Gerardo Peláez Ramos
El 10 de abril de
2014 se cumplen 95 años del asesinato de Emiliano Zapata, el más grande
jefe campesino de la historia de México. Con este motivo, no sobra
escribir algunas líneas acerca del carácter de la insurrección campesina
en Morelos, Puebla, Estado de México, Guerrero y otras entidades
federativas; los objetivos del zapatismo; la alianza entre el Ejército
Libertador del Sur y la División del Norte; la desunión de obreros y
campesinos, y la victoria de Venustiano Carranza. Pese a su importancia,
de otros temas se hace abstracción.
De la biografía del Caudillo del Sur
Emiliano Zapata Salazar nació en Anenecuilco, Morelos, el 8 de agosto
de 1879. Sus padres fueron Gabriel Zapata y Cleofas Salazar, quienes
vivían de la compra y venta de ganado vacuno y equino, así como de la
producción agrícola. El futuro dirigente agrario recibió la educación
primaria en la Villa de Ayala. A los 16 años de edad perdió a su madre y
meses después a su padre. Desde muy joven, sobresalió por su
conocimiento de los caballos y el manejo de las armas.
El
desarrollo del capitalismo en Morelos hizo crecer los cañaverales y las
haciendas azucareras, cuyos propietarios se apropiaban de las tierras
más fértiles de los pueblos, comunidades e individuos, convirtiendo a
sus pobladores en arrendatarios o trabajadores de las haciendas.
Entre 1902 y 1905 Zapata colaboró con la comisión de Yautepec que trataba sus problemas agrarios con la hacienda de Atlihuayán.
Durante las elecciones para gobernador de Morelos, en 1909, Emiliano
apoyó la candidatura independiente de Patricio Leyva, quien fue
derrotado por Pablo Escandón, candidato de los terratenientes.
El 12 de septiembre de 1909, fue elegido presidente del Comité de
Defensa de Anenecuilco para guardar los documentos virreinales del
pueblo y seguir la lucha por la restitución de tierras.
El líder
morelense fue enrolado en febrero de 1910 en el 9º regimiento del
ejército, ubicado en Cuernavaca, siendo dado de baja en marzo. Viajó a
la capital del país para trabajar como caballerango.
En 1910 se
produjo una elevación en la lucha de Anenecuilco: los lugareños, ante la
negativa de la hacienda del Hospital de seguir arrendando sus tierras,
ocuparon parte de éstas, bajo la dirección de Emiliano Zapata.
Ya relacionados con la rebelión de Francisco I. Madero y la adopción del
Plan de San Luis, Emiliano Zapata, Pablo Torres Burgos, Gabriel Tepepa y
Rafael Merino se levantaron en armas. Tras el asesinato de Pablo Torres
Burgos, el Caudillo del Sur tomó el 29 de marzo de 1911 el mando de las
fuerzas maderistas en la entidad. Ocupó Axochiapan, asaltó la hacienda
de Chinameca y sitió Cuautla. El 27 de mayo, el jefe suriano tomó la
plaza de Cuernavaca al frente de 5 mil hombres.
A diferencia de
otros grupos insurrectos, el zapatismo condicionó la deposición de las
armas a la entrega de las tierras a los pueblos, de acuerdo con el
artículo 3º del Plan de San Luis. Madero negoció directamente con el
dirigente campesino, mas no pudieron ponerse de acuerdo, pues el jefe
guerrillero demandaba el reparto agrario sin dilación y la colocación de
elementos suyos entre los rurales de Morelos.
El desencuentro
de Madero y Zapata no fue raro. Los tratados de Ciudad Juárez, del 21 de
mayo de 1911, dieron por concluida la lucha armada, establecieron el
desarme de las fuerzas revolucionarias y dejaron intacto el régimen
porfirista, incluido el Ejército Federal, lo que facilitaría el
derrocamiento del gobierno de Francisco I. Madero en febrero de 1913.
El Plan de Ayala, un programa revolucionario
De cara a la irresolución maderista de la cuestión agraria, la
insurrección campesina en el Sur, jefaturada por Emiliano Zapata, tuvo
como bandera el Plan de Ayala, expedido el 28 de noviembre de 1911 en
Axoxustla, Puebla, que desconocía como presidente a Francisco I. Madero,
y llamaba a concretar los puntos que en seguida se citan: "6º Como
parte adicional del plan que invocamos, hacemos constar: que los
terrenos, montes y aguas que hayan usurpado los hacendados, científicos o
caciques a la sombra de la justicia venal, entrarán en posesión de esos
bienes inmuebles desde luego, los pueblos o ciudadanos que tengan sus
títulos, correspondientes a esas propiedades, de las cuales han sido
despojados por mala fe de nuestros opresores, manteniendo a todo trance,
con las armas en las manos, la mencionada posesión, y los usurpadores
que se consideren con derechos a ellos, lo deducirán ante los tribunales
especiales que se establezcan al triunfo de la Revolución.
"7º
En virtud de que la inmensa mayoría de los pueblos y ciudadanos
mexicanos no son mas dueños que del terreno que pisan sin poder mejorar
en nada su condición social ni poder dedicarse a la industria o a la
agricultura, por estar monopolizadas en unas cuantas manos, las tierras,
montes y aguas; por esta causa, se expropiarán previa indemnización, de
la tercera parte de esos monopolios, a los poderosos propietarios de
ellos a fin de que los pueblos y ciudadanos de México obtengan ejidos,
colonias, fundos legales para pueblos o campos de sembradura o de labor y
se mejore en todo y para todo la falta de prosperidad y bienestar de
los mexicanos.
"8º Los hacendados, científicos o caciques que se
opongan directa o indirectamente al presente Plan, se nacionalizarán
sus bienes y las dos terceras partes que a ellos correspondan, se
destinarán para indemnizaciones de guerra, pensiones de viudas y
huérfanos de las víctimas que sucumban en las luchas del presente Plan.
"9º Para ejecutar los procedimientos respecto a los bienes antes
mencionados, se aplicarán las leyes de desamortización y
nacionalización, según convenga; pues de norma y ejemplo pueden servir
las puestas en vigor por el inmortal Juárez a los bienes eclesiásticos,
que escarmentaron a los déspotas y conservadores que en todo tiempo han
querido imponernos el yugo ignominioso de la opresión y el retroceso".
El Plan de Ayala constituyó el programa viable y constructivo de las
masas campesinas en pie de guerra del Sur, el Centro y otras regiones de
México. En la historia de nuestra patria este documento no tiene
parangón con ningún otro.
