Anuncia Carstens su salida entre loas por su supuesta eficiencia. Quienes lo extrañarán son los especuladores, pues lograron grandes ganancias mediante el alza de las tasas de interés. No cumplió con lo que dispone la Constitución: salvaguardar la estabilidad y el valor de la moneda. Dejará la inflación por encima del 4 por ciento y una devaluación del peso de más del 60 por ciento
Agustín Carstens hizo votos porque sea
“terso, ordenado y sin sobresaltos” el “largo periodo [de] transición de
un gobernador [del Banco de México] al siguiente que será designado en
su oportunidad por el presidente de la República”. Ese proceso que se
inició el 1 de diciembre, cuando presentó su renuncia a dicho puesto en
el banco central de México y que ocupará hasta el 1 de julio de 2017,
cuando hará efectiva su decisión y empezará a empacar sus trebejos para
irse a administrar el Banco de Pagos Internacionales.
Lo anterior y otras cosas se leen en la
carta enviada por Agustín Carstens a sus súbditos del banco central y en
un comunicado emitido a la opinión pública por el mismo organismo sobre
el mismo tema, ambos datados el 1 de diciembre. Además de formalizarse
su separación, Carstens se deshizo en agradecimientos a Felipe Calderón,
quien lo encaramó en el puesto citado en 2010, y a Enrique Peña Nieto,
quien lo ratificó para un segundo periodo, el cual terminaría el 31 de
diciembre de 2021; anunció que dimitía prematuramente porque prefería la
gerencia general del Banco de Pagos Internacionales; y, orondo, se
elogió a sí mismo por haber sido elegido para regentar al banco
central de los bancos centrales del mundo, distinción que, sin
disfrazada inmodestia, hizo extensiva al país y los parias
subdesarrollados. “Es un gran honor para mí, el Banco de México y el
país” rubricó Carstens, porque por “primera vez un banquero central de
una economía emergente” ocupará un selecto puesto de tan “alta
responsabilidad integrado por los gobernadores de los siete principales
bancos centrales del mundo”.
Fue curioso el método epistolar empleado a posteriori
para oficializar la salida de un funcionario y cuya noticia ya había
sido publicitada por las vías informales de las redes sociales de
internet.
Desde luego, la buena nueva no fue un acto de deferencia social. Sólo fue un recurso sui géneris
para tratar de contrarrestar la incertidumbre y el pánico que provocó
la renuncia entre los especuladores. El costo fue una pequeña burbuja
especulativa: un nuevo desplome de la paridad cambiaria, el 1 de
diciembre (1.1 por ciento o 23 centavos, al pasar de 20.52 a 20.75 pesos
por dólar estadunidense) y del mercado bursátil (1.61 por ciento en dos
días).
Pero como le gusta decir a Carstens:
simplemente fue un intrascendente “bache momentáneo, pasajero” que, de
nueva cuenta, entreveró las consecuencias de la irracionalidad de los
especuladores, la libertad especulativa, el desinterés del banco central
y las autoridades hacendarias para controlar sus ímpetus, en aras de no
alterar las reglas del juego neoliberal impuestas externamente y
aceptadas localmente, en una especie de servidumbre voluntaria.
Desde luego no es lo mismo ser un
banquero central pueblerino, en un país cada vez más violento, que un
directivo de un organismo internacional ubicado en la tranquila y
tediosa ciudad de Basilea, Suiza, aunque sea como un empleado más. No es
lo mismo ser cabeza de ratón que cola de león. Pero es difícil aceptar
que la renuncia de Carstens haya sido desconocida por el Ejecutivo y,
por tanto, fuera un acto de deslealtad.
Lo que quizá pasó fue un
problema de formas.
La irracionalidad de los especuladores
se debe a que una renuncia era irrelevante, toda vez la sabia cabeza que
sustituya a Carstens, cualquiera de los subgobernadores, garantiza la
continuidad de la mismas políticas monetarias ortodoxas, porque todos
los subgobernadores del banco central, los actuales y los próximos,
están cortados y formados en el mismo credo neoliberal. Son un grupo
homogéneo y compacto.
Hasta que alguien decida expulsarlos del templo.
En
todo caso, si se considera los resultados arrojados por el Banco de
México en la era Carstens, el balance de su mandato puede decirse que
fue un fracaso, de acuerdo con la ley orgánica del organismo y cuyo
objetivo prioritario es salvaguardar la estabilidad y el valor de la
moneda. Ese único objetivo implica controlar el nivel de la inflación,
al margen de que los instrumentos que empleen sacrifiquen el
crecimiento, los salarios reales y el bienestar social, tal y como ha
sucedió desde 1983 a la fecha.
La subordinación del aumento de los
salarios nominales y del crecimiento, así como la austeridad fiscal y la
astringencia monetaria corresponden a la estrategia de la inflación
primermundista con un crecimiento y bienestar tercermundista.
Es cierto que desde enero de 2015 la
inflación se ha ubicado en el rango de la meta: 3 por ciento, más menos
un punto porcentual, aunque probablemente al cierre de 2016 y en 2017 se
ubique por encima de 4 por ciento.
La tendencia de los precios de
importación, los del productor y la inflación no subyacente indica
mayores presiones inflacionarias. Ello explica el endurecimiento de la
política monetaria, es decir, la inducción de las tasas de interés
impuesto por el banco central.
Sin embargo, el comportamiento del tipo
de cambio evidencia el fracaso de Carstens y del banco central en su
tarea prioritaria. Anualmente, durante el peñismo, la variación del tipo
de cambio, se planeó que fuera similar a la tasa de variación de la
inflación, e incluso se proponía un atraso o revaluación, sin importar
que abaratara artificial y deslealmente el precio de las importaciones,
en detrimento de la producción local, el crecimiento y el empleo.
En lo que va del peñismo la paridad pasó
de 13.08 pesos por dólar a 20-21 pesos por dólar, lo que equivale a una
macrodevaluación cercana a 60 por ciento.
En ese sentido, Carstens y el banco central han fracasado en su encomienda constitucional.
En esa misma lógica, la población y los
inversionistas deberían agradecer la decisión de Carstens de abandonar
el banco central, aunque el panorama no cambia nada si se considera que
lo sustituirá un personaje clonado.
Sólo los especuladores pueden sentirse
satisfechos. El Carstens actual y los Carstens futuros les darán lo que
quieren: mayores ganancias financieras, por la vía de la elevación de
las tasas de interés.
A los únicos que les resulta indiferente su desaparición del escenario político-financiero del país son las mayorías.
Recuérdese que Carstens, primero, se
rasgó las vestiduras y se opuso rotundamente a la propuesta de Miguel
Ángel Mancera, jefe de Gobierno de la Ciudad de México, de programar una
gradual recuperación del poder de compra de los salarios mínimos,
porque supuestamente elevaría la inflación, sin ofrecer pruebas al
respecto; y, después, festejó la “flexibilización” laboral porque
abarataría los costos y los tiempos del despido de los trabajadores.
El nuevo banquero central pensará lo mismo.
El único que realmente es feliz es el
propio Carstens. Se irá con una pensión generosa que ya cobra desde hace
tiempo, y abandonará el barco antes que se hunda.
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