Luis Casado*/Prensa Latina
Las conclusiones de las calificadoras de riesgo-país poco tienen que
ver con criterios económicos. Han demostrado que sus calificaciones no
se basan en criterios científicos. Generalmente, tienen un fin político y
especulan para obtener ganancias injustificadas
Alarma en los mercados financieros: Standard and Poor’s (S&P)
rebaja calificación de riesgo para Chile por primera vez en 25 años.
¿Dónde vamos a parar? ¿Es grave, doctor? ¿Tiene cura? Remedio, digo,
visto que la calidad de clérigo es terminal… Eso depende. ¿De qué? De la
idea que se haga de las agencias de calificación de riesgo y su ciencia
infusa. Para comenzar, ¿sabe qué es una agencia de calificación de
riesgo? ¿No? Ya le diremos.
Allá por el siglo XIII las técnicas de la incipiente “comunidad
financiera” habían adquirido un pronunciado color a tinta china. La
Iglesia Católica fue, al menos parcialmente, responsable de la opacidad
que cubrió la actividad de los bancos: la Iglesia condenaba el préstamo
con intereses; o sea, el crédito especulativo. El Concilio de Letrán
(1179) reforzó las sanciones canónicas contra los usureros laicos. El
Concilio de Viena (1311) declaró herético a todo aquel que negase que la
usura es un pecado. En esos años, un “herético” era un tipo que
difícilmente llegaba a la tercera edad.
La Inquisición sólo tenía que elegir el método de tortura y el modo
de cocción, visto que al herético podían asarlo a la parrilla, freírlo
en aceite o hervirlo en agua clara. Esta última práctica conoció una
divertida variante: o bien te echaban al agua fría que, con la hoguera
abajo, se calentaba gradualmente hasta hervir, o bien te zambullían en
la marmita con el agua ya hirviendo.
Para los cristianos del siglo XIII hervir al prójimo estaba lejos de
ser una novedad. Si bien mis fuentes no precisan si se tomaban la sopa,
señalan sin embargo que Constantino, emperador romano convertido al
cristianismo (siglo IV), hizo hervir a Fausta Flavia Máxima, su señora
esposa (327), por haberle mentido con relación a una supuesta agresión
sexual de parte de su hijo Crispus. El emperador, quien sólo apreciaba
los cuernos que adornaban los cascos de los guerreros galos, hizo matar a
su propio hijo, antes de descubrir el engaño de Fausta y transformarla
en un sustancioso consomé.
Junto con fundar el césaro-papismo y convocar el célebre Concilio de
Nicea (325), Constantino emitió una moneda destinada a inaugurar las
profecías autocumplidas que les gustan a los economistas: la llamó el solidus…
Además de crear una ciudad que llevó su nombre –Constantinopla–, y que
hoy conocemos como Estambul, capital de Turquía, sus reformas
facilitaron el desarrollo del cristianismo a tal punto que fue
canonizado por la Iglesia ortodoxa. En esa época el cristianismo era
singularmente comprensivo ante el filicidio y el uxoricidio.
En fin, sólo quería contarle que la usura mixtifori era castigada por
la justicia laica como un delito, y por la autoridad eclesiástica como
un pecado. Hubo tiempos felices un milenio después de la expulsión del
paraíso. Aunque no lo crea, la proscripción de los préstamos con
intereses fue levantada solo en 1830, y declarada lícita apenas en el
año 1917.
Para cobrar intereses y evitar convertirse en caldo, los banqueros
medievales los disimularon en la complejidad de las operaciones de
cambio, utilizando hábiles fórmulas contables y una amplia serie de
artificios: ventas virtuales, testaferros, palos blancos, costos de
bienes hipotecados y la clásica “caballería”, que no es sino una
“bicicleta” en la que nuevos créditos sirven para pagar créditos
anteriores.
No obstante, el truco más utilizado consistía en inscribir en las
cuentas una suma a rembolsar, ya inflada con los correspondientes
intereses, equivalente al monto supuestamente prestado. ¿Las tasas? En
el año 1311 Philippe le Bel intentó limitarlas a un denario por libra,
lo que equivale a un 20 por ciento anual, pero su incompetencia
monetaria hizo que en el año 1360 los intereses llegasen a 4 denarios, o
sea una tasa anual del 80 por ciento. Ya ve, nada nuevo bajo el sol.
La amenaza de la Inquisición incitó los mercados financieros a una
sana opacidad que para despistar llamaron “transparencia”. De ahí en
adelante, y hasta el día de hoy, saber dónde y cuándo invertir, en qué y
cuánto, se transformó en tarea de “expertos”. Las Agencias de
Calificación de Riesgo nacieron para iluminar sus decisiones financieras
a cambio de una modesta remuneración.
Pongamos que Alsacia, concesionario del Transantiago, necesita
capitales. Para obtenerlos se dirige al mercado de capitales de New
York, y le paga a una Agencia para que ésta califique el riesgo que
representa poner a su disposición los capitales que necesita. Moody’s
–en este caso se trata de Moody’s–, les cuenta a los inversionistas que
la buena nota adjudicada a Alsacia reposa “en el bien desarrollado y ya
maduro esquema de concesiones en Chile, y en la fortaleza del garante,
que es el Ministerio de Transportes y Telecomunicaciones (MTT) del
Gobierno de Chile” (Moody’s, 7 de febrero de 2011). A Rodrigo Valdés le
encantará enterarse…
Gracias a eso, Alsacia levantó 464 millones de dólares en menos
tiempo del que tardo en contarlo. Si Moody’s hubiese otorgado una
calificación mala o mediocre, Alsacia sólo tenía que atravesar la calle
para ver a S&P o a Fitch que, a cambio de la remuneración exigida,
le hubiesen dado la buena calificación necesaria: en ese momento Alsacia
no tenía ni uno y existía (y existe) sólo gracias a su concesión en el
Transantiago.
