- Por Eric Hobsbawm
El historiador británico Eric Hobsbawm falleció en Londres, a los 95 años, este 1 de octubre de 2012. -
Nacido en 1917 en Alejandría (Egipto), fue un gran defensor e investigador de la obra de Karl Marx, utilizando sus conceptos para entender los hechos que ocurren en la actualidad. Publicó más de 20 libros y numerosos artículos, varios de ellos en Le Monde Diplomatique.
-
A continuación reproducimos el texto completo "Manifiesto para la renovación de la historia" de Eric Hobsbawm publicado en al edición chilena de Le Monde Diplomatique, enero-febrero 2005.
En el curso de las últimas décadas el
relativismo en la Historia ha armonizado con el consenso político. Es hora de
"reconstruir un frente de la razón" para promover una nueva concepción de la
Historia. A ello invita Eric Hobsbawm, en el discurso de cierre del coloquio de
la Academia británica sobre historiografía marxista (13-11-2004).
"Hasta ahora, los filósofos no han hecho más que
interpretar el mundo; se trata de cambiarlo". Los dos enunciados de la célebre
"Tesis Feuerbach" de Karl Marx inspiraron a los historiadores marxistas. La
mayoría de los intelectuales que adhirieron al marxismo a partir de la década de
1880 -entre ellos los historiadores marxistas- lo hicieron porque querían
cambiar el mundo, junto con los movimientos obreros y socialistas; movimientos
que se convertirían, en gran parte bajo la influencia del marxismo, en fuerzas
políticas de masas. Esa cooperación orientó naturalmente a los historiadores que
querían cambiar el mundo hacia ciertos campos de estudio -fundamentalmente, la
historia del pueblo o de la población obrera- los que, si bien atraían
naturalmente a las personas de izquierda, no tenían originalmente ninguna
relación particular con una interpretación marxista. A la inversa, cuando a
partir de la década de 1890 esos intelectuales dejaron de ser revolucionarios
sociales, a menudo también dejaron de ser marxistas.
La revolución soviética de octubre de 1917, reavivó
ese compromiso. Recordemos que los principales partidos socialdemócratas de
Europa continental abandonaron por completo el marxismo sólo en la década de
1950, y a veces más tarde. Aquella revolución engendró además lo que podríamos
llamar una historiografía marxista obligatoria en la URSS y en los Estados que
adoptaron luego regímenes comunistas. La motivación militante se vio reforzada
durante el período del antifascismo.
A partir de la década de 1950 se debilitó en los
países desarrollados -pero no en el Tercer Mundo- aunque el considerable
desarrollo de la enseñanza universitaria y la agitación estudiantil generaron en
la década de 1960 dentro de la universidad un nuevo e importante contingente de
personas decididas a cambiar el mundo. Sin embargo, a pesar de desear un cambio
radical, muchas de ellas ya no eran abiertamente marxistas, y algunas ya no lo
eran en absoluto.
Ese rebrote culminó en la década de 1970, poco antes
de que se iniciara una reacción masiva contra el marxismo, una vez más por
razones esencialmente políticas. Esa reacción tuvo como principal efecto -salvo
para los liberales que aún creen en ello- la aniquilación de la idea según la
cual es posible predecir, apoyándose en el análisis histórico, el éxito de una
forma particular de organizar la sociedad humana. La historia se había disociado
de la teleología (1).
Teniendo en cuenta las inciertas perspectivas que se
presentan a los movimientos socialdemócratas y socialrevolucionarios, no es
probable que asistamos a una nueva ola de adhesión al marxismo políticamente
motivada. Pero evitemos caer en un occidentalo-centrismo excesivo. A juzgar por
la demanda de que son objeto mis propios libros de historia, compruebo que se
desarrolla en Corea del Sur y en Taiwán desde la década de 1980, en Turquía
desde la década de 1990, y hay señales de que avanza actualmente en el mundo de
habla árabe. El vuelco social
¿Qué ocurrió con la dimensión "interpretación del
mundo" del marxismo? La historia es un poco diferente, aunque paralela.
Concierne al crecimiento de lo que se puede llamar la reacción anti-Ranke 2, de
la cual el marxismo constituyó un elemento importante, aunque no siempre se lo
reconoció acabadamente. Se trató de un movimiento doble.
