El 4 de noviembre de 1981, Valentín Campa
firmaba el acta notarial que registraba la desaparición formal del
Partido Comunista Mexicano (PCM), para unirse con otras
organizaciones en un nuevo partido. Si consideramos los partidos
Socialista Unificado de México (PSUM) y el Mexicano Socialista
(PMS) como continuadores directos, que seguían enarbolando la
orientación socialista junto con otras organizaciones y
movimientos, podemos decir que durante 70 años el socialismo
mantuvo su presencia con altas y bajas en el centro de la vida
política del país. El 5 de mayo de 1989 se constituyó el Partido
de la Revolución Democrática (PRD), al cual se adhirieron el PMS y
otras organizaciones, abandonando su identidad socialista. Desde
entonces han pasado 39 años y el socialismo, comunismo,
poscapitalismo o altermundismo tiene presencia en México sólo en
el movimiento comunitario del Ejército Zapatista de Liberación
Nacional (EZLN) y algunas otras expresiones menores como el
Movimiento Comunista Mexicano.
Seis meses más tarde, el 9 de noviembre de 1989, cayó el Muro de Berlín y casi al mismo tiempo se produjo el derrumbe del socialismo realmente existente o el modo de producción soviético en toda Europa. Eso parecía invalidar todo posible futuro comunista. Una virulenta propaganda identificó y sigue manchando los ensayos socialistas de todas las grandes revoluciones del siglo XX (la soviética, la china, la vietnamita y la cubana) con imágenes de dictaduras totalitarias y campos de concentración, guerras civiles interminables y modelos económicos inoperantes. Como movimiento social, el comunismo tiene casi 200 años de existencia. Para vivir, el capitalismo tiene que matar al comunismo, y éste ha sido y es negado una y cien veces para siempre resurgir.
En México, algunos militantes se refugiaron en la nostalgia, otros se volcaron hacia los movimientos sociales o bien las organizaciones de la izquierda nacionalista-revolucionaria; intelectuales aislados y revistas siguieron desarrollando el pensamiento marxista. Los menos cayeron arrepentidos en los brazos del neoliberalismo y sus portadores, los gobiernos de Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. Esto ha permitido que en México, en las recientes décadas, la alternativa comunista de ser un horizonte de esperanza de las luchas sociales haya quedado reducida a una palabra vergonzante.
Han pasado casi 40 años y en México la presencia de la teoría socialista y comunista se ha reducido considerablemente, ergo la idea de la superación/abolición del capitalismo como necesidad del desarrollo humano prácticamente se ha desvanecido. El 1º de julio de 2018, después de 36 años de dominio neoliberal, triunfó un gobierno progresista. Hace algunas semanas se celebraron los 100 años del Partido Comunista; Valentín Campa y Arnoldo Martínez Verdugo fueron llevados a la Rotonda de las Personas Ilustres. Es tiempo de que las ideas del socialismo, junto con todo el pensamiento revolucionario contemporáneo, vuelvan al lugar que les corresponde dentro de la izquierda mexicana. Urge que el pensamiento socialista restablezca su continuidad y ocupe su lugar en los movimientos anticapitalistas del futuro.
El concepto comunismo tiene tres dimensiones: 1) es una tendencia, un movimiento de la economía del capitalismo, que surge de las contradicciones de éste y sólo tiene solución en su negación. El comunismo no es una utopía más para la reforma del sistema actual. Hay infinidad de proyectos, rutas y propuestas para superar los problemas de la sociedad contemporánea, entre ellos están el libro más reciente de Thomas Piketty, de más de mil páginas, Capital e ideología, y las nuevas tendencias críticas en la economía política, que vuelven a considerar la unidad de esta disciplina con las ciencias sociales y elaboran modelos para una posible solución de las contradicciones del capitalismo.
A diferencia de las nuevas utopías, el comunismo surge de las contradicciones internas del capitalismo, que engendra su propia negación. El capital desarrolla una organización social del trabajo que es incompatible con la propiedad privada de los medios de producción. La necesidad de la apropiación social de éstos nace de la contradicción entre el carácter profundamente social y mundial de la producción y la apropiación privada de la riqueza en el sistema capitalista.