Para Omar Díaz Arce y Armando Pérez
Pino, investigadores cubanos: “Lo más significativo del Plan de Ayala
era que no constituía una promesa de redistribución agraria para ser
cumplido después del triunfo de la revolución, sino un programa de
aplicación inmediata en todos los territorios que fueran dominando las
fuerzas rebeldes. Ello ponía en manos de los campesinos armados, y no
del Estado burgués, la ejecución de las medidas revolucionarias. Su
principal limitación era la no inclusión de las reivindicaciones de los
demás sectores oprimidos, la clase obrera, por ejemplo. Respondía, por
lo tanto, a una visión parcial y, hasta cierto punto, local, de los
problemas del país. A pesar de ello, cierta perspectiva de un nuevo
ordenamiento nacional se bosquejaba, en forma más o menos explícita, a
través de todo el articulado, sobre todo en los acápites 1, 3, 12, 13 y
15”.
Por su parte, los historiadores soviéticos Moiséi S.
Alperóvich y Boris T. Rudenko señalaban: “En la práctica, el Plan de
Ayala debía conducir en la inmensa mayoría de los casos, a la
confiscación de la tierra sin indemnización alguna, ya que los
terratenientes luchaban en contra del programa agrario de los campesinos
revolucionarios. En todo el territorio controlado por las tropas de
Zapata, este punto del plan comenzó a ponerse en vigor de inmediato. Los
campesinos quemaban las haciendas, mataban a los latifundistas y a sus
administradores.
“El movimiento campesino encabezado por Zapata y
nacido en el estado de Morelos, comenzó a extenderse rápidamente a
otros estados: Puebla, México, Veracruz, Michoacán…”
El Plan de
Ayala representa la mayor propuesta programática del movimiento
campesino mexicano en toda su historia. Las elaboraciones posteriores de
la Liga Nacional Campesina (1926-1929), la Unión General de Obreros y
Campesinos de México (1949-1965) y la Central Campesina Independiente
(1963-1975) tienen como referente obligado el plan escrito por Otilio E.
Montaño.
La propaganda antizapatista
El
levantamiento en masa de los campesinos morelenses concitó un enorme
odio de los latifundistas y fuerzas afines. La prensa de derecha desató
una violenta campaña contra Emiliano Zapata y dio comienzo la
elaboración de textos antizapatistas como Historia del bandolerismo en el estado de Morelos, de Lamberto Popoca y Palacios; Los crímenes del zapatismo, de Antonio Melgarejo; la novela El Atila del Sur, de Héctor Ribot, y obras de teatro y algunos materiales propagandísticos más.
Sin embargo, fueron los políticos quienes construyeron y difundieron
las ideas principales para desprestigiar la Revolución campesina. Así,
en octubre de 1911, Trinidad Sánchez Santos despotricaba contra el
Caudillo del Sur: “Nos hallamos frente a un hecho inexplicable: la
sublevación de Zapata. Todos preguntan: ¿por qué sus hordas salvajes, en
vez de ser exterminadas, se van extendiendo cada día más, al grado de
que, según un diario de la tarde de ayer, los tiros de sus fusiles
podían oírse en Xochimilco a unos cuantos kilómetros de esta metrópoli?
¿Acaso el Gobierno, que cuenta con sobrados elementos, no mira la
importancia de acabar para siempre con tal bandidaje?
“Es una
afrenta para Méjico, como nación civilizada, que conserve en su seno la
anarquía zapatista, porque no se trata de una revolución de principios,
ni de que Zapata quiera ser Presidente de la República. Se trata tan
sólo del pillaje, del bandolerismo, de una anarquía digna de los
vándalos más feroces o de los zulús más refractarios a toda
civilización… Esa llaga es Zapata, las hordas que le siguen, la canalla
que mantiene en pie de guerra a las unas y al otro”.
“Con gran
asombro de todos se supo que el señor Madero, por sí y ante sí, había
nombrado a Zapata jefe de las armas en Morelos, y que éste ejercía
influencia decisiva sobre el Gobernador Carreón, de manera que el
verdadero director de los negocios públicos en Morelos era Zapata y no
el funcionario encargado de dirigirlos.
“Como era de esperarse,
el señor Presidente De la Barra se negó de la manera más terminante a
confirmar el nombramiento que Madero hizo en la persona de Zapata, y,
más aún, ordenó a la Secretaría de Guerra una activa campaña contra el
bandido. El señor Ministro de Gobernación, por su parte, y como
encargado de las fuerzas rurales, envió buen golpe de éstas para que
exterminasen a Zapata”.
“Por último, después de dos meses de
inútil campaña, la Secretaría de Guerra (no hay que olvidar las ligas
que tiene el General González Salas con el Pino-zapatismo) ordenó al
General Huerta evacuara el Estado de Morelos y éste quedó en poder de
Zapata, quien a sus anchas asesina, incendia, roba y siembra el pánico
en la región de sus hazañas, como nuevo Juan de Tabares aumentado en
quinto y tercio”.
José María Lozano peroraba el 25 de octubre de
1911: “La Ciudad de México corre riesgo próximo e inmediato de ser el
escenario lúgubre del festín más horrendo y macabro que haya presenciado
nuestra historia; no es Catilina el que está a las puertas de Roma, es
algo más sombrío y siniestro; es la reaparición atávica de Manuel Lozada
‘El Tigre de Alica’ en Emiliano Zapata, el bandolero de la Villa de
Ayala”.
“Le reconozco grandes virtudes, más aún, le concedo la
suprema genealogía moral, le hago descendiente del eterno, del ilustre
michoacano don José María Morelos y Pavón; pero que imite a su ancestro,
que extirpe a Emiliano Zapata.
“Emiliano Zapata no es un
bandido ante la gleba irredenta que alza sus manos en señal de
liberación, Zapata asume las proporciones de un Espartaco; es el
reivindicador, es el libertador del esclavo, es el prometedor de
riquezas para todos; ya no está aislado, ha hecho escuela, tiene
innumerables prosélitos; en el estado de Jalisco, pronto (desventurado
estado, mi estado natal) un candidato, un ‘Lisandro’ abominable,
comprando votos con el señuelo de promesas anárquicas, ha ofrecido
reparto de tierras y la prédica ya empieza a dar sus frutos; los indios
se han rebelado; Zapata está a las puertas de la Ciudad de México;
próximamente Banderas en Sinaloa, destruirá (sic). Es todo un peligro
social, señores diputados, es sencillamente la aparición del subsuelo
que quiere borrar todas las "luces de la 'superficie".
“¿Es
posible que este aborto haya sido deliberadamente madurado? ¿Es posible
que con estímulos nauseabundos hayan alentado a Emiliano Zapata,
creyendo que se le extinguirá el día que se quiera? Mentira, ya Emiliano
Zapata no es un hombre, es un símbolo; podrá él entregarse mañana al
poder que venga, venir con él su Estado Mayor; pero las turbas que ya
gustaron del placer del botín, que ya llevan en el paladar la sensación
suprema de todos los placeres desbordantes de las bestias en pleno
desenfreno, éstos no se rendirán, éstos constituyen un peligro serio de
conflagración y hay que tener en cuenta, y hay que recordar a los que
tales cosas han hecho, esto es la suprema lección de la historia:
Robespierre, en el auge supremo de su poder, mandaba diariamente
decapitar a ciudadanos y a aristócratas y alguien, viendo su
popularidad, pero también el inminente peligro que corría, se acercó y
le dijo: ‘Robespierre, acuérdate de que Dantón fue popular’. Con esta
imprecación terminaré, señores: acordémonos todos los odiados o los
queridos, los exaltados o los oprimidos, de que para todos existe el
tajo de la guillotina, y que, de la luz de Mirabeau, se va rápidamente a
la densa sombra de BillaudBarenns. Acordémonos siempre de que también
Dantón fue popular”.
