Por Carlos Fazio
En sólo tres días, del 21 y 23 de junio, una alocada y frenética sucesión de hechos que incluyó el bombardeo de tres centrales nucleares pacíficas iraníes, puso al mundo al borde de una gran conflagración bélica y culminó con un inestable y transitorio cese al fuego entre Irán y el eje Estados Unidos/Israel que podría derivar en una guerra de desgaste con implicaciones geopolíticas de signo incierto. No obstante ‑y más allá del reality show protagonizado urbi et orbi por el presidente Donald Trump, que incluyó una histriónica campaña de intoxicación propagandística‑, el análisis de la coyuntura, tras derrumbarse algunos mitos y mentiras, deja varias conclusiones de tipo provisional.
En particular, que Irán y el régimen de los ayatolás son un hueso duro de roer para la potencia imperial y sus vasallos; el tan cacareado Domo de Hierro que garantizaba la seguridad de Israel resultó un fiasco, y según una evaluación temprana de la Agencia de Inteligencia de Defensa y el Comando Central de EU ‑presuntamente filtrada por Israel y difundida por CNN, NBC News y The New York Times‑, los ataques a las instalaciones de Fordo, Natanz e Isfahán no lograron destruir los componentes centrales del programa atómico de Teherán y probablemente solo lo retrasaron seis meses, lo que contradice los categóricos dichos de Trump y el Pentágono de que la operación militar tuvo un “éxito abrumador” y efectos similares a los de… ¡Hiroshima y Nagasaki!
Trump, Netanyahu y la ruptura limpia
El 21 de junio la guerra infinita del Estado imperial dio un nuevo giro. Como adelantó Seymour Hersh dos días antes de los hechos, tras sucumbir a las presiones del Estado profundo (deep state) y ordenar atacar de manera artera e ilegal tres instalaciones nucleares pacíficas de Irán, el presidente Donald Trump escaló la guerra de agresión iniciada, con su consentimiento, por el subimperialismo israelí en Medio Oriente.
Ya entonces, el canciller alemán Friedrich Merz, un halcón y exCEO de BlackRock, había dicho sin sutilezas que el régimen expansionista de Benjamín Netanyahu hacía el “trabajo sucio” (Drecksarbeit) “para todos nosotros”, en implícita alusión a las potencias del Occidente colectivo. Y ahora, asesorado por el director de la CIA, John Ratcliffe, y el comandante general del Comando Central (CENTCOM) del Pentágono, Michael Kurilla ‑vehículos del Mossad y del complejo militar-industrial de Israel, y financiados, como él, por el Comité de Asuntos Públicos Estados Unidos-Israel (AIPAC), que se describe a sí mismo como un “lobby pro-israelí” ante el Congreso y la Casa Blanca‑, usando como distractor el señuelo “nuclear” iraní, Trump repite el esquema de George W. Bush en su ataque a Irak, en 2003. En la agresión a Irak, Washington esgrimió que Sadam Hussein poseía armas de destrucción masiva, lo que en tiempo real advertimos que era falso; ahora, Trump usó como excusa que Irán está cerca de alcanzar el arma nuclear, otra mentira fabricada por las usinas de propaganda de EU, Reino Unido e Israel, reiterada durante 30 años una veintena de veces (la estrategia de Goebbels de repetir la misma patraña muchas veces) ‑según consignaron The Intercept y otros medios‑, por el cínicamente psicótico Netanyahu, quien ha recurrido de manera sistemática a esa narrativa para manipular la mentalidad paranoica del fundamentalismo judío a fin de fortalecer el ultranacionalismo del gobierno de extrema derecha que él lidera.
Cabe remarcar que tampoco es una guerra preventiva ni defensiva. Estados Unidos y su proxy en Medio Oriente son dos potencias nucleares (según el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo [SIPRI], el arsenal nuclear de Israel cuenta con unas 90 ojivas en el reactor de Dimona y un escuadrón nuclear de 125 cazas) que, al margen de la Carta de la ONU y el derecho internacional, atacaron a un país soberano (lo que da a Irán el derecho a la legítima defensa). Se consumó, así, la revelación del excomandante supremo de la OTAN, el general Wesley Clark, en 2003, poco después del 11-S: para dominar Medio Oriente, EU planeaba atacar y destruir los gobiernos de siete países, empezando por Irak, luego Siria, Líbano, Libia, Somalia, Sudán y culminando con Irán.
