Arsinoé Orihuela
Tras la firma del Tratado de Libre Comercio de
América del Norte (TLCAN o NAFTA), algunos analistas arguyeron, no sin
bases empíricas y documentales, que convenía rebautizar el acuerdo
comercial con base en los resultados previsibles, e informalmente
denominarlo “Tratado de Libre Cocaína”, presagiando que solamente la
droga conseguiría la trillada “libertad” de “laissez faire, laissez
passer”, que significa “dejar hacer, dejar pasar”. Todos los demás
renglones de la economía regional quedarían fuertemente subordinados a
un comando centralizado con sede en Estados Unidos. Y claro, con el
resultado obligado: ganancias abundantes para la matriz en Estados
Unidos, y puras pérdidas para México, entre las que destaca la quiebra
industrial, la ruina del campo, la agudización de la desigualdad, la
persecución de los trabajadores, y la violencia e inseguridad en
volúmenes extraordinarios.
La estimación resultó parcialmente
cierta. Y digo “parcialmente” porque hasta la droga es un asunto que
controlan a su antojo y capricho los estadunidenses. De hecho, los
narcos mexicanos tienen un adagio que no concede margen para la
especulación: a saber, “Estados Unidos te hace; Estados Unidos te
deshace”. La conversión de México en un narcoestado estaba
prevista en las estimaciones “librecambistas” (nótese el
entrecomillado): de México a Estados Unidos ingresarían manufacturas
estadunidenses producidas con trabajo humano mexicano, en unidades de
transporte preñadas de mucha droga. Porosidad no es libre comercio. Al
mismo tiempo, el estribillo del “combate al narcotráfico” proveyó un
andamiaje de discursos catastrofistas para facilitar la intervención de
Estados Unidos con la excusa de la seguridad regional. El recorrido del
TLCAN al ASPAN (Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América
del Norte) es una trayectoria natural en ese orden de cosas, que por
cierto es un orden anti-constitucional porque ese intervencionismo
lesiona gravemente el principio de la soberanía. La destrucción de la
industria energética y aeronáutica, la bancarrota del campo (en los
primeros diez años del tratado, cerca de 2 millones 300 mil trabajadores
rurales emigraron a las principales ciudades del país o a Estados
Unidos), y la apropiación de casi la totalidad de la banca nacional (92%
de las instituciones bancarias en México están en manos foráneas), es
sintomática de esa injerencia monopolista revestida de librecambismo e
“interés nacional”
Cabe hacer notar que el TLCAN es cualquier
cosa menos un tratado de libre comercio. Hasta el propio Adama Smith,
que es el padre de la economía liberal, advertía que una auténtica
libertad comercial es aquella donde el trabajo tiene libre movilidad. Y
acá no sólo se desatiende ese precepto: se atropella violentamente.
Inmediatamente después de la firma del tratado, Estados Unidos puso en
marcha el programa “Gatekeeper” (operación “portero”) con el propósito
de extender el cerco del muro fronterizo, militarizar la frontera y
perseguir migrantes mexicanos a sangre y fuego. (Por cierto que a nadie
debe escandalizar que un candidato aduzca la urgencia de profundizar esa
política; todas las administraciones en Estados Unidos siguen fielmente
esa agenda, sólo que no lo dicen). Y mientras los norteamericanos
blindaron su país de los “unwanted aliens”, en México los gobiernos
protegían los recursos que Estados Unidos aspiraba a confiscar,
señaladamente el petróleo. Después de los atentados terroristas del 9-11
del 2001, las fuerzas armadas mexicanas pusieron en marcha la Operación
Centinela, con el objeto de proteger las instalaciones petroleras en el
Golfo de México, que ya entonces ocupaban parcialmente empresas
oriundas de Estados Unidos, y que 15 años más tarde confiscarían
irrestrictamente con la venia reformistas del gobierno mexicano.
La coyuntura actual pone de manifiesto nítidamente estas distorsiones.
El liberalismo político urde su discurso alrededor de una antinomia, que
si se observa detenidamente no tiene ninguna base empírica, pero que
por lo menos contribuye a revelar la deslealtad de los discursos y la
realidad. El ideario liberal establece la distinción entre intereses
especiales e intereses nacionales (o generales). Los intereses
especiales son esos que persiguen ciertos grupos o facciones en
detrimento de un interés presuntamente público. Y los intereses
nacionales son aquellos que condensan eso que la teoría llama la
“voluntad general”. En realidad, se trata de otra de esas falsas
antinomias de la modernidad, que por cierto es visiblemente favorable
para producir discursos de odio e intolerancia susceptibles de lucro
político. Por ejemplo, el relato de desprestigio mediático que desde el
gobierno federal se impulsa contra la educación pública, en general, y
los maestros, en particular.
