Dolia Estévez
Washington, D.C.— Una noche antes de la reunión para evaluar los 90 días
del acuerdo migratorio en la Casa Blanca, a los mexicanos les
preocupaba que los estadounidenses fueran a conducirse con la misa
insolencia del Comisionado del Servicio de Aduanas y Patrulla Fronteriza
(CBP) que acababa de regañar a México por no hacer más. Martha Bárcena
se quejó con Kevin McAleena, Secretario de Seguridad Interna, por el
tono “inapropiado” de Mark Morgan. Parecía más comentarista de Fox News
que funcionario. Marcelo Ebrard rechazó vía Twitter las “presiones” del
funcionario para convertir a México en tercer país seguro.
Presidida por Ebrard, con el apoyo de Bárcena, la delegación había sido
citada a las 2:30 de la tarde en la Casa Blanca. Ingresaron por el
pórtico del West Wing en dos grupos: Francisco Garduño, Comisionado del
INM; Alejandro Celorio, Consultor Jurídico de la SRE; Roberto Velasco,
Vocero de la SRE; Euclides del Moral (recién nombrado cónsul en Oxnard) y
Francisco Anza, funcionarios de la Embajada; seguidos por Ebrard y
Bárcena.
Fueron guiados al Salón Roosevelt, muy cerca de la Oficina Oval. Tomaron
asiento frente al Vicepresidente Mike Pence, el Secretario de Estado
Mike Pompeo, el yerno Jared Kushner, el consejero jurídico Pat
Cipollone, y el Embajador en México, Chris Landau. Los retratos de Teddy
Roosevelt cabalgando (“Habla suavemente y lleva un gran garrote”), y de
FDR en su escritorio, testigos mudos de la tensa escena.
Los mexicanos iban decididos a pintar la raya. Sacar chispas de ser
necesario. No iban a tolerar que les tronaran la voz o les dieran
ordenes como si fueran súbditos. En el plan original, el altanero de
Morgan también estaba en la mesa, pero en ajustes de última hora
pusieron a Kushner en su lugar. La queja de Bárcena surtió efecto.
De acuerdo con fuentes mexicanas y estadounidenses que pidieron no ser
identificadas, Pence inició la sesión agradeciendo al Presidente López
Obrador la cooperación “sin precedente” en reducir los flujos
migratorios. Desde su perspectiva, la relación pasa por su mejor
momento. No obstante, falta mucho por hacer. El matiz cordial y
respetuoso del segundo en la jerarquía de poder empezó a
tranquilizarlos.
Procedieron a rendir su informe sobre los 90 días. Tras la introducción
de Ebrard, con gráficas, mapas y estadísticas mostraron que las medidas
mexicanas están dando resultados y se comprometieron a hacer permanente
el despliegue de 25 mil efectivos de la Guardia Nacional en tareas de
control migratorio. Pence le preguntó a McAleenan si los números eran
correctos. McAleenan dijo que sí, pero insistió en negociar un acuerdo
de tercer país seguro que obligue a los centroamericanos a pedir asilo
en territorio mexicano. Ebrard respondió que tanto AMLO como el Senado
mexicano rechazan el tercer país seguro y que no hay motivo pues la
estrategia mexicana está funcionando. Celorio lo secundó recordándoles
que el entendido es que sólo se firmaría si no daban resultados las
medidas pactadas en junio. McAleenan los vio con mirada escéptica.
Ebrard se quejó de que mientras México cumple, Estados Unidos no. No han
agilizado, como prometieron, los procesos de asilo. Respondieron que
iban a abrir instalaciones en Laredo y Brownsville, con la capacidad de
sostener 64 audiencias simultáneamente, algunas por video, para lo que
iban a trasladar jueces de otras partes del país. Garduño, a través de
una interprete pues no habla inglés, explicó que por razones de
seguridad estaban llevando gente de Tamaulipas a Monterrey. La tensión
empezó a aminorar. Kushner y Landau, los más blandos. McAleenan, el más
duro. Pence y Pompeo, los árbitros.
Ebrard y Bárcena pidieron combatir el flujo ilícito de armas de fuego a
México. Así como migración es prioridad para ustedes, el tráfico de
armas es para nosotros. La petición no tuvo tracción. Quizá porque
Ebrard no la condicionó a migración o porque los estadounidenses la
interpretaron como un intento de nivelar el terreno. Equilibrar un poco
la balanza.
Kushner, quien se había ausentado, entró y entregó un papelito a Pence.
El Vicepresidente dio por terminada la sesión. Duró 45 minutos. Le dijo a
Ebrard que junto con Pompeo, iban a pasar a ver a Trump en la Oficina
Oval. Bárcena no recibió señal de Ebrard para que lo acompañara. Se
quedó en el salón con el resto. Segundos después vinieron por McAleenan y
Cipollone, pero no por Landau. Si no entraba Landau, por protocolo, no
podía entrar Bárcena… a menos que Ebrard intercediera. No lo hizo. Al
resto de la delegación se le vio salir por la misma puerta por la que
entró, checando los celulares que les habían confiscado.
Flanqueado por Pence, Pompeo, McAleenan, Kushner y Cipollone, Ebrard
entró a ver a Trump. Seis contra uno. Los diez minutos que duró el
“saludo de cortesía” bastaron para emboscarlo; presionarlo entre todos
por el tercer país. Trump pidió a McAleenan explicara por qué es
esencial para su Gobierno.
Los mexicanos no la vieron venir. Los tomaron desprevenidos. Nadie les
avisó. No tuvieron oportunidad de prepararse. El “saludo” vuelto
emboscada fue acordado en el almuerzo de Pence con Trump ese mismo día.
Querían tener sólo a Ebrard para arrancarle el sí, como ocurrió con el
papelito del acuerdo de los 90 días que Trump sacó de su solapa.
A las 5:06 de la tarde, Ebrard soltó vía Twitter: “Tuve oportunidad de
saludar al presidente Trump”. La prensa había sido convocada a las 5.
Ebrard nos dijo que rechazó el tercer país y que Trump había sido
“bastante amable y positivo”. Minimizó las presiones. No informó que
Trump pidió hablar con AMLO al día siguiente. Fue una “buena
conversación”, tuiteó AMLO.
La jornada que empezó con los mexicanos comiéndose las uñas de nervios,
terminó con una copa de vino en la residencia de Bárcena, y de su
esposo, el Embajador Agustín Gutiérrez Canet. Superada la etapa de
tensión, vino la relajación. Ni victoria ni derrota. Un día más en la
era Trump.
17.9.19
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