De la
candidatura presidencial sin bibliografía al acorazamiento del
nuevo Señor Presidente
Se puede afirmar que
el primer año del gobierno de Enrique Peña Nieto ha sido también
el año de la aceleración política y represiva en la restauración
del PRI como partido de Estado. Viejos anhelos autoritarios envueltos en ropajes nuevos y una
obsesión por recobrar el control político del Estado, con golpes
de timón que implican la recuperación autoritaria de la unidad de
la política en contextos de fragmentación del orden social
tradicional, lo que se traduce en el rigor con el que Peña Nieto
ha querido relanzar las fórmulas actuales del capitalismo
neoliberal en México.
Asistimos a la entronización del dogma de la
privatización de bienes públicos en nombre de activar la economía
nacional, del montaje y de la intromisión abiertamente
melodramática y grotesca de los mass media en las
tragedias nacionales, como el caso de Laura Bozzo y su performance
de ayuda supuestamente humanitaria; de la permanencia de una
situación de excepcionalidad del Estado en su “monopolio” de la
violencia, y de una “guerra” contra el crimen organizado que es
también parte de una “guerra” contra la sociedad –vía la
normalización de la militarización–; de las respuestas
regionalizadas y organizadas de la misma sociedad a la violencia
extrema, como las llamadas autodefensas y lo que puede
llegar a expresarse como un posible levantamiento nacional de las
mismas.
Del candidato presidencial que confundía libros y
autores, que citaba equivocadamente obras que seguramente no había
leído, que concentraba en su figura el paradigma del analfabetismo
tecnocrático, pasamos al señor presidente que vive su primer año
de gobierno acorazado en la repetición exhaustiva de que con él se
inaugura una nueva época; en el elogio de los medios de
comunicación más duros en su filiación con el regreso; en la
defensa despótica de la velocidad de la restauración y en la
rehabilitación autoritaria de la nación. Pese a su deseo vehemente
de erigirse en el presidente del nuevo orden mediático, en su
alianza permanente con los grandes corporativos de la
comunicación, Peña Nieto no puede declinar en su voluntad
ideológica de precarizar toda la vida social y de “armonizar”,
discursiva y mediáticamente, las profundas turbulencias que este
proceso va dejando.
Lejos de responder a la emergencia nacional que
hereda del gobierno de Felipe Calderón con “otras” estrategias,
como lo había prometido en campaña, Peña Nieto reitera, eso sí,
con menor espectacularidad, el orden de la “guerra” infinita,
quizás ahora como una guerra de baja intensidad mediática
y la dirige también, enfáticamente, hacia la represión de
movimientos sociales que se oponen al ciclo reformista.
En este primero año del gobierno de Enrique Peña
Nieto ya contamos con una escenografía del apogeo del regreso del
PRI a Los Pinos y atestiguamos la
primera agonía de la retórica de la restauración; escenas que
registran las ambiciosas ficciones restauradoras; el cuadro básico
de una nación y su violenta transformación social, sin modificarse
en sus estructuras de dominación y corrupción políticas.
De los medios
sin mediaciones al “Señor Presidente: millones de tuits ordenan
su presencia en el lugar del siniestro”
Todo gobierno mide su vínculo solidario con la
sociedad a través del modo en que responde ante las catástrofes.
Toda catástrofe natural en tiempos de precarización asfixiante de
la sociedad y de la vivienda, o de la corrupción como falta de
planeación habitacional, corre el peligro de transformarse en una
segunda catástrofe: la del aparato estatal y su negligencia ante
el dolor, la muerte, la pérdida y los “daños materiales”. El
gobierno de Peña Nieto ha tenido la nada grata oportunidad de
medir el alcance de su restauración ante al menos dos hechos
lamentables: uno, la explosión de un edificio de Pemex, el 31 de
enero de 2013, prácticamente en el comienzo de su sexenio; y el
otro, los ciclones Ingrid y Manuel, que
afectaron a veintidós estados de la República durante septiembre y
octubre. En ambos casos, el orden mediático impuesto por Enrique
Peña Nieto desde el 1 de diciembre de 2012 se resquebraja
momentáneamente, de manera innegable, y nada pueden hacer por él
los respaldos de imagen y de opinión de algunos medios sin postura
crítica ante el nuevo poder presidencial.
Ante la explosión del edificio de Pemex en Ciudad
de México, el gobierno de Peña Nieto intenta imponer una
inmovilidad mediática y un régimen informativo antirumor que muy
pronto es vencido por las especulaciones sobre las posibles causas
de la explosión, que son también una exigencia de claridad
judicial y política sobre los hechos. Mueren treinta y siete
personas y hay más de 120 heridos. Literalmente, el gobierno de
Peña Nieto monta una patética escenografía mortecina en el lugar
de los hechos para ofrecer ruedas de prensa, y fracasa en su
voluntad de imponerle un silencio anticonspirativo a la sociedad.
