Dolia Estévez
Washington, D.C.— Andrés Manuel López Obrador me hace recordar al Rey
Canuto, el Príncipe de los Mares, quien según la leyenda promulgó una
ley para regular el movimiento de las mareas y tratar luego de
detenerlas alzando su mano sobre las olas. “…Ordeno al mar que no toque
el borde de mi túnica”, dijo, y con firmeza plantó el trono en la orilla
del mar, y se sentó. Una ola llegó y mojó su túnica. “El mar no me
obedece. El mar obedece sólo a Dios, como lo hace el sol, la luna y las
estrellas,” exclamó.
López Obrador no puede alzar su mano sobre las
olas del neoliberalismo y hacer que la marea arrase los cimientos sobre
los que está sólidamente cimentada la economía mexicana. Por lo tanto,
su edicto de abolición del modelo neoliberal–que dio a conocer en un
acto protocolario en Palacio Nacional el domingo–debe entenderse más
como un intento por ganar la narrativa evocando un epíteto que enarboló
la izquierda para descalificar a sus adversarios políticos en los
noventa y menos como una declaración vinculante. Si fuera algo más que
retórica, hubiera validado el anuncio con un plan para nacionalizar la
banca nacional en manos de extranjeros. Cuando México liberalizó los
servicios financieros en 1993 en preparación a la entrada en vigencia
del TLCAN salinista, la propiedad extranjera de los bancos aumentó en 85
por ciento en 10 años, pero los prestamos a las empresas mexicanas
cayeron 10 por ciento del PIB. Actualmente, los capitales extranjeros
son dueños de casi todos los bancos. Al vendérselos a Wall Street,
México perdió la capacidad de decidir sus finanzas y su balanza de pago.
Renunció a su derecho soberano a decidir el modelo económico a seguir.
Si fuera algo más que retórica, AMLO también hubiera anunciado el retiro
de México del recién renegociado TMEC que encarna el neoliberalismo
económico y el capitalismo de libre mercado que paradójicamente pretende
rescindir. Una de las metas prioritarias del Gobierno es lograr la
ratificación en el Senado de Estados Unidos de dicho proyecto
neoliberal. Si, como dicen los críticos, el libre comercio devastó el
campo mexicano y amplió la brecha entre ricos y pobres, entonces su
incondicional respaldo al TMEC es incompatible con sus políticas de
bienestar para los trabajadores y mayor equidad en el ingreso.
“Me parece que está haciendo una declaración política—enviando un
mensaje a sus simpatizantes más fervientes”, me dijo Michael Schifter,
Presidente del Diálogo Interamericano, “no basta con decirlo para que
suceda. El neoliberalismo se ha vuelto el grito de guerra y una palabra
en código para describir todos los males del capitalismo. A estas
alturas no tiene mucho significado”.
En términos similares se expresó Tony Payan, Director del Centro México
del Instituto para Políticas Públicas James A. Baker III de la
Universidad de Rice. “Ningún ‘-ismo’ se declara vivo o muerto. Es una
estrategia meramente retórica y no ayuda a nada. Los verdaderos cambios,
o son revolucionarios–algo que no veo aquí–o son evolucionarios. Es
decir, se dan con el tiempo y paulatinamente, conforme se integran
políticas públicas que tienen proponentes y detractores”. Payan advierte
que cambiar un sistema económico significa “trastocar muchos intereses y
las alternativas son: o se negocia con los detractores o se les
reprime. Aquí hay tentaciones que van más allá de la retórica.”
Payan ve otra riesgo en el mensaje de López Obrador contra el
neoliberalismo: pensar que sólo el Gobierno puede producir crecimiento y
que la iniciativa privada—donde están los personajes centrales del
neoliberalismo–no puede contribuir al crecimiento. “La experiencia
histórica, sin embargo, nos enseña que el mejor modelo de crecimiento, y
el más justo, es uno en donde la iniciativa privada hace su trabajo, es
decir, invierte en la economía y crea empleos, y el Gobierno hace el
suyo, es decir, regula el mercado, desmantela los monopolios y los
oligopolios, provee los bienes que la iniciativa privada no puede o no
quiere, e implementa políticas fiscales que redundan en una
redistribución de la riqueza nacional. Reconvertir al Estado en
inversor, productor, distribuidor, consumidor, patrón y empleador es
algo que ya sucedió en el Siglo XX y que no ha funcionado”. Payan
reconoce que el neoliberalismo falló. Sin embargo, matiza “el
neoliberalismo es el ejercicio excesivo de la libertad económica, sobre
todas las otras libertadas y sobre la justicia misma. Pero pretender
contraponer al Estado, o una economía dirigista, como alternativa al
liberalismo equilibrado, me parece que es un retroceso”.
En diciembre, durante su discurso inaugural, AMLO culpó a las “políticas
neoliberales” por los males de México y acusó a los gobiernos del
“periodo neoliberal” de cumplir las “recetas que enviaban desde el
extranjero”, presuntamente Wall Street y el FMI donde, denunció, “se
definía la agenda nacional y se imponían las políticas públicas…”. Creer
que todo se nos impone desde fuera puede ser un espejismo. Carlos
Salinas de Gortari, el padre del neoliberalismo criollo, fue quien
despachó a José Córdoba Montoya a Washington a suplicarle a George Bush
padre negociar el TLCAN. “Fueron políticas impulsadas por los mexicanos,
no al revés”, me dijo Shannon O’Neil, especialista sobre México en el
Consejo de Relaciones Exteriores.
22.3.19
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