10.10.16

La emboscada

Carlos Fazio

La agresión armada contra un convoy militar en Culiacán, Sinaloa, sigue generando contradicciones. Como pocas veces antes, la narrativa de los mandos castrenses parece ajustarse a la verdad de los hechos: tanto el general Alfonso Duarte Múgica, comandante de la tercera región militar en Mazatlán, como el secretario de Defensa, general Salvador Cienfuegos, señalaron que hacia las 3:30 horas del 30 de septiembre, una ambulancia de la Cruz Roja y dos vehículos Humvee del Ejército fueron emboscados en la carretera México 15 en el acceso norte a Culiacán, con saldo de cinco soldados muertos, 10 lesionados y dos ilesos. Los soldados fueron agredidos con armas de gran volumen y potencia de fuego (granadas de fragmentación y fusiles Barret .50, AR-15 y AK-47), por un grupo de la delincuencia organizada que los estaba esperando, dijo Duarte.

Más allá de la retórica adjetivada de dos profesionales de la violencia como son los divisionarios Cienfuegos y Duarte, quienes calificaron el ataque de alevoso y cobarde, propio de enfermos, insanos, bestias criminales −seguido de amenazas de retaliación o represalia que se retrotraen incluso a la ley del talión del siglo XVIII aC−, cabe consignar que la emboscada es una de las técnicas guerreras más eficaces para hostigar, aniquilar, destruir, obtener e incautar material y equipo al enemigo, y que por definición es un ataque violento, sorpresivo y engañoso breve, contra un blanco u objetivo en movimiento o detenido de manera temporal, que incluye una retirada rápida y segura sobre una ruta prestablecida.

Las bases esenciales de una emboscada son buena información, una cuidadosa planificación y la elección inteligente del lugar. Pero en el caso de marras, más que un plan detallado a partir de información previa que permitiera conocer cómo opera el enemigo y la hora en que pasaría por cierto punto o área, parece tratarse de una acción improvisada o inmediata contra un blanco de oportunidad, montada y ejecutada a partir de la intervención (o escucha) de las frecuencias de radio utilizadas por soldados de la 24 Compañía de Infantería No Encuadrada (CINE), con sede en San Ignacio, desde que un par de horas antes incursionaron en Bacacoragua, municipio de Badiraguato, donde tras un supuesto enfrentamiento resultó herido el presunto delincuente Julio Óscar Ortiz Vega, ataviado con ropa militar.

El aparente objetivo de la emboscada fue rescatar a Ortiz Vega, quien era trasladado en la ambulancia. En la operación, los agresores habrían utilizado algún tipo de aditamento explosivo para incendiar las dos unidades donde se transportaban los militares, dos de los cuales fueron consumidos por las llamas. Según la narrativa oficial, en la emboscada participaron alrededor de 40 sicarios que habrían utilizado unas 15 camionetas blindadas.

Una cronología de hechos elaborada por la policía ministerial de Sinaloa señala que a partir de una llamada anónima denunciando disparos en la avenida Salvador Dalí, frente al número 3059 del fraccionamiento Espacios Bar­celona, a las 3:26:21 una operadora del Centro de Emergencias y Respuestas Inmediatas de Sinaloa (CERI) avisó, por radio, del incidente a las autoridades federales, estatales y municipales del estado, incluida la Sedena, que dio acuse de recibido. Doce minutos después llegó al lugar un policía ministerial y en seguida varias patrullas municipales y el coordinador de Seguridad Pública de Sinaloa, general retirado Moisés Melo. El Ejército arribó una hora después.

A juzgar por los datos descritos, la emboscada se ejecutó en un lapso breve (10 minutos) y con una precisión y fuerza militar inusuales en los grupos de la economía criminal. Dado que desde 2007 está vigente la Operación Sinaloa y en septiembre último se instaló en la entidad un grupo especial de reacción inmediata integrado por elementos del Ejército, la Marina y de las policías Federal, estatal y municipal, no queda claro qué falló, por qué y quiénes son los responsables en la cadena de mando.

¿Cómo fue posible que a esa hora de la madrugada una concentración de 15 vehículos con al menos 40 hombres haya pasado desapercibida ante las cámaras de videovigilancia del sistema de monitoreo C-4? ¿A qué obedecieron las declaraciones y filtraciones de fuentes militares y de inteligencia a columnistas de Estado, que de manera indistinta atribuyeron la autoría del hecho a los hijos de Joaquín El Chapo Guzmán (Alfredo e Iván); a las llamadas Fuerzas Especiales, de Dámaso López Núñez, El Licenciado (integradas presuntamente por desertores del Ejército, la Marina y la Policía Federal), y al cártel Jalisco nueva generación, de Nemesio El Mencho Oceguera, en una eventual alianza con Alfredo Beltrán Guzmán, alias El Mochomito, de los Beltrán Leyva? ¿Se trató de enturbiar el caso?

¿Pudo ejecutar la emboscada un comando militar de otro tipo? Y si fuera así, ¿con qué objetivo? ¿Para llevar la guerra no convencional, asimétrica y de contrainsurgencia por territorios y recursos al llamado Triángulo Dorado formado por los estados de Sinaloa, Chihuahua y Durango bajo la pantalla de la guerra al crimen organizado?

¿A qué obedeció la operación de saturación e intoxicación mediática −chan­tajista y manipuladora− impulsada por el ciudadano-general Cienfuegos con el aparente aval de su comandante en jefe, el autista Enrique Peña Nieto, coreografiada en el Zócalo el 7 de octubre? ¿Fue para apaciguar el enojo castrense en momentos que se rompen pactos y cunden las deslealtades? ¿Se fracturó la hegemonía del sistema político y asistimos a un acelerado proceso de descomposición del régimen?

La agresión contra los soldados en Culiacán constituye un delito que debe ser investigado por las autoridades competentes de manera pronta, objetiva e integral, y sus responsables sancionados. A 10 días del hecho no hay detenidos. Ante el fracaso de las fuerzas de seguridad del Estado mexicano y el desbloqueo de los fondos de la Iniciativa Mérida, ¿se prepara la llegada formal de soldados y contratistas de Estados Unidos?

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