14.10.25

Acta de defunción para el Premio Nobel de la Paz

Requiescat in pace
Fernando Buen Abad Domínguez


I. Declaración inicial

Se extiende el acta de defunción al llamado “Premio Nobel de la Paz”, muerto por causas estructurales y degenerativas propias del sistema capitalista que lo engendró. Su muerte ocurrió en plena era de la guerra económica, militar, financiara y mediática, bajo la presión del golpismo imperialista de una burguesía que convirtió la “paz” en mercancía macabra y espectáculo de inmoralidad. No fue un fallecimiento súbito. Fue una agonía lenta, sostenida por discursos de filantropía hipócrita, por aparatos mediáticos que anestesiaron conciencias, por fundaciones que hicieron de la guerra un negocio y de la paz un pretexto.

La fecha de defunción se inscribe en la cronología difusa del capitalismo tardío, cuando las guerras preventivas se declararon “humanitarias”, cuando las bombas se presentaron como portadoras de democracia y cuando los premios —en lugar de la justicia— se convirtieron en absoluciones para los verdugos.

II. Causas del fallecimiento

Murió el Premio Nobel de la Paz de sobredosis de cinismo. La paz que decía exaltar fue consumida por la misma lógica del capital que fabrica enemigos, que necesita de la guerra para reproducirse, y que lava su rostro ensangrentado en los templos del prestigio burgués. Murió envenenado por su propia contradicción: pretendía celebrar la concordia en un mundo edificado sobre la competencia, la violencia y la expropiación.

El acta “médica”, firmada por la historia, indica que su sistema inmunológico-ideológico fue destruido por la hipocresía. Cada vez que premiaba a un asesino con palabrerío de estadista, su cuerpo sufría una hemorragia de sentido. El Premio Nobel de la Paz murió porque la paz dejó de ser un horizonte emancipador y se volvió un pretexto de dominación. En manos del imperialismo, el galardón fue degradado a sello de legitimación política, a máscara moral que disimula los intereses del poder mundial. Murió de asfixia semiótica: el signo “paz” perdió su contenido emancipador y fue reemplazado por un significante hueco, dócil, rentable.

III. Lugar del fallecimiento

Murió en la catedral del espectáculo macabro global. En el altar de los noticiarios, en los palcos diplomáticos, en los banquetes donde los empresarios de la guerra brindan con champagne por la “paz”. Murió en los pasillos de las cancillerías, en las oficinas de marketing político, en las pantallas que transforman el sufrimiento en rating y la hipocresía en virtud. Murió rodeado de cámaras, aplausos y discursos. No hubo silencio respetuoso ni duelo verdadero. Fue un funeral mediático: los mismos que lo mataron transmitieron su sepelio en vivo, con comentarios sobre “el legado” y “la inspiración humanitaria”. El espectáculo de su muerte fue su última función: un cadáver que aún servía para simular moralidad. Ella sonreía.

IV. Certificado de causas estructurales

-Causa primera: El divorcio entre ética y economía política.

La paz fue transformada en símbolo desvinculado de la producción material de la vida. En lugar de cuestionar las causas de la violencia —la explotación, el saqueo, la dominación imperialista—, el Nobel de la Paz se dedicó a premiar los síntomas. Esa abstracción idealista fue su sentencia de muerte.

-Causa segunda: El fetichismo mediático.

La medalla, el discurso, la ceremonia: todo se convirtió en simulacro. La “paz” fue estetizada hasta volverse irreconocible. En el brillo del oro del medallón se reflejaba el oro del capital.

-Causa tercera: La complicidad institucional.

Las academias, los parlamentos, las corporaciones y los medios se alinearon para canonizar a los verdugos. Así se construyó la narrativa de una paz funcional al orden establecido.

-Causa cuarta: La desfiguración del signo “humanidad”.

Murió el Premio Nobel de la Paz cuando se divorció la palabra “humano” de su contenido histórico. La humanidad fue reducida a un concepto sentimental, vacío, despolitizado. Ganó el golpismo.

V. Autopsia semiótica

Al abrir el cuerpo semiótico del difunto, se hallaron rastros de discursos en descomposición. En el interior del tórax: promesas incumplidas. En los pulmones: aire viciado de diplomacia hipócrita. En el estómago: residuos de marketing humanitario. En el corazón: una cicatriz profunda con forma de dólar. Todo intoxicado con clamores de inasión, muerte, antidemocracia y entreguismo obsceno.