Sólo es cuestión de atender las
noticias y la evidencia empírica para descubrir qué es eso que el
gobierno entiende por interés especial e interés nacional.
Cuando los padres de los 43 demandaron al gobierno que abriera la puerta
de los cuarteles militares para buscar allí a sus hijos desaparecidos,
el titular de la Secretaría de la Defensa Nacional, Salvador Cienfuegos,
adujo que no podía permitir que unos padres de familia (interés
especial) decidieran sobre un asunto que sólo les corresponde a las
autoridades ministeriales de la nación (interés nacional). Dijo:
“Ingresar a las instalaciones militares, a ver, ¿por qué?”. Así, con esa
clarividencia y profundidad que distingue a nuestras autoridades. Y
mientras los padres de los 43 siguen buscando a sus hijos, en Iguala,
Guerrero, el tráfico de heroína sigue boyante.
Tan sólo el fin
de semana pasado, en el municipio de Badiraguato, Sinaloa, capital de la
droga y sede residencial-operativa de connotados capos del
narcotráfico, tuvieron lugar múltiples episodios de violencia, que
dejaron un saldo de tres muertos y alrededor de 250 familias
desplazadas. Nunca aparecieron los elementos de las fuerzas armadas o la
policía. Naturalmente que no hubo ningún detenido. Pero sí, en cambio,
cientos de efectivos policiales “escoltaban”, en esos mismos momentos,
la caravana de autobuses de maestros que se trasladaban desde diversos
estados con dirección a la capital del país, para sumarse a la
manifestación programada el viernes 17 de junio. Enrique Peña Nieto y
Aurelio Nuño –el sicario en turno de los empresarios– condenaron
unánimemente al magisterio, con el eco unívoco de los partidos
políticos, y adujeron que la reforma (el interés nacional) no cedería
ante los “chantajes intimidatorios” de “intereses particulares o
gremiales” (léase intereses especiales).
El viernes 17 por la
mañana, comandos armados tomaron por asalto la ciudad de Reynosa,
Tamaulipas, y cerraron por lo menos cinco cruces vehiculares de la zona
conurbada, presuntamente con el propósito de evitar la incursión de las
fuerzas estatales. No hubo ningún enfrentamiento. Pero porque por allí
no se apareció ningún policía o agente del estado. El alcalde priísta de
Reynosa (otro representante del interés nacional), José Elías Leal, que
sólo movió un dedo para publicar un Twitter, dirimió el problema con
una cibernética recomendación a la población: “hay una contingencia
(sic) con situaciones de riesgo en diversos puntos… Recomiendo a los
conductores no circular en automóvil por la ciudad”. Acerca de los
delincuentes enseñoreados no emitió ninguna opinión.
En
contraste, ese mismo día por la tarde, y de acuerdo con datos de la
Secretaría de Seguridad Pública de la ciudad de México, más de 4 mil 500
policías (¡!) de distintas corporaciones fueron dispuestos para
custodiar e impedir el paso del contingente de maestros que marchaban
hacia el Zócalo de la ciudad, que ya desde hace algún tiempo se
convirtió en un espacio privado.
Y mientras los criminales
siguen operando a sus anchas en toda la geografía nacional (como estaba
previsto que ocurriera con la firma del TLCAN), el secretario de
Educación Nuño Mayer, representante de ese “interés nacional” alojado en
los acuerdos comerciales internacionales, anunció que se auditarían las
escuelas del país para proceder con el despido de los maestros que se
ausentaron por más de tres días durante las protestas contra la reforma
educacional. A los dos líderes magisteriales hasta ahora detenidos, se
suma una lista de 24 dirigentes sobre cuya cabeza recaen órdenes de
aprehensión.
El rigor de “la ley y el orden” que, por un lado,
exhibe el gobierno federal contra la movilización magisterial; y la
negligencia, omisión o connivencia que, por el otro, muestra en relación
con la delincuencia organizada, es una prueba fehaciente de eso que en
las estimaciones del poder constituido se entiende por “interés
nacional” e “interés especial”. Para Estados Unidos y el crimen, todo.
Para México nada, salvo plomo y represión.
Al momento de
escribir este artículo, fuentes oficiales confirman la muerte de seis
personas y 51 heridos en Oaxaca, en los enfrentamientos ocurridos el
domingo por la tarde entre la Policía Federal e integrantes de la
Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación.
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