Carlos Fazio
Habrá un antes y un después tras la operación Diluvio de Al-Aqsa, de
Hamas, y la ofensiva de retaliación y exterminio lanzada en la franja
de Gaza por las Fuerzas de Defensa de Israel, el 7 de octubre, con el
apoyo político y militar de la administración Biden.
Con el paso de los días el régimen colonial y expansionista de
Benjamin Netanyahu elevó el urbicidio a su máxima expresión.
Interrumpida por una tregua humanitaria de cuatro días, la actual fase
de guerra no convencional urbana, asimétrica, tiene como principal
objetivo declarado exterminar a la resistencia palestina
-singularizada en Hamas con fines de propaganda bélica por el ejército
de ocupación israelí-, enemigo difuso y disperso que se configura a
través de una red de células o unidades pequeñas, semindependientes,
pero coordinadas, que cuentan con una extrema flexibilidad de movimientos.
Hasta el presente, parte de la guerra asimétrica entre Israel (un
ejército de 170 mil efectivos y 360 mil reservistas movilizados,
modernos equipos militares y de inteligencia, y apoyadas por la Fuerza
Delta del Pentágono), y la resistencia palestina (que vive hacinada en
un campo de concentración a cielo abierto y no cuenta con ejército
profesional, marina ni aviación), se manifestaba por el control
absoluto del espacio aéreo por las fuerzas israelíes y el dominio
palestino de la guerra subterránea a través de una red de túneles.
Antes del 7 de octubre, y desde 1948 (cuando se produjo la Nakba
[catástrofe], que dio inicio a la destrucción de la sociedad y patria
palestinas), la ocupación de los territorios árabes por sucesivos
regímenes sionistas de Israel, ha involucrado una serie de procesos de
dominación colonial y ocupación militar que incluye, hasta la
configuración del actual apartheid automatizado, asentamientos de
colonos supremacistas con armamento militar en puntos estratégicos
alrededor de las principales zonas urbanas (como dispositivos
panópticos urbanos [disciplinarios] para dividir el espacio y
controlar las aldeas palestinas, lo que tipifica como crimen de guerra
en virtud del Estatuto de Roma); la construcción de redes de
vigilancia de alta tecnología (como el Cuerpo de Defensa de Fronteras,
que recopila información mediante cámaras, dispositivos de detección y
orientación mediante sensores acústicos, algoritmos informáticos y
mapas, y son responsables de vigilar entre 15 y 30 kilómetros de
terreno las 24 horas del día, proporcionando información de
inteligencia en tiempo real a sus colegas militares en zonas
ocupadas), a lo que se suman francotiradores robóticos capaces de
disparar contra intrusos (como las ametralladoras de inteligencia
artificial desarrollada por las empresas Rafael y Smartshooter, que
pueden disparar granadas aturdidoras, balas de goma y gases lacrimógenos).
Lo anterior se complementa con sistemas interconectados: los muros de
apartheid; la subdivisión y zonificación territorial, con carreteras y
autopistas de circunvalación para uso único israelí; bases militares y
puestos de control ( check points) e inspección con tecnología láser,
torniquetes, detectores de metales y sistemas de escaneo; grabación
electrónica de información mediante la intervención telefónica (vía el
sistema de espionaje Pegasus) y la intercepción de mensajes
electrónicos, televisión con circuito cerrado y vigilancia por video,
sistemas de geoposicionamiento; tarjetas y software de identificación
biométrica retiniana y facial Red Wolf (Lobo Rojo), de la empresa
BriefCam, que permite detectar, rastrear, extraer, clasificar y
catalogar (fichar) a los palestinos que aparecen en las grabaciones de
videovigilancia en tiempo real; redes de espionaje dentro de poblados
y comunidades (con colaboradores, informantes e infiltrados
palestinos); uso de drones y aviones tripulados (para recabar
inteligencia y llevar a cabo asesinatos selectivos, incluidas familias
de combatientes y periodistas) y un conjunto de leyes y medidas
burocrático-militares que traumatizan a la población gazatí.