La propaganda antizapatista se centraba en
presentar al Caudillo del Sur como un jefe de bandidos y a las tropas
del Ejército Libertador del Sur como bárbaros y saqueadores.
Zapatismo y magonismo
Un tema poco abordado y de gran importancia histórica y política fue el
de las relaciones entre el Partido Liberal Mexicano y el Ejército
Libertador del Sur. El 2 de septiembre de 1911, Ricardo Flores Magón
publicaba en Regeneración el artículo “La cuestión agraria”, en
el cual apuntaba quizá con cierta exageración: “Las fuerzas de Zapata,
al llegar a las poblaciones y a las haciendas, lo ponen todo en manos de
los desheredados que se visten y comen bien por primera vez en su vida;
los burgueses son ahorcados, las autoridades pasadas por las armas, los
archivos de los ayuntamientos y de los juzgados reducidos a cenizas,
los clérigos vapuleados y expulsados, y, en cuanto a las tierras, son
éstas invadidas por nuestros hermanos de miseria, quienes con entusiasmo
las labran acompañados de mujeres resueltas, y todos, hombres y
mujeres, esperan emocionados la cosecha que se aproxima y que es ya
suya: ¡no más para los malditos ricos!”
Enrique Flores Magón envió, el 14 de agosto de 1914, una carta a Tiempos nuevos
, del Uruguay, en la que planteaba: “El único grupo afín a los nuestros
es el de Zapata y, sin embargo de ser el más fuerte que los nuestros,
tampoco puede hacerse de dinero fácilmente. El único medio que tienen
los llamados 'zapatistas' y los nuestros para hacerse de algún dinero,
es atrapando ricos y frailes, y quitando lo poco que puedan. Pero ese
dinero les hace falta para hacerse de más armas y sobre todo de
municiones, que son tan costosas y tan escasas en México”.
En
octubre de 1915, informaba el principal anarquista mexicano: “Emiliano,
en las sabrosas pláticas que tuvo con Antonio [de P. Araujo] sobre el
porvenir de la revolución, hizo patente una vez más su amistad hacia los
miembros de la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano, y nos
envió palabras de aliento para que no desmayemos en la lucha que tenemos
emprendida.
“Emiliano desea con entusiasmo la formación de
colonias comunistas compuestas por miembros del Partido Liberal
Mexicano, en el territorio controlado por sus fuerzas. Mientras
Venustiano Carranza hace que los campesinos compren la tierra, Zapata la
pone en manos de los trabajadores sin precio de ninguna clase. Zapata
está dispuesto a proveer de todo lo necesario a los colonos miembros del
Partido Liberal Mexicano. La dificultad para las comunicaciones, debido
al estado caótico en que se encuentra el país, ha impedido que la
colonización se haya llevado a cabo”.
“ ...la mayor parte de
los estados de Michoacán, Guerrero, México, Puebla, algo del de Veracruz
y todo el de Morelos, se encuentran bajo el control del movimiento
agrario y expropiador que se conoce con el nombre de zapatismo”.
“ Desde que Venustiano Carranza asumió en diciembre del año pasado una
actitud más radical, obligado por la necesidad de atraer a sus filas al
elemento obrero, se ha venido sosteniendo una campaña sistemática de
desprestigio, por parte de sus partidarios, contra el movimiento
revolucionario conocido con el nombre de zapatismo”.
“Es
absurdo suponer siquiera que Emiliano Zapata sea un instrumento de los
‘científicos’, pues ni los hechos de los revolucionarios surianos, ni
sus palabras vertidas en manifiestos, proclamas, circulares y otros
documentos, así como ni las respuestas que ha dado a corresponsales de
periódicos de muy variadas opiniones que han ido a entrevistarlo, dejan
sospechar que exista alguna liga entre el antiguo elemento porfirista y
ellos.
“El estado de Morelos, cuna del zapatismo, fue uno de
los estados de la República Mexicana cuyo territorio estaba casi por
completo en las manos de los ‘científicos’. De la Torre y Mier,
Escandón, Alarcón Noriega y otros más, millonarios y ‘científicos’,
todos, poseían el estado. ¿No están ahora en poder de los proletarios
las tierras que tenían acaparadas? ¿Y puede suponerse que esos burgueses
desposeídos sean los que apoyan a Zapata?
“La gran fábrica de
papel de San Rafael, de la que eran accionistas principales Porfirio
Díaz, José Sánchez Ramos y otros ‘científicos’, se encuentra en poder de
los zapatistas, y Emiliano Zapata ofreció a Antonio de P. Araujo poner a
disposición de Regeneración todo el papel que se necesitara, en caso de que el periódico se publicase en territorio controlado por las fuerzas surianas”.
La alianza de Villa y Zapata
El régimen oligárquico de Victoriano Huerta sólo duró de febrero de
1913 a julio de 1914. Su base social era muy endeble, por lo que las
derrotas militares que le infligieron las fuerzas constitucionalistas,
con Pancho Villa, Álvaro Obregón y Pablo González al mando, y en menor
medida el Ejército Libertador del Sur, con Emiliano Zapata al frente,
fueron bastantes para debelarlo. También influyó en su defenestración la
incapacidad huertista para no caer en las burdas provocaciones
orquestadas por el gobierno imperialista de Estados Unidos, encabezado
por Woodrow Wilson.
Los tratados de Teoloyucan, firmados el 13
de agosto de 1914 por generales carrancistas y federales, pusieron punto
final a la guerra civil entre huertistas y constitucionalistas, fue
entregada la Ciudad de México a estos últimos y pactada la disolución
del Ejército Federal. Empero, desde meses antes, afloraron diferencias
en el seno del constitucionalismo, especialmente entre Carranza y Villa.
Para superar las dificultades, se celebraron en Torreón, Coahuila,
pláticas entre representantes de las divisiones del Norte y del Noreste,
que aprobaron los Acuerdos de Torreón, los cuales indicaban: “Siendo la
actual contienda una lucha de los desheredados contra los abusos de los
poderosos y comprendiendo que las causas de las desgracias que afligen
al país emanan del pretorianismo, de la plutocracia y de la clerecía,
las Divisiones del Norte y del Noreste se comprometen solemnemente a
combatir hasta que desaparezca por completo el ejército exfederal, el
que será substituido por el Ejército Constitucionalista; a implantar en
nuestra nación el régimen democrático, a procurar el bienestar de los
obreros y a emancipar económicamente a los campesinos, haciendo una
distribución equitativa de las tierras o por otros medios que castigar y
exigir las debidas responsabilidades, a los miembros del clero católico
romano que material o intelectualmente hayan ayudado al usurpador
Victoriano Huerta”.
