reuniones de diplomáticos americanos y rusos, los
viajes desesperados de Macron y Starmer a Washington, el “acuerdo por
los minerales ucranianos” fallido, la escena que se montaron Zelensky,
Vance y Trump el viernes 28, y la subsiguiente “cumbre europea” en
Londres?
Desde el punto de vista simbólico, es la exhibición, en versión porno,
de la derrota del liderazgo viejo de Occidente en esa guerra.
Es, también, un sombrío recordatorio de que una guerra mundial que
envuelva a Europa, Rusia y Estados Unidos (además probablemente de
Israel e Irán) no está totalmente fuera de los planes de Londres. Aunque
cabe esperar que no la logren, y no es probable que tengan fuerza como
para imponerla, es evidente que las fuerzas de lo viejo siguen
intentando hacerle creer a la gente que aun tienen un plan.
Pero lo único que esperan y desean, es algo más de tiempo. Precisan
tiempo para ver cómo salen de esta situación. La nota principal de
Foreign Affairs -el órgano norteamericano más importante de bajada de
línea profesional que tiene la facción globalista dirigida desde
Londres, junto al Financial Times– se pregunta desde el título “Cómo
hacemos para no terminar la guerra en Ucrania”. Hábleme de pacifistas. Y
dice, en esencia, eso: ‘precisamos tiempo’. ‘No hay que correr a una
paz que no sea luego sostenible’, argumentan, criticando los acuerdos de
Minsk, que ellos mismos violaron. Lo que saben a ciencia cierta es que,
sin Estados Unidos -como incluso Starmer admitió en su delirante
discurso luego de la Cumbre “todos detrás de Zelensky” del 3 de marzo-
no hay otra alternativa que la derrota. Y con Estados Unidos también,
que es lo que ya ocurrió, y de lo que la nueva administración intenta
desmarcarse.
4) ¿Habrá una reacción antiTrumpista?
¿Tiempo para qué, entonces, si Estados Unidos bajo Trump no muestra
ningún interés en sumarse a ninguna estrategia londinense? Bueno, si el
objetivo es abortar el cambio de época y volver al rumbo anterior
-control del discurso con el fin de imponer una distopía globalista de
reinado de las corporaciones con cero democracia efectiva y una
población convertida en rebaño digitalizado- lo que precisa Londres es
buenos argumentos para acusar a Trump de “traidor a Occidente” o cosas
similares. No me refiero en la prensa, donde se hace todos los días,
sino a nivel político efectivo. Desde luego, cualquier fin de la
situación en Ucrania que muestre la realidad de la guerra en el terreno,
será usado por Londres y quienes aun estén dispuestos a ir con él para
fundar esa traición, y tratar de construir el espacio político mínimo
como para movilizar a la parte del estado profundo yanqui que aun esté
con Londres, que no creo que sea pequeña.
Pero el delirio tiene siempre un límite. Mientras voy escribiendo este
informe, lo acontecimientos se precipitan. Bastó que los Estados Unidos
anunciasen efectivamente la suspensión de toda ayuda militar a ucrania.
Casi de inmediato, de las bravatas absurdas de Keir Starmer y la
posición europea de “Trump dio un espectáculo deplorable, estamos todos
con Zelensky” de domingo 2 y lunes 3, hacia el mediodía del martes nos
enteramos que ahora Zelensky está arrepentido, quiere firmar a como dé
lugar, admira y ama a los Estados Unidos y a Trump. Sí usted no lo sabe
aun, lea el siguiente viraje sorprendente, que se resume en estas
declaraciones del jefe ucraniano del día 4 de marzo: “Mi equipo y yo
estamos preparados para trabajar bajo el firme liderazgo del presidente
Trump para conseguir una paz duradera. Nuestra reunión en Washington, en
la Casa Blanca el viernes, no salió como se esperaba. Es lamentable que
haya sucedido así. Es hora de arreglar las cosas. Nos gustaría que la
cooperación y la comunicación futuras fueran constructivas. En cuanto al
acuerdo sobre minerales y seguridad, Ucrania está dispuesta a firmarlo
en cualquier momento y en cualquier formato conveniente.”
Se habla insistentemente de reuniones, acuerdos, encuentros en Ryad,
etcétera. Mientras tanto, el 8 de marzo Ucrania anuncia que ha sido
derrotada ahora también en su minúscula “invasión de territorio ruso” en
Kursk.
