Lev Moujahid Velázquez Barriga*
Las razones oficiales de la reforma educativa chocan con
la realidad. ¿Cómo decir que se buscan alumnos participativos
capaces de resolver conflictos privilegiando “el diálogo, la
razón y la negociación”, cuando el Estado busca imponer esa
norma por medio de la fuerza y la represión? Por ningún lado se
asoman los valores humanistas que dice enarbolar y sólo dominan
los del empresariado neoliberal
Un Estado no puede ser ajeno a los principios educativos
en su vida orgánica, formas de gobernar, legislar e impartir
justicia; tampoco lo puede ser quien lo representa públicamente;
por el contrario, los principios educativos deberían estar
presentes en su constante interacción con la sociedad, en el ámbito
político que lo dinamiza, en el proyecto nacional que lo
orienta, en su desarrollo económico y cultural.
Cuando estos principios están ausentes, no podemos hablar de
un Estado educador, sino de otro corrompido, en descomposición,
porque en él imperan los intereses de grupo sobre el bien común.
En estas condiciones, de un Estado corrompido y no educador,
cualquier propuesta que se presente como opción de transformación
educativa emanada desde el seno de su descomposición orgánica, no
puede ser sino parte de sus mecanismos de imposición,
sometimiento y de reproducción de intereses de grupo.
En ocasiones, estos mecanismos de dominación son explícitos y
también tangibles, como lo es el Servicio Profesional Docente,
que no deja duda de su carácter punitivo en la letra y en los
hechos; otras veces no son tan explícitos, sino que dejan un
cierto margen de libertades e interpretaciones para legitimarse,
pero de facto se llevan a cabo con la misma verticalidad de
siempre, como lo pretenden hacer Aurelio Nuño y sus aliados
empresariales y sindicales, con el nuevo modelo educativo 2016.
Partimos de la premisa de que en México no hay un Estado educador.
Todo lo contrario, el que nos rige está sumergido en una condición tan
crítica, que carece de principios éticos y valores cívicos que se puedan
ampliar al conjunto de la sociedad desde una propuesta
pedagógica que nutra la vida democrática por las venas de
nuestro sistema nacional de educación.
En este sentido, los documentos Modelo Educativo 2016. El
replanteamiento pedagógico de la Reforma Educativa; Los fines de
la educación en el siglo XXI y la Propuesta curricular para la
educación obligatoria 2016, son parte de esta condición crítica;
más que alternativas para dar contenido a las ausencias pedagógicas y
superar los conflictos magisteriales, son un deslinde que
intenta alargar la ruta de discusiones hasta el 2018, cuando el
presente gobierno se haya ido y con él, toda responsabilidad sobre el
caos que generó.
Se trata de una propuesta de nueva cuenta unilateral, llena
de inconsistencias e incongruencias, unas producto de las
mismas tesis fracasadas de la actual reforma y otras que auguran su
inaplicabilidad porque son contrarias a su ADN político fascista,
pero que aparecen como elemento de distensión del descontento
magisterial, popular y académico.
Resulta de lo más dudoso que los mismos operadores y
autores intelectuales de la reforma educativa, cuyas
consecuencias son decenas de muertos, encarcelados y miles de
despedidos, hoy digan que “el propósito de la educación básica
y media superior es contribuir a formar ciudadanos libres,
participativos, responsables e informados, capaces de defender y
ejercer sus derechos, que participen activamente en la vida
social, económica y política de México”.
¿Y para qué iban a querer eso? Valdría la pena preguntárnoslo,
si no existen en este país garantías para el ejercicio de la
libre ciudadanía, para exigir dignidad laboral sin que seas
hostigado o víctima de la represión administrativa, sin ser
despedido o perder tu libertad y hasta la vida. Así nos lo
ha enseñado la Secretaría de Educación Pública (SEP) en los
hechos, pero más crudamente durante este gobierno en turno.
Me parece que, desde las esferas de la burocracia estatal, no se
puede recomendar sin atisbos de hipocresía que el sistema
educativo deba formar personas capaces de resolver conflictos,
privilegiando “el diálogo, la razón y la negociación” cuando se
ha priorizado la vía judicial, la criminalización de la protesta,
así como la intervención de los órganos represivos para dirimir
diferencias de orden pedagógico y laboral.
Por otra parte, la supuesta “nueva cultura” organizativa que pone
“la escuela al centro” y sienta las “bases para construir centros
escolares que fomenten el trabajo colaborativo y colegiado”, no
se puede edificar sobre los cimientos de un sistema vertical y
centralizado, en cuyos órganos horizontales de participación
social y los que a partir de su autonomía diseñan las evaluaciones
para generar propuestas de política educativa, están los Empresarios
Primero y las necesidades educativas después.
Hablar de autonomía de gestión para la rendición de cuentas
es una de las mayores inconsistencias que podemos encontrar, si
la corrupción ha penetrado hasta las altas esferas del poder
político, incluso en la presidencia de la república; si los
niveles de endeudamiento han sido tan irresponsables que hoy se
podrían financiar el 95 por ciento de los programas culturales,
educativos y deportivos de la SEP tan sólo con lo que el Estado
paga de intereses anuales por concepto de deuda pública. Sin
embargo, el Modelo Educativo 2016 sigue proponiendo la colocación
de certificados de endeudamiento en la bolsa de valores, a través de
Escuelas al CIEN (Certificados de Infraestructura Educativa
Nacional), como si fuese un mecanismo exitoso y los datos no
fueran desalentadores.
En su caso, los Consejos Técnicos Escolares y la Ruta de
Mejora Continua que se presentan como los instrumentos para la
planeación contextualizada de la escuela, poco han contribuido al diseño
de alternativas pedagógicas, no por falta de capacidad de los
docentes claro está, en realidad su objetivo no ha sido la autogestión
curricular, sino la aplicación de una reforma educativa que
viene desde arriba con todo su peso administrativo, burocrático,
antilaboral y privatizador hasta los centros escolares.
En cuanto a las evaluaciones internas, según las condiciones
específicas, como parte de la autorregulación de los
aprendizajes, la formación intrínseca de los docentes y las
orientaciones autogestivas de los procesos pedagógicos escolares,
podríamos decir que carecen de pertinencia y significatividad para
los actores educativos, toda vez que el ej e rector para los
informes oficiales, la mediatización comunicativa de los
resultados del sistema educativo, la opinión pública, las
decisiones políticas y los impactos laborales de los profesores,
son las evaluaciones externas y además estandarizadas.
A decir del modelo curricular que aparece como continuidad
del marco constitucional inspirado en las recomendaciones
derivadas de los acuerdos de cooperación con la Organización para la
Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), para la
integración del mercado mundial, y no en la Organización de
las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura
(UNESCO), es decir, para el desarrollo cultural de la humanidad, no
se puede nombrar a sí mismo como humanista. No hay humanismo
posible ni centralidad de lo pedagógico para quien ha
esclavizado el destino de las nuevas generaciones a la
globalización económica.
Pretender “encontrar un equilibrio entre las exigencias propias de
un proyecto humanista, fundamentado en la educación integral, y
un proyecto que persigue la eficacia y la vinculación de la educación
con las necesidades de desarrollo del país”, se vuelve búsqueda
paradójica en la medida en que la “calidad” y no las cualidades
humanísticas son el objetivo superior de la educación, como
estigma que ha dejado heridas en la Constitución mexicana,
sacrificada en favor de los intereses empresariales.
No hay coherencia lógica cuando se propone, por un lado,
incorporar “los avances que se han producido en el campo del
desarrollo cognitivo, la inteligencia y el aprendizaje” y, por otro,
supeditar toda la teoría pedagógica avanzada que apunta a la
diversidad humana y de sus formas de aprendizaje, al modelo único por
competencias, el cual no concibe a la persona en su complejidad (homo
complexus), sino en la simplicidad de su unidimensionalidad
económica (homo economicus).
En suma, un Estado totalitario, como el nuestro, no educa
para la autonomía, sino que refuerza la obediencia y la sumisión,
transgrede la diversidad cultural y cosifica la integralidad
humana, ahí está la esencia del modelo educativo que presenta
la SEP, revuelta entre marañas conceptuales que se contradicen con su
tradición neoliberal.
Una verdadera propuesta educativa sólo podrá venir de las
oposiciones críticas al proyecto empresarial, de las diferencias
políticas a la dictadura pro fascista, de la cultura
democrática y popular que se reconstruye en la renovación
constante de los movimientos sociales, de las autonomías
indígenas y su proyecto decolonial, del diálogo de saberes
entre la raíz pedagógica latinoamericana y las epistemologías
para atender la diversidad cognitiva.
*Doctor en pedagogía crítica y educación popular;
integrante de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la
Educación en Michoacán
4.8.16
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