La Jornada ¤ 4 ¤ OCTUBRE ¤ 2001
Es la tercera zona más importante del mundo en materia de energéticos: expertos
Rusia podría perder influencia en Asia central como consecuencia de Libertad Duradera
JUAN PABLO DUCH CORRESPONSAL
Moscu, 3 de octubre. La operación Libertad Duradera, al margen de los objetivos proclamados por el presidente estadunidense, George W. Bush, tendrá un impacto mayor en la geopolítica de Asia central.
Uno de los primeros efectos indirectos, desde la perspectiva de lo inmediato, del proyectado ataque contra Afganistán, pero acaso fundamental en el mediano y largo plazos para la anhelada hegemonía de Estados Unidos en el mundo, podría ser la pérdida de la influencia de Rusia en una vasta zona que, tradicionalmente, ha sido considerada por el Kremlin de vital importancia para la seguridad nacional del país y para los equilibrios en el ámbito internacional.
Detrás de la tesis justificadora del "legítimo derecho al golpe de respuesta", manejada con insistencia por Washington, emergen también poderosos intereses económicos y consideraciones estratégicas cuya finalidad es establecer la supremacía de Estados Unidos en las repúblicas centroasiáticas de la antigua Unión Soviética.
Es mucho lo que está en juego, en términos políticos y económicos, y Estados Unidos no oculta su intención de ocupar el lugar que Rusia ha querido reservar para sí en esa región, que los expertos califican potencialmente como la tercera más importante del mundo, después del Golfo Pérsico y Siberia, en materia de energéticos, petróleo y, sobre todo, gas natural.
En ese esquema, concebido para un periodo de 10 a 15 años, se ubica como países con mejores perspectivas exportadoras de gas natural a Turkmenistán y Uzbekistán, colindantes los dos con Afganistán, en teoría los más favorecidos en cuanto a reservas estimadas, pero que hasta ahora no han podido atraer en suficiente volumen las inversiones foráneas que requieren para aumentar su capacidad de extracción y exportación.
La inestabilidad política en la región, por un lado, arruinó distintos proyectos de Turkmenistán y Uzbekistán con compañías extranjeras interesadas, y que no escatimaron medios para desplazar a la competencia, y condicionó, por el otro, la dependencia de estas repúblicas respecto de Rusia, que supo beneficiarse de la coyuntura para reafirmar su dominio.
El liderazgo de Rusia en la región, desde que se disolvió la Unión Soviética, obedece a razones de diversa índole: vecindad, importante porcentaje de población de origen ruso en cada una de estas repúblicas, tradicionales intercambios comerciales y hasta una incipiente integración de las economías, entre muchas otras, derivadas todas de la convivencia en un solo país durante más de 70 años.
De un tiempo para acá, con la paulatina reafirmación de la soberanía como premisa para que las elites locales hayan podido consolidarse y en algunos casos hasta perpetuarse en el poder, acorde con el culto a la personalidad muy arraigado en esos países, Rusia se convirtió en el principal apoyo militar y suministrador de armamento para sus aliados centroasiáticos.
Sólo así, algunos de esos gobiernos han podido desarticular prácticamente los brotes espontáneos de una naciente oposición política y contener los movimientos islámicos radicales en sus respectivos territorios, con el agravante de que varios de estos grupos recibían entrenamiento y refugio temporal por parte del régimen talibán.
Garante de elites gobernantes
En mayor o menor grado, Rusia ejercía -en algunos casos, ejerce todavía- de garante de las elites gobernantes en Tadjikistán, Kirguistán, Kazajstán, Turkmenistán y Uzbekistán. A cambio, Moscú obtuvo la posibilidad de mantener su presencia en la zona y logró incluso involucrar a los tres primeros en un tratado de seguridad colectiva, que implica compromisos más o menos definidos y susceptibles, en principio, de reducir el margen de maniobra de los socios menores en la toma de decisiones de carácter militar.
