Carlos Acosta Córdova
En 1993, cuando se firmó el TLCAN, se prometía para México un
generoso crecimiento económico con una fuerte creación de empleos,
salarios mejor remunerados. Mayor bienestar social, en suma. Pero en más
de 23 años esos objetivos no se cumplieron. Y ahora que los
representantes de los tres países firmantes se reúnen en Washington para
actualizar, mejorar o modernizar ese espíritu original, llama la
atención que los negociadores mexicanos no lleven en sus documentos y
estrategias una propuesta para lograrlo.
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- En 1990 México, Estados Unidos y Canadá
anunciaron su decisión de iniciar pláticas formales, al año siguiente,
para establecer un tratado de libre comercio, que a la postre sería una
renovación y complemento del acuerdo que desde hacía años tenían los dos
segundos.
México, encabezado por un reformador e hiperactivo presidente Carlos
Salinas de Gortari –que devendría, por muchas razones, en uno de los
mandatarios más denostados en la historia del país–, no se quería quedar
fuera del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que
se convertiría en una poderosa región comercial, económica y financiera.
Con el TLCAN, aseguraba el gobierno, México no sólo será “potencia
exportadora, en el marco de la globalización económica” sino, por fin,
un país moderno, integrante del mayor bloque comercial del mundo, con
suficiente empleo, una industria dinámica y eficiente usufructuaria de
la tecnología de punta, con un crecimiento explosivo de las
exportaciones, mejores niveles de ingreso, una economía altamente
competitiva, sin fugas de mano de obra ni de capitales, el mejor de los
tratos con los colosos del norte.
Fueron tres años de arduas y complicadas negociaciones. Finalmente,
el TLCAN se firmó a finales de 1993 y entró en vigor el 1 de enero de
1994.
De ser una economía cerrada y poco competitiva a finales de los
ochenta, México es hoy una de las economías más abiertas al mundo.
Algunos aranceles se cancelaron al momento de entrada en vigor del
tratado, otros fueron sujetos a periodos de transición desde cinco y
hasta 15 años (el maíz, por ejemplo). Hoy en día no hay producto, al
menos de los que están incluidos en el tratado, que no esté libre de
aranceles.
Las pláticas entre los tres países que iniciaron en Washington el
pasado miércoles 16 para “renegociar” el TLCAN, “modernizarlo”,
“actualizarlo”, “mejorarlo”, se realizan bajo los peores augurios.
Pero los malos augurios vienen porque los negociadores estadunidenses
tienen la encomienda casi única de cumplir el capricho de su
presidente, Donald Trump, de reducir el déficit comercial que tiene
Estados Unidos con México, de más de 63 mil millones de dólares.
Déficit que –según su miopía y poco entendimiento de la economía y el
comercio internacional– le parece “injusto”, “abusivo”, de parte de
México, que le “roba” empleos a Estados Unidos y que sólo podrá reducir
obligando a México a comprarle más bienes a Estados Unidos o
imponiéndole aranceles a las exportaciones mexicanas que van a Estados
Unidos… aun a costa de que los consumidores estadunidenses compren
productos más caros.
Pero como fue una promesa de campaña y no quiere que se le caiga como
muchas otras y siga haciendo el ridículo ante su electorado –como el
impuesto de ajuste fronterizo, el tambaleante muro en la frontera o el
fracaso con el Obamacare y otros–, los negociadores pondrán toda la
carne en el asador para bajar el déficit comercial con México… y hacerle
ganar a Trump algunos puntos en su vapuleado nivel de aprobación
pública.
Las expectativas
Si bien las actuales negociaciones apenas se inician, no se sabe
realmente cuándo terminen ni en qué términos. La delegación mexicana,
independientemente de que lleva la consigna de levantarse de la mesa si
Estados Unidos insiste en imponer aranceles o cualquier tipo de
impuestos o trabas a las exportaciones mexicanas –medidas
proteccionistas, pues–, tienen el tiempo encima y saben que todo esto
debe terminar antes del proceso sucesorio de la Presidencia.
Lo que llama la atención de estas nuevas pláticas es que si bien son
muchos los temas por incluir, actualizar, mejorar o modernizar, los
negociadores mexicanos no llevan en sus carpetas, en sus estrategias, en
sus escenarios y mucho menos en sus mentes ni en sus propósitos un
TLCAN renovado que recupere el espíritu del tratado original, que
prometía para México un generoso crecimiento económico, con una fuerte
creación de empleos, salarios mejor remunerados y, en suma, mayor
bienestar social. Y que no se cumplieron.