Lanzada la convocatoria desde el 4 de
septiembre de 1914, dieron inicio los días del 1 al 5 de octubre las
sesiones de la junta de generales y gobernadores constitucionalistas en
la Ciudad de México, con sede en la Cámara de Diputados, sin la
asistencia de delegados villistas y zapatistas. Los representantes
acordaron reunirse en un lugar neutral y se trasladaron a
Aguascalientes.
El 10 de octubre, en el teatro Morelos,
continuó sus trabajos la Convención Revolucionaria de Aguascalientes,
que el día 14 se declaró libre y soberana. Habiendo sido invitado a la
reunión, Emiliano Zapata envió a 26 observadores en tanto que la
Convención asumiera como propio el Plan de Ayala. El 26 de octubre
arribó a la capital de Aguascalientes la representación zapatista, que
introdujo la discusión de reformas económicas y la elaboración de un
programa de gobierno avanzado. Los observadores zapatistas se
convirtieron en delegados, al ser adoptado en lo general el Plan de
Ayala. Estas resoluciones influirán en el Congreso Constituyente y en el
contenido de la Constitución de 1917.
Según un diccionario
reciente: “Con la llegada de la comisión zapatista a la Convención, este
organismo político alcanzó el más alto nivel de representatividad
posible en ese momento y se perfiló como un auténtico poder nacional. En
esa asamblea, una de las más democráticas en la historia de México,
estaban representados casi todos los signos políticos e ideológicos, lo
mismo liberales decimonónicos que socialistas y anarquistas, así como
demócratas de nuevo cuño…”
La Convención de Aguascalientes, a
las 23:30 horas del 31 de octubre, acordó por amplia mayoría de votos el
cese de Venustiano Carranza como Primer Jefe del Ejército
Constitucionalista y de Francisco Villa como jefe de la División del
Norte. El 1 de noviembre la asamblea eligió como presidente de la
República al general Eulalio Gutiérrez, quien tomó posesión el día 3.
Poco después, Eulalio Gutiérrez designó a Francisco Villa general en
jefe del Ejército Convencionista. En respuesta, el 8 de noviembre
Obregón desconoció la soberanía de la Convención y se alineó con
Venustiano Carranza.
El Primer Jefe del Ejército
Constitucionalista desconoció, el 9 de noviembre, a la Convención y
estableció su gobierno en Veracruz, mientras tanto los convencionistas
avanzaron sobre la capital federal.
Los zapatistas ocuparon la
Ciudad de México el 24 de noviembre. Se acuartelaron en el Palacio
Nacional y el Palacio Municipal, bajo el mando del general Antonio
Barona y el coronel Francisco Flores Alatorre. El día 27 Emiliano Zapata
llegó a la capital del país. El 3 de diciembre se instaló allí el
gobierno provisional de Eulalio Gutiérrez. El día 4 Villa y Zapata se
entrevistaron en Xochimilco y suscribieron el Pacto de Xochimilco. El 6,
ambos jefes revolucionarios ocuparon la capital federal, pero no
tomaron la única resolución político-militar adecuada del momento:
avanzar sobre Veracruz y derrotar a Carranza y sus seguidores. Con ello
sellaron su suerte.
El 12 de diciembre de 1914 Carranza tomó la
delantera programática y golpeó al ala campesina y popular de la
Revolución mexicana, con las adiciones al Plan de Guadalupe: “Artículo
2º El Primer Jefe de la Revolución y Encargado del Poder Ejecutivo
expedirá y pondrá en vigor, durante la lucha, todas las leyes,
disposiciones y medidas encaminadas a dar satisfacción a las necesidades
económicas, sociales y políticas del país, efectuando las reformas que
la opinión exige como indispensables para restablecer el régimen que
garantice la igualdad de los mexicanos entre sí; leyes agrarias que
favorezcan la formación de la pequeña propiedad, disolviendo los
latifundios y restituyendo a los pueblos las tierras de que fueron
injustamente privados; leyes fiscales encaminadas a obtener un sistema
equitativo de impuestos a la propiedad raíz; legislación para mejorar la
condición del peón rural, del minero y, en general, de las clases
proletarias; establecimiento de la libertad municipal como institución
constitucional, bases para un nuevo sistema de organización del Poder
Judicial independiente, tanto en la Federación como en los estados;
revisión de las leyes relativas al matrimonio y al estado civil de las
personas; disposiciones que garanticen el estricto cumplimiento de las
Leyes de Reforma; revisión de los Códigos Civil, Penal y de Comercio;
reformas de procedimiento judicial con el propósito de hacer expedita y
efectiva la administración de justicia; revisión de las leyes relativas a
la explotación de minas, petróleo, aguas, bosques y demás recursos
naturales del país; desaparición de monopolios y evitar que se formen
otros en el país; reformas políticas que garanticen la verdadera
aplicación de la Constitución de la República y en general todas las
demás leyes que se estimen necesarias para asegurar a todos los
habitantes del país la efectividad y el pleno goce de sus derechos, y la
igualdad ante la ley”.
Estas adiciones permitirían a Carranza
imponerse como dirigente principal del constitucionalismo y derrotar a
las fuerzas de Zapata y de Villa.
De inmediato, se agudizaron
las contradicciones internas en las fuerzas convencionistas y el 14 de
diciembre la Soberana Convención Revolucionaria se instaló en Toluca. La
capital de la Convención no se estabilizó, las diferencias afloraron
ante diversos problemas y se produjeron cambios en el titular del
Ejecutivo, llegando a tener tres presidentes en su breve existencia.
Las intervenciones imperialistas
El imperialismo norteamericano sostuvo dos intervenciones militares en
nuestro país durante la Revolución mexicana: la ocupación de Veracruz,
entre abril y noviembre de 1914, y la Expedición punitiva, entre marzo
de 1916 y febrero de 1917. Estas bárbaras intervenciones no alcanzaron
ninguno de los objetivos que se proponía el gobierno criminal y genocida
de Woodrow Wilson y sólo produjeron muertos y heridos, destrucción de
bienes materiales y culturales públicos y privados en el puerto jarocho y
el estado de Chihuahua, Naturalmente, coadyuvaron al desarrollo de una
mayor conciencia antimperialista de las fuerzas revolucionarias y el
pueblo de México.
No obstante las propuestas avanzadas en
materia agraria de los villistas y zapatistas, éstos se colocaron,
debido a su localismo, a la retaguardia en la defensa de la soberanía
nacional y contra el imperialismo norteamericano, dejando el campo libre
a Venustiano Carranza. El 17 de octubre, el general Villarreal informó a
Carranza los acuerdos de la Convención de Aguascalientes con relación a
la solicitud de Estados Unidos para abandonar Veracruz y señaló al
Primer Jefe del Ejército Constitucionalista la conveniencia de
manifestar a la prensa el consentimiento, por parte de México, a la
petición norteamericana de conceder garantías a los veracruzanos
colaboracionistas, aceptando así, por parte de los convencionistas, la
imposición del gobierno del país del Norte.