Las vísceras ideológicas mostraron que su metabolismo simbólico dependía de la aprobación mediática. Cada aplauso era una transfusión de legitimidad. Cada silencio cómplice, un analgésico. Se detectaron múltiples infecciones: relativismo moral, neutralidad cobarde, universalismo abstracto.

El cerebro del Premio Nobel de la Paz mostraba una atrofia avanzada de pensamiento crítico. Las áreas dedicadas al análisis de las causas estructurales de la violencia estaban atrofiadas, sustituidas por una hiperactividad de relaciones públicas. En su memoria, fragmentos de discursos se repetían como bucles sin contenido: “esperanza”, “diálogo”, “compromiso”, “valores compartidos”… Palabras que habían perdido toda conexión con la praxis emancipadora.

VI. Contexto histórico de la defunción

Murió en el siglo XXI, cuando la guerra se volvió digital, cuando los ejércitos se camuflaron en redes sociales, cuando las sanciones económicas mataron más que las balas, y cuando los drones bombardearon en nombre de los derechos humanos. Murió cuando el capital aprendió a vender la destrucción como desarrollo, la ocupación como libertad, la tortura como justicia preventiva. En ese contexto, el Premio Nobel de la Paz se convirtió en un fetiche global. Su muerte fue la muerte de una semiosis humanista. Lo que alguna vez pretendió ser símbolo filantrópico burgués de reconciliación se transformó en emblema de hipocresía institucionalizada.

VII. Testigos de la muerte

Firmaron como testigos del fallecimiento los pueblos del mundo que nunca recibieron el premio, aunque soportaron todas las guerras. Testificaron los niños palestinos bajo los escombros, los campesinos africanos desplazados, las madres latinoamericanas que buscan a sus hijos desaparecidos, los trabajadores explotados por las corporaciones que financian los comités del premio. Ellos fueron los verdaderos jueces y notarios de esta defunción. Su silencio, su dignidad y su resistencia son la prueba más elocuente de que la paz auténtica no necesita premios sino justicia.

VIII. Última voluntad del difunto

En sus últimos suspiros, el Premio Nobel de la Paz pidió que no se le erigieran monumentos ni se repitieran sus ceremonias. Dijo que prefería el anonimato del olvido a la perpetuación de su farsa. Pidió que su epitafio dijera:

 “Aquí yace una idea que el capital desfiguró. Murió de tanto ser usada contra los pueblos.”

Pidió, también, que su cuerpo simbólico fuese donado a la filosofía de la semiosis, para su estudio crítico. Que se analicen sus signos, sus discursos, sus metamorfosis, hasta entender cómo un símbolo de emancipación puede convertirse en máscara de dominación.

IX. Acta filosófica de constatación

En rigor dialéctico, esta defunción no es solo la muerte de un premio, sino la manifestación del ocaso de una civilización que ha perdido el sentido del bien común. La “paz” institucionalizada, domesticada y comercializada, revela el agotamiento moral de una ideología que ya no puede sostener su propio discurso sin recurrir a la mentira. El signo “paz”, en manos del capitalismo, se convierte en antónimo de sí mismo. Donde dice “paz” hay estrategia de dominación; donde dice “reconciliación”, hay impunidad; donde dice “esperanza”, hay propaganda. La semiosis burguesa de la paz opera como narcótico colectivo: un opio semántico que calma las conciencias, pero perpetúa las cadenas.

X. Certificación semiótica final

Certifico que el Premio Nobel de la Paz ha muerto, pero declaro simultáneamente que el signo “paz” no está condenado a la extinción. Lo que ha muerto es su fetichización burguesa. Su nueva vida sólo será posible bajo nuevas condiciones históricas, cuando la paz deje de ser consigna y se vuelva praxis material, cuando la justicia no sea premio sino principio, cuando la humanidad sea consciente de que la paz no se decreta: se construye con lucha de clases, con ciencia, con solidaridad, con organización. La paz verdadera no necesita comités de selección, necesita sujetos históricos emancipados. Su lugar de nacimiento no será un palacio sueco, sino los territorios donde los pueblos se niegan a morir.

XI. Epitafio filosófico

 “Murió el Premio Nobel de la Paz, pero no la esperanza de una paz justa.

Murió el signo domesticado, pero la semiosis emancipadora sigue viva.

Murió el simulacro, pero la historia aún respira en los pueblos que luchan.”

XII. Firma del notario

Firmo esta acta no como burócrata del sentido, sino como testigo crítico de su muerte. No hay duelo, hay conciencia. No hay nostalgia, hay análisis. El cadáver del Premio Nobel de la Paz descansa en el panteón del humanismo traicionado.

Filosofía de la semiosis, año de la conciencia crítica.