Sí, el TLCAN le cambió el rostro al país, le dio una nueva imagen,
una nueva presencia… pero el alma se la dejó intacta. Con el tratado
México se volvió una potencia exportadora. Si antes lo fue de petróleo,
ahora es de manufacturas, principalmente en el sector automotriz. En
1993, el año previo a la entrada en vigor del TLCAN, México no aparecía
ni siquiera entre los primeros 30 países con el mayor comercio exterior.
Según el informe 2016 de la Organización Mundial de Comercio (OMC),
en 2015 México era el país número uno en exportaciones e importaciones
en América Latina; estaba en la posición 13 de los grandes exportadores
del mundo y en el 12 entre los importadores.
Ese mismo año, la OMC registró un valor total de las exportaciones
mexicanas por 381 mil millones de dólares, equivalentes a 2.3% del total
de exportaciones de todo el mundo, apenas abajo de 2.5% de Canadá, y
muy por debajo de Estados Unidos, que hizo exportaciones por 1 billón
505 mil millones de dólares (9.1% del total mundial) y muy lejos de los 2
billones 275 mil millones de dólares que exportó China en 2015 y que la
llevaron al primer lugar en exportaciones en el mundo, con 13.8% de las
exportaciones totales.
Arriba de México, entre los 12 que lo superaban por el monto de sus
exportaciones, estaban, en ese orden, China, Estados Unidos, Alemania,
Japón, Holanda, Hong Kong, Francia, Reino Unido, Italia, Canadá y
Bélgica. Pero debajo de México había, en la lista de la OMC en su
reporte de 2016, 37 países con menor capacidad exportadora, entre ellos
potencias como Rusia, Suiza, España, India, Emiratos Árabes Unidos,
Polonia, Brasil, entre otros.
En particular, las exportaciones manufactureras dieron un salto
espectacular. En el primer año del TLCAN se exportaron productos
manufacturados por 49 mil 84.2 millones de dólares. Casi 50 mil
millones. En 2016, ese monto ascendió a 336 mil 81 millones de dólares.
Un brinco, “nada más”, de casi 585%.
Y dentro de la industria manufacturera, que es el gran motor de la
economía mexicana, la joya de la corona es la industria automotriz, que
sin duda será uno de los temas de discusión más fuertes en las recién
iniciadas pláticas para la renegociación del TLCAN.
Una vez que ganó las elecciones presidenciales, Trump empezó a
presionar a las grandes armadoras automotrices para que abandonaran
México y regresaran a Estados Unidos.
Trump y sus negociadores tienen la mira puesta en la industria
automotriz mexicana que, gracias al tratado ha descollado. En 1994 dicha
industria representaba 1.9% del PIB nacional; hoy supera el 3%.
También, en el primer año del TLCAN, significaba 10.9% del PIB
manufacturero y ahora está más cerca de 20%.
Lo que no le gusta a Trump
Datos de la Asociación Mexicana de la Industria Automotriz (AMIA)
señalan que en 1994 México produjo poco más de 1 millón de vehículos,
sobre todo ligeros, y para 2015 la producción superó los 3 millones y
medio. Un brinco espectacular que permitió al país convertirse en el
séptimo productor mundial de vehículos y primero en América Latina
durante 2015, que son los datos consolidados más recientes.
Por delante de México están China, Estados Unidos, Japón, Alemania, Corea e India; y atrás, España, Brasil y Canadá.
También, dice la AMIA, de cada 100 vehículos producidos en el mundo,
en 2015, casi cuatro fueron ensamblados en México, y 80% de la
producción de vehículos está destinado a los mercados del exterior.
Es más, dice el organismo empresarial, la industria automotriz es el
principal generador de divisas netas para el país. En 2015 la balanza
comercial automotriz generó un superávit de 52 mil 503 millones de
dólares; el saldo de esa balanza duplica los ingresos por remesas y
contribuye con más de una cuarta parte del valor de las exportaciones
manufactureras.
Una industria automotriz mexicana, pues, cada vez más competitiva,
que no le gusta a Trump, a la que le quiere cambiar las reglas del
juego, para que las armadoras se instalen en su país y se lleven los
empleos que México le ha “robado”.
En el campo la historia no es muy diferente. Resulta que el TLCAN,
pese a los gritos y pataleos –justos en muchos casos– de las
organizaciones campesinas, ha significado una transformación que poco se
conoce.
Información de la compañía Grupo Consultor de Mercados Agrícolas, que
dirige el experto Juan Carlos Anaya Castellanos –asesor de organismos
empresariales, de empresas agropecuarias, dependencias federales y
gobiernos de los tres niveles–, señala que México es el décimo productor
agroalimentario en el mundo, después de Estados Unidos, China, la Unión
Europea, India, Brasil y otros.