Luego de algunos problemillas menores, el 3 de marzo del 2014,
Moody’s emitió una nueva evaluación de riesgo de Alsacia, modificando su
nota a “estable”. ¿Las razones? “La confirmación de la nota refleja a)
el pago integral y puntual de la cuota del mes de febrero; b) su
reciente estabilización y la esperada mejora de sus resultados
financieros gracias a las modificaciones a su contrato de concesión; c)
menores riesgos de default (morosidad) de acuerdo a nuestro escenario
para los 6 a 12 meses a venir” (Moody’s, 3 de marzo de 2014).
El 18 de agosto de 2014 –5 meses después–, Alsacia hizo pública su
incapacidad para servir las cuotas del crédito obtenido: “… cumplo con
informar a usted que Alsacia ha decidido, con esta fecha, no efectuar el
pago de la cuota del bono con vencimiento al día de hoy”. En otras
palabras, se declaró en default. Este bello ejemplo muestra la
seriedad de las calificaciones de riesgo emitidas por las agencias que
viven de eso. No es el único.
El viernes 12 de julio de 2013, la Agencia Fitch le retiró a Francia
la calificación AAA, también llamada triple A, y la rebajó a AA+. ¿Por
qué? En razón de “su elevado nivel de deuda pública” que alcanzaría,
según Fitch, el 96 por ciento del producto interno bruto (PIB) a fines
del año siguiente (2014). Lo curioso es que después de esta “dura”
sanción, Francia siguió obteniendo dinero en los mercados financieros a
tasas… ¡negativas! O sea que a Francia le pagaban por prestarle plata.
Pedía 100 y rembolsaba 99. ¿De qué sirvió la degradación de la
calificación de Fitch? You tell me…
De modo que cuando Standard & Poor’s rebaja el rating soberano de
Chile (país cuya deuda pública es prácticamente nula) de A+ a AA- puede
prescindir de cortarse las venas, tomar veneno o, en estricto rigor,
comerse una paila marina [1]. No puedo decir lo mismo de las
instituciones financieras que S&P cubrió con el vergonzoso baldón de
su reprobación. Con los bancos y la comunidad financiera nunca se sabe.
Banco Estado, Banco Chile, Banco Santander-Chile, BCI, Itaú
CorpBanca, BICE, Banco Bilbao Vizcaya Argentaria Chile y filiales, Banco
Security, Cooperativa del Personal de la Universidad de Chile Ltda
(Coopeuch Ltda); Tanner Servicios Financieros; Larraín Vial SA
Corredores de Bolsa; y LQ Inversiones Financieras SA, sufrieron una
degradación de la calidad de su riesgo, y/o quedaron con la cerviz
aplastada bajo un credit Watch con perspectivas negativas, o sea bajo un humillante y sospechoso escrutinio.
Lo que no quiere decir absolutamente nada, como cuando el gobierno de
Chile “mantiene su monitoreo” sobre tal o cual catástrofe en cierne. El
miércoles 7 de junio pasado, el Banco Popular de España fue vendido al
Banco Santander por un euro simbólico para evitar su quiebra y las
consiguientes consecuencias. Más de 300 mil accionistas, entre ellos el
muy avezado empresario chileno Andrónico Luksic, perdieron hasta la
camisa. Puede que no lo sepa, pero el Banco Popular había pasado con
éxito todos los stress tests [2] al que fue sometido por el Banco Central Europeo.
Los ratings de las Agencias de Calificación de Riesgo no podían ser
mejores. Si no fuese el caso, ¿cómo explicar que un lince como Luksic
perdiese 100 millones de dólares en un abrir y cerrar de ojos? Días
antes de hundirse, el Banco Popular publicaba, en su sitio web, lo que
sigue:
“Las calificaciones crediticias otorgadas a Banco Popular Español por
las grandes agencias de rating (Moody’s, Fitch, S&P, DBRS) reflejan
la solidez de los fundamentales de Popular, soportados por la fortaleza
de su franquicia minorista, su elevada rentabilidad y liderazgo
internacional en términos de solvencia, apalancamiento y eficiencia, así
como por sus buenos indicadores de liquidez. Los ratings asignados a Popular igualmente ponen de manifiesto su elevada importancia sistémica dentro del Sistema Financiero Español.”
Pobre Luksic: todavía cree en Papá Noel, la virginidad de María y el
libre mercado… No es el único: los “expertos” del Banco Central de
España ni siquiera vieron venir la quiebra y aseguraban a quién quisiera
oírles que estaban dispuestos a seguir procurándole liquidez a un Banco
que ya no valía ni la pena.
De modo que ya verá usted cómo toma la degradación del riesgo país chilensis,
o las sospechas que recaen sobre los bancos del campo de flores
bordado. Este servidor, que de esas cosas entiende poco, es
extremadamente renuente a los consejos de las agencias de calificación
de riesgo. Mayormente porque entiende que el peor riesgo es el que
representan las agencias de calificación.
Notas
[1] Pruebas de resistencia de la banca ante un posible deterioro fuerte de la economía.
[2] Caldo chileno preparado con todo tipo de mariscos
*Ingeniero por el Centre d’Etudes Supérieures Industrielles (CESI-París), profesor e informático chileno
2.9.17
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