Con un antecedente: en 1996, Netanyahu y sus asesores estadunidenses (entre los que se encontraban Paul Wolfowitz, Douglas Feith, Victoria Nuland, Hillary Clinton, Joe Biden, Richard Perle y Elliott Abrams, entre otros), idearon una estrategia denominada “Clean Break” (ruptura limpia), que definía que Israel no se retiraría de los territorios palestinos conquistados en la guerra de 1967 a cambio de la paz en la región. En su lugar, Israel remodelaría Medio Oriente a su antojo. En septiembre de 2023, Netanyahu presentó en la Asamblea General de la ONU un mapa del “Nuevo Medio Oriente” que borraba por completo el Estado palestino. Y en septiembre de 2024 dio más detalles sobre ese plan mostrando dos mapas: una parte de Medio Oriente era una “bendición”, y la otra, que incluía a el Líbano, Siria, Irak e Irán, una maldición. El plan abogaba por un cambio de régimen en esos últimos países, por lo que la guerra de Israel y EU contra Irán es el movimiento final de una estrategia que lleva décadas.
A su vez, la operación militar-ideológica-propagandística coordinada y puesta en marcha por el binomio Trump/Netanyahu, alegando que lo que estaba en juego era la propia “existencia” del Estado israelí, es deshonesta y falsa. Las negociaciones sobre el tema nuclear propuesta por Trump a Teherán fueron una trampa y un engaño diplomático distractivo para permitir a Israel atacar. Además, al agitar el arma nuclear iraní como casus belli, Trump cometió perfidia, ya que al exigir negociar al régimen de los ayatolás apeló a la buena fe del adversario con intención de traicionarlo, práctica considerada prohibida por el derecho internacional consuetudinario y los Convenios de Ginebra de 1977, que constituye un crimen de guerra grave en los conflictos armados internacionales.
Los informes del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) no han aportado prueba alguna al respecto, con independencia de que su director, el argentino Rafael Grossi, con base en los datos del algoritmo de contrainteligencia Mosaic de Palantir (la plataforma de sofware de Peter Thiel, uno de los mecenas de Trump), había filtrado información sensible sobre las plantas nucleares iraníes al régimen de Netanyahu para facilitar los bombardeos, mancillando la neutralidad del organismo de la ONU. Así, sin mediar declaración de guerra, los ataques a las centrifugadoras nucleares iraníes por EU e Israel no fueron más que un pretexto. Más allá de los propios intereses expansionistas del régimen sionista de Tel Aviv, el objetivo de la guerra fue consolidar el dominio de Israel como enclave de los imperialismos occidentales en Medio Oriente, un plan indisociable de la estrategia estadunidense de mantener su hegemonía mundial frente a China y los países miembros del BRICS.
Es la geopolítica, estúpido!
Según escribió Michael Hudson sobre los motivos de Trump para atacar a Irán, lo que está en juego es el intento de Washington de controlar Medio Oriente y su petróleo como piedra angular del poder económico estadunidense durante un siglo, e impedir que otros países avancen hacia la creación de su propia autonomía frente al orden neoliberal centrado en la Casa Blanca, el Capitolio y el Departamento del Tesoro a través del FMI, el Banco Mundial y otras instituciones internacionales. Hudson denunció, asimismo, que desde mediados de los años 70s., cuando se hablaba de la creación de un Nuevo Orden Económico Internacional, la estrategia militar del Pentágono ya contemplaba derrocar al gobierno de Irán y dividir al país en partes étnicas, como vía para establecer una dictadura cliente potencial, clave para remodelar la orientación política tanto iraní como pakistaní en caso necesario (la estrategia seguida después en la exYugoslavia, Afganistán, Libia y Siria).
