Proceso 1300
30.09.2001
La prensa estadunidense, en aprietos
Molly GordyNueva York.- El viernes 28, mientras los comandantes militares de Estados Unidos preparaban su estrategia contra las fuerzas de Osama Bin Laden en Afganistán, los medios informativos estadunidenses preparaban la suya, buscando conciliar su derecho a la libertad de expresión con lo que consideran "su interés patriótico de proteger a su país".En Washington, los representantes de los grandes medios de comunicación se reunieron con representantes del Pentágono, con el fin de establecer las reglas mediante las cuales podrán trabajar los periodistas para cubrir la guerra esperada entre la primera potencia mundial y sus aliados contra Osama Bin Laden.
Uno de los participantes en esa reunión dijo a Proceso que era muy difícil definir los términos de las reglas, pues "si la Casa Blanca no sabe lo que hará para vencer a Bin Laden, ¿cómo podemos nosotros contestarles y planificar nuestra labor?".
Después de la Guerra del Golfo Pérsico, la prensa acusó al Pentágono de haber prohibido todo acceso a los campos de batalla, no por razones de seguridad, sino para esconder sus errores y fracasos al pueblo estadunidense.
Luego, ambas partes formalizaron una serie de reglas generales para definir las fronteras entre el acceso periodístico, por un lado, y la responsabilidad de informar, del otro. Pareció muy buena idea en principio pero, según los medios de información, durante la guerra de Kosovo los militares exigieron que la prensa respetara su parte del acuerdo mientras ellos violaban la suya.
Por esa razón, entre otras, los grandes medios informativos insisten ahora en renegociar los términos de las reglas frente al nuevo conflicto.
"No tenemos ningún deseo de comprometer la seguridad de nadie, pero nuestro deber es informar al público", dice Jill Abramson, jefa de la corresponsalía en Washington del New York Times. "Hasta la fecha, no hemos sentido ninguna presión para autocensurarnos, pero con el tiempo a lo mejor cambia la posición de las autoridades. Somos conscientes de la necesidad de tener cuidado para no dar a conocer los detalles de las misiones militares."
Roberto Borea, fotógrafo de la agencia The Associated Press (AP), que cubrió las batallas del Golfo Pérsico, se queja de que los militares abusan del sentimiento patriótico para violar los derechos garantizados por la Primera Enmienda de la Constitución estadunidense: "Clasifican muchas cosas como 'alto secreto' sin necesidad, sólo por razones de relaciones publicas. Comprendo el punto de vista de los militares, pues son responsables de proteger vidas, pero muchas veces
exageran".
Como ejemplo más reciente, Borea cuenta su experiencia a bordo del USS Comfort el 12 de septiembre. La Armada envió ese barco-hospital desde el puerto de Baltimore a Nueva York para que sirviera de albergue a las personas que habían perdido sus hogares debido a los atentados del día anterior.
"Mientras estábamos en el mar, nos mantuvieron bajo el control de la Armada y no nos dejaban ir sin escolta por ningún lado, ni siquiera al baño, aunque el barco no tenía ninguna función militar. Al llegar a Nueva York, el barco quedó bajo control civil, y de repente tuvimos libertad completa de fotografiar y
entrevistar a los mismos marinos con los que tenía prohibido hablar una hora antes."
Sin embargo, algunos periodistas influyentes conceden que circunstancias inéditas podrían aconsejar más cautela al tomar decisiones editoriales que jamás se han visto el país, incluyendo lo sucedido durante la Segunda Guerra Mundial.
"La guerra que se aproxima no tiene precedente, pues no habrá en su mayor parte grandes batallas como en la del Golfo, sino operaciones militares encubiertas", dice Jonathan Alter, uno de los subdirectores del semanario Newsweek.
Explica: "Una actividad encubierta tiene que quedarse encubierta. Si hay una nota informativa y los militares piensan que su publicación les impediría lograr su misión, hay que prestarles atención. Tienes que respetar los peligros. Eso no quiere decir que hay que aceptar todo lo que te dicta el gobierno. Pero un periodista debería poner la protección de la vida humana delante de todo. No es cuestión de llegar primero para anunciar el próximo CD de Britney Spears. Ahora se trata de cuestiones de vida o muerte".
Como los demás medios, Newsweek no piensa publicar jamás las horas, fechas o sitios previstos para iniciar cualquier acción militar, aclara Alter. Pero, ¿qué se hace cuando se descubre la presencia de militares en plena misión encubierta por los portavoces del Pentágono?
