Irma Eréndira Sandoval Ballesteros
La convicción libertaria del pueblo de
Guerrero se yergue de pie frente a la ignominia de la clase política. Las
luchas de ese valeroso pueblo que nos diera patria y Constitución han sido
traicionadas a manos de un partido construido desde abajo y corrompido desde
arriba: el Partido de la Revolución Democrática (PRD). Se equivocan, sin
embargo, quienes buscan en esa entelequia al culpable de la ignominiosa masacre
de los estudiantes de la
Normal Rural de Ayotzinapa.
La
burocracia perredista no se
compone sino de
viles operadores de los
peores intereses neoliberales. Hoy los verdaderos dueños de las rentas
políticas y económicas del estado se encuentran en el príismo caciquil y
mafioso gestado durante las décadas de los
años 70 con la guerra sucia y hoy abiertamente coludido con el crimen
organizado.
En Guerrero, los apellidos Figueroa,
Aguirre, Ruiz Massieu, Juárez Cisneros y otros más evocan lo mismo que los
apellidos Hank González, Montiel Rojas, Peña
Nieto, Del Mazo y Chuayffet en el estado de México. Ambos conjuntos de familias, el
grupo “Atlacomulco” y la cofradía
de los caciques guerrerenses, nunca han respetado las reglas
de la democracia y siempre
han mostrado un profundo desprecio para el pueblo mexicano. Ambos grupos
son los verdaderos culpables de esta barbarie.
Los heroicos estudiantes de
Ayotzinapa representan el
último reducto de quienes han defendido lo que consagra la Constitución: una
educación pública, laica y gratuita.
Frente al neoliberalismo y
la privatización devastadora,
los jóvenes guerrerenses han
representado con esmero
el espíritu de
lucha revolucionaria, cardenista y campesina, esa superioridad moral de
la educación humanista que está siendo hoy hostigada con la represión y la
muerte.
Son
risibles las cobardes
declaraciones del “Presidente de la
República” delegando la responsabilidad en el
gobernador, y éste a su vez ofreciendo
“un millón de pesos” para encontrar al alcalde de Iguala. En el ridículo juego a la “papa caliente”
que Enrique Peña
Nieto y Ángel
Aguirre Rivero están escenificando, ambos repiten como loros
el famoso “¿y yo por qué?” foxista.
La pirámide de corrupción e
irresponsabilidad parecería funcionar así: a. El “presidente priísta” le echa
la culpa a b. el “gobernador perredista”, y éste a su vez responsabiliza a c.,
el “alcalde narcotraficante”. “Eureka”, parecen gritar los políticos
corruptos: la casa
de la corrupción pública se ha
salvado porque la responsabilidad ha caído en el ámbito privado, en donde no
habría necesidad alguna por rendir cuentas ni ofrecer justicia a nadie.
En eso consiste el verdadero proyecto
neoliberal: el vaciamiento del Estado para
convertirlo en una
fábrica de empobrecimiento, desempleo,
violencia y convulsión económica
y social, y lo mejor
de todo para
ellos, sin ninguna necesidad de rendir cuentas. La
entrega de pedazos del territorio nacional a los narcotraficantes constituye la
contracara del reparto de las reservas petroleras a las trasnacionales rapaces.
Quien
ya se frota
las manos para
recibir la corona
neoliberal es el desprestigiado saltimbanqui de Armando Ríos Piter. Este
antiguo funcionario foxista y ex asesor de Francisco Gil Díaz, a quien
le encanta departir y convivir con Peña Nieto y Emilio Gamboa Patrón, tiene
claros vínculos con los peores intereses del estado y una convicción neoliberal
a prueba de todo. La llegada de una persona de este perfil a la gubernatura del
estado solamente podría empeorar la situación.
El
estado de derecho
yace masacrado en nuestro país,
no en una
fosa clandestina, sino en la fosa común del neoliberalismo y el racismo.
Es obligación de todos apoyar a los jóvenes de Ayotzinapa y al pueblo e
Guerrero para exigir justicia y gritarle fuerte a este desgobierno entreguista:
“¡Que se vayan todos!”
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