Javier Buenrostro
El pasado 1 de febrero el Congreso mexicano reinició sus sesiones
ordinarias con dos iniciativas preferentes por parte del presidente
Andrés Manuel López Obrador. La relacionada a la regulación del
outsourcing o subcontratación, se comenzó a discutir públicamente desde
diciembre. La otra, una importante reforma a la Ley de la Industria
Eléctrica, sector donde López Obrador ya había señalado en diversas
ocasiones la importancia de realizarle cambios legales.
Para establecer el contexto y los antecedentes de esta última
iniciativa, podríamos remontarnos a las tres décadas anteriores donde el
neoliberalismo promovió un desmantelamiento sistemático de lo público
para privilegiar lo privado. En México, un importante punto de inflexión
es la reforma energética de 2013 impulsada por el gobierno de Enrique
Peña Nieto. Esta reforma constitucional, que fue ampliamente criticada
por el entonces opositor López Obrador, supuso una serie de cambios
constitucionales dirigidos a ampliar la participación de las empresas
privadas en el sector energético, dominados por las paraestatales de
Petróleos Mexicanos (Pemex) y la Comisión Federal de Electricidad (CFE).
Esta reforma energética fue promovida con bombo y platillo, destacando
que con ella se atraerían millonarias inversiones a México, se crearían
cientos de miles de empleos y que gracias a las inyecciones de capital y
modernización tecnológica habría una importante reducción de los costos
de las tarifas eléctricas. Con el paso de los años, es evidente que
nada de eso pasó: ni inversiones, ni creación de empleos y mucho menos
se redujeron los costos de los recibos de luz que cada consumidor debe
pagar.
Peor, no hubo modernización de Pemex ni de CFE. Lo que hubo fue una
serie de contratos a modo para que los privados se beneficiarán de los
recursos públicos y de las paraestatales, ya sea por suministrarles a
precios preferenciales materia prima o por garantizarles la compra de lo
producido, aun en detrimento de la producción propia.
Un caso paradigmático fue el contrato abusivo que Pemex firmó con
Braskem, una filial de la brasileña Odebrecht, en la cual se le
proporciona etano a 25% de su costo en el mercado; es decir, Pemex con
recursos públicos está financiando en un 75% la producción de una
empresa privada. A pesar que este contrato se firmó durante el gobierno
de Felipe Calderón y antes de la reforma energética, esta propició y
legitimó decenas de contratos similares que no son otra cosa que un
despojo a la nación revestido de modernizaciones financieras y
tecnológicas.
En el caso del sector eléctrico, la Comisión Federal de Electricidad
también firmó inexplicablemente decenas de contratos que van en contra
de sus propios intereses y los de México. Estos contratos favorecen la
compra de suministro eléctrico a los privados sobre la producción
propia. Al igual que con la filial de Odebrecht a la que Pemex
prácticamente le está regalando el gas, en el sector eléctrico la CFE
subvencionaba a los privados con infraestructura, precios y tarifas
preferenciales a salvaguarda de los vaivenes del mercado, además de
darles facilidades legales para certificaciones en energías limpias.
En la actualidad, el Estado no solo está subsidiando la producción de
los privados, sino que relega la producción propia para adquirir el
suministro eléctrico con esos privados, afectando cotidianamente sus
ingresos y el esfuerzo de mantener el equilibrio de sus finanzas. La
problemática que se genera en el ingreso-gasto impide a su vez una
inversión constante para su modernización tecnológica que posteriormente
afecta el correcto suministro. Ejemplo de esto fue el apagón masivo que
hubo el 28 de diciembre en territorio mexicano. En palabras llanas, la
CFE se ha estado autoboicoteando por años.
La iniciativa presidencial no pretende otra cosa que anteponer el
interés público sobre el privado, algo que para cualquier Estado libre y
soberano debería ser una obligación. Ya era tiempo de poner fin al
saqueo nacional disfrazado de "fomento al sector privado". Si en estos
momento Pemex y CFE son empresas con números rojos es por la
transferencia de decenas de miles de millones de dólares hacia los
privados en contratos a modos, subsidios, créditos a tasa
preferenciales, etcétera.
Para revertir lo anterior el presidente López Obrador propone algo muy
sencillo: que la obtención del suministro eléctrico provenga en primer
lugar de las hidroeléctricas de la CFE, posteriormente de otras
centrales eléctricas del Estado como las geotérmicas, las de ciclo
combinado, las termoeléctricas o de la única nucleoeléctrica en
territorio mexicano que es la de Laguna Verde, en Veracruz. En tercer
lugar, vendrán las centrales eólicas y solares de particulares y por
último las de ciclo combinado de carácter privado.
Apenas se dio a conocer la iniciativa presidencial, causó molestia entre
grupos empresariales que ven en peligro las prebendas y privilegios de
los contratos a modo de los que gozaron durante años. Una de las
principales empresas que podría salir perjudicada en caso de aprobarse
los cambios en el Congreso será la española Iberdrola, que es el
principal productor privado de energía eléctrica en México y que tuvo un
crecimiento exponencial en el sexenio de Felipe Calderón, quien después
fue integrado a su nómina como consejero al igual que su secretaria de
Energía, Georgina Kessel. Un indignante caso más de "puertas giratorias"
de funcionarios convertidos en "asesores" empresariales.
Hay otra crítica mucho más válida que palidece por la ingenuidad
manifiesta de quien las hace. Es la de la transición hacia energías más
limpias o verdes. Es el famoso Pacto Verde Europeo para 2030-2050 o el
Green New Deal que pretende empujar Joe Biden en Estados Unidos. La
ingenuidad es creer que estas honorables y legítimas aspiraciones
promovidas por grupos ecologistas no tienen su lado oscuro, vinculando
con un capitalismo de despojo como el que ha ocurrido en Oaxaca que
tampoco está libre de afectaciones a los ecosistemas en su conjunto. El
capitalismo eléctrico se pinta de verde por partida doble, como señala
en La Jornada el periodista Oriol Malló. Es verde por la energías
renovables tanto como por lo miles de millones de dólares involucrados
en este nuevo gran negocio a nivel mundial.
Un negocio que en México tuvo la ventaja que la mayor parte de los
costos y del riesgo era del Estado mientras que las ganancias y
beneficios de los privados. Así, las reformas legales propuestas en la
industria eléctrica son otro intento más de López Obrador por recuperar
la rectoría del Estado en los asuntos de interés nacional como es el
energético. Si los empresarios hablan de una expropiación indirecta, el
resto de los ciudadanos debemos valorarla como una "renacionalización"
del sector eléctrico, de una envergadura similar a la que llevó a cabo
Adolfo López Mateos en 1960.
6.2.21
La industria eléctrica en México, ¿hacia la 'renacionalización'?
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