30.1.25

Petro (sin Trump)

Fabrizio Mejía Madrid


Ahora que Gustavo Petro le respondió a Donald Trump por el maltrato a los sin papeles colombianos que venían esposados en aviones militares gringos, es que vale la pena dimensionar ambas figuras.

¿Qué hacía Gustavo Petro, el actual Presidente de Colombia, en 1978? Se estaba cambiando el nombre. Se estaba poniendo “Aureliano”, uno de los personajes de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez. Era su nombre clandestino en la guerrila del M-19. Petro tenía 18 años, Colombia padecía todavía la violencia por el fraude electoral contra Rojas Pinilla, el candidato de la izquierda en 1970, y Julio César Turbay Ayala gobernaba con el ejército en la calle y en las montañas, amparado en el estado de excepción. Viviendo en un barrio obrero y estudiando economía, en 1978, Petro empezó a militar en la guerrilla colombiana que no era marxista, sino bolivariana, y que reivindicaba la democracia. El Eme. Era una guerrilla inspirada por los Tupamaros, los de José Mujica, que habían sido derrotados por el asesinato y la tortura, pero sus tácticas emigraron de Uruguay a Colombia. El M-19 de Colombia fue una guerrilla contra el fraude electoral. Fue una organización cuya primera acción no fue militar, sino robarse de un museo la espada de Simón Bolívar. La idea de sacar de su letargo la espada de Bolívar en Colombia y “devolverla a la lucha” fue alentada por los Tupamaros que a su vez habían expropiado la bandera del Libertador de Uruguay, José Artigas. Eso ocurrió el 16 de julio de 1969. En Colombia, entre el 14 y el 17 de enero de 1974, Jaime Bateman y Luis Otero Cifuentes insertaron, primero, unos anuncios publicitarios en el periódico El Tiempo de Bogotá con un mensaje que parecía como de una medicina: “Decaimiento... falta de memoria? espere"; "falta de energía... inactividad? espere"; ¿Parásitos… gusanos?… espere. M-19. Ya viene”. La última inserción pagada en el diario coincide con la extracción de la espada de la Quinta Bolívar a la hora del cierre del museo donde era exhibida, a las cinco de la tarde. Al tomarla, “El Turco” Álvaro Fayad se sorprendió de lo pequeña que era ya en su mano, en comparación a cómo la imaginaba. Antes de llevársela, dejó un mensaje para el pueblo colombiano: “Bolívar no ha muerto. Su espada rompe las telarañas del museo y se lanza a los combates del presente. Pasa a nuestras manos. Y apunta ahora a los explotadores del pueblo”. Fue el nacimiento del M-19, una guerrilla bolivariana, anti-imperialista, pero ni marxista ni guevarista. Bateman y Otero habían pertenecido al Partido Comunista colombiano, pero se habían salido. De hecho ellos se decían, más bien, “comuneros”. Esa misma espada, casi medio siglo después, fue devuelta al pueblo colombiano el día en que Gustavo Petro tomó posesión como Presidente, el 7 de agosto de 2022.   

¿Qué hacía Donald Trump en 1978? La división de derechos civiles del Departamento de Justicia lo estaba multando por negarse a rentarle a los negros y puertoriqueños sus apartamentos de Brooklyn, Queens y Coney Island. Trump tenía 32 años, un abogado de la mafia llamado Roy Cohn, y 15 mil departamentos en renta. Según la nota del New York Times del 7 de marzo de 1978, “los documentos judiciales, presentados por un asistente del Fiscal de Distrito, Homer C. LaRue, también acusaron a la compañía de Trump de discriminar a los negros en los términos y condiciones de alquiler, hicieron declaraciones que indicaban discriminación basada en la raza y dijeron a los negros que los apartamentos no estaban disponibles para alquiler, o que la renta era del doble, o que ni siquiera podían entrar a verlos cuando, en realidad, sí estaban vacantes”. El abogado de Trump, Roy Cohn, contrademandó al Departamento de Justicia por “difamación” y exigió un pago de 100 millones de dólares. Ese abogado de Trump, Roy Cohn, había sido el mismo Fiscal que había llevado a la silla eléctrica a un matrimonio de miembros del partido comunista, Los Rosenberg, en 1953. Al ver la crueldad de Roy Cohn, el vitalicio director del FBI, Edgar Hoover, se lo recomendó al Senador encargado de la inquisición anti-comunista, el tristemente célebre, Joseph McCarthy, cuyo apellido se convirtió en sinónimo de persecución política: el macartismo. A su lado, Cohn y McCarthy engendraron la patraña de que los soviéticos habían estado extorsionando a funcionarios públicos por sus preferencias homosexuales. Eso dio origen al despido de todos los homosexuales del Gobierno estadunidense. Una hipocresía brutal, si se piensa que Roy Cohn era gay. Luego de la debacle del Senador McCarthy, Roy Cohn se fue como abogado de la inmobiliaria de los Trump.

