Requiescat in pace
Fernando Buen Abad Domínguez
I. Declaración inicial
Se extiende el acta de defunción al llamado “Premio Nobel de la Paz”,
muerto por causas estructurales y degenerativas propias del sistema
capitalista que lo engendró. Su muerte ocurrió en plena era de la guerra
económica, militar, financiara y mediática, bajo la presión del
golpismo imperialista de una burguesía que convirtió la “paz” en
mercancía macabra y espectáculo de inmoralidad. No fue un fallecimiento
súbito. Fue una agonía lenta, sostenida por discursos de filantropía
hipócrita, por aparatos mediáticos que anestesiaron conciencias, por
fundaciones que hicieron de la guerra un negocio y de la paz un
pretexto.
La fecha de defunción se inscribe en la cronología difusa del
capitalismo tardío, cuando las guerras preventivas se declararon
“humanitarias”, cuando las bombas se presentaron como portadoras de
democracia y cuando los premios —en lugar de la justicia— se
convirtieron en absoluciones para los verdugos.
II. Causas del fallecimiento
Murió el Premio Nobel de la Paz de sobredosis de cinismo. La paz que
decía exaltar fue consumida por la misma lógica del capital que fabrica
enemigos, que necesita de la guerra para reproducirse, y que lava su
rostro ensangrentado en los templos del prestigio burgués. Murió
envenenado por su propia contradicción: pretendía celebrar la concordia
en un mundo edificado sobre la competencia, la violencia y la
expropiación.
El acta “médica”, firmada por la historia, indica que su sistema
inmunológico-ideológico fue destruido por la hipocresía. Cada vez que
premiaba a un asesino con palabrerío de estadista, su cuerpo sufría una
hemorragia de sentido. El Premio Nobel de la Paz murió porque la paz
dejó de ser un horizonte emancipador y se volvió un pretexto de
dominación. En manos del imperialismo, el galardón fue degradado a sello
de legitimación política, a máscara moral que disimula los intereses
del poder mundial. Murió de asfixia semiótica: el signo “paz” perdió su
contenido emancipador y fue reemplazado por un significante hueco,
dócil, rentable.
III. Lugar del fallecimiento
Murió en la catedral del espectáculo macabro global. En el altar de los
noticiarios, en los palcos diplomáticos, en los banquetes donde los
empresarios de la guerra brindan con champagne por la “paz”. Murió en
los pasillos de las cancillerías, en las oficinas de marketing político,
en las pantallas que transforman el sufrimiento en rating y la
hipocresía en virtud. Murió rodeado de cámaras, aplausos y discursos. No
hubo silencio respetuoso ni duelo verdadero. Fue un funeral mediático:
los mismos que lo mataron transmitieron su sepelio en vivo, con
comentarios sobre “el legado” y “la inspiración humanitaria”. El
espectáculo de su muerte fue su última función: un cadáver que aún
servía para simular moralidad. Ella sonreía.
IV. Certificado de causas estructurales
-Causa primera: El divorcio entre ética y economía política.
La paz fue transformada en símbolo desvinculado de la producción
material de la vida. En lugar de cuestionar las causas de la violencia
—la explotación, el saqueo, la dominación imperialista—, el Nobel de la
Paz se dedicó a premiar los síntomas. Esa abstracción idealista fue su
sentencia de muerte.
-Causa segunda: El fetichismo mediático.
La medalla, el discurso, la ceremonia: todo se convirtió en simulacro.
La “paz” fue estetizada hasta volverse irreconocible. En el brillo del
oro del medallón se reflejaba el oro del capital.
-Causa tercera: La complicidad institucional.
Las academias, los parlamentos, las corporaciones y los medios se
alinearon para canonizar a los verdugos. Así se construyó la narrativa
de una paz funcional al orden establecido.
-Causa cuarta: La desfiguración del signo “humanidad”.
Murió el Premio Nobel de la Paz cuando se divorció la palabra “humano”
de su contenido histórico. La humanidad fue reducida a un concepto
sentimental, vacío, despolitizado. Ganó el golpismo.
V. Autopsia semiótica
Al abrir el cuerpo semiótico del difunto, se hallaron rastros de
discursos en descomposición. En el interior del tórax: promesas
incumplidas. En los pulmones: aire viciado de diplomacia hipócrita. En
el estómago: residuos de marketing humanitario. En el corazón: una
cicatriz profunda con forma de dólar. Todo intoxicado con clamores de
inasión, muerte, antidemocracia y entreguismo obsceno.
Las vísceras ideológicas mostraron que su metabolismo simbólico dependía
de la aprobación mediática. Cada aplauso era una transfusión de
legitimidad. Cada silencio cómplice, un analgésico. Se detectaron
múltiples infecciones: relativismo moral, neutralidad cobarde,
universalismo abstracto.
