Fabrizio Mejía Madrid
“De los testimonios de Veytia podemos concluir que el acuerdo del
calderonismo con la Federación duró apenas un año y, cuando se
enfrentaron los Beltrán al Chapo, el Presidente Calderón dio la orden de
apoyar a éste último”.
El juicio a Genaro García Luna en Nueva York ha arrojado una historia
distinta a la que conocíamos sobre Felipe Calderón. Durante años hemos
dicho que, por haber llegado mediante un fraude electoral a la
Presidencia de México, Calderón decidió legitimarse estallando una
“guerra contra el crimen organizado”. Pero los nuevos datos del juicio
señalan que la complicidad con el narcotráfico venía desde mucho antes y
que no necesariamente respondió a un dilema político —que no había
ganado la elección de 2006— sino, más bien, a que, durante los sexenios
de Acción Nacional, se creó una estructura paralela al Estado mexicano,
compuesta por servidores públicos, militantes del partido, y jefes del
narco, todos unidos por ser cómplices en el delito.
Veamos con más detalle esta historia. Dieciocho días después de que el
Tribunal Electoral lo declarara presidente electo, Felipe Calderón y su
esposa, Margarita Zavala, asistieron como padrinos a un bautizo en
Torreón, Coahuila. La bebé que sería bautizada era hija del senador de
Acción Nacional, Guillermo Anaya Llamas, y de María Teresa Aguirre
Gaitán. El hermano de “El Grande”, jefe del grupo de los Beltrán Leyva
en la Comarca Lagunera, era esposo de la hermana del senador del PAN y
ex alcalde de Torreón. Así que “El Grande” fue encomendado para asistir
al bautizo con una petición de La Federación, es decir, de los Beltrán
Leyva, el Chapo Guzmán, y el Mayo Zambada, al nuevo presidente electo.
Se le pidió a Calderón nombrar a Genaro García Luna como Secretario de
Seguridad Pública de México. La exigencia fue aceptada y García Luna
tomó posesión como super policía desde el primero de diciembre de ese
año. La “guerra contra el narco” fue anunciada dos meses y medio después
de ese bautizo, hasta el 11 de diciembre de 2006. Así que podemos
concluir que la idea de ponerse al servicio del Cartel de Sinaloa
precedió a cualquier plan de supuesta seguridad. Y, por lo tanto, el
anuncio de la famosa “guerra contra el narco” que comenzó sin
diagnóstico ni estrategia en el estado de Michoacán, no fue sino para
esconder el acuerdo previo de apoyar la expansión del cartel de La
Federación por todo el país. Tampoco se sostiene que Calderón “no
supiera” qué hacía su secretario de seguridad, García Luna, porque fue
él quien aceptó una exigencia de los narcotraficantes, en aquel bautizo
de Acción Nacional el 25 de septiembre de 2006. Si lo hizo por un
cálculo político o simplemente por dinero, queda todavía en lo incierto,
pero al poco tiempo volvió a hacer lo mismo: apoyar al Chapo Guzmán. A
esa historia volveremos después.
Un año después, en el 2007, el gobernador priista de Coahuila, Humberto
Moreira, acusó al senador del PAN, Anaya Llamas, de tener vínculos con
el narco. Por los testimonios en el juicio ahora sabemos que el propio
Moreira sirvió de fachada, con una partida de fomento al turismo, para
la entrega de sobornos a periodistas y dueños de medios de comunicación.
Que el propio García Luna pagó “toneladas” de 25 millones de pesos al
mes —300 millones al año— al periódico El Universal, para encubrar su
imagen como policía eficiente. Que el columnista Antonio Navalón,
representante del grupo español Prisa en México candidateó a García Luna
para la presidencia de la República en su artículo de El Universal del
25 de octubre del 2010. Cuando ya era dirigente nacional del PRI,
Moreira fue investigado por corrupción, endeudar a su estado con
documentos falsificados del Congreso local, y lavado de dinero en
paraísos fiscales como Mónaco e Islas Caimán, pero fue exonerado por la
PGR de Calderón un mes antes de que tomara posesión Enrique Peña Nieto
en 2012. Es decir, si de Fox a Calderón hubo una complicidad en ascender
de puesto a García Luna —de la AFI a la Secretaría de Seguridad—, de
Calderón a Peña Nieto existió el mismo pacto para exonerar a políticos
enriquecidos por sus lazos con narcotraficantes.
Pero esta historia viaja de Coahuila a Nayarit. En el juicio en Nueva
York se presentó como testigo de la Fiscalía a Edgar Veytia, el ex
fiscal del gobierno de Ney González. Con suma sinceridad, Veytia ha
dicho que los gobernadores de Nayarit, tanto Ney González como Roberto
Sandoval, le tenían lealtad a los Beltrán Leyva porque les pagaban las
campañas electorales. Y que, cuando las empezó a pagar el Cartel Jalisco
Nueva Generación, traicionaron a sus antiguos patrocinadores. Veytia
declaró en Nueva York que fueron Felipe Calderón y García Luna los que
les dieron la instrucción: “El Chapo no se toca”, cuando los dos grupos
de criminales se enfrentaron en el 2008. Que una vez tuvieron hasta que
liberar al capo de una detención en una carretera porque así lo pedía el
Presidente Calderón, que esa era “la línea”.
De los testimonios de Veytia podemos concluir que el acuerdo del
calderonismo con la Federación duró apenas un año y, cuando se
enfrentaron los Beltrán al Chapo, el Presidente Calderón dio la orden de
apoyar a éste último. Unas horas después de que se diera este
testimonio de Veytia en el juicio, Felipe Calderón respondió desde el
exilio en España: “Nunca negocié ni pacté con criminales”. Su esposa, la
diputada Margarita Zavala pareció enigmática de tan obtusa. Dijo: “A mí
me parece que lo que tenga que suceder en ese juicio, pues que suceda. Y
lo demás, pues yo creo que toda la parte de los testimonios, como
quiera, yo no veo que estén ahorita aprobándolo”. La abogada confundió
claramente “aprobar” con “probar”. Más claras fueron las ocho columnas
del periódico Reforma: “Implican a Calderón… pero “de oídas”. Un día
antes, cuando se dio a conocer los sobornos de García Luna al Ya al
diario El Universal, éste tituló su portada con “Gobierno gasta 1600
millones de pesos en estadios de beisbol”. El Heraldo, otro implicado en
los sobornos de García Luna, decidió avisar: “Blindan camino del
aguacate al Superbowl”.
Para saber la verdad hay que preguntarse por qué Calderón ordenaba a los
gobernadores proteger al Chapo Guzmán. La lógica de la legitimación
política por medio de la guerra interna es inoperante ya para 2008.
Queda entonces el dinero. Lo que hasta ahora entendemos es que la
relación entre los servidores públicos y los narcotraficantes era para
financiar las campañas a cambio de alquilarles los puestos de seguridad
pública. Que se intercambiaba dinero para lavarlo. Que una parte de él
iba a los medios de comunicación, como El Universal, que otra parte era
para fundar empresas fachada que vendían, por ejemplo, cámaras de
vigilancia a los penales, como fue el caso del dueño de El Financiero.
Que se aceptaba dinero para enriquecerse sin ser detectados a cambio de
darle a los delincuentes información de operativos que todavía no
ocurrían. Más que la simulación, la verdad de Calderón es el dinero.
Hay otros dos explicaciones posibles de la complicidad entre los
gobiernos PRIANistas y el crimen organizado. Una es ideológica, la otra
económica. Alrededor de Felipe Calderón se agrupó una corriente
ideológica militarista. Me refiero a las organizaciones contra la
delincuencia y contra el secuestro encabezadas por Isabel Miranda de
Wallace, cuyo cuñado trabaja hoy para la presidenta de la Suprema Corte,
Norma Piña; María Elena Morera de la “sociedad civil” de Claudio X.
González o el mismo Alejandro Martí. Comunicadores y medios como
Milenio, Imagen, Reforma, Excélsior, El Universal, El Heraldo y El
Financiero. La ideología militarista de Calderón parte de dos ideas: que
la seguridad pública es la única labor legítima del Estado mexicano
porque de eso depende la inversión privada, la generación de empleos y
el crecimiento económico; la otra idea es que la seguridad se logra
matando a una parte de la población que se considera “mala”. Estas dos
ideas se trenzan en que la solución militar era “necesaria”, que no
había de otra, y que iba a ser larga, sangrienta doloroso. Que, como
dijo el entonces procurador, hoy prófugo, Eduardo Medina Mora el 29 de
mayo de 2008: “La guerra contra la delincuencia se está ganando, aunque
no lo parezca”. El resultado fue un amasijo de delitos e impunidades: si
los secuestros en 2006 eran 4 mil 307, para el final del sexenio
calderonista eran 27 mil 374; si para 2006 los homicidios eran 10 mil,
en 2012 eran 26 mil; pero el 80 por ciento de ellos sucedieron sólo en
162 municipios.
No es cierto que la guerra afectó a todos por igual. Si revisamos los
datos de desplazamiento forzado, es decir, de los dos millones de
personas que se vieron obligadas a salir de sus zonas de residencia
rumbo a otros estados o países, descubrimos el horror en los municipios
más apartados, pobres, en comunidades indígenas, agrícolas: más de 254
mil desplazados en Chihuahua sólo de la sierra, sin sumar los más de 100
mil de Ciudad Juárez; 185 mil en Coahuila, de los municipios más pobres
como Múzquiz y Frontera; 21 mil de Michoacán de municipios como
Aguililla o Zacapu; 208 mil en Sinaloa, de Choix y Mocorito; 34 mil en
Tamaulipas; 50 mil en Chiapas, de los municipios en la frontera con
Guatemala. Estas 850 mil personas, tan sólo de seis estados de la
república, vivieron el país del miedo, tomaron la decisión de huir,
abandonaron sus casas, se encontraron a la mitad de las carreteras sin
saber a dónde llegar. Tan sólo un dato de este drama: hay 8 millones 669
mil casas abandonadas, es decir, el 20 por ciento del total. Esa y no
otra es la sustancia de vivir con miedo: los pueblos fantasma, las
tierras dejadas. El otro dato es que, al cabo de la guerra de Calderón,
había 150 mil niños que se habían vuelto huérfanos. Sin decirlo
explícitamente, pero comprobable en los hechos, la parte que el
militarismo calderonista quería ejecutar para que el resto viviera en
paz, eran los pobres, los habitantes de los municipios más precarios del
país. En ese sentido es que la guerra de Calderón es una de tipo racial
y económica. Busca una solución burocrático-militar que hace de
regiones enteras del país un terreno de guerra o, como se decía en el
lenguaje militarista, “operativos conjuntos”. Es decir, provocaron que
millones de personas huyeran del terror. Eso facilitó que los criminales
tomaran tierras para sembrar amapola o que las mineras canadienses
pudieran explotar el subsuelo sin tener que indemnizar a los
ejidatarios. No hay que olvidar a la tropa del ejército que desertó en
números escandalosos: 114 mil con Vicente Fox y 90 mil con Calderón, de
los cuales mil 680 eran de fuerzas especiales, es decir, altamente
calificados. Y, mientras los pobres huían de sus comunidades y la tropa
desertaba, el gobierno de Calderón y García Luna nunca tocaron los
flujos financieros de los narcos ni sus propiedades patrimoniales. Así
que no hay razón que sostenga que la guerra fue igual para todos.
Y aquí viene, entonces, el carácter económico de la guerra de Calderón.
Generar el caos en ciertos municipios del país para preparar a sus
habitantes para cualquier cosa: huir, morir, ser secuestrados o
“levantados” como suavizaban los medios de comunicación en aquellos años
de la auto-censura. Todo ayudó al regreso del PRI que, con Peña Nieto,
se suponía que pacificaría al país como lo había hecho en las décadas de
la guerra sucia contra la izquierda. En su guerra, Calderón gastó el
equivalente a los presupuestos anuales de Salud, Medio Ambiente, y
Desarrollo Social; en seis años gastó mil 800 millones de pesos, sólo en
financiar a la Secretaría de García Luna, la Defensa de Galván Galván,
la Procuraduría de Medina Mora, Arturo Chávez Chávez, y Marisela
Morales, y a la Marina de Mariano Saynez. Sin duda, el gran negocio de
la guerra fue a parar a la industria armamentista norteamericana pero
también enriqueció como nunca a la burocracia de los “operativos
conjuntos” con dinero del Departamento de Estado de los Estados Unidos
en su Plan Mérida y sus fallidas operaciones como Rápido y Furioso.
Así, al final la verdad sobre Calderón es mucho más terrible que las
ansias por legitimarse una vez consumado el fraude electoral de 2006.
Una parte de la estructura del poder en México, llámense políticos,
funcionarios, delincuentes, medios de comunicación, industrias de armas,
mineras, o inmobiliarias fueron beneficiadas con esta guerra. Puso en
un alto cargo público que gastó el equivalente al 30 por ciento de la
fortuna de Carlos Slim al ex espía político del CISEN, Genaro García
Luna. Mandó decir que el Chapo no se toca. Hizo crecer territorialmente
al Cartel de Sinaloa y lo convirtió en una empresa transnacional. Así la
verdad sobre Calderón.
Al final, no eran los criminales los que le tenían miedo, sino los pobres de esta país.
9.2.23
La verdad sobre Calderón
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