Jorge Carrillo Olea
Mi respeto a Carmen Aristegui.
Este escrito parte de una premisa: nuestro México, el de las actuales generaciones, no da para más. Se agotaron sus magnificencias y se preservaron vicios. Eje de un deseable remedio es aceptar que nuestros grandes propósitos de patria, democracia y justicia fallaron en su conjunto. Se agotó el sistema en todo lo deseable. Su derrumbe incluyó a un sepulturero. Hay que crear un nuevo orden, no con los antiguos modelos, sino con otros visionarios, promotores del mejor futuro posible y rigurosamente realistas.
Los viejos propósitos siguen siendo los mismos, son principios inmutables, imperativos. Las que produjeron este desfase fueron las prácticas aplicadas. Resultaron claramente contrahechas, fallidas y costosísimas. Fueron décadas de simular, de protagonismos triunfalistas, nefastos. En tanto, el mundo ha sido arrebatado en un torbellino de cambios en lo geopolítico y en la vida interna de los países. ¿Las causas?, muchas. Muchas, algunas que México comparte; lo que no compartió fue el sentido visionario y la capacidad de ejecución de ciertos líderes de aquellos rumbos. En un examen corto, para nuestro terruño han sido más de 15 años de quehacer errante.
En 1980 se formuló una alerta, un libro que se llamó Última llamada. Sus argumentos eran totalmente válidos. La crítica oficialista lo trivializó burlona. El gobierno lo despreció y llevó a su autor a exiliarse en Falfurrias, Texas, lo que llevaba todo un mensaje de desprecio del exiliado a quien lo expulsó. Alertas como aquella se han multiplicado inútilmente. Las críticas que hoy se producen ya no operarían para el presente, es muy tarde. Hay que empezar a dibujar el mañana. No es sugerir futurismo político. Es pensar en lo que debemos dejar como legado. Es un acto de responsabilidad.
A dos años, ante el derrumbe, ¿qué México? es la gran cuestión. Debemos empezar por ahí, definir el México deseable. Deseable con prudencia, con serenidad e inteligencia. ¿Qué México? es la gran cuestión. Es una tarea antes que todo de patriotas, de ilustrados en la brega o en el aula, de experimentados y sobre todo es tarea de honestos. El México deseable, viable, no es de difícil definición, el problema es aceptar y enfrentar los graves problemas que hemos postergado. El país por todos anhelado es aquel donde haya justicia, probidad, salud, educación, empleo, cohesión social, compromiso con el ambiente y prestigio internacional. No son eufemismos, si no todos, a los más los hemos tenido ya en términos discretos.
El inmediatismo nos vuelve a empujar a analizar a los supuestos candidatos, inercia engañosa. No es ningún mérito señalar que primero habría que dilucidar qué México deseamos, compatible con lo posible, y sólo entonces deducir el quién ofrecería el mejor programa. Actuar al revés es sencillamente inconducente al fin deseado.
Se necesitan seres humanos que en el conjunto de sus decisiones y acciones ratifiquen poseer una idea de Estado. Que sus solitarias meditaciones los lleven a grandes conclusiones, que posean gran habilidad para leer las estrellas. Que sus actos no sean diseñados para salvar el momento, sino que acaben por inscribirlos en la historia de la grandeza. Que sepan pensar largo y actuar corto. Sí, pero el hombre vendrá después. Hoy urge dar respuesta a la interrogante que definirá el futuro: ¿Qué México?
Estamos ante la gran incógnita para el sistema político, que es si sabremos hacia dónde debemos ir. La tradicional pregunta: ¿quién será el bueno? no debe ser lo primero. Hoy, antes de personalismos, el reto histórico de anticipar el futuro nacional es enorme y demanda gran serenidad y perspicacia. Debemos ofrecer a la nación ideas, compromisos, firmeza, sobriedad y ser capaces de contestar a ¿qué México estamos buscando?
Como inspiración inicial sería bueno releer una suma de talentosos ensayos coordinados por Jesús Ramírez Cuevas en 2011, que es Nuevo proyecto de nación. En aquel tiempo no sufrió descalificación alguna y hoy, seis años después, lamentablemente sigue siendo actual, pues poco ha mejorado para la apreciación popular.
Es lamentable que en estos días sea subversivo alentar la revolución de las conciencias y el pensamiento crítico; hoy es subversivo promover la vuelta a una ética republicana y al combate a la corrupción. Para un cierto establishment es atentatorio plantear un retorno al estado de bienestar corrigiendo desviaciones, como inaceptable les resulta pensar que el derecho a la felicidad es la aspiración esencial del hombre. Por eso, con preocupación se plantea: a dos años, ¿qué México?
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