Carranza rechazó,
el 19 de octubre, el dictamen de los generales y gobernadores
revolucionarios de la Convención de Aguascalientes, ya que el hecho de
aceptarlo constituiría un atentado para la soberanía nacional. Contra la
opinión de la asamblea de Aguascalientes, Venustiano Carranza repudió
ante las autoridades estadunidenses, las exigencias del gobierno de
Washington. Carranza capitalizó muy bien los sentimientos patrióticos de
los mexicanos. A principios de noviembre, la Cámara de Comercio del
Puerto de Veracruz protestó contra el gobierno de EU, por sus
pretendidas acciones a favor del pueblo veracruzano. Los propietarios y
administradores de fincas urbanas del puerto de Veracruz, rechazaron la
protección del gobierno yanqui.
Las personas que prestaron sus
servicios a las autoridades norteamericanas durante la ocupación de
Veracruz, enviaron una nota al general Cándido Aguilar reconociendo su
culpabilidad y sometiéndose a la jurisdicción constitucionalista
anticipadamente; a la vez que señalaron, no significar un obstáculo para
solucionar los inconvenientes de la desocupación del puerto
veracruzano. Paralelamente, Carranza expidió un decreto en el que
concedía la exención de impuestos o contribuciones a todos aquellos que
hubieren ya pagado a los invasores norteamericanos. El 9 de noviembre,
Carranza emitió un decreto concediendo el indulto a todas las personas
que sirvieron como empleados en la administración pública, durante la
ocupación de Veracruz por las tropas gringas. Estas posiciones
claramente patrióticas de Carranza fortalecieron al constitucionalismo y
debilitaron a los convencionistas.
Ley Agraria de la Soberana Convención Revolucionaria
Ya en plena crisis final, el 22 de octubre de 1915 se lanzó la Ley
Agraria de la Soberana Convención Revolucionaria que retomaba aspectos
del Plan de Ayala: “Artículo 1º Se restituyen a las comunidades e
individuos, los terrenos, montes y aguas de que fueron despojados,
bastando que aquéllos posean los títulos legales de fecha anterior al
año 1856, para que entren inmediatamente en posesión de sus
propiedades”.
“Artículo 3º La nación reconoce el derecho
tradicional o histórico que tienen los pueblos, rancherías y comunidades
de la República, a poseer y administrar sus terrenos de común
repartimiento, y sus ejidos, en la forma que juzguen conveniente.
“Artículo 4º La nación reconoce el derecho indiscutible que asiste a
todo mexicano para poseer y cultivar una extensión de terreno, cuyos
productos le permitan cubrir sus necesidades y las de su familia; en
consecuencia, y para el efecto de crear la pequeña propiedad, serán
expropiadas, por causa de utilidad pública y mediante la correspondiente
indemnización, todas las tierras del país, con la sola excepción de los
terrenos pertenecientes a los pueblos, rancherías y comunidades, y de
aquellos predios que, por no exceder del máximum que fija esta ley,
deben permanecer en poder de sus actuales propietarios”. Firmaban Manuel
Palafox, Otilio E. Montaño, Luis Zubiría, Jenaro Amezcua, Miguel
Mendoza L. Schwertfeger.
¿Puede existir un poder campesino regional y transitorio?
Es una cuestión teórica importante la posibilidad de formar un poder
campesino regional y transitorio, que los procesos históricos de China,
México y otros países han resuelto en sentido positivo. En efecto, si
las clases explotadoras y dominantes presentan fisuras en sus filas, no
logran establecer el mando único de sus fuerzas armadas, no cuentan con
cuadros políticos y militares capaces o se enfrentan a serias
dificultades, en tanto que los campesinos participan masivamente en la
revolución y logran poner en pie un gran ejército o varios ejércitos a
su servicio con jefes poseedores de cualidades políticas y militares,
puede producirse la constitución de un poder campesino en algunas
regiones y mantenerse durante algunos años. La experiencia así lo
confirma.
De conformidad con la historiografía de la República
Popular China, en este país se estableció en el siglo XIX un poder
campesino: “El primer gran pináculo de la revolución en la historia
moderna de China fue la Revolución Taiping. Ella se prolongó por un
espacio de 10 años y el poder revolucionario influyó sobre todo el país.
Ninguna de las anteriores guerras campesinas puede ser comparada con la
Revolución Taiping en envergadura o influencia. Ella creó la PaiShang
Ti Jui, una organización popular que dirigía al pueblo en sus luchas
revolucionarias. Ella formó, en el curso de la lucha, un cabal sistema
institucional político, económico, militar, educacional y cultural. Ella
instituyó su propio Poder estatal el cual se mantuvo y luchó durante un
considerable periodo contra el establecido por la dinastía Ching. Desde
el río Perla hasta el Yangtsé y el Amarillo, cientos de millones de
gentes fueron envueltos en esta oleada revolucionaria, uno de los más
grandes y notables sucesos en la historia china”.
Un
investigador chino, a su vez, afirmaba: “La revolución del Reino
Celestial de los Taiping, la insurrección campesina más grande de la
historia china, ha sido una de las más vastas luchas anti-imperialistas y
anti-feudales de la China contemporánea. Estableció un poder
revolucionario campesino en Nankín”.
El especialista en
historia de la Revolución mexicana, Boris T. Rudenko, señalaba: “El peón
mexicano, que era la espina dorsal del ejército revolucionario, luchaba
no solamente contra la explotación de él y de su familia, sino también
para recibir tierra, para convertirse en un verdadero campesino. Las
potencialidades revolucionarias del campesinado mexicano resultaron tan
enormes que durante la revolución fue capaz de pasar a la constitución
de un poder campesino e hizo el intento de crear un Estado campesino al
reunir en 1914-1915 la convención de los jefes campesinos militares
revolucionarios, la cual formó su gobierno y pasó a elaborar una
constitución”.
Durante 1915 Álvaro Obregón consagró sus
principales fuerzas y energías a combatir y derrotar a la División del
Norte, permitiendo de esta manera que el estado de Morelos contara con
un gobierno campesino, apoyado en las masas puestas en pie de lucha y
con las armas en la mano. El Ejército Libertador del Sur expidió leyes,
repartió las tierras, legisló sobre administración pública,
abastecimiento, educación y sanidad. Existió, así, un poder campesino
que, ciertamente, intentó extender la revolución a nivel nacional y
buscó confluir con la clase obrera y los sindicatos.
A
propósito, tiene interés reproducir una idea de Anarcopedia: “En la
Revolución mexicana, participaron dos movimientos distintos. Uno
político, de carácter burgués, que sólo pretendía un cambio y reacomodo
en las relaciones de poder, representado por Madero, Carranza y Obregón;
este movimiento demandaba sufragio efectivo no reelección, libertad de
prensa, elecciones libres, libertad municipal, restablecimiento de la
ley y el orden, en suma, democratizar la vida política del país, sin
trastocar a fondo la estructura social que resultaba en una profunda,
injusta e intolerable desigualdad social. El otro movimiento, de
carácter social, que demandaba disminuir la desigualdad social mediante
el reparto agrario y mejores condiciones de trabajo y de vida para los
campesinos y obreros, representado por Francisco Villa y Emiliano
Zapata”.
Los “anarcosindicalistas” contra la insurrección campesina
El curso sindicalista seguido por la Casa del Obrero Mundial dio un
brusco viraje el 17 de febrero de 1915: el grueso de la dirección en la
disputa entre la corriente campesina, de una parte, y la corriente
burguesa, por otra, optó por esta última. De aquí arranca lo que los charros llamaron, desde fines de los años 40 hasta el año 2000, alianza histórica del movimiento obrero organizado y el Estado mexicano.
Los líderes mundiales suscribieron un pacto con la Revolución
constitucionalista para combatir a los ejércitos campesinos de Villa y
Zapata, que establecía como puntos de acuerdo: "1ª El gobierno
constitucionalista reitera su resolución, expresada por decreto de 4 de
diciembre del año próximo pasado, de mejorar, por medio de leyes
apropiadas, la condición de los trabajadores, expidiendo durante la
lucha todas las leyes que sean necesarias para cumplir aquella
resolución".
"2ª Los obreros de la Casa del Obrero Mundial, con
el fin de acelerar el triunfo de la Revolución constitucionalista e
intensificar sus ideales en lo que afecta a las reformas sociales,
evitando en lo posible el derramamiento innecesario de sangre, hacen
constar la resolución que han tomado de colaborar, de una manera
efectiva y práctica, por el triunfo de la revolución, tomando las armas,
ya para guarnecer las poblaciones que están en poder del Gobierno
Constitucionalista, ya para combatir a la reacción".
"6ª Los
obreros de la Casa del Obrero Mundial harán propaganda activa para ganar
la simpatía de todos los obreros de la República y del obrero mundial
hacia la Revolución constitucionalista, demostrando a todos los
trabajadores mexicanos las ventajas de unirse a la revolución, ya que
ésta hará efectivo, para las clases trabajadoras, el mejoramiento que
persiguen por medio de sus agrupaciones.
"7ª Los obreros
establecerán centros y comités revolucionarios en todos los lugares que
juzguen conveniente hacerlo. Los comités, además de la labor de
propaganda, velarán por la organización de las agrupaciones obreras y
por su colaboración a favor de la causa constitucionalista".
Firmaban, en Veracruz, Rafael Zubaran Capmany, Rafael Quintero, Carlos
M. Rincón, Rosendo Salazar, Juan Tudó, Salvador Gonzalo García, Rodolfo
Aguirre, Roberto Valdés, Celestino Gasca.
El ala izquierda del
movimiento obrero mexicano repudió el pacto celebrado entre la COM y la
Revolución constitucionalista. Es posible que el texto más conocido
contra ese acuerdo sea el de Ricardo Flores Magón, que a la letra dice:
"Obreros de las ciudades: expiáis en estos momentos una falta que falsos
amigos os hicieron cometer: la de desligaros de la acción de vuestros
hermanos los obreros de los campos. Al hacer armas contra los
trabajadores del campo, hicisteis armas contra vuestros propios
intereses, porque el interés del explotado es el mismo, ora empuñe el
arado, ora el martillo. No impunemente fusilasteis al zapatista y al
anarquista del Partido Liberal Mexicano, que son vuestros hermanos de
clase, pues que de esa manera hicisteis fuerte al enemigo común, a la
burguesía, que hoy os paga vuestros servicios con miseria, y si
protestáis, ¡con la muerte!"
La alianza entre la COM y la
Revolución constitucionalista permitió que en Sonora, Coahuila, Nuevo
León, Tamaulipas, Veracruz, Yucatán, Jalisco, Colima, Michoacán, Oaxaca,
Guanajuato, Querétaro, Hidalgo, México, Tlaxcala y Puebla, se formaran
numerosos centros obreros, de filiación sindicalista.
El terror blanco en el Sur
La violencia contra el campesinado insurrecto de Morelos y su
vanguardia zapatista fue aplicada intermitentemente durante los
gobiernos de Francisco I. Madero, Victoriano Huerta y Venustiano
Carranza. De esta manera, el general Juvencio Robles ejecutó una campaña
militar del 1 de febrero al 3 de agosto de 1912 en el estado de
Morelos, durante la cual impuso el terror. Informa un diccionario:
“Además para restarles medios de subsistencia a los rebeldes decidió
concentrar a los habitantes de las poblaciones de importancia y arrasar a
los pueblos que podían darles apoyo y refugio por lo que comenzó a
quemar pueblos enteros…”
Señalaba Zapata en su carta a
Victoriano Huerta, del 11 de abril de 1913: “Los destinos de una nación
no pueden quedar en manos de aquellos que para estancar su progreso y
sofocar los fuegos de la revolución, apelan a un terrorismo propio de
los tiempos inquisitoriales, poniendo en juego quemazón de pueblos,
coronamiento de racimos de cadáveres humanos en los árboles de los
bosques, lo mismo que en los postes telegráficos, violación de mujeres
en masa por la soldadesca federal, y en fin, otros crímenes que la pluma
se resiste a describir; díganlo si no los pueblos de Morelos, Oaxaca y
Chihuahua. y la paz no puede hacerse con los ejecutores de los mandatos
de la tiranía conocida con el nombre de legalidad que a última hora la
traiciona, para entronizarse en ese puesto”.