El capital como realidad alienada, en la que la relación entre las cosas domina la relación entre las personas, se impone como necesidad ciega. “Entre los propios portadores de esta autoridad, los capitalistas –escribe Marx–, que sólo se enfrentan como dueños de bienes, reina la anarquía más completa: los enlaces internos de la producción social sólo se imponen como fuerza de la naturaleza en contradicción con el libre albedrío del individuo”. La ley económica y la enajenación se fusionan en la propiedad privada de los medios de producción y el comunismo es la negación de esa propiedad. La concepción del capitalismo como modo de producción eterno, más allá de la historia, queda así negado y permite desentrañar los límites internos del capital como marcas de su relatividad histórica. Así como el capitalismo nació de las contradicciones internas del feudalismo, el comunismo nacerá como negación de los problemas estructurales del capitalismo.
Nosotros no anticipamos el mundo de mañana por medio del pensamiento dogmático, sino al contrario, por la crítica del antiguo, y en La ideología alemana Marx y Engels sostienen que
el comunismo no es para nosotros ni un estado que debe ser creado ni un ideal bajo el cual la realidad debe ser regulada. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real de abolición de la situación actual.
Pasemos a la segunda dimensión del concepto comunismo. Por casi 200 años, el comunismo ha sido un movimiento social, revolucionario de los trabajadores. La palabra tiene su origen en las sociedades revolucionarias francesas de mediados de los años 1830, como un movimiento político de la clase obrera en la sociedad capitalista. Carlos Marx y Federico Engels militaban en un grupo obrero internacional que existió de 1847 a 1852 y actuaba en la clandestinidad. Originalmente se llamaba la Liga de los Justos, que a su propuesta cambió de nombre por la Liga de los Comunistas. En el congreso celebrado en Londres en noviembre de 1847, los miembros de la liga les encargaron redactar un programa detallado del partido, a la vez teórico y práctico. Tal es el origen del Manifiesto comunista, en el que se afirma: “¿Cuál es la posición de los comunistas con respecto a los proletarios en general? Los comunistas no forman un partido aparte, opuesto a los otros partidos obreros. No tienen intereses que los separen del conjunto del proletariado. No proclaman principios especiales a los que quisieran amoldar el movimiento proletario… sólo se distinguen de los demás partidos en que, en las diferentes fases de la lucha… representan siempre los intereses del movimiento en su conjunto” (Marx y Engels, Manifiesto comunista en Obras escogidas, T. I, pág. 60).
Pero vayamos a la tercera dimensión del comunismo: es la prefiguración basada en el análisis del capitalismo de una sociedad poscapitalista, en la cual las contradicciones principales de ese sistema se resuelven paulatinamente. En ese sentido, el comunismo es una hipótesis, basada en algunas ideas de Carlos Marx y en el pensamiento crítico en constante evolución; en las experiencias de las luchas sociales y la asimilación crítica de las enseñanzas de las revoluciones del siglo XX.
Una tarea urgente es el análisis crítico del derrumbe de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y del
socialismo realmente existente, que fue en su inicio un gran ensayo para crear una sociedad comunista. Su fracaso es un episodio lacerante en la historia del movimiento socialista, que no podrá renovarse sin hacer una crítica profunda y creativa de lo sucedido, como hicimos antes con las experiencias del movimiento de 1968, la Comuna de París o el pensamiento socialista utópico de principios del siglo XIX. Sólo la asimilación crítica nos permitirá rechazar las monstruosas mentiras del anticomunismo actual y buscar nuevos caminos, distintos a los adoptados por los revolucionarios del siglo XX, que lograron muchas cosas, pero no la fundación de una sociedad comunista en el sentido que da al concepto la teoría marxista y el pensamiento crítico contemporáneo. El principal enemigo de esa asimilación crítica, creativa, es la nostalgia, que se niega a reconocer que el camino revolucionario de los trabajadores está sembrado de fracasos. Las grandes batallas perdidas cambian la historia, se manifiestan en logros diferentes a los que ellas se proponían y muchas veces son prolegómenos a nuevas luchas emancipatorias, pero siempre son ricas en enseñanzas para renovar la teoría y la práctica social.
Para construir un pensamiento socialista para el siglo XXI es ante todo necesario tomar en cuenta los profundos cambios que ha vivido el mundo desde la década de 1970: la gran revolución informática y robótica, el intenso proceso de globalización, la destrucción sistemática de las organizaciones de los trabajadores y el surgimiento de un pensamiento conservador nuevo, cuyo núcleo vital es el neoliberalismo.
