Fabrizio Mejía Madrid
¿Qué voy a opinar yo de Gaza si cuando escucho un avión mi reflejo no
es agacharme en anticipación del estruendo de la bomba que está a punto
de arrojar sobre mi casa?
¿Qué voy yo a decir de Gaza, un mexicano que vive en un islote
democrático y con un Gobierno a favor de los más pobres? Nada. Si acaso
que pasamos de la idea de que podíamos parar el genocidio de los
palestinos con mensajes en redes o boicots que sólo demostraron la
patológica sumisión de nuestras universidades a todo lo que huela a
poderoso, de eso, a la impotencia más absoluta, a que la solución llegue
algún día, quién sabe cómo y por quién. ¿Qué voy a opinar yo de Gaza si
cuando escucho un avión mi reflejo no es agacharme en anticipación del
estruendo de la bomba que está a punto de arrojar sobre mi casa? ¿Qué
voy a sentir por Palestina si ya tiene rato que paso rápido los videos
de los niños muertos y los hospitales en llamas? Nada. Es porque me he
quedado sin nada que decir, opinar y sentir por lo que esta columna
recoge las voces de ellos, de los palestinos que están viviendo la
catástrofe contínua y que, aún así, están seguros de que no se irán de
lo que ha sido su tierra durante cinco mil años. Para quienes no irse es
una obligación moral.
Empecemos con el dramaturgo Hossam Madhoun, que ha escrito un diario en
cuya entrada del 23 de noviembre de 2023 se lee: “Ella estaba colgando
la ropa de su hijo muerto en el tendedero, como si nada hubiera pasado.
Lavó la ropa de su hijo muerto y la puso a secar al sol para que cuando
regresara pudiera ponérsela. La miré y busqué las palabras que
explicaran lo que siente, lo que piensa. No pude encontrarlos. Perdió a
su marido y a su hijo de seis años. El hijo fue encontrado y enterrado, y
el marido todavía estaba bajo los escombros con otras catorce de las
treinta y siete personas”. Más adelante, hace un breviario de cómo el
sentido del oído se agudiza con las bombas. Escribe Madhoun: “El sonido
del cohete impacta, muy fuerte, muy agudo. Es tan rápido que si te
golpea, no lo oirás. Cualquiera en Gaza que escuche el cohete sabe
inmediatamente que ha alcanzado a otras personas, dejando tras de sí
muerte y destrucción. Si lo escuchas, entonces sabes que sigues vivo.
Hay una manera de sobrevivir el bombardeo. Sentado en la oscuridad,
tratando de ignorar los fuertes sonidos de la muerte y concentrarse en
los pequeños sonidos de la vida”.
Lina Mounzer, escritora libanesa, escribe con el estilo de quien tiene
derecho a la indignación: “Este genocidio, esta ocupación, es sobre
quién tiene derecho a estar enojado, y por qué, y cómo se puede gastar
la ira cuando es un pueblo entero que está furioso, furioso por el
presente pero aguijoneado con la furia bíblica por los fantasmas del
pasado. La ira israelí siempre ha sido vista como justa y arraigada
históricamente, mientras que la ira palestina surge simplemente de una
barbarie innata y sin causa. Si algo nos ha enseñado la historia
reciente de las guerras occidentales es que si la ira es lo
suficientemente justa, entonces cualquier violencia nacida de esa ira
también lo es. Por lo tanto, puedes involucrarte en una matanza masiva y
permanecer prácticamente libre de culpa ante los ojos del mundo”.
El médico palestino, el Dr. Belal Aldabbour escribió el 11 de octubre de
2023 en su cuenta de la red X: “Pronto se agotará el último tramo de
electricidad y conexión. Si muero, recuerda que yo, nosotros, éramos
individuos, humanos, teníamos nombres, sueños y logros, y nuestro único
defecto fue que simplemente nos clasificaron como inferiores”. El 20 de
enero de 2025 escribió de nuevo: “He sobrevivido el genocidio físico,
pero estoy arruinado en mi interior”.
En un diccionario de la debacle, Mosab Abu Toha, el poeta que creó la
Biblioteca Edward Said, escribe: “Hablo árabe e inglés pero no sé en qué
idioma mi destino está escrito. Un poema no son sólo palabras colocadas
en una línea. Es una tela. Mahmoud Darwish quería construir su hogar,
su exilio, a partir de todas las palabras del mundo. Tejo mis poemas con
mis venas. Quiero construir un poema como un hogar sólido, pero ojalá
no con mis huesos. ¿Cómo te llamas? Mosab. ¿De dónde eres? Palestina.
¿Cuál es tu lengua materna? Árabe, pero está enferma. ¿Cuál es el color
de tu piel? No hay suficiente luz para ayudarme a ver. El nombre de mi
hijo es Yazzan. Nació en 2015, o un año después de la guerra de 2014.
Así es como fechamos las cosas. Una vez vio un enjambre de nubes. Gritó:
“Papá, hay bombas. ¡Cuidado!". Pensó que las nubes eran humo de bomba.
