A la movilización de los maestros se debe que los diputados tuvieran que exhibir sus verdaderos compromisos y alianzas con la oligarquía nacional al atrincherarse en el Centro Banamex para aprobar la reforma educativa. A la valentía de los profesores se debe la revelación del talante profundamente autoritario de Miguel Ángel Mancera, quien cedió el Zócalo a la Policía Federal para el violento desalojo el pasado 13 de septiembre. Al ejemplo de la CNTE se debe la rearticulación y fortalecimiento del movimiento estudiantil nacional y su lucha a favor de un sistema educativo humanista, democrático y de verdadera calidad.
Cual territorio consciente y progresista, la Ciudad de México tuvo que haber recibido a los maestros con los brazos abiertos. Tanto las autoridades como la población tendrían que haber celebrado la visita y tratado a los profesores con la misma hospitalidad que ellos ofrecen a quienes visitamos sus cálidos, bellos y nobles pueblos en Oaxaca, Guerrero, Michoacán y Chiapas.
Muchos capitalinos en efecto se han portado a la altura de las circunstancias: han donado víveres, participado en marchas y se han documentado sobre la reforma educativa. Pero muchos otros han exhibido la típica soberbia “chilanga” hacia “los provincianos” por la cual los habitantes del Distrito Federal son tan conocidos y rechazados a lo largo y ancho del país. Más allá de los legítimos debates que existen con respecto a los métodos de lucha y las tácticas de protesta de la CNTE, el respeto y la consideración hacia el otro siempre debería ser el punto de partida.
Pero aun con el terrible maltrato, olvido y represión a que han sido sometidos los maestros, ellos se mantienen firmes y decididos a seguir luchando por sus derechos. Merecen el apoyo social porque representan lo mejor que tenemos en México. Son profesionistas que han tomado la generosa decisión de dedicar sus vidas a la formación y la educación de nuestros hijos, y merecen ser reconocidos por su labor.
En momentos álgidos como el actual florecen, sin embargo, las contradicciones sociales. Un amplio sector de la población que en su momento apoyó la lucha de Javier Sicilia y el Movimiento por la Paz en defensa de las víctimas de la “guerra” de Felipe Calderón regatea hoy su apoyo para las víctimas de las contrarreformas de Peña Nieto. Y muchos ciudadanos que participan con gusto en el acopio de víveres para los damnificados de los huracanes Manuel e Ingrid se niegan a ser solidarios con los maestros acampados en la intemperie del Monumento a la Revolución.
También llaman la atención aquellas voces que agriamente se quejan de la supuesta “apatía” del pueblo mexicano pero que hoy descalifican las importantes acciones de protesta que ocurren todos los días frente a sus ojos porque generan “molestias” en su vida personal. Llaman la atención quienes cuestionan la labor de “comunicación” de los maestros con “la opinión pública” y “las clases medias”, mientras hacen todo lo posible para ningunear y descalificar las legítimas demandas de los profesores. Llaman la atención quienes aplauden cuando los policías cierran calles y detienen arbitrariamente a ciudadanos inocentes, pero abuchean a los mexicanos pacíficos que aunque ocupan espacios públicos no impiden el libre tránsito de personas, sino sólo de automóviles.
Lo que más asusta a un gobierno autoritario es la unificación de luchas disímiles en causas comunes. Para los políticos habría que mantener a cada grupo ciudadano dividido internamente, separado de los demás y enfocado en demandas específicas o locales. La unión de los capitalinos con los campesinos, de los estudiantes con los maestros, de los jóvenes con los adultos mayores, de los indígenas con los mestizos y de las víctimas de la “guerra contra el narco” con las del neoliberalismo, constituiría una formidable fuerza social que lentamente podría ir transformando el país de un territorio donde reina la impunidad y la injusticia a otro donde predominen la paz y el desarrollo.
Peña Nieto se siente vulnerable, acorralado por un mar de jóvenes, mujeres y hombres defeños conscientes y progresistas que rodean los poderes federales que tienen su sede en la Ciudad de México. Al dejarse llevar por la campaña de linchamiento en contra de la CNTE, los capitalinos caen en el eterno juego del poder, el “divide y vencerás” al que falsamente apuesta el régimen autoritario. Defendamos la capital de este sucio y viejo truco del nuevo inquilino de Los Pinos, que apuesta todo al espejismo de esta falsa “soberbia chilanga”. Unamos esfuerzos con todos los ciudadanos dignos del país, y del mundo, que se atreven a levantar su mirada y su voz para desenmascarar un sistema de dominación fundado en el abuso del poder y la traición al prójimo.
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