En ese medio siglo, la era de Margaret Thatcher y Donald Reagan, el capital ha socavado las estructuras precedentes del poder monopolista y desplazado la fase previa del capitalismo monopólico de Estado nación. Mediante una competencia mundial, traducida en reducir ganancias corporativas no financieras, el desarrollo geográfico desigual y la competencia interterritorial se convirtieron en rasgos fundamentales del capitalismo actual. Hubo un ataque exitoso a las organizaciones laborales y sus instituciones políticas, mientras se movilizaba mano de obra global excedente, la puesta en operación de cambios tecnológicos para reducir mano de obra y elevar la competencia, ha reducido globalmente el salario y ha creado una vasta reserva laboral descartable, viviendo en condiciones marginales. La desigualdad ha crecido exponencialmente. México no es una excepción: entre lo que era su economía y su sociedad hace medio siglo y la actual, hay una diferencia asombrosa. El neoliberalismo ha introducido la agudización de la explotación de mano de obra, la generalización de la industria maquiladora, la privatización de los servicios públicos, los recortes a las prestaciones sociales e, internacionalmente, una relación de intercambio comercial desigual de forma brutal.
¿Qué podemos decir sobre el pensamiento marxista y socialista hoy? Constatamos que, después de un prolongado sopor, hay un gradual renacimiento de ese pensamiento en sus diversas y multiformes propuestas. Sin embargo, su debilidad sigue siendo la insuficiencia de comprensión de los movimientos sociales contemporáneos y la carencia de teorías generales que permitan hacerlas fluir en un solo torrente anticapitalista. Mientras tanto, la historia se ha vuelto a poner en marcha y los explotados, humillados y ofendidos en todas las latitudes, incluyendo la Europa rica y la gran potencia de Estados Unidos, han entrado en acción. Sobre todo en América Latina, de la que formamos parte, los pueblos se levantan decididamente contra el neoliberalismo (que es el capitalismo de nuestro tiempo). El ciclo de los movimientos progresistas no ha terminado, se inicia una nueva fase pese a todos los obstáculos, incluso los golpes de Estado.
El capitalismo de nuestra época está
cuajado de nuevas contradicciones. Entre ellas podemos citar las
que se derivan del cambio climático y la ecodestrucción. Se prevé
un saldo de 200 millones de ecorrefugiados en los próximos 20
años; se estima que la elevación del nivel de los mares para este
siglo será de 59 centímetros y afectará a unos 400 millones de
personas. Por otra parte, la extracción de minerales y la
explotación de los recursos energéticos y forestales suelen seguir
una lógica cada vez más destructiva, dejando tras de sí un paisaje
desigual de centros mineros abandonados, suelos agotados,
vertederos de residuos tóxicos y valores de activos devaluados.
Pero las grandes empresas impiden toda acción eficaz contra el
deterioro climático y los recursos naturales. También están los
persistentes problemas del desempleo masivo, la espiral a la baja
del desarrollo económico en Europa y Japón, las devastadoras
crisis económicas que el neoliberalismo ha causado en los países
tradicionales y dependientes como la de la crisis de 2008. El
ejemplo de Bolivia está fresco. El neofascismo está a la orden del
día. Trump y Bolsonaro no son figuras solitarias. La catástrofe a
la que se refería Rosa Luxemburgo en su famoso dilema
socialismo o barbariees más que nunca vigente.
Ahora bien, no todas esas contradicciones son fatales. El capitalismo ha demostrado a lo largo de su historia, una sorprendente capacidad de adaptación a nuevos problemas y de superación de las crisis. Pero, ¿a qué precio? Si las crisis de 1907 y 1913 fueron superadas en la Primera Guerra Mundial y la gran crisis de los años 30 produjo la Segunda Guerra Mundial, algunas de las grandes contradicciones actuales pueden ser también superadas, pero hay
solucionesque son tanto o más graves desde el punto de vista humano, como los problemas. Y luego está la posibilidad de que la acumulación de incoherencias actuales ya no sea superable y la catástrofe se produzca.