Incluso la naturaleza nos confunde. En agosto de 2014, Israel bombardeó
el edificio administrativo de mi universidad. El departamento de inglés
quedó en ruinas. Mi ceremonia de graduación se pospuso. Asistieron las
familias de los muertos, para recibir no un título, sino un retrato de
sus hijos”.
En otra entrada del diccionario describe: “Gaza es ese lugar donde
puedes encontrar a un hombre plantando una rosa en el espacio hueco de
una bala de tanque sin explotar, usándola como un jarrón”.
El historiador, Ilán Pappé, trata de pensar a Palestina como una
historia de quienes han querido borrar no sólo su existencia física en
el presente, sino su historia milenaria: “Palestina, como unidad
geopolítica coherente, se remonta al año 3, 000 a.C. Desde ese momento
en adelante, y durante otros mil 500 años, fue tierra de los cananeos.
Alrededor del año 1, 500 a. C., la tierra de Canaán cayó bajo el dominio
egipcio, no por última vez en la historia, y luego con éxito bajo el
dominio de los filisteos (1200–975), israelitas (1000–923), fenicios
(923–700), asirios (700–612), babilónicos (586–539), persas (539–332),
macedonios (332–63), romanos (63 a. C.-636 d. C.), árabes (636-1200),
cruzados (1099-1291), ayubi (1187-1253), mameluco (1253-1516) y dominio
otomano (1517-1917). El movimiento sionista que nace en Alemania en 1882
hace entonces referencia a un siglo de dominación israelita dentro de
una historia de cuatro milenios. En la geografía del sufrimiento que es
Palestina, sus habitantes no se ven a sí mismos como víctimas, sino como
personas que todavía esperan ganar su batalla por la libertad y la
justicia. Esta historia de setenta años es una Nakba en curso, o la
“catástrofe” en curso, y al mismo tiempo los palestinos se ven a sí
mismos en una lucha constante por la supervivencia, una especie de
intifada (resistencia) en curso. No son héroes que necesariamente
derrotaron a sus enemigos, pero sí derrotaron al derrotismo, que es una
de las razones de ser de la actual resistencia. Es posible que la
Palestina exiliada y la Palestina ocupada sean un mismo espacio: puedes
ser un palestino exiliado dentro de la Palestina histórica, viviendo a
menos de una milla de tu pueblo original que ya fue colonizado y
judaizado ante tus ojos, o estar en un campo de refugiados en la Franja
de Gaza o Cisjordania, además de estar vigilado y asediado”.
En el mismo sentido ha reflexionado Karim Kattan, cuando narra cómo una
universidad en Suiza le llama para solicitarle que no hable de
Palestina, aun siendo un autor de esa Nación y sobre todo porque está
invitado a presentar su novela precisamente sobre Palestina. Escribe
Kattan el 21 de octubre de 2023: “Durante años hemos sabido que nuestra
humanidad, como palestinos, era condicional a los ojos del mundo, e
incluso cuando se concedía, nunca se reconocía plenamente.
Ocasionalmente se nos concedía este privilegio si éramos educados,
reservados, casi invisibles. “Pero éste era un niño”, les quiero decir,
“y éste un adulto”. No una cosa destinada a sufrir una muerte espantosa
en una ciudad devastada, sino un niño que habría crecido junto al mar,
que habría sido, tal vez, un buen nadador y malo en matemáticas o habría
llegado a amar realmente los autos o la cocina. “Y esto”, quiero
decirles, “era un edificio de viviendas, éste un restaurante a la orilla
del mar, ésta una casa con un jardín, donde alguien jugaba o se
peleaban en la cocina, y todo esto desapareció. En los medios de
comunicación, Gaza es una abstracción, un espacio diseñado para la
muerte violenta de un pueblo abstracto que lo habita. Esta muerte llega a
manos de una fuerza natural e impersonal, que no es Israel”.
La periodista Dena Takruri y la activista Ahed Tamimi hacen esta viñeta
que da una idea de la opresión que Israel ejerce sobre Palestina. Las
dejo hablar:
“El ejército israelí introdujo un nuevo método de control de multitudes:
el agua de zorrillo. Es difícil describir con palabras el hedor pútrido
del agua de zorrillo, porque no se parece a nada que hayas olido antes o
después. Pero lo intentaré de todos modos. Imagínese el olor de un par
de calcetines arrancados de los pies de un cadáver en descomposición y
empapados en aguas residuales durante días. Esa es agua de zorrillo.
Nadie tenía idea de qué era cuando hizo su debut en mi pueblo. Estábamos
marchando en una manifestación pacífica ese día cuando me di cuenta de
que todos miraban con asombro un camión cisterna blindado equipado con
un cañón giratorio. Estaba arrojando potentes chorros de agua por todo
el pueblo. Una de las muchas consecuencias horribles de los Acuerdos de
Oslo es que dieron a Israel el control total del suministro de agua en
Cisjordania. En el mejor de los casos, sólo tenemos unas doce horas de
agua corriente a la semana, en comparación con el suministro de agua de
veinticuatro horas al día (más piscinas) del que disfrutan los colonos
de Halamish, al otro lado de la carretera. Es una de las razones por las
que la pérdida de nuestra primavera fue tan devastadora para nosotros.