Derrotado el
Centauro del Norte por las fuerzas de Álvaro Obregón y establecido el
gobierno de Carranza en 1916 en la Ciudad de México, Pablo González
desarrolló una campaña militar entre mayo y diciembre de ese año. Apunta
un diccionario especializado: “El ejército carrancista siguió la misma
conducta de violencia y pillaje de las fuerzas de Huerta y Juvencio
Robles, con asesinatos múltiples y campos de concentración. El 5 de mayo
González ordenó a la población que entregara todas las armas. El 8 de
mayo el general carrancista Rafael Cejedo fusila a 225 prisioneros de
Jiutepec. La población huyó a los montes ante sucesivas deportaciones de
prisioneros a la Ciudad de México. A mediados de junio cayó
Tlaltizapán. Al entrar al pueblo los carrancistas asesinaron a 132
hombres, 112 mujeres y 42 niños, todos de la población. Es el hecho más
sanguinario que se recuerda en Morelos… Ante la acción guerrillera
González ordenó la concentración de toda la población morelense en
localidades importantes y fortaleció aún más su política represiva y
sanguinaria… La política de represión culminó cuando el Cor. Jesús
Guajardo asesinó a 180 personas en Tlaltizapán. Los pueblos fueron
incendiados, los montes arrasados, las cosechas saqueadas… Pablo
González regresó a Cuernavaca el 4 de noviembre y decretó la pena de
muerte sin juicio contra todo zapatista…”
Margarita de Leonardo
Ramírez, afirmaba en su tesis profesional: “El gobierno de Carranza no
permaneció impasible, sino por el contrario declaró la guerra a muerte
al zapatismo. Al mismo tiempo que realizaba una campaña de propaganda
agrarista y la Comisión Agraria Nacional prometía iniciar los trabajos
para la restitución y dotación de ejidos a los pueblos, enviaba al
general Pablo González a combatir y aniquilar al zapatismo
definitivamente con lo que se reabrió la etapa de terror, desolación y
miseria en Morelos ya que el general carrancista, al no obtener ninguna
victoria frente a su enemigo, se exasperó e inició la destrucción de los
campos de cultivo, de las haciendas, de la maquinaria y llevó a cabo
todo tipo de depredaciones”.
Zapata, la Revolución rusa y el proletariado
En una carta a Jenaro Amezcua, del 14 de febrero de 1918, Emiliano
Zapata sostenía: “Mucho ganaríamos, mucho ganaría la humana justicia, si
todos los pueblos de nuestra América y todas las naciones de la vieja
Europa comprendiesen que la causa del México revolucionario y la causa
de la Rusia irredenta, son y representan la causa de la humanidad, el
interés supremo de todos los pueblos oprimidos.
“Aquí como allá
hay grandes señores, inhumanos, codiciosos y crueles que de padres a
hijos han venido explotando hasta la tortura, a grandes masas de
campesinos. Y aquí como allá, los hombres esclavizados, los hombres de
conciencia dormida empiezan a despertar, a sacudirse, a agitarse, a
castigar”.
“No es de extrañar, por lo mismo, que el proletariado
mundial aplauda y admire la revolución rusa, del mismo modo que
otorgará toda su adhesión, su simpatía y su apoyo a esta revolución
mexicana al darse cabal cuenta de sus fines.
“Por eso es tan
interesante la labor de difusión y de propaganda emprendida por usted en
pro de la verdad; por eso deberá acudir a todos los centros y
agrupaciones obreras del mundo, para hacerles sentir la imperiosa
necesidad de acometer a la vez y de realizar juntamente las dos
empresas: educar al obrero para la lucha y formar la conciencia del
campesino.
“Es preciso no olvidar que en virtud y por efecto de
la solidaridad del proletariado, la emancipación del obrero no puede
lograrse si no se realiza a la vez la liberación del campesino.
“De no ser así, la burguesía podría poner estas dos fuerzas, la una
frente a la otra, y aprovecharse, por ejemplo, de la ignorancia de los
campesinos para combatir y refrenar los justos impulsos de los
trabajadores citadinos; del mismo modo que, si el caso se ofrece, podrá
utilizar a los obreros poco conscientes y lanzarlos contra sus hermanos
del campo.
“Así lo han hecho en México, Francisco I. Madero en
un principio y Venustiano Carranza últimamente; si bien aquí los obreros
han salido ya de su error y comprenden ahora perfectamente que fueron
víctimas de la perfidia carrancista.
“Todo lo que usted haga
para obtener la colaboración de los centros obreros de Europa y América,
será poco, si se considera la trascendencia de la labor y la magnitud
del resultado.
“Debe usted excitar a estas agrupaciones a que
propaguen en sus respectivos países los ideales del agrarismo; el
programa de la revolución mexicana y los grandes triunfos alcanzados en
el terreno de las realidades con nuestros modestos luchadores indígenas,
incansables y firmes después de ocho años de lucha”.
En el
llamamiento a los obreros de la República, del 15 de Marzo de 1918, el
Caudillo del Sur planteaba: “¡Obreros de Puebla, de Orizaba, de
Monterrey, de Guanajuato, de Cananea, de Parral, de Pachuca, del Ébano,
de Necaxa, obreros y operarios de las fábricas y de las minas de la
República, acudid a nuestro llamado fraternal, ayudadnos con el empuje
valiente de vuestro esfuerzo; que ya cruje, que ya se bambolea esa
armazón de la tiranía carrancista que, cimentada en el fango de la
infidencia, forjada en la fragua de las ambiciones y amarrada con los
reptiles inmundos de la impostura y de la perfidia, quiso un día
erguirse a la faz del mundo, como el edificio grandioso de las
conquistas de la revolución reivindicadora de nuestros derechos a la
vida!
“Falaz y artero el carrancismo, esa burguesía uniformada
de amarillo y ceñida de cananas, vistió ayer apenas la blusa noble del
taller y fingió tenderos la mano; su voz se tornó halagüeña y compasiva,
y, con el timbre de la elocuencia libertaria entonó con vosotros el
himno de las reivindicaciones obreras. carecíais de pan para vuestros
hijos: con una mano -mano oculta entre sombras-, cerró los talleres que
aún estaban abiertos; con la otra -¡generosamente tendida!- os ofreció a
cambio de vuestra sangre el mísero haber del soldado, a cambio del yugo
del capataz, del patrón, la férrea disciplina; a cambio del taller
alumbrado, la obscura noche del cuartel... y con la misma mano -¡siempre
generosa!- os ungió en nombre de Carranza, ¡soldados de la Revolución!
La lucha os vio gloriosos en el combate, vuestros batallones fueron
citados en la orden del día; luchasteis con el denuedo del que lucha por
disipar las sombras del presente, con el ansia del que pugna por ver la
aurora del mañana.
“El desengaño fue cruel y no se hizo
esperar. En vez de la ayuda prometida a vuestros sindicatos, vino la
imposición gubernativa, exigente y tiránica; se quiso hacer del obrero
la criatura dócil del gobierno, para preparar cuando la farsa de las
elecciones llegara, la exaltación al poder de los paniaguados del
carrancismo; es decir, se quiso hacer un arma que sirviera de apoyo a la
tiranía y a su aliado el capital, nada menos que de los sindicatos, es
decir, de las agrupaciones creadas para defender el trabajo contra las
expoliaciones y abusos de ese mismo capital, y por haber querido
resistir a esa presión gubernativa, vosotros, lo sabéis, el carrancismo
llegó a donde el mismo Huerta no llegara, a cerrar vuestra casa, vuestro
templo de libertades, ¡la Casa del Obrero! No fue todo, bien lo sabéis;
cuando la huelga vino, se os negó el derecho de huelga: en vez de
hacerlo los patrones, Carranza os impuso sus condiciones, de acuerdo,
claro, con ellos. Y como si no fuera bastante, ¡a los que protestaron,
la prisión!; como si no fuera demasiado, ¡a los que resistieron, el
cadalso! ¿Queréis más? ¿Queréis mayor infamia?