En esas condiciones, más que nunca es actual la famosa pregunta de Lenin:
¿qué hacer?Un movimiento anticapitalista global es poco probable sin cierta visión comprehensiva de lo que hay que hacer, por qué y cuándo. Existe un bloqueo doble: la falta de una visión alternativa evita la formación del movimiento anticapitalista, mientras que la ausencia de tal movimiento se opone a la articulación de una alternativa teórica. ¿Cómo superar este bloqueo? La relación entre la visión de lo que está por hacerse y la formación de movimientos políticos en lugares clave para hacerlo tiene que coincidir, cosa que apenas comienza a suceder. Cada una tiene que reforzar a la otra. De lo contrario, la oposición potencial estará por siempre confinada a un círculo limitado de demandas y conocimientos tácticos, dejándonos a la merced de las perpetuas crisis del capitalismo en el futuro. Ésta es una tarea para el pensamiento teórico, pero también para los movimientos potencialmente anticapitalistas, que todavía son pocos o difusos.
Tomemos como ejemplo la situación que había en México a la hora de la fundación del PCM en 1919. La Revolución Mexicana estaba en una encrucijada. La Constitución de 1917 había sido aprobada con todos sus elementos sociales, pero por el momento ninguno de ellos había sido aplicado. Las promesas flotaban en el aire. Los movimientos radicales, el magonismo, el zapatismo, el villismo, habían sido militarmente derrotados pero sus ideas vivían en millones de campesinos y miles de obreros. Muchos campesinos estaban armados y exigían la reforma agraria comunal. Los obreros, después de haber sido manipulados por el carrancismo, despertaban en una gran ola de acciones reivindicativas económicas en los términos del anarquismo. La Revolución Rusa desencadenó fuerzas gigantescas. En México, conocida a medias, tuvo gran impacto.
En esa situación nace o más bien se proyecta una corriente que pretende transformar la Revolución Mexicana en una revolución socialista, el PCM. La idea del comunismo y su ejemplo vivo impactaron al México radical. Surgen los líderes comunistas: Úrsulo Galván, Primo Tapia y Guadalupe Rodríguez. Un poco más tarde Hernán Laborde y Valentín Campa.
Mientras la nueva corriente que será el PCM los toma en serio, los círculos oficialistas las usan demagógicamente. Plutarco Elías Calles dice que quiere ser enterrado envuelto en la bandera roja y Antonio Soto y Gama, líder del oficialista Partido Agrarista, proclama:
En la metrópoli y todo el país se debe fijar la mirada en esta nueva aurora heroica que tiene radiaciones sublimes, en la aurora social de Rusia. (Gerardo Peláez, Partido Comunista Mexicano: 60 años de historia, tomo I, p. 18).
Las ideas del socialismo y el comunismo penetran pródigamente en el México revolucionario radical y obligan a los círculos gobernantes a una demagogia roja. Pero el PCM recién formado, que quiere cambiar la orientación de la revolución y a la vez echar raíces en el pueblo trabajador, se ve obligado a recoger las demandas que se han ido forjando durante la Revolución Mexicana: reforma agraria comunal y satisfacción de las demandas económicas de los obreros y postergar la idea del socialismo.
Sin teoría revolucionaria no hay praxis revolucionaria, pero sólo satisfaciendo las demandas ya existentes y urgentemente exigidas, se puede pasar a la dirección del movimiento. Como dice Ibsen:
Como hilo en la mar es la palabra / Hondo sendero la acción labra.
Aunque nada es seguro podría ser que los
próximos años marquen el inicio de un cambio prolongado en el
cual la cuestión de las alternativas al capitalismo, amplias y
de mayor alcance, saldrán paso a paso a la superficie en una
parte del mundo u otra. Cuanto más tiempo se prolongue la
incertidumbre y la miseria, se cuestionará la legitimidad de la
manera actual de hacer y la demanda de construir algo diferente
se intensificará. Reformas radicales, en oposición a las
reformas estilo
parches, pueden imponerse como necesarias y crear condiciones para el crecimiento de los movimientos antisistémicos.
Un ejemplo sobresaliente es el de Chile, donde desde hace dos meses se desarrolla un movimiento popular multitudinario sin precedente. Las manifestaciones cubren todo el país retando la violenta represión. Millones se movilizan y las protestas y descontento crecen. La Mesa de la Unidad Social ha convocado y realizado huelgas importantes. Se han constituido reuniones de trabajo populares que discuten las demandas que deben plantearse y sobre todo los problemas de la conformación de un órgano constituyente para una nueva Constitución. Muchos gobiernos municipales se han declarado en favor del movimiento. Las peticiones principales son: salarios dignos que superen la línea de la pobreza; congelamiento de proyectos de ley que favorecen a los más ricos, como la reforma tributaria y leyes laborales. Restablecimiento del carácter público de servicios básicos como salud, educación y transporte. Sistema de pensiones que garantice la dignidad plena. Fin al estado de emergencia y a la represión criminal.
