Lev Moujahid Velázquez Barriga
Las instituciones
formadoras de docentes y las encargadas de la profesionalización, así
como actualización del magisterio, han sido ocupadas por el discurso
economicista de los órganos financieros, éstos imponen, por medio de la
violencia física, laboral y judicial a través del Estado, una visión
alejada de la escuela, las preocupaciones sociales y del desarrollo
humano.
La reforma educativa carece de una propuesta de
formación para los maestros. Lo que oferta es un “estatuto laboral”
llamado servicio profesional docente, que pobremente incita a la
capacitación técnica para uso de las tecnologías de la información y la
comunicación (TIC), a la memorización de leyes y reglamentos laborales y
administrativos para la funcionalidad de la escuela. Eso fue lo que
priorizaron sus falsas “evaluaciones” que a falta de legitimidad y
fundamentos pedagógicos, impusieron a sangre y fuego contra los
docentes.
En este marco de acontecimientos, propios de un
régimen fascista, no podemos ya pensar en que la formación de docentes
con altos compromisos éticos y sociales pueda ser un acto dirigido en la
verticalidad y el autoritarismo. Es necesaria una ruptura que recupere
la capacidad autónoma de los maestros para constituirse como verdaderos
educadores con autonomía para definir desde su condición social el tipo
de sociedad y el modelo educativo que se requiere construir para detener
el avance de un Estado antidemocrático.
No es posible que la
sociedad siga confiando a los organismos de la globalización económica, a
la iniciativa privada o empresarial, la formación de los docentes,
porque sencillamente los proyectos son opuestos al desarrollo colectivo,
a los intereses plurales de la nación, pero una alternativa sólo
adquiere sentido en tanto se materializa, es decir, se llevan a cabo las
prácticas de empoderamiento de los subalternos. En este caso hablamos
de los educadores que alienadamente han transitado sobre caminos hechos
para que otros logren sus intereses particulares y hegemónicos.
Esta alternativa para la formación docente sólo puede venir de los educadores mismos, y tendrá que desinstalar los sistemas meritocráticos
de profesionalización que se han configurado con base en escalas de
trabajo gerencial al estilo McDonald’s y el fetichismo por la medición
de resultados a través de la “evaluación”; tendrá que evidenciar la
propuesta oficial para reformar las normales, por su carácter
“minimalista” en la reducción de saberes, cuyo objetivo central es el
desarme cultural de la formación didáctica, ética, pedagógica,
filosófica, histórica y política, incluso, hasta desaparecer la
profesión docente.
El gran reto es descolonizarse, desaprender,
no formarse más como docentes para repetir las mismas tesis de la
educación empresarial, porque el resultado será igual al que se necesita
cambiar. Estamos frente al desafío de proclamarse en la independencia
educativa, en la autonomía y descolonización cultural de la clase en el
poder; esta perspectiva obliga al reconocimiento de las raíces
latinoamericanas de nuestras formas propias de entender lo pedagógico
como un proceso de educación popular para la emancipación social y la
afirmación de una identidad arraigada en los excluidos, desde sus
diferentes formas de opresión racial, sexual, económica o política, pero
identificando una sola raíz de la dominación, el sistema-mundo
capitalista.
La herramienta principal de los docentes en el
terreno ideológico para empezar a ser educadores populares, sin
renunciar a la resistencia de las movilizaciones pacíficas, debe ser
precisamente la “razón crítica”, con base en ella tendrán que enfocar el
análisis educativo. Se trata de hacer visibles las relaciones de poder,
control y dominación en el ámbito microsocial de la escuela y el aula;
de someter a juicio reflexivo los planes y programas de los sistemas
educativos, enfoques y didácticas, políticas y marcos jurídicos
reproductores del poder, este es un paso fundamental para la elaboración
de propuestas alternativas.
La crítica al currículo es, sin
embargo, sólo el parteaguas para la deconstrucción de la escuela como
aparato de reproducción ideológica, material y cultural de los dueños
del dinero, lo que sigue es hacer de ella un campo de disputa de lo que
ahí se enseña y se aprende, de cómo se organiza y para qué fines, de
otro modo sólo habrá protesta y no propuesta, la resistencia será
negación sin un proyecto educativo viable que haga posible un mundo
mejor; en otras palabras, la invitación es a no sólo ocupar las calles y
plazas públicas, sino también las escuelas, las bibliotecas escolares,
las instituciones de formación docente, los libros de texto, las
reuniones de consejos técnicos escolares, los planes y programas de
estudio, con un proyecto que materialice lo que se escribe en cada manta
o pancarta como demanda educativa, lo que se repite en cada consigna
como aspiración colectiva de lo que debe ser la educación pública,
científica y popular.
El nuevo educador que demanda este proceso
de ocupación ideológica y empoderamiento pedagógico no debe ser lineal,
ni enarbolar el pensamiento único, mecanicista y productivista de la
reforma educativa. Los maestros que en ella se forman para educar en
competencias, medir los conocimientos con instrumentos de
estandarización y organizar la escuela como empresa para lograr la
“calidad”, están totalmente limitados, son incapaces de explicar el
mundo en su complejidad y fomentar el desarrollo integral de los
alumnos.
Los docentes tendrán que formarse en la comprensión de
una realidad natural y social que tiene muchas facetas y dimensiones con
relaciones estrechas entre sí, en la atención de alumnos también
diversos, irreductibles al individualismo competitivo, a números
estadísticos o a su sola capacidad laboral; por el contrario, los
alumnos se definen en múltiples facultades éticas, estéticas, políticas,
económicas, sociales, culturales, creativas, emocionales, racionales,
existenciales y demás que tenemos los seres humanos y que jamás podrían
desarrollarse en la cuadratura de las competencias o medirse con
exámenes estandarizados.
Junto a los tiempos y espacios de
movilización y protesta social, deberán crearse otros en los que los
educadores se formen en la conciencia crítica, en el conocimiento de las
pedagogías liberadoras, en los principios de la educación popular; pero
de manera sistemática, práctica, teórica, académica, rigurosa,
estratégica y consciente, para saldar los vacíos y compromisos de la
educación neoliberal con el pueblo, pero sobre todo para formar
educadores que sean constructores de sueños, de sociedades libres, de
hombres y mujeres críticos.
A esta instrumentación violenta de
la reforma para despojar a los maestros de su identidad histórica como
forjadores de la patria y convertirlos en reproductores de la
escuela-fábrica, proponemos la conceptualización que Paulo Freire
elaboró para referirse al maestro como “educador”, es decir, como un
sujeto que enseña y aprende a su vez, revestido de conciencia crítica,
sentido ético y compromiso colectivo; pero que es también “popular”
porque se reconoce como pueblo, como parte de una clase social que no es
opresora y por tanto su papel liberador es inherente al de su profesión
educativa.
Está claro que los nuevos educadores populares no se
harán en la espontaneidad, no existe una conciencia social que surja de
la nada, adquirida de modo automático en la experiencia o
preconstituida, y que pueda simplemente trasmitirse, tampoco instalarse
como un dispositivo desde fuera de cada persona, esto se hace en el
diálogo, en el intercambio de experiencias, en la lectura crítica de los
textos y contextos, en la reflexión y la práctica. La gran tarea de las
maestras y maestros de México es abrir esos canales de diálogo,
materializar cada propuesta y desmantelar las bases que dan sustento a
la reforma educativa de los empresarios.
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