Advierte que entre 1994 y 2017 han cambiado mucho las cosas. No tanto
la superficie cosechada, pues en el primer año del TLC había 18
millones 370 mil hectáreas cosechadas y en este 2017 son 20 millones 710
mil. No es mucha la diferencia. Pero sí la productividad: en 1994 hubo
154.5 millones de toneladas de productos agroalimentarios y este año van
273 millones. En 1994 el valor de la producción fue de 28 mil 177
millones de dólares y ahora es de 52 mil 212, un aumento nominal de
85.3% en el valor de la producción.
Entre enero y mayo de este año, el sector agroalimentario ocupó el
tercer lugar en las exportaciones totales del país; el primer lugar lo
ocupa el sector manufacturero, con 94 mil 237 millones de dólares; el
segundo, el sector automotriz, con 39 mil 10 millones de dólares; el
tercero, el sector agroalimentario, con 14 mil 346 millones de dólares, y
en cuarto lugar el sector petrolero, con 8 mil 326 millones de dólares.
Es decir, el sector agroalimentario exportó, entre enero y mayo de
2017, 72% más que el sector petrolero.
Además, según la información del Grupo Consultor en Mercados
Agrícolas, mientras que en los primeros 20 años del TLC la balanza
comercial agropecuaria siempre fue deficitaria, desde 2016 es
superavitaria. Entre enero y mayo de este año el comercio exterior
agroalimentario arrojó un saldo superavitario de 3 mil 979 millones de
dólares, producto de exportaciones por 14 mil 346 millones de dólares e
importaciones por 10 mil 367 millones.
Los desajustes
Lo que no se ve en el discurso del gobierno mexicano ni en las
estrategias del equipo negociador es cómo hacer para que el TLCAN y su
cauda de deslumbrantes éxitos lleguen al común de la gente. Porque de
poco ha servido que el comercio exterior, particularmente las
exportaciones, hayan crecido, en la era del tratado, a un ritmo promedio
anual de entre 10% y 12%, mientras que la economía apenas lo hizo en
2.5%, que lo único que dejó en claro es que la orientación exportadora
del modelo económico no creó los necesarios lazos y encadenamientos
productivos con el resto de la economía nacional.
Y eso quiere decir que no tenemos una industria nacional fuerte. Sí
una industria manufacturera exportadora potente pero muy concentrada.
Son pocas las que realizan la mayor parte de las exportaciones. Es una
industria exportadora excluyente, que prefiere tener en México a
proveedores extranjeros antes que mexicanos.
Y los indicadores socioeconómicos de hoy no son diferentes de los que
había antes del TLCAN. Por ejemplo, los salarios. De acuerdo con la
Comisión Nacional de los Salarios Mínimos, dependiente de la Secretaría
del Trabajo y Previsión Social, el salario mínimo real a mayo de 2017
(en pesos de la segunda quincena de diciembre de 2010) era de 63 pesos
con 69 centavos (63.69), mientras en enero de 1994, mes de entrada en
vigor del TLC, el salario mínimo real era de 81 pesos con 26 centavos
(81.26).
Es decir, con todo y que el salario mínimo nominal es 80.04 pesos, en
términos reales es de (en mayo pasado) 63.69 pesos, o 17.57 pesos menos
que en enero de 1994. O lo que es lo mismo, el salario mínimo real de
mayo de 2017 vale 22% menos que el de enero de 1994. O también, con un
salario de mayo de 2017 se podía comprar un 22% menos que con un salario
de 1994.
De los empleos ni qué decir. Apenas la semana pasada el Instituto
Nacional de Estadística y Geografía dio a conocer los indicadores
estratégicos de ocupación y empleo en el segundo trimestre de 2017. Sólo
por mencionar algunos datos dramáticos: 70% de quienes tienen un empleo
perciben entre cero pesos y tres salarios mínimos (240.12 pesos al
día).
De las 52.2 millones de personas ocupadas 19.6 millones (38%) tienen
acceso a instituciones de salud, pero la mayoría –32.4 millones (62%)–
no.
En materia de pobreza, muy a pesar del 25 aniversario de la Sedesol y
de los sexenales programas para abatirla, seguimos tablas. En 1992, en
plenas negociaciones del TLCAN original, había 46 millones de mexicanos
en condiciones de pobreza. En 2012 se llegó al extremo de 53.3 millones
de pobres, de los cuales 11.5 millones estaban en pobreza extrema. Y en
2014, según el último dato consolidado del Consejo Nacional de
Evaluación de la Política de Desarrollo Social, había 46.2 millones de
pobres, de los cuales 35.6 millones vivían en pobreza moderada y 9.8 en
pobreza extrema.
En suma, el espectacular desempeño del sector exportador parece haber
pasado de largo para el grueso de la población… y de la propia
economía, que no se vio impactada positivamente en más de 23 años de
TLCAN.
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