Fernando Dorado
En 1989 se derrumbó la URSS y se oficializó
la caída del “socialismo de Estado”. La globalización neoliberal parecía
alzar vuelo a todo vapor; no obstante, 18 años después, la crisis
económica y financiera (2007-8) introdujo al mundo del capital en una
fase de grave recesión permanente. En ese entorno, el “capitalismo
asiático” de China ha entrado en escena con relativa fuerza y ha puesto
en jaque la hegemonía estadounidense y de occidente.
La reacción
de algunos sectores capitalistas de EE.UU. y de países europeos
(Brexit) ha sido renegar de la globalización neoliberal y promover
–precipitada e impulsivamente– una política proteccionista que intenta
revertir los efectos negativos que trajo la globalización para
determinados sectores de la industria y la manufactura de sus países.
Los trabajadores de vieja generación (fordistas) apoyan esa política que
adquiere forma “nacional-populista”.
La mayor parte de la
“izquierda socialista” –sin el referente de los trabajadores o de otros
sectores sojuzgados– se puso detrás de la burguesía global. Para no
quedar bajo la dirección de los Obama, Clinton o Merkel, colocan a los
líderes de las potencias orientales (Xi, Putin) al frente de los
intereses “progresistas” de la humanidad. Según ellos, son los únicos
que pueden derrotar al “nuevo fascismo” que encabeza Trump, Bannon,
Salvini, Bolsonaro, etc.
En esa línea se pronuncia el creador
del sello del “Socialismo del siglo XXI”, Heinz Dieterich Stefan, en su
último artículo titulado “Trump pierde Guerra imperialista contra China”,
en la que presenta una interesante información que, sin embargo, nos
lleva a una interpretación muy diferente a la del sociólogo alemán, no
reducida a los análisis geopolíticos.
¿En realidad que es lo que está ocurriendo?
La burguesía china,
que durante este período aprovechó una serie de ventajas comparativas
(inversión extranjera, protección y subsidios estatales, mano de obra
súper-barata, permisividad en temas ambientales y otras), ha construido
una línea globalista “hacia afuera” y un relato nacionalista “hacia
adentro”, para contrarrestar la agresiva política de Trump. En ese
sentido, Xi Jinping encabeza actualmente a toda la burguesía financiera
globalizadora tanto de EE.UU. como de Europa y del mundo (en Colombia es
Santos y casi toda la “izquierda”, la que se identifica con dicha
política).
Pero no seamos ingenuos, esa alianza no se hace en
favor de los intereses de la humanidad y menos de los intereses de los
trabajadores u otros sectores oprimidos. Es, simplemente, lo que tiene
que hacer la burguesía china para avanzar hacia un mundo multipolar en
donde sus inversiones tienen que abrirse más espacio global. Pero tratar
de presentar ese comportamiento como beneficioso para los trabajadores
no solo es cándido, sino que puede ser provocador.
Hay quienes
ante la dispersión y debilidad organizativa de los trabajadores (que
algunos ya enterraron o desconocen su existencia), aspiran ilusamente
que sean las burguesías las que resuelvan los problemas entre ellas. Por
ello, colocan a Putin y a Xi, como la cabeza del supuesto frente
anti-imperialista que hay que organizar contra Trump, ya no para avanzar
hacia modelos de sociedad que –por lo menos– enfrenten los graves
problemas estructurales que vive la humanidad sino solo para salvar y
proteger las reglas “racionales” que le sirven a la burguesía financiera
para mantener su estabilidad global.
En vez de denunciar que
el uso de la fuerza, la imposición unilateral de aranceles, el chantaje
comercial y tecnológico, y la amenaza de confrontación bélica, así como
el uso criminal de los medios de comunicación para atacar y derrotar a
los enemigos del nuevo poder que se tomó la dirección política del
imperio estadounidense, los teóricos de “izquierda” al servicio de la
burguesía globalista, llaman –ahora– a defender las reglas de las
instituciones financieras que dominan el mundo (ONU, OMC, FMI, etc.).
Ahora sus aliados son Obama, Clinton, Merkel o Lagarde. Además, hasta
los citan en sus escritos.
En América Latina ocurrió otro
tanto. Las burguesías emergentes de la región aprovecharon las luchas
populares, especialmente de sectores sociales relegados y excluidos del
mundo del capital (indígenas, campesinos, trabajadores informales,
etc.), para acceder a los gobiernos y establecer lo que ellos llaman
“socialismo”. En realidad, ese socialismo no tiene nada que ver con la
“apropiación social y colectiva de la riqueza creada por la sociedad”,
sino se reduce al viejo Estado de Bienestar que la burguesía creó
después de la 2ª guerra mundial para contrarrestar el “socialismo de
Estado” de la URSS y demás países.
A ello se han reducido las
pretensiones de los “socialistas” actuales. Consiste solo en un
capitalismo que ofrece servicios mínimos de “salud”, “educación”, agua
potable, electricidad y vivienda a la población pero que no cuestiona
para nada el modelo de civilización y de “desarrollo” que destruye la
vida a todos los niveles (pueblos, comunidades, naturalezas,
pensamientos, sentimientos). Es el modelo de la inequidad (monopolios),
desigualdad (pobreza camuflada con cifras en medio de inmensas fortunas
de millonarios y mega-millonarios), injusticia (ley solo para los
pobres), sobre-explotación (a todo nivel), etc. No obstante, la crisis
sistémica de reproducción del capital es tan profunda que ni siquiera
les permitió a los “progresistas latinoamericanos” sacar adelante ese
intento de reforma. AMLO ya es el nuevo ejemplo.
La derrota
histórica de los trabajadores durante el siglo XX y principios del XXI,
no ha sido aún asimilada por cuanto seguimos pensando con las
herramientas epistemológicas del pasado. Pero las ciencias de la
complejidad en desarrollo, las nuevas miradas filosóficas no
reduccionistas ni dualistas, y las luchas de “los de abajo” (mujeres,
jóvenes, ecologistas, hackers libres, nuevos trabajadores, etc.) vienen
en nuestro auxilio.
Además, las soluciones que propone Trump y
sus supuestos opositores (que en realidad solo son rivales), son solo
flor de un día. La crisis económica y política se va a seguir
agudizando. La mínima tasa de ganancia del capital obliga a las
burguesías a violar sus propias normas y legalidades. Por ello, se
requiere no arriar las banderas “anti-sistémicas” sino levantar nuevas
consignas de carácter civilizatorio 1,
que solo pueden alzar los trabajadores y pueblos oprimidos para
responder a los nuevos retos de la lucha que está en pleno desarrollo.
Nota:
1
Un ideario civilizatorio a trabajar debería tener en cuenta: miradas
complejas, no lineales; planetarias, no nacionalistas; colaborativas y
comunitarias, no colectivistas; humanistas, no “multi-culturalistas”;
ecologistas, no anti-tecnológicas; post-generistas, no feministas;
espirituales pero científicas; postcapitalistas, no anti-capitalistas;
post-extractivistas, no anti-extractivistas; utilitaristas y prevenidas
frente al Estado, no estatistas ni anti-estatistas; y, en general,
miradas críticas, que rechacen las teorías generalizantes y valoren lo
concreto.
26.6.19
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