En fin, se verá cuál es la reacción de Trump y su equipo. Con estas idas
y vueltas de Zelensky, Londres mantiene las cosas en movimiento para
comprar ese tiempo que hace falta, y quizá encontrar algún error de
Trump para comprometerlo más. Para ello, Londres precisa pues ir y
venir, y hacer malabares. Tiene que aparentar estar liderando un proceso
que no controla, y al mismo tiempo no alejar del todo a los Estados
Unidos -al menos retóricamente-, para luego poder acusarlo de traición
cuando las cosas sigan su rumbo real en la guerra. Así, por ejemplo,
Starmer declaró que UK iba a poner “boots on the ground and planes in
the air” en Ucrania para “garantizar” un supuesto “acuerdo de paz”. O
sea quiere paz, pero pretende conseguirla derrotando a Rusia en la
guerra con sus propias tropas -al tiempo que aclara que esto no puede
hacerse sin respaldo norteamericano. Hoy, las fuerzas completas de la
Unión Europea en orden de batalla, con todos los recursos militares -los
dos portaaviones, los seis destructores y las once fragatas británicas,
por ejemplo- durarían muy poco en el teatro ucraniano de guerra real.
Rusia ya anunció que trataría a cualquier fuerza extranjera que entre en
Ucrania como un beligerante.
Mientras tanto, la propaganda de Londres en los medios masivos igual que
en Foreign Affairs -empleando la pluma de un ucraniano que es analista
senior del Atlantic Council y del Centre for Defence Strategies creado
en Kiev por los ingleses en 2020- busca convencer al mundo de que, si
bien los rusos han mantenido una constante superioridad y las armas
enviadas no han surtido ningún efecto, de todos modos bastaría con
seguir haciendo lo mismo un poco más, para conseguir que Rusia se
derrumbe. Sobre esto, ver la nota sobre rusofrenia en esta misma
edición. Starmer, además, dice que Europa está “preparando un acuerdo de
cese al fuego”. ¿Cómo puede Europa, o Londres, hablar de que van a
crear un cese al fuego, si los rusos tienen planeado seguir disparando?
Pero bueno, el mundo delirante del poder viejo es así. Siguen
controlando los medios grandes, y siguen haciendo que mucha gente crea
en el heroísmo de un comediante comprado para jugar el rol de un
combatiente por la democracia.
Mientras tanto, y paradójicamente, Trump es la única carta de relativa
supervivencia aun para Londres y el mundo globalista. Porque Trump es el
único que puede hablar con los rusos y hacer pasar la derrota militar y
estratégica del globalismo como un “acuerdo de paz”.- Cuando ese
acuerdo se produzca, observe bien si, como resultado del acuerdo que se
alcance, pasa alguna de estas cosas: (a) ¿Ingresa Ucrania a la OTAN? (b)
¿Recupera Crimea o cualquiera de los oblast que plebiscitaron su
integración a Rusia? (c) ¿Sigue en pie el régimen ultranacionalista y su
ejército? (d) ¿Quedan tropas de combate europeas o americanas como
garantes exclusivas del acuerdo?
Si la respuesta a estas cuestiones es “si”, entonces Rusia perdió la
guerra. Sino, la ganó, pues estos eran todos lo objetivos de Rusia al
intervenir. Y Trump sería alguien capaz de mitigar esa derrota ante la
opinión pública europea y norteamericana.
Parte de la distorsión perceptiva llamada “visión occidental del mundo”,
que es la que hegemoniza la comunicación mainstream en nuestra
civilización, consiste en que toda la discusión sobre Ucrania se lleva
adelante sin el menor interés por el punto de vista ruso, tanto antes
como durante como ahora. Esta anomalía solo puede ser una debilidad:
esconder o invisibilizar aquello que daría realidad a las elucubraciones
autosatisfactorias. No es ni siquiera Trump el que puede dar realidad
final a todo esto, y con ello hacer un bien a la discusión pública
occidental, sino Rusia.
Pero ya lo sabemos: para la dirigencia globalista, toda referencia a la realidad es calificada como un discurso de odio.
4) Incertidumbres
Si Trump concretase definitivamente las siguientes cosas que ya ha
esbozado, el mundo se abriría a una perspectiva completamente distinta a
la anterior. Enumero esas cosas:
– fin de las guerras artificialmente provocadas (Serbia, Afganistán,
Irak, Libia, Siria, Ucrania) por el globalismo neocon norteamericano y
londinense
– normalización diplomática con Rusia y fin de las sanciones
– apertura de EEUU a nuevas relaciones comerciales con China, Rusia y el
resto, en base a la estricta competencia por la defensa de los
intereses comerciales de cada uno de los participantes
– crecimiento del BRICS y, con ello, oportunidades de crédito y comercio
más amplias y menos condicionadas para los países en desarrollo
– destrucción del poder globalista en Naciones Unidas, desfinanciamiento
de ONGs globalistas y agendistas, y reformulación de ese poder para que
refleje el orden actual (en ese caso, por ejemplo, los británicos y
franceses no tienen nada más que hacer en el Consejo de Seguridad, al
que deberían agregarse, con derecho a veto, naciones que representen los
intereses de África, Asia y América del Sur)
– defensa por principios de la libertad de expresión y otros derechos constitucionales.