En el municipio de Zipaquirá, a hora y media de Bogotá, Gustavo Petro es expulsado del M-19. Es 1982 y, mientras el grupo armado se empeña en construir un ejército campesino, Petro inicia una insurrección popular con los más pobres ocupando un terreno al que llama Bolívar 83. Petro es elegido concejal municipal y, entonces, contradice las directrices del mando central del M-19. Pero regresa a la guerrilla ya con una base social y habiendo ganado elecciones, a través de un periódico que él funda, llamado Carta al Pueblo. Dice Petro en su autobiografía: “Yo estaba en el mundo popular. Ellos, en la guerra”. Pero Colombia estaba al revés. Se perdió una tregua que se suponía iba a llevarla a un diálogo nacional y estalló la represión militar. A Petro lo apresan en un túnel que la guerrilla tenía debajo del pueblo, justo el día en que su novia le comunica que está embarazada. Escribe Petro en su recuento: “Después de la tortura, me condujeron a una instalación ahí mismo, a donde un funcionario de la Procuraduría, ante quien tenía que constatar que yo estaba bien. Fue una escena surrealista. Llegué golpeado, cubierto en moretones, y él firmó un acta que decía que me encontraba bien. Entonces me obligaron a mí a firmarla. Mejor dicho, fui obligado a constatar que no me había pasado nada. Durante los oscuros días de las golpizas, jamás me sentí doblegado físicamente, aunque psicológicamente fue difícil porque sentí que, de alguna manera, mi vida había cambiado. De todas maneras, tenía muy presente las frases de Katia, mi novia, hablándome de su embarazo, y por tanto de la posibilidad de que yo fuera a ser padre. Eso me ayudó, me hizo resistir, así como la compañía de las personas del barrio Bolívar 83 que también habían sido detenidas”. Es 1985. Desde la prisión La Modelo, Petro vería la derrota del M-19 en la toma del Palacio de Justicia, una acción de fuerza para obligar al Gobierno a regresar al diálogo por la paz. Se equivocaron. Petro vio cómo el narcotraficante Pablo Escobar utilizaba al ejército colombiano para vengarse de los ministros que habían votado su extradición a EU, cómo murió ahí toda la Comandancia del M-19 acribillada por los tanques, cómo se afianzaba la violencia política de las élites contra los más pobres. Al salir de prisión, Petro tuvo que cambiarse otra vez el nombre ---tuvo muchos--- pero también cargar pasaportes de otros países. Nunca más de Colombia.     

¿Qué estaba haciendo Trump en 1985? Recibía exenciones de impuestos del Alcalde de Nueva York para desarrollar departamentos para ricos y blancos, compraba tres casinos en Atlantic City que, años más tarde, irían a la quiebra. En una entrevista con Mike Wallace para 60 Minutos se interesó por la política internacional y dijo que él podría negociar una reducción de armas nucleares con la Unión Sovética: “Si fuera yo, estaría bien, yo podría hacerlo. Alguien tiene que ayudar a este país y si no lo hace, el país y el mundo estarán en grandes problemas porque dentro de un corto periodo de tiempo, por muy seguro que estemos aquí sentados, no habrá un país y no habrá un mundo”. Ese año también dio a conocer su departamento en Nueva York de tres pisos en el que la pintura, el techo, la escalera y los soportes de las lámparas de cristal cortado eran todos de oro de 24 kilates.

En 1990 el M-19 decide deponer las armas y convertirse en una organización política que concurra a las elecciones colombianas. Regresa entonces la espada a Colombia cuando el M-19 decide deponer las armas y hacerse partido político. El último día de enero de 1991 queda resguardada en el Banco de la República, por órdenes del Presidente César Gaviria. La entrada del movimiento armado a la vida político-electoral se firmó junto con una Constitución que incorpora los derechos sociales en ese año. Es la Constitución de la que Petro leyó el primer artículo en su toma de posesión porque nunca se aplicó: “Colombia es un Estado social de derecho organizado en forma de República unitaria, descentralizada, con autonomía de sus entidades territoriales, democrática, participativa y pluralista, fundada en el respeto de la dignidad humana, en el trabajo y la solidaridad de las personas que la integran y en la prevalencia del interés general”.

En 1991, justo cuando la espada de Bolívar que había sacado el M-19 de un museo regresa a Colombia, Donald Trump aplica para la bancarrota de sus casinos en Atlantic City. Su situación es tan desesperada, que su propio padre, Fred, a los 80 años, manda comprar tres millones de dólares en fichas de ruleta y blackjack para ayudarlo. Pero no sirve de mucho. La justicia tributaria acusa a Donald y a Fred de préstamos encubiertos. Él comienza a desvincular a sus empresas de su nombre y, luego, a vender su nombre como marca para esparcirlo por campos de golf, hoteles, y hasta compra los derechos de los certámenes de belleza y de entrevistas a modo que lo hacen ver como un empresario muy exitoso. Unos años después eso dará pie a un programa de televisión que conduce durante 10 años en la NBC, "El aprendiz", donde daba consejos empresariales, abusaba verbalmente de sus empleados, y despidió a medio mundo, hasta que sólo queda un competidor. Pero es en 1991 precisamente cuando asiste por primera vez a Japón acompañando al boxeador Mike Tyson a una pelea. Ahí Trump pide una audiencia con el emperador Akihito, y recibe la noticia de que tiene que hacerlo de forma oficial y esperar un año a la respuesta. Trump se sale enfurecido del hotel de Mike Tyson y declara que él sólo comió en McDonalds porque la comida japonesa está cruda.

