11.1.17

El fracaso del Banco de México


Marcos Chávez

Anuncia Carstens su salida entre loas por su supuesta eficiencia. Quienes lo extrañarán son los especuladores, pues lograron grandes ganancias mediante el alza de las tasas de interés. No cumplió con lo que dispone la Constitución: salvaguardar la estabilidad y el valor de la moneda. Dejará la inflación por encima del 4 por ciento y una devaluación del peso de más del 60 por ciento


Agustín Carstens hizo votos porque sea “terso, ordenado y sin sobresaltos” el “largo periodo [de] transición de un gobernador [del Banco de México] al siguiente que será designado en su oportunidad por el presidente de la República”. Ese proceso que se inició el 1 de diciembre, cuando presentó su renuncia a dicho puesto en el banco central de México y que ocupará hasta el 1 de julio de 2017, cuando hará efectiva su decisión y empezará a empacar sus trebejos para irse a administrar el Banco de Pagos Internacionales.

Lo anterior y otras cosas se leen en la carta enviada por Agustín Carstens a sus súbditos del banco central y en un comunicado emitido a la opinión pública por el mismo organismo sobre el mismo tema, ambos datados el 1 de diciembre. Además de formalizarse su separación, Carstens se deshizo en agradecimientos a Felipe Calderón, quien lo encaramó en el puesto citado en 2010, y a Enrique Peña Nieto, quien lo ratificó para un segundo periodo, el cual terminaría el 31 de diciembre de 2021; anunció que dimitía prematuramente porque prefería la gerencia general del Banco de Pagos Internacionales; y, orondo, se elogió a sí mismo por haber sido elegido  para regentar  al banco central de los bancos centrales del mundo, distinción que, sin disfrazada inmodestia, hizo extensiva al país y los parias subdesarrollados. “Es un gran honor para mí, el Banco de México y el país” rubricó Carstens, porque por “primera vez un banquero central de una economía emergente” ocupará un selecto puesto de tan “alta responsabilidad integrado por los gobernadores de los siete principales bancos centrales del mundo”.

Fue curioso el método epistolar empleado a posteriori para oficializar la salida de un funcionario y cuya noticia ya había sido publicitada por las vías informales de las redes sociales de internet.

Desde luego, la buena nueva no fue un acto de deferencia social. Sólo fue un recurso sui géneris para tratar de contrarrestar la incertidumbre y el pánico que provocó la renuncia entre los especuladores. El costo fue una pequeña burbuja especulativa: un nuevo desplome de la paridad cambiaria, el 1 de diciembre (1.1 por ciento o 23 centavos, al pasar de 20.52 a 20.75 pesos por dólar estadunidense) y del mercado bursátil (1.61 por ciento en dos días).

Pero como le gusta decir a Carstens: simplemente fue un intrascendente “bache momentáneo, pasajero” que, de nueva cuenta, entreveró las consecuencias de la irracionalidad de los especuladores, la libertad especulativa, el desinterés del banco central y las autoridades hacendarias para controlar sus ímpetus, en aras de no alterar las reglas del juego neoliberal impuestas externamente y aceptadas localmente, en una especie de servidumbre voluntaria.

Desde luego no es lo mismo ser un banquero central pueblerino, en un país cada vez más violento, que un directivo de un organismo internacional ubicado en la tranquila y tediosa ciudad de Basilea, Suiza, aunque sea como un empleado más. No es lo mismo ser cabeza de ratón que cola de león. Pero es difícil aceptar que la renuncia de Carstens haya sido desconocida por el Ejecutivo y, por tanto, fuera un acto de deslealtad. 

Lo que quizá pasó fue un problema de formas.

La irracionalidad de los especuladores se debe a que una renuncia era irrelevante, toda vez la sabia cabeza que sustituya a Carstens, cualquiera de los subgobernadores, garantiza la continuidad de la mismas políticas monetarias ortodoxas, porque todos los subgobernadores del banco central, los actuales y los próximos, están cortados y formados en el mismo credo neoliberal. Son un grupo homogéneo y compacto.

 Hasta que alguien decida expulsarlos del templo.

En todo caso, si se considera los resultados arrojados por el Banco de México en la era Carstens, el balance de su mandato puede decirse que fue un fracaso, de acuerdo con la ley orgánica del organismo y cuyo objetivo prioritario es salvaguardar la estabilidad y el valor de la moneda. Ese único objetivo implica controlar el nivel de la inflación, al margen de que los instrumentos que empleen sacrifiquen el crecimiento, los salarios reales y el bienestar social, tal y como ha sucedió desde 1983 a la fecha.

La subordinación del aumento de los salarios nominales y del crecimiento, así como la austeridad fiscal y la astringencia monetaria corresponden a la estrategia de la inflación primermundista con un crecimiento y bienestar tercermundista.

Es cierto que desde enero de 2015 la inflación se ha ubicado en el rango de la meta: 3 por ciento, más menos un punto porcentual, aunque probablemente al cierre de 2016 y en 2017 se ubique por encima de 4 por ciento.

La tendencia de los precios de importación, los del productor y la inflación no subyacente indica mayores presiones inflacionarias. Ello explica el endurecimiento de la política monetaria, es decir, la inducción de las tasas de  interés impuesto por el banco central.

Sin embargo, el comportamiento del tipo de cambio evidencia el fracaso de Carstens y del banco central en su tarea prioritaria. Anualmente, durante el peñismo, la variación del tipo de cambio, se planeó que fuera similar a la tasa de variación de la inflación, e incluso se proponía un atraso o revaluación, sin importar que abaratara artificial y deslealmente el precio de las importaciones, en detrimento de la producción local, el crecimiento y el empleo.

En lo que va del peñismo la paridad pasó de 13.08 pesos por dólar a 20-21 pesos por dólar, lo que equivale a una macrodevaluación cercana a 60 por ciento.
En ese sentido, Carstens y el banco central han fracasado en su encomienda constitucional.
En esa misma lógica, la población y los inversionistas deberían agradecer la decisión de Carstens de abandonar el banco central, aunque el panorama no cambia nada si se considera que lo sustituirá un personaje clonado.

Sólo los especuladores pueden sentirse satisfechos. El Carstens actual y los Carstens futuros les  darán lo que quieren: mayores ganancias financieras, por la vía de la elevación de las tasas de interés.
A los únicos que les resulta indiferente su desaparición del escenario político-financiero del país son las mayorías.

Recuérdese que Carstens, primero, se rasgó las vestiduras y se opuso rotundamente a la propuesta de Miguel Ángel Mancera, jefe de Gobierno de la Ciudad de México, de programar una gradual recuperación del poder de compra de los salarios mínimos, porque supuestamente elevaría la inflación, sin ofrecer pruebas al respecto; y, después, festejó la “flexibilización” laboral porque abarataría los costos y los tiempos del despido de los trabajadores.

El nuevo banquero central pensará lo mismo.

El único que realmente es feliz es el propio Carstens. Se irá con una pensión generosa que ya cobra desde hace tiempo, y abandonará el barco antes que se hunda.

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