Por una parte, ese movimiento cuestionaba la idea
positivista según la cual la estructura objetiva de la realidad era por así
decirlo evidente: bastaba con aplicar la metodología de la ciencia, explicar por
qué las cosas habían ocurrido de tal o cual manera, y descubrir "wie es
eigentlich gewesen" [cómo sucedió en realidad]... Para todos los historiadores,
la historiografía se mantuvo y se mantiene enraizada en una realidad objetiva,
es decir, la realidad de lo que ocurrió en el pasado; sin embargo, no parte de
hechos sino de problemas, y exige que se investigue para comprender cómo y por
qué esos problemas -paradigmas y conceptos- son formulados de la manera en que
lo son en tradiciones históricas y en medios socio-culturales diferentes.
Por otra, ese movimiento intentaba acercar las
ciencias sociales a la historia, y en consecuencia, englobarla en una disciplina
general, capaz de explicar las transformaciones de la sociedad humana. Según la
expresión de Lawrence Stone 3 el objeto de la historia debería ser "plantear las
grandes preguntas del ’por qué’". Ese "vuelco social" no vino de la
historiografía sino de las ciencias sociales -algunas de ellas incipientes en
tanto tales- que por entonces se afirmaban como disciplinas evolucionistas, es
decir históricas.
En la medida en que puede considerarse a Marx como
el padre de la sociología del conocimiento, el marxismo, a pesar de haber sido
denunciado erróneamente en nombre de un presunto objetivismo ciego, contribuyó
al primer aspecto de ese movimiento. Además, el impacto más conocido de las
ideas marxistas -la importancia otorgada a los factores económicos y sociales-
no era específicamente marxista, aunque el análisis marxista pesó en esa
orientación. Esta se inscribía en un movimiento historiográfico general, visible
a partir de la década de 1890, y que culminó en las décadas de 1950 y 1960, en
beneficio de la generación de historiadores a la que pertenezco, que tuvo la
posibilidad de transformar la disciplina.
Esa corriente socio-económica superaba al marxismo.
La creación de revistas y de instituciones de historia económico-social fue a
veces obra -como en Alemania- de socialdemócratas marxistas, como ocurrió con la
revista "Vierteljahrschrift" en 1893. No ocurrió así en Gran Bretaña, ni en
Francia, ni en Estados Unidos. E incluso en Alemania, la escuela de economía
marcadamente histórica no tenía nada de marxismo. Solamente en el Tercer Mundo
del siglo XIX (Rusia y los Balcanes) y en el del siglo XX, la historia económica
adoptó una orientación sobre todo socialrevolucionaria, como toda "ciencia
social". En consecuencia, se vio muy atraída por Marx. En todos los casos, el
interés histórico de los historiadores marxistas no se centró tanto en la "base"
(la infraestructura económica) como en las relaciones entre la base y la
superestructura. Los historiadores explícitamente marxistas siempre fueron
relativamente poco numerosos.
Marx ejerció influencia en la historia
principalmente a través de los historiadores y los investigadores en ciencias
sociales que retomaron los interrogantes que él se planteaba, hayan aportado o
no otras respuestas. A su vez, la historiografía marxista avanzó mucho en
relación a lo que era en la época de Karl Kautsky y de Georgi Plekhanov 4, en
buena medida gracias a su fertilización por otras disciplinas (fundamentalmente
la antropología social) y por pensadores influidos por Marx y que completaban su
pensamiento, como Max Weber 5.
Si subrayo el carácter general de esa corriente
historiográfica, no es por voluntad de subestimar las divergencias que contiene,
o que existían en el seno de sus componentes. Los modernizadores de la historia
se plantearon las mismas cuestiones y se consideraron comprometidos en los
mismos combates intelectuales, ya sea que se inspiraran en la geografía humana,
en la sociología durkheimiana6 y en las estadísticas, como en Francia (a la vez,
la escuela de los Anales y Labrousse), o en la sociología weberiana, como la
Historische Sozialwissenschaft en Alemania federal, o aun en el marxismo de los
historiadores del Partido Comunista, que fueron los vectores de la modernización
de la historia en Gran Bretaña, o que al menos fundaron su principal
revista.
