CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Con demasiadas expectativas en varios
sectores críticos de una sociedad irritada por la corrupción, la
impunidad, la violencia y criminalización oficial, la visita del Papa
Francisco a México va para su cuarto día y no ha cimbrado como se
esperaba ni ha dado la auténtica “nota” o mensaje que lo haga recordar
como un pastor católico que pretende marcar una diferencia sustancial,
no sólo verbal, con sus antecesores.
Su fama de padre humilde o sacerdote crítico con los poderosos no se ha cumplido en México más que con frases generales que condenan la corrupción, el fariseísmo, la cultura de la muerte y la violencia, y las tentaciones de la riqueza, la vanidad y la soberbia, pero no aterrizan en problemas concretos del país.
Quizá el hecho más concreto de Francisco se produjo en San Cristóbal de las Casas, donde autorizó las ceremonias litúrgicas en lenguas indígenas y rindió un breve y simbólico homenaje al “obispo rojo”, don Samuel Ruiz, tan condenado y perseguido por esa jerarquía que aún encabezan cardenales como Norberto Rivera que acompañan a Bergoglio.
En Ecatepec evadió mencionar el tema de los feminicidios y las alertas de género en esta zona castigada por la pobreza, el clientelismo voraz y el crimen organizado. En Michoacán ni con el pétalo de una mención condenó el legado de desprestigio de Marcial Maciel y sus Legionarios. Mucho menos se pronunció por la injusta detención de líderes de autodefensas, como el doctor José Manuel Mireles, que tuvieron el apoyo de varios sacerdotes.
Al cuarto día de su visita, el Papa Francisco no se ha reunido ni con las víctimas de los abusos sexuales del clero, ni con los familiares de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, ni con organizaciones dedicadas a la batalla contra la trata, ni contra el abuso de migrantes, dos de los temas que más le preocupan desde su paso como arzobispo de Buenos Aires.
Vaya, ni siquiera ha mencionado que desde 2013 a la fecha, 11 sacerdotes católicos han sido asesinados por el crimen organizado y muchas parroquias católicas han sido atenazadas por la doble violencia de la corrupción y el cobro de piso.
Tal parece que el Papa Francisco ha optado por no incordiar ni al gobierno de Enrique Peña Nieto, ni a la jerarquía eclesiástica, ni a la cúpula empresarial, ni al poder mediático que ha convertido su visita en un teletón irrefrenable que mercantiliza todo: desde la imagen hasta la “medalla conmemorativa” del pontífice católico.
Desde los primeros minutos de su llegada al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México quedó claro que Francisco estaría en manos de un telepresidente, de un show continuo organizado por la primera dama Angélica Rivera y sus amigos cantantes de Televisa.
Incluso, según reveló el padre Alejandro Solalinde en entrevista con Carmen Aristegui en CNN, el Papa que ha evadido la reunión con los familiares de Ayotzinapa optó por un encuentro privado en la Nunciatura con los ejecutivos de Televisa.
Eso sí, su vocero Federico Lombardi se quejó porque los medios informativos están “presionando” para que Francisco aborde el tema de Ayotzinapa, cuando todo periodista identifica a este asunto como el caso más emblemático y mencionado a nivel internacional como la peor muestra de la crisis de los derechos humanos en México.
Como monaguillos desesperados por obtener un rédito político-electoral, los miembros del gabinete, gobernadores, legisladores y líderes de todos los signos partidistas, desde Andrés Manuel López Obrador hasta Enrique Peña Nieto, han pretendido capitalizar la visita del Papa.
En algunos casos, las formas más grotescas de exclusión típica del Mirreynato mexicano han aparecido: como el tráfico de “boletos VIP” para los privilegiados, los influyentes y con “contactos” en los eventos masivos y en el acceso a la Nunciatura.
En el hospital infantil Federico Gómez, que el Papa Francisco visitó el domingo en la noche, la Presidencia de la República “hizo pasar a niños VIP como pacientes”, según informó Víctor Trujillo en su cuenta de Twitter @brozoxmiswebs.
Eso sí, nadie se atrevió a decirle nada a la primera dama Angélica Rivera, quien lloró lágrimas de cocodrilo en ese mismo hospital a donde pretenden dirigir los “fondos recaudados” de su disco de la visita del Papa.
La decepción de la gira de Francisco también se relaciona con la misma actitud crítica de los feligreses mexicanos frente al Vaticano y a la alta jerarquía eclesiástica.
Desde antes de su llegada, la empresa encuestadora Parametría dio a conocer un sondeo en 800 viviendas a escala nacional que arrojó datos muy reveladores del estado de ánimo social frente a la visita: el 65% de mexicanos se expresó en contra de cubrir los gastos del viaje del Papa; 93% respondió que no tenía planeado asistir a algún evento de la visita del líder católico, y sólo 20% mejoró su opinión de la Iglesia católica con la llegada de Jorge Bergoglio, mientras que 68% no ha cambiado su posición.
Los fieles capitalinos no se volcaron a las calles como se esperaba. El jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera, prefirió un ostentoso y torpe operativo de cierre de vialidades que ahuyentó a la gente de las calles y del Zócalo. Eso sí, presumió su selfie con el Papa.
En su “Rayuela” de este martes 16, La Jornada recetó una dura crítica a la agenda del Papa Francisco: “Sí tuvo Francisco tiempo para recibir a las cúpulas de Televisa y de TV Azteca, pero no tiene un segundo para confortar a los padres de los 43”.