Trump, como su antecesor, Joe Biden, definieron a China como el enemigo principal. Desde el punto de vista de los estrategas neoconservadores, el surgimiento del socialismo industrial impulsado por el Partido Comunista chino (el coloso asiático dejó de ser la fábrica barata del orbe y la fuerza de su economía se centra hoy en la densidad tecnológica, la escala productiva, la automatización, la eficacia logística y la capacidad de innovación aplicada), supone un peligro existencial para el control unipolar de EU, al proporcionar un modelo al que países como Rusia, India, Irán, Venezuela y otros han comenzado a seguir como alternativa estratégica, con el objetivo de recuperar la soberanía nacional, desafiando la hegemonía del dólar al utilizar sus monedas nacionales en el intercambio comercial bilateral, evadiendo el sistema de pagos interbancario SWIFT.
En ese sentido, no se trata de la guerra a Irán, sino ‑en una lógica geoestratégica estructural, por vía indirecta‑ contra China y los países del BRICS, que han venido consolidando un orden multipolar con eje en la Carta de la ONU y el derecho internacional. Por su ubicación geográfica y sus materias primas (en particular el petróleo), Irán es una de las piezas críticas del ajedrez global. De allí que no sea baladí que los primeros misiles disparados por Israel contra el territorio iraní el 13 de junio, se hicieron poco después de la llegada del primer tren desde Xi’an, en China, a Aprin, un centro logístico en Irán, el 25 de mayo pasado, lo que constituye un logro geoeconómico de Pekín en la carrera de los corredores de conectividad multimodal estratégicos del siglo XXI con EU y Europa.
China e Irán son dos países miembros del BRICS, vinculados además por un Tratado de Asociación Estratégica Amplia con Rusia, e Irán es miembro de la Organización de Cooperación de Shanghai. Así, la esencia de la nueva ruta ferroviaria entre ambos, construida desde 2021 en el marco de la iniciativa “Una Franja y una Ruta”, es simple: los productos industriales chinos llegan ahora a Irán directamente por tierra, eludiendo todas las zonas de influencia, bases militares y el control de las sanciones de Estados Unidosy la Comunidad Europea.
Pero Irán no solo recibe suministros, sino que se convierte en un nodo logístico clave que conecta, al sur, el corredor Norte-Sur, desde San Petersburgo en el Báltico, a través a través de Rusia, el Mar Caspio y la India; al oeste, el acceso terrestre a Irak, Siria, Turquía y el Mediterráneo; al este, el acceso directo a las cadenas de suministro chinas. Además, la ruta terrestre erosiona el monopolio del tráfico marítimo, especialmente, en condiciones donde dos áreas clave, los estrechos de Ormuz y Suez, están controlados y monitoreados por Estados Unidos y sus aliados. Irán ha superado gradualmente su aislamiento logístico, convirtiéndose en un enlace entre China, Rusia, India y Oriente Medio, y esa integración de la nación persa en la logística transasiática disparó el intento de la administración Trump de destruirla sistémicamente. Si Estados Unidos logra bloquear a Irán y convertirlo en un Estado cliente, se interrumpe el largo corredor de transporte que China espera construir y, también, para bloquear el desarrollo ruso a través del Caspio.
Visto así, la motivación de los ataques de EU e Israel no tiene nada que ver con el intento de Irán de proteger su soberanía nacional desarrollando una bomba atómica. El problema de fondo es que EU tomó la iniciativa intentando adelantarse a Irán y a otros países para que no rompan con la hegemonía del dólar, pero además, en el caso iraní, Trump y Netanyahu mencionaron, explícitamente, la intención de un cambio de régimen, no necesariamente democrático secular, sino quizás una extensión de los terroristas wahabitas sirios de ISIS-Al Qaida.
¿Las “bombas rompe búnkeres”, realidad o fantasía?