Unos y otros se consideraban aliados contra el
conservadurismo en historia, aun cuando sus posiciones políticas o ideológicas
eran antagónicas, como Michael Postan 7 y sus alumnos marxistas británicos. Esa
coalición progresista halló una expresión ejemplar en la revista "Past &
Present", fundada en 1952, muy respetada en el ambiente de los historiadores. El
éxito de esa publicación se debió a que los jóvenes marxistas que la fundaron se
opusieron deliberadamente a la exclusividad ideológica, y que los jóvenes
modernizadores provenientes de otros horizontes ideológicos estaban dispuestos a
unirse a ellos, pues sabían que las diferencias ideológicas y políticas no eran
un obstáculo para trabajar juntos. Ese frente progresista avanzó de manera
espectacular entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y la década de 1970, en
lo que Lawrence Stone llama "el amplio conjunto de transformaciones en la
naturaleza del discurso histórico". Eso hasta la crisis de 1985, cuando se
produjo la transición de los estudios cuantitativos a los estudios cualitativos,
de la macro a la microhistoria, de los análisis estructurales a los relatos, de
lo social a los temas culturales...
Desde entonces, la coalición modernizadora está a la
defensiva, al igual que sus componentes no marxistas, como la historia económica
y social.
En la década de 1970, la corriente dominante en
historia había sufrido una transformación tan grande, en particular bajo la
influencia de las "grandes cuestiones" planteadas a la manera de Marx, que
escribí estas líneas: "A menudo es imposible decir si un libro fue escrito por
un marxista o por un no marxista, a menos que el autor anuncie su posición
ideológica... Espero con impaciencia el día en que nadie se pregunte si los
autores son marxistas o no". Pero como también lo señalaba, estábamos lejos de
semejante utopía. Desde entonces, al contrario, fue necesario subrayar con mayor
energía lo que el marxismo puede aportar a la historiografía. Cosa que no
ocurría desde hace mucho tiempo. A la vez, porque es preciso defender a la
historia contra quienes niegan su capacidad para ayudarnos a comprender el
mundo, y porque nuevos desarrollos científicos transformaron completamente el
calendario historiográfico.
En el plano metodológico, el fenómeno negativo más
importante fue la edificación de una serie de barreras entre lo que ocurrió o lo
que ocurre en historia, y nuestra capacidad para observar esos hechos y
entenderlos. Esos bloqueos obedecen a la negativa a admitir que existe una
realidad objetiva, y no construida por el observador con fines diversos y
cambiantes, o al hecho de sostener que somos incapaces de superar los límites
del lenguaje, es decir, de los conceptos, que son el único medio que tenemos
para poder hablar del mundo, incluyendo el pasado.
Esa visión elimina la cuestión de saber si existen
en el pasado esquemas y regularidades a partir de los cuales el historiador
puede formular propuestas significativas. Sin embargo, hay también razones menos
teóricas que llevan a esa negativa: se argumenta que el curso del pasado es
demasiado contingente, es decir, que hay que excluir las generalizaciones, pues
prácticamente todo podría ocurrir o hubiera podido ocurrir. De manera implícita,
esos argumentos apuntan a todas las ciencias. Pasemos por alto intentos más
fútiles de volver a viejas concepciones: atribuir el curso de la historia a
altos responsables políticos o militares, o a la omnipotencia de las ideas o de
los "valores"; reducir la erudición histórica a la búsqueda -importante pero
insuficiente en sí- de una empatía con el pasado.
El gran peligro político inmediato que amenaza a la
historiografía actual es el "anti-universalismo": "mi verdad es tan válida como
la tuya, independientemente de los hechos". Ese anti-universalismo seduce
naturalmente a la historia de los grupos identitarios en sus diferentes formas,
para la cual, el objeto esencial de la historia no es lo que ocurrió, sino en
qué afecta eso que ocurrió a los miembros de un grupo particular. De manera
general, lo que cuenta para ese tipo de historia no es la explicación racional
sino la "significación"; no lo que ocurrió, sino cómo experimentan lo ocurrido
los miembros de una colectividad que se define por oposición a las demás, en
términos de religión, de etnia, de nación, de sexo, de modo de vida, o de otras
características.
El relativismo ejerce atracción sobre la historia de
los grupos identitarios. Por diferentes razones, la invención masiva de
contraverdades históricas y de mitos, otras tantas tergiversaciones dictadas por
la emoción, alcanzó una verdadera época de oro en los últimos treinta años.
Algunos de esos mitos representan un peligro público -en países como India
durante el gobierno hinduista 8, en Estados Unidos y en la Italia de Silvio
Berlusconi, por no mencionar muchos otros nuevos nacionalismos, se acompañen o
no de un acceso de integrismo religioso-.