Por ejemplo, el miércoles 26, varios periódicos ingleses informaron sobre la presencia de comandos de operaciones especiales británicos en Afganistán, a fin de descubrir posibles blancos para ataques aéreos. El jueves 27, fueron los periódicos de Pakistán los que dieron a conocer que comandos estadunidenses también se encontraban ya en terreno afgano, y el viernes 28, el diario USA Today, de circulación nacional, publicó la misma información, citando como fuente los periódicos pakistaníes.
"Yo no lo hubiera publicado", dice Simon Li, redactor de asuntos internacionales del diario Los Angeles Times. "En primer lugar, no sabemos si los reportajes de Pakistán dicen la verdad. Mi posición es que, en casos delicados de este tipo, debemos tener la información de primera mano. No publicaríamos la historia si no tenemos a nuestro propio corresponsal diciendo: 'Tengo una fuente digna de fe', o que en privado me identificara la fuente con su nombre. Cuando mucho, citaría los rumores en una sola frase perdida en la crónica."
Suponiendo, por el momento, que esas informaciones sobre la presencia de comandos estadunidenses y británicos en Afganistán sean ciertas, ¿cómo decidir si se publican o no?
Según Alter, "la pregunta que uno debería hacerse es si esa noticia sorprendería a los afganos. Y si la repuesta es negativa, publicaríamos la noticia".
En cambio, "si un reportero obtiene un documento secreto del gobierno de Estados Unidos que nadie más ha visto, incluso el enemigo, y lo publicas, estás apoyando y ayudando al enemigo de manera concreta, y eso es inmoral. No veo ningún conflicto entre ser periodista profesional y al mismo tiempo actuar como un ser humano moral".
Menos terrorismo, menos libertad
Pero la prensa estadunidense debe enfrentarse a otros problemas que no tienen precedente: Asumen que un enemigo externo llegó a dos de sus principales ciudades —Nueva York y Washington— y atacó tanto blancos civiles como militares. Por primera vez, la amenaza está aquí mismo, provocando medidas de seguridad que hacen al pueblo estadunidense vacilar entre el alivio y el miedo.
Frente a ese dilema se encuentran, en primera línea, los medios de comunicación, que en este momento son objeto del desprecio público debido a su narcisismo, su cinismo, su fascinación por las vidas privadas y su énfasis, como empresas, en obtener ganancias de cualquier manera, a menudo a costa de la calidad.
Michael Getler cuenta con la experiencia necesaria para examinar este acertijo. Durante 26 años trabajó como corresponsal de asuntos internacionales y militares del Washington Post. Luego fue redactor en jefe del International Herald Tribune, con sede en París. Ahora, está otra vez en el Washington Post, como critico independiente, encargado de analizar la calidad del periodismo en una columna que se publica dos veces a la semana.
Según Getler, "hay que navegar con sensibilidad entre las olas de pánico que han afectado a la opinión pública frente a las amenazas más cercanas, peligrosas y omnipresentes que jamás se han conocido en territorio estadunidense.
"No tenemos ningún punto de referencia para informar sobre cuestiones de seguridad publica, porque a Estados Unidos no se le ha amenazado nunca de manera seria. Muchos lectores se han quejado por dos crónicas que publicamos en los días siguientes a la tragedia, en las que se hablaba sobre la posibilidad del terrorismo con armas bacteriológicas y de la vulnerabilidad de Washington, en particular, a ese tipo de ataque. Muchos pensaron que suministramos información útil a los terroristas."
Getler investigó las quejas. Concluyó que la primera crónica, escrita por el reportero especialista en ciencia Rick Weiss, era amplia, seria y responsable. Pero la gráfica que la acompañó era otra cosa. Era un mapa de la zona que rodea a Washington, con flechas que indicaban las rutas que podrían usar aviones con pilotos terroristas para echar sustancias químicas venenosas en las áreas más pobladas. "Eso, en mi opinión, era demasiado", comenta Getler.
La segunda crónica fue escrita dos días después por la reportera política Ceci Connelly. En general, repetía el contenido de la anterior, pero con detalles que podrían alarmar a los lectores. Contenía una descripción detallada del tipo de atomizador que se usa para esparcir en el aire las sustancias químicas.
"La verdad —concluye Getler— es que esa información no era nada confidencial, pues se puede conseguir fácilmente en muchas otras fuentes. Pero, ¿de que sirve compartirla con los lectores? Es incendiario."
12.11.01
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