Por otra parte, la táctica de decapitación selectiva instrumentada por Israel en el marco de la blitzkrieg del 13 de junio, con base en la doctrina militar de Shock and awe (Conmoción y pavor) ‑que combinó el ataque de saturación de 200 cazas con el accionar de agentes clandestinos de sus servicios de espionaje (el Mossad y la Dirección de Inteligencia Militar, incluidos elementos de la Unidad 8200) y células dormidas de colaboracionistas iraníes diseminados en el territorio iraní (que siguiendo la agenda terrorista del gabinete de guerra de Netanyahu, con carros bomba, sabotajes y asesinatos callejeros, sembraron caos y destrucción en Teherán y otras ciudades)‑, estaba dirigida a desarticular la cadena de mando y provocar confusión en sus fuerzas armadas. Pero no dio resultado; Irán había previsto sucesivos mandos de remplazo, y en múltiples rondas de la Operación Promesa Verdadera III, sometió a Israel a una destrucción con misíles balísticos y drones nunca antes vista, que, sorteando el “impenetrable” Domo de Hierro, impactó bases y centros de mandos militares y de inteligencia y de varias corporaciones del complejo militar industrial en Tel Aviv, el puerto de Haifa ocupada y otras ciudades; lo que puso al régimen de Netanyahu en un callejón sin salida y demostró que las capacidades ofensivas iraníes no se vieron afectadas por los ataques israelíes.
Tal vez eso fue lo que obligó a Trump ordenar el ataque contra Irán el 21 de junio. Como señaló el jefe de Estado Mayor del Pentágono, general John Daniel Caine, alrededor de las 5 p.m. ET del sábado, justo antes de que aeronaves de EU entraran en el espacio aéreo iraní, un submarino estadunidense lanzó más de dos docenas de misiles de crucero Tomahawk contra objetivos dentro de Irán. A medida que las aeronaves se acercaban a sus objetivos, EU desplegó diversas tácticas de engaño, incluyendo señuelos… Los bombarderos lanzaron dos bombas “rompe búnkeres”, conocidas como Penetradores de Artillería Masiva GBU-57 (MOP), sobre el sitio de Fordo alrededor de las 6:40 p.m. ET. Durante los siguientes 25 minutos, según Caine, se lanzaron un total de 14 MOP sobre dos zonas objetivo.
Esa bomba de 13,6 toneladas de peso se utilizó por primera vez en un ataque. Se dice que tiene la capacidad de penetrar 60 metros en el interior de la tierra antes de explotar, logrando así lo que los israelíes no han logrado con sus armas en los últimos días: destruir las instalaciones nucleares de Irán, ubicadas en las profundidades de las montañas. Según los iraníes, eso no ha sucedido, al parecer, porque sus instalaciones nucleares están, al menos, a 80 metros bajo la superficie terrestre. Por el contrario, según Trump, el ataque fue un “éxito militar espectacular” y las tres instalaciones nucleares atacadas fueron “completa y totalmente destruidas”.
Horas después de la represalia iraní a la base aérea estadunidense Al Udeid en Catar y los mensajes que transmitió basados en el principio de “reciprocidad”, Trump anunció un alto al fuego entre Irán e Israel al amanecer del martes 24 de junio, que entró en vigor a las 7:00 am. de ese mismo día. Así, la guerra iniciada por Israel, con ataques aéreos concentrados contra instalaciones militares y estratégicas iraníes, dirigidos contra líderes militares y científicos nucleares, fue decidida por Irán, que, según reconoció el general de reserva israelí Yom Tov Samia, fue quien controló y determinó el momento del alto al fuego.
Algunas conclusiones preliminares permiten aventurar que los objetivos bélicos de EU e Israel fracasaron. De acuerdo con un reporte de la página web árabe Al Mayadeen, datos políticos y de campo revelaron el fracaso de la agresión en lograr sus objetivos más importantes, en particular, el derrocamiento del régimen del ayatolá Sayyed Ali Khamenei; la destrucción del programa nuclear iraní, y la eliminación de su capacidad misilística. Citado por el medio, el miembro del Likud en la Kneset, Amit Halevy, reconoció al respecto que “el régimen iraní llegó para quedarse, y aún posee misiles y la capacidad de disparar contra Israel”.
A su vez, y más allá de la bruma de la guerra, según publicó en su blog el analista de inteligencia canadiense Patrick Armstrong, citado por la página venezolana Misión Verdad, Irán es mucho más poderoso de lo que mucha gente pensaba; los sistemas de defensa aérea occidentales no son muy eficaces; los misiles hipersónicos iraníes son invulnerables y muy aterradores y Teherán sabe ahora qué misiles de su arsenal son más efectivos y cuáles absorben con mayor efectividad la defensa aérea del enemigo y construirá en consecuencia; Israel ha agotado las células durmientes y la penetración de inteligencia que había desarrollado en Irán.