De todos modos, si por un lado ese fenómeno dio
lugar a mucho palabrerío y tonterías en los márgenes más lejanos de la historia
de grupos particulares -nacionalistas, feministas, gays, negros y otros- por
otro generó desarrollos históricos inéditos y sumamente interesantes en el campo
de los estudios culturales, como el "boom de la memoria en los estudios
históricos contemporáneos", como lo llama Jay Winter 9. "Los Lugares de memoria"
10 obra coordinada por Pierre Nora, es un buen ejemplo.
Ante todos esos desvíos, es tiempo de restablecer la
coalición de quienes desean ver en la historia una investigación racional sobre
el curso de las transformaciones humanas, contra aquellos que la deforman
sistemáticamente con fines políticos, y a la vez, de manera más general, contra
los relativistas y los posmodernistas que se niegan a admitir que la historia
ofrezca esa posibilidad. Dado que entre esos relativistas y posmodernos hay
quienes se consideran de izquierda, podrían producirse inesperadas divergencias
políticas capaces de dividir a los historiadores. Por lo tanto, el punto de
vista marxista resulta un elemento necesario para la reconstrucción del frente
de la razón, como lo fue en las décadas de 1950 y 1960. De hecho, la
contribución marxista probablemente sea aun más pertinente ahora, dado que los
otros componentes de la coalición de entonces renunciaron, como la escuela de
los Anales de Fernand Braudel, y la "antropología social estructural-funcional",
cuya influencia entre los historiadores fuera tan importante. Esta disciplina se
vio particularmente perturbada por la avalancha hacia la subjetividad
posmoderna.
Entre tanto, mientras que los posmodernistas negaban
la posibilidad de una comprensión histórica, los avances en las ciencias
naturales devolvían a la historia evolucionista de la humanidad toda su
actualidad, sin que los historiadores se dieran cabalmente cuenta. Y esto de dos
maneras.
En primer lugar, el análisis del ADN estableció una
cronología más sólida del desarrollo desde la aparición del homo sapiens en
tanto especie. En particular, la cronología de la expansión de esa especie
originaria de África hacia el resto del mundo, y de los desarrollos posteriores,
antes de la aparición de fuentes escritas. Al mismo tiempo, eso puso de
manifiesto la sorprendente brevedad de la historia humana -según criterios
geológicos y paleontológicos- y eliminó la solución reduccionista de la
sociobiología darwiniana 11.
Las transformaciones de la vida humana, colectiva e
individual, durante los últimos diez mil años, y particularmente durante las
diez últimas generaciones, son demasiado considerables para ser explicadas por
un mecanismo de evolución enteramente darwiniano, por los genes. Esas
transformaciones corresponden a una aceleración en la transmisión de las
características adquiridas, por mecanismos culturales y no genéticos; podría
decirse que se trata de la revancha de Lamarck 12 contra Darwin, a través de la
historia humana. Y no sirve de mucho disfrazar el fenómeno bajo metáforas
biológicas, hablando de "memes" 13 en lugar de "genes". El patrimonio cultural y
el biológico no funcionan de la misma manera.
En síntesis, la revolución del ADN requiere un
método particular, histórico, de estudio de la evolución de la especie humana.
Además -dicho sea de paso- brinda un marco racional para la elaboración de una
historia del mundo. Una historia que considere al planeta en toda su complejidad
como unidad de los estudios históricos, y no un entorno particular o una región
determinada. En otras palabras: la historia es la continuación de la evolución
biológica del homo sapiens por otros medios.
En segundo lugar, la nueva biología evolucionista
elimina la estricta diferenciación entre historia y ciencias naturales, ya
eliminada en gran medida por la "historización" sistemática de estas ciencias en
las últimas décadas. Luigi Luca Cavalli-Sforza, uno de los pioneros
pluridisciplinarios de la revolución ADN, habla del "placer intelectual de
hallar tantas similitudes entre campos de estudio tan diferentes, algunos de los
cuales pertenecen tradicionalmente a los polos opuestos de la cultura: la
ciencia y las humanidades". En síntesis, esa nueva biología nos libera del falso
debate sobre el problema de saber si la historia es una ciencia o no.
En tercer lugar, nos remite inevitablemente a la
visión de base de la evolución humana adoptada por los arqueólogos y los
prehistoriadores, que consiste en estudiar los modos de interacción entre
nuestra especie y su medio ambiente, y el creciente control que ella ejerce
sobre el mismo. Lo cual equivale esencialmente a plantear las preguntas que ya
planteaba Karl Marx. Los "modos de producción" (sea cual fuere el nombre que se
les dé) basados en grandes innovaciones de la tecnología productiva, de las
comunicaciones y de la organización social -y también del poder militar- son el
núcleo de la evolución humana. Esas innovaciones, y Marx era consciente de eso,
no ocurrieron y no ocurren por sí mismas. Las fuerzas materiales y culturales y
las relaciones de producción son inseparables; son las actividades de hombres y
mujeres que construyen su propia historia, pero no en el "vacío", no afuera de
la vida material, ni afuera de su pasado histórico.