Se han formado brigadas de autodefensa eficientes. Hay una acusación constitucional histórica contra el presidente Sebastián Piñera en la cual se afirma, entre otras cosas, que ha perdido toda gobernabilidad y que no se tolerarán por su parte más violaciones a los derechos humanos.
En la Cámara de Diputados se ha presentado un documento amplio de peticiones que está apoyado por un vasto grupo de representantes de diversos partidos, organizaciones estudiantiles, mapuches y organizaciones profesionales. Pero la principal demanda que plantea el movimiento en diversas reuniones populares que van cobrando la forma de consejos organizados, es el llamado a una Asamblea Constituyente, de amplia composición popular, y la elaboración de una nueva Constitución en lugar de la pinochetista aún vigente.
Se discuten acaloradamente las medidas para asegurar una composición paritaria de la asamblea para que ésta abra posibilidades para una máxima participación ciudadana. Frente al pueblo que ha despertado está la derecha chilena que tiene vivo el recuerdo de Pinochet y un ejército que está tirando para herir y matar.
Ante la exigencia popular de que se les lleve a juicio, un ejército de abogados se ofrece a defenderlos. Un connato de revolución popular y una violenta respuesta de la derecha. No sabemos hasta dónde va a llegar el conflicto.
Teniendo el caso de Chile, entre muchos otros en mente, podemos decir que no existe en nuestra época el viejo sujeto marxiano del proletariado. Los rebeldes son los precarizados, humillados, explotados, ofendidos de diferentes estratos sociales. Grupos sociales políticos híbridos, abigarrados y sólo en el proceso de lucha se van decantando y constituyendo por afinidades electivas, articulaciones culturales y construcciones discursivas movilizadoras.
No existe hoy una forma organizativa única para la lucha por el comunismo. Los movimientos sociales, los consejos, los partidos, las asociaciones populares, las organizaciones autónomas de la sociedad civil, pueden ser formas contingentes y locales de un único movimiento. Ninguna estructura organizativa es más valida que la otra. Y en la práctica allá donde emergen acciones colectivas de las clases subalternas, ellas tienen la capacidad de crear e innovar instrumentos organizativos diferentes y nuevos, capaces de canalizar su energía social.
Es en esta contingencia de la acción que se delimitan fronteras, se forman liderazgos y se emiten convocatorias movilizadoras, dando lugar al surgimiento de agentes dirigentes y hegemónicos.
Por ello las formas organizativas eficientes son siempre una incertidumbre resuelta en el mismo desarrollo del movimiento. Lo que debemos rechazar por experiencias repetidas, es la idea del partido de vanguardia, el culto a la espontaneidad o la veneración del líder todopoderoso.
Una política revolucionaria que enfrente la acumulación ilimitada de capital y que, finalmente, la desactive como el principal motor de la historia humana requiere una comprensión sofisticada de cómo se produce el cambio social. Sin embargo, también debe ser reconocida la necesidad absoluta de un movimiento revolucionario anticapitalista coherente y poderoso, la finalidad fundamental de dicho movimiento social es asumir en el momento adecuado el mando tanto de la producción como de la distribución de excedentes.