No está de más apuntar que quien disparó el tiro final fue Irán, que emergió de la guerra imponiendo nuevas reglas de combate y demostrando que la disuasión no es una teoría, sino una realidad sobre el terreno. En ese sentido, el Consejo Supremo de Seguridad Nacional iraní comentó que Irán había logrado una victoria y “obligado a los enemigos a solicitar un alto al fuego”. A su vez, el periódico israelí Maariv también reconoció que “Irán emergió de la guerra fortalecido”, y el exministro de Defensa israelí, Avigdor Lieberman, consideró que “el resultado de la guerra contra Irán fue discordante y amargo para Israel”.
En otro giro no previsto, el domingo 22, el líder supremo de Irán, Alí Jamenei, habría delegado todo su poder en la Cámara Suprema de la Guardia Revolucionaria, la que, de confirmarse, podrá ahora tomar una decisión nuclear sin consultarlo ni obtener una fatwa religiosa, lo que supondría un cambio estratégico importante en la estructura del gobierno iraní. Además, esa decisión sentaría las bases para la era post-Jamenei: ante su eventual asesinato, la Guardia controlaría temporalmente el país hasta que se nombre al nuevo líder, sin crear un vacío de poder ni el colapso de la cadena de mando. En lo que podría ser el comienzo de una nueva fase en el gran juego geopolítico en Medio Oriente, Irán tendría temporalmente un gobierno militar, lo que aumentará la probabilidad de una toma de decisiones menos conciliadoras y posturas más duras hacia Israel, el Golfo, EU e, incluso, el programa nuclear iraní.
En ese contexto, y superando el cinismo de Joe Biden, en su confabulación con Netanyahu, Trump acaba de ejecutar una rutina barata del policía bueno y el policía malo, de consecuencias imprevisibles: según expresidente ruso, Dmitri Medvédev, una serie de países están dispuestos a suministrar directamente armas nucleares a Irán y, de persistir en sus propósitos bélicos, EU podría ser arrastrado a una nueva guerra con perspectiva de operación terrestre.
A manera de colofón, cabe consignar que entre los analistas militares persisten las dudas sobre el éxito de los bombardeos de EU. A manera de ejemplo, el exoficial de inteligencia del Cuerpo de Marines, Scott Ritter, calificó los ataques del Pentágono contra instalaciones nucleares iraníes como “maniobras para salvar las apariencias” que no lograron ningún objetivo estratégico. A su vez, como mencionamos al principio, el martes 24, CNN, NBC News y The New York Times, difundieron una evaluación temprana de la Agencia de Inteligencia de Defensa y el Comando Central de EU ‑presuntamente filtrada por Israel‑, que señala que los ataques a las instalaciones de Fordo, Natanz e Isfahán no lograron destruir los componentes centrales del programa atómico de Teherán y probablemente solo lo retrasaron seis meses, lo que contradice los categóricos dichos de Trump y el Pentágono de que la operación militar tuvo un “éxito abrumador” y efectos similares a los de las bombas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki durante la Segunda Guerra Mundial.
Ayer, miércoles 25, durante la cumbre de la OTAN en La Haya, Trump dijo a los periodistas: “Ese golpe (a Irán) puso fin a la guerra. No quiero usar el ejemplo de Hiroshima. No quiero usar el ejemplo de Nagasaki. Pero fue esencialmente lo mismo. Aquel impacto acabó con aquella guerra y este con esta”. También arremetió contra los medios y periodistas que citaron la versión preliminar del Pentágono, en particular, citó a Allison Cooper, de CNN; Brian L. Roberts, director de ‘Con-cast’ en NBC; y Johnny Karl, de la cadena ABC. En el mismo escrito, tachó de “tonto” a Roberts y de “perdedores” al equipo de ‘Con-cast’. Y concluyó: “Nunca termina con los corruptos de los medios y por eso sus índices de audiencia están en mínimos históricos: ¡cero credibilidad!” Al respecto, el secretario de Defensa de EU, Pete Hegseth, anunció este miércoles la apertura de una investigación por el FBI sobre la filtración de ese informe confidencial.