“No; vosotros no
podéis estar con vuestros enemigos. Vuestras reclamaciones son parecidas
a las nuestras. Exigís aumento de jornal y reducción de horas de
trabajo, es decir, mayor libertad económica, mayor derecho a gozar de la
vida; es lo que nosotros exigimos al proclamar nuestros derechos a la
tierra. Solo que, menos tiranizados que nosotros creisteis encontrar en
el pacifico sindicato, la fórmula infalible que pusiera remedio a
vuestros males; en tanto que nosotros no pudimos ni debimos pensar sino
en las armas, en la rebelión abierta contra los conculcadores de
nuestros derechos; porque cuando el oprimido no es dueño ni aún de
lamentar su suerte, cuando la misma justísima protesta contra sus
verdugos es ahogada, al formularse apenas en su garganta; entonces no
queda a este oprimido, otro camino digno ni otro gesto redentor, que el
de esgrimir las armas, proclamando vencer o morir; morir primero, antes
de continuar más tiempo siendo esclavo”.
El asesinato
Para descabezar la insurrección campesina, el general Pablo González y
el coronel Jesús M. Guajardo maquinaron una celada contra el Caudillo
del Sur, por medio de una traición. Así, el asesinato de Emiliano Zapata
pudo consumarse el 10 de abril de 1919 en la hacienda de Chinameca,
Morelos, como resultado de la emboscada fraguada por Guajardo, quien
informó sobre esta acción: “ A las 2 P.M., Zapata venía acompañado de
cien hombres para entrar a la hacienda. Estando preparada de antemano la
guardia para que a la entrada de éste hicieran honores y a la vez la
orden para que a la segunda llamada de honor hicieran fuego sobre el
cabecilla, estando el resto de la fuerza arreglada y dispuesta a
combatir, dando por resultado que a las dos y diez minutos de la tarde
se presentó ante el cuerpo de guardia ejecutándose lo dispuesto y
quedando muertos el propio Emiliano Zapata, Zeferino Ortega, Gil Muñoz y
otros generales y tropa que no se pudo identificar, habiéndose hecho
bajas entre muertos y heridos en número aproximado de 30 hombres”.
Acerca de estos acontecimientos, el Varón de Cuatro Ciénegas expuso en
su informe del 1 de septiembre: “El 12 de abril rindió parte el C.
General de División Pablo González, de Cuautla, Morelos, de que el 10
del mismo libraron rudo combate las fuerzas del gobierno al mando del
coronel Jesús Guajardo, con los zapatistas en la hacienda de Chinameca,
del mismo estado, y murió el cabecilla Emiliano Zapata, así como los
llamados ‘generales’ Feliciano Palacios, secretario de Zapata; Ceferino
Ortega, Gil Muñoz, Castrejón, y el ‘coronel’ Lucio Labastida, habiendo
resultado herido el cabecilla Jesús Capistrán. Por méritos en esta
acción fue ascendido al grado inmediato el coronel Jesús Guajardo, y el
Ejecutivo acordó que se diera una gratificación de cincuenta mil pesos a
los jefes y oficiales que tomaron parte en ella”.
Zapata, hoy
Como es del dominio público, el nombre Emiliano Zapata y el término
zapatista son muy utilizados en México para designar organizaciones
campesinas, estudiantiles, de colonos y otros núcleos populares,
guerrillas, ejidos, comunidades indígenas, grupos políticos, barrios,
colonias, calles, pueblos, municipios, auditorios y otras organizaciones
generalmente democráticas y de izquierda. De todas ellas, la
organización que mayormente sobresale es el Ejército Zapatista de
Liberación Nacional, cuyos documentos circulan por las redes sociales
más que los de cualquier otra organización mexicana. Existen, asimismo,
la Unión Popular Revolucionaria Emiliano Zapata, la Organización
Campesina Emiliano Zapata, Unión de Comuneros Emiliano Zapata, Frente
Democrático Oriental de México Emiliano Zapata, Liga Agraria
Revolucionaria del Sur Emiliano Zapata y muchísimas más.
Después
de la terminación del periodo de reformas estructurales (1934-1940), o
sexenio presidencial de Lázaro Cárdenas, los campesinos e indígenas
fueron sacrificados en aras de la industrialización; pero las cosas
empeoraron y empeoran con la aplicación de los proyectos y planes
neoliberales, vigentes en México a partir de diciembre de 1982.
Carlos Salinas de Gortari puso en marcha la contrarreforma agraria,
modificó regresivamente el Artículo 27 constitucional para terminar con
el reparto de tierras, destruir el ejido y suprimir la influencia
histórica de Emiliano Zapata.
Los sucesores de Salinas
eliminaron los subsidios a los pequeños productores, destinaron el
grueso del presupuesto agrícola a los monopolios exportadores y
emprendieron acciones de apertura comercial a rajatabla.
Además
de esa política que beneficia a las grandes empresas productoras de
alimentos, principalmente norteamericanas, los gobiernos de Vicente Fox,
Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto han reprimido y reprimen al Frente
de Pueblos en Defensa de la Tierra, de San Salvador Atenco; la Asamblea
Popular de los Pueblos de Oaxaca; la Coordinadora Regional de
Autoridades Comunitarias-Policía Comunitaria, de la Montaña y la Costa
Chica de Guerrero, así como otras organizaciones representativas de
campesinos e indígenas.
En tales condiciones, México requiere
con urgencia conquistar progresivamente la autosuficiencia alimentaria.
Para ello es menester, pues, retomar los ideales por los cuales combatió
el general Emiliano Zapata Salazar.
Bibliohemerografía básica
1. Libros
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Peláez Ramos, Gerardo, “La Expedición punitiva. Estados Unidos contra
Villa y contra México”, en los portales de La Haine, Nodo 50, Apia
virtual, Argenpress cultural, Rebelión y otros.
--“El Plan de Ayala de 1911 y el del siglo XXI”, en Rebanadas de realidad, La Haine, Apia virtual y otros portarles.
--“Revolución mexicana: cronología documental (1910-1917)”, en Rebanadas de realidad, La Haine, Apia virtual y otros portales.
--“Ricardo Flores Magón, a 90 años de su muerte”, en La Haine, Rebelión, Apia virtual, Rebanadas de realidad y otros portales.
--“Pancho Villa, a 90 años de su asesinato”, en Rebelión, Rebanadas de
realidad, La Haine, Apia virtual y otros sitios de Internet.
--“En el centenario de la Casa del Obrero Mundial”, en Rebanadas de
realidad, La Haine, Apia virtual, El eco de los pasos y otros sitios de
Internet.
--“La formación de la situación revolucionaria (1900-1910)”, La Haine, Rebelión, Apia virtual y otros sitios de Internet.
“Relación de los hechos que dieron por resultado la muerte de Emiliano
Zapata, jefe de la Revolución del Sur”, presentación de José Valero
Silva, en Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, vol. 2, 1967.
10.4.14
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