Toda una suerte de urbanismo militar concentracionario de exportación
(probado en el laboratorio palestino por el complejo militar
industrial israelí, quinto exportador mundial de armas y líder en
tecnología de vigilancia de fronteras), que se combina con una guerra
híbrida, asimétrica y urbana en espacios densamente poblados, donde la
infraestructura y la población civil se convirtieron en una fuente de
objetivos y amenazas (de potenciales enemigos terroristas), y para lo
cual las Fuerzas de Defensa de Israel y su servicio de inteligencia
aérea, naval y de campo, el AMAN, junto con el Mosad (Instituto de
Inteligencia y Operaciones Especiales) y el Shin Bet (el
contraespionaje israelí), utilizan técnicas bélicas de rastreo y
ataque, que deben dominar y controlar todos los espacios de la vida
cotidiana en Gaza y Cisjordania, lo que ha dado lugar a una noción de
la guerra como ejercicio permanente e ilimitado.
Esa doctrina militar israelí en los territorios ocupados ha sido
descrita por Stephen Graham como urbicidio, esto es, la destrucción
planificada, deliberada y sistemática de zonas urbanas,
infraestructura civil y objetivos simbólicos de la vida y cultura
palestina (transformadores de electricidad, depósitos de agua,
carreteras, edificios de apartamentos, hospitales, escuelas,
universidades, mezquitas, centros de refugiados de la ONU) como método
permanente de invasión y estrangulamiento y de coacción física y
sicológica sobre la insurgencia y la población civil.
Un patrón de tierra arrasada y asesinatos en masa que se ha venido
agudizando como un continuum en el siglo XXI (por ejemplo, la
Operación Plomo Fundido en 2008 y 2009), y que llegó a su máxima
expresión con la incursión terrestre israelí a partir del 28 de
octubre pasado, que desató una orgía de terror (de terrorismo de
Estado israelí) ante los ojos del mundo en vivo y en directo, con una
matanza deliberada e indiscriminada de civiles sin paralelo (Antonio
Guterres dixit), incluidos bebés prematuros en incubadoras y pacientes
con diálisis o graves que necesitaban cirugías de emergencia, como
ocurrió en el bombardeo, asalto y destrucción del Hospital Al-Shifa (y
en el nosocomio árabe cristiano Al Ahli y el Hospital Indonesio),
sendos actos de castigo colectivo fríamente calculados y metódicos. A
lo que se suma el asesinato selectivo de periodistas en Gaza y Líbano
para ocultar las huellas del genocidio.
Tras la llamada pausa humanitaria de siete días que permitió el
intercambio de mujeres y niños capturados por ambas partes -y con el
veto de Estados Unidos al proyecto de resolución del Consejo de
Seguridad de la ONU que buscaba un alto al fuego inmediato en la
franja de Gaza-, el pasado 1º de diciembre el régimen de ocupación de
Benjamin Netanyahu y su gabinete de guerra reiniciaron las operaciones
de asesinato a gran escala mediante bombardeos de saturación contra la
población palestina, que ya pueden equiparse con la devastación de
Dresde, Hamburgo y Colonia durante la Segunda Guerra Mundial.
El objetivo de EU es preservar a Israel como cabeza de puente imperial
en Medio Oriente, para controlar una zona estratégica que concentra
las mayores reservas mundiales de recursos energéticos no renovables
(petróleo, gas, uranio) y dominar las rutas del comercio marítimo -en
particular el estrecho de Ormuz, que conecta el golfo Pérsico con el
océano Índico-, lo que le daría además ventajas militares claves. De
allí que mientras finge impotencia y frustración al no poder controlar
el horror generado por el ejército israelí -exhibido día tras día urbi
et orbi en imágenes con cuerpos inertes de niños palestinos que son
sacados de los escombros-, Biden y Netanyahu impulsan de manera
conjunta un plan cuyo objetivo es la despoblación total de Gaza,
empujando a los sobrevivientes del genocidio hacia la desértica
península del Sinaí en Egipto (como sugirió un documento interno de la
ministra de Inteligencia, Gila Gamliel) o a un reasentamiento en otros
países de acogida, como Turquía, Irak y Yemen, que recibirían
generosas ayudas de EU.
Se pretende desaparecer la franja de Gaza o convertirla en una tierra
vaciada de sus habitantes y abierta a la colonización –un verdadero
gran remplazo-, para apoderarse definitivamente manu militari de los
yacimientos submarinos de gas natural situados en aguas territoriales
palestinas, como parte del proyecto de Washington y Tel Aviv de
aterrizar el proceso de acercamiento entre Arabia Saudita e Israel,
que incluía la construcción (ya iniciada) del canal Ben Gurión
(alternativo al canal de Suez, por donde pasa 12 por ciento del
comercio mundial), que debería desembocar en Gaza, lo que permitiría
poner un cordón sanitario a la Ruta de la Seda china... Y después seguir
con la limpieza étnica de Cisjordania.