La naturaleza sádica del agua de zorrillo es que su hedor persiste
durante días, no sólo en el cuerpo y el cabello, sino también en la
calle, un hedor que parecía activarse aún más con el rocío de las
mañanas. Fue inventado por una empresa israelí llamada Odortec, que se
autodenomina una empresa "verde" y llama a su producto "100 por ciento
seguro para personas, animales y plantas”
El cineasta Saeed Taji Farouky da otra dimensión del horror: el intento
de desaparecer las imágenes de los palestinos. Escribe: “La memoria es
necesaria. Al igual que otras culturas que se resisten a la limpieza
étnica, recordar es un deber, aunque preferiríamos olvidarlo. Los
soldados sionistas robaron cajas, álbumes, archivos enteros de
fotografías y documentos de los hogares de familias palestinas durante
las guerras de 1948 y 1967 (y, sin embargo, de alguna manera tiro yo a
la basura viejas fotografías familiares sin mucha vacilación). En 1982,
el ejército israelí robó el archivo cinematográfico palestino cuando se
retiraba de Beirut y nunca fue recuperado. De vez en cuando aparecen
imágenes de ese archivo en un documental israelí o en un segmento de
noticias de televisión, entonces es como ver un vídeo de rehenes. Es una
prueba de vida, sí, pero un recordatorio de que su ser querido todavía
está cautivo”.
El poeta Mohamed El-Kurd cuenta este recuerdo de su infancia en una de
las primeras limpiezas étnicas tras la invasión israelí de 1948.
Escribe: “Una caballería vino a confiscar nuestros globos. Parecían
ridículos al bajarse de sus altos caballos para subir a la escalera de
los colonos, desenredando los globos de los cables eléctricos. Nos
reímos todo lo que pudimos ante los gases lacrimógenos. Hay un circo en
su brutalidad. En el interrogatorio me preguntaron cómo nos atrevemos a
pintar banderas palestinas en la cara de los niños. Me preguntaron ¿cuál
es tu problema con la policía? Nada, respondí. Nada más que las esposas
en mis manos y pies. Los moretones y las culatas de sus rifles. Están
arrestando a todos y a mi madre. Arrestando palos de escoba y burros.
Arrestan a colegialas con banderas palestinas. Nuestro querido sistema
de altavoces, también. Un papalote, un sombrero, mi límite para el
asombro”.
Quisiera terminar con los poetas. Igual que muchos países colonizados,
como México, la poesía es un escape de un lenguaje que es anterior a su
propio sentido. Es la palabra preferida de la resistencia. Traigo acá un
poema de Noor Hindi que se llama: “A la mierda con tu conferencia sobre
las artesanías, mi gente se está muriendo” y dice: Los colonizadores
escriben sobre flores/ Yo les hablo de niños que tiraban piedras a los
tanques israelíes, segundos antes de convertirse en margaritas/Quiero
ser como esos poetas que se preocupan por la luna. /Los palestinos no
ven la luna desde las celdas y las prisiones. /Es tan hermosa, la luna.
/Son tan hermosas las flores./ Recojo flores para mi padre muerto cuando
estoy triste/ Miraba Al Jazeera todo el día. Ojalá Jessica dejara de
enviarme mensajes de texto con lo del “Feliz Ramadán”. /Sé que soy
estadounidense porque cuando entro en una habitación algo muere. /Las
metáforas sobre la muerte son para poetas que creen que a los fantasmas
les importa el ruido/ Cuando muera, prometo perseguirte para siempre/ Y
algún día escribiré sobre las flores como si fueran nuestras.
El último poema es de Zeina Azzam que se viralizó en las redes en los
días de las huelgas de los hijos de la élite académica de los Estados
Unidos. Dice: “Escribe mi nombre en mi pierna, mamá/Usa el marcador
permanente negro con la tinta /que no sangra si se moja, la que no se
derrite si se expone al calor /Escribe mi nombre en mi pierna, mamá /Haz
las líneas gruesas y claras y agrega tus florituras especiales /para
que pueda consolarme al ver la letra de mi mamá cuando me vaya a dormir/
Escribe mi nombre en mi pierna, mamá, y en las piernas de mis hermanas y
hermanos /De esta manera estaremos juntas /De esta manera seremos
conocidas como tus hijas /Escribe mi nombre en mi pierna, mamá /y por
favor escribe tu nombre y el nombre de Baba en tus piernas /también para
que seamos recordados como una familia/ Escribe mi nombre en mi pierna,
mamá /No agregues ningún número/como cuando nací o la dirección de
nuestra casa /No quiero que el mundo me incluya como un número /Tengo un
nombre y no soy un número / Escribe mi nombre en mi pierna, mamá
/Cuando la bomba golpee nuestra casa /Cuando las paredes aplasten
nuestros cráneos y huesos/nuestras piernas contarán nuestra historia/ de
cómo no había ningún lugar a dónde huir”.
27.2.25
Gaza
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