Peña Nieto remata su desatinada intervención en la explosión de
Pemex cuando declara tres días de luto nacional y él mismo lo
incumple: se va de paseo a Punta Mita, Nayarit, y la sociedad de
internet lo obliga a punta de tuits a regresar al lugar de los
hechos.
En el caso de los ciclones Ingrid y Manuel, otro hecho mediático va a colocar otra vez en perspectiva crítica la permisibilidad de Peña Nieto en su alianza con Televisa. El 20 de septiembre, en Pénjamo, Coyuca de Benítez, Guerrero, la conductora de reality shows, Laura Bozzo, monta una intervención melodramatizada para descender de un helicóptero de rescatistas del gobierno del Estado de México en una cancha de futbol de una comunidad devastada, incomunicada, en la emergencia nacional que dejaron los ciclones. Bozzo y su acción melodramática de supuesta ayuda humanitaria y transmisión pueril de la tragedia viva actualizan el modo en que históricamente Televisa interpreta los desastres naturales y nacionales, así como el silencio estratégico del gobierno federal ante la intervención melodramática de Bozzo: transforma el dolor y la escenografía de la pobreza devastada en rating, en mercancía y en un espectáculo de heroísmo redentorista y mediático, en tiempos en que la descripción de los hechos desaparece del ímpetu periodístico, todo ello haciendo uso de un helicóptero propiedad del Estado.
De las
reformas neoliberales y los poderes metalegislativos de un pacto
con nariz de cacahuate
Sería una injusticia menor centrar la eficacia de
la restauración presidencialista solamente en la figura de Enrique
Peña Nieto, en los débiles ritos de exageración institucional de
su gabinete por parte de periodistas, intelectuales, opinadores,
lectores de noticias, y en los demás gestos unánimes en el
encubrimiento mediático de la gestión del presidente, ahora
también adictos al régimen. La gran restauración del
presidencialismo de Peña Nieto se la debemos también a esa
entelequia metalegislativa llamada Pacto por México, un
“pluralismo” de élite partidista que también puede entenderse como
una evocación nostálgica de lo que antes se identificaba como la
“clase política mexicana”. Jesús Zambrano, líder nacional del PRD, y Gustavo Madero, dirigente nacional
del PAN, se encargan de ungir a Peña
Nieto como el gran articulador reformista del neoliberalismo
postsalinista y, de paso, rematan los escombros ideológicos tanto
de la izquierda como de la derecha partidistas, para ofrecerlos en
sacrificio al régimen que terminará de desarticular la transición
a la democracia en México.
El Rey no va desnudo todavía: hasta el momento,
la fuerza de su restauración presidencialista parece eficaz si se
le ve desde el sometimiento de los líderes partidistas de la
oposición y, sobre todo, desde el avance de una serie de reformas
que van cumpliendo con el programa de desmontaje social de las
funciones del Estado, desde la privatización más o menos eficiente
de los bienes públicos (falta la joya de la corona de las
aspiraciones privatizadoras: Pemex), desde la intocabilidad de la
nueva oligarquía económica y mediática, desde el crecimiento de
regímenes de excepción o abiertamente monopólicos en términos
fiscales y en telecomunicaciones, mientras que la criminalización
de amplios sectores que directamente son afectados en sus derechos
por las reformas va consumando el ciclo de aprobación legislativa
de las reformas. Se va generando el punto de vista único en
términos ideológicos a partir del Pacto por México, y se quiere
imponer como sentido común la unilateralidad con la que el
reformismo de Peña Nieto difunde que no hay más camino que el de
las reformas neoliberales.
Las reformas de Peña Nieto también son la
herramienta para formalizar y hasta intentar legalizar la historia
reciente de la represión en México; así, se justifica en términos
ideológicos el uso de la fuerza militarizada del Estado en contra
de la sociedad. Si el “uso de la fuerza” en Atenco (2006), que se
transmite en vivo y en directo por televisión, es uno de los
primeros ensayos en los que la represión de Estado se articula a
la interpretación simplificada y mediática de los nuevos
movimientos sociales, en Oaxaca, en el mismo año, esta represión
cristaliza en ciertos métodos: la avanzada militar policíaca
contra la APPO (Asamblea Popular de
los Pueblos de Oaxaca) ya se plantea en términos de “batalla”, y
la organización popular ante los abusos del entonces gobernador
Ulises Ruiz es objeto de una barbarización por parte de la franja
corporativa de los medios de comunicación, de manera que,
narrativamente, se “prepara” la liquidación policíaca de la APPO.