Y en lo que respecta
a la elaboración de una teoría para la transición anticapitalista
coincido en términos generales con David Harvey, quien propone llamar a
nuestro auxilio a la teoría marxista de la transición del feudalismo al
capitalismo, que puede ayudarnos a plantear el problema en toda su
complejidad. (David Harvey,
Organización para la transición anticapitalista, revista Crítica y Emancipación, año 11, núm. 4, 2010, 180 pp.) “El cambio social emerge –escribe Harvey– mediante el despliegue dialéctico de las relaciones entre los siete momentos del desarrollo del capitalismo visto como un conjunto, o como un conjunto de actividades y prácticas frente a un feudalismo declinante”. La transición al capitalismo implicó un complejo movimiento a muchos niveles. 1. Las formas tecnológicas y organizacionales de la producción, intercambio y consumo; 2. El cambio en las relaciones con la naturaleza; 3. Las relaciones sociales entre las personas; 4. Las concepciones del mundo que abarcan conocimientos, saberes culturales y creencias; 5. Los procesos específicos de trabajo y producción de bienes, geografías y servicios; 6. Convenios institucionales y, por último, 7. La conducta en la vida cotidiana que sustenta la reproducción social. En forma similar, cuando el capitalismo se somete a una de sus fases de renovación lo hace precisamente por la co-evolución de todos sus momentos, obviamente, no sin tensiones, luchas, peleas y contradicciones. Algo parecido/diferente va a suceder en el complejo proceso de transición al socialismo. Harvey llama a esto una teoría
co-revolucionariaporque el cambio social surge a diferentes niveles que deben ser materia del pensamiento revolucionario. Un pensamiento que sea capaz de analizar los movimientos sociales en función de su impacto particular y su relación con el cambio epocal. Hoy no contamos con el tiempo que transcurrió en la transición del feudalismo al capitalismo, pero existen medios tecnológicos y digitales, así como organizaciones económicas mucho más eficaces y sofisticadas para el cambio.
Pasemos a la tercera dimensión: la prefiguración de la sociedad que sucederá al capitalismo. Como todo futuro, no existe todavía. Debemos recurrir a los pocos escritos de Marx sobre el tema y a las experiencias de las revoluciones fallidas, derrotadas o inconclusas de los pasados 150 años para saber lo que puede ser y lo que no debe ser. Una comprensión de las experiencias prácticas que no conducen al comunismo y los cursos de acción que sirven para reforzar las tendencias del futuro comunista. Marx no fue muy prolijo en ese sentido. Nunca mostró el mismo interés por el presente y el futuro. Nos ha dejado atisbos, tomando en cuenta la transición del feudalismo al capitalismo. En La ideología alemana, Marx rechaza que el comunismo sea
un ideal al cual haya de sujetarse la realidad; él lo entiende más bien como
el movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual(Terry Eagleton, Por qué Marx tenía razón, Península, 2011, 73 pp.).
Tomemos el problema de la libertad social. Es un concepto de Marx de los Manuscritos económico-filosóficos de 1844, la renovada lucha por el comunismo halla su justificación moral en la búsqueda de la solución real a las injusticias y desigualdades, incluidas las colonizaciones, los racismos, los patriarcalismos y la destrucción de la naturaleza, ininterrumpidamente producidos por el capitalismo. Por tanto, la igualdad y la justicia avanzadas son necesariamente elementos imprescindibles de la sociedad comunista. Por eso la lucha por una democracia avanzada es una bandera irrevocable del comunismo. Sin embargo, la lucha por la libertad y la democracia social a lo largo de estos últimos 100 años no ha sido tomada al mismo nivel que la lucha por la igualdad. Por lo general, los comunistas y socialistas hemos entregado esa bandera a las corrientes liberales que constriñen y mutilan el concepto de libertad a la mera libertad de comercio, de enriquecimiento privado o de opresión de unos pueblos sobre otros, y la democracia limitada al sufragio universal, el respeto a la ley y la competencia política.
Pero hay una libertad social articulada a la igualdad, es la que Marx llama la libertad social, en la que el libre desarrollo de cada persona tiene que aportar al libre desarrollo de las demás personas, en la que las capacidades de cada ser humano están para potenciar la libre asociación con el resto de los seres humanos. No es ni el Estado, ni la empresa, ni el mercado el depositario y garante de este libre desarrollo de la individualidad. Es la libre asociación de las personas la que habilita el libre desarrollo de sus capacidades individuales. Bajo estas condiciones, las libertades civiles acumuladas en los pasados siglos son sólo un capítulo de una infinidad de libertades y capacidades que el comunismo requiere para su realización. De hecho, el comunismo o los comunismos –hay que hablar de comunismos– son impensables sin este despliegue de las libertades civiles acumuladas desde el siglo XVI y de las nuevas libertades asociativas que se constituyan en un patrimonio de acción en común.