El cerebro del Premio Nobel de la Paz mostraba una atrofia avanzada de
pensamiento crítico. Las áreas dedicadas al análisis de las causas
estructurales de la violencia estaban atrofiadas, sustituidas por una
hiperactividad de relaciones públicas. En su memoria, fragmentos de
discursos se repetían como bucles sin contenido: “esperanza”, “diálogo”,
“compromiso”, “valores compartidos”… Palabras que habían perdido toda
conexión con la praxis emancipadora.
VI. Contexto histórico de la defunción
Murió en el siglo XXI, cuando la guerra se volvió digital, cuando los
ejércitos se camuflaron en redes sociales, cuando las sanciones
económicas mataron más que las balas, y cuando los drones bombardearon
en nombre de los derechos humanos. Murió cuando el capital aprendió a
vender la destrucción como desarrollo, la ocupación como libertad, la
tortura como justicia preventiva. En ese contexto, el Premio Nobel de la
Paz se convirtió en un fetiche global. Su muerte fue la muerte de una
semiosis humanista. Lo que alguna vez pretendió ser símbolo filantrópico
burgués de reconciliación se transformó en emblema de hipocresía
institucionalizada.
VII. Testigos de la muerte
Firmaron como testigos del fallecimiento los pueblos del mundo que nunca
recibieron el premio, aunque soportaron todas las guerras. Testificaron
los niños palestinos bajo los escombros, los campesinos africanos
desplazados, las madres latinoamericanas que buscan a sus hijos
desaparecidos, los trabajadores explotados por las corporaciones que
financian los comités del premio. Ellos fueron los verdaderos jueces y
notarios de esta defunción. Su silencio, su dignidad y su resistencia
son la prueba más elocuente de que la paz auténtica no necesita premios
sino justicia.
VIII. Última voluntad del difunto
En sus últimos suspiros, el Premio Nobel de la Paz pidió que no se le
erigieran monumentos ni se repitieran sus ceremonias. Dijo que prefería
el anonimato del olvido a la perpetuación de su farsa. Pidió que su
epitafio dijera:
“Aquí yace una idea que el capital desfiguró. Murió de tanto ser usada contra los pueblos.”
Pidió, también, que su cuerpo simbólico fuese donado a la filosofía de
la semiosis, para su estudio crítico. Que se analicen sus signos, sus
discursos, sus metamorfosis, hasta entender cómo un símbolo de
emancipación puede convertirse en máscara de dominación.
IX. Acta filosófica de constatación
En rigor dialéctico, esta defunción no es solo la muerte de un premio,
sino la manifestación del ocaso de una civilización que ha perdido el
sentido del bien común. La “paz” institucionalizada, domesticada y
comercializada, revela el agotamiento moral de una ideología que ya no
puede sostener su propio discurso sin recurrir a la mentira. El signo
“paz”, en manos del capitalismo, se convierte en antónimo de sí mismo.
Donde dice “paz” hay estrategia de dominación; donde dice
“reconciliación”, hay impunidad; donde dice “esperanza”, hay propaganda.
La semiosis burguesa de la paz opera como narcótico colectivo: un opio
semántico que calma las conciencias, pero perpetúa las cadenas.
X. Certificación semiótica final
Certifico que el Premio Nobel de la Paz ha muerto, pero declaro
simultáneamente que el signo “paz” no está condenado a la extinción. Lo
que ha muerto es su fetichización burguesa. Su nueva vida sólo será
posible bajo nuevas condiciones históricas, cuando la paz deje de ser
consigna y se vuelva praxis material, cuando la justicia no sea premio
sino principio, cuando la humanidad sea consciente de que la paz no se
decreta: se construye con lucha de clases, con ciencia, con solidaridad,
con organización. La paz verdadera no necesita comités de selección,
necesita sujetos históricos emancipados. Su lugar de nacimiento no será
un palacio sueco, sino los territorios donde los pueblos se niegan a
morir.
XI. Epitafio filosófico
“Murió el Premio Nobel de la Paz, pero no la esperanza de una paz justa.
Murió el signo domesticado, pero la semiosis emancipadora sigue viva.
Murió el simulacro, pero la historia aún respira en los pueblos que luchan.”
XII. Firma del notario
Firmo esta acta no como burócrata del sentido, sino como testigo crítico
de su muerte. No hay duelo, hay conciencia. No hay nostalgia, hay
análisis. El cadáver del Premio Nobel de la Paz descansa en el panteón
del humanismo traicionado.
Filosofía de la semiosis, año de la conciencia crítica.
14.10.25
Acta de defunción para el Premio Nobel de la Paz
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