Este proceso de ensayos represivos culmina su
ciclo de conformación el 1 de enero de 2012, entre columnas de
humo y ante la furia con la que se recibe al gobierno de Peña
Nieto. Se generan los nuevos enemigos internos del régimen de la
restauración, que funcionan como la justificación transparente de
la represión: los “anarquistas” que se vuelven visibles desde la
toma de protesta de Peña Nieto y los maestros de la CNTE, que con el desalojo cuasi militar
de su plantón, el viernes 13 de septiembre, son ya el objeto de la
represión que deja la aplicación ideológica de las reformas de
Peña Nieto, que al mismo tiempo expresa la potencia con la que el
aparato policíaco-militar se adapta a las exigencias políticas del
neoliberalismo. El Estado neoliberal, configurado también por la
alianza de élite entre PRI, PAN y PRD,
está listo para barbarizar a los “enemigos internos de las
reformas” y desalojarlos de plazas y calles, así como del análisis
de la opinión pública, a punta de improperios discriminatorios y
racistas.
De la
violencia deshumanizada al dolor que no se acomoda en la
monotonía de los informativos (y de la permanencia del
capitalismo triunfante)
Los medios de comunicación dominantes han
cumplido con el veredicto peñanietista en materia de la no
divulgación estridente de la violencia deshumanizadora. Si con
Felipe Calderón la violencia se representaba mediáticamente como
avanzada heroica y melodramatizada del Estado contra el crimen
organizado, con Peña Nieto la violencia sigue su camino hacia la
“normalización”. Más de 150 mil muertos, cifra que despersonaliza
y anestesia la indignación, el luto y el horror, sólo que ahora
con una variante encubridora: se impone el silencio para, al
menos, pacificar al país desde los medios de comunicación
dominantes, y se vuelve al viejo régimen de interpretación
episódica de la violencia, desdeñando su proceso estructural.
Toda la herencia del horror que dejó el sexenio
calderonista se resuelve como olvido en el primer año del gobierno
de la restauración. No existe un diagnóstico medianamente completo
de los homicidios contemporáneos, mientras una fosa común de
expedientes que nunca se investigan perdura en el aparato
judicial. Tampoco existen condiciones para elaborar un padrón
amplio y confiable de desaparecidos en esta “guerra”, las mismas
autoridades bloquean la viabilidad de este registro, los propios
gobiernos prefieren invernar en la tregua engañosa de no
investigar las causas de los homicidios. La narrativa de los
familiares de las víctimas es prácticamente borrada del estilo
corporativo de los medios de comunicación dominantes y del
lenguaje restaurador del gobierno federal.
La crisis del Estado nacional se perfila como la
gran obra colectiva que dejan tanto los gobiernos del PAN, Fox y Calderón, como este primer año
del gobierno de Peña Nieto. Se advierte un círculo vicioso que
refuerza la continuidad ideológica que Peña Nieto guarda con los
dos gobiernos anteriores: si a las primeras de cambio el gobierno
de Fox renuncia a cualquier intento de desmontar la corrupción del
viejo sistema, instalándose rápidamente en la autocomplacencia
como una forma de vivir de la respiración del antiguo régimen,
Peña Nieto hereda la “guerra” de Calderón como estrategia única
para combatir al crimen organizado, y vive de su respiración
militarista en su actual empresa de recolonizar Michoacán, por
ejemplo.
La pluralidad ya no es más una negociación en la
mesa, que tiene como objetivo cambiar las reglas del juego
democrático; quizá es preciso un nuevo aprendizaje para permanecer
y sobrevivir ante la restauración de un autoritarismo que hace uso
de viejas ideas sobre el orden y la jerarquía (el Estado como la
figura que posee el monopolio de la violencia, por ejemplo), pero
que tiene a su servicio poderosas estructuras policiales y
represivas, con la herencia calderonista de esa pulsión
militarista, ahora sin el manejo espectacular y mediático del
Parte de Guerra, y sin la mención nada estratégica a los “daños
colaterales”.
Restauración y crimen organizado funcionan bajo
las leyes del capitalismo más agresivo. Con la economía nacional,
legal e ilegal, al servicio de la competencia por los mercados en
su dimensión transnacional, el culto por la ganancia se dispara
cíclicamente en su deshumanización y va regionalizando el dolor,
el horror y la muerte que deja esta competencia por el valor que
se monetariza.
Para el gobierno federal, los recursos naturales,
los bienes públicos, los alimentos, el agua, el gas y el petróleo,
son vistos como simples mercancías, del mismo modo en que, para el
crimen organizado, la vida humana y el dolor que produce el
secuestro, la extorsión, la tortura y la muerte, son eso mismo
exactamente: mercancías. De una siniestra manera, a un año de
restauración, ese es el fundamento de la sucesión de la violencia
y de las tragedias regionales y nacionales.
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