Es en el 2022 que Gustavo Petro gana la elección presidencial para la izquierda por primera vez en la historia colombiana. La espada de Bolívar circula por el acto donde todos los asistentes se ponen de pie ante la llegada de algo que tiene más historia y es más profunda que cualquier insignia. Sólo el rey de España no se pone de pie ante la espada que independizó a la mayor parte de América del Sur de la Corona española. La espada ha tenido un recorrido mítico: primero estuvo “donde unas putas”, en un burdel, envuelta en una jerga. Luego, estuvo guardada por el casi octogenario poeta León Grieff, en su casa del barrio de Santa Fe, en carrera 16-A, número 23-35. Grieff era un personaje del “gótico tropical”, del “vanguardismo académico”, que decía de sí mismo que su estado civil era “casado, bígamo y trigémino”. Con él estuvo la espada de Bolívar hasta 1976, año en que el poeta murió:

---¿Sufre mucho, don León? ---le preguntó una comandante de la guerrilla del M-19 el día que fue a recuperar la espada de Bolívar.

---Sufre mucho el hombre hace dos mil años ---respondió como un príncipe el poeta Grieff.

Después del 23 de abril de 1976, la espada pasa a habitar en el fondo de un sofá que se construyó por un carpintero para servirle de baúl. Sobre ella se sienta a escribir otro viejo poeta, Luis Vidales, que escribió un poema que dice: “Este solar de tierra de Colombia nos duele/ con un dolor de aquellos que no es grito ni grita (…) Usamos este amor para tomar fuerza en la vida,/ porque no hay mayor belleza que la utilización de las cosas./ Lo usamos como se ama la aparición del día/ y porque no le estamos pidiendo explicación a la aurora.”. Vidales había dirigido el Partido Comunista colombiano entre 1932 y 34, pero se alejó decepcionado de su dogmatismo. Luego apoyó con el periódico Jornada al candidato Jorge Eliécer Gaitán. Cuando el lider es asesinado aquel 9 de abril de 1948, Vidales escribe, al día siguiente: “¡SE LES CAYÓ el muerto encima! Era pesado el cadáver, y cayó como el inmenso cedro, dejando un gran boquete en la selva”. El boquete que vio Vidales se haría más y más grande, con una violencia que duraría casi medio siglo. Vidales entra en la clandestinidad para seguir publicando, pero termina por exiliarse durante once años en Chile, después de que un militar de apellido Huerta lo lleva vendado a una mazmorra militar para interrogarlo sobre la espada de Bolívar.

A inicios de 1979, recuperar la espada se convierte en una prioridad de la contrainsurgencia de los militares colombianos y estadunidenses. Torturado, el dirigente del M-19, Cali Iván Marino Ospina, les relata el mito que el ejército cree a medias: que la fraguaron en un bloque de cemento y la tiraron al río Magdalena, es decir, al caudal que cruza todo el país de sur a norte. No es así: la espada, envaselinada, envuelta en estopa con alquitrán ---para evadir el olfato de algún perro policía---, es llevada por los dirigentes del M-19, en un Renault fuera de Bogotá. Bateman, “El Turco” Fayad, y Carlos Toledo Plata, el “médico del pueblo”, se toman una sesión fotográfica con ella. Pero la represión que se viene contra los civiles que la han cuidado, que incluye hasta a un político muy prominente en su jardín, decide a los guerrilleros sacarla del país para esconderla en Cuba. Por eso la enigmática frase de Navarro Wolf, del Eme: “Sabemos llegar a ella, pero no dónde está”. Como instrumento simbólico, y tras el desastre de la toma del Palacio de Justicia por parte del M-19, los comandantes deciden que debe estar en la patria de Bolívar, es decir, por toda la América Latina. Hacen 12 copias y las reparten por todo el continente: a México llega para el obispo de Cuernavaca, Sergio Méndez Arceo; a Argentina con las Madres de la Plaza de Mayo; a Panamá con la familia de Omar Torrijos. Mario Benedetti y Eduardo Galeano no la reciben, aunque están en la lista de lo que se llamó “la Orden de la espada”, que incluía un pergamino, la idea de unos centros culturales, y una promesa.

Ahora que Gustavo Petro le respondió a Donald Trump por el maltrato a los sin papeles colombianos que venían esposados en aviones militares gringos, es que vale la pena dimensionar ambas figuras y, por qué no, las historias de quiénes son los hombres que los pueblos eligen para representarlos. La decadencia del mundo de los 24 kilates de Donald Trump es tan escasa, tan superficial, tan llena de bluf y trampas para ganar a toda costa, tan sin alma, frente a la profundidad, el dolor, pero también la esperanza y la poesía de la Colombia de Gustavo Petro, que bien valió la pena escribir para ustedes esta columna.

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