Cada vez menos le importa a Estados Unidos maquillarse del sheriff
del mundo. Hasta la década de 1990 buscó justificar precariamente sus
intervenciones militares, sus guerras económicas, sus asesinatos
selectivos, como resultado de una defensa del derecho internacional, la
libertad y los derechos humanos. Siempre supimos que lo que buscaba era
sacar ventaja, saquear, imponer gobiernos títeres y proteger a su
oligarquía, esa que como ninguna otra cree que son suyos los recursos
estén donde estén: África, Asia, América Latina…
Siempre fue condenable ese proceder.
Pero entonces no se pensaba que podría ser peor. Ahora ya no hay formas
que guardar. Y no le importa justificar su de por sí inaceptable papel
de sheriff mundial. Abiertamente asume el de la banda que
asalta, que actúa por encima de la ley y que se sabe impune porque tiene
una capacidad de fuego mayor que cualquiera que le quisiera hacer
frente. A nadie ya sorprenden sus bravatas cotidianas y su disposición a
violar las leyes internacionales con desparpajo.
En plena emergencia mundial, cuando el
planeta vive el mayor reto sanitario desde 1918, profundiza su asfixia
económica contra Venezuela, Cuba e Irán. Lejos de la solidaridad que
debería imperar entre la humanidad en estos momentos, la pandemia es
usada por Estados Unidos como un arma más –oportuna– en sus guerras. Sin
detenernos en las particularidades de estos tres países, lo que en
realidad los hace enemigos de la Casa Blanca es que no se someten a los
intereses estadunidenses y mantienen políticas económicas independientes
e incluso contrarias a las de Washington.
Ya son clásicas las violentas monarquías
árabes como ejemplos de países violadores de derechos humanos que
cuentan con el favor de Estados Unidos. Y que, como sus aliadas, las
sostiene, las protege. Con ello se viene abajo cualquier discurso que
intente justificar las agresiones estadunidenses en cualquier parte del
mundo bajo una supuesta protección de los derechos humanos o en nombre
de la libertad.
El caso que más preocupa en estos
momentos es el de Venezuela. A los frentes político y económico, Estados
Unidos ha agregado –sin atenuantes– el militar. La urgencia de hacerse
del petróleo de ese país es proporcional a los recursos invertidos en la
consecución de ese propósito. Y no se trata sólo del financiamiento del
circo del “presidente interino”, Juan Guaidó, personaje impresentable
tan sólo por ser ariete de una potencia extranjera y promotor de la
intervención en su propio país. Ahora ya hay movilización de tropas que
cercan por mar y tierra a la nación gobernada legal y legítimamente por
Nicolás Maduro.
El gobierno de Donald Trump vio en la
pandemia de Covid-19, provocada por el virus SARS-cov-2, una oportunidad
para asestar un manotazo militar definitivo contra el proyecto de la
Revolución Bolivariana. Primero su Departamento de Justicia acusó por
“narcotráfico” al presidente Nicolás Maduro. No importa la ausencia de
pruebas ni la fragilidad de sus conjeturas. Después vino el inicio de
una “operación antinarcóticos ampliada” con el envío de tropas al mar
Caribe y al Pacífico oriental. Es decir, un cerco claro contra
Venezuela.
De hecho, la declaración del asesor de
Seguridad Nacional de la Presidencia estadunidense, Robert O’Brien,
declaró sin ambages que lo que se busca es “reducir el soporte
financiero para el narcotráfico que provee al régimen corrupto de Maduro
en Venezuela y a otros actores perniciosos de los fondos necesarios
para realizar sus actividades malignas”.
Luego se sumaron otras declaraciones
para señalar que los militares estadunidenses también podrían actuar en
Venezuela para “proteger” a la población ante una inminente mala
respuesta del gobierno de Maduro frente a la pandemia. Como si el
desastre en este terreno no fuera Estados Unidos, convertido en el mayor
brote mundial con, al momento de redactar esta entrega, más de medio
millón de infectados y 20 mil muertos. Venezuela, con una reacción
oportuna y el apoyo cubano, a pesar de la escasez de recursos, registra
menos de 200 casos y 12 muertes.
Estados Unidos ve la oportunidad de
conseguir el asalto al que le ha invertido dinero durante años. Le urgen
los recursos venezolanos. Y en su evaluación geopolítica, asume que el
mundo estará muy ocupado atendiendo la pandemia. Y los gobiernos
latinoamericanos estarán urgidos de recursos para paliar sus
bancarrotas. Bastará con prometer algunas migajas a Brasil, Colombia,
Uruguay y Perú para que “acepten” la agresión militar en Venezuela y la
propuesta de “transición a la democracia” (faltaba más) en ese país.
En el horizonte latinoamericano, más
crímenes de lesa humanidad. El criminal se pasea sin que nada le haga
frente. Que de esta emergencia humanitaria salga la solidaridad
suficiente para detener una agresión que parece inminente.
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