En consecuencia, las nuevas perspectivas para la
historia también deben llevarnos a esa meta esencial de quienes estudian el
pasado, aunque nunca sea cabalmente realizable: "la historia total". No "la
historia de todo", sino la historia como una tela indivisible donde se
interconectan todas las actividades humanas. Los marxistas no son los únicos en
haberse propuesto ese objetivo -Fernand Braudel también lo hizo- pero fueron
quienes lo persiguieron con más tenacidad, como decía uno de ellos, Pierre Vilar
14.
Entre las cuestiones importantes que suscitan estas
nuevas perspectivas, la que nos lleva a la evolución histórica del hombre
resulta esencial. Se trata del conflicto entre las fuerzas responsables de la
transformación del homo sapiens, desde la humanidad del neolítico hasta la
humanidad nuclear, por una parte, y por otra, las fuerzas que mantienen
inmutables la reproducción y la estabilidad de las colectividades humanas o de
los medios sociales, y que durante la mayor parte de la historia las han
contrarrestado eficazmente. Esa cuestión teórica es central. El equilibrio de
fuerzas se inclina de manera decisiva en una dirección. Y ese desequilibrio, que
quizás supera la capacidad de comprensión de los seres humanos, supera por
cierto la capacidad de control de las instituciones sociales y políticas
humanas. Los historiadores marxistas, que no entendieron las consecuencias
involuntarias y no deseadas de los proyectos colectivos humanos del siglo XX,
quizás puedan esta vez, enriquecidos por su experiencia práctica, ayudar a
comprender cómo hemos llegado a la situación actual.
1. Teleología, doctrina que se ocupa de las causas
finales.
2. Reacción contra Leopold von Ranke (1795-1886),
considerado el padre de la escuela dominante de la historiografía universitaria
antes de 1914. Autor, entre otros títulos, de "Historia de los pueblos romano y
germano de 1494 a 1535" (1824) y de Historia del mundo" (Weltgeschichte),
(1881-1888 - inconclusa).
3. Lawrence Stone (1920-1999), una de las
personalidades más eminentes e influyentes de la historia social. Autor, entre
otros títulos, de "The Causes of the English Revolution, 1529-1642" (1972), "The
Family, Sex and Marriage in England 1500-1800" (1977).
4. Respectivamente dirigente de la socialdemocracia
alemana y de la socialdemocracia rusa, a comienzos del siglo XIX.
5. Max Weber (1864-1920), sociólogo alemán.
6. Por Emile Durkheim (1858-1917), que fundó "Las
reglas del método sociológico" (1895) y que por ello es considerado uno de los
padres de la sociología moderna. Autor, entre otros títulos, de "La división del
trabajo social" (1893) , "El suicidio" (1897).
7. Michael Postan ocupa la cátedra de historia
económica en la universidad de Cambridge desde 1937. Co-inspirador, junto a
Fernand Braudel, de la Asociación Internacional de Historia Económica.
8. El partido Bharatiya Janata (BJP) dirigió el
gobierno indio desde 1999 hasta mayo de 2004.
9. Profesor de la universidad de Columbia (Nueva
York). Uno de los grandes especialistas de la historia de las guerras del siglo
XX, y sobre todo de los lugares de memoria.
10. "Les lieux de mémoire", Gallimard, París, 3
tomos.
11. Por Charles Darwin (1809-1882), naturalista
inglés autor de la teoría sobre la selección natural de las especies.
12. Jean-Baptiste Lamark (1744-1829), naturalista
francés, el primero en romper con la idea de permanencia de la especie.
13. Según Richard Dawkins, uno de los más destacados
neodarwinistas, los "memes", son unidades de base de memoria, supuestos vectores
de la transmisión y de la supervivencia culturales, así como los genes son los
vectores de la subsistencia de las características genéticas de los
individuos.
14. Ver fundamentalmente "Une histoire en
construction: approche marxiste et problématique conjoncturelle",
Gallimard-Seuil, París, 1982.
Publicado en al edición chilena de Le Monde
Diplomatique, enero-febrero 2005.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario