Un amigo me envió un ensayo de Charles Eisenstein (02.08.21) basado en una teoría que utilicé para un texto sobre la implacable persecución sufrida por Carmela Hontou (eXtramuros, 05.04.21).
Se trata de la violencia social ejercida a través de la elección y
persecución sin tregua de un chivo expiatorio, para calmar la alta
tensión del colectivo, lo que podría generar caos, anomia y violencia
generalizada. Con esos tres ingredientes cociné estas reflexiones, que
puedo resumir así: dime cuánto odias al otro rigurosamente
marginalizado, y te diré cuan necesaria es para el grueso de la sociedad
la búsqueda y condena de esos a quienes se culpará de contaminar y
representar el mayor peligro para la sociedad, seres que deben ser
purgados y excluidos del círculo de los admirablemente normales, en este
caso los vacunados contra la Covid-19.
Cómo discriminar y cuidarse de la mortífera libertad según Página 12
Hubo dos reacciones hacia la columna de Página 12 que
compartí: la mía fue de incredulidad teñida de cierta indignación por
presentar la voz académica del psicoanálisis – dos testimonios de
Licenciadas en esa área del saber – para atacar con virulencia la noción
misma de libertad, que en el contexto pandémico equivaldría a “muerte” y
“locura” según las consultadas. La otra recepción del texto
periodístico fue más liviana: varios encontraron humor involuntario en
algunos de testimonios presentados sobre vacunarse o no, y qué hacer con
quienes aún se resisten. Un par de citas alcanzan para hacerse una idea
del tenor de la columna; si tienen interés pueden visitar el texto
completo disponible en internet. Así presenta Página 12 lo que considera un impedimento para lograr el objetivo vital de tener un rebaño enteramente vacunado:
“Los (pocos) países que lograron resolver el problema de la escasez de vacunas contra el coronavirus –luego de largos meses de marchas y contramarchas con los laboratorios– se enfrentan ahora con un segundo gran obstáculo para llegar a la ansiada inmunidad de rebaño: las personas no inoculadas, un misceláneo sector que incluye tanto a antivacunas como a aquellos que, sin ser ‘anti’, todavía no se animan a poner el brazo para el pinchazo.” (énfasis en el texto original)
La columna recurre a consultar a personas del público, y justo es
decir que trae opiniones de diverso tipo. Primero, encontramos el
testimonio de un ciudadano que pertenece al segmento, imagino
mayoritario, de los progresivamente intolerantes de la secta antivacunas
(de aquí en más citados como anti-V):
“Aunque todavía no hemos llegado al punto de decir ‘no vamos a jugar más hasta que todos estén vacunados’”, admitió, “un poco siento que eventualmente es lo que va a terminar pasando,
porque en definitiva son personas con las que uno comparte un ambiente y
que no se vacunen por una decisión y no porque no hayan llegado las
dosis plantea una diferencia muy clara”, concluyó, con cierta
frustración.” (énfasis en el texto original)
El siguiente testimonio es el que generó más comicidad entre los
visitantes habituales de mi muro. El motivo es que la persona consultada
sobre cómo ella se vincula con un ser no vacunado, incluyó en su
respuesta a modo de autoridad a una popular estrella de Hollywood y de
la TV mundial, como si ella necesitara un auspicio poderoso para
legitimar y fortalecer su actitud de rechazo de la tribu anti-V:
“Bárbara (26), de Martínez, ya tiene la decisión tomada. “Yo voy a hacer lo mismo que Jennifer Aniston, no me voy a juntar con gente que no esté vacunada.
Y si esto significa, cuando esté todo más tranquilo, organizar un
evento y dejar de invitar a ciertas personas, lo voy a hacer. Y se los voy a decir: ‘no te estoy incluyendo porque no estás vacunado y me siento insegura. Me parece egoísta, peligroso para todos’”, resaltó la joven.” énfasis en el texto original)
Consigno ahora dos testimonios diferentes a lo que no cabe duda es la
direccionalidad altamente crítica de la posición que llaman
“antivacunas”. Leemos el testimonio de una mujer que “dijo a este diario que ‘no tendría problemas’ de juntarse con su amiga no inoculada, a quien por otros motivos no ve desde febrero. ‘Eso sí, manteniendo distancia y tomando muchos cuidados, sin sacarme el barbijo en ningún momento’, remarcó.” Y la respuesta de otra que pertenece al obstinado grupo de anti-V: “Florencia (45),
de Devoto, se encuentra dentro de ese reducido grupo de personas que
aún no han sido inmunizadas contra el coronavirus. ‘Yo resolví no vacunarme porque no sé fehacientemente cuáles son los efectos que pudiera tener a posteriori’, explicó.”
Hasta ahí no hay nada demasiado llamativo, salvo el hecho de que un
diario que se autopercibe de izquierda, y que tiene como uno de sus
blancos recurrentes el imperialismo no sólo económico sino también
cultural, traiga como referente aliada, a través de un testimonio – no
dudo de su veracidad, pero probablemente fue elegido y publicado entre
otros – a una estrella emblemática del frívolo Olimpo hollywoodense.
Ya ha sido calificado de modo binario y maniqueo el grupo amenazante
(y amenazado) de insufribles enemigos de las vacunas – cabe suponer que
opuesto a todas, pues ese epíteto no especifica que sea una resistencia a
darse la inoculación contra la Covid-19. En la estructura de la
columna, luego de escuchar la vox populi, le toca el turno a la mirada
experta, que llega desde el ámbito Psi. La introducción es reveladora e
inquietante. Se nos informa que fueron consultadas “dos licenciadas en Psicología
que compartieron su mirada sobre los movimientos antivacunas y el
individualismo que subyace en su concepción de ‘libertad’.” El
entrecomillado de la que yo creía ser la universalmente deseable
condición humana de ser libre anuncia algo extraño, perturbador. Cito a
continuación algunas declaraciones de las psicoanalistas entrevistada
por el diario argentino para que ayuden a sus lectores a entender a la
tribu de los anti-V. Y así entra en acción opinadora y experta Pilar
Molina, Licenciada en Psicología de la UBA, quien nos explica que
“la principal bandera de estos grupos es la libertad, “un concepto bastante complicado para el psicoanálisis”.
“Freud ya decía en El malestar en la cultura que la libertad es una
hostilidad contra la cultura. Es previa a la cultura. Y la pandemia en
ese sentido reafirma lo mismo: la libertad radical es la locura. Esto de
citar a la libertad como algo positivo, como algo a resaltar, en
realidad termina siendo bastante mortífero, atrás de este impulso por la libertad Freud ubica la pulsión de muerte”, puntualizó la psicoanalista”. (énfasis en el texto original).
Describir como un sobresalto esta exégesis de la noción tremendamente
positiva y humana de la ‘libertad’ no es exageración. Por más que
intenté hacer una interpretación caritativa del texto, como se dice en
filosofía, no hay manera de que yo consiga entender esta denuncia
vehemente de la libertad como siendo el epítome de lo negativo, como
algo “mortífero”. Ese bien por el que tantos humanos dieron la vida, en
las más diversas latitudes y situaciones no puede sin más equipararse
con un funesto deseo del fin de la vida, aún en esta “emergencia
sanitaria”. Esa posición insólita me recuerda una leyenda urbana que
publicó el New York Times y otros diarios locales de Estados
Unidos, a mediados de 2020, sobre supuestas fiestas a las que asistían
jóvenes para enfermarse de Covid-19 o probar que existía. Digno de
destaque era el testimonio de un joven que, en su lecho de muerte,
amargamente arrepentido confesaba a la enfermera su imprudencia o
incredulidad, la que ahora debía pagaba con su vida. No imagino un
relato real más tremendo e idealmente adecuado para infundir y diseminar
el miedo; el inconveniente no menor es que era que completamente falso
(Edelman, 2020). Ese y otros relatos similares de la primer mitad de
2020 pertenecen al género conocido como ‘leyenda urbana’, una suerte de
noticia falsa pero compuesta como un atractivo y replicable relato.
Puede ser, sin duda, que “la libertad sea algo complicado para el
psicoanálisis”, como nos cuenta la Lic. Molina, pero hacerla sinónimo de
un deseo de muerte o de locura parece más un denodado esfuerzo por
poner a S. Freud del lado de los perseguidores de los temibles y temidos
anti-V. Pero en aras de la justicia interpretativa, ya que la
psicoanalista consultada citó la obra de Sigmund Freud El Malestar en la Cultura
(1930), me dirijo a ella en busca de apoyo textual que pueda sustentar
esa curiosa equiparación de la libertad human y el deseo de muerte:
“De qué nos sirve, por fin, una
larga vida si es tan miserable, tan pobre en alegrías y rica en
sufrimientos que sólo podemos saludar a la muerte como feliz liberación” (p. 15)
“Por consiguiente, el anhelo de
libertad se dirige contra determinadas formas y exigencias de la
cultura, o bien contra ésta en general. Al parecer, no existe medio de
persuasión alguno que permita inducir al hombre a que transforme su
naturaleza en la de una hormiga; seguramente jamás dejará de defender su
pretensión de libertad individual contra la voluntad de la masa”. (p. 18)
“Pero esta lucha entre individuo y
sociedad no es hija del antagonismo, quizá inconciliable, entre los
protoinstintos, entre Eros y Muerte, sino que responde a un conflicto en
la propia economía de la libido, conflicto comparable a la disputa por
el reparto de la libido entre el yo y los objetos”. (p. 40)
El antagonismo que describe Freud en ese conocido ensayo no tiene
lugar entre la vida y la libertad, sino entre Eros y Tanatos, lo
libidinal, la carga afectiva positiva que busca el ser humano en la
vida, el placer, por un lado, y la muerte o destrucción definitiva, por
el otro. En el texto al que alude la Lic. Molina no habla Freud de la
libertad como sinónimo o asociada fuerte e inseparablemente de la
muerte, de la búsqueda de autodestrucción, lo que ella le endilga al
peligroso grupo anti-V.
Molina completa su intervención así:
“(N)acemos en el campo del otro y dependemos mucho del otro, entonces el discurso de la libertad –que en Argentina estuvo también muy fogoneado por algunos medios de comunicación y por sectores de la oposición– termina teniendo más que ver con la locura, con el individualismo, con la tendencia al aislamiento”, apuntó la licenciada.” (énfasis en el texto original)
Veo asomar en la supuesta explicación científica el semblante
desagradable y del todo ajeno a la situación sanitaria de la
politización en su fase más despreciable, la partidaria. Ese sería,
analiza la analista de formación freudiana, el motivo oculto pero que
ella con perspicacia descubre que motiva al clan anti-V a tomar esa
funesta actitud ya no sólo amante de la muerte – la suya pero sobre todo
la de los otros con quienes comparte la sociedad – sino fanática
opositora del gobierno y manejada por los medios de comunicación. Claro,
sólo serían manipuladores los medios de comunicación que exponen dudas
u objeciones a la respuesta basada en las vacunas experimentales; los
otros sólo serían los portavoces de la salud, del bien público, y por
ende estarían a priori exento de toda tonalidad político-partidaria.
Amen. Cabe destacar que la psicoanalista Molina subió la temperatura de
su diagnóstico: no duda en meter a los anti-V en la nave de los locos –
una patología a la que llevaría indefectiblemente su “individualismo” – y
lo más curioso de todo, serían amantes del “aislamiento”. Digo curioso
porque fue el gobierno, ese al que perversamente estos se opondrían el
que dictó un muy largo tiempo de confinamiento obligatorio. No veo cómo
no equiparar esa medida extrema con la tendencia psíquica nefasta que la
psicóloga le atribuye a quienes eligen no elegir la vía vacunal.
La otra psicoanalista interrogada, complementó la visión de su colega en los siguientes términos:
“Esta libertad o “ilusión de autonomía”, coincidió Alcuaz [Lic. Carolina Alcuaz] , es “propia de la lógica del discurso capitalista que conduce a formas de rechazo, de abyección, de odio,
que rompe los vínculos entre las personas, que tiende a ir en contra de
un Estado de bienestar y de cualquier tipo de contrato social que
permita una buena convivencia en la sociedad que habitamos”. (énfasis en el texto original)
Ahora sí tenemos el identikit completo de estos negacionistas y
entendemos por qué le causan tanto mal a la comunidad que ha elegido la
salud solidaria que sólo se encontraría en una vacunación irrestricta.
No sólo los anti-V serían ilusos en pretensión de ejercer su propia
voluntad – la “ilusión de autonomía” – sino que abrazarían al mismo
tiempo al mayor enemigo de los ideales que el diario Página 12 encarna, a
saber, “el discurso capitalista”. Esa pasión por la ideología enemiga
de lo humano conduciría a estas personas a “formas de rechazo, de abyección, de odio”;
de nuevo, el espectro de la política, ahora no partidaria sino una
visión del mundo del todo reprobable, el capitalismo explicaría el
comportamiento antisocial, anti solidario, en fin absolutamente
condenable de la tribu anti-V. No entiende la Lic. Alcuaz qué daño les
ha hecho ese Estado benévolo, protector y amigo del pueblo, para que
esta gente sea tan perversa y desee a través del ejercicio de lo que
ilusoriamente imaginan es su libertad – a no vacunarse contra la
Covid-19 – provocar la destrucción de ese orden humanista y
humanitario. Extremadamente curioso y arbitrario este análisis, ya que
nada encarna mejor el capitalismo globalizado del siglo 21 que las
inmensas ganancias de las empresas farmacéuticas que fabrican y venden
vacunas y tests para la pandemia. Esa forma de lucrar desmesuradamente
no sería parte de ese “discurso capitalista”, aunque curiosamente, muy a
menudo, ese afán por la ganancia forma parte de la crítica desarrollada
por quienes objetan al tratamiento de la Covid-19, por los aborrecibles
anti-V.
Espero haber dado cuenta del motivo de mi desconcierto tras la
lectura de esta columna periodística del diario argentino Página 12. En
pocas líneas, a través de sus expertas en el área psicológica, se nos
informó o mejor sería decir se nos aleccionó en relación a la tesitura
mortífera de quienes eligen – o creen equivocadamente elegir – no
vacunarse que:
a. Nada es más peligroso que la libertad en tiempo
de pandemia, equivale a la pérdida de la razón y a buscar denodada y
perversamente la muerte del prójimo.
b. Bajo el deseo o elección de la libertad habría un
impulso de muerte, una tendencia innegablemente tanática según el
creador del psicoanálisis, aunque esa explicación brilla por su ausencia
en la fuente mencionada.
c. Quienes no quieren vacunarse lo harían motivados
por su intransigente y mortífero individualismo. Y más curioso aún,
porque la publicación proviene de un país donde el gobierno decretó
largos meses de confinamiento obligatorio a toda la población, el
nefasto colectivo de los anti-V padecería además de una “tendencia al
aislamiento”.
d. Otra motivación detestable de quienes eligen el
camino de la muerte – identificada con el de la libertad – sería su
fundamentalismo político partidario, su cerril oposición al benefactor
gobierno. Para colmo, ni siquiera en esa equivocada tesitura serían
ellos autónomos, pues los anti-V obrarían bajo la influencia de medios
de comunicación opositores al Estado de Bienestar, el que conduce la
democracia en su país.
e. La tesitura anti-V no sería más que un síntoma o
indicio de una adhesión pasional al capitalismo. Ese amor desmesurado al
credo capitalista volvería misántropos a estos marginales de la
vacunación, lo cual ignora su escepticismo explícito en relación al
inmenso lucro de los gigantes farmacéuticos.
Encuentro demasiado cercano con un cuidadano y la relevancia de R. Girard
En esta parte final, quiero darle la palabra – áspera y agresiva – a alguien que se presentó como un “cuidadano”, en el clímax de su ataque verbal contra todos los que habíamos opinado de modo crítico sobre la mencionada columna de Página 12.
Contaré lo básico sobre esa visita inaugural e intempestiva a mi muro
de Facebook. El término acuñado por el visitante reúne de modo
transparente ‘ciudadano’ y alguien que se percibe como ejercitando
cuidados a los otros. Ahora citaré sin nombrarlo – no lo creo relevante,
ya que pienso que es representante de una postura que describió el
teórico René Girard (2007) sobre la necesidad social de crear la víctima
en la que, de modo unánime, el colectivo descargará toda su furia, sin
importar que sea o no culpable de los males de los que se la acusa.
La carta de presentación de quien sólo diré es un académico en
ejercicio de su profesión fue un elogio encendido de la columna sobre la
que varios habíamos expresado reparos, como señalé arriba: “Muy
buen artículo. Únicamente los lectores covidiotas e infectantes se
escandalizan . Confunden libertad de expresión con libertad para
contagiar”. Cuando alguien le dice que no utilice un insulto
gratuito, responde sin demasiado ingenio que la palabra ‘covidiota’ está
aceptada por la Real Academia Española: “Covidiotas no es un
termino agresivo sino una descripción definida muy claramente por la
Real Academia. Lo mismo para «infectantes.” También encuentran
cobijo en ese diccionario una larga lista de insultos, obscenidades, en
fin palabras usadas para denigrar y denostar. Pero ese argumento parece
escapársele a quien con gran rapidez fue escalando en su ataque verbal
contra todos los presentes. Debo aclarar, ya que fue citada la fuente
léxica española que ‘infectante’ no forma parte de esa obra. Y ese será
uno de los términos reiterados en el crescendo de agresión que emprendió
esta persona:
“Confundir restricciones sanitarias
con restricción de la libertad es la estrategia de la ultraderecha
covidiota infectante para contagiar y matar. Los covidiotas son asesinos
en potencia porque militan la desinformación y el contagio”.
Algo me suena conocido: en términos de injurias y descalificación
exacerbada, encuentro no casualmente los mismos argumentos que las
expertas consultadas por Página 12, el medio de prensa elogiado
y defendido por el agrio muralista de Facebook. Los anti-V serían
mentalmente confusos, ya no amantes del capitalismo sino del fascismo, y
su real objetivo, quien lo puede dudar, es “contagiar y matar” al
prójimo, mediante la difusión de “desinformación” y, supongo, de virus
entre los inmunizados. No puedo imaginar una combinación más funesta y
peligrosa en un ser humano, más tóxica para su entorno. Cuando alguien
le pide que argumente en lugar de lanzar insultos sin parar – he
resumido sus abundantes intervenciones a lo esencial – explica cuál es
su postura ideológica:
“El mundo pospandemia está en
disputa entre un Nuevo orden mundial más excluyente y autoritario y otro
más incluyente y solidario. Los covidiotas infectantes son funcionales
al primero. Los cuidadanos somos funcionales al segundo”.
Queda muy claro que tiene una visión de si mismo tan positiva como
horrible es la que no duda en atribuir e infligir a las personas que
encontró en esa discusión de la columna. Así llega esa joya verbal, el
neologismo ‘cuidadano’ con que retrata su desmedido amor al prójimo,
para mejor contraste con la tarea infame, que debe ser denunciada y
atacada, de los “infectantes”. Como mencioné antes, y mal que le pese a
este cuidadano, el otro término no figura en su manual de referencia,
el diccionario de la RAE: evoca palabras negativas como ‘asaltante’,
‘atacante’, y por supuesto ‘militante’, la que él usó para narrar la
empresa mortífera desarrollada por los anti-V. Lo fundamental de ese
otro neologismo que descerrajó con evidente satisfacción durante sus
intervenciones, es la intencionalidad, una actitud asociable a la
relatada en las leyendas urbanas que cité antes.
En su despedida, tan fulminante como su llegada, este cuidadano feroz
nos obsequió con una última descarga de acusaciones e improperios:
“Hay que combatir el Oscurantismo
delirante de los covidiotas infectantes mediante la ciencia y evidencia
empírica. Si es necesario, mediante la penalización de sus conductas que
ponen en riesgo la vida. Ustedes representan un peligro para la
humanidad. La militancia de la desinformación y el contagio de la
pandemia es lo que marca la diferencia entre un covidiota infectante y
un cuidadano que respeta los protocolos de distanciamiento, usa barbijo y
se vacuna”.
El motivo para esta última cita no es, aunque lo parezca, el deleite
con un discurso de extrema irritación, violencia y constante
descalificación, que lo hace merecedor del signo ‘anti-diálogo’ que usé
para el título de mi ensayo. No hubo forma de intercambiar ideas con él;
sólo quería despachar esos proyectiles una y otra vez. La razón de esta
cita final es que aparece de modo explícito el mecanismo de creación
del chivo expiatorio teorizado por René Girard: “Si es necesario, mediante la penalización de sus conductas que ponen en riesgo la vida”.
Lo que explica Girard es que esa medida punitiva, de limpieza étnica o
aislamiento social (ej. el pase verde) es siempre necesaria, se impone,
porque frente a estas amenazas funestas, la sociedad de modo unánime
debe hacer algo, y esa medida implica suprimir física o ritualmente a
ese Otro tan temido. En la humeante grieta que se abrió por obra y
gracia de sus violentas intervenciones, quedan enfrentados de un lado
los infectantes, que deben sufrir persecución por el bien colectivo, y
del otro los admirables cuidadanos, una mayoría nada silenciosa y muy
vacunada.
Y la grieta se agranda: (siempre) hay que hacer algo contra el fuera-del-rebaño
Y llega el otro texto que me sirvió para pensar en los oscuros
tiempos pandémicos que se avecinan. En un ensayo admirable, “Mob
morality and the Unvaxxed” (= La Moralidad de la horda y los No
Vacunados), Charles Eisenstein (2021) utiliza la misma fuente teórica
(Girard, 2007) que utilicé para analizar la jauría que persiguió en
medios masivos, gobierno y redes sociales a Carmela Hontou, la mujer
acusada injustamente de difundir con eficaz perversidad el virus al
inicio de la emergencia sanitaria. La frase que Eisenstein coloca como
marco de su texto sirve para resumir la feroz embestida del académico en
mi muro: “La propaganda debe facilitar el desplazamiento de la agresión mediante la especificación de los blancos para el odio”.
La fórmula proviene de un siniestro publicitario, Joseph Goebbels, el
ministro de propaganda de A. Hitler. Con un par de citas del ensayo, voy
a cerrar esta reflexión sobre la fabricación de enemigos del Estado que
merecen sufrir el mayor castigo por el cúmulo de villanías que acarrean
con su negacionismo.
Lo que sostiene Eisenstein sobre la real finalidad de la pena de
muerte en algunos países vale también para el desprecio y máxima
hostilidad desplegadas contra el ala negacio-conspiranoica ahora, en
tiempo de pandemia, contra el chivo expiatorio, porque “tal figura
podría servir como el ser que es representativo de todo crimen, del
‘desorden’ y del ‘caos’ social, del ‘derrumbe de lo valores’.” El
autor explica que la condición ideal que debe llenar el candidato a
funcionar como chivo expiatorio es ser alguien que esté ahí cerca pero
que definitiva y ostensiblemente no pertenezca a la sociedad. Una
instancia ideal es entrar al muro, como un vecino o visitante no
invitado y desde ese lugar de proximidad manifestar la máxima y
virulenta hostilidad y ajenidad. La misión de estos fundamentalistas de
la Ortodoxia Covid es atacar con violencia verbal – de la otra el ámbito
virtual no lo permite – al visitado y agraviado para diferenciarse de
éste todo lo posible, para darle una lección que no olvide en su propia
‘casa’ virtual. Así lo describe Eisenstein: “No servirá cualquier
víctima como un objeto de sacrificio humano. Las víctimas deben estar
(…) adentro pero no ser de la sociedad” (“in, but not of, the society.”)
Según el análisis girardiano, poco y nada importa que la historia,
que el futuro reivindique a quienes hoy pensamos, buscamos información y
dudamos de que el usado por el gobierno sea el mejor modo de responder a
la crisis sanitaria decretada a inicios de 2020. Eso es realmente lo de
menos: ¿quién les quita lo odiado, lo segregado, justo ahora cuando la
ansiedad es tan grande? Lo que importa más que nunca es dejar de lado
temas delicados como la efectividad de las vacunas, el recuerdo de los
mortíferos respiradores usados en 2020, y tantos otros recuerdos nocivos
para la sumisión al mandato sanitario. Se cuenta para esa piadosa
amnesia selectiva con el silencio espeso profundo y unánime de los
Mortífagos (“Paseo mágico y tenebroso por Vacunilandia, tierra del
rebaño aterrado”, eXtramuros, Andacht 2021), el sistema
cómplice de los medios de comunicación, que tanto ha hecho para que la
sospechosa unanimidad en torno a la gestión pandémica no parezca tal. No
se trata de pesimismo, de apelar a la idea de que el hombre es el lobo
del hombre, sino entender la teoría girardiana, que tan bien explica
Eisenstein: “debemos encontrar a alguien sobre quien hacer descender
la violencia. (…) casi todos dieron por enterado instintivamente la
necesidad de encontrar víctimas sacrificiales.”
Otra referencia a Girard de este ensayo propone una respuesta
interesante al problema de la persecución ritual de la víctima
propiciatoria:
“Ese es el motivo por el cual,
durante la Peste Negra, turbas rondaban el territorio y asesinaban a los
judíos por “envenenar los pozos de agua”. Toda la población judía de
Basilea fue quemada viva, una escena que se repitió a través de Europa
occidental. Y sin embargo no fue principalmente el resultado de un
preexistente odio virulento hacia los judíos que esperaba una excusa
para entrar en erupción; fue que eran necesarias víctimas para liberar
la tensión social, y el odio, un instrumento de esa liberación, se
consolidó de modo oportunista sobre los judíos. Ellos calificaron como
víctimas por su estatus interno pero no perteneciente a la sociedad (in-but-not-of status).”
El lector pensará que no es lícito comparar la ferocidad verbal del
visitante a un muro de Facebook con el exterminio sistemático de un
grupo humano. Claro que no, nunca diría eso. Pero coincido con el
diagnóstico de Eisenstein sobre la condición estigmatizada de los
anti-V, en especial el rasgo de ser ajenos o externos a la mayoría cada
vez menos silenciosa de los vacunados, al menos en algunas naciones.
Esa operación sacrificial contra la minoría serviría como una potente
lección, el exterminio, simbólico, de exclusión de los lugares públicos,
de ocio, de trabajo, de educación, para que el resto de los ciudadanos
puedan continuar alegres y atemorizadamente sumisos, conformistas por
completo:
“Los chivos emisarios no necesitan
ser culpables, pero ellos deben ser marginales, parias, herejes,
transgresores de tabúes o infieles de alguna clase. Si ellos son
demasiado distantes (alien), serán inadecuados como objetos de
transferencia para la agresión del grupo interno. Ni tampoco pueden ser
miembros plenos de la sociedad, ya que se seguirían ciclos de venganza. Y
finalmente, en abierto desafío de la categorización izquierda-derecha
hay una nueva y prometedora clase de chivos expiatorios, los herejes de
nuestro tiempo: los anti-vacunas. Como un subgrupo de la población a
mano para identificar, ellos son candidatos ideales para usarlos como
chivos expiatorios.”
Quiero pensar una última vez en ese furioso insultador que con tanta
rabia buscó intimidar a los que discutíamos en una red social sobre las
referencias por lo menos bizarras y quizás perversas en contra de la
libertad de una columna periodística. El visitante dejó algo parecido a
una estela, tras el pasaje de una lancha veloz, un reguero de insultos,
improperios, vehementes y casi delirantes acusaciones, sin que las
acompañara la lectura o la menor tentativa de escucha de quienes
intentaron responderle. Y por eso me quedo con el anti-estético vocablo
que esta persona se autoasignó con evidente orgullo, no sin arrogancia,
para distinguirse de aquellos que buscó estigmatizar. Él era, nos
aseguró, un “cuidadano”. Inspirado en ese luminoso escrito de
Eisenstein, le hago obsequio a este docto insultador de otro signo tan o
más feo que el suyo: lo que buscó de ese modo desaforado no fue ser un
ciudadano que encarna o asume de modo auto-elogiado los cuidados del
Otro. Su misión la entiendo más como la de un cuida-ano,
alguien que procuró protegerse con ahínco, cuidarse esa parte
atávicamente vulnerable de la anatomía. Y para tal fin, empleó el muy
antiguo recurso ritual analizado por René Girard, que actualizó para
ayudarnos a entender los excesos cometidos en nombre de la pandemia el
ensayista Charles Eisenstein. Linchemos, enviemos a la hoguera –
mediante el estigma social, ya que no se puede literalmente hoy – a
estos que se atreven no sólo a apartarse de la turba, sino a
enfrentarla desde su peligrosa y minoritaria existencia.