Turkmenistán y Uzbekistán, aunque no forman parte de ese pacto militar, por razones pragmáticas han sido cuidadosos en no romper del todo con Rusia, dado que ésta ha sido en los últimos años la única vía posible para exportar su gas natural. Por el este, Irán no dejaba resquicios; por el oeste, Pakistán tenía sus propios proyectos; y por el sur, nada había que hacer con el régimen talibán.
Por esta razón, Turkmenistán y Uzbekistán de alguna manera se disputaban el favor de Rusia. La situación cambió drásticamente cuando el presidente Bush designó a Afganistán como blanco principal -aunque no el único, sí el primero- de Libertad Duradera y ello, de repente, abrió la perspectiva de que con la presumible caída del régimen talibán, un gobierno proestadunidense en Kabul podría significar para uno de ellos, Uzbekistán, nuevas y prometedoras rutas para exportar su gas natural.
Turkmenistán, poco antes de los atentados del pasado 11 de septiembre en Nueva York y Washington, parecía haberle ganado la partida a Uzbekistán al aceptar la condición de Rusia -dejar que compañías rusas reciban como pago algunos yacimientos de gas natural- para firmar este otoño un acuerdo sobre las "importaciones de gas turkmeno".
Eufemismos aparte, si el documento se suscribe -y no hay razón para que se cancele-, Turkmenistán tendría aseguradas sus exportaciones de gas, aproximadamente 70 por ciento de la totalidad de su ingreso, hasta 2010 y recursos adicionales para incrementar la producción. Turkmenistán espera que, para entonces, su capacidad de producción anual alcance los 120 mil millones de metros cúbicos de gas natural, de los cuales planea exportar, con ayuda de Rusia, 100 mil millones.
La noticia del inminente comienzo de la operación Libertad Duradera tomó a Turkmenistán en plenas labores de reparación y modernización de su infraestructura de exportación de gas, en especial los gasoductos a Rusia, por medio de convenios con compañías rusas, ucranianas y occidentales.
Quizás eso explique la prudencia que ha mostrado Turkmenistán, el menos entusiasta de todos los países ex soviéticos de Asia central, respecto de los apoyos logísticos solicitados por Estados Unidos para aplicar su operación de venganza. La actitud de su rival, Uzbekistán, es exactamente la opuesta y, hasta la fecha, es el que mayor respaldo ha ofrecido a Washington, convirtiéndose de hecho en una de las piezas clave de Libertad Duradera.
Uzbekistán fue de los primeros en abrir su espacio aéreo a aviones de combate de la coalición, léase estadunidenses, y por ahora es la única república ex soviética que puso a disposición de Estados Unidos tres de sus bases militares. Irónicamente, estas bases, de importancia estratégica primordial, son las mismas que utilizó la Unión Soviética en su guerra contra Afganistán.
Aunque hoy mereció un desmentido por parte del gobierno uzbeko, diversos testimonios apuntan a que ya se encuentra en territorio de esa república la avanzada de un contingente de soldados estadunidenses y un grupo de técnicos que deben instalar los sofisticados equipos que, se supone, podrían contener las misteriosas cargas dejadas desde hace unos días en uno de los aeropuertos cercanos a Tashkent, la capital uzbeka, por aviones militares de transporte de Estados Unidos.
En ese contexto adquiere particular significado el hecho de que Uzbekistán sea la única república ex soviética que se propone visitar, dentro de muy poco, el secretario estadunidense de Defensa, Donald Rumsfeld, dentro de la gira por cuatro países de la región que comenzó este miércoles.
El acercamiento de Tashkent a Washington, proporcional a su distanciamiento de Moscú, podría representar para Rusia el ya anotado comienzo de la pérdida de su influencia en las repúblicas ex soviéticas de Asia central.
Falta por ver si esta fisura, cualquier día rompimiento, acabará por alejar de Rusia a otros de sus tradicionales aliados de la región, y sólo queda confiar en que la operación Libertad Duradera no derive, al cabo de un cierto tiempo, en otra nueva guerra. El peligro existe.
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