– Desarticular los organismos y mecanismos de censura de redes sociales armados en los últimos 8 años
– limpieza del pantano gubernamental via DOGE
– abandono de las estrategias de soft-power imperial norteamericano, como por ejemplo el desmantelamiento de USAID
– liquidación de los programas Bid y Banco Mundial que tengan
orientaciones tendientes a mantener el subdesarrollo y destruir la
educación de los países dependientes
– tratar a Europa como un mercado posible, no como un vasallo, y tampoco como un aliado estratégico a usar contra terceros
– limpiar los organismos reguladores de salud y alimentación de su dependencia del complejo científico-médico-corporativo
– abandonar los planes del estado profundo de dominio mundial en base a armas químicas y bacteriológicas, etc.
– promover, a largo plazo, un desarme nuclear real
– ¿cuáles serán las relaciones reales entre Trump e Israel? La retórica
actual de convertir Gaza en un resort-casino lleno de oro suenan
totalmente irreales.
etc.
Con sus decisiones, en menos de dos meses de gobierno la administración
americana actual ha mostrado una cara muy distinta a la de la primera
administración Trump. Ahora parece tener de su lado no solo un apoyo
popular que se manifestó en las urnas, sino ambas cámaras, y está por
primera vez interviniendo directamente en los resortes directos del
poder del estado profundo: inteligencia, soft-power, burocracia.
Con este enfrentamiento por vez primera al poder real establecido
durante décadas, es evidente que Trump arriesga ser asesinado, o un
golpe de estado puede ser montado abierta o encubiertamente en los
Estados Unidos.
Algo de eso ya ocurrió en 2020 cuando el partido Demócrata robó las
elecciones aprovechando la extrema debilidad de aquella primera
administración Trump y usando, entre otras cosas, el caos que Covid y
las movilizaciones raciales fogoneadas desde el estado profundo
causaron. ¿Quién tomaría la posta de Trump, y cómo reaccionaría el
pueblo norteamericano a esa eventualidad? Esa pregunta solo puede ser
formulada, pero cualquier respuesta hoy sería mera conjetura. El mundo
actual y la política actual no son las de 2020 o 2022, cuando las redes
sociales estaban totalmente controladas por el discurso globalista y la
propaganda neocon- londinense. Hoy los grandes medios siguen -en menor
medida- controlados por esa propaganda, simplemente porque el poder
político actual en Estados Unidos aun no tuvo tiempo de generar una
comprensión política más amplia, que solo se logra en base a resultados
palpables por parte de la gente. Pero sí que tuvo tiempo de respaldar la
libertad de expresión en el mundo digital, lo cual es de cierta
importancia.
Tanto lo es, que con años de atraso, Pedro Sánchez ha reunido a los
presidentes de Colombia, Chile, Brasil y Uruguay para animarlos a que
comiencen a censurar las redes sociales en sus propios países.
Tal parece que los políticos contemporáneos son incapaces de aprender nada.
Ya fue De Moraes el hazmerreír del Brasil y del mundo entero cuando
quiso terminar con Telegram primero, con X/Twitter después. Su orden
duró menos de 24 horas, y todo Brasil tuiteaba por VPN desde Manaos a
Porto Alegre. Sigilosamente, el gobierno brasileño “llegó a un acuerdo”
con Musk, y X (y Starlink) siguen operando en Brasil igual que antes.
Pero en verdad “Xandâo” no llegó a ningún acuerdo: fue aplastado por la
realidad, pese al respaldo de lo más refinado de la izquierda VIP
globalista, como Zuboff o Varoufakis.
Estos gobiernos “de izquierda” -en realidad, gobiernos adeptos al
proyecto occidental viejo, dirigido desde la City de Londres y en
derrota civilizatoria hoy día- ahora dicen que van a “moderar los
contenidos” en redes sociales, dado que esa “moderación” no se produce
ya en el Estados Unidos de Trump. No pudieron hacerlo cuando Biden
gobernaba, pero lo volverán a intentar ahora. Lo que ellos quieren es
imponer la censura de toda la información que avive a la gente respecto
de lo estentóreo de su actual debacle, no solo en Ucrania sino como
proyecto en sí. No entienden que los viejos conceptos del orden
ideológico de la Guerra Fría no tienen más vida ni referencia. Siguen
sin entender que no basta con acusar a todo el que vea el mundo distinto
a ellos de “ultraderechista”, que es en realidad lo que ellos son:
partidarios de un régimen global de eliminación de la libertad
individual y los derechos de las personas, en nombre de ideas
supuestamente unánimes que deben ser impuestas eliminando las opiniones
en contrario, e intentando usar la nueva tecnología para controlar toda
esa imposición. Los liberales, el centro socialdemócrata, y buena parte
de la derecha, en América del Sur, mientras tanto, siguen en Babia. No
han alzado su voz denunciando la conferencia de Pedrito Sánchez y sus
acólitos. Son parte del orden viejo y no tienen permitido, por sus
propios tabúes internos, comprender el cambio de época, que quien sabe
si progresará o se verá aplazado por un tiempo más.
10.3.25
El proyecto globalista ingresa en su fase porno
SALVADOR GÓMEZ
eXtramuros
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