Como bien dice el propio Bergoglio, “con el diablo no se dialoga porque acabas perdiendo”. Hasta ahora el pontífice católico optó por dialogar y negociar con los ‘diablos’ mexicanos y sólo confortar con generalidades y bendiciones a los más humildes.
Su fama de padre humilde o sacerdote crítico con los poderosos no se ha cumplido en México más que con frases generales que condenan la corrupción, el fariseísmo, la cultura de la muerte y la violencia, y las tentaciones de la riqueza, la vanidad y la soberbia, pero no aterrizan en problemas concretos del país.
Quizá el hecho más concreto de Francisco se produjo en San Cristóbal de las Casas, donde autorizó las ceremonias litúrgicas en lenguas indígenas y rindió un breve y simbólico homenaje al “obispo rojo”, don Samuel Ruiz, tan condenado y perseguido por esa jerarquía que aún encabezan cardenales como Norberto Rivera que acompañan a Bergoglio.
En Ecatepec evadió mencionar el tema de los feminicidios y las alertas de género en esta zona castigada por la pobreza, el clientelismo voraz y el crimen organizado. En Michoacán ni con el pétalo de una mención condenó el legado de desprestigio de Marcial Maciel y sus Legionarios. Mucho menos se pronunció por la injusta detención de líderes de autodefensas, como el doctor José Manuel Mireles, que tuvieron el apoyo de varios sacerdotes.
Al cuarto día de su visita, el Papa Francisco no se ha reunido ni con las víctimas de los abusos sexuales del clero, ni con los familiares de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, ni con organizaciones dedicadas a la batalla contra la trata, ni contra el abuso de migrantes, dos de los temas que más le preocupan desde su paso como arzobispo de Buenos Aires.
Vaya, ni siquiera ha mencionado que desde 2013 a la fecha, 11 sacerdotes católicos han sido asesinados por el crimen organizado y muchas parroquias católicas han sido atenazadas por la doble violencia de la corrupción y el cobro de piso.
Tal parece que el Papa Francisco ha optado por no incordiar ni al gobierno de Enrique Peña Nieto, ni a la jerarquía eclesiástica, ni a la cúpula empresarial, ni al poder mediático que ha convertido su visita en un teletón irrefrenable que mercantiliza todo: desde la imagen hasta la “medalla conmemorativa” del pontífice católico.
Desde los primeros minutos de su llegada al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México quedó claro que Francisco estaría en manos de un telepresidente, de un show continuo organizado por la primera dama Angélica Rivera y sus amigos cantantes de Televisa.
Incluso, según reveló el padre Alejandro Solalinde en entrevista con Carmen Aristegui en CNN, el Papa que ha evadido la reunión con los familiares de Ayotzinapa optó por un encuentro privado en la Nunciatura con los ejecutivos de Televisa.
Eso sí, su vocero Federico Lombardi se quejó porque los medios informativos están “presionando” para que Francisco aborde el tema de Ayotzinapa, cuando todo periodista identifica a este asunto como el caso más emblemático y mencionado a nivel internacional como la peor muestra de la crisis de los derechos humanos en México.
Como monaguillos desesperados por obtener un rédito político-electoral, los miembros del gabinete, gobernadores, legisladores y líderes de todos los signos partidistas, desde Andrés Manuel López Obrador hasta Enrique Peña Nieto, han pretendido capitalizar la visita del Papa.
En algunos casos, las formas más grotescas de exclusión típica del Mirreynato mexicano han aparecido: como el tráfico de “boletos VIP” para los privilegiados, los influyentes y con “contactos” en los eventos masivos y en el acceso a la Nunciatura.
En el hospital infantil Federico Gómez, que el Papa Francisco visitó el domingo en la noche, la Presidencia de la República “hizo pasar a niños VIP como pacientes”, según informó Víctor Trujillo en su cuenta de Twitter @brozoxmiswebs.
Eso sí, nadie se atrevió a decirle nada a la primera dama Angélica Rivera, quien lloró lágrimas de cocodrilo en ese mismo hospital a donde pretenden dirigir los “fondos recaudados” de su disco de la visita del Papa.
La decepción de la gira de Francisco también se relaciona con la misma actitud crítica de los feligreses mexicanos frente al Vaticano y a la alta jerarquía eclesiástica.
Desde antes de su llegada, la empresa encuestadora Parametría dio a conocer un sondeo en 800 viviendas a escala nacional que arrojó datos muy reveladores del estado de ánimo social frente a la visita: el 65% de mexicanos se expresó en contra de cubrir los gastos del viaje del Papa; 93% respondió que no tenía planeado asistir a algún evento de la visita del líder católico, y sólo 20% mejoró su opinión de la Iglesia católica con la llegada de Jorge Bergoglio, mientras que 68% no ha cambiado su posición.
Los fieles capitalinos no se volcaron a las calles como se esperaba. El jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera, prefirió un ostentoso y torpe operativo de cierre de vialidades que ahuyentó a la gente de las calles y del Zócalo. Eso sí, presumió su selfie con el Papa.
En su “Rayuela” de este martes 16, La Jornada recetó una dura crítica a la agenda del Papa Francisco: “Sí tuvo Francisco tiempo para recibir a las cúpulas de Televisa y de TV Azteca, pero no tiene un segundo para confortar a los padres de los 43”.
Como bien dice el propio Bergoglio, “con el diablo no se dialoga porque acabas perdiendo”. Hasta ahora el pontífice católico optó por dialogar y negociar con los ‘diablos’ mexicanos y sólo confortar con generalidades y bendiciones a los más humildes.
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