En un foro organizado en el Instituto México del Wilson Center en
Washington, la candidata presidencial de PAN, PRI y PRD, Xóchitl
Gálvez Ruiz, hizo una serie de declaraciones lesivas para la
soberanía nacional y violatorias de la política exterior mexicana
consagrada en la Constitución. La ex senadora panista aseguró que
está en el interés de millones de mexicanos que Estados Unidos sea
un socio y aliado geopolítico de México, pero que dicha alianza se
ve frustrada porque "el gobierno populista de México coquetea con
Rusia y China".
Denunció una supuesta falta de voluntad del presidente Andrés Manuel
López Obrador para colaborar con Washington, cuya única prioridad,
dijo la aspirante, es "mantener a Estados Unidos lejos para seguir
concentrando su poder; para eso, fingirá cooperación, pero no
cooperará". Tras afirmar que "la continuidad de Morena en el poder
es garantía de que ni la migración ni el fentanilo, ni ningún otro
problema bilateral encontrarán solución de largo plazo", Gálvez
azuzó a su auditorio a promover la interferencia extranjera en las
elecciones de junio próximo e insinuó que, de vencer en los
comicios, volvería a someter a agentes foráneos la energía, la
salud, la educación, la infraestructura y la seguridad del país.
Las palabras de quien trabajó en el gabinete de Vicente Fox y
gobernó la alcaldía Miguel Hidalgo son motivo de inquietud e
indignación. Los llamados a la injerencia en los asuntos internos de
México y las graves acusaciones contra las autoridades nacionales
constituyen una intriga cuando se pronuncian en un país extranjero
que siempre ha tenido vocación intervencionista y en un foro que
reúne a halcones del neocolonialismo y la política imperial del país
vecino. Con su discurso, Gálvez Ruiz da argumentos a los sectores
más antimexicanos y cavernarios de Estados Unidos para que
intensifiquen sus ataques contra el país en un momento
particularmente inapropiado, cuando poderosos políticos
estadunidenses, para ocultar su inoperancia en la resolución de sus
propios problemas, proponen que sus fuerzas armadas bombardeen e
invadan México.
Quizá la candidata no se percate de ello, pero su conducta no daña
al gobierno federal ni al presidente López Obrador, quienes obtienen
una confirmación de su papel como defensores de los intereses
nacionales y del histórico anhelo popular de soberanía. En cambio,
resulta nociva para México, que deberá afrontar nuevas embestidas de
los poderes fácticos ávidos de medrar con los recursos naturales y
humanos de la nación. Asimismo, aunque la aspirante de la derecha
habla a nombre del fortalecimiento de la relación bilateral, sus
desatinos podrían dinamitarla: dado que el gobierno federal tiene el
deber indeclinable de salvaguardar la integridad nacional, cualquier
transgresión incitada por sus dichos tendría que ser rechazada en
los términos más enérgicos.
Con su irresponsabilidad, Gálvez socava la posibilidad de
convertirse en titular del Ejecutivo, pues hace gala de una completa
ignorancia sobre el sentir mayoritario que emana de la historia
nacional. Esta desconexión de una convicción popular tan arraigada
como el nacionalismo defensivo probablemente multiplique las
expresiones de repudio que ya padece, excepto entre el segmento
oligárquico que se enriqueció en sexenios anteriores a expensas del
país con la entrega de los hidrocarburos, la industria eléctrica, el
agro y muchos otros sectores estratégicos. Ella, por supuesto, es
libre de conducir su campaña como crea más adecuado, pero no de
atentar contra la nación azuzando intervenciones que siempre han
terminado mal para México y peor para sus autores.
El rechazo a tales acciones no es un asunto de preferencias
políticas, partidos ni programas electorales, sino de integridad
nacional. La candidata y sus asesores deberían ser conscientes de
que no hay manera más segura de desgarrar al país y de conducirlo al
desastre que envalentonar a las élites que siempre han buscado
alianzas en el extranjero para imponer agendas antipopulares.
Así lo demuestra la reciente experiencia del ciclo neoliberal,
cuatro décadas en las que la soberanía y el bienestar de la clase
trabajadora sufrieron un desmantelamiento sistemático. Ahora, unas
cuantas palabras soltadas a la ligera por una política irresponsable
pueden tener un costo altísimo para el Estado mexicano, por lo que
no cabe sino deplorar el despropósito, llamar a las derechas a
comportarse con un mínimo decoro en sus manifestaciones públicas y
hacer votos por que las impresentables expresiones comentadas tengan
el menor eco posible en la clase política del país vecino.
8.2.24
Xóchitl Gálvez: peligrosa irresponsabilidad
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