Las distintas formas de
democratización social desde el asambleísmo, el parlamentarismo, la
democracia directa, los consejos, la democracia económica, la democracia
intercultural forman parte flexible de un proceso, dirigido a ampliar
la participación individual y asociada en las decisiones sobre todos los
asuntos de la vida social, desde la vida política, la vida económica,
pero también la vida familiar, el cuerpo, etcétera. En este sentido el
comunismo puede ser entendido como un proceso de desborde radical
democratizador de todos los ámbitos de la vida. Comenzando por la
producción de la riqueza, con la finalidad de garantizar la igualdad
real entre las personas. Así la libertad social es una forma de
construcción de la igualdad. (Álvaro García Linera, Conferencia
Magistral Alternativas al capitalismo, en la Universidad de Pisa, mayo 2019).
Las más importantes revoluciones comunistas exitosas por un tiempo, la soviética, la china, la vietnamita y la cubana tuvieron que enfrentar largas transiciones al comunismo que exigían el desarrollo de las fuerzas productivas atrasadas; enfrentar una hostilidad bélica y económica excepcional del capitalismo; lo cual significó posponer la liberación de la sociedad, de la enajenación económica que reduce al ser humano a una fuerza de trabajo y la naturaleza a un objeto inagotable de la explotación económica. Esta larga transición necesaria tuvo su impacto sobre el desarrollo de la libertad social. La URSS tuvo que enfrentar una larga guerra civil, la construcción a marchas forzadas de una industria bélica capaz de derrotar a la máquina militar nazi, la Segunda Guerra Mundial, la reconstrucción y la guerra fría. China, cuyo desarrollo económico era aún más atrasado y cuya revolución fue una gesta eminentemente campesina, se vio obligada a derrotar la intervención japonesa y más tarde, estadunidense en Corea y respondió con un viraje hacia el
socialismo de mercadode gran éxito económico y de futuro socialista ¿? impredecible. El Vietnam tuvo que enfrentar y derrotar la intervención francesa y la sangrienta guerra estadunidense con sus efectos desastrosos sobre la población y la naturaleza. Cuba sigue estando constreñida por el implacable bloqueo de Estados Unidos. Esto ha prolongado las transiciones al socialismo. El compromiso pragmático a desarrollarse rápidamente derrotó la posibilidad a un desarrollo en el buen sentido. Había que ponerse al día por encima de
hacer las cosas necesarias. No sabemos cómo habría sido el desarrollo de esos países en condiciones más favorables. (Samir Amin, Octubre 1917, El viejo topo, 2017, pp. 33-34.). Mientras el
marxismo occidentaldesarrollaba un pensamiento sofisticado en un mundo sin revoluciones, el
marxismo de las naciones atrasadasprotagonizaba cuatro grandes revoluciones.
Para ponerse al día el socialismo del siglo XXI debe comprender en toda su profundidad la novedad de los movimientos sociales contemporáneos y buscar las alianzas con las nuevas corrientes de pensamiento y de acción antisistémica surgidas a su calor. En primer lugar están las luchas contra formas de opresión que no tienen relación directa con las relaciones de producción como son el machismo, el cambio climático, la polución, el racismo, los derechos de los pueblos originarios o la manifestación de contradicciones culturales como los lazos internos de grupos étnicos en las migraciones masivas.
En América Latina la novedad de los movimientos son muy evidentes al presentar elementos que lo separan del viejo modelo sindical-partidario-guerrillero y la apertura de nuevas brechas en el modelo de dominación.
Son las respuestas al terremoto social que provocó la oleada neoliberal de la década de los 80, que trastocó las formas de vida de los sectores populares al disolver y descomponer las formas de producción y reproducción, territoriales y simbólicas, que configuraban su entorno y su vida cotidiana.(Raúl Zibechi, Autonomías y emancipaciones, Bajo Tierra/Sísifo 2008, pp. 23.)
Hoy más que nunca, las periferias de América Latina llevan en su seno la coexistencia de conjuntos heterogéneos de relaciones de producción, a la vez precapitalistas, capitalistas y poscapitalistas, como entramado que otorga riqueza y diversidad al análisis de las clases y grupos subalternos en los movimientos.
El pensamiento neoliberal reduccionista nunca comprendió esas modalidades. De ahí su crisis actual, tanto en los círculos dominantes locales como en los centros de la acumulación ampliada de capital, se debe, en buena parte, a que no pueden entender el escenario de acumulación por desposesión que caracteriza a la mayor parte del continente. De ahí la persistencia de los movimientos progresistas en América Latina que conforman hoy un frente importante de las luchas potencialmente antisistémicas.
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