Mathieu Tourliere
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Para resarcir la crisis financiera de 2007,
los gobiernos aplicaron la misma receta neoliberal: se endeudaron para
salvar el sector financiero del colapso y, en lugar de recaudar dinero
en el sector privado –sobre todo en las empresas transnacionales–,
impusieron medidas de austeridad a sus pueblos, con lo que redujeron sus
gastos en sectores clave como la educación o la salud públicas.
A una década de esa crisis, instituciones internacionales y
organizaciones de la sociedad civil deploran que los gobiernos no
abordaran de manera coordinada dos puntos clave del sistema financiero
internacional: la competencia tributaria entre países y los paraísos
fiscales que bancos, empresas transnacionales y personajes
multimillonarios siguen utilizando para eludir los impuestos en los
países donde sacan sus ganancias.
En su informe anual 2017, publicado el jueves 14, la Conferencia de
las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD, por sus siglas
en inglés) realizó un análisis sorprendentemente crítico sobre los
impactos de la “hiperglobalización” y de las medidas de austeridad en
las sociedades.
El organismo urgió a los gobiernos a asestar un “impulso fiscal concertado” para “reequilibrar las economías y las sociedades”.
A lo largo de sus 200 cuartillas, el reporte denuncia la extrema
concentración de la riqueza en el sector financiero –los bancos acaparan
100 billones de dólares–, la privatización generalizada de los sectores
de la salud, la educación y las pensiones, así como el surgimiento de
“súper élites” internacionales, mejor conocidas en la opinión pública
como “el 1%”.
Como resultado, la desigualdad se disparó en el seno de los países, y
la riqueza global se concentró en las manos de ese 1%, que amenaza a
los gobiernos con desplazar sus centros de producción y capitales hacia
otros países en el caso de que incrementen los impuestos. La impotencia
de los Estados dejó un terreno fértil a los discursos xenofóbicos y
nacionalistas, constata el informe.
México es el más desigual de los países de la Organización para la
Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) –los cuatro hombres más
ricos del país concentran 9% del PIB– y el que menos impuestos recauda:
un 17.4% de su PIB, apenas la mitad del promedio de las naciones del
organismo.
También es uno de los países del llamado G24 con la menor tasa de
tributación a las empresas: apenas 10.9% de sus ingresos fiscales
provienen de las corporaciones.
Entre sus recomendaciones, la UNCTAD llamó a los gobiernos a
incrementar sus ingresos fiscales –mediante impuestos a las propiedades y
los ingresos del capital, o con el abandono de las condonaciones
fiscales, entre otros– y luchar de manera eficiente contra los paraísos
fiscales.
El documento subrayó que ningún país puede tomar esta iniciativa por
sí sólo, puesto que enfrentaría el riesgo de que los ricos saquen las
riquezas y sus capitales, que la moneda colapse o que arranque un ciclo
deflacionista.
Y no sólo la UNCTAD: la Comisión Económica para América Latina
(Cepal) y la OCDE multiplicaron los llamados a los gobiernos para que
colaboren y pongan un “hasta aquí” a los abusos de las empresas
transnacionales y del sector financiero.
Segundo plano
En medio de la crisis de derechos humanos que azota a México, el tema
fiscal pasa a un segundo plano, lamenta la abogada chilena Magdalena
Sepúlveda Carmona, exrelatora especial de la ONU sobre pobreza extrema y
derechos humanos.
Sepúlveda es integrante de la Comisión Independiente para la Reforma
Internacional de la Fiscalidad Corporativa (ICRICT, por sus siglas en
inglés), la cual aboga a favor de una reforma fiscal internacional que
iría más allá de las iniciativas de la OCDE, el “club” de los países
occidentales más ricos del planeta.
“Los países recortan sus presupuestos sin buscar nuevos ingresos,
dicen que no tienen recursos disponibles para mejorar los servicios de
salud”, observa Sepúlveda, en entrevista con Apro.
Enseguida añade: “En América Latina, tenemos una base de impuestos
bajísima en relación con la OCDE. No me digan que no tienen el dinero
cuando en realidad regalan el dinero a las transnacionales y al sector
más rico de la población. No están haciendo lo máximo que pudieran
hacer, no me digan que deben tomar medidas de austeridad”.
Junto con los demás integrantes de la ICRICT –entre ellos el Nobel de
Economía estadunidense Joseph Stiglitz, consultores y representantes de
comunidades religiosas–, Sepúlveda busca mostrar que el tema fiscal es
un tema de derechos humanos, que “nos afecta a todos, porque si el 1% de
los más ricos no paga, es difícil que los Estados tengan el presupuesto
suficiente para una política social”.
La chilena recuerda que las empresas transnacionales suelen negociar
al tú por tú con los gobiernos, mediante acuerdos secretos –exenciones
de impuestos, agilización de trámites, por ejemplo– y a veces a través
de actos de corrupción. Los gobernantes, a su vez, justifican el
otorgamiento de ventajas a estas empresas por la creación de empleos.
“Para que la sociedad civil pueda realmente estimar si la creación de
estos empleos vale o no la pena, hay que saber cuánto las empresas
dejaron de pagar impuestos. El riesgo que se corre es que los trabajos
de la industria extractiva son de bajos salarios, y las empresas dejan
de pagar muchos impuestos. En ello necesitamos que haya más
transparencia, que esto sea público”, opina.
De acuerdo con la experta, “ahora más que nunca” los Estados deben
implementar políticas tributarias progresistas que incrementen la base
impositiva de los grupos económicos más fuertes y las empresas
transnacionales.
“Este tema es donde más queda patente la injusticia: no pagan
impuestos donde están generando el dinero, se van adonde tienen un pago
de impuestos menor y se crea una competencia fiscal dañina”, deplora.
La experta cita la investigación periodística global Los Papeles de
Panamá –en la que participó Proceso–, que exhibió las entrañas del mundo
offshore, cuya secrecía y beneficios fiscales son usados tanto por los
conglomerados transnacionales para reducir sus impuestos como por grupos
criminales para lavar dinero de procedencia ilícita.
“Estos mismos sistemas que están promovidos por abogados, por
empresas de contaduría, que facilitan que las empresas no paguen
impuestos, también están utilizadas por las mafias”, asevera. Y añade:
“Cuando hablamos de la tributación, no hablamos de temas que no le
competen a la sociedad civil, porque afectan a la cohesión social de
nuestros países”.
Sepúlveda señala algunos avances a nivel internacional. El pasado 16
de noviembre, el Comité para la Eliminación de la Discriminación contra
la Mujer (CEDAW, por sus siglas en inglés) criticó por primera vez a
Suiza por sus políticas protectoras del secreto bancario y la
información tributaria.
En sus observaciones sobre el país helvético, el organismo
internacional se “preocupó” de que las políticas suizas favorables a las
empresas transnacionales “puedan tener un efecto negativo en la
capacidad de otros Estados, particularmente los que tienen escasos
ingresos, para movilizar al máximo los recursos disponibles con miras a
hacer efectivos los derechos de la mujer”.
Conciencia global
En enero pasado, la OCDE deploró que en México “la evasión y la
elusión fiscal reducen los ingresos del gobierno” y, en un informe
publicado el pasado miércoles 13, el organismo destacó que México es el
país con la menor recaudación de impuestos, así como con la menor tasa
de redistribución a través de impuestos y transferencias.
Ello es problemático, pues una baja recaudación fiscal implica una
baja redistribución de las riquezas de un país, lo que se traduce en la
concentración de los recursos en pocas manos y una baja inversión en los
servicios públicos.
De acuerdo con este documento, la administración mexicana recauda
impuestos equivalentes a 17.4% del PIB, una tasa mucho menor que en
Dinamarca, donde se eleva a 45%.
El coeficiente de Gini, que mide la desigualdad en el ingreso, sólo
se reduce en 0.3% después de los impuestos en México. Es decir: el
efecto redistributivo de la recaudación de impuestos simplemente no
existe en el país, mientras que en Irlanda los impuestos “corrigen” el
41% de la desigualdad medida por el índice de Gini.
En su informe anual, la UNCTAD plantea: “Lo que se requiere es una
estrategia de expansión (fiscal) y de incremento del gasto público,
coordinada a nivel internacional”.
Enseguida añade que el objetivo de los gobiernos debería consistir en
“poner fin a la austeridad y contener el sector financiero para servir
la sociedad de nuevo”.
“Con la renuencia de los países desarrollados a realizar un impulso
(fiscal) coordinado, la austeridad se convirtió en la política
macroeconómica estándar en muchas economías emergentes, que enfrentan desbalances fiscales y altos niveles de deuda”, indicó.
“Desde los principios de la hiperglobalización, el sector financiero
tendió a generar inmensas ganancias, absurdamente desproporcionadas con
sus beneficios sociales”, observó la UNCTAD. En paralelo, las mayores
corporaciones transnacionales acapararon una parte siempre más
importante de la economía, a través de las privatizaciones de servicios
públicos, por ejemplo.
El informe toma el ejemplo “bien conocido” de la privatización de
Telmex durante la administración del expresidente Carlos Salinas.
Recuerda que, al comprar Telmex, el magnate Carlos Slim obtuvo un
monopolio en el sector de las telecomunicaciones, desde el cual aplicó
tarifas indebidas. De acuerdo con la OCDE, tan sólo entre 2005 y 2009,
los mexicanos pagaron 25.8 mil millones de pesos de más cada año a la
empresa del magnate, equivalente a 1.8% del PIB del país.
“Ello se presta a apoyar la visión de que la hiperglobalización
promueve las ‘ganancias sin prosperidad’, y que el poder asimétrico en
los mercados es un factor que contribuye fuertemente al incremento de la
desigualdad en el ingreso”, sostiene el reporte.
29.9.17
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