Sin embargo, hasta el presente, con su incursión en la franja de Gaza
Israel y EU no obtuvieron ningún logro militar ni político de
consideración. Y el fracaso en su intención de destruir a Hamas los
obligó a negociar indirectamente con los grupos político-militares de
la resistencia anticolonialista, antimperialista y de liberación
nacional palestinos, que pese a sus diferencias tácticas e
ideológicas, actúan de manera coordinada bajo el lema unidad de
caminos (una suerte de bloque histórico –según el concepto gramsciano–
de actores no estatales) y lograron cambiar el equilibrio estratégico
en varias dimensiones a favor de Palestina.
Aunque existen evidentes indicios de que los servicios de inteligencia
israelíes tenían información sobre los preparativos de un ataque
palestino y se sospecha incluso de algún tipo de complicidad, todo
indica que no se previó la magnitud de la operación militar el Diluvio
de Al-Aqsa, que requirió una gran planificación y ejecución operativa,
táctica y estratégica, que adquiere hoy proporciones casi míticas
entre los pueblos árabes de Medio Oriente. La leyenda
sionista-occidental sobre la invencibilidad de las Fuerzas de Defensa
de Israel y la infalibilidad de la inteligencia del Mosad (que en la
hipótesis de que pudieron inducir la acción, se les salió de control
por la envergadura de los hechos), se hizo añicos tras la incursión de
Hamas en el principal cuartel del ejército de ocupación israelí en el
sur, que se presentaba como una joya tecnológica; la captura de dos
generales; la liberación de 20 asentamientos y la retirada de los
insurgentes a sus búnkeres subterráneos debajo de Gaza con más de 200
rehenes israelíes.
Desde esa perspectiva, la tregua humanitaria y el intercambio de
rehenes entre ambas partes representaron una victoria para el bloque
de la resistencia palestina y una derrota humillante para Israel. La
política de tierra arrasada y castigo colectivo sobre la población e
infraestructura de Gaza, echó mano del sistema basado en inteligencia
artificial Habsora (El Evangelio), descrito como una fábrica de
asesinatos en masa, con énfasis en la cantidad de daños colaterales
(civiles) y no en la calidad (combatientes abatidos) para ahorrar
tiempo de inteligencia humana. Habsora es una herramienta de la
Doctrina Dahiya (una adaptación israelí de la doctrina estadunidense
de Conmoción y pavor [ Shock and awe]), basada en el uso de una fuerza
masiva y desproporcionada, y demostraciones espectaculares de fuerza
para paralizar la percepción del adversario en el campo de batalla,
destruir su voluntad de luchar y empujar a los civiles a presionar a Hamas.
Pero Hamas y la Yihad Islámica no han sido aniquiladas sobre el
terreno. Y el mito de la disuasión de Israel y EU ha sido superado por
las tácticas de la nueva guerra asimétrica, tecnológicamente más
compleja y multidimensional. A pesar de las grandes pérdidas, 17 mil
997 muertos y unos 49 mil heridos en Gaza (una matanza sin precedentes
con un patrón de actuación deliberado, cuyo saldo es superior a la
media de víctimas civiles en todos los conflictos del mundo durante el
siglo XX, donde los civiles representaron, aproximadamente, la mitad
de los muertos), Palestina se ha convertido en una guerra existencial
-no sólo de liberación nacional–, y se aplaste o no a Hamas, es hoy el
símbolo de un despertar en el mundo árabe: el fin de siglos de
humillación regional. Y tal vez, la chispa que encienda una
transformación de raíz en la conciencia de todo Medio Oriente.
Aunque dialécticamente también podría ser el detonante de un conflicto
geopolítico alentado por el Estado profundo que controla los pasos de
Joe Biden, que ante la pérdida de hegemonía imperial, no duda en
desencadenar una confrontación de dimensiones inimaginables que
podrían derivar, incluso, en una Tercera Guerra Mundial. Si no, ¿cómo
explicar el incremento de tropas y material bélico en las bases del
Pentágono en Israel y toda la región y el enorme despliegue militar
naval de EU y la OTAN en la zona del